lunes, 16 de noviembre de 2009

El Manuscrito Voynich, el misterio de los misterios.


Cuando más joven disfruté una hermosa etapa de mi vida en el campo, en un sector rural donde aún era dable encontrar gente auténtica, agricultores que habían pasado su vida cultivando un trozo de tierra. Un día me encontré con uno de mis vecinos que hacía tiempo no veía. Conversamos y me contó que había viajado a Francia invitado por su hija y que había visitado el famoso Museo del Louvre del que tanto le habían hablado.

¿Y qué tal, le pregunté-, te gustó?:
¡Nooo, que me iba a gustar don Enrique, si ahí guardan puras cosas viejas!


Traigo a colación este recuerdo, porque a veces hay hermosos lugares y también historias que son juzgadas solo de dos maneras. Como aburridas y poco interesantes por los más rústicos, y como un mundo de ensoñación por otros, más sensibles, quizás más cultos, que saben mirar más allá de lo que refleja la imagen del espejo.

Con esta historia del Manuscrito Voinich pasa algo parecido. Corría el año 1912 y el librero lituano de origen polaco Wilfred Voynich, como lo exigía su oficio de librero y coleccionista, se encontraba de viaje fuera de Londres
recorriendo “negocios de viejos” y de compraventa de libros usados en las barriadas italianas, país que visitaba por segunda vez. Ese día ya lo daba por perdido cuando decidió a última hora pasar por el Monasterio jesuíta de Villa Mondragone en Frascali, cerca de Roma, donde tenía noticia que se realizaría un remate de artículos de propiedad de esa Orden.

Allí le llamó de inmediato la atención un antiguo tomo de un libro, ajado por el tiempo, al que a primera vista le faltaban algunos folios, ejemplar que luego del consabido regateo compró. Se trataba de un volumen que no tenía autoría, fecha u otros datos en su cubierta exterior ni interior, lo que ya era desconcertante y que según le informaron era una rara pieza que obraba hacía incontables años en la biblioteca de esa congregación.

Cuando tuvo tiempo de examinarlo verificó su primera impresión, se trataba de un antiquísimo manuscrito, bastante voluminoso, cubierto con extrañas ilustraciones parecidas a flores como nunca había visto antes y escrito en caracteres muy extraños, que pese a su pericia no pudo catalogar. Pero por sus diagramas astronómicos, signos zodiacales y otras muchas figuras, entre ellas mujeres en miniatura desnudas, le hicieron pensar que se trataba de un texto alquimista posiblemente encriptado, en clave, como era usual en los maestros de las viejas escuelas del conocimiento..
Intrigado, de regreso a Londres, fotografió todas las láminas y contenidos y los mandó donde reconocidos expertos medievalistas para conocer exactamente que es lo que había comprado, pero nadie supo decirle el idioma al que pertenecían sus caracteres, como tampoco el significado de los sofisticados anagramas y dibujos de sus numerosas páginas, ni menos descifrar el tipo de código encerrado en los escritos y fórmulas, situación que no cambió hasta el día de su muerte acaecida en 1931, desconocimiento que perdura hasta hoy, pese al avance del método del descifrado por expertos lingüistas y diversos otros especialistas que han debido admitir su total fracaso.

Esa es la historia de este manuscrito y posiblemente, como en la anécdota mencionada al inicio, puede constituir algo intrascendente y de poco interés para alguien poco ilustrado o vanal, lo que haría que estas fuesen nuestras palabras finales.

No obstante, es a partir de ahora donde empieza el misterio del Manuscrito Voynich, como se le conoce en homenaje a su descubridor, ya que de no mediar la curiosidad, ese instinto de saber siempre más sobre las cosas para conocer su esencia mas íntima, -agudeza e ingenio que caracteriza a la inteligencia -, la humanidad se habría perdido una de las tramas mas extraordinarias y de ribetes mas enigmáticos que han rodeado a un manuscrito nunca.

