jueves, 14 de mayo de 2009

¿CAZADORES DE NAZIS, RAZA EN EXTINCION?


Por desgracia las guerras no finalizan cuando se firman los armisticios, se redactan los protocolos de rendición incondicional ni cuando el enemigo somete sus armas.
Cuando eso ocurre viene un período muy largo, muy lento, muy doloroso, donde la gente empieza a tomar conciencia que ha sido protagonista de un episodio indescriptible y horroroso. No solo se han perdido bienes y familia, no solo hay ruinas y desolación allí donde antes prosperaba la vida, sino que también ha cambiado el mundo interior, la percepción que se tenía de las gentes, de la humanidad, de las propias creencias. ¿Dónde estaban las organizaciones internacionales pro paz mientras duraba el conflicto, los bloques de naciones? ¿Dónde estaba Dios?. ¿Qué es la paz, qué significa la palabra libertad?
¿Qué había pasado en este tiempo nefasto con la misericordia, con el altruismo, con la compasión humana, con la solidaridad, con la esperanza y la ilusión?. ¿Dónde encontrar amistad, albergue, consuelo, protección y justicia, ganas de seguir luchando, de enfrentar el futuro?. ¿Cuál futuro…?

Europa después de finalizada la Segunda Guerra Mundial era territorio de zombies, de gente buscando su familia, marido, esposa, hijos, las tumbas de sus muertos, revisando montículos de escombros para encontrar vestigios de sus moradas. Allí donde antes había calles bullentes de actividad comercial, de restaurantes famosos y grandes tiendas, ahora solo estaban los fierros retorcidos y los cráteres de las bombas.


