LOS PAPAS DE LA INQUISICION. Parte 2.-
“Durante años os he predicado, implorado y llorado para que salgáis del pecado. Pero donde fracase la bendición, prevalecerá la vara. Ahora hago un llamamiento a los prelados para que aúnen sus fuerzas y hagan que muchos muráis a golpe de espada, arruinen vuestras torres, destrocen muros y reduzcan a todos los pecadores a la servidumbre. La fuerza de la vara prevalecerá cuando la dulzura no haya conseguido nada”. (Santo) Domingo de Guzmán.
Una de las singularidades de la Iglesia Católica es su doble discurso, esa habilidad maestra para disfrazar sus conductas y desatinos más bullados y convertir sus derrotas en victorias. Cualquiera otra institución, incluso con menos antecedentes criminales como registra en su largo curriculo la actividad vaticana, ya habría sucumbido a la presión social y moral de los grandes poderes fácticos, de gobiernos y de sus críticos más acerbos.
Sin embargo esta iglesia inquisidora, como los corchos, se hunde una y otra vez en los torbellinos de agua, pero vuelve a reflotar, desafiante, impávida, bajo otra máscara, poniendo la otra mejilla, mostrando nuevas facetas o intentando reescribir la historia, para tornarla a su favor.
Ahí está el caso de Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Predicadores o Dominicos. Fue el Primer Inquisidor General de la Historia, responsable directo de todos los crímenes, los abusos y brutales métodos de tortura de los inquisidores bajo sus órdenes (arriba, presidiendo el Auto de Fe, según el famoso cuadro de Pedro Berruguete, Museo del Prado).
No obstante ello, fue canonizado por Gregorio IX en 1234, es decir, premiado por su labor represiva contra la herejía, que son hechos que trajeron gran dolor a millones de personas y que la humanidad ha reconocido como uno de los crímenes magnos en detrimento de los derechos inalienables del ser humano, comparable solo con el magnicidio nazi. Pero el Papa Gregorio, insensible a esta tragedia en la oportunidad dijo: "De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo".
Más aún, en su biografía no aparece una línea de estos luctuosos sucesos, de los varios años que pasó este Santo católico asesinando inocentes; de los miles de personas que envió a la horca, hizo empalar, torturó y mandó a la hoguera. No da cuenta esta biografía que en el sitio de Toulouse, entre otros ataques a mansalva, los Cruzados dirigidos por Domingo de Guzmán, quemaron a sesenta cristianos cátaros en la Hoguera Santa ese día, los cuales no eran soldados, sino familias de seres asustados, mujeres y sus hijos pequeños, los abuelos, los hombres de la casa, ni que tanto el mismo como sus subalternos, por la ferocidad y brutalidad de sus ataques mortales contra miles de inocentes, fueron bautizados por el pueblo como los “Domini canes”, "los perros del señor".
Como dijo Richard Leigh, en su libro La Inquisición, (año 1999): “Pocos Santos pueden haber tenido tanta sangre en sus manos”.Juana de Arco, llamada la doncella de Orleans, de quien muchos conocemos su historia, fue juzgada en una corte eclesiástica por la Inquisición bajo la acusación de brujería, por declarar que escuchaba voces de santos a quienes veneraba. Sus interrogadores decían que esta voz era del diablo. Fue declarada culpable de herejía y hechicería, condenada y quemada en una hoguera. Tenía tan solo diecinueve años de edad. En el momento en que su vestimenta fue totalmente consumida por el fuego, el verdugo apagó las llamas durante unos minutos, para que la multitud contemplara su cuerpo desnudo, de bruja.
Veinticuatro años más tarde, el Papa Calixto III, ante la crítica persistente de todas las sociedades se vio en la necesidad de revisar la decisión de aquella corte eclesiástica y ¡Oooh sorpresa!, encontraron que había fallado la infalibilidad de la iglesia y esta vez los jueces la encontraron inocente. Y no solo eso, la declararon mártir por lo que fue beatificada en 1909 y canonizada rápidamente en 1920, año en que Francia la proclamó su patrona.
Con ello, la iglesia mañosamente cerraba el paso a las objeciones de su barbárico acto y abría un nuevo capítulo; ahora Juana ya no era hereje, era parte de la iglesia..., una querida mujer mártir, una mujer amada. Y así sería conocida por las generaciones venideras.
Si algo hay que reconocerle a la iglesia, es esa tozudez en sus designios, su caradura, su tupé para deslindar responsabilidades y eludir su autoría o justificarse, achacando sus reprobables conductas a los demás, al destino, a las circunstancias ambientales, a la época histórica. Y si eso no es suficiente; a los designios divinos, a las profecías, al Nuevo o Antiguo Testamento, al demonio maldito. Aún así, tiene otros recursos: la infalibilidad papal, la fe, los autos doctrinales, porque según asegura, tiene un origen divino por lo que nunca se equivoca, en cambio los demás, carecen de este privilegio y por lo tanto son ellos los que yerran.
No en vano nacieron con nuestra era, recogieron del paganismo todo lo novedoso; copiaron de otras religiones lo más sustancial: las mejores tradiciones, el ropaje ceremonial , sus ritos ancestrales, sus fiestas y días de guardar, la historia sagrada de sus divinidades. Destruyeron sus templos y encima levantaron sus iglesias. Eliminaron a sangre y fuego la competencia para imponer su Dios, rigieron al mundo por centenas de años, impusieron su calendario, sus santorales, sus creencias y rituales a los estados antiguos y modernos.
Tuvieron los más grandes ejércitos que recuerda la historia, emprendieron las cruzadas más demenciales y sangrientas nunca vistas, asesinaron legiones de seres humanos, sin importar credo, raza o locación. Pusieron de rodillas a los monarcas y los incitaron a las conquistas de otras tierras, siempre buscando el poder y la propagación de su credo y desde luego, el oro, la riqueza de estas civilizaciones, que se agenciaron.
