Tunguska. ¿El azote de dios, meteorito o nave espacial autodetonada...?
El día 30 de Junio de 1908, a las 7:17 exactamente algo iba a cambiar el paisaje de la región central de Siberia, una zona eminentemente boscosa, inhóspita y alejada de las ciudades principales donde vivían aldeanos, pastores de renos, granjeros, cazadores y gentes que explotaban los productos del bosque.
Una bola de fuego bajaba desde el cielo desplazándose a una velocidad inmedible iluminando intensamente varios países en su recorrido rasante sobre la tierra. Quienes tuvieron el privilegio de ser testigos presenciales describieron después que su cuerpo tenía forma cilíndrica, del tamaño de un edificio de quince pisos y que su brillo de destellos blancos y azulados era tan intenso que no era posible mirarlo directamente.
De pronto una violenta explosión de proporciones gigantescas iluminó el horizonte hasta donde permitía la vista. Un marinero de nombre Kokorín, que en ese momento tripulaba su barco por el río Angora declaró haber visto relampaguear por el norte una luz azul y que por el sur una bola de fuego surcaba el firmamento. Era más grande que el sol y dejaba a su paso una huella ancha y luminosa.
Alrededor de 900 habitantes de Tunguska, mayoritariamente tunguses, también conocidos como evenks y colonos rusos, gente de trabajo que a esa hora se encontraba en sus faenas, observaron desde las montañas junto al Lago Baikal, una gran columna de fuego azulado casi tan brillante como el sol, que se desplazaba a través del cielo diurno. El ganado, en fuga por el espantoso ruido, moría incinerado al ser alcanzado por la masa de aire en ignición, mientras que las tiendas de los tunguses, ubicadas a 60 kilómetros del lugar, volaron por el aire junto con sus caballos y posesiones merced a la fuerte tormenta de viento caliente que se desató. Algunos de los pobladores supervivientes de la explosión, fueron afectados a los pocos días de la misma, por una extraña enfermedad que se manifestaba a través de pústulas horrorosas. Los médicos soviéticos lo atribuyeron a una epidemia de viruela en la zona (probablemente porque aún faltaban 20 años para ver los efectos de la radiación en los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki).
Otro testigo, que se encontraba en un bosque a 6 kilómetros e Kirensk, escuchó un estruendo como de cañoneo que se repitió al menos 10 veces a intervalos de 15 minutos. En Kirensk la mayoría de sus habitantes coincide que el cuerpo celeste avistado era de un color blanco azulado que se desplazaba muy alto en el horizonte, tan brillante que enceguecía, por lo que era muy dificultoso mirarlo rectamente sin ponerse la mano u otra protección sobre los ojos. Les pareció un tubo vertical, una especie de cilindro que pudieron observar con mucha claridad porque el cielo estaba despejado y casi sin nubes y el tiempo era caluroso y seco.
A medida que el bólido se acercaba a las copas de los árboles, comenzó a difuminarse y a borrarse para convertirse en una gigantesca columna de humo negro. Entonces se escuchó un estruendo de proporciones, como nunca antes habían oído, diferente al ruido del trueno, más bien parecido a una avalancha de piedras. Los edificios sufrieron un estremecimiento y los vidrios reventaron en las ventanas y todo crujía a su alrededor como si un gran vendaval los estuviese alcanzando. Pudieron ver que la gran nube negra en forma de hongo que se elevaba ya a gran altura se volvía amarillenta por llamaradas de fuego y destellos impresionantes que surgían de su interior, todo lo cual los llenó de pánico. Los aldeanos buscaban sus casas y corrían desesperados por las calles. Para muchos la promesa apocalíptica estaba ocurriendo, las mujeres gritaban pensando que este era el juicio final y que había llegado el fin de mundo.
En Vanavara, a 750 kilómetros al noroeste del Lago Baikal el granjero Semenov y su vecino Kosalpov estaban arrancando clavos del marco de una ventana con tenazas. De pronto vieron en el cielo una inmensa bola de fuego que cubría gran parte del firmamento. Semenov se estremeció de dolor, pues sintió que el calor de la bola de fuego quemaba su camisa. Kosalopov dejó caer las tenazas y se llevó las manos a los oídos, ya que tuvo la sensación que sus orejas ardían. Miró primero a su tejado pensando que su casa estaba incendiándose. Unos segundos después la bola de fuego de un cegador color azul y arrastrando tras de si una columna de polvo, explotó a 90 kilómetros de Vanavara, con tal fuerza que Semenov fue derribado y permaneció unos segundos inconciente. Al volver en si notó en el suelo unos temblores que estremecía toda la casa y que acabaron por romper la puerta del establo y astillar las ventanas. En la casa de Kosalopov cayó tierra del techo y una puerta derribó la estufa. Ambos oyeron unos estallidos parecidos a truenos. El maquinista del ferrocarril Transiberiano, alarmado detuvo su tren temiendo un descarrilamiento, al notar que vibraban alocadamente tanto los vagones como los railes.
