sábado, 12 de abril de 2008

NI MEJORES NI PEORES


Para un hispanohablante es difícil vivir y entender a la sociedad australiana. Y ello porque los sudamericanos, centroamericanos y también los españoles, que suelen ser el estamento migratorio presente que estamos en ese caso, tuvimos oportunidad de conocer y sufrir en carne propia la realidad de nuestros países de origen. Por eso somos capaces de apreciar y valorar las diferencias, algunas de las cuales nos agradan y otras francamente nos molestan. Y entendemos que lo mismo debe ocurrirle a los australianos con respecto a nosotros.

Pero para comprender esta idea en sus distintas variantes y matices, no basta afirmar que este fenómeno se debe a que Australia es un país desarrollado y los países nuestros en general subdesarrollados o en vías de serlo, pues las distinciones vienen de más lejos.

En verdad viene de nuestro pasado precolombino, de nuestras vivencias, de nuestra cultura, de la forma en que nuestros mayores nos legaron y transmitieron sus costumbres. Pero sobretodo, de ese orgullo visceral de sabernos ligados a una raza pujante y conquistadora como los españoles del viejo mundo, que venían a descubrir una tierra nueva y por lo tanto desconocida, y por supuesto, al mestizaje resultante con las altivas culturas nativas que en ese tiempo ya exhibían brillo propio y atesoraban tradiciones y conocimientos ancestrales, en algunos aspectos muy superiores al mundo civilizado de aquel entonces y que aún constituyen cerrados misterios.
Como muestra, ahí están los gigantescos diseños de la Pampa de Nazca, las esculturas y jeroglíficos de Isla de Pascua; las experiencias quirúrgicas de trepanación y momificación realizadas por los chamanes en Perú doscientos años antes de la era cristiana; el avanzado conocimiento astronómico que denota el calendario maya y la extraordinaria predicción de eclipses solares, entre otros muchos interrogantes, que sería lato detallar.


Por eso, cuando irrumpe el despistado Colón en su aventura expansionista buscando llegar a la India y al continente asiático donde gobernaba el Gran Khan y desembarca preguntando por él en la isla de La Iguana, que bautiza como San Salvador, se encuentra un panorama muy diferente del que motivaba su viaje y la promesa hecha a los reyes católicos. Se ve obligado entonces a cumplir el rol de conquistador y buscar justificaciones y compensaciones para la corona.

Nunca pensó que en este nuevo mundo, ya hacía siglos cohabitaban distintas culturas americanas y que desde el tercer milenio a. de c. había asentamientos permanentes que fueron configurando las culturas de largo alcance.

Como La Olmeca, que se extendió por toda mesoamérica, alcanzando por el sur la localidad de Guanacaste en Costa Rica. Y la de Chapín de Huanta en las tierras altas de los Andes, que llegaba hasta Pechiche por el norte en Ecuador,
extendiéndose por gran parte del cono sur americano y a través de América central a Mesoamérica y al sur de lo que ahora es Estados Unidos.

Y la formidable organización social de la cultura Maya, con todos sus templos orientados hacia el planeta Venus, los Aztecas de México que llegan a convertirse en el más poderoso estado militarista de toda mesoamérica. También el imperio Inca de Perú, que domina territorios entre Colombia y Chile y toda la zona central hasta Guayaquil. La enigmática cultura Chimu, que se desarrolló en el mismo territorio donde siglos antes existió la cultura Moche, con su núcleo en la ciudadela de Chanchán a 550 kilómetros de Lima que sigue entregando sorprendentes descubrimientos y más al sur, los mapuches y otras tribus y asentamientos poblacionales que ocupaban todos los rincones de nuestras américas.

Distinto es el caso de Australia. Cuando Cook llegó a sus costas en 1770 e hizo posesión de ella para la corona británica, solo encontró una raza de aborígenes que eran dueños y señores de la gran isla. Las tropas inglesas no se mezclaron con la población indígena y ni siquiera se interesaron por desarrollar actividades en esta nueva posesión.
Tal es así, que las costas ni el continente fueron explorados sino hasta el siglo diecinueve. Para Gran Bretaña, Australia solo tenía un valor estratégico, especialmente después de haber perdido en 1783 las colonias americanas, actualmente los Estados Unidos de Norteamérica.

