Bragolino, el "Pintor Maldito" tiene imitadores.
Es curioso como a través de los años algunas leyendas y mitos contemporáneos van enraizándose en distinto grado pero con singular persistencia en todo el globo, pasando de país en país engrosando y profundizando su temática principal con nuevos antecedentes, en este caso potenciados con la fe y el crédito popular, hasta convertirse en algo considerado universalmente maligno, sobrenatural y dañino.
Es el caso del poco ilustre retratista italiano Bruno Amadio, conocido también con el seudónimo con que firmaba sus cuadros de Giovani Bragolin, cuya fama ha trascendido no precisamente por su valía artística sino más bien por la leyenda negra que precede toda su escasa obra que ha llegado a ser conocida como la de LOS NIÑOS LLORONES.
Bruno Amadio, más conocido como Bragolino "El Pintor Maldito", fue un artista italiano nacido en Venecia entre 1800 y 1900, del que no se dispone muchos datos. Su vida es prácticamente un misterio y no faltan los que dicen que ni siquiera existió. Sus biografías mencionan que siendo un activo seguidor del fascismo y de Mussolini, se afincó en España donde dió a conocer una serie de dibujos conocidos como los Niños Llorones.
De él se cuenta, que frustrado por su nula fama y éxito como artista, habría hecho un Pacto con el Diablo para que sus pinturas fueran bien recibidas por la sociedad, dedicándose en cuerpo y alma a buscar infantes en orfelinatos, conventos y casas de menores, donde encontró los modelos para sus obras, a quienes habría maltratado para conseguir que llorasen.
Los antecedentes mencionados en esta leyenda, arroja que muchos de estos conventos y lugares fueron posteriormente consumidos por incendios que los destruyeron totalmente, acabando con la vida de los niños que modelaron por lo que todos estos cuadros atraen la mala suerte y llevan la desgracia a quienes los poseen, pues según se dice, llevan el espíritu sufriente de estos muertos inocentes en su tela.
Particularmente se señala que
las familias que los poseían se peleaban o vivían catástrofes. Que a medianoche, cualquiera podía hacer pacto con el diablo con estos retratos. Bastaba conjurarlo e invertir el cuadro para lograrlo. Si el cuadro se giraba en 90 grados, era posible observar una figura monstruosa que aparecía devorando al pequeño. El cuadro era inofensivo hasta que alguien extraño a la casa les contaba su historia. Eso producía una hecatombe segura. A lo menos el incendio de la vivienda.
En la leyenda popular, son cientos los relatos que cuentan las desgracias acaecidas por la tenencia en casa de estas pinturas y de los conflictos vividos al interior de las familias que finalmente concluyeron en la destrucción de estos hogares y de las imágenes.
La mejor forma de acabar con este poder maléfico era quemarlos. Y así fue como en muchas localidades fueron miles los retratos que fueron llevados a piras públicas donde se destruyeron, además de lo que se hizo con ellos en las casas particulares donde existían . Así ocurrió hace pocos años en Inglaterra luego que el Diario The Sun publicase un reportaje de estos hechos.
A pesar que los historiadores aseguran que estos cuadros objeto de maldiciones y extraños fenómenos son solo una serie de 27, han aparecido muchos otros firmados por este autor, por lo que no puede asegurarse que solo sean estos veintisiete, a menos que sean falsificaciones. Muchos piensan que son verdaderos porque nadie querría pintar cuadros que luego serían destruidos.
Mucha gente, entre los que me cuento, o tuvimos el famoso cuadro del niño en casa, o lo vimos en el hogar de nuestros amigos y fuimos testigos de la histérica reacción en cadena surgida en el seno de la sociedad poco antes de los ochenta para hacerlos desaparecer de la faz de la tierra, al extremo que hoy en día, en varios países es muy difícil encontrar estas reproducciones, que todavía están vetadas por la superstición popular, que no permite que los hagan nuevos artistas ni que los adquieran los públicos. Sin embargo, dado que es muy posible que no todos ellos fueran dados a conocer, es dable pensar que todavía muchos de ellos cuelgan en galerías y murallas de hogares pueblerinos donde se desconoce esta leyenda maldita.
Esta fama malhadada, que en el siglo pasado recorrió toda Europa, fue pasando primero a Sudamérica, en especial Chile, Perú y Brasil y extendiéndose de ahí a nuevas latitudes.
Hace pocas décadas, era habitual toparse con uno de estos retratos en cualquier casa modesta, pensiones y restaurantes, encontrándose reproducciones en venta a bajo precio en las ferias populares y centros artesanales, por lo que, eran fácil presente o regalo con ocasión de una visita amistosa o de orden familiar.
Hoy en día es difícil verlos. Sea porque la gente al ir adquiriendo mejor poder adquisitivo fue reemplazándolos o porque de algún modo sus tenedores tuvieron acceso a su fama y condición de objeto de mala suerte, ligado a maldiciones satánicas y productor de desgracias.