Esta onda acústica, según registraron los observatorios existentes en la época, dio dos veces la vuelta al mundo antes de extinguirse y durante los tres días siguientes se observaron en toda Europa y parte de Africa y a una altura de 86 kilómetros, nubes luminosas que permitía en las noches sacar fotografías sin usar el flash y leer sin dificultad un periódico en la calle.
El académico Polkánov, científico que por entonces se encontraba en Siberia, anotó en su diario: “El cielo está cubierto por una gruesa capa de nubes, llueve, pero al mismo tiempo, hay una extraordinaria luminosidad. Tanto que se puede leer con bastante facilidad al aire libre la letra menuda de un periódico. No debe haber luna, y las nubes están iluminadas por un resplandor amarillo verdoso que a veces se torna algo rosado”.
La explosión fue detectada por numerosas estaciones sismográficas y hasta por una estación barográfica en el Reino Unido debido a las fluctuaciones anormales en la presión atmosférica que produjeron. Los sismógrafos de los observatorios asiáticos de Irkurst y Tifilis (Georgia), entre otros, registran también el fenómeno que es seguido por una fuerte perturbación electromagnética. Los observatorios del Monte Wilson y el Astrofísico del Smithsonian de Estados unidos, observaron una reducción en la transparencia atmosférica de varios meses de duración, lo que se considera el primer indicio de este tipo asociado a explosiones de alta potencia como las termonucleares. La energía liberada por esta explosión de Tunguska, se ha establecido mediante el estudio del área de aniquilación en aproximadamente 15 o 20 megatones. La onda expansiva, portadora de un fuego devastador arrancó de raíz y calcinó la inmensa mayoría de los árboles en un radio de 30 a 40 kilómetros a la redonda y una densa columna de gases y polvo se elevó hasta casi 20 kilómetros de altura. Cálculos posteriores, de sucesivas expediciones en terreno, arrojan como resultado que fueron más de 2.150 kilómetros cuadrados los que resultaron prácticamente arrasados por este misterioso bólido, sin dejar señales de vida humana, animal o vegetal. Una explosión equivalente a 1.000 bombas atómicas como la de Hiroshima convirtió en cenizas en un par de segundos ochenta millones de árboles en esas 2.000 millas cuadradas de bosques centenarios, en parte quemados, arrancados de raíz, quebrados a la mitad o despojados de su ramaje semejando postes de teléfono.
Se especula que si esta explosión que abarcó un radio diez veces mayor que Buenos Aires o Londres hubiese ocurrido en una zona densamente poblada como una ciudad, todos sus habitantes habrían resultado muertos en fracciones de segundos. Igualmente, que si ésta, en vez de 1908 hubiese sido en los tiempos de la llamada "guerra fría" encabezados por la URSS y USA, cualquiera de estas potencias habría pensado que había sido atacada y respondería este ataque mortalmente, desencadenándose en ese minuto la tercera guerra mundial.
Hace un siglo, más bien exactamente 101 años atrás, la experiencia de la humanidad en desastres no provocados por el hombre o por efecto de causas naturales como se ha dado en llamar a estos fenómenos, estaba circunscrito a la erupción de grandes volcanes, terremotos, maremotos y quizás algunos incendios de bosques acaecidos por combustión espontánea. De otra parte, los inventos de armas destructivas de guerra, estaba limitado bombas y misiles que eran capaces de destrozar parte de objetivos de mediano tamaño, como barcos, edificios e instalaciones estratégicas menores.
Lejos estaba la gran conflagración que fue la segunda guerra mundial, el potente desarrollo de la industria bélica y la terrible experiencia atómica de Hiroshima y Nagasaki en 1945, con las llamadas Bombas Atómicas alevosamente lanzadas por Estados Unidos sobre la población civil japonesa, que demostraron ser capaces de causar desolación y muerte en solo segundos, haciendo desaparecer todo vestigio viviente así como edificios, lagos, montes o materiales sólidos y fuertes como el acero y el concreto en varios kilómetros de su núcleo, causando secuelas de contaminación radioactiva que mataron, causaron mutilaciones genéticas y deformaciones físicas a varios cientos de miles de personas en tres generaciones sucesivas y cuyos terribles efectos perduran hasta nuestros días.