La versión del manuscrito real, se encuentra a buen recaudo en la Universidad de Yale, en el Departamento de Libros y Manuscritos Raros de la Biblioteca Beinecke. Allí se advierte que al libro le faltan algunos folios y que resulta prácticamente imposible saber que cantidad o cuáles serían los faltantes.
En todo caso, las hojas conservadas del antiquísmo manuscrito, han sido digitalizadas cuidadosamente por los expertos de la citada universidad y existe aceso en línea a las imágenes, en alta resolución, que permiten apreciar cada uno de los detalles de su contenido.

Decíamos antes que El Manuscrito Voynich, no tiene señas identificatorias que nos indique la fecha en que fue escrito ni su autor, pero además comparado con los formatos de épocas pasadas es un libro que puede considerarse pequeño, de 15 por 22 centímetros confeccionado con la antigua "técnica de la vitela", que es piel de vaca o ternera, adobada y muy pulida, utilizada para pintar o escribir en ella, antes del uso del papel de nuestros días. La obra contiene sobre 40.000 palabras, no posee capítulos o divisiones temáticas sino escritura llana de la mano de un solo autor. Curiosamente solo 33 de sus páginas son solo texto y el resto son escritura e ilustraciones combinadas.

Después de casi un siglo de someterse al manuscrito a diversas pericias, en distintas fechas, por distintos especialistas de varias disciplinas, los botánicos y biólogos que se han abocado al estudio de las 130 páginas que contienen dibujos de plantas y flores, con sus correspondientes anotaciones que parecen ser descripciones de las mismas, han llegado a la sorprendente conclusión que estas no tienen similitud a ninguna especie herborística existente en la tierra.

Sin embargo, el dibujo de la página 42, fue plenamente identificado como una hortaliza conocida como “Acedera” usada para ensaladas, que pertenece a la familia “Rumex Acetosa”. En la misma página, está el dibujo a una hoja que también fue identificada como perteneciente a la familia “Oxalis Linneo”. Ambas plantas tienen en común que son portadoras de ácido oxálico, que en dosis elevadas pueden ser altamente tóxicas. Y en la página 100, los botánicos identificaron otra planta conocida como “lunaria menor, cuyo nombre científico es Botrychium lunaria Swarts, usada antiguamente como astringente y antidiarreico.

Otras secciones del libro presentan enormes cantidades de escenas de mujeres desnudas, en el acto de estar bañándose en un complicado sistema de piletas interconectadas, parecidas a las cañerías y sifones actuales, que muchos de los expertos no han dudado en estimar que son figuras representativas, en sentido figurado, de los sistemas humanos, digestivo, circulatorio y reproductivo.
Las polémicas suscitadas entre sus estudiosos, expertos de las más variadas disciplinas, se centran en los niveles de enigmas que se presentan en cada área de estudio, a saber: ¿cuál es el origen del lenguaje utilizado y el alfabeto que descifra su escritura?, ya que existe consenso entre los linguistas que se trata de un lenguaje franco y llano y no de caracteres encriptados, con simil a lenguas como el hebreo, otras antiguas lenguas semíticas en desuso, e incluso se aventura que podría tratarse de alguna perdida versión de una lengua indostánica.

Si se tratase de un lenguaje cifrado, la frecuencia estadística de algunas palabras encontradas a lo largo de todo el escrito desaparecería. Otro aspecto que avala que la escritura está sin encriptar está en el trazo de las grafías del texto, muy espontáneas, lo que es imposible de lograr cuando se procura copiar textos de un libro a otro, series cifradas de letras o palabras. Según los expertos, quien o quienes escribieron este libro conocían muy bien el lenguaje utilizado.

Las ilustraciones contituyen otra importante área de enigmas. No solo estos numerosos dibujos de caprichosas plantas son desconocidos para la botánica de nuestros tiempos sino que examinadas a la luz de potentes microscopios, se establece en algunos casos que en lugar de dibujos lo que existen son las mismas plantas presentes en cada una de las hojas, ya que el microscopio permite distinguir distintas células vegetales en vez de trazos de tinta.

