sábado, 7 de julio de 2007

Lo bueno, lo malo y lo feo de las Fiestas Patrias Chilenas, Melbourne 2006

Algo tiene el mes de septiembre para los latinoamericanos que no es solo el anuncio de la primavera que trae vida y colorido a la floresta. De alguna manera misteriosa que tiene que ver con los sentimientos y la felicidad, todos advertimos que es solo en este mes y no en otro, cuando se respira ese aire limpio, puro y aromoso que trae sabores salinos y vientos montañeses de la sierra, de los grandes valles y de los mil vericuetos de la monumental cordillera andina que cual columna vertebral cruza el continente.

Es quizás el aroma vigorizante que nos dejó Simón Bolívar, el Caudillo de la independencia hispanoamericana cuando cabalgó por nuestra tierra morena como también lo hizo el Libertador San Martín más al sur, regando las aldeas, los villorrios y las grandes ciudades con sus palabras incendiarias plagadas de anhelos libertarios y de fé en los grandes valores humanos.

Una a una todas las naciones se agigantaron y buscaron ser soberanas e independientes. Unas antes y otras más tarde, pero nunca pudo ser realidad el sueño visionario de una sola gran nación americana, hermanada por la tradición y el lenguaje.


Es en septiembre, noveno mes en el Calendario Gregoriano, que viene de Séptimo debido a que era el séptimo mes en el calendario romano, cuando otros pueblos también cristalizaron el mismo anhelo. El 15 de septiembre Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Honduras celebran su Día nacional. México celebra el Grito de Dolores el 16, y Chile, el 18 de Septiembre la instalación de la primera Junta Nacional de Gobierno.

Para los chilenos, Septiembre es el mes de la patria, la máxima celebración nacional en homenaje a toda esa generación que vivió y murió para remontar la dependencia extranjera y tener la opción de fabricar un destino propio.

Desde tiempos coloniales el pueblo celebra este acontecimiento con alegría y reconocimiento a nuestros héroes del pasado. Desde el 17 al 19 todo el país vive en estado de regocijo interior. Marchan los soldados, las banderas flamean al tope de las casas y un ambiente festivo recorre la ciudad. La gente bebe, grita y suspira, se enamora y llora, porque es el tiempo de hacer y de dejar hacer todo lo que no se puede o no se consigue en la vida de la rutina diaria.

Hay licencia para festejar, para sentirse alegre, para silbar y aplaudir. Para acordarse de que todos somos hermanos, que los hijos de los amigos también son nuestros hijos y que nuestras mujeres son las más bellas. Pero es en los campos donde se vive mejor la tradición nacional, la institución de las ramadas, las carreras de ensacados, del palo ensebado, de elevar volantines hasta el infinito.

Todavía es dable admirar la exhibición huasa, la apostura del hombre que trabaja la tierra y que se viste de gala para el Día de la Patria. Y de la china, de la mujer de pueblo y de la casa, que se emperifolla para lucir distinta.

Y luego todos juntos bebemos chicha nueva; pueblo y pitucos, obreros y escritores, albañiles y abogados, banqueros y gañanes, probando los mostos de la misma pipa, sino de la misma copa de chichón alzado, espumante y vivo, con sustancia de uva a punto, roto su hollejo por pisadas de abuelas, para expeler el jugo que invade más allá de las vísceras hasta llegar a la risa.

Ya con la euforia en el cuerpo, con esta otra sangre rebalsando el espíritu en correntada ansiosa, nada puede impedir la pertinacia de seguir bailando, silbando y cantando, queriendo disfutar así como ahora, para siempre. Y ahí la bihuela, la guitarra, el tamborileo sincopado de las palmas y tacos duros, de esos zapatos nuevos azotando las tablas, mientras el pañuelo revolotea de subida, de bajada, de inclinada, de revoloteo, deshilachándose como plumas de paloma asustada.

LO BUENO...