Estamos hablando de la sociedad de 1908, cuando el general inglés Robert Baden Powell había fundado recién el movimiento de los boys-scout y el cine mudo estaba comenzando a extenderse como entretenimiento en New York. El año en que se realizaban los Juegos Olímpicos en Londres, cedidos por Italia que no pudo afrontar este compromiso por la crisis económica interna que sufría y cuando en la Rusia Zarista, antes de su revolución y el nacimiento de los Soviets, se venían produciendo graves revueltas comunistas alentadas por la derrota de Asia ante Japón, lo que provocó entre otras razones, que se hiciera inminente el peligro de conflictos bélicos, por lo que la Corte de La Haya, en su Segunda Consulta Internacional, diera prioridad y se abocó a reglamentar los protocolos entre países en caso de guerra, en particular, los usos a observar en el caso de guerras entre Ejércitos.
Por lo tanto, para la gente común de los inicios del siglo veinte, en particular para esta población aislada en esos territorios siberianos que supo o sufrió las consecuencias de esta explosión gigantesca, no había mejor explicación que creer firmemente que se estaba viviendo un proceso de castigo de parte del creador.
Esta destrucción tan increíble, denotaba un poder divino, una mano poderosa capaz de causar la muerte y la desolación de un paraje con solo chasquear los dedos. Dios estaba disgustado. Para otros, el desastre era una señal del “acabo de mundo”. Había que prepararse para el Día del Juicio Final. Los más, querían una explicación de la autoridad, del gobierno, de la ciencia, porque una cosa si era muy cierta. No había poder humano capaz de causar un daño como el descrito. Por lo tanto la explicación venía de fuera, de las estrellas, del mundo exterior, del cielo. Para la mayoría la pregunta básica era ¿qué fue lo que chocó contra la tierra capaz de producir tal desastre a nivel planetario?. Pero nadie tenía una respuesta.
Para el mundo científico el portento de Tunguska era un misterio. Todos ansiaban conocer ¡QUE ERA LO QUE REALMENTE HABIA OCURRIDO ALLI!
Así las cosas se pudiera pensar que este hecho extraordinario debió haber conmocionado a la sociedad mundial y que muchas expediciones de expertos de todo el orbe se apresurarían a salvar los miles y miles de kilómetros de la estepa siberiana para investigar el mayor impacto celestial, extraterrestre o efecto de un meteorito , como eran las primeras especulaciones, sin embargo nada de esto sucedió. El estudio y consecuente investigación del llamado por algunos “el evento de Tunguska” fue tardío y confuso, el gobierno zarista no lo consideró prioritario cuando se produjo. Ello significó que nunca se supo el monto de los daños materiales ni las pérdidas de vidas humanas, que necesariamente deben haber ocurrido, ni de ganado o especies autóctonas del lugar. La explicación se encuentra en que en esa época, la sociedad rusa se encontraba convulsionada por graves y profundos fenómenos políticos y sociales como el inicio de la primera Guerra Mundial, la revolución soviética del 17 y la subsecuente Guerra Civil Rusa que duró hasta 1922.
Pero ello no significa que este hecho haya quedado en el olvido. En muchas mentes inquietas la pregunta de qué fue lo que realmente pasó en Tunguska estaba muy presente. Uno de ellos era el mineralólogo Leonid Andreiyevitch Kulik. Recién en 1921, durante el gobierno de Lenín, Kulik convenció a la Academia de Ciencias de la URSS para que enviara una expedición a la zona, la que se concretó en 1927.
La expedición, al mando del mismo Kulik, arribó al sitio de la tragedia 19 años después de que ocurriera. Este, consiguió con bastante problema los servicios de un guía local de nombre Ilya Potapovich Petrov e inició en Abril de 1927 los trabajos científicos para desentrañar lo ocurrido.
Las huellas que registra del suceso son impresionantes. En sus recuerdos, Kulik escribe: "No me puedo imaginar realmente toda la grandiosidad de esta caída excepcional... desde aquí, desde nuestro punto de observación, no se ven síntomas de bosque; todo está derribado y quemado alrededor... a esta área muerta se aproxima un bosque joven de 20 años... da miedo ver a estos gigantes de 80 centímetros de diámetro quebrados por la mitad como si fueran cañas...” "Los resultados de un examen aún superficial -declaró Kulik- excedieron todos los relatos de los testigos de vista y mis mayores expectativas". Kulik inspeccionó la zona de la explosión y descubrió que todo estaba arrasado, los enormes árboles del bosque siberiano yacían arrancados y carbonizados, formando un gran circulo alrededor del epicentro de la explosión. Al llegar a lo que sería su parte central, no halló ni rastro del cráter que esperaba encontrar, ni ningún fragmento de meteorito, pero lo mas curioso, es que sí había árboles que se mantenían aún en pie, los únicos árboles en pie en 30 kilómetros a la redonda, algo realmente extraño atendiendo a que todo lo demás estaba devastado.… Tras el regreso de la expedición de Kulik el misterio sobre las causas de la explosión eran aún más confusos.
