LA ROBOTICA, SU HISTORIA Y PRECURSORES
EL GRAN SUEÑO DE LA HUMANIDAD.
Una de las más célebres frases de la quimera humana, nos dice "que la realidad, a veces, supera la fantasía". Tal parece ser el caso de todo lo relacionado con la robótica, esta ciencia que se ocupa de la tecnología de los robots, de su diseño y manufactura, utilizando todas las disciplinas tecnológicas a su alcance como son la mecánica, electrónica, informática, el álgebra y otras ramas de la modernidad como la inteligencia artificial, las máquinas de estado, autómatas programables y la ingeniería de control.
Decimos que es una quimera humana, porque el desarrollo de lo que hoy conocemos como robótica, término que deviene en principio de robot, usado por primera vez en 1921, por el escritor checo Karel Capec en su obra dramática "Rossum´s Universal Robots", tomada de la antigua palabra checa Rebota, que significa servidumbre o trabajo forzado y que fuera luego acuñado como robótica, la ciencia que estudia a los robots, por el recientemente extinto divulgador científico Isaac Asimov, ha estado desde siempre ligada al deseo del hombre, de crear seres a su semejanza que hicieran aquello que para muchos es un castigo divino, como es el trabajo, ese molesto quehacer que nos obliga a ganarnos el sustento con el sudor de nuestra frente.
Por ello se estima en términos bíblicos que Adán creado del barro por Dios fue el primer autómata, con la distinción de tener libre albedrio, acto de creación que ha querido ser imitado por los humanos, construyendo mecanismos artificiales desde el inicio mismo de la historia, con el fin de agilizar sus tareas, economizar tiempo o por mera entretención, buscando inconsciente o conscientemente liberarse de la atadura finita del hombre, frenar ese proceso natural, aún a costa de mutar nuestra condición original.
Podemos entonces comprobar, que en las más remotas épocas y sus mitologías, y también en la literatura y el cine, encontramos frecuentes menciones de personajes que extrapolan esta potente ambición humana, de seres de ficción y de leyendas, a quienes se les atribuyen atributos extraordinarios y a veces fabulosos, que revelan, además de una exuberante imaginación de sus autores, hechos anticipativos de lo que después las ciencias se encargarían de convertir en realidad, superándose como veremos con creces, aquello que por siglos se consideró una mera especulación, sino una delirante manifestación imposible de convertirse en hechos concretos.
La quimera señalada implica justamente este esfuerzo conseguido tras siglos de búsqueda e investigación de una especie del super cuerpo, no ya de carne y hueso sino producto de la tecnología; y de una super mente, superior al hombre común, dándole vida a una creación no contaminada de pasiones o defectos, invulnerable a la enfermedad, el dolor y la muerte, construido con piezas nobles fácilmente reemplazables, por lo tanto inmortal y factible de ir mejorándose, un ser ideal y superior al hombre común, emergiendo del ejemplo de la emulación divina, de fabricar una especie a su antojo, ahora a imagen y semejanza del hombre, recorriendo el espacio de la magia, la alquimia, la religión, la superstición, la técnica y el adelanto científico a través de las épocas, probando prótesis y mixturas entre carne y metal, consiguiendo ingenios artificiales, androides, robots y replicables destinados a servir, emular y finalmente sustituir al ser humano, o bien, trascender al nuestro de carne y hueso; que no dependan de células factibles de deteriorarse o de genes hereditarios que determinen tipos de conducta.
En el Gen Egoísta de Richards Dawkins, el científico plantea que lo único que parece ser inmortal o al menos se puede pesquisar por generaciones es el gen."una porción de material cromosómico que, potencialmente, permanece durante suficientes generaciones para servir como una unidad de selección natural". A este respecto considera que la selección de grupo y la selección de parentesco no son los caminos empleados por la evolución (o que la evolución sigue). Tampoco admite la selección individual: a lo único a lo que se puede aplicar lo de la supervivencia del más apto es a los genes. En el capítulo IV, Dawkins propone que: "los seres humanos no somos sino máquinas de genes, vehículos que les permiten reproducirse y saltar de un cuerpo a otro, generación tras generación".
Según su parecer, el gen "es un replicador con una alta fidelidad de copia, o longevidad-en-forma-de-copia. El gen, entendido de esta manera, es el verdadero sujeto de la selección natural": "la unidad básica de la selección natural no es la especie, ni la población, ni siquiera el individuo, sino las pequeñas unidades de material genético que convenimos en llamar genes. El gen busca duplicarse a sí mismo”.
Su teoría es que en la evolución se ha podido producir una simbiosis como la del liquen (hongo/alga verde), y que nosotros podemos ser el producto de una o muchas de esas simbiosis entre organismos distintos. Y que los virus pueden ser, por otra parte, genes que se han liberado de colonias como nosotros.
Afirma no creer que la selección darwiniana actúe directamente sobre los genes, puesto que el ADN está encapsulado en la proteína, envuelto en membranas, protegido del mundo e invisible a la selección natural. Se puede pensar que los síntomas de un resfriado, no es que sean productos secundarios de la actividad de los virus, sino que son una estrategia de los virus para pasar de un cuerpo a otro, saliendo expulsados de manera explosiva (por los estornudos). Los virus podrían ser en su origen genes desprendidos, que viajarían por vías no ortodoxas (óvulos y espermatozoides).
En el capítulo XI plantea Dawkins otro tipo de evolución, la de los memes o genes culturales, que se trasmiten por vía no genética (así las canciones de un pájaro de Nueva Zelanda, que se trasmiten de padres a hijos por vía cultural). Resultaría que en la evolución del hombre los memes podrían ser tan importantes como los genes. Ejemplos de memes serían: tonadas, sones, ideas, consignas, formas de vestir... Se propagarían saltando de un cerebro a otro mediante un proceso que puede ser llamado de imitación. Un meme de gran éxito sería por ejemplo "creer en la vida después de la muerte".
Dawkins propone que se ha de descartar el gen como única base de nuestras ideas sobre la evolución.