Así eran las fiestas de antaño, las que recuerdo, las que me gustaban. Y todavía lo son en algunas partes. Por eso, me gustaron las Fiestas Patrias de Melbourne del año pasado, porque por primera vez estas fiestas chilenas recogieron la atmósfera de otrora, no solo porque la enseña tricolor estaba en todos los rincones ni porque el ambiente olía a cazuela y empanadas, sino porque era fácilmente apreciable por el sentido fino e infalible que llevamos dentro, que había caldo de unión, amistad de buena cepa, cariño del bueno para dar y recibir, para prestar y conseguir de empeño, por una mirada, por un guiño de ojo, por un apretón de manos, por un beso encendido.

Ciertamente así lo entendieron las cerca de quince mil almas que bailaron cuecas, corridos, salsas y rancheras hasta el agotamiento. Así fue para los que degustaron los vinos chilenos, las empanadas caldúas, los asados a punto, las sopaipillas y los picarones pasados. Los centroamericanos olvidaron las pupusas y los tamales, los argentinos y uruguayos cambiaron el vigilante por el churrasco, el locro por la paila marina y los bolivianos y peruanos le hacían chupete a la longaniza de Chillán, que encontraron mejor que las papas a la huancaína.

Todo eso constituyó sin duda un minuto soñado, para guardar en la caja del tiempo. Para cerrar los ojos y soñar despiertos, para contarlo a los nietos. Todos los chilenos estábamos allí. Había unidad de cuerpo y de alma. Había un encuentro de hermanos. Las cuentas pendientes y las facturas entre organizaciones habían quedado el el baúl del olvido. Ese fue un hermoso día nacional, una fiesta inolvidable, con invitados especiales de todo el mundo, que difícilmente podría repetirse a lo largo ni a lo ancho de nuestro querido país.

Me sentí ese día muy orgulloso de ser chileno en Australia. De comprobar que la gente estaba esperando de sus dirigentes comunitarios esa diapasón, esa señal de que por fin había un camino común, un esfuerzo unitario y una meta que no era otra que el interés general.

También creo que era y sigue siendo el sentir de las gentes, de los sufridos chilenos y chilenas que vivimos en este país generoso mirando permanentemente hacia atrás, a nuestros orígenes, a la familia que se quedó, a nuestras costumbres y decires que ya nunca escuchamos.

Las organizaciones chilenas ese día nos dieron un gran ejemplo. Allí estaban todas presentes, trabajando, prestando servicio, haciendo patria en suelo extraño, enseñando a las generaciones de relevo cuál es la sustancia generosa que se anida en nuestros sentimientos y por qué a veces se nos humedecen las mejillas cuando recordamos la pampa sureña, el desierto, la gran montaña, las olas suaves de nuestras playas y los campos floridos.

Ahí estaban los brillantes organizadores de este magno evento, la Institución Fonda La Clínica. Ahí estaba respaldándolos el organismo máximo de las organizaciones chilenas, la Asociación de Comunidades Chilenas, ahí estaba prestando su apoyo solidario el grupo más antiguo y prestigiado de nuestra comunidad residente, El Club Chileno de Victoria, las agrupaciones folclóricas, las organizaciones culturales, deportivas y del voluntariado. Ahí estábamos todos. Todos, con sacrificio y entrega.

Cuando me fui a casa, todavía flotaba en el aire ese aroma limpio, puro, hecho de satisfacciones, que de seguro venía todo de la patria misma, cruzando mares y montañas extrañas. Por fin los chilenos estábamos como en casa, centrados en la verdad verdadera, aquella donde el sentimiento país vibra dentro de nosotros y somos capaces de exteriorizarlo abrazándonos en la oscuridad para avanzar todos juntos y derribar los obstáculos.