Kulik se obsesionó con el tema. Logró que se financiara una nueva expedición en 1927 que se dirigió otra vez al epicentro del fenómeno, pero una vez más no encontró el cráter que buscaba. Participó de dos expediciones más, encontrando en una de ellas un pantano profundo, que identificó como el cráter producido por la explosión. Pero una vez que se extrajo toda el agua del mismo, se descubrió que era una simple hondonada natural que el agua había rellenado. Para mayor sorpresa, durante la última expedición, realizada en 1938, se llegó a la conclusión de que la onda expansiva de la explosión original debía tener un diseño similar a las alas de una mariposa, o sea que se habían producido no una sino dos explosiones simultáneas.
En los años 40, Leonid Kulik murió luchando contra los nazis y tras la Segunda Guerra Mundial los soviéticos quisieron enterrar el caso, afirmando que Kulik había descubierto un mini cráter, con lo cual todo habría sido obra, según los soviéticos, de un meteorito. Pero claro, ya era tarde para soterrar el asunto mintiendo de forma descarada, sacándose un cráter de la chistera una vez que estaba muerto el principal testigo.
Abierto el campo de la investigación empezaron a sucederse las expediciones científicas y las teorías de qué había ocurrido y cómo se originó el fenómeno, las cuales son tan variadas y disímiles y a veces hasta contradictorias entre sí que confunden áun más a la opinión pública, lo que no resulta una gran novedad tomando en cuenta lo poco que sabe el hombre del espacio exterior y del efecto que la caída de estas rocas espaciales u otros fenómenos extraterrestres pueden producir en un eventual impacto con la tierra. Algunas de estas hipótesis:
En 1930, los científicos Whipple y Astapovich atribuyeron la explosión al impacto de un pequeño cometa, o un fragmento del cometa “Enke”, el cual se habría descompuesto sin tocar el suelo y por tanto no habría dado lugar a la formación de un cráter. A este respecto, vale acotar que en 1978, el astrónomo eslovaco Ľubor Kresák hizo un serio estudio, determinando que el el día anterior al 30 de junio el cometa 2P/Encke se encontraba muy cerca de la Tierra. Fue observado y fotografiado, alejándose hacia su perihelio, al día siguiente, 1º de julio.
Pero éste es un cometa que sigue llegando cada 3,3 años, lo que indica que si chocó contra Siberia no chocó todo él, sino solo un fragmento. Según esos estudios no es la primera vez que el Encke se partía o perdía trozos, se cree que hace entre 25.000 y 30.000 años que viene desintegrándose. A tal punto, que uno de sus fragmentos es el principal sospechoso del terrible impacto que sufrió todo el Creciente Fértil en épocas de la Edad de Bronce, unos 9.000 años atrás.
En los años '50 y '60, otras expediciones hallaron microlitos cristalinos muy ricos en níquel e iridio enterrados por toda la zona, lo que refuerza la teoría de que pudo tratarse de un objeto natural de origen extraterrestre. También se encontraron pequeñas partículas de magnetita. Esta teoría es la versión más oficialista y la más defendida actualmente, ya que explica la bola de fuego que fue vista por los campesinos y la ausencia de un cráter central, pero sus detractores critican que esta teoría tiene un gran vacío, no explica cómo es que ningún observatorio astronómico del mundo detectara su ingreso a la atmósfera terrestre, lo que si ha ocurrido numerosas veces con diferentes tipos de meteoros. Dos décadas más tarde, el geoquímico soviético Kirill Florensky tomó la posta de Kulik, y encabezó tres expediciones a Tunguska, en 1958, 1961 y 1962. Pero su estrategia fue distinta: para empezar, se subió a un helicóptero para mapear los alcances generales del estallido. Y, además, no se preocupó demasiado por encontrar un posible cráter, o pedazos del misterioso objeto, sino que apuntó directamente al análisis químico del suelo. Y así descubrió algo revelador: en toda el área había una fina capa de “polvo extraterrestre”. Partículas microscópicas de óxido de hierro magnético (magnetita), y cantidades apreciables de iridio, un metal duro y de color blanco que casi no existe en nuestro planeta, pero que abunda en meteoritos, asteroides y cometas. Además, encontraron diminutas gotitas de cristal de roca, fundidas por el calor. Otro vestigio de la infernal explosión. Parte del misterio empezaba a revelarse: el objeto de Tunguska había llegado del espacio y aparentemente se había desintegrado completamente por el calor y la fricción con la atmósfera, lo que delataría su débil anatomía. Por lo tanto, el mejor candidato parecía ser un pequeño cometa, dado que los cometas son frágiles amalgamas de hielo, roca y polvo. Cosas mucho menos duras y macizas que los asteroides. Totalmente convencido, en 1963, Florensky publicó un artículo en la revista Sky & Telescope donde le echaba la culpa del caso Tunguska, justamente, a un cometa.