Hambre, miseria, prostitución, robo y asesinato eran la mejor forma de sobrevivir, de tener algo que llevarse a la boca. El otro camino era la antropofagia, la búsqueda de la proteína en la carne de tantos cadáveres esparcidos, a medio enterrar y todavía en proceso de putrefacción. Los cuatro jinetes del Apocalipsis galopaban sin prisa por el territorio devastado por el azote de la ingeniería armamentista que había agotado sus existencias. Había mercaderes en alguna parte del mundo que se sobaban las manos de júbilo. La existencia de cañones y bombas, de fusiles nuevos y viejos, de municiones sofisticadas se había agotado de sus bodegas sitas en los cuatro puntos cardinales.
Las fábricas de aviones, de barcos, lanchas, tanques y artilugios de muerte de todo tipo ya no tenían materia prima con que armar estos transportes bélicos. Los países productores de instrumentos de exterminio y los traficantes de armas no estaban en medio de estas luchas suicidas y solo interesaba que sus industrias no cesaran de entregar proyectiles, tanques, barcazas de asalto y que el dinero fluyese hacia sus bolsillos mercenarios, hacia Bancos seguros, a cuentas secretas protegidas por acuerdos de cúpulas gobernantes.
Los vencidos de hoy eran ahora objeto de venganza. Sus territorios fueron repartidos, sus leyes interferidas, sus designios de país reglados, sus riquezas confiscadas, sus líderes humillados. Les tocaba sufrir en carne propia la otra cara de la moneda, el oprobio, la persecución y la separación de sus seres queridos, el desprecio de millones de seres que nunca habían visto, pero cuya condena los sumergía en la categoría de sujetos indignos, monstruos de forma humanoide que solo se saciaban con sangre fresca arrebatada a víctimas en incapacidad de defenderse.
Para millones de parias nunca existieron tribunales donde recurrir, asistencia para su dolor, pan para llevarse a la boca, tumbas queridas donde llorar tanta frustración, tanto rencor acumulado, dónde demandar solución a sus ingentes necesidades.
En particular la etnia judía, diezmada, denigrada moral, síquica y sexualmente en el caso de las mujeres y los niños, y reducida a la calidad de bestias de trabajo y conejillos de indias para experimentos de laboratorio, exigía justicia. Su pueblo venía sufriendo persecución antisemita desde el primer día en que Adolfo Hitler fue nombrado Primer Ministro por el Presidente alemán Hindenburg el 30 de Enero de 1933. Sus millones de muertos y ajusticiados no solo fueron los cremados y fallecidos por inanición en los campos de exterminio. Una persecución obstinada y resuelta por el NSDAP, Partido Nacional Socialista de Trabajadores Alemanes, venía sucediéndose con medidas cada vez más restrictivas y odiosas. El órgano oficial del Partido Nazi, el semanario Dër Sturmer, en circulación desde 1923 tenía como lema "Los Judíos son nuestra Desgracia”. Ya el 28 de Febrero de 1933, Hitler convenció al gobierno de Hindenburg para decretar lo que se conoció como el “Decreto de Fuego”, que suspendía los derechos civiles constitucionales “a todo opositor del Partido Nazi”, que privaba a todo sujeto y en especial a los judíos, de su derecho a la libertad de expresión, de asamblea, de prensa y derechos judiciales. Ello dio pase libre a todo tipo de atropellos y a una sistemática campaña anti judía liderada especialmente por los miembros de la poderosa “organización nacionalista de soldados en retiro”, cuyas marchas de protesta, motines y azuzamiento de la opinión pública influyeron notablemente para la creación del primer “Campo de Concentración” de Dachau donde fueron a parar miles de familias judías.
Varios boicots contra los profesionales judíos y el comercio controlado por ellos, dieron como resultado la prohibición de su ingreso como profesores en colegios y universidades y la remoción de sus puestos de trabajo en toda la República. El 11 de Abril del mismo año, se Decreta una fórmula para distinguir entre arios y no arios, entendiéndose que los judíos no son de raza pura y que por lo tanto hay que separarlos a como de lugar para que no infecten la sangre aria. Luego vinieron decenas de medidas discriminatorias que los fueron acorralando hasta que se les recluyó en los Ghettos, tales como prohibición de sacrificar animales de acuerdo a la modalidad del Torah judío, quema de libros y escritos judíos, revocación de la nacionalidad alemana, esterilización forzada, exclusión de artistas y escritores judíos. Se les niega el derecho de salud para ser atendidos en hospitales y centros médicos, se les veda postular a trabajos públicos o gubernamentales.
El parlamento, en sesión especial decreta “Las Leyes de Nuremberg antisemíticas", “La Ley Nacional de Ciudadanos” y “La Ley Para Proteger la Sangre Alemana y el Honor Alemán”, que fueron las herramientas definitivas para excluir toda descendencia judía de la vida comercial pública y dejarlos al margen de los derechos ciudadanos. Se les niega el derecho a voto, casamiento entre judíos y no judíos, los hijos de judíos no podían ocupar los parques de diversiones ni los baños públicos. Los propietarios judíos fueron forzados a vender sus propiedades en territorio alemán a precios ridículos. Los médicos judíos solo pueden ejercer como enfermeros para personas judías. Se destruyen sus cultos y Sinagogas, se requisan sus pasaportes y se niega el ejercicio de cualquier profesión, a menos que no sea atendiendo gente de su raza.
De esa leche de amargura primigenia, de ese caldo de cultivo emocional, fueron gestándose los vengadores, los rencorosos, aquellos que en la orfandad de respuesta de la sociedad naciente de las cenizas de la guerra, clamaban por castigo para las cabezas visibles del nacismo, por su juzgamiento y ajusticiamiento, pues nada más que la pena de muerte de esos líderes podría resarcir en algo tanta frustración, tanta impotencia contenida. La triste realidad era que los señores de la guerra, esos jerarcas inmisericordes y odiosos, con poder de vida o muerte sobre personas y países habían eludido su responsabilidad humana y divina.
Los semidioses que hasta ayer dominaban el mundo habían huido cobardemente y se encontraban camuflados en otros países o prófugos de la justicia internacional bajo el cargo de criminales de guerra. Desaparecidos y en fuga pero ricos y con recursos ilimitados. Protegidos por dignatarios y potentados que debían su poder y su riqueza a los favores concedidos cuando éstos ostentaban el laurel sobre sus sienes, pero que ahora cambiado su nombre, rostro y personalidad vivían como reyes en los paraísos exclusivos para millonarios, o bien en aquellos países donde las leyes de extradición aún no estaban debidamente sancionadas.
Bajo el amparo de su nueva identidad se reían de los simples mortales, hacían planes para el futuro y soñaban con volver a ser poderosos y con gobernar otra vez el mundo. Todo lo tenían fríamente calculado. Conocían la vanidad humana y ellos tenían todos los recursos necesarios para explotarla en beneficio propio y por sobre todo, sabían que casi todos sus camaradas de la cúpula militar nazi estaban vivos y que más temprano que tarde se convertirían en los más fuertes.
Pero hubo un detalle sobre el cual no reflexionaron: el odio, esa fuerza inmanente que anida en el espíritu humano y que permanece intacto por generaciones y que no se detiene ante nada con tal de conseguir su propósito. Esa aversión no necesariamente irracional que a veces se convierte en una obsesión de por vida y que puede trastocarse en una especie de culto.
No pensaron que el sufrimiento racial había engendrado una mutación en las formas de odiar que había prendido en sujetos aislados, en personas comunes y corrientes que fueron incapaces de perdonar y que ante la desidia oficial decidieron tomarse la justicia con sus propias manos. Habían nacido “Los Cazadores de Nazis”.
Como Serge Klarsfeld, escritor, historiador y abogado francés, y su esposa Beate. De origen judío, sufrió en carne propia las contingencias del antisemitismo institucionalizado. Su padre, arrestado por las SS en Niza fue deportado al Campo de Concentración de Auschwitz, donde falleció. Serge y su hermana junto a su madre lograron escapar siendo ubicado en un hogar para niños judíos, logrando todos ellos sobrevivir a la guerra.
Recibido de abogado se diplomó en estudios superiores de Historia en La Sorbona y en Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París, siendo además Doctor en Literatura.
En 1963 conoció a la joven alemana Beate Kuntzel con quien se casó. Ambos se consagraron a la misión de estudiar concienzudamente el historial de los 76 mil deportados judíos franceses, logrando encontrar en esta investigación 200 valiosas fotografías, las únicas existentes, que documentan la llegada de los trenes de prisioneros a Auschwitz y la forma en que se seleccionaba a sus ocupantes para destinarlos a los campos de concentración.
Este fue el punto de partida. De ahí en adelante, promediados los setenta, dedicaron toda su vida a localizar, perseguir y llevar ante la justicia a los criminales nazis, siendo su lema de trabajo: “La Justicia, No la venganza.”
Beate resultó ser una valiente mujer que a pesar de no tener ascendencia judía se caracterizó por su perstinacia y habilidad para desenmascarar personalmente el pasado nazi de ciertos “poderosos” que actuaban en movimientos políticos progresistas en Europa.