Llevaron su fe por todo el mundo con las conquistas e hicieron el trabajo que saben realizar. Consiguieron hacer desaparecer no menos de cien millones de aborígenes del Nuevo Mundo, por ser desafectos al verdadero Dios Católico, al extremo que la mayoría de estas etnias desaparecieron totalmente, sin que quede ni un solo representante. Otras, más afortunadas, lograron salvar algunas decenas de miles y hoy constituyen las minorías segregadas, empobrecidas y despojadas, de su orgullo, de sus dioses y tradiciones, de la tierra y sus bienes que nunca más recuperaron.
Pero sin duda, otro de los factores de su supervivencia, son sus agentes externos, verdaderas corporaciones de sujetos enquistados en las cúpulas más selectas de la sociedad y a su vez los más conservadores y fundamentalistas, los "duros". Los detentadores de las misiones que los hombres de iglesia no pueden cumplir, los ayudistas, los facilitadores y los cómplices de sus complots, los encubridores de la creación de riqueza y manejo de los negocios sucios y materiales; los cerebros de las relaciones públicas, propaganda y proselitismo, los señorones encargados de cautelar incólumes las tradiciones que no deben ser vinculadas al papado. Los núcleos de poderosos hombres de negocios, políticos, magistrados, intelectuales y educadores, con la misión de usar sus áreas de influencia para la propagación y primacía del poder vaticano.
Estas Órdenes, muy similares a las Logias masónicas en su estructura y secretismo son las encargadas de defender los postulados cristianos y los valores del catolicismo amenazados por los infieles, los ateos, los masones, los endemoniados y los herejes. Constituyen el brazo armado e incondicional del Vaticano y el instrumento de penetración más efectiva en la sociedad de cualquier nación.
Sus integrantes tienen reconocimiento oficial como dignatarios de la iglesia católica y su influencia y autoridad a veces supera la del Cuerpo de Cardenales, la opinión de sus Obispos o el clamor de sus fieles.
El gran público ya los conoce, son esos curiosos personajes del Opus Dei, de los Caballeros de Colón, de la Orden del Santo Sepulcro , los Legionarios de Cristo y muchos otros cuerpos de cruzados, de caballería y religiosos que tienen el mismo fin; recaudar fondos, difundir el catolicismo, defender a la iglesia y la fe. Su listado podemos encontrarlo en esta página de Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Orden_militar#.C3.93rdenes_militares
Hay mucho que decir de estas organizaciones, que suman cientos y que tienen la capacidad de movilizar millones de personas a la sola orden del Papa, para formar opinión, para impedir que los gobiernos progresistas coloquen leyes como el divorcio; la eutanasia; el control de la natalidad; los métodos anticonceptivos, la píldora del día después, la interrupción del embarazo o el uso del condón en las agendas legislativas. Es decir, los mismos tabúes oscurantistas y retrógrados por los cuales la iglesia eliminó tantas mujeres por medio de la hoguera y persiguió como brujas a las parteras y comadronas en todo el período de la inquisición.
De todos los documentos apócrifos y falsificados por la Iglesia Católica a través de sus dignatarios, se destaca por su importancia histórica, el famoso decreto llamado “La Donación de Constantino”, presentado recién en el siglo XVIII , por el Papa Esteban II a los reyes y gobernantes del mundo, como redactado por el propio Emperador Constantino (+337) en las postrimerías de su vida y que según el prelado, constituía su última y santa voluntad, que debía ser acatada por todo el mundo cristiano unificado en el Imperio Romano.
Recordemos que Constantino representaba el nacimiento del sistema de monarquía absoluta, hereditaria y por derecho divino, copiada después por el catolicismo para imitar su poder terrenal. El emperador era rey y representante de Dios en la tierra y su poder era autocrático.
También, que fue bautizado como cristiano en su lecho de muerte por Eusebio de Nicomedia, Obispo Arriano, doctrina cristiana según la cual Cristo era la primera criatura creada por Dios, pero no era Dios en si mismo. Una vez que la Iglesia definió el dogma de la divinidad del HIJO y posteriormente, de la Trinidad, el arrianismo fue condenado como una herejía.
Fue Constantino el primer emperador romano pagano, que permitió el libre culto a los cristianos mediante el edicto de la tolerancia en el año 313. Y no solo eso, sino que convocó al Primer Concilio Ecuménico (Universal) de Nicea, el 20 de mayo al 25 de julio de 325), para terminar con algunos de los problemas doctrinales que infectaban las Iglesias de los primeros siglos. En ese entonces Constantino practicaba la religión pagana, que era mayoritaria.
Como Emperador de todo el mundo conocido, él presidió este Concilio y se considera el creador del catolicismo tal como lo conocemos, que nació de su deseo de unificar las religiones existentes que le producían divisionismos y problemas políticos a través del imperio y que se forjó bajo su estricta égida, como una mezcla de elementos paganos y cristianos, para conformar las distintas ideologías representadas. Este Concilio de Nicea, 325 de la era cristiana, que tuvo profundas disidencias antes de ponerse de acuerdo, fue quien determinó la elección de los cuatro evangelios actuales, según San Mateo, según San marcos, según San Lucas y según San Juan, de entre los otros numerosos libros y evangelios existentes, por razones políticas que señaló Constantino, y que incorporó además los grandes temas de: la trinidad, la filiación divina de Cristo, el pecado original y la expiación. El Papa Silvestre I no asistió a este Concilio.
Tampoco debe olvidarse, que durante el primer milenio cristiano, todos los Concilios Ecuménicos, ocho en total, se realizaron por iniciativa de los Emperadores de Bizancio o Constantinopla y tuvieron sede en el oriente y que también el símbolo niceno, el Credo, fue elaborado allí palabra por palabra, sin ninguna intervención del Obispo de Roma.
Constantino es reconocido por su falta de piedad. Pueblos enteros fueron masacrados por su orden directa. Ejecutó a su cuñado Licinio, Emperador Romano Oriental por estrangulación en 325. En 326 ejecutó a su hijo mayor Crispo y unos meses después a su segunda esposa Fausta. Luego se arrepintió y vivió atormentado por la muerte de Crispo hasta que fue bautizado, ya que viejo y enfermo, creyó en lo que le prometieron, que “esta ceremonia lavaría sus pecados”.