En 1973 los científicos de la Universidad de Texas, Albert Jackson y Michael Ryan, desarrollaron la teoría de que la explosión había sido ocasionada por el paso a través de la tierra de un “mini agujero negro” que habría entrado por Tunguska y salido por el Atlántico Norte. Como pruebas para desarrollar su teoría se basaron en que ese día los ríos de la zona tenían la corriente cambiada y que los árboles fueron arrancados por algo que los absorbió desde el cielo. Además se basaban en que en el Atlántico norte habían ocurrido en la misma época terremotos submarinos que habían generado Tsunamis u olas gigantes, según ellos debidos a la salida del mini agujero negro. Esta teoría es bastante original, científicamente hablando, pero carece de pruebas tangibles y presenta numerosas carencias a la hora de explicar otros fenómenos asociados a la explosión, como el de la bola de fuego que cruzó media Siberia antes de caer y explotar. Entre 1989 y 1990, diversos astrónomos propusieron otra posibilidad: la de un cometa de deuterio, que podía haberse fusionado nuclearmente. Otros científicos niegan esta hipótesis, pues sería necesaria una cantidad de deuterio anormalmente alta en el cometa para validarla. A mediado de los años sesenta, algunos físicos teóricos exploraron la posibilidad de que haya intervenido la antimateria en el fenómeno, pero se trata de una hipótesis que no va más allá del pizarrón. Pensaban que lo que explotó en el cielo de Tunguska fue un trozo de “antimateria” (materia con carga eléctrica inversa a la convencional) que vagaba por el espacio y tropezó con nuestro planeta. La aniquilación materia-antimateria habría provocado el desastre. De igual tono son las teorías acerca de explosiones de plasma naturales o inducidas. Más tarde, en 1993, el estadounidense Christopher Chyba y su equipo también concluyeron que el responsable del cataclismo de 1908 debió haber sido un asteroide, y no tanto un cometa. Incluso, hicieron un identikit tentativo del objeto: unos 40 metros de diámetro y 50 a 100 mil toneladas de peso. Otro dato de relevancia –que coincide con muchas otras estimaciones– fue la intensidad y la ubicación del estallido, deducida a partir del estudio de la orientación de los árboles derribados: la explosión tuvo una fuerza de alrededor de 15 megatones (equivalentes a unas 1000 bombas de Hiroshima). Y ocurrió a unos seis a ocho mil metros de altura, sobre un punto ubicado a 60º 55’ latitud Norte, 101º 57’ longitud Oeste. Una expedición italiana de 1999 asoció el lago Cheko, que se encuentra en la zona, como el cráter buscado por tantos años. Este grupo de científicos liderados por Luca Gasperini y Giuseppe Longo, del Instituto de Ciencia Marina italiano, defiende que el lago Cheko -ovalado y de unos 450 metros de largo- ocupa la herida abierta por el choque a baja velocidad de una roca de 10 metros de diámetro.
«El proyectil que formó el lago Cheko pudo haber sido un fragmento del objeto que explotó en la atmósfera a entre 5 y 10 kilómetros de altura», dicen. A su favor, añaden que no hay pruebas -testimonios ni mapas- de la existencia del lago anteriores a 1928. Al comienzo, sólo buscaban rastros de polvo meteórico en el lecho del lago. Pero a poco de sondear el fondo, directamente y con la ayuda de un sonar 3D, Gasperini y Longo comenzaron a notar algunas cosas bastante raras: por empezar, el fondo del lago presenta una forma de “embudo”. Algo completamente distinto a los otros lagos vecinos. Los investigadores afirman en la revista de geología Terra Nova, que el lago Cheko, situado a 8 kilómetros explosión, llena el concepto de un cráter producido por el choque de un fragmento de la roca espacial.