El dieciocho de septiembre de 2006 fue para mí, el mejor dieciocho que he visto en los últimos veinte años, porque junto a los chilenos estaban los argentinos, los peruanos, los bolivianos, los ecuatorianos, los mexicanos, los salvadoreños, los brasileños, los uruguayos, los colombianos, los hondureños y todas las nacionalidades presentes en la cultura australiana participando
con sus conjuntos folklóricos, con sus cantantes y sus trajes típicos, con su música y sus hermosas danzas y mujeres. Eso era un dieciocho chileno americano, una especie de sueño bolivariano y del gran San Martín hecho realidad. Algo nunca antes visto.¡¡¡ Qué maravilla!!!.

LO MALO...

Me he enterado con pena, que otra vez, pequeñas cosas, dimes y diretes, añejos resquemores han producido que algunas manos suelten las manos de los otros. Que otra vez, como antes tendremos fiestas patrias diferidas, en dos fechas en dos lugares distintos.

Algunos no quieren entender que separados no somos nada y que juntos somos capaces de todo.
Lamentablemente nadie tuvo la capacidad mediadora para poner atajo oportunamente a esta situación. Ni los viejos sabios ni los jóvenes entusiastas. Menos las autoridades chilenas que se supone tienen que asesorar y probar su muñeca negociadora en los momentos difíciles.

Yo, en lo personal me siento profundamente decepcionado por todo ésto.
El 18 de septiembre 2006, no solo fue un punto de encuentro, era un punto de partida que se está desperdiciando. ¡Ojalá vuelva la razón!.

LO FEO...

Otra cosa que está espesa, es la Cena de Gala que el Consulado tiene organizada, al igual que el año anterior, para “homenajear” a la Comunidad chilena residente. Ese al menos era el motivo aducido el año pasado. Este año, la convocatoria del Cónsul ni siquiera dice eso, solo dice que se trata de La Cena de Gala de las Fiestas Patrias Chilenas 2007.

Esta celebración dieciochera, de juntar a todos los chilenos en una comida bailable, asado o paseo campestre fue siempre una iniciativa de las organizaciones comunitarias chilenas. Constituía prácticamente una tradición. Citar a la comunidad a un evento previo al 18 de septiembre para juntar fondos para organizar unas buenas fiestas patrias o concurrir en socorro de una mejor causa con el beneficio obtenido.

De pronto, entre gallos y medianoche, ya no era la comunidad la que organizaba la fiesta, era el Consulado.

La gente se pregunta cómo es eso que el consulado rinda homenaje a la comunidad y la comunidad deba pagar por este homenaje que les hace el Cónsul. Es decir, hay que desprenderse de 65 dólares per cápita para celebrarse a sí mismo. Eso significa que en una familia de cuatro que van a la famosa “gala” hay que desprenderse de 260 dólares, y que, como ocurrió el pasado año, si a la gala concurren 600 personas hay un ingreso solo por concepto de entradas de 39.000 dólares.

¡Para qué y porqué, con qué objetivo!, ¿para ir a socorrer alguna institución, para solventar gastos del consulado, para proyectos comunitarios? ¿ Para pagar la magra comida típica de estos actos que se supone ya está suficientemente cubierta por las donaciones?, nadie lo sabe.

Hacen bien algunos dirigentes de la Asociación de Comunidades chilenas con pedirle al Cónsul que devuelva esta fiesta a la comunidad. No se ve bien que este representante del gobierno de Chile, primero arrebate a la organización madre, la Asociación de Comunidades Chilenas lo que por muchos años ha constituido su único evento anual. Y menos que aparezca compitiendo deslealmente con la ventaja que da su cargo con las organizaciones de base pidiendo dineros al comercio y a las empresas de connacionales que operan en Melbourne, así como apoyos publicitarios para esta actividad, sin que haya de por medio ni siquiera un objetivo comunitario como siempre ocurrió antes, en que los dineros resultantes de esta celebración vayan como natural destino, previa cuenta a la comunidad, en socorro de alguna causa predeterminada sea en Chile o en Australia, de un proyecto social o comunitario de concenso de las entidades y organizaciones chilenas.