Por otra parte, también habría competencia entre los memes por ocupar el cerebro anfitrión. "Quizá podríamos considerar una iglesia organizada, con su arquitectura, sus rituales, leyes, música, arte y tradición escrita, como un juego estable coadaptado de memes que se ayudarían mutuamente".
"Otro miembro del complejo religioso de memes se denomina fe. Significa confiar ciegamente, en ausencia de pruebas, aun frente a evidencias. Se narra la historia del incrédulo Tomás, no para que admiremos a Tomás, sino para que admiremos a los otros apóstoles por comparación. Tomás pedía pruebas. Nada es más letal para ciertos tipos de memes que una tendencia a buscar evidencias... El meme para una fe ciega asegura su propia perpetuación por el simple e inconsciente recurso de desalentar una investigación racional".
"Si un sacerdote es una máquina de supervivencia para los memes, el celibato es un atributo útil para ser establecido dentro de él. El celibato es sólo una parte menor dentro de un gran complejo de memes religiosos de ayuda mutua”.
Precisamente sería un ejemplo del enfrentamiento entre cultura y biología, memes (que no permitirían la reproducción) y genes (que sí la querrían).
Otro tipo de inmortalidad sería el de los memes, superior tal vez incluso a la de los propios genes. Termina Dawkins mostrando la posibilidad de luchar contra los replicadores ciegos que son los genes. Con ello, niega cualquier atribución de un determinismo genético, ya que incluso se opone al determinismo mémico: "Somos construidos como máquinas de genes y educados como máquinas de memes, pero tenemos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores. Nosotros, sólo nosotros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la tiranía de los replicadores egoístas" .
Respecto a la fe, dice que es un lavado de cerebro tan exitoso y autoperpetuador, sobre todo en los niños, que es difícil de desarraigar. Y se pregunta, después de todo, ¿qué es la fe? Es un estado mental que lleva a la gente a creer en algo -no importa qué- en ausencia total de evidencia que lo apoye. Si hubiese una buena evidencia de apoyo, la fe sería supérflua, pues la evidencia nos haría creer en ello de todos modos. Esto es lo que hace absurda la tan repetida idea de que "la propia evolución [la teoría de la evolución] es cuestión de fe", que es el argumento que oponen los pensadores religiosos.
La gente cree en la evolución no porque desee creer arbitrariamente en ella, sino por la abrumadora evidencia pública que la apoya... En realidad, el hecho de que la fe no precise evidencia alguna se considera como su gran virtud; ésta era la razón de que citase al incrédulo Tomás, el único miembro realmente admirable de los doce apóstoles... La fe no puede mover montañas...pero es capaz de llevar a la gente a cometer locuras tan peligrosas que creo que puede considerarse como una especie de enfermedad mental.
Hace creer a la gente tan intensamente cualquier cosa, que en los casos extremos muchas personas están dispuestas a matar y morir por ella, sin necesidad de justificación ulterior. Keith Johnson ha acuñado el término de "memoides" para designar a las "víctimas que han sido ocupadas por un meme hasta el punto de que deja de importarles su supervivencia...La fe dice, “es lo suficientemente poderosa como para inmunizar a la gente contra toda llamada a la piedad, al perdón y a sentimientos humanos decentes. Incluso les inmuniza contra el miedo, si creen sinceramente que morir les llevará directamente al cielo. !Menuda arma! La fe religiosa merece un capítulo propio en los anales de la tecnología militar, en pie de igualdad con el arco, el caballo, el tanque y la bomba de hidrógeno".
La historia nos revela, que este espíritu de querer superar a Dios nunca ha abandonado la especie humana y que esta aspiración corresponde a sus temores arquetípicos más elementales, que desde las orillas de la superstición y la religión, han quedado plasmados en su devenir cultural. Adán, el buscador de conocimientos, se atreve a emprender lo que Dios ha prohibido. Según la leyenda cristiana, la promesa que le hizo la serpiente a Eva es doble:“vosotros seréis como dioses”. Promete con ello la luz del conocimiento y el don supremo de insuflar vida al barro, de crear como sólo Dios es capaz de hacerlo. Pero no cuentan, ni el inducidor ni los inducidos que ante las puertas que conducen a este poder, Dios ha colocado un ángel con una espada flamígera, pues este dios egoísta y cruel, celoso de su poder, quiere ser el único Creador.
En el mito Las Metamorfosis de Ovidio, Pigmalión, un rey de Chipre, decepcionado al no encontrar la mujer perfecta, decidió crear esculturas de bellas mujeres. Una de ellas a quien puso Galatea, resultó tan completa y de su agrado, que se enamoró perdidamente, deseándola a toda hora. Afrodita compadecida del rey, la convirtió en humana, casándose Pigmaleón y convirtiéndola en su reina.
Hefesto, el dios griego del fuego, creó en su forja del Olimpo varios seres artificiales, entre ellos las Kourai Khryseai (doncellas doradas), unas autómatas de oro con la apariencia de jóvenes y hermosas doncellas vivas, que poseían inteligencia, fuerza y el don del habla.
En Las Aventuras de Pinocho, del italiano Carlo Collodi, el maestro capintero Cereza encuentra un trozo de madera que lloraba y reía como un niño que luego regala a su amigo Geppeto, quien decide construir una marioneta con forma de niño. Este, finalmente cobra figura humana gracias a un hada madrina y pasa a ser como su hijo, a quien llama Pinocho.
En la célebre Obra Don Quijote de la Mancha del español Miguel de Cervantes Saavedra, en el capítulo 62 de su segunda parte, habla de una cabeza parlante que Don Quijote encuentra en su camino y que cree hecha por medio de la brujería, cuando en realidad era un truco de feria.
El Maestro Zacarías, de Julio Verne, cuenta la historia de un relojero que transfiere su alma a sus autómatas. En su relato este relojero de Ginebra, gracias a una pericia sobrenatural, intenta la construcción de un reloj perfecto. La invención de una máquina eterna le garantiza al viejo artesano la inmortalidad y lo equipara a un dios.
En El Mago de Oz, (1939) dirigida por Víctor Fleming, aparece el personaje el hombre de hojalata, que viaja a Oz en busca de un corazón que le convertirá en humano.