Algo había en estos cuadros sufrientes, en estas caras desoladas de niños tristes que llamaba a simpatía y que hacía que este regalo fuese bien recibido y colocado en la mejor pared de la casa, al lado del retrato de la Virgen María o del Niño Dios. Y desde luego, en el dormitorio de los niños, para que velase sus sueños. Para muchos incluso, eran motivo de bendición porque mirarlos detenidamente desarrollaba sentimientos encontrados de pena, de inocencia y abandono que producía emoción en el corazón de las madres.
Posiblemente cuando Bruno Amadio los pintaba en esa terrible época de postguerra, jamás imaginó que esos rostros de niños llegarían a convertir su obra en un mito despreciable y menos que su nombre podría asociarse al mismísimo demonio.
Extrañamente, en estos últimos días la prensa internacional se ocupa de un caso que paradójicamente tiene características muy similares. Se trata de las fotos de la canadiense Hill Greenber, a 34 niños de entre dos y tres años que se exhibieron en la galería Paul Kopeikin de Los Angeles, todos los cuales aparecen también llorando desconsoladamente. Se denuncia a esta famosa fotógrafa de crueldad por cuanto para hacer las tomas a estos niños, entre ellos a su propia hija, recurrió a regalarles golosinas y quitárselas abruptamente, produciendo en la mayoría de los casos estupor y pena en los infantes sino llantos incontrolados.
El resultado de su trabajo, fueron 27 imágenes de rabia, desconsuelo, desesperación y desamparo de los chiquilines, que fueron bautizadas como “End Times”, Final de los Tiempos, que para la autora representan una metáfora sobre el duelo en que el mundo se halla sumido por la política de la Administración de Bush y el poder de los sectores religiosos de derechas en Estados Unidos. Para reforzar el mensaje, cada imagen recibió un título. Entre otros, Tortura, Oración, El Gran y Viejo Partido Político o ¿Fe? El conjunto fue inaugurado como la exposición del mes de abril en la galería de Paul Kopeikin, en el bulevar Wilshire, de Los Ángeles.
La reacción no se hizo esperar. Andrew Peterson, un asesor de inversiones de San Francisco y padre de cuatro niños, publicó en su blog que firma como Thomas Hawk, un ácido comentario que en sus partes principales reza: “Hill Greenberg es una mujer enferma que debería ser arrestada por abuso infantil. Lo que hace me provoca el vómito. Todos tendríamos que mostrarnos ofendidos por esta mujer horrible. Aunque los niños no son utilizados en modo sexual, lo considero pornografía de la peor clase”
Inmediatamente cientos de bitácoras y blogs se enlazaron con el blog de Peterson mostrándole solidaridad y la web de la Galería de Arte registró 60 mil visitas diarias mostrando su disconformidad e indignación contra la fotógrafa y quienes patrocinaron el evento. Desde hace cuatro meses, los correos electrónicos no han cesado de llegar a los dueños de la galería de Arte. Solo ayer 21 de Diciembre comentaba Kopeikin a la prensa, me escribió una señora de Irlanda. Me dice: “Querido señor, acabo de ver las fotos en su página web con gran disgusto. Cualquiera que deliberadamente haga llorar a un niño con fines de provecho financiero no merece llamarse artista”.
Hasta aquí llega la similitud entre Hill y Bragalino. Mientras éste murió en el anonimato seguramente muy pobre, las fotos de Greenberg han llegado según los cálculos del galerista Kopeikin “a una audiencia de cien millones de espectadores en todo el mundo, lo que representa un logro artístico de primer nivel…”
No obstante, Horacio Fernández. Comisario General de Exposiciones de Photoespaña entre el 2004 y 2006 no está muy de acuerdo. “Si me hubiesen presentado este trabajo, yo no lo habría seleccionado para el certámen”…”Son imágenes tramposas y un tanto exageradas. No creo que sea explotación de menores, aunque sí explotación emocional. Las emociones tienen la gracia de ser emociones. Sin ser provocadas. Eso es algo que toleramos en el cine o la publicidad. De la fotografía esperamos LA VERDAD.”
De momento a Hill Greenberg parece no importarle este tipo de opiniones. Sus fotos han sido adquiridas por coleccionistas particulares a razón de 4.500 dólares, valor asignado a cada una de las 10 reproducciones que se hicieron de cada una las imágenes.
¿Estaremos en presencia de una fotógrafa maldita?
1 comentario:
Que historia no, claro que he visto las fotos de Bragolino sobre todo la primera que publicaste,pero no creo en esas supersticiones o creencias populares, y vamos esa fotografa norteamericana si los hace llorar quitandole los dulces es una bruja despiadada y mas los padres que dejan que sus hijos posen para ella.
Muy buena columna querido amigo, aprovecho este espacio para desearle infinitas felicidades hoy y siempre para usted y seres queridos, que esta navidad sea maravillosa y recargada de amor pasz y felicidad, un fuerte abrazo desde Santiago de Chile...
Publicar un comentario