Esta fiesta de la chilenidad, no puede ser utilizada arbitrariamente para otros fines que no sean los ya descritos. Los chilenos no precisan fiestas de gala. Solo encontrarse como hermanos, abrazarse con los amigos que no ven por mucho tiempo, saber que estamos vivos, recordar nuestras hermosas tradiciones y compartir un trozo de pan amasado o un asado a la chilena. Y sobre todo, recordar a la patria lejana.

En este aspecto los chilenos en Melbourne hemos tenido mala suerte. De los tres o cuatro cónsules de los últimos doce años que ya nadie recuerda, la mayoría ha tenido que hacer sus maletas apresuradamente y abandonar la ciudad rumbo a otro destino, generalmente a causa de intromisiones o torpezas que llegaron a la opinión pública y a las autoridades de la Cancillería que estimaron pertinente su traslado inmediato.

Curiosamente, todos ellos marcaron el tipo de ¨Pepe Pato”, chilenismo usado para aquellos que hablan y actúan como se caricaturiza a la alta sociedad vanal y de lenguaje altisonante, que marca diferencia con el lenguaje común. Seguramente porque cuando nuestro pueblo sufrió el terrible impacto de la dictadura militar, éstos diplomáticos estaban agarrados a la mamadera o jugando con muñequitos y solo conocieron la versión de papá y del Tata.

Muchos hijitos de su papá y también de la dictadura, fueron a la escuela Diplomática a recibirse. Los que no son de izquierda, de filosofía laica o de una corriente liberizadora, hoy se dicen “diplomáticos de carrera”, lo que los excusa de mostrar sus inclinaciones políticas. Pero tampoco trabajan tesonera ni profesionalmente codo a codo con la gente ni hacen mucho por representar derechamente al gobierno de turno. Más bien se mantienen al margen. Ni muy adentro que te queme ni muy afuera que te enfríe.

Uno siempre se pregunta que comen estos representantes diplomáticos que parecen cortados por la misma tijera, sujetos engolados y con demasiada sobreestima que todavía creen en el viejo y falso cuento de “la dignidad del cargo”, doctrina que parecen abrazar y en la que creen firmemente, desde el momento que caminan de esa peculiar manera tan erguida, señorial y suficiente, como si esperasen que a su paso todos deben inclinar la cerviz.

De seguro piensan que en el mismo momento que fueron nominados cayó desde los cielos una dote particular de sapiencia, de ilustración que no consiguieron en las aulas, que los revisten de un áurea especial y de una mirada cosmológica que debe ser tenida siempre en cuenta.

A este respecto siempre recuerdo lo que cuenta la periodista Alejandra Matus Acuña, autora del famoso Libro Negro de la Justicia Chilena, cuando narra el episodio donde los recién electos dirigentes del Colegio de Periodistas Daniel Martínez y Yasna Lewin van a saludar al entonces Ministro de la Corte Suprema Rafael Retamal. “Yasna extendió su mano para saludar al magistrado, pero él la dejó con el brazo estirado. Después que Daniel y el magistrado intercambiaron los saludos protocolares de rigor, Retamal se volvió hacia Yasna y le dijo:
Usted no puede estirar la mano para saludar a un ministro de la Corte Suprema como si saludara a cualquier persona. Tiene que esperar. Si el ministro quiere saludarla, le va a ofrecer la mano primero.”

¿Cómo pueden representar sujetos así a un gobierno de puertas abiertas, solidario y de corte eminentemente social como es el de la presidente Bachelet?. Resulta incomprensible e incongruente.

Yo les diría a todos aquellos que se creen provistos de esta materia dignosa, que si eso fuera cierto, si se nombrase por ejemplo Cónsul a un saco de papas, nunca saldrá por ello de su real condición. Un saco de papas.

Y ello, por que no es el cargo el que hace que las personas sean dignas o respetadas, sino que son su calidez humana, su accionar en pro de sus semejantes y su sentido de justicia y honorabilidad. El saco no las tiene.