Constantino es considerado "modelo de la virtud y santidad cristiana" según Lactancio y la Iglesia. Fue llamado “El Grande” por los historiadores cristianos y es reconocido como uno de los Santos Mayores de la Iglesia Ortodoxa.
Esta criminal falsificación de la Donación de Constantino por la Iglesia, conocida también como “Constitutium Constantini” o “Privilegium Sanctae Romanae Ecclesiae” y fechada el 30 de marzo del año 315, elaborada por designio del Papa Esteban II ,( 752-757) fue la “jugada maestra” del Vaticano para presionar y chantajear al rey Franco Pepino y su hijo Carlomagno y forzar una alianza militar con la Iglesia para combatir a los Longobardos, que amenazaban las riquezas y poder del Papa romano. Tras la derrota de los Longobardos, el rey Pepino, convencido al igual que todos los monarcas europeos, por el engaño de que Esteban II era el sucesor de San Pedro y del Emperador Constantino, devolvió a la Iglesia Católica todas las tierras "que por derecho le pertenecían", y que se detallaban en dicho documento.
Este texto de tardía aparición, considerado uno de los documentos falsificados de la Iglesia Católica que más rentabilidad le ha aportado a través de la historia, en una de sus partes decía: “…en tanto más cuanto que nuestro poder imperial es terrenal, venimos en decretar a que su santísima Iglesia romana será venerada y reverenciada y que la sagrada sede del bienaventurado Pedro será gloriosamente exaltada aun por encima de nuestro Imperio y su trono terreno. Dicha sede regirá las cuatro principales de Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, del mismo modo que a todas las iglesias de Dios de todo el mundo. (...) Finalmente, hacemos saber que transferimos a Silvestre, Papa Universal, nuestro palacio así como todas las provincias, palacios y distritos de la ciudad de Roma e Italia como asimismo de las regiones de Occidente”.
Mediante este engaño de nivel mundial, la Iglesia Católica acumuló un patrimonio y un poder tan inmenso que aún hoy viven de las rentas de aquel magno e infame delito, que dio origen a la Iglesia-Estado.
El texto más antiguo que se conoce de esta Donación figura en los manuscritos de las Decretales seudo Isidorianas (c.850), pero no fue usado públicamente hasta el siglo XI, cuando ya todos lo daban por auténtico pese a que bien pocos lo habían visto.
El Papa León IX, (1049-1054), en sus escritos, citó amplios pasajes de la falsa Donación para justificar el primado del obispo de Roma, pero no fue sino con el Papa Gregorio VII, (1073-1085), que la doctrina jurídica diseñada por el engaño pasa a ser una base fundamental del derecho canónico. Los Papas posteriores, como Urbano II, (1088-1099), Inocencio III, (1198-1216), Gregorio IX, (1492-1503), lo emplearon con gran fuerza y mayor descaro para imponerse a príncipes, anexionarse territorios, títulos nobiliarios, comarcas etc. en casi todos los países y reinos europeos.
Según estos datos, recogidos del estupendo trabajo de investigación de Primitivo Martínez Fernández, en su libro “La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia”, Gregorio VII, usando este documento apócrifo, escribe una carta a todos los príncipes y nobles que quieran viajar a España estimulandolos a recuperar aquellas tierras de manos de infieles y sarracenos y devolverlas a su legítimo propietario, San Pedro, es decir, al Papa, que era la forma vaticana de reunir los soldados voluntarios, generalmente mercenarios y criminales, para la Cruzada Santa, que financiaban los reinos y los gentilhombres adinerados, para obtener la salvación de su alma y el botín de guerra consistente en tierras, castillos, hacienda, siervos y fortuna propiedad del enemigo. Y en el caso de los criminales, perdón de sus pecados por el papado, condonación de sus condenas por el rey y su oportunidad de saquear, violar y matar bajo la bendición de Dios, el Rey y el Papa.
“No se nos oculta, dice la carta, que el Reino de España, desde antiguo, fue de la jurisdicción de San Pedro, y aunque ese territorio ha estado ocupado tanto tiempo por los paganos, pertenece todavía por la ley de justicia a la Santa Sede Apostólica solamente, y no a otro mortal cualquiera"
En otra carta dirigida al rey de Castilla y León Alfonso VI, el Papa advierte que el Dios Omnipotente ha dado a Pedro y a sus sucesores "todos los principados y las potestades de la tierra".
El Emperador de Alemania Otón III, 983-1002, sabedor del engaño, denunció su falsedad ante el Papa Silvestre II, declarándolo nulo y dejándolo sin efecto. En su documento, 1001, tras denunciar y repudiar la corrupción y malversación de riquezas que había caracterizado al Papado, dice que los Papas: "torcieron las leyes pontificias y humillaron a la Iglesia romana y algunos Papas fueron tan lejos que hasta pretendieron la mayor parte de nuestro imperio.
No preguntaban por lo que habían perdido por su propia culpa, ni se preocuparon por cuanto habían dilapidado en su locura, sino que habiendo dispersado a todos los vientos, por propia culpa, sus posesiones, descargaron su culpa sobre nuestro imperio y pretendieron la propiedad ajena, a saber, nuestra propiedad y la de nuestro imperio. Son mentiras inventadas por ellos mismos (ab illis ipsis inventa) y entre ellos el diácono Juan, por sobrenombre Dedo-cortado, que redactó un documento con letras de oro y fingió una larga mentira bajo el nombre de Constantino el Grande (sub titulo magni Constantini longi mendacii tempora finxit)".
La falsedad fue descubierta también por el secretario pontificio y canónigo de Letrán, Laurenzio Vall, en 1440, pero no lo hizo público por miedo a la venganza del Papa; salió a la luz pública en el 1519, el mismo año en que Martín Lutero criticó con dureza el descarado negocio pontificio de las indulgencias.
La Iglesia, con su cínica política oportunista, defendió la autenticidad del documento hasta el siglo XIX, abandonando ese empeño presionada por los jefes de la naciones europeas, hartos ya de las extorsiones del Vaticano.