Algo parecido ocurre con los diagramas y dibujos que parecen ser detalladas especificaciones de constelaciones. El mapa estelar presentado no corresponde a lo que se conoce hoy sino a constelaciones que aún no han sido descubiertas o han sido inventadas antojadísamente.

En lo que si coinciden los estudios practicados al documento, es que se trata de un auténtico material medieval a la usanza de aquellos existentes de magia alquímica, dado que muchas de las ilustraciones presentan simbología y caracteres de encantamientos utilizados en esos tiempos, con la salvedad que el idioma usado y los caracteres (así como los dibujos de plantas y flores) son absolutamente desconocidos a cualquier lenguaje estudiado hasta el momento.

Esta falta de capítulos del texto en estudio o la incomprensión existente para eslabonar los temas de que trata, hizo que todos los científicos y expertos que han tratado de dilucidarlo, que a través de los siglos han sido numerosísimos y del más alto nivel, llegaran a la convención, a falta de una clave para la correcta clasificación entre temas de plantas, constelaciones y escritos, de dividirlo en seis grandes secciones:


a) Sección Botánica, que contiene dibujos de 113 plantas de especies no identificadas

b) Dibujos astronómicos y astrológicos, que incluyen cartas astrales, con soles y lunas y círculos radiantes. Agunos signos zodiacales como Piscis, Taurus y Sagitario, también con presencia de figuras femeninas desnudas emergiendo de pipas y chimeneas, como también figuras cortesanas;

c) Sección Biológica, que agrupa las páginas de desnudos femeninos, la mayoría de vientres abultados, inmersas o flotando en fluídos en lo que parecen ser grandes pipas o cápsulas, interactuando con tubos y cañerías interconectadas;

d) Un elaborado arreglo de Nueve Medallones Cosmológicos, algunos de los cuales ocupan varios folios doblados con dibujos de forma geométrica;

e) Dibujos farmacéuticos de más de cien diferentes especies de hierbas medicinales y extrañas raíces encerradas en jarrones o vasos en azul, rojo o verde; y,

f) Páginas de texto continuo, probablemente recetas, con florecillas
marginales en forma de estrella al principio de cada entrada.

Un nuevo elemento descubierto en esta exhaustiva investigación, fue que en el momento en que el manuscrito llega a poder de Voynich en 1912, encontró entre sus páginas una carta de un tal Johannes Marcus Marci de Cronland, Rector de la Universidad de Praga, fechada en 1665 y dirigida a Athanasius Kircher. Ello ayuda a situar la fecha en que podría haberse publicado el Manuscrito, el cual aunque incomprensible, fue definido por los peritos calígrafos como de caracteres cursivo humanista, estilo muy de moda en algunas décadas del siglo XV, lo que se compadece además por el tipo de peinados de las figuras femeninas, muy en boga entre 1480 y 1520. Los personajes y sus atavíos presentan un estilo muy europeo y los dibujos de castillos y torres corresponden a los construidos entre los años 1450 y 1520.

Pero lo importante que revela la carta, es la categoría de los personajes involucrados, que nos indica que en el pasado, que se remonta a los siglos XV o principio del XVI, ya constituía un enigma que interesaba a los hombres más ilustres y poderosos de su tiempo, que no escatimaban recursos ni influencias para intentar develar los altos secretos que se supone contienen sus jeroglíficos.

En lo concerniente a los autores y estudiosos que se han abocado al tema, su listado resultaría interminable, por lo que nos hemos centrado en el argentino Marcelo Claudio Dos Santos, joven valor de las letras sudamericanas, escritor, periodista y divulgador científico, quien ha editado varias ediciones de su exitoso libro "El Manuscrito Voinich", realizando un estupendo ensayo que perfila una mirada muy certera y documentada sobre la historia de este misterioso libro y todos los matices que rodean las teoría barajadas en cinco siglos sobre su enigmático contenido.