Por su parte, los chilenos residentes en Melbourne, absorbidos por el sistema de vida australiano, tan distinto en algunos aspectos a las modalidades sudamericanas, ven en estos personajes acartonados y burócratas, solo una figura decorativa, apto para que presida algunas mesas y concurra a los actos cívicos, pero difícilmente un amigo, un hermano que trae el mensaje solidario de sus dirigentes o de su gobierno.

Así las cosas, estos cónsules son facil presa de los eternos besamanos. Les diremos así, porque como todos sabemos hay varias otras formas de mencionarlos tanto en el leguaje familiar como en el diccionario. Aduladores y genuflexos por antonomasia que buscan todas las formas posibles para hacerse imprescindibles y aparecer en las fotos y en los actos, pegados como lapas a la figura central y que generalmente, como está visto, son solo de dos tipos: aquellos que nunca pertenecieron a la comunidad y que opinan desde afuera, sin conocerla y aquellos que habiendo estado otrora en las organizaciones chilenas hoy han sido alejados de ellas.
Estos sujetos poco queridos por los chilenos, que a veces pasan , como si de una heredad se tratase, de un Cónsul al otro, constituyen el círculo más cercanno de la autoridad, sus consejeros intramurales, sus asesores privados, sus “expertos en problemas comunitarios”.

Ellos son los que sumergen a estos representantes gubernamentales, en una burbuja que no les permite reaccionar a la realidad ni a interpretar el sentir de los compatriotas que penan y mueren en estas latitudes por alguna ligazón estrecha y fidedigna con la patria que adoran y añoran. Y son también los responsables de conducirle hacia proyectos que más que unir separan los grupos existentes. La ingenuidad o miopía del que se encuentra en el caso, sino su gusto por el halago facil, hacen el resto.

Hace unos días, mirando el sitio web de la Asociación de Chilenos residentes en Ginebra (ACRG) http://www.elcanillita.ch/ y de su boletín informativo “El Canillita”, leía que con ocasión de la visita de la Presidente de Chile, Doctora Michele Bachelet a Suiza, cómo la comunidad por intermedio de Gloria Kirberg, la presidente de ACRG le hacía presente dos cosas que son también coincidentes con la realidad de Melbourne. Le solicitaba el pleno “reconocimiento a las comunidades de chilenos organizados en el extranjero” y le pedía que “intervenga para que el Consulado de Chile sea un verdadero servicio público para los ciudadanos chilenos residentes o chilenos de paso por Suiza, y que no se permita invocar razones de rentabilidad de empresa privada, para ofrecer un correcto funcionamiento”.

Por supuesto que estos análisis son extraordinariamente importantes para nuestras comunidades. Implican que todos los organismos deben estar bajo el alero de una organización comunitaria central y que ésta debe ser reconocida por el Gobierno de Chile. Eso evitaría, como ocurre, la existencia de instituciones de papel, integradas por dos o tres personas, que aparecen como dirigentes comunitarios sin tener tras sí el respaldo de una verdadera orgánica, socios reales, reuniones generales, actas ni decisiones logradas por votaciones públicas y de mayorías.

Por su parte el planteamiento respecto del financiamiento de los Consulados, en el sentido que deben prestar verdadero servicio público y no como un ente a la altura de las prestaciones privadas para con los compatriotas, equivale a decir; que si el Estado no puede o no quiere solventar una oficina Consular, ésta no puede ser financiada a costa de la prestación de servicios a chilenos residentes o de paso, porque para eso están las notarías y servicios públicos de cada país, posiblemente a un costo menos oneroso.

Y como en el caso en comento más arriba, en mi personal opinión, tampoco las cuentas corrientes oficiales del Consulado, pueden prestarse para recibir el importe de entradas o tickets a fiestas, aunque sean de gala, o a otros propósitos que sirvan para allegar fondos a la entidad consular, si ellos no están debidamente controlados y con destino a proyectos específicos.