En 1968 llamó la atención internacional al abofetear al canciller alemán, Kurt Georg Kiesinger, un antiguo nazi que se había convertido en el líder del partido centroderechista alemán Unión Democrata Cristiana de Alemania (CDU) y Canciller de la RFA. En 1986 lanzó una campaña contra el presidente austríaco, Kurt Waldheim debido a su pasado nazi.


Sobrevivió en 1979 a un intento de asesinato por parte de la red nacionalsocialista ODESSA, que quería terminar con su vida debido a su antinazismo militante. Esta acción llamó la atención de la comunidad judía en los Estados Unidos, que la invitó a dar conferencias en su país y que dio por resultado la creación en 1979, de una Fundación que lleva su nombre, ubicada en Nueva York, que recoge fondos para la investigación y captura de criminales de guerra nazis. En 1996 protestó legalmente contra los criminales de guerra serbios RADOVAN KARADZIC Y RATKO MLADIC.


Este "hobby" no les resultó fácil a los Klarsfeld. Lo pudieron comprobar cuando descubrieron el paradero de un ex Jefe de la Gestapo en Paris, Kurt Lischka, alto oficial de las SS, quien en aquel momento se desempeñaba como Director Comercial de una empresa de Colonia, Alemania.
Serge dio cuenta a la policía y fue informado que Lischka no podía ser detenido en ese país porque había en la Corte un fallo pendiente que había que esperar. Desesperado, Serge llegó al punto de esperar a Kurt en la puerta de su domicilio y apuntarlo con un revólver sobre la frente, para demostrarle que si bien no podía ser llevado a juicio, cualquiera podía matarlo.
Luego planificó un plan para secuestrarlo y llevarlo a Francia, el que fracasó, siendo condenado en 1974 a cuatro años de prisión por este hecho, pero pudo conseguirse la suspensión de esta condena merced a la intervención de varios países y a las numerosas protestas internacionales en foros y calles en todo el mundo. Cinco años después, en 1979, finalmente Kurt Lischka fue condenado por crímenes de guerra a 10 años de presidio en Alemania, muriendo en prisión en 1987.