En este falso documento apoyó la creación de su Estado Pontificio (propiedades exigidas por el Vaticano a todos los reinos europeos, en general comarcas dentro de estos países bajo gobierno papal, con la amenaza de que si no se otorgaba, los ejércitos vaticanos, conquistarían y anexarían todo el país) y de su Primado, (la autoridad de ser la Iglesia Universal con el Papa representante de Dios en la tierra). Pero, para no perder la tradición, la Iglesia no pidió perdón por las riquezas hurtadas ni manifestó deseos de devolverlas ni de aclarar el asunto del Primado, que desde ese momento pasó a ser un título simbólico privado de jurisdicción, todo ello en contra de sus normas morales que en estos casos, por una especie de amnesia repetitiva, olvida para siempre.
Bonifacio VIII, con el Documento de la Donación y el auxilio del derecho romano, se convierte en Jefe de Estado y para expresarlo en símbolos, añade una tercera corona a su tiara, que había hecho su aparición también en el siglo XIII, para simbolizar el poder temporal. Antes, la tiara tenía una sola corona y luego dos, que, como las dos llaves, simbolizan el doble poder: el de orden y el de jurisdicción de los obispos.
Bonifacio VIII, se siente imbuido de un poder autoritario, como el de Felipe el Hermoso o el mismo Emperador Justiniano y en su persona fusiona el poder mundial absoluto: el religioso y el político. Este último en su propio Estado, El Vaticano.
Decíamos, que esta es una de las tantas falsificaciones y escándalos del catolicismo. Cito aquí un trozo de texto del extraordinario libro “La Biografía no autorizada del Vaticano”, del escritor y periodista Santiago Camacho, quien nos ilustra sobre otras falsificaciones papales.
“El poder de los papas era tal que fueron capaces de destronar a reyes y emperadores, o bien obligarles a usar su poder secular para hacer cumplir la Inquisición, que era conducida por sacerdotes y monjes católicos. La culminación de esta escalada de poder absoluto ocurrió en 1870, cuando el papa fue declarado infalible. Lo que la mayoría de la gente no sabía, y aún hoy desconoce, es que este proceso fue influido por documentos falsificados elaborados para alterar la percepción que los cristianos tenían de la historia del papado y de la Iglesia. Una de las falsificaciones más famosas son los Falsos decretos de Isidoro, escritos alrededor de 845. Se trata de 115 documentos supuestamente escritos por los primeros papas.
LA CASA DE LAS FALSIFICACIONES
Sobre la falsedad de estos textos no existen dudas y la propia Enciclopedia Católica admite que son falsificaciones, aunque en cierto sentido los disculpa. Dice que el objetivo del engaño era permitir a la Iglesia ser independiente del poder secular, e impedir al laicado gobernar la Iglesia, lo que dicho claramente no es otra cosa que aumentar el poder del papa. Más grave, si cabe, que la alteración de documentos era la manipulación de documentos existentes a los que se añadía material según la conveniencia del papa de turno. Esto era muy sencillo, en especial en la época en que para la preservación de los documentos se dependía exclusivamente del trabajo de copistas y bibliotecarios, que, en su totalidad, eran clérigos.
Una de estas manipulaciones es una carta que ha sido atribuida falsamente a san Ambrosio, en la que se hizo afirmar al santo que si una persona no está de acuerdo con la Santa Sede puede ser considerada hereje. Este tipo de cosas ocurría con tanta frecuencia que los cristianos ortodoxos griegos se referían a Roma como «la casa de las falsificaciones». No es de extrañar: durante trescientos años los papas romanos utilizaron este tipo de añagazas para reclamar autoridad sobre la Iglesia en Oriente. El rechazo de estos documentos por parte del patriarca de Constantinopla culminó con la separación de la Iglesia ortodoxa.
Hoy día aún permanecen vigentes muchos de aquellos errores. El Decretum gratiani, una de las bases del derecho canónico, contiene numerosas citas de documentos de dudosa autenticidad. Pero no es el único texto de capital importancia en la historia de la Iglesia cuyas fuentes son harto discutibles. En el siglo XIII, Tomás de Aquino escribió la Summa Theologica y otras obras que se cuentan entre las más trascendentes de la teología cristiana. El problema es que Aquino utilizó el Decretum y otros documentos contaminados pensando que eran genuinos".
El descubrimiento de la falsificación de la Donación de Constantino, que se usó para que los reinos aceptaran las bases del poder temporal del Papado en la tierra, fue reexaminado en el siglo XV donde nuevos expertos en filología demostraron la falsedad del documento. Tan escandaloso, espurio e inmoral proceder, sumado a las otras falsificaciones que se han podido establecer, ha sido señalado por diversos estudiosos como la raíz de la decadencia sostenida de la Iglesia Católica.
En esta misma línea de accionar del poder vaticano, ya conocido por lo reiterativo, se encuentra el intento de lavar imagen respecto al inaudito juicio de la inquisición al científico Galileo Galilei en 1633, juzgado por sus trabajos de investigación volcados en su libro “Diálogos de Galileo sobre los grandes sistemas del mundo”, donde entre otras muchas otras teorías, que le valieron en la posteridad ser considerado el padre de la ciencia, de la física y de la astronomía moderna, defendía que el sol era el centro del mundo y que la tierra tenía movimiento.
El tiempo ha dado la razón a los jesuitas, que sostuvieron que Galileo había hecho más daño a la Iglesia Romana que Lutero y Calvino juntos. Ello, porque allí se confrontaron dos mundos distintos, el de la ignorancia dogmática y la del hombre libre pensador, con la mente abierta a las oportunidades de descubrir la verdad mediante el método científico.
La Inquisición persiguió, prohibió y asesinó a muchos intelectuales bajo los mismos cargos que hizo a Galileo, pero nunca la sombra de la injusticia y la reprobación pública fue tan poderosa y persistente como con este hombre pacífico, dedicado a las ciencias, que abrió con sus ideas un nuevo mundo de esperanzas y de claridad respecto de las metas de la humanidad.