Posteriormente y tras varios años de mantener en Australia colonias penales y contingentes militares para su custodia, el gobierno británico decide en 1787, levantar una colonia europea el 26 de Enero bajo el nombre de Sydney, en homenaje del secretario del interior británico Lord Sydney, encargado de los planes de colonización, de donde deviene la celebración del Día de Australia.

Siendo la base de la población europea los miles de convictos, más de 150.000, que cumplían condena y sus familias que fueron trayéndose en oleadas al continente, éstos fueron naturalmente determinantes en los orígenes de Australia.

No tienen pues los australianos, como las naciones de América Central y del Sur, o de otras latitudes, tradiciones, pasado ni historia anterior. Mientras en esas fechas en el mundo ocurrían acontecimientos de gran nivel, descubrimientos científicos, revoluciones, guerras, pestes y sismos que diezmaban la población, los australianos construían su sociedad a pasos agigantados, consolidando su quehacer en base a las experiencias de otros pueblos, tomando ejemplo de sus resultados positivos y forjando una raza determinada a ponerse a la par con la sociedad mundial.

Por eso, resulta interesante a partir de este parangón, establecer que a pesar de estas diferencias en la conformación de las estructura de estas sociedades humanas, no existe hoy gran diferencia en la actuación de los habitantes de uno u otro sector, aparte del lenguaje y su nivel de ingreso per cápita.

Unos y otros han llenado las páginas de la historia de hitos señeros para la humanidad. Unos y otros se han dejado llevar por parecidas tendencias de la moda, de las artes, de la conquista de mayores derechos como igualmente han tomado parte de conglomerados belicistas y bloques exclusivistas que conspiran para una real convivencia y armonía planetaria, destacándose en esta conducta colectiva, que logra perfilarse como un patrón de conducta humana, la facilidad con que las masas olvidan el pasado y repiten errores de ingratitud para los conductores y líderes que encabezaron sus movimientos libertarios y emancipadores y cómo han endiosado antihéroes, sujetos que de no ser protegidos y prohijados por estados o sociedades, tendrían necesariamente que haber sido carne de horca, ajusticiados por crímenes de lesa humanidad o condenados por la opinión internacional.

Curiosa coincidencia que se repite hasta el infinito en todos los países sin excepción, donde los conductores primigenios de los pueblos, los visionarios que fijaron sus rumbos, fueron quedando en el camino, desplazados por audaces a quienes las masas les dieron mayor crédito, ocurriendo lo mismo con los más preclaros hombres de ciencia, que fueron perseguidos, denostados y hasta puestos tras los muros de la prisión y excomulgados por la religión imperante, por enunciar y sostener bajo la luz del conocimiento científico sus teorías, que solamente fueron debidamente acreditadas y valoradas, a veces siglos después.

Y ello, porque posiblemente existe en la naturaleza humana un sino trágico, una especie de destino castigador a quienes se destacan, que puede ser la suma de las envidias colectivas, que indefectiblemente sumerge a estos hombres y mujeres de excepción en una vorágine de estigmatizaciones, cuyo resultado es siempre la soledad y el olvido, sino la traición y el asesinato aleve, justamente a manos de los mismos que un día los endiosaron llamándoles prohombres y salvadores de la humanidad

El 25 de diciembre de 1553, Pedro de Valdivia, aventurero, soldado y explorador, conquistador de Chile, que con su yelmo y su caballo aterrorizaba a los nativos, cae derrotado por las huestes mapuches del toqui Lautaro sin lograr su cometido de someter el territorio para su rey, quienes lo mutilan y comen su corazón para recoger su bravura y como señal de triunfo sobre el usurpador.
En revancha el 29 de abril de 1557, en un enfrentamiento de esta guerra que duró trescientos años Lautaro resulta muerto en la región de Peteroa. Su cadáver fue desmembrado por la soldadesca española y su cabeza ensartada en una lanza se exhibió en la Plaza de Armas de Santiago por largo tiempo

Francis Drake, que a pesar de ser marino inglés es considerado el mayor pirata que asoló los mares en pillaje desatado, pero que a su vez fue un gran navegante y el primer inglés que circunnavegó el globo terráqueo después de Fernando de Magallanes, murió tristemente, de disentería, abandonado y denostado por su tripulación, envenenado por uno de los suyos el 28 de Enero de 1596. Nombrado Caballero por la Reina Isabel II en Greenwich a bordo de su galeón Golden Hind por servicios prestados a la corona, fue llorado por toda Inglaterra.