Recogemos su autorizada opinión rescatada de un artículo de su autoría del diario El Mundo de Madrid, donde en lo medular opina sobre sus detalles más relevantes:

"A la falta de un método para traducir sus textos, se agregaba la circunstancia de que el libro había desaparecido durante 246 años, es decir, entre la fecha de la carta que lo acompañaba y su descubrimiento por Voynich. La única pieza de información histórica con que contaba éste era la propia carta, bautizada por los estudiosos como La carta Marci. Johannes Marcus Marci de Cronland, autor de la misma, solicita al docto científico alemán Athanasius Kircher, como se ha dicho, que le descifre el manuscrito. Por lo que parece, no obtuvo respuesta y falleció pocos meses después. Lo importante, sin embargo, es que en su carta establece el lugar de origen del manuscrito y arriesga (citando opiniones de terceros) una hipótesis sobre su autor. Dice Marci que el manuscrito provenía de la biblioteca personal del Sacro Emperador Romano en Praga, Rodolfo II, y que lo había comprado por una fuerte suma (600 ducados, aproximadamente 40.000 euros actuales). Manifiesta también que uno de los expertos de la corte y profesor de los hijos del emperador decía a quien quisiera escucharlo que el manuscrito era obra del inglés Roger Bacon, el celebérrimo teólogo, filósofo, fraile franciscano y científico del siglo XIII.

A la luz de los conocimientos actuales, el extremo no es irracional, ya que Bacon, acorde con los conceptos de su tiempo, aseguraba que los conocimientos no debían ser del “dominio público”, sino que debían estar en poder de una elite ilustrada.

Para ello, preconizaba que los científicos y eruditos debían escribir sus libros en código (él mismo lo hizo muchas veces) para que solamente pudiesen leerlos los hombres intelectualmente merecedores de ello.

Sin embargo, los códigos baconianos se conocen perfectamente, y todos ellos fueron fácilmente descifrados en el siglo XIX. Además, quedaba la extraña circunstancia de que Roger Bacon estaba muerto desde 1292, esto es, 374 años antes de la fecha de La carta Marci. ¿Dónde había estado, entonces, el libro durante todos esos siglos? ¿Y cómo había pasado de Londres a Praga y luego a Roma? Varias teorías bastante singulares han cobrado fuerza a raíz de la difusión del origen baconiano del Manuscrito Voynich. En una de las secciones de éste se ven varios dibujos de objetos que parecen células, espermatozoides, etcétera. En la parte que podríamos llamar “astronómica” se encuentran ilustraciones que parecen –con gran similitud– galaxias espirales. Sin embargo, la célula fue descubierta por Robert Hooke en 1663, mientras que los espermatozoides lo fueron por Anton van Leeuwenhoek, en 1683. La estructura espiral de las galaxias como la nuestra fue descubierta a comienzos del siglo XX, con el advenimiento de los grandes telescopios astronómicos (1917). ¿Qué significaba esto, suponiendo que Bacon hubiese sido el autor del manuscrito? Si las ilustraciones son lo que parecen, entonces Bacon inventó el microscopio e hizo el descubrimiento de Hooke 375 años antes que él, descubrió los espermatozoides siglos antes que Leeuwenhoek y las galaxias espirales 700 años antes que Hubble.

Sin embargo, ¿se puede probar que esto haya sido así? Lamentablemente, no hay prueba a favor ni en contra que afirme o descarte tal posibilidad.