En 2001. Una Odisea del espacio, (1968) dirigida por Stanley Kubrick, aparece el personaje HAL 9000, una computadora con inteligencia artificial que eventualmente enloquece, intentando matar a los tripulantes de la nave Discovery.
En Blade Runner (1982) dirigida por Ridley Scott, aparecen los “Replicantes”, idénticos a seres humanos pero con una esperanza de vida limitada, utilizados como trabajadores.
En Terminator, (1984) dirigida por James Cameron, vemos cómo las máquinas han esclavizado al hombre y envían al pasado a un autómata de apariencia humana para que elimine a la futura madre del que será líder de la rebelión contra las máquinas.
En Eduardo Manostijeras, (1990) dirigida por Tim Burton, se cuenta la historia de Eduardo, un autómata con unas afiladas cuchillas por manos, que quedó incompleto al morir prematuramente su creador.
Toy Story, (1995) dirigida por John Lasseter, recupera el mito de que los seres inanimados, como los juguetes, tienen vida propia en ausencia de sus dueños y son capaces de pensar y tener sentimientos similares a los humanos.
Las mayormente explícitas y determinantes en esta obsesión, quizás sean las creaciones literarias de El Golem, el Humúnculo y Frankestein.
El Golem, según el folclore judío, es un ser creado de arcilla por el rabino Löw introduciéndole en la boca el shem, una inscripción mágica en hebreo que contenía el nombre de Yahveh. El Golem, es una de las más célebres leyendas hebraicas y se refiere a un complejo mítico presente en toda la historia humana: la creación de un ser viviente de la mano el hombre, partiendo de elementos naturales.
El hombre, a través de este mito tiende a recuperar la totalidad de su "imagen y semejanza" con Dios, hasta apoderarse de la misma potencia creadora. Es inevitable que este extremo acto de soberbia frente a la divinidad desemboque en un castigo que por lo general llega precisamente por medio de la misma "criatura" obtenida, es decir, que tal experimento termine con la destrucción de la criatura e incluso
con la de su creador.
Con esta leyenda se accede directamente al mito de la creación de un ser artificial obtenido por varios medios; con la magia sagrada en el caso del Golem; con la tecnología en el de los autómatas y con la manipulación biológica en el caso del Homunculus.
El primer paralelo entre la creación de Adán y la del Golem, la encontramos en un pasaje del Talmud (Sanhedrín, 38 b), en el que la creación del hombre se compone en varias fases y se analiza punto por punto: Aha Bar Hanina ha dicho: “doce horas tuvo el día. En la primera hora se amasó la tierra; en la segunda, ésta se convirtió en un Golem; en la tercera le fueron estirados los miembros; en la cuarta se infundió en él el alma, en la quinta se puso de pie […].”
La palabra Golem, que se encuentra una sola vez en la Biblia, (Salmo 138, 16) suele traducirse por “embrión”, según Gershom Scholem, esta traducción es imprecisa porque el término se usa en la filosofía medieval para indicar la materia en estado informe y no organizada, e indudablemente éste es el sentido en el que se usa la palabra en el pasaje talmúdico recién citado: se trata de una imágen esbozada en la materia, no organizada pues todavía carece de vida.
Lo que sugiere Izzi, es que si Adán es el primer Golem, así como Eva, creada de una de sus costillas sería la segunda parte de tal creación, la posterior creación de otros golems deberá seguir las leyes impuestas por aquel precedente mítico ejemplar, repitiéndose así el gesto en los subsiguientes creadores.
Pero lo que hay que tener en cuenta, y que bien explica éste mito, es que aun siguiendo el procedimiento indicado en el modelo sagrado del Génesis, para crear un hombre artificial, no es posible cargarlo de las mismas potencialidades de un hombre verdadero, ya que los creadores de golems no son Dios y por ello en la creación se pierde algo y la criatura resulta siempre inferior a su creador.
Esto explica que el Golem, sea un ser mudo, pues simbólicamente la cualidad mágica de la palabra es la que lo trae a la vida y claro está, si éste pudiese hablar tendría la posibilidad a su vez de crear otro golem. Por eso su función se limita a la de dócil siervo.
En los libros de Yetsirah, donde se explicaba que del mismo modo que Dios creó el universo partir de las veintidós letras, los hombres podían repetir el acto creador si conocían las combinaciones adecuadas. Izzi, cita una parte de un relato referente a la creación del Golem en el que se explica ese poder de creación mágica sugerido en dichos libros. Ben Sira quería estudiar el libro Yetsirah. Le llegó entonces una voz celestial: ‘tú sólo no lo puedes hacer’. Se fue a ver a su padre Jeremiah. Se dedicaron a ello y al cabo de tres años crearon un hombre que tenía escrita en la frente la palabra emeth (verdad), como en la frente de Adán. Entonces el hombre que ellos habían creado les dijo: ‘Dios sólo creo Adán, y cuando quiso que muriese Adán, borró el aleph de emeth y él quedó meth, muerto. Así debéis hacer también vosotros conmigo, y no debéis crear ningún otro hombre, para
que el mundo no degenere en la idolatría’.
La historia del homúnculo, equivale a la creación in vitro de un ser vivo hecha a partir de elementos biológicos, puede considerarse una variante tardía de la leyenda del Golem, que tiene por base en vez de la magia de la palabra, las creencias de la alquimia, es decir, la transmutación de los elementos y la aceleración de los procesos biológicos.
Pese a que algunas tradiciones tardías atribuyen a Arnau de Vilanova las primeras alusiones al homúnculo, Izzi asegura que se puede establecer con certeza que el primero en hablar de él fue Paracelso, dejando una detallada receta de fabricación indicando que inicialmente se debía tomar el semen del hombre y hacerlo pudrir dentro de un alambique sellado al calor de “un vientre equino” durante al menos cuarenta días.
Pasado este período, se comenzaría a ver algo parecido a un hombre pero transparente moviéndose en la probeta; el pequeño ser se alimentaría con “el arcano de la sangre humana” durante cuarenta semanas, viendo como se convierte en un verdadero niño dotado de todos los miembros, sólo quemucho más pequeño. Llegado a este punto había que ocuparse de la educación del homúnculo, hasta que hubiese alcanzado su completo desarrollo.