Nadie como él había creado las herramientas ni las líneas del pensamiento puro capaz de viajar por el espacio y conocer los fenómenos del cielo, vedados para el hombre hasta entonces. De paso, abrió la brecha del embuste bíblico, desmitificó el cielo como territorio de los dioses, de los ángeles y los arcángeles de grandes alas, los demonios y los feroces dragones voladores, que ya nunca más pudieron situarse allá arriba como aseguraba torpemente la santa iglesia.
Ahora, transitan por allí los aviones, los helicópteros y los cohetes propulsados por energía atómica. El rayo y la tormenta no eran castigos divinos y los planetas tenían leyes que afectaban la madre tierra, sus mareas y sus estaciones, sin necesidad de oraciones y autoflagelaciones físicas ni morales, ni tampoco sacrificios humanos, para satisfacer a ese dios cruel y vengativo, celoso e iracundo, asesino de pueblos, bajo cuya concepción solo se habían cometido trasgresiones y que la ambición ilimitada y vanidosa del hombre quería imitar, con entes que pretendían ser sus sucesores, sus hijos amados, sus representantes en quienes este hacedor había depositado su confianza y su poder divino.
Lejos habían quedado los tiempos en que el vulgo oprimido y privado de instrucción, sometido al poder feudal y al chantaje espiritual de la poderosa iglesia, con sus penitencias como limosnas dominicales y amenaza de excomunión, creía en los delirios papales como el de Inocencio III, quién dejó para la posteridad un mensaje que hoy resulta, por decir lo menos, incongruente y francamente ridículo.
«El señor concedió a Pedro», decía, «no sólo el gobierno de la Iglesia, sino del mundo. Ahora podéis ver quién es el servidor que es puesto sobre la familia del Señor; verdaderamente es el vicario de Jesucristo, el sucesor de Pedro, el Cristo del Señor; puesto entre Dios y el hombre, de este lado de Dios, pero más allá del hombre; menos que Dios, pero más que el hombre; quien juzga a todos, pero no es juzgado por nadie».
La insensatez de la iglesia inquisitorial, con el juicio a Galileo, había roto las cadenas del hombre común, que había abrazado a Dios porque lo sentía en su alma. Ahora tenía elementos de juicio, que le indicaban que Dios no podía ser tan cruel, tan malvado, tan ilógico, tan ignorante y tan dogmático, como aquellos que se habían apropiado de su culto.
Casi un siglo antes, en 1541, el cretense Doménikos Theotokópoulos, conocido como El Greco, popular por su obra de temática religiosa desplegada en Toledo en la que predominaban alargadas figuras manieristas, fue interrogado por la Inquisición debido a que en sus pinturas las alas de los ángeles no eran congruentes con las normas del decoro, esto es, no correspondían con las medidas que presuntamente describía la Biblia. Se le inculpaba de “transgredir la conveniencia armónica que clásicos como Horacio en su Ars poética o Vitrubio en su obra arquitectónica habían elevado a principio o axioma artístico”.
Como muestra el cuadro, estas alas de los angeles fueron encontradas muy cortas y feas por los puritanos inquisidores, poco aptas para volar.
Este y otros esperpénticos juicios del circo inquisitorial no pasaron a mayores y a pesar de haber provocado grave inquietud y retraso cultural en el ambiente artístico y científico, por las persecuciones necias de estos monjes legos y soberbios, ya nadie los menciona, pero ese no fue el caso del juicio a Galileo.
Recomiendo a los lectores, leer en este mismo blog el artículo titulado “Y sin embargo se mueve… para que no lo olvides”, que escribí con fecha 21 de Abril de 2007. Allí publico las partes principales del juicio original llevado contra Galileo. Vale la pena leerlo para entronizarse en la atmósfera siniestra y ominosa del pensamiento del Papado medieval, dado que muchos escritos que circulan en la red, sea porque sus autores no conocen este juicio o intencionadamente, distorsionan el fondo y la forma y por ende la verdad, en su afán de servilismo hacia el dogma católico.
La acusación del inquisidor, que ya contenía la condena, porque jamás existió en estos procesos ningún atisbo de legítima defensa, empezaba como sigue: “La proposición de que el sol es el centro del mundo y no se mueve de su lugar, es absurda y falsa filosóficamente y formalmente herética, porque es en forma expresa contraria a las Sagradas Escrituras.
La proposición de que la tierra no es el centro del mundo e inmóvil, sino que se mueve –y también con movimiento diurno- es igualmente absurda y falsa filosóficamente y considerada teológicamente, cuando menos, errónea de fe.”
“Y con el fin de que tan perniciosa doctrina pudiera ser extirpada por completo y no se instaure más con grave perjuicio para la verdad católica, fue expedido un Decreto por la Sagrada Congregación del INDEX prohibiendo el libro que trata semejante doctrina y declarando esta falsa y totalmente opuesta a las Sagradas Escrituras”.
(¿Dónde encontramos hoy día esas anacrónicas y demostradamente falsas afirmaciones bíblicas en que se basaban estos despistados inquisidores? ¿Cuándo desaparecieron de la Biblia y como es que tampoco la iglesia se ha disculpado por difundir falsedades?)
Galileo fue condenado a prisión perpetua en las cárceles de la Inquisición, cambiada más tarde, por su edad y enfermedad a confinamiento domiciliario, hasta su muerte y se le exigió, salvo ser considerado hereje y por lo tanto quemado en la hoguera que desmintiera su teoría. Tuvo que abjurar, maldecir y detestar su error de creer que la tierra tenía movimiento.
De allí su frase, entre murmullos, “Y sin embargo se mueve”.
Este juicio, clavado como una espina en el corazón vaticano, debió esperar mas de trescientos cincuenta años, para que un Papa, Juan Pablo II, más intuitivo y contemporizador de quienes le antecedieron, hiciera un intento de pedir perdón por los errores que hubieran cometido los hombres de la Iglesia a lo largo de la historia, así como por haber dejado de hacer el bien necesario en favor de judíos y otras minorías perseguidas. En una carta enviada a los Cardenales católicos, exhortó a la Iglesia a reconocer los errores cometidos “por sus hombres, en su nombre” y la anima a arrepentirse.