La autoría del Manuscrito Voynich, siendo un tópico que aún hoy está en discusión por multitud de científicos, ha sido atribuida también a otros hombres: el más conocido de ellos, sin duda, es Leonardo da Vinci. La investigadora Edith Sherwood destaca la similitud entre la caligrafía del Voynich y documentos del sabio florentino. Abona su hipótesis utilizando como prueba uno de los diagramas astrológicos del manuscrito. En él se ve el símbolo del signo de Aries (el Carnero) rodeado de 15 mujeres desnudas. Bajo el dibujo del animal puede leerse “ob.....l”, lo cual Sherwood mira en un espejo y lee “Lionardo”. Ésta es la grafía que Leonardo utilizaba para su propio nombre. El parecido de esta palabra con la firma de da Vinci en sus demás manuscritos es innegable. La doctora Sherwood afirma que el gráfico de Aries es, en realidad, una carta natal de alguien que nació un 15 de abril (15 ninfas junto a Aries, el mes de abril). Casualmente, Da Vinci nació el 15 de abril de 1452. ¿Y el año? Sobre una de las cisternas del dibujo, en la que se ve a una mujer con un bebé, puede leerse la cifra “1452”, y en otra parte del mismo folio las palabras italianas “sabatto notto” (tal vez “sábado por la noche”). La estudiosa ha encontrado una nota autógrafa del abuelo de Da Vinci donde el anciano dice: “Nació un nieto mío, hijo de mi hijo Ser Piero. Fue a las tres de la noche del sábado 15 de abril”.

A pesar de todo, la mayor parte de las sospechas acerca de la autoría del manuscrito han recaído sobre John Dee y Edward Kelley, ambos ingleses. John Dee fue consejero de la corte de la reina Isabel de Inglaterra, posiblemente espía suyo, y una verdadera autoridad científica en su tiempo.
Dee fue matemático, astrónomo, alquimista, místico y vidente. Kelley dedicó su vida a la alquimia y a la búsqueda de la transmutación de los metales. Suyo es el tratado De Lapide Philosophorum, que trata acerca de la piedra filosofal. Antes de conocer a Dee, había sido notario en Londres y se había enriquecido falsificando en su beneficio escrituras ajenas. Fue capturado, preso y condenado a la amputación de las orejas. Kelley conoció a Dee, y pronto lo empujó a abandonar gran parte de sus estudios y a dedicarse, junto con él, a prácticas “espirituales” como “hablar con los ángeles” a través de una bola de cristal. Cada tanto, viajaban por Europa dando conferencias sobre la transformación del plomo en oro y asuntos similares. Ambos eran plebeyos y muy pobres, y, en la década de 1580, recalaron en la corte de Rodolfo II en Praga, el mismo emperador que se menciona en La carta Marci como propietario del Manuscrito Voynich.

¿Podrían estos dos hombres, uno de ellos dominado por el otro y este otro un falsificador convicto, haber pergeñado un engaño tal, y haber vendido el manuscrito al monarca? La respuesta a esta pregunta es sí. Se sabe que pudieron, y que Rodolfo poseía una biblioteca (la Kunstkammer) llena de volúmenes similares. Tal vez escribieron el libro con apuro (de ahí la poca calidad de las ilustraciones) y obtuvieron 600 ducados. Tuvieron la oportunidad, y lo que se discute hoy en la comunidad científica es si llegaron a tener los medios.

Rodolfo rogó a Kelley que le enseñara el secreto para transmutar el plomo en oro. Éste accedió, y el soberano lo hizo noble como contrapartida. Obviamente, el inglés no pudo ofrecerle la fórmula, por lo que fue encarcelado. Por su parte, Dee volvió a Inglaterra y murió espantosamente pobre, algo bastante inusual en un hombre que pudo haber obtenido 600 ducados por un manuscrito extraño.

Una de las circunstancias más extraordinarias alrededor del Manuscrito Voynich es, como se ha dicho, su desaparición entre 1666 y 1912. ¿Dónde estuvo durante todo ese tiempo? Todos los indicios apuntaban a la Compañía de Jesús. Marci era un conocido filojesuita, y Athanasius Kircher era un jesuita muy conocido. Voynich lo redescubrió en un monasterio jesuita casi dos siglos y medio más tarde. ¿Estuvo el libro en poder de la Compañía de Jesús durante ese periodo? Es muy posible. También es posible que la Compañía lo haya ocultado por temor a que el texto ilegible fuera herético, o para resguardarlo de los embargos y decomisos que la Orden sufrió bajo diversos papados. El periplo del libro en ese lapso puede rastrearse con mayor o menor precisión, pero falta aún mucha investigación para poder establecer su derrotero con certeza meridiana.