El geólogo británico Gareth Collins no tardó en refutarlos y declaraba a la BBC que las pruebas presentadas por Gasperini y sus colaboradores no son concluyentes y se preguntaba cómo podía haber hoy en día alrededor del lago árboles cuya apariencia apunta a que tienen más de cien años. Collins añadía que los fragmentos desprendidos del objeto habrían sido, en cualquier caso, demasiado pequeños y lentos como para abrir un cráter del tamaño del lago. Los científicos italianos sostienen que su modelo explica cómo pudo formarse el cráter y esperan que una expedición a la zona aporte más pruebas en años venideros..
La última hipótesis científica defiende que las causas de la explosión fueron debidas a un experimento del genio científico, Nikola Tesla, de transferencia de energía a través de la atmósfera. Los defensores de esta hipótesis se basan en una carta de Tesla (para muchos falsa), en la que dice que va a probar un nuevo experimento en la zona de Siberia, y en los recientes programas HAARP y ROTHR, programas de investigación militar derivados de las teorías de Nikola Tesla y que se basan en el uso de grandes complejos de antenas para controlar los procesos de la ionosfera y provocar grandes descargas electromagnéticas de efectos devastadores. Pero claro, estos proyectos están bajo el secretismo de la administración norteamericana y por tanto es una teoría que no cuenta con pruebas, siendo de momento imposible de demostrar.
El primero en señalar la semejanza entre el «Portento de Tunguska» y las Bombas Nucleares fue el físico e ingeniero militar soviético Alexander Kazantzev. Éste afirmó en 1946 que la única explicación posible era la de que una Nave Extraterrestre hubiera escogido a Tunguska como lugar para aterrizar y hubiera estallado a causa de algún grave desperfecto. Kazantzev presentó su hipótesis bajo la forma de un relato de Ciencia Ficción, pero sus datos se basaban en investigaciones científicas de primera calidad. Esta es su descripción de lo que habría ocurrido en Tunguska en 30 de Junio de 1908:«La onda expansiva descendió y aquellos árboles que se hallaban debajo del lugar de la explosión permanecieron en pie, aunque perdieron las copas y las ramas. La onda incineró las partes desgajadas de los árboles y después partió el suelo helado. Las aguas subterráneas, a causa de la enorme presión del choque, irrumpieron en la superficie, formando las fuentes que vieron los nativos después de la explosión. En los sitios en los que la onda expansiva golpeó en ángulo, los árboles fueron derribados en forma de abanico. En el instante de la explosión, la temperatura fue de varias decenas de millones de grados centígrados».
Esta teoría de una intervención de alienígenas en esta explosión fue sin duda la más discutida, perseguida y tratada de desmentir de todas las existentes. El explica que la desarrolló en forma de cuento para esquivar la censura del partido comunista. Kazantsev en su cuento desarrolla la hipótesis de que los extraterrestres habrían venido para aprovisionarse de agua en el lago Baikal, el mayor lago de agua dulce del planeta. Al entrar su nave a través de la atmósfera, la fricción la calentó hasta hacer estallar sus motores, produciéndose en el aire una explosión como la de la bomba de Hiroshima. Esta teoría explicaría la visión de la bola de fuego capaz de cambiar de dirección, que vieron los testigos y explicaría la explosión en el aire. Otro escritor de ciencia ficción llamado John Baxter, en su libro “The fire came by”, publicado en 1976, siguió la teoría de Kazantsev al comparar los efectos de la explosión de Tunguska con los de la bomba de Hiroshima, ya que algunos testigos afirmaron cuando les entrevistó Kulik que habían visto una especie de hongo gigante y además en Hiroshima se habían mantenido en pie los árboles del centro de la explosión, al igual que en Tunguska. Los habitantes de la zona afirmaron a los primeros investigadores que varios de sus renos morían rápidamente y tenían extrañas costras en su piel, atribuidas hoy en día por los defensores de esta teoría a probable cáncer de piel, provocado por la radioactividad. Además los testigos hablaron de una extraña “lluvia negra”. Otro indicio de la existencia de radioactividad en la zona es que alrededor del punto de la explosión se ha producido un crecimiento acelerado de vegetación y otros trastornos genéticos.
Recientemente algunos “científicos” (más bien ufólogos) rusos, dicen haber encontrado restos de una nave alienígena. Un comunicado de la administración de la región rusa de Evenkia, difundido por la prensa digital, ha señalado que "los exploradores de la fundación estatal siberiana "Fenómeno Espacial Tunguska" opinan que han encontrado elementos de "un artefacto técnico extraterrestre".