En el caso Galileo propuso una revisión honrada y sin prejuicios en 1979, pero esta indicación del Papa no fue escuchada, dado que la comisión que nombró al efecto en 1981 y que dio por concluidos sus trabajos en 1992, repitió una vez más la vieja monserga de la iglesia, que Galileo carecía de argumentos científicos para demostrar el heliocentrismo y sostuvo la inocencia de la Iglesia como institución y la obligación de Galileo de prestarle obediencia y reconocer su Magisterio, justificando la condena y negándose este pedido del Papa de rehabilitación.
Por lo tanto, no existe este perdón institucional de la iglesia Católica. No se llegó a formular. Solo permanece la palabra e intención de este Papa pidiendo un pronunciamiento que no se concretó. Al revés, no solo esta comisión no elevó ninguna proposición de disculpa pública DURANTE TRECE AÑOS al Papa Juan Pablo II, que como dice la canción "se murió esperando", sino, que al cabo de este tiempo salió con otra agenda, más ampliada.
La Comisión ya no se pronunciaría sobre el juicio a Galileo, sino que lo haría sobre todo el período de la Inquisición. Ello, con gran difusión pública y prensa mundial, anunciando que se haría un simposio de alto nivel, auspiciado por el Vaticano, de 30 expertos "de prestigio internacional", el cual estaría moderado por el profesor de Historia en la Universidad de Roma "La Sapienza" y director del Instituto Italiano de Estudios Ibéricos Agostino Borromeo .
Este profesor, editor también de la obra publicada por la Biblioteca vaticana sobre el análisis del Simposio y además docente de historia en varias universidades católicas de Roma, explica en esta entrevista, que aparece en la dirección electrónica que damos a continuación, cuyo contexto pasaremos a comentar, el significado del trabajo a la luz de la petición de perdón llevada a cabo por el Papa durante el Jubileo del año 2000. http://www.fluvium.org/textos/cultura/cul115.htm
Lo más seguro es que Juan Pablo supo que esta negativa de la iglesia a pedir perdón sobre el caso Galileo, iba a ocurrir. El, mejor que nadie, sabía el pensamiento mayoritario de la iglesia, su intransigencia y testarudez para reconocer sus errores del pasado. Pero también debió haber considerado que este intento sería una gran oportunidad de replantear el punto de vista de la iglesia y que la palabra perdón, sería interpretada por la gente común, como así ocurrió, como un gesto de buena voluntad del catolicismo para cerrar un ciclo penoso para los fieles.
Este mentado Magisterio de la iglesia que se menciona, y que Galileo no habría respetado, corresponde a esa megalomanía del vaticano de creer que la Iglesia puede controlar la vida de las gentes, vetar sus ideas, asesinarlas si no obedecen. Ese supuesto poder mesiánico heredado, es otro galimatías hecho a la medida de los cortos de entendimiento y para aquellos fundamentalistas que no usan la razón sino la fe para evaluar los hechos.
Según el diccionario “Megalomanía es un estado psicopatológico caracterizado por los delirios de grandeza, poder, riqueza u omnipotencia -a menudo el término se asocia a una obsesión compulsiva por tener el control”. Es un término muy interesante. Calza tan bien con lo que es la Iglesia Católica, que hace pensar si no fue creado pensando en ella.
Este "magisterio", se basa en los anacrónicos “Ejercicios espirituales” de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (jesuitas), quien siendo militar es herido por una bala de cañón que pasa por entre sus piernas. En la historia no se dice exactamente que daños produjo este proyectil entre sus piernas y partes íntimas, pero el hecho es que sale mal herido y cojo. Tanto lo afecta este hecho física y anímicamente, que deja el ejército y se retira de toda actividad mundana. Se esconde en una cueva y allí medita por largo tiempo. (Quizás de allí, viene el antiguo adagio popular que dice que no hay cojo bueno.)
De esas sesudas reflexiones en la cueva, sale esta frase para el bronce, convertida en doctrina por la Iglesia para reforzar las endebles motivaciones que existían, para declarar la infalibilidad Papal. Pongan atención, por que es de tal profundidad, que cualquiera queda confuso.
Loyola escribió esta joya literaria: “Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra Santa Madre Iglesia”.
Más claro echarle agua. Si la iglesia dice que es de noche siendo pleno día, los creyentes tienen que decir que es noche. Si no lo hacen, faltan a su deber de fieles católicos. Como bien dice un amigo mío: “una imbecilidad con patas”. Pero, aunque a alguien pudiera parecerle increíble, estas frases hilvanadas planteando un absurdo, que no es el único del ramillete de estos “ejercicios espirituales”, que quizás no eran más que la letra de una canción, o delirios del anacoreta, fueron consideradas con el tiempo preciosas para el Vaticano. Por supuesto Ignacio es ahora Santo católico.
Pero Volvamos al Simposio. En el tiempo en que funcionó esta comisión, que como vemos se demoró bastante en no decir absolutamente nada, era Prefecto de la Inquisición, bajo el nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe, el ya famoso e intolerante y en su juventud brigadista nazi Cardenal Ratzinger, ahora controvertido Papa, quién en 1990 declaró al respecto : “En la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo”.
Con razón, el teológo suizo Hans Küng, quién ha criticado ácidamente al Papa, por sus varias declaraciones extemporáneas y decisiones impopulares para el catolicismo, le ha pedido públicamente que renuncie al papado, para que la iglesia pueda avanzar y no seguir retrocediendo. http://www.psicofxp.com/articulos/filosofia/840432-la-iglesia-catolica-una-secta.html
Ya el cardenal Cottier, el teólogo de la Casa Pontificia, días antes de famoso Simposio de expertos en la Inquisición, nos orientaba como iba a ser esta farsa de perdón con un atraso de cuatro siglos que se trataría en estas jornadas: dejó en claro que «una petición de perdón sólo puede afectar a hechos verdaderos y reconocidos objetivamente. No se pide perdón por algunas imágenes difundidas a la opinión pública, que forman parte más del mito que de la realidad».