¿Y el texto? ¿Se podrá algún día descifrar su contenido? El libro imposible ha mantenido insomnes a los lingüistas desde que hizo su aparición en Praga. Y todos, renacentistas y contemporáneos, están de acuerdo en que sin establecer alguna teoría acerca de la naturaleza del texto en sí será imposible penetrar en sus secretos.

En la actualidad se consideran tres posibles explicaciones acerca del libro: la primera, como se indicó a propósito de Dee y Kelley, que no sea más que una estafa genial pergeñada por los dos truhanes para ganar los 600 ducados indicados en La carta Marci. La segunda hipótesis consiste en que el texto esté escrito en un código desconocido hasta el momento. Y la tercera hipótesis afirma que se trata, lisa y llanamente, de un texto escrito en una lengua desconocida... ¿Podría tratarse de una teoría válida?

El problema estriba en que los textos del Voynich, aunque incomprensibles, pueden ser estudiados matemáticamente. La frecuencia de aparición de palabras de distinto número de letras, el alto nivel de redundancia o repeticiones, todo en él se comporta de un modo radicalmente diferente a cualquier lengua conocida. Esto hace pensar a los lingüistas que el manuscrito no contiene en verdad ningún mensaje, sino que es sólo una muy bien diseñada jerigonza. Pero también esto hay que probarlo. Científicos británicos están intentando reproducir las características estadísticas del Voynich utilizando la tecnología disponible en el Renacimiento. Ya se han logrado apabullantes avances en este campo, y sólo falta poder recrear las peculiaridades más avanzadas.

Si esto se logra en un futuro próximo, el libro imposible, que resistió durante siglos a los esfuerzos de los expertos y estudiosos, habrá rendido su último secreto, descubriendo ante los hombres su real naturaleza de mentira que consiguió ocultarse durante casi 500 años, aparentando ser un texto relevante. Pero aún en este caso, no se podría probar a ciencia cierta que entre sus 40.000 palabras sin sentido no se oculten algunos renglones plenos de significado. Hay quienes se resisten a creer que una pieza tan bella, que un artefacto tan perfecto del ingenio humano, que un tan delicado juego intelectual, no transmita en verdad ningún mensaje.

El Manuscrito Voynich pasó, tras la muerte de su propietario, a la viuda de éste, que lo guardó durante 30 años hasta su propia muerte, en 1961. Quedó luego en poder de sus albaceas. Wilfred había dejado establecido en su testamento que sólo podía ser vendido si el comprador era aprobado por un comité de cinco personas: entre ellas se contaban su secretaria Anne Nill, uno de los estudiosos que intentó traducirlo y, por supuesto, su esposa Lily Boole, hija del filósofo George Simon Boole. Ella ya estaba muerta, por lo que debieron fallar los cuatro restantes.

El elegido fue el librero y coleccionista Hans P. Kraus. Sumamente ansioso, Kraus lo puso a la venta a su vez por la suma de 120.000 dólares, superior aún a la que se pagaría hoy día por un manuscrito medieval o renacentista de firma conocida. Pero Kraus, cansado y aburrido, donó finalmente en 1969 el manuscrito a la Universidad norteamericana de Yale, donde se encuentra hoy expuesto en su Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros. Sus páginas han sido digitalizadas y cualquiera puede acceder a copias de alta definición en el sitio web de la biblioteca.

Ahora duerme su sueño sin sueños una de las obras más elaboradas de la inteligencia humana, el manuscrito que lleva ya casi medio milenio conturbando y confundiendo a todos aquellos que lo observan.

¿Podremos descifrarlo alguna vez? Es posible. Guardamos íntimamente esa esperanza, porque, como ha escrito Octavio Paz, quien ha visto una esperanza jamás se olvida de ella".

1 comentario:

Enrique Arias Valencia dijo...

Hola, tocayo.

Impresionante lo que publicaste sobre El Voynich, el cual no conocía, sino hoy cuando entré a El Yahoo y vi que La NASA pide ayuda pare el descifrarlo. Fue entrar a Google y vi tu artículo.

Un abrazo.