En 1938, Lischka fue jefe del "Departamento de Asuntos Judíos en Berlín" de la GESTAPO. En Junio del mismo año organizó los primeros envíos de judíos a Buchenwald y a Sachsenhausen. Fue uno de los cerebros y ejecutores del Plan antijudío conocido como la “Noche de Cristal, Kristallnacht”, que no fue otra cosa que la destrucción de cientos de sinagogas y negocios judíos que fueron incendiados y más de 7.000 negocios saqueados sin que interviniera la policía ni concurriesen los bomberos. 120 muertos y unos 30.000 judíos fueron puestos bajo arresto y llevados a los campos de concentración recientemente ampliados de Dachau, Buchenwald y Sachsenhausen y despojados de todos sus bienes y de las sumas pagadas por las compañías de seguros por los daños causados a sus propiedades en esta razzia aniquiladora realizada desde el mismo gobierno nazi.

Lischka sería el primero de una larga lista. Le seguirían, entre otros Klaus Barbie conocido como "El Carnicero de Lyon" por los crueles y sangrientos crímenes que cometió como funcionario nazi. Klaus Barbie vivió casi cuarenta años en la impunidad refugiado en Bolivia, hasta que los Klarsfeld dieron con él.


El 5 de febrero de 1983, fue trasladado por fin a Francia e ingresado a la prisión de Montluc, para responder por delitos contra la humanidad. No fue necesario realizar un juicio puesto que ya se le había juzgado en rebeldía en la ciudad de Lyon al término de la guerra. Fue condenado a la pena de muerte por su participación en 4.342 asesinatos, el envío de 7.591 judíos a campos de concentración y el arresto y tortura de 14.311 miembros de la resistencia francesa. Al cabo de 40 años de vida al margen de la justicia se atrevió a declarar que sólo se arrepentía de haber dejado vivos a algunos judíos.



En 1970, logró evitar la nominación de Ernst Achenbach -un funcionario en Francia durante la ocupación nazi, responsable del envío de 2.000 judíos a los campos de concentración- como representante de la RFA en la Comisión Europea, difundiendo un archivo que lo denunciaba como criminal nazi.


ACHENBACH, era Ayudante del embajador alemán O. Abetz, sobre todo, en la campaña antijudía y en la política de fusilar rehenes como represalia por atentados. Después de la guerra, siguió su carrera política en Alemania, hasta que en 1970 fue descubierto por un diario y su carrera destruida por la acción de Beate Klarsfeld. Murió en 1991.


La actividad investigativa de los caza nazis Serge y Beate los
llevó a la captura de decenas de jerarcas alemanes y no alemanes comprometidos en atrocidades como MAURICE PAPON, el único alto funcionario francés condenado como cómplice de crímenes contra la Humanidad por el papel que jugó en la deportación de judíos de Burdeos durante la ocupación nazi. Su juicio de seis meses, celebrado entre octubre de 1997 y abril de 1998, y su posterior condena a 10 años por ordenar el envío de centenares de judíos franceses al campo de detención de Drancy, en las afueras de Burdeos, y desde allí a Auschwitz entre 1942 y 1944, hizo trizas el mito de la inocencia francesa bajo la ocupación y de la Resistencia nacional masiva durante la Segunda Guerra Mundial.


Cuando, en septiembre de 1944, De Gaulle habló a la muchedumbre desde el balcón de la prefectura de Burdeos, Papon estaba a un metro de distancia y salió en la foto. Algunos grupos de la Resistencia le acusaron de colaboracionista, pero diezmados y enfrentados entre sí, no pudieron probarle nada. Condenado a 10 años de cárcel y al pago de 700.000 euros, huyó a Suiza en 1999, pero fue detenido y encarcelado en la Santé de París. Recurrió a todas las instancias jurídicas y políticas, y durante tres años fueron rechazados todos sus recursos. Finalmente, el 18 de septiembre de 2002, el Tribunal de Apelaciones de París suspendió su pena de prisión por razones de salud. Murió en 2007.

En 1984 los Klarsfeld fueron galardonados con la Legión de Honor, la más importante condecoración francesa, y en 1986 su vida fue llevada al cine en la película Nazi Hunter: the Beate Klarsfeld Story. Actualmente dirigen su fundación llamada The Beate Klarsfeld Foundation que persigue crímenes contra la humanidad, email mailto:info@klarsfeldfoundation.org,)



Serge Klarsfeld es además vicepresidente de la Fondation pour la Mémoire de la Shoah.
Datos extractados de la página http://unabrevehistoria.blogspot.com/2008/03/los-cazadores-de-nazis.htm.


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