En otras palabras, esta autoridad eclesiástica, “experto también”, de “pensamiento libre e independiente” evidentemente, como se supone debían ser los convocados, anticipaba que otra vez veríamos textos retocados y “corregidos” por los eficientes falsificadores del Vaticano, confeccionados a la medida de sus explicaciones.
Esto era claramente perceptible por las cifras anticipadas por el “historiador” Agostino Borromeo, coordinador de la edición de las Actas del Simposio Internacional sobre la Inquisición. Muy suelto de cuerpo este declaraba: “Los acusados condenados a muerte fueron del 1,8%, y de ellos el 1,7% fueron condenados en contumacia, es decir, no pudieron ser ajusticiados por estar en paradero desconocido; en su lugar se quemaba o ahorcaba a muñecos»
¿Impresionante no? Hagamos la operación aritmética: 1,8 - 1,7 = 0,1%.- Ese es el porcentaje que entregaron estos ilustrados expertos de los casos de penas de muerte, una décima de porcentaje, según estos experimentados estudiosos, fueron los condenados a muerte en la inquisición. LA NADA MISMA.
Hay que decir, para que entendamos como viene este cuento, que este caballero don Agostino Borromeo, era en esa fecha y debe seguir siendo el Gran Maestre de la Orden de los Caballeros del Santo Sepulcro, poderosa entidad de la iglesia que es la más antigua de las Ordenes de Caballería, cuya misión es conservar la fe en oriente, tiene como superior solamente dentro de la institución a un Cardenal, que es nombrado expresamente por el Papa. En consecuencia tampoco es un participante independiente ni libre en este Simposio, que pretende ser transparente, sino otro infiltrado del Vaticano para el montaje largamente planificado de desvirtuar con este show, la verdad histórica de los sucesos narrados en el medioevo, donde por supuesto, "la inteligencia vaticana", como lo estaban haciendo en este caso del simposio, buscaron todos los subterfugios a su alcance para torcerle la nariz a la verdad. Les dejo la dirección de esta benemérita Orden ultra conservadora del Vaticano. http://www.psicofxp.com/articulos/filosofia/840432-la-iglesia-catolica-una-secta.html
Don Agostino nos dice, con gran desfachatez, que prácticamente la Inquisición fue una especie de juego de niños, un divertimento donde nadie salió dañado y que esos hombres buenos de los inquisidores, para que el jueguito resultase entretenido, quemaban o ahorcaban a muñecos.
No explica este sabio hombre, si estos muñecos eran comprados en el comercio o los hacían las monjitas en los conventos ni tampoco, como es que este golpe noticioso que anunció, no se supo durante cuatrocientos años.
Otra de Borromeo: “El recurso a la tortura y a la pena de muerte fue menos frecuente de lo que se piensa. Muchas veces las penas eran de carácter espiritual: penitencias, peregrinaciones, etc.
¡Menos mal, que no dijo que entre las penalidades estaba hacer 50 tiburones y jugar a las bolitas!
Otras cifras entregadas como resultado de “este profundo examen de la inquisición por estos expertos internacionales, fue que: “Las tres inquisiciones condenaron, durante los tres siglos sobre los que hay documentación fidedigna, un total de 4 brujas en Portugal, 59 en España y 36 en Italia”.
¡Asombroso!, ¿que pasaría en Portugal que solo pudieron matar a cuatro brujas? Me imagino que a esos curas domínicos a lo menos los habrán dejado sin postre.
Otra curiosidad de este evento del Vaticano, que se anunciaba en enero de 1998, a todo bombo, como si se tratase de un favor relevante de la iglesia hacia la sociedad, fue el anuncio que La Congregación del Índice, (ex Congregación del Santo Oficio y ex Santa Inquisición) ahora abría sus archivos al público general. «Esta iniciativa –recuerda el cardenal Etchegaray– demuestra que la Iglesia no teme someter el propio pasado al juicio de los historiadores».
Esta bravocunada del Cardenal, si no fuera porque resulta francamente hilarante, habría que decir que a lo menos es bastante torpe. ¿Cómo es que ahora después de tantísimos años de pavor de la iglesia a tratar el tema, de sacarle el cuerpo, de hacer oídos sordos al clamor internacional al respecto para que se dieran a conocer estos archivos, al papado, repentinamente, en un ataque de valor sino de arrepentimiento, se le quitó el miedo al juicio de los historiadores?
¿Y qué pasa con el juicio de cientos de historiadores que durante más de trescientos años han condenado la criminal masacre de la Inquisición? ¿Hay que olvidarlos?
La respuesta era previsible: quienes iban a juzgar las cifras estadísticas que se mostrarían y los asesinatos luctuosos de los monjes inquisidores, iban a ser SUS PROPIOS HISTORIADORES, sus teólogos, sus Caballeros de Colón, los Jerarcas del Opus Dei, tal vez Los caballeros de San Juan, o los de Malta o los de santo Tomás, vaya uno a saber, y como vimos , hasta el hombre de más jerarquía en el mundo, no sacerdote, el inefable caballero Agostino Borromeo de la mismísima Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén había venido a representar su papel en esta misión de salvamento.
La idea , tan astuta como desesperada de la Iglesia, era reescribir otra vez la historia para ver si algún imbécil se tragaba este cuento.
Así fue como la sociedad mundial asistió con una sonrisa comedida a este nuevo representación histriónica de la Iglesia de Roma, en un intento postrero de explicar lo inexplicable. Algo así como convocar a los criminales mas destacados para que emitan un juicio sobre si el delito es el peor mal de la sociedad.
El Vaticano convocaba a un Simposio Internacional sobre la Inquisición, para el 29 al 31 de octubre de 1998, jugando con cartas marcadas. Los archivos escondidos por siglos los mostraban ellos. Ellos decían que éstos eran los verdaderos. También las estadísticas las proporcionaban ellos mismos. Los conferenciantes era sus empleados. Este jueguito ya lo habíamos visto antes, con la Donación de Constantino y los falsos Decretos de Isidoro.
