Idi Amín, el calígula ugandés.
«Me gusta la carne humana porque es más blanda y salada y al Corán por religión» IDI AMIN.
La especie de los tiranos es un fenómeno mundial. Por alguna razón que corresponde probablemente explicar a la sociología, los pueblos caen a merced de estos monstruos sin dios ni ley que aherrojan a sus semejantes, sumen al pueblo en el terror y dejan una estela de muerte, miseria y desolación en su afán de aferrarse al poder, esa herramienta que el pueblo pone en manos de sus dirigentes buscando justicia social, progreso colectivo y paz duradera.
Este proceso cíclico nunca ha cesado desde los albores de la aparición del hombre en la tierra, pero a veces queda disimulado bajo excusas de guerras, ofensas, interés nacional y otros trastornos y conflagraciones que tienden a disfrazar la personalidad congénita de estos caciques, tiranos, dictadores, déspotas, reyezuelos y autócratas totalitarios que abusan del poder político sin limitaciones legales, utilizando la fuerza y el poder que ella otorga, para subyugar en forma cruel y hasta sanguinaria a sus enemigos.
Todos sin excepción, caen bajo la denominación de criminales, sin olvidar que junto con dilapidar y agenciarse los fondos del erario nacional para su parentela, amasan fortunas personales inconmensurables, que generalmente disfrutan asilados en algún país extranjero donde compran su libertad, lo que les coloca a la par de los bandoleros.
Curiosamente, esta gente tiene partidarios, que celebra su comportamiento cavernario y que encuentran en estas actuaciones un sentido de íntima satisfacción y regocijo personal, lo que nos indica que no podemos sino colegir, que existe un porcentaje apreciable de la humanidad proclives a la criminalidad y el bandolerismo.
Algunos de estos sujetos que se nos vienen a la memoria, fueron Leopoldo II de Bélgica, que en 40 años de explotación del Congo, mermó de 20 a 10 millones su población. Antes, Tiberio el perverso, Calígula el tartamudo, Nerón el loco, Claudio, Mussolini, los Somoza en Nicaragua, padre e hijo, Machado y Fulgencio Batista en Cuba, Trujillo en Santo Domingo, Leguía y Sánchez Cerro en Perú, Duvalier en Haití, Porfirio Díaz en México, Stroessner en Paraguay, Noriega en Panamá, Melgarejo en Bolivia, Pérez Jiménez en Venezuela, Franco en España, Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Efraín Ríos Montt en Guatemala, Guillermo Rodríguez en Ecuador y tantos y tantos otros, escondidos generalmente bajo imponentes charreteras y medallas inmerecidas, discursos altilocuentes, protegidos por una aristrocracia mercenaria y que utilizaron los ejércitos de sus países para matar al propio pueblo que pagaba sus sueldos.
Nadie mejor que Idi Amín Dada, de Uganda para personificarlos a todos, inculto, golpista, cínico, marrullero, obsequioso con los poderosos, polígamo, supersticioso, traidor, asesino y desquiciado mental.
Quizás el único distingo en que Idi Amín difiere de sus colegas sátrapas a través de la historia, es su antropofagia, esa costumbre tribal de comerse a sus enemigos, aunque de ello no se puede estar tan seguro.
Se calcula en medio millón de personas el número de víctimas inocentes que murieron durante los nueve años, de 1971 a 1979, que Idi Amín Dada sembró el caos en Uganda como gobernante único, la mayor parte de ellos, bajo su propia mano o en su presencia y por órdenes directas entregadas a su selecta guardia personal, un verdadero grupo dedicado al exterminio, que lo protegía las 24 horas del día celosamente.
La historia de Amín es también reconocible en muchos caudillos populares y dictadores uniformados.
Nació muy pobre en el poblado de Koboko en 1925. Ya en el 46 lo encontramos como pinche de cocina en el regimiento de las fuerzas coloniales británicas “King´s African Rifles” (Fusileros Africanos del rey). Su gran envergadura física, 110 kilos de peso y 1,95 de estatura y su afición a las peleas lo ayudó a ser popular entre los soldados, convirtiéndose en el 51 en el campeón de peso pesado de Uganda, título que mantuvo por nueve años consecutivos.
Enviado con el grado de cabo a Kenya, a combatir a los rebeldes Mau Mau, se destacó por su sanguinaria ferocidad, impugándosele ya en ese tiempo el asesinato de civiles, la tortura y homicidio de prisioneros y la indiscriminada violación de mujeres de los lugares donde transcurrían estas guerrillas.
Allí, en parte gracias al boxeo ascendió a teniente y cuando Gran Bretaña concedió la independencia a Uganda en 1962, el gobernador saliente, Walter Couts le dijo al nuevo primer ministro ugandés, Milton Obote: "Le advierto que este oficial puede causarle problemas en el futuro".