"Hemos encontrado lo que queríamos", citaron las agencias como palabras del director científico de la expedición y presidente de la fundación, Yuri Labvin, fervoroso partidario de la teoría según la cual hace 101 años en Siberia explotó un OVNI (Objeto Volador No Identificado). El comunicado oficial dice que la expedición integrada por 14 exploradores, geólogos, profesores y estudiantes de la Universidad de Krasnoyarsk, rastreó durante dos semanas un sector elegido en base a análisis de fotografías tomadas desde el espacio.
<“Según publican varias revistas de Internet, Geert Sassen, "historiador”holandés especialista en la exploración espacial, trató de desmontar estas “pruebas”, afirmando que lo que pueden haber encontrado son piezas del quinto vuelo de prueba del “Vostok”, que despegó de Baikonur en 1960 y se estrelló en la región de Tunguska, cerca del punto de impacto de la explosión. Sassen afirma que la región se encuentra en la trayectoria de las naves que despegan de Baikonur y está plagada de fragmentos de cohetes.
Famosos astrónomos del Planetario de Moscú, publicaron una carta en el número 9 de la revista “Tejnika molodiozhi (1948)”, bajo el título de "El Enigma del Meteorito de Tunguska," defendiendo en su tiempo el derecho de emitir la hipótesis de la explosión de una Nave Interplanetaria sobre la taigá de Tunguska. Entre los científicos que firmaron la carta estaban: A. Mijalov, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de la URSS; el profesor B. Vorontsov-Veliaminov, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Pedagógicas; el profesor K. Boiev, y el profesor M. Nabokov.
Mas tarde el profesor Mijalov modificó su versión de la catástrofe de Tunguska, considerando que el meteorito era en realidad un cometa; pero esta hipótesis no tuvo gran resonancia. Los especialistas en meteoritos de la época –el académico Fesenkov; Krinov, secretario científico del Comité de Meteoritos de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética; el profesor Staniukovich, Astapovich y otros- sostenían con empeño el punto de vista de que en la taigá de Tunguska había caído un meteorito de un millón de toneladas de peso y rechazaban de manera rotunda todos los demás puntos de vista, incluyendo la hipótesis de una nave interplanetaria.
El problema del meteorito de Tunguska interesó a muchas personalidades. A. Monotskov, autor de "Buenos Planeadores Soviéticos", conocido aerodinámico y diseñador del grupo de Antonov, enfocó la cuestión de manera rigurosamente científica. Después de estudiar las declaraciones de un enorme número de testigos presenciales, corresponsales del Observatorio de Irkutsk, intentó determinar la velocidad del supuesto “meteorito” sobre diferentes zonas. Trazó un mapa con la trayectoria del vuelo, donde señaló el momento en que el “meteorito” había sido visto por los testigos presenciales en diferentes puntos de la trayectoria. El mapa de Monotskov condujo a la conclusión inesperada de que el meteorito había volado sobre la Tierra frenando. Monotskov calculó la velocidad a la que el meteorito se había hallado sobre el lugar de la explosión en el taigá de Tunguska y obtuvo 0.7 kilómetros por segundo (y no los 30-60 kms/s como se había creído hasta entonces). Esta velocidad se aproxima a la velocidad de vuelo de un avión a chorro moderno y constitutye un argumento de bastante importancia a favor a la idea de que el meteorito era, según Monotskov, un “aparato volante”, una nave interplanetaria. Si el meteorito hubiese caído con esta velocidad tan baja, partiendo de las deducciones de la aerodinámica, resulta que para producir los destrozos observados, su masa original debió haber sido de mil millones de toneladas con un kilómetro de diámetro.
Sin embargo, lo anterior no correspondía a las observaciones, pues el meteorito al volar no oscurecía el firmamento. Monotskov determina entonces que la energía que causó los destrozos debió ser más bien energía nuclear liberada al producirse la explosión atómica del combustible de la nave interplanetaria sin que ésta pegara en el suelo.
En aras del espacio, a pesar que existen otras teorías y diversos elementos de jucio respecto del enigma planteado por esta explosión de origen desconocido, solo transcribimos una entrevista televisiva hecha a Valery Uvarov, miembro de la Academia de Seguridad Rusa.
El siguiente fragmento fue transcripto de la entrevista filmada con Valery Uvarov, de la Academia de Seguridad Nacional Rusa. La misma fue realizada por Graham W. Birdsall, editor de la revista UFO Magazine del Reino Unido. La entrevista se llevó a cabo en el “International UFO Congress Convention and Film Festival”, del 2 al 8 de febrero de 2003, en Laughlin, Nevada, EE UU.
Graham Birdsall (GB): ¿Cuál es su título oficial?
Valery Uvarov (VU): Soy jefe del Departamento de Investigación OVNI, Ciencia y Técnica, Academia de Seguridad Nacional, con base en St. Petersburg, Rusia.