Pero el relato más curioso y detallado, fue una experiencia realizada con éxito por Joseph Kammerer, criado del Conde de Kuefstein, que, junto a cierto clérigo Geloni en 1773, afirma haber tenido en el convento de Carmelitas de Calabria, al menos una decena de homúnculos que sobrevivieron durante mucho tiempo.
De la misma familia procede el Polong, una leyenda que procede de Malasia y también guarda una relación con el mito del Golem. Según se cuenta el Polong es creado a partir de la sangre de un hombre asesinado; ésta se introduce dentro de una botella de forma esférica y con cuello largo; durante siete o catorce días hay que recitar una serie de fórmulas mágicas. Al terminar éste período dentro la botella se oirá un ruido semejante al canto de un pájaro, teniendo que alimentar al pequeño ser con la sangre de uno mismo, practicándose una incisión en un dedo y metiendo el dedo en el cuello de la botella. Con este procedimiento el Polong reconocerá a su dueño y a cambio de su alimentación obedecerá sus órdenes, el Polong a su vez posee la capacidad para entrar dentro de los cuerpos de los enemigos de su amo infectándolos y destruyéndolos.
Todas estas leyendas de seres creados por el hombre a través de la magia o con la ayuda de la divinidad van instaurando una tradición a la que le seguirán los monstruos hechos exclusivamente por el hombre con la única ayuda de la tecnología, siendo ejemplar el caso del mito romántico de
Frankenstein. Frankenstein, obra escrita por Mary Shelley en 1818, cuenta la historia del Doctor Víctor Frankenstein, quien sueña con crear un ser vivo a partir de diferentes partes del cuerpo de cadáveres diseccionados. Finalmente consigue dar vida a una criatura espeluznante y se percata que ha creado un monstruo sanguinario que escapa a su control.
La narración de Víctor Frankenstein se sitúa en algún momento de la última década del siglo XVIII; él es un estudiante interesado por las ciencias naturales y acaba obsesionándose con la posibilidad de crear un ser humano a través del descubrimiento del origen y el funcionamiento del principio de la vida.
Con la creación del engendro, se sugiere el montaje de un nuevo ser hecho de tejidos muertos donde se hace referencia directa a la técnica del ensamblaje y al autómata. Shelley crea un puzzle donde queda abolida la humanidad del hombre lo que supondrá la pérdida de las formas unificadoras del cuerpo, aquellas que sostienen su imagen y fuente del narcisismo.
Los dos adminículos de metal insertos a ambos lados del cuello del monstruo, los diseñó el ilustrador de la Universal, Karoly Grosz, en 1931, en el bosquejo de un cadáver con aspecto de robot y de los que Pierce se acreditó la invención explicando más tarde que esos dos adminículos no eran sino
“bocas de electricidad, enchufes tales como los que usamos para las lámparas o la plancha de la ropa. Recuérdese que el Monstruo no es humano y se hizo de cadáveres. Es un artefacto eléctrico”.
Podemos decir que en Frankenstein aparece la primera creación mecánica de la vida o el transplante de la misma. Pero al mismo tiempo, su autora recrea el diálogo del Génesis.
Y, al igual que hizo Adán cuando se sintió solo y pidió a Dios una compañera, éste pide a su creador una compañía femenina.
“Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito para poder existir”139.
[…] te exijo una criatura del otro sexo, tan horripilante como yo: es un consuelo bien pequeño, pero no puedo pedir más, y con eso me conformo.140
[…] déjame comprobar que inspiro la simpatía de algún ser humano; no me
niegues lo que te pido"141.
Con la aparición de este autómata-monstruo, se desarrolla el debate sobre el hombre-máquina (la gran controversia que ocupa todo el siglo XIX), un ser al que le hacen revivir sus tejidos muertos gracias a la potencia de un choque eléctrico. El mito de Frankenstein se suma a la fascinación del ser humano por conocer el interior del cuerpo, percibiendo su fragilidad. Con su obra, Shelley construyó la figura más avanzada de la investigación científica de su tiempo.
La historia de la robótica ha estado unida a la construcción de "artefactos", que trataban de materializar este deseo de crear seres a su semejanza y que lo descargasen del trabajo. Muchos creativos en todo orden de actividades han cooperado a este objetivo tales como el ingeniero español Leonardo Torres Quevedo que construyó el primer mando a distancia para su automóvil mediante telegrafía sin hilo; el ajedrecista automático; el primer transbordador aéreo y otros muchos ingenios lograron acuñar el término "automático" en relación con la teoría de la automatización de tareas tradicionalmente asociadas a los humanos.
Un autómata, sea espontáneo o con movimiento propio, según la RAE, es una máquina que imita la figura y los movimientos de un ser animado. Un equivalente tecnológico en la actualidad serían los robots autónomos. Si el robot es antropomorfo, con figura humana, se conoce como androide.
Ya decíamos que esta obsesión de producir autómatas se remonta a los primeros tiempos. En Egipto, muchas estatuas de algunos de sus dioses como Osiris despedían fuego por sus ojos. Otras tenían brazos mecánicos operados por los sacerdotes para engañar al pueblo y aún había otras como la de Memon en Etiopía que emitía distintos tipos de sonido cuando eran iluminadas por los rayos del sol, cumpliéndose el propósito de los sacerdotes de causar temor y respeto a quien estuviese en el templo.
Esta finalidad para el servicio religioso del autómata continuará hasta la Grecia clásica donde existían estatuas con movimiento gracias a las energías hidráulicas. Esos nuevos conocimientos quedan plasmados en el primer libro que trata la figura de los robots Autómata escrita por Heron de Alejandría, donde explica la creación de mecanismos, basados en los principios de Philon o Arquímides, realizados fundamentalmente como entretenimiento y que imitaban el movimiento, tales como aves que gorjean, vuelan y beben, estatuas que sirven vino o puertas automáticas todas producidas por el movimiento del agua, la gravedad o sistemas de palancas. También cabe destacar su “The automaton Theatre” sobre su teatro de marionetas mecánicas que representaban la Guerra de Troya.