En cambio en España, las ciudades se vistieron de fiesta y todas las campanas de las iglesias repicaron jubilosamente mientras Cervantes y Francisco Quevedo lo celebraron componiendo versos. Lope de Vega con su poema La Dragontea, donde el pirata Drake es descrito como la encarnación del demonio, popularizó su mala fama.

James Cook, el famoso explorador, muere en un confuso incidente a manos de nativos de Hawai el 14 de febrero de 1779 en Kealakekua, en venganza por la desproporcionada medida de haber tomado como rehén a su rey Kalaniopuu, en represalia porque algunos ladronzuelos le robaron un pequeño bote de su barco.

Simón Bolívar el Libertador de América, quien fuera aclamado como presidente de la República de varios países y ayudara a independizarse a otros, muere de tuberculosis pulmonar el 17 de diciembre de 1830 en la quinta de San Pedro Alejandrino, en la población Santa Martha de Colombia, abandonado por sus seguidores, empobrecido, amargado y desilusionado de sus amigos, sin ejército ni poder de mando, dinero ni fama.


José de San Martín, prócer nacional argentino, considerado junto a Bolívar uno de los Libertadores más importantes de Sudamérica, a quien se reconoce como Padre de la Patria en Argentina, Libertador en el Perú y con el grado de Capitán General del Ejército chileno, se autoexilia a los 45 años de edad, desilusionado de sus colaboradores y de la política interna de su país, muriendo a la edad de 72 años en Francia, el 17 de Agosto de 1850, solo acompañado de su hija Mercedes y su yerno Manuel Balcarce.

Y así como ellos, hay infinidad de casos en todos los ámbitos y regiones del mundo, que necesariamente nos hace pensar que hay algo de vileza y de perfil autodestructivo en cada uno de nosotros, así como un extremado espíritu conservador, que nos hace mirar con recelo toda innovación que nace en estos pensadores selectos como también la codicia de apropiarse del mérito ajeno o utilizarlo en provecho propio. A Einstein, apenas muerto, un doctor obseso le sacó el cerebro sin permiso de la familia para pesquisas científicas, creyendo que recibiría honores por descubrir la fuente de la genialidad. El cerebro del sabio era como el de todos, pero todavía flota en algún líquido preservativo y deambula por los laboratorios y centros de investigación de la mente humana.

Algunos imbéciles en el pasado decían que a la raza negra le faltaba un cromosoma para ser humanos, por lo tanto solo servían como esclavos. En otro hemisferio sujetos arrogantes y de cortos alcances pregonaban que había razas inferiores, adjudicándose ser depositarios de la raza aria y por ende merecedores de gobernar el mundo.

Al ché Guevara, el último guerrillero romántico de nuestro siglo, lo asesinaron a mansalva unos cobardes de uniforme en la sierra boliviana. Juana de Arco, la doncella de Orleáns, que subyugó a países con su audacia y su causa libertaria para expulsar a los ingleses de su país, fue quemada en la hoguera de las brujas por la oscurantista inquisición de la fé católica.
Estamos en los tiempos en que cobra vigencia la frase de la leyenda urbana bíblica de ese otro iluminado clavado vivo en la cruz de los ladrones, que dijo ¡que lance la primera piedra el que no tiene pecado!

Quizás tienen razón aquellos que aseguran que los héroes y los hombres sabios necesitan de un final mítico que borre o disimule su ignominiosa muerte, para disculpar la responsabilidad histórica de quienes tuvieron la posibilidad de honrarlos cuando ellos estaban junto a nosotros.
Ya lo dijimos antes, los matices y diferencias humanas, sin importar el lugar donde nacimos, sean de sexo, raza, color o nivel de pensamientos, no nos hacen diferentes. No somos mejores ni peores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Papá!! soy Loreto, he tratado de comunicarme contigo, pero tu correo me rebota, me encantó tu página y con la de Penco me emocioné. Escribeme al correo de siempre para poder responderte si es que cambiaste de correo.
Un abrazo desde esta distancia que es solo espacial porque siempre estáas en mi corazón,
Tu hija que te quiere,
Loreto.