GB: ¿Esto, entonces, es una agencia oficial del gobierno ruso?
VU: Absolutamente. Respondo a dos personas sobre mí. Ellos responden a la persona siguiente sobre ellas, que es nuestro presidente [ Putin ].
GB: ¿Cuál es exactamente su consigna?
VU: Nuestros esfuerzos de investigación se dividen en dos partes. En primer lugar, estamos analizando constantemente los datos que vienen desde todo el mundo. Entonces extraemos lo que consideramos ser la información más interesante con nuestra base de datos -que sea amarillo o rojo-. Esto entonces, se proyecta a los varios departamentos a través de Rusia.
El otro aspecto de nuestra investigación provino al hacer la pregunta: ¿los OVNIs existen o no? Seguro sabemos que existen, pero ¿cuál interés está detrás de su actividad? Ésta es la cuestión más importante para nosotros, y en la cual concentramos nuestras investigaciones.
GB: Hay cooperación activa entre la NASA y los funcionarios aeroespaciales rusos a nivel técnico, científico y, quizá, incluso nivel militar. ¿Usted se comunica o tiene lazos con las organizaciones similares a las suyas propias de ultramar?
VU: Puedo decirle verazmente, que apenas un par de días antes de que volara a los Estados Unidos que tenía una reunión con mi... vamos decir, mis jefes. Y dijeron que están muy interesados en cooperar con otras organizaciones... digamos, nuestros amigos en el oeste. Así pues, puedo decirle que esta misión particular está en el punto de partida.
Me encargan encontrar a la gente adecuada. Cuando se hace esto y se activa la etapa siguiente, podemos dar algunos pasos concretos.
GB: Anteriormente, fuera de cámara, usted se refirió a algunos progresos importantes referentes a la explosión de Tunguska de 1908. ¿Para el expediente, puede usted decirnos por qué ahora cree que conoce la causa?
VU: No es tanto un caso de creencia; sabemos qué lo causó. Era un meteorito, pero un meteorito el cual fue destruido... vamos a decir, por un misil.
El misil fue generado por una instalación material. No sabemos quién la construyó, pero fue construida hace mucho, mucho tiempo y se sitúa en Siberia, varios cientos de kilómetros al norte de Tunguska. Puedo decirle que nuestra investigación ha revelado más de una explosión en Tunguska.
Déjeme compartir algo con usted. La vez última que esta instalación tiró abajo un meteorito fue el 24/25 septiembre del año pasado. Los americanos... tienen tres bases... que, notaron también esta explosión.
GB: ¿Puede usted ser más específico sobre la localización de esta instalación? VU: Busque el sitio de la explosión de Tunguska. Al sudeste hay un lago muy grande y famoso, llamado Baikal. Más allá de ése, al norte, hay un territorio enorme y estéril que cubre 100.000 kilómetros. Casi ninguna persona vive por allí. No hay pueblos o ciudades. Aquí es donde localizamos la instalación... GB: ¿Está usted enterado de las historias o rumores extraños que se refieren al supuesto “planeta X”? Si un nuevo cuerpo celeste ingresara a nuestro Sistema Solar, los astrónomos lo detectarían y declararían seguramente su presencia. VU: No puedo hablar por los astrónomos en el oeste, pero los astrónomos dentro de nuestra academia nos dicen que no tenemos nada que temer. He oído a gente hablar de una figura rotante a 3.600 años de este planeta, que está en una órbita similar a la de la Tierra pero detrás del Sol. Sabemos que este planeta y la instalación en Siberia están intimamente conectados. Déjeme decir que creemos que esta instalación lo está manteniendo en una órbita estable. Si ese planeta se moviera, y cambiara su órbita, el Sistema Solar entero se volvería inestable. En la Academia estamos seguros de que ese planeta está habitado, y de que la instalación está diseñada para protegerlos a ellos y a nosotros. Nada peligroso ocurrirá. Todo esta bajo control. Nuestras investigaciones han demostrado que la Tierra tiene un pulso, una frecuencia finamente entonada que afecta a cada criatura viviente. Unos 12.500 años atrás, este pulso correspondía a 360 días del año según el viejo calendario egipcio, pero entonces un asteroide impactó la Tierra y su órbita fue alterada artificialmente para compensar esto, por lo que el planeta se movió alejándose del sol, a una frecuencia-pulso de 365. Esto nos ha llevado a creer que tenemos amigos que cuidan de nosotros silenciosamente. Ellos no permitieron en ese entonces y no permitirán ahora, a ningún planeta, cometa o asteroide, impactar y destruir la Tierra.
1 comentario:
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