Aunque Heron es el primero en recopilar datos sobre los autómatas, otros anteriores a él realizaron sus aportaciones como es el caso de Archytas, (428 a. de C. - 347 a. de C.) inventor del tornillo y la polea y famoso por su paloma mecánica capaz de volar gracias a vapor de aire en propulsión.
O el terrible sistema descrito por Polibio, 200 a. de C. - 118 a. de C.) y utilizado por Nabis, tirano de Esparta, que consistía en un artilugio con forma de mujer con clavos en su pecho y brazos y que abrazaba mortalmente a todo aquél que incumplía sus pagos y promesas con el Estado o la religión oficial.. Y otros aún más antiguos, pero de más difícil autentificación, como el mítico Trono de Salomón, descrito en la Biblia y otros textos árabes como un árbol de bronce con pájaros cantores, leones y grifos mecánicos además de ser móvil, pudiendo elevarse por impulso propio, desde el suelo hasta el techo.
Alberto Magno, nacido en 1206 en Baviera, teólogo, filósofo y hombre de ciencia, es una de las figuras decisivas del pensamiento medieval. Se le han atribuido a lo largo de la historia multitud de obras tanto de carácter mágico como de creación de seres artificiales. En concreto dos, una de las llamadas “cabezas parlantes”, de las que se hablará más adelante, y de un autómata de hierro que le servía como mayordomo y en el que trabajó treinta años de su vida, que era capaz de andar, abrir la puerta y saludar a los visitantes, aunque otros autores afirman que además podía hacer más tareas caseras. Otra versión (que también se cuenta en la historia de la cabeza parlante) narra que Santo Tomás de Aquino, discípulo suyo, al ver aquél ser no humano, decidió destruirlo ya que estaba convencido en su pensamiento supersticioso que la mano del diablo había influido en su creación.
En el mundo árabe hubo importantes avances tecnológicos y científicos.
Al Jazari, (1260) fue uno de los más grandes ingenieros de la historia. Inventor del cigueñal y los primeros relojes mecánicos movidos por pesos y agua, entre otros muchos inventos de control automático, estuvo también muy interesado en la figura del autómata creando una obra llamada El Libro del Conocimiento de los Ingeniosos Mecanismos, considerada una de las más importantes sobre historia de la tecnología. Dentro de esta vertiente cabe destacar su complejo Reloj Elefante, animado por seres humanos y animales mecánicos que se movían y marcaban las horas o un autómata con forma humana que servía distintos tipos de bebidas. Existe un ejemplar (a tamaño real) del complejo reloj elefante en el gigantesco centro comercial "Ibn Battuta", en Dubaï.
Leonardo Da Vinci, (1452-1519) en el Renacimiento, diseñó al menos dos autómatas de los que se tiene constancia. El primero se considera también uno de los primeros con forma completamente humana, vestido con una armadura medieval y fue diseñado alrededor del año 1495, aunque cómo muchos otros inventos de Leonardo, no fue construido. Este mecanismo fue reconstruido en la actualidad según los dibujos originales y podía mover los brazos, girar la cabeza y sentarse. El segundo, mucho más ambicioso, se trataba de un león mecánico construido a petición de Francis I, Rey de Francia (1515) para facilitar las conversaciones de paz entre el rey francés y el Papa León X ; el animal, mediante diversos trucos de artificio, anduvo de una habitación a otra donde se encontraba el monarca, abrió su pecho y todos pudieron comprobar que estaba lleno de lirios y otras flores, representando así un antiguo símbolo de Florencia, el león y la flor de Lis que Luis XII regaló a la ciudad como señal de amistad.
Juanelo Turriano, fue un gran ingeniero del siglo XVI, que trabajó en España a las órdenes de Carlos V, como relojero de la Corte. Inventor de multitud de mecanismos, siendo el más famosos el llamado “Artilugio de Juanelo”, una obra de ingeniería capaz de llevar el agua desde el Tajo al Alcázar de Toledo, aunque jamás le pagaron por aquella obra. En esa ciudad se le atribuye a Juanelo Turriano la creación de un autómata (entre otros muchos como danzarines, guerreros o pájaros voladores) llamado “El Hombre de Palo”, del que queda constancia en el nombre de una calle de Toledo, un sirviente autómata que se diferenciaba del resto por estar hecho de madera y que recorría las calles pidiendo limosna para su dueño haciendo una reverencia cuando la conseguía. Otros autores más conservadores solo consideran a este autómata un muñeco de palo estático, que se colocó en la ciudad para recoger fondos para la apertura de un hospital.
Uno de los más famosos casos de creación de un autómata humano, pero también donde es más difícil separar la historia de la ficción, es la historia de René Descartes, (1596-1650)) y su hija autómata. Una de las principales ideas cartesianas era la consideración de todos los animales como complejos autómatas, seres privados de todo estado mental, que solo actuaban por supervivencia y que en la práctica, su carne y huesos funcionaban como la mecánica de un artilugio. Pero cuentan que tras la muerte de su hija ilegítima Francine, de cinco años de edad, se sintió tan deprimido que se propuso construir una muñeca autómata lo más parecida a la fallecida, uniéndose tanto a aquella figura que según describen la trataba como “mi hija Francine”. Su inseparable unión hizo que la llevara de viaje cruzando el mar de Holanda. La tenía guardada en un cofre dentro de su camarote. El capitán del barco, intrigado por su contenido, consiguió entrar en el camarote y abrir el cofre. Cual fue su espanto al comprobar que aquella muñeca se levantaba y movía. El capitán, horrorizado, la tiró por la borda. Entonces Descartes, que solía destacarse por su mal humor, mató al capitán y lo tiró por la borda, al igual que había hecho con la muñeca.
Con la entrada en el siglo XVIII y los consiguientes avances en materia de relojería se llega a la que se considera la época donde mejores y más perfectos autómatas se realizaron en la historia. Su desarrollo, dominado por el carácter científico, ponía de relieve la obsesión por intentar reproducir lo más fielmente posible los movimientos y comportamientos de los seres vivos.