Su primera misión conocida de oficial fue el desarme de los ganaderos del noreste de Uganda. Las denuncias de torturas por los británicos en aquella operación cayeron en saco roto. Idi Amín fue tan eficaz en su misión que Obote le ascendió a capitán en 1963 y un año más tarde a coronel y segundo jefe del Ejército. Al año siguiente, dirigió el ataque al palacio del rey de Buganda, quien había denunciado corrupción en el regimen de Obote. Lo hizo con tanta eficacia que fue nombrado jefe del Estado Mayor. Idi Amín ya era Jefe del Ejército y de la fuerza Aérea.
Pero la relación entre Amin y Obote, presidente desde 1966, se deterioró en una atmósfera de mutuas sospechas.
Sus problemas con Obote no vinieron de sus excesos -daba la nota en todas las fiestas oficiales tirándose a la piscina en uniforme y cruzando Kampala a 150 por hora en su deportivo rojo- sino del asesinato de Pierino Okoya, brazo derecho de Obote. Este había llamado cobarde a Amín por escapar a una base militar tras el intento de asesinato de Obote en diciembre del 69.
Amin, a punto de ser detenido y enjuiciado por apropiación indebida de dineros del Ejército, llegó al poder en 1971 con un rápido y sangriento golpe contra el presidente Milton Obote. Aprovechó la ausencia del mandatario, que fue a una reunión de la Commonwealth que se celebraba en Singapur, para derrocar a aquel que nueve años antes había hecho lo mismo con el Rey Mutesa.
El cambio de Gobierno fue visto en los primeros días con alivio y causó una sensación de liberación. El nuevo Gabinete recibió incluso el reconocimiento de Londres, deseoso de ver instaurada una democracia.
Pero el engaño no fue duradero y las promesas no se cumplieron. «Big Daddy» se erigió en verdugo de su propio pueblo, imitando a su predecesor que había asumido todos los poderes y derogado la Constitución para construir una a su medida.
Así comenzó un reino del terror como no se había visto en África desde el fin de la era colonial. Amin ordenó rápidamente la ejecución de cientos de soldados de las etnias en las que no confiaba. La mayoría fue asesinada en masa por escuadrones de fusilamiento. Algunos de sus enemigos más violentos fueron decapitados y la leyenda afirma que el dictador guardaba las cabezas en un congelador.
Expulsó a los asesores israelíes y se echó en brazos del coronel libio Gadafi, que no dudó en intervenir. Idi Amín se convierte así en el primer dirigente africano que tras la purga militar, inició una purga civil. Organizó una fuerza pretoriana para recorrer pueblos y aldeas saqueando, violando y generando un clima de terror que todavía no se ha olvidado en la región. Era frecuente en aquellos años, encontrar cuerpos sin genitales, narices u ojos tirados en las cunetas y decenas de miles de ugandeses sufrieron torturas en campos de concentración.
"Amin no tenía idea de cómo gobernar. Era casi analfabeto, su inglés era pobre, leía muy mal y sólo firmar documentos ya preparados le resultaba difícil", dijo alguna vez su secretario privado, Henry Kyemba. Entretanto, Idi Amin se autoproclamó mariscal de campo, presidente vitalicio, conquistador del imperio británico y rey de Escocia, y se condecoró a sí mismo con la Cruz de la Victoria, la Cruz Militar y la Orden al Servicio Distinguido. Sus medallas eran tantas que llenaban su uniforme hasta cubrir su generosa barriga. En 1972 aseguró que Dios le dijo en un sueño que debía expulsar del país a todos los descendientes de indios y paquistaníes, cosa que hizo, para luego traspasar los negocios de los expulsados a sus amigos. La marcha de los más de 90.000 asiáticos y británicos que ocupaban importantes sectores financieros, representó una puñalada para la economía de un país cada vez más aislado del exterior.
Convencido de que grupos extranjeros podían intentar algo en su contra, se rodeó de más de 23.000 guardaespaldas, no abandonó la jefatura del Ejército y fue expulsando o matando a todos los que veía como posibles enemigos, incluyendo la de varios ministros , la máxima autoridad de la Justicia ugandesa, el titular del Banco Central, el arzobispo anglicano y el vicerrector de la Universidad de Makerere.
Calificado por sus críticos de «paranoico» y «megalómano», Amin se convirtió en el primer líder africano negro que rompió relaciones con Israel, hasta entonces principal aliado de Uganda, realizando repetidas declaraciones antisemitas. En una carta a la entonces primera ministra israelí, Golda Meir, lamentó que Hitler «no hubiera eliminado a todos los judíos».