«A ellos – (a los expertos), puntualizaba en las Actas el Cardenal Etchegaray– "no se les pedía otra cosa que exponer, con el máximo rigor metodológico posible, pero también con la máxima libertad, el resultado de sus investigaciones"».
Esta antesala del “complot vaticano”, auguraba cosas predecibles. Otra vez el público internacional –que al parecer la curia considera bastante tonto e inculto-, además de crédulo y sometido, asistiría al repetido acto de contrición donde según su tradicional obstinación, se negaría la verdad y se confirmaría "la pureza del accionar papal".
Para el testarudo teólogo de la Casa Pontificia, cardenal Cottier, « se combatió un mal real, la herejía, que amenazaba la fe y destruía la unidad de la Iglesia». Nació para defender la verdad; el problema fue el recurso a métodos violentos para combatir el mal; se equivocó en los medios.
¡Que elegancia para definir la tortura, las violaciones y aberraciones sexuales de esos inquisidores a las presuntas “brujas”; esos salvajes y cobardes asesinatos de la tropa sicópata del Vaticano llamados en ese tiempo los “Perros de Dios”!.. Y vaya que grande equivocación la de la Iglesia, Apostólica y Romana; usar ese método equivocado de mutilación del cuerpo humano, la horca, la quema de niños, mujeres y viejos en la hoguera santa.
O bien, la famosa y grotesca "prueba del agua", que consistía en atar de pies y manos a las mujeres sospechosas de hacer encantamientos y arrojarlas luego al agua; si se ahogaban eran inocentes, pero si no, quedaba demostrada su identidad de brujas, razón por la cual se las condenaba a muerte.
Escuchemos a esta otra celebridad:
«Los instrumentos utilizados en la época eran los comunes –observa monseñor Rino Fisichella, Vicepresidente de la Comisión Teológico-Histórica–, eran los que la sociedad empleaba».
Nótese con que liviandad el distinguido Vicepresidente de la Comisión, nos dice cómo todo el mundo en esa época usaba el potro, la guillotina, quemaba a sus vecinos en la hoguera, los colgaba del pescuezo, desmembraba sus cuerpos o los mataba a palos. O quizás usaban “el aplasta cabezas,” un instrumento que primero rompía la mandíbula de la víctima, después con la presión se hacían brechas en el cráneo y, por último, el cerebro estallaba y se “escurría” por la cavidad de los ojos y entre los fragmentos del cráneo.
Según Monseñor Fisichela, casualmente también experto en la Inquisición, otro historiador “independiente”: “estos instrumentos eran muy comunes en la época”.
(Sobre la tortura dijo): “en los tribunales civiles ya se empleaba este procedimiento hasta 1252””... (Consuelo de muchos, consuelo de tontos dice el adagio).“…cuando el Papa Inocencio IV la autorizó, teniendo en cuenta algunos límites, como el de prohibir llegar al extremo de la mutilación o poner en peligro la vida del imputado”.
Buen chiste Monseñor, por eso debe ser que en esos casos, los amables monjes inquisidores, atentos a cumplir la indicaciones del equilibrado Vicario de turno usaban “La cama rompe coyunturas".
Un sádico instrumento donde los verdugos, cumpliendo órdenes del piadoso inquisidor, estiraba poco a poco los miembros del cuerpo del interrogado hasta descoyuntarlos, procedimiento que causaba indecible dolor, pero no la muerte. O bien,la "Tortura del agua", en que las mujeres acusadas de brujería eran inmovilizadas en una dolorosa posición, para echarles agua con un embudo por la boca, unos diez litros, ahogándolas, hasta que la víctima confesase lo que querían los interrogadores.
«En el derecho inquisitorial–puntualizaba el profesor Agostino Borromeo en la entrevista–, la tortura no era un procedimiento para arrancar una confesión, sino, según la mentalidad de la época, un medio de prueba: quien, bajo los tormentos, se afirmaba en sus declaraciones precedentes y continuaba proclamando su inocencia, no podía ser condenado».
Esta “novedad” que nos presenta este profesor es inaudita. No solo justifica torpemente la institución de la tortura, sino que cae en una afirmación estrambótica. Tal vez el docto profesor Borromeo, cuando declaró esta procacidad olvidó que ya en 1184 el Papa Luciano III aprueba un decreto en el que la Iglesia puede aplicar la “inquisitio”, es decir, que la autoridad competente podía acusar por iniciativa propia, sin necesidad de testigos y menos tomando en cuenta solo la versión del acusado.
No me cabe ninguna duda que el distinguido profesor, bajo tortura tipo inquisición, confesaría hasta los lápices que se robó en la primaria. Y además, todos los que no se robó.
¿Cómo no se le va a ocurrir a esta “eminencia” sobre la Inquisición, que ningún humano puede resistir ciertos grados de tortura y que prefiere mentir a seguir siendo torturado? Además, existe variada evidencia escrita por los historiadores y testimonios de la época, que los inquisidores torturaban hasta que la víctima moría, y aún así, se confirmaba su culpabilidad, y que, esa estramótica afirmación que quemaban muñecos, nunca fue cierta, porque en esa época nadie podía arrancarse o evadir el férreo control del estado y el clero y por que no había cómo ni adonde hacerlo, por el soplonaje y el terror instaurado por la Inquisición.
La pesadilla de la Inquisición fue una afrenta para la humanidad. El simposio vaticano donde se esperaba una rectificación de la iglesia pidiendo perdón por sus inconsecuencias, resultó en una burda burla. El corolario de todo esto no puede ser otro que la Iglesia miente.
2 comentarios:
Francamente desgarrador, cuanta falta de información que yo tenía al respecto, que ignorante me siento, cuanta falsedad y nosotros como tontas ovejas dejamos que nos metan a nuestros cerebros y corazones la maldad disfrazada de pureza.
Quedé estupefacta amigo seguiré leyendo con atención tus columnas, un fuerte abrazo!!!
Vivianne, preparate para mucho mas !!... empezar a descubrir la verdad hace que el asombro sea cotidiano.
Gracias al autor por el articulo.
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