El "Canard digérateur" de Jacques de Vaucanson, aclamado en 1739 como el primer autómata capaz de hacer la digestión. Nacido un 24 de febrero de 1709, Jacques de Vaucanson, excelente relojero pero con amplios conocimientos de música, anatomía y mecánica, quiso demostrar mediante sus autómatas la realización de principios biológicos básicos, tales como la circulación, la digestión y la respiración. Sobre esta última función versó su primera creación “El Flautista”, figura con forma de pastor y de tamaño natural que tocaba el tambor y la flauta con un variado repertorio musical. Vaucanson lo presentó en la Academia de Ciencias Francesa cosechando un gran éxito.
Más tarde, en 1738, crea su segundo autómata llamado “El Tamborilero” como una versión mejorada del primero. En esta ocasión la figura tocaba la zampoña de Provenza y el tamboril con veinte melodías distintas. El tercero y más famoso fue “El pato con aparato digestivo” transparente y compuesto por más de cuatrocientas partes móviles y que batía las alas, comía y realizaba completamente la digestión imitando al mínimo detalle el comportamiento natural del ave. Aunque en realidad el pato era un engaño, pues lo que comía no era lo mismo que defecaba, sino que al interior del pato había un compartimento en el que se depositaba el grano que comía y del que salía algo parecido a un excremento. Pasados los años, Vaucanson, cansado de su propia obra, vendió las figuras en 1743.
Friedrich von Knauss, inventor del siglo XVIII (1724-1789) y creador de uno de los primeros autómatas escritores. Esta compleja creación la formaba una esfera sostenida por dos águilas de bronce, en ella la figura de una diosa sirve de musa al autómata que con su largo brazo escribe en una hoja en blanco lo que previamente se le ha ordenado realizar. El sistema de funcionamiento es capaz de hacer que el autómata moje la pluma en la tintero para poder escribir y cuenta con un sistema para pasar la página cuando ésta ha quedado escrita.
Posiblemente el mejor y más conocido creador de autómatas de la historia fue Pierre Jaquet-Droz, suizo nacido en 1721, responsable de los tres autómatas más complejos y famosos del siglo XVIII. Sus tres obras maestras La Pianista, El Dibujante y El Escritor, causaron asombro en la época llegando a ser contemplados por reyes y emperadores tanto de Europa como de China, India o Japón.
El primero de ellos, “La Pianista”, es un autómata con forma de mujer que toca el órgano, con la particularidad de que es la propia figura la que intepreta las obras pulsando las teclas con sus dedos sin tener el sonido pregrabado o procedente de otro lugar. Compuesta por 2.500 piezas podía mover los ojos dirigiendo la mirada del piano a los dedos, inclina el cuerpo, respira y al finalizar cada tema hacía una reverencia.
El Dibujante, por otra parte, estaba compuesto por unas 2.000 piezas, tenía forma de niño sentado en un pupitre y podía realizar hasta cuatro dibujos distintos, pasando por todos los pasos del dibujo académico (esbozo con lápiz, repaso de las líneas, sombreado y retoques finales). Al igual que el anterior imita el comportamiento mientras realiza la tarea moviendo los ojos, las manos o incluso soplando en el papel para eliminar los restos del polvo del lápiz. Los cuatro dibujos que podía realizar el autómata eran un retrato de Luis XV, una pareja real, un perro y a Cupido subido encima de una carroza tirado por una mariposa.
El último, y más complejo de los autómatas, es “El Escritor” mecanismo compuesto por más de 6.000 piezas y seis años de trabajo. Este diseño es la evolución de uno anterior construido por los Maillardet, también con forma de niño, y que podía escribir en inglés y francés y realizar algunos dibujos. La versión de Jaquet-Droz podía escribir utilizando la pluma gracias a una rueda integrada en su mecanismo interno donde se seleccionaban los caracteres uno a uno pudiendo escribir así pequeños textos de unas cuarenta palabras de longitud. Como los anteriores, realizaba movimientos propios de un ser humano como mojar la tinta y escurrir el sobrante para no manchar el papel, levantar la pluma como si estuviera pensando, respetando los espacios y puntos y aparte, además de seguir con la mirada el papel y la pluma mientras escribe.
Los tres autómatas se pueden contemplar en el Musée d'Art et d'Histoire de Neuchatel, Suiza.
La fama de los autómatas de Von Knauss y Jaquet-Droz llevó a muchos ilusionistas y prestidigitadores a incorporar trucos con autómatas en sus espectáculos. Es el caso de Jean Eugene Robert-Houdin que creó varios autómatas que, aunque mecánicos, estaban más cerca del mundo de la magia. (No confundir con el escapista e ilusionista húngaro-americano Harry Houdini, 1874-1926).
Cabe destacar un busto cantante de su invención, donde se mostraba un sistema de engranajes con el que se decía que la figura cantaba, aunque la realidad es que detrás de ese mecanismo se encontraba una cantante auténtica. También fue responsable de un autómata escritor que dibujaba lo que el público le pedía o el truco del autómata llamado “El Pastelero del Palais Royal” que traía al mago todos los platos y bebidas que este le pedía.
De estas fechas (siglo XVIII) data el famoso autómata de la Catedral de Burgos, el Papamoscas, cuya misión es la de tocar las campanas señalando la hora: lo hace moviendo su brazo derecho con el que mueve, a través de una campana, un badajo, al mismo tiempo que abre y cierra la boca. Está situado en lo alto de la nave mayor, en el ventanal sobre el triforio, en el primer tramo de los pies de la basílica. Se trata de una figura de medio cuerpo que se asoma sobre la esfera de un reloj. Viste de encarnado, los rasgos de su rostro son mefistofélicos y muestra una partitura en su mano derecha. Cada hora en punto se acciona un mecanismo que mueve el brazo que provoca los campanazos. La mejor hora para ver en marcha al autómata es, lógicamente, las doce del mediodía, cuando da doce golpes y abre y cierra doce veces la boca. Está documentada la presencia de relojes en la catedral desde la época medieval. La imagen actual data del siglo XVIII, cuando se sustituyó al viejo autómata del siglo XVI.