En 1974 se dejó filmar por Barbet Schroeder. El retrato que nos dejó es un espejo fiel del personaje, mitad payaso de circo, mitad criminal sin escrúpulos, inconsciente de sus atrocidades. En una secuencia del documental hace de guía en un crucero en barca espantando cocodrilos (a los que luego echaba los cuerpos de sus víctimas) y saludando a los elefantes. Al minuto siguiente le vemos riéndose a carcajadas de haber criticado a Hitler «por no haber matado a suficientes judíos»: un retrato exacto de la banalización del mal. En el libro A State of Blood (Un Estado de sangre), el único relato de aquellos años desde dentro, Henry Kyemba, ministro en todos los gobiernos del ex dictador, describe con todo lujo de detalles muchos de los crímenes más horrendos. «Acabó con la delincuencia callejera aplicando a rajatabla el método wahabí de cortar las manos o linchar en público a los ladrones», escribe.Cuando EEUU, Israel y el Reino Unido se negaron a aumentar la ayuda militar, rompe relaciones y toma partido abiertamente a favor de los árabes en la guerra árabe-israelí del 73. Su popularidad en el mundo árabe no dejaba de crecer por sus intentos de convertir Uganda, con sólo un 6% de población musulmana, en el primer país islámico del Africa negra. Esto le sirvió más tarde para ser ser protegido por el emirato de Dubai.
Durante su etapa en el poder tuvo cerca de siete esposas y más de cincuenta hijos. En 1973, una de sus esposas, Kay, fue repudiada por Amin estando encinta. Para no quedar fuera de la ley, intentó un aborto. Amin la secuestró de la clínica, ejecutó al médico y a las enfermeras y la llevó a su Palacio. Allí, en presencia de cien de sus funcionarios, fue descuartizada a hachazos por un verdugo, a la vista de dos de sus pequeños hijos que fueron llevados por Amin "para que sepan lo que les pasa a las malas esposas".
Idi Amin ordenaba además la retransmisión televisada en directo de la decapitación de sus oponentes. En una ocasión, su ministro de Justicia llegó a contradecirlo públicamente. El funcionario, después de ser sometido a fuerte reprimenda televisada y a una tortura despiadada, se convirtió en el plato fuerte de un banquete que se ofrecía en palacio. Conocido también como el «Hitler africano», Amin instauró la violencia por sistema, el Corán por religión y el sexo promiscuo por ley al implantar en el país la poligamia. Además ordenó matar a todos los elefantes de su país para «mantener su vigor sexual», recomendación que le hacían sus chamanes.
Sus delirios de grandeza le llevaron finalmente a mandar un contingente de soldados para invadir a su vecino Tanzania. Una decisión que le costó la muerte política. Julius Nyerere, presidente de este país, lanzó un contraataque de una fuerza conjunta de tropas tanzanas y exiliados ugandeses que consiguió desbancar a Amin del poder. El dictador huyó rápidamente de Uganda. En su refrigerador aún había restos del cuerpo de uno de sus recientes ministros destituidos.
Se constituyó un Gobierno el 11 de abril de 1979, inmediatamente reconocido por Gran Bretaña, la CEE y demás organismos internacionales. Ese año el Gobierno libio había retirado su apoyo militar al dictador. A mediados de 1995, el presidente ugandés Youeri Museveni declaró que Idi Amin no sería amnistiado ni siquiera en aras de la reconciliación nacional. «Big Daddy» había consiguido escapar de los tribunales y de la cárcel. Cuando fue destituido, Idi Amin huyó primero a Libia y luego a Iraq, para finalmente instalarse en Arabia Saudí en diciembre de 1980. Allí comenzó un exilio dorado en un lujoso palacio de Yeda, ciudad portuaria a orillas del Mar Rojo, rodeado de varias de sus mujeres, al menos 30 de sus hijos y... una extensa corte de cocineros, criados y chóferes. El déspota ugandés, a quien la Familia Real saudí impuso el silencio como condición a su estancia repleta de privilegios económicos, prohibiéndole dedicarse a cualquier asunto político, iba a orar con frecuencia a una mezquita cercana a su residencia y paseaba a diario por la playa. En la única entrevista concedida desde su exilio al periódico ugandés Sunday Vision, del presidente Museveni, en 1999, el carnicero de Africa decía: «Llevo una vida muy tranquila, dedicado a la religión, a Alá y al Islam». "El carnicero de Kampala" murió en Arabia Saudita el 16 de agosto de 2003.
2 comentarios:
Ay querido amigo, este hombre que no sé si llamarlo asi, era un sanguinario despiadado, vi la película que hicieron de él, pero creo que está muy lejos de contar la verdad,todo lo que nos has informado acá, como siempre Enrique, está basado en una rigurosa investigación, muy post, abrazos.
Sabía muchas cosas sobre este oscuro y terrible ser de pesadilla, pero que fue rea!!!Y al leer tu post me han sido reveladas otras tantas todavía más perversas y desquiciadas. Un gran post sobre los dictadores y este personaje en partícular. Un saludo desde España!
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