El Cónsul debe devolver a la brevedad la fiesta de la chilenidad a sus reales depositarios, los chilenos residentes en Melbourne. Y si quiere hacer proyectos comunitarios junto a sus "colaboradores" no debe plagiar proyectos existentes. Curiosamente este grupúsculo allegado al Consulado, ha anunciado por el correo electrónico del propio Consulado y utilizando el listado privado de los chilenos registrados allí, que se propone editar una revista de nombre "Chile Magazine", avalada por el señor Cónsul quién además coloca la dirección del Consulado para hacer llegar las colaboraciones, las que desde luego él mismo solicita al comercio establecido. Decimos que es curioso, porque todos recuerdan la revista ¡VivaChileMagazine! que justamente salió a la luz el pasado año para las Fiestas Patrias 2006, que tuvo un éxito y una recepción extraordinarios. ¿No les parece mucha coincidencia de nombres? ¿Otro plagio?

Hay un dicho popular muy sabio que dice "PASTELERO A TUS PASTELES".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me quede soltera

Si me quede soltera, esperando todos los días conseguir un hombre, salía por las tardes, las mañanas, las noches y hasta en la madrugada, si, así he pasado mis últimos diez años, desde que tengo veintidós años, estoy buscando un hombre, he viajado por los llanos, las sabanas, los montes, los andes, por el Zulia y el oriente, por el sur y el occidente, si hasta por el centro, por Caracas, Valencia , Aragua………ya tengo treinta y dos años, así es diez años buscando un hombre en esta patria de próceres, de guerreros, de libertadores, hombres con mayúsculas, de pelo en pecho y con los testículos bien puesto, pero no, nada de eso he conseguido. Solo monigotes que no son capaces de robarse una mujer una noche………..monigotes con faldas, monigotes como focas, monigotes manos de seda, monigotes serviles, monigotes que son una deshonra para la especie humana. He estudiado a Darwin buscando en su escalera de la naturaleza esa especie extraña, pero tampoco consigo su ubicación, parece que es un hibrido de seres que nacieron sin testículos y sin sangre en las venas………Parece que no les duele la madre, menos la patria que los vio nacer….Que especies tan rara, hoy le pido a los científicos de todas partes del mundo que identifiquen esto que esta naciendo en Venezuela, que si vinieron de otros mundo , pues regrésenlo a esos sitios, pero por favor quiero hombres de verdad en mi país en mi patria, en mi casa. ………. Ojala alguien consiga a un hombre en Venezuela, que me diga donde esta, será un secreto muy bien guardado, pero lo iré a buscar para que salve a la madre patria……….
Los dictadores saben camuflarse muy bien-, el defecto: son pésimos jugadores de póquer, no saben plantarse. A Husein le pasó en Kuwait; a Milosevic, en Kosovo, donde siguió apostando hasta que lo perdió todo: prestigio, la vida y un lugar decente en la sombra de la historia. Especies extrañas, se las arreglan para parecerse, sin importar dónde nacen ni con quien se crían. Pueden tener una infancia cuidando cabras, como Saddam Husein, o ser hijo de prósperos campesinos como Mao Zedong o Pol Pot, o de burócratas como Pinochet o Honecker, o incluso de maestros y monaguillo como el vecino Chávez, o ser herederos de dictadores, como Anastasio Somoza. Tienen muchas cosas en común, aparte de los muertos y las traiciones, no son muy inteligentes, quizás sagaces, oportunistas, carismáticos, pero de lo otro, la naturaleza fue avara con ellos. Sufren las mismas enfermedades, paranoicos, aberrados sexuales, generalmente no tienen mujer o esposa, se las arreglan para acompañarse de hombres. El deseo de eternizarse en el poder, el odio a Israel y el amor al color rojo (esto no sé por qué).
Y como sucede con las telenovelas, a pesar de que la gente se sabe de memoria lo que va a pasar, ríe, llora y aplaude, porque al fin y al cabo, es preferible vivir de mentiras que ir por la vida muriéndose de tristeza.
En ningún país o región se le concede el titulo de dictador, hasta que son depuestos o mueren, es algo así como, a nadie se le puede llamar difunto hasta que muere.