jueves, 14 de junio de 2007

El Dragaminas Castlemaine J-244


Los barcos como las personas tienen un sino, una vida y un destino misterioso que solo el paso del tiempo logra dilucidar. Nacen, crecen , envejecen y mueren como ocurre con casi todas las cosas. Y dependiendo de la suerte y de las circunstancias, pueden llegar a ser famosos y conocidos .