La cultura asiática, especialmente en China y Japón, ha tenido una gran tradición de autómatas que se ha mantenido desde tiempos muy antiguos hasta la actualidad. Ya en el año 2000 a. de C. se cuentan leyendas chinas sobre autómatas. Como la creada por el hijo del rey Tachuan, hecho de madera, y tan semejante al hombre que confundía a todos los que lo veían, hasta que descubren su naturaleza y es destruido. En tiempos más cercanos se habla de varios emperadores chinos que, curiosos por estos inventos, apoyaron la creación de todo tipo de autómatas, desde los que poseían forma animal (pájaros, caballos, gatos, monos etc.) hasta otros con forma humana y que andaban, bailan o tocaban instrumentos.
En el Japón de los siglos XVIII y XIX los autómatas consiguieron un alto grado de importancia y complejidad. Se les llamaba “Karakuri" y son muy parecidos al Papamoscas español, término que se podría traducir como “aparatos mecánicos para producir la sorpresa en una persona” y distinguían tres tipos de figuras: las “Butai Karakuri” que se usaban en el teatro, las “Zashiki Karakuri” más pequeñas y con las que se jugaba en las habitaciones y las “Dashi Karakuri” que se utilizaban en las festividades religiosas.
Su mayor tarea era la representación de mitos y leyendas tradicionales aunque existían de todo tipo, como algunos que servían el te o lanzaban flechas con un arco. Ya entrado el siglo XX y XXI, vemos como la tradición del Karakuri se mantiene en los modernos robots japoneses, con la creación de complejísimos robots antropomorfos como ASIMO, QRIO o Repliee Q1, o mascotas robóticas como aIBO, descendiente directo de los autómatas animales de siglos pasados.
A finales del siglo XIX y comienzos del Siglo XX, (1848-1914) se siguieron creando autómatas de todo tipo, pero la realidad es que no fueron tan elaborados como sus antecesores y estuvieron más guiados al mundo del espectáculo. Entre los más importantes caben destacar “La pareja” de Alexander Nicolas Theroude, los autómatas animales de Blaise Bontems, las figuras que realizaban pequeños trucos de magia o la encantadora de serpientes de Roullet & Decamps, "El fumador Turco" de Leopold Lambert, los escarceos con el mundo de los autómatas de científicos como Nikola Tesla y su robot sumergible con mando a distancia o el autómata caminante de George Moore con forma humana y movido por la fuerza del vapor que podía recorrer distancias a casi 9 millas por hora. Finalmente, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la industria de los autómatas desaparece y no renacerá hasta la llegada de los modernos robots.
Dentro de los autómatas hay un grupo que ha tenido una gran difusión a lo largo de la historia, las cabezas parlantes, seres que se creían estaban entre la mecánica y la magia. Éstas cabezas hablaban, aconsejaban a sus dueños o predecían el futuro. La leyenda y el mito han influido mucho en este tipo de mecanismos encontrándose las primeras versiones en antiguos cuentos árabes. Uno de los ejemplos más famosos es la cabeza con forma de hombre de Roger Bacon, (1214-1294), hecha de latón y que podía responder a preguntas sobre el futuro, la cabeza de mujer de Alberto Magno, la de Valentín Merbitz que decían que hablaba varios idiomas, otros dicen que gracias a un ventrílocuo; la cabeza parlante del PapaSilvestre II, que respondía aleatoriamente “sí” o “no” a las preguntas que se le hacían, o la figura de laSanta que hablaba de Athanasius Kircher, quien además nos dejó su libro “Misurgia Universalis” donde describe con detalle la creación de figuras que pueden mover los ojos, labios y lengua.
En cualquier caso, la mayoría de ellas conseguían la “voz” a través de diversos sistemas. El primero con base documental en conseguirlo fue Kratzenstein, que con un sistema de tubos de órgano podía reproducir las vocales. Más tarde Wolfrang von Kempelen explicaba en una de sus obras como fabricar y manipular una de estas máquinas para que pueda pronunciar algunas frases breves a través de una especie de fuelle por el que pasaba el aire y se modulaban los sonidos. O las creadas por el abate Mical, de tamaño natural y que, exhibidas de dos en dos, se contestaban la una a la otra. Ya en el siglo XIX, Joseph Faber ideó la versión más perfecta de estas máquinas, bautizada como Euphonia, que se utilizaba como el órgano de una iglesia y que podía desde recitar el Alfabeto hasta responder preguntas, susurrar o reír.
Wolfgang von Kempelen, fue inventor, como se ha señalado anteriormente, de una de las primeras máquinas parlantes, pero también fue el creador de uno de los más famosos autómatas de la historia, que a su vez, fue uno de los mayores fraudes de su tiempo, pero que, a pesar de ello, impulsó la creación de autómatas jugadores de ajedrez hasta casi nuestros días. Hablamos de El Turco.
Construido en 1769, “El Turco”, estaba formado por una mesa donde estaba colocado un maniquí con forma humana vestido con ropajes árabes. Una puerta en la parte frontal se abría y dejaba ver el supuesto mecanismo de funcionamiento del autómata. Este jugador fue una de las mayores atracciones de la época ya que, según contaba era invencible. Viajó a lo largo de Europa aún después de la muerte de su creador, pasando a manos de Johan Maezel, llegando a derrotar al mismísimo Napoleón Bonaparte durante la campaña de la Batalla de Wagram.
Después de viajar por Estados Unidos aterriza en Cuba donde muere William Schlumberger, ayudante de Maezel, y posiblemente el encargado de introducirse dentro del autómata para jugar las partidas, ya que después de esta muerte “El Turco” dejó de exhibirse hasta acabar destruido en 1845 en el gran incendio de Filadelfia.
Más tarde se dijo que a lo largo de su historia, el autómata había tenido varios operadores que movían el mecanismo gracias a un tablero de ajedrez secundario. Cada pieza del tablero principal contenía un imán, así el operador podía saber que pieza había sido movida y dónde. El operador hacía su movimiento mediante un mecanismo que podía encajarse en el tablero secundario, indicando al maniquí donde mover.
La fama de este autómata hizo que se crearan otras muchas réplicas con el mismo truco de funcionamiento, algunas de ellas en el siglo XIX como es el caso de “Ajeeb”, presentado por Charles Hooper en 1868 o “Mephisto” nacido en 1876 consiguiendo ganar un torneo de ajedrez en Londres sin que nadie se percatara del artificio.
Sin embargo, sí existió un autómata cuyo funcionamiento era totalmente real. Su creación se debe al español Leonardo Torres Quevedo, ingeniero y matemático, inventor de “El Ajedrecista” presentado en la feria de Paris de 1914. Funcionaba utilizando unos electroimanes bajo el tablero, jugando automáticamente hasta el final con un rey y una torre contra un rey desde cualquier posición sin ninguna intervención humana.
Así, podemos considerar a estos autómatas, tanto los falsos como los reales, como pioneros de los modernos juegos de ajedrez informáticos y de ordenadores como Deep Blue, que mantienen el mismo espíritu y objetivos que sus predecesores: conseguir que una máquina pueda vencer a la mente humana.
En el mundo de hoy, la civilización se concibe solo en un mundo tecnificado, automatizado, robotizado y casi no existe disciplina donde estos ayudistas descerebrados pero debidamente programados presten un servicio de máxima utilidad y eficiencia.
Por ejemplo la cibernética se desarrolló como investigación de las técnicas por las cuales la información se transforma en la actuación deseada. Esta ciencia surgió de los problemas planteados durante la Segunda Guerra Mundial a la hora de desarrollar los denominados cerebros electrónicos y los mecanismos de control automático para los equipos militares como los visores de bombardeo. Una estadística del año 1995 dice que funcionaban unos 700.000 robots en el mundo.
Más de 500.000 se empleaban en Japón, unos 120.000 en Europa Occidental y unos 60.000 en Estados Unidos. Muchas aplicaciones de los robots corresponden a tareas peligrosas o desagradables
La cibernética es una ciencia interdisciplinaria, donde se utilizan sistemas
de comunicación y control sobre organismos vivos y máquinas. El término es
una derivación del vocablo griego kybernetes que significa gobernador o piloto,y fue aplicado por primera vez en 1948 a la teoría del control de mecanismos.
Uno de los mayores especialistas del mundo en robótica Rodney A. Brooks, (director del prestigioso Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT (EE.UU), en su libro Cuerpos y Máquinas. De los Robots humanos a los Hombres Robot se pregunta: ¿Los seres humanos conseguiremos la inmortalidad como consecuencia de los avances tecnológicos?
El desarrolla la tesis de que en un plazo de tan sólo veinte años se desplomará la barrera entre la fantasía y la realidad, y antes de que pase un lustro esa barrera quedará horadada de modos tan inimaginables como podría serlo, por ejemplo, hace un decenio el uso cotidiano de Internet.
A lo largo de la historia de la humanidad, el estilo de vida que ha seguido el hombre ha sido espectacularmente modificado por revoluciones tecnológicas. Éstas surgen cada vez más a menudo. Una de las más recientes es la revolución digital. Las batallas y reestructuraciones de nuestro mundo
determinadas por la revolución digital se suceden ahora con toda intensidad hacia nosotros, trastocando la riqueza y el poder y remodelando las ciudades y los estilos de vida.
Las innovaciones tecnológicas trasformaron nuestras vidas como seres humanos. En tiempos pasados, esas alteraciones eran graduales y discurrían a lo largo de muchas generaciones. Ahora las innovaciones tecnológicas pueden modificar nuestra existencia muchas veces en el curso de una sola vida. La revolución de la información ha modificado nuestro acceso al conocimiento y al contenido, de modos incluso más profundos que los determinados a partir de 1454 por la invención de los tipos móviles de la imprenta de Gutenberg.
Esa tecnología permitió la distribución de información a las masas y tornó valioso el aprendizaje de la lectura; existió a partir de entonces una constante oferta de material que leer más allá de los signos simples. Esta revolución de la información comenzó con la invención del telégrafo en 1834, siguiéndole el teléfono facilitando la comunicación verbal entre ciudades.
Con la invención de Internet ya no es necesario desplazarse para recabar la información y con sólo una “navegación” por el ciberespacio se accede a ella de forma cómoda y disfrutando al mismo tiempo de la posibilidad de adquirir objetos de consumo, tener relaciones personales e incluso planificar el ocio.
Mientras que nos dirigimos hacia la mitad de la revolución de la información, otras dos nuevas revoluciones se acercan rápidamente hacia nosotros, la revolución robótica y la biotecnológica. La revolución robótica se halla en esa etapa inicial, dispuesta a sobrevivir en la primera parte del siglo
XXI. Empieza a dar fruto el empeño humano de muchos siglos por conseguir seres artificiales. Las máquinas se tornan ya autómatas en muchos sectores en donde tropezaban con obstáculos insuperables a lo largo de la Revolución Industrial. Cada vez es menor la necesidad de que los hombres controlen paso a paso las máquinas manufactureras y se empezará a ver a robots inteligentes capaces de operar en ambientes reestructurados desempeñando tareas de las que actualmente sólo intervienen los humanos.
Lo que hay que tener claro es que estos robots, hasta el momento son simplemente criaturas artificiales, máquinas, autómatas sin alma, dotados en su mayoría de inteligencia artificial, proporcionada por humanos y que en la actualidad son miles y miles las personas que pueden considerarse cyborgs (humanos con piezas robóticas), corazones, manos, arterias y muchas otras funciones, que en ningún caso proporcionan inmortalidad, pero que mejoran nuestra calidad de vida.
La clonación y la ingeniería genética dejaron de ser especulaciones literarias y posiblemente en el futuro Frankestein dejará de ser una ficción.
Solo debemos esperar que en los próximos años los científicos y los gobernantes despejen las grandes incógnitas.
¿Existe la posibilidad de que una máquina se convierta en un ser vivo?, ¿Tendrán los robots sentimiento y conciencia? ¿Conseguirá la humanidad inmortalidad como consecuencia de los avances tecnológicos? Seremos reemplazados por los robots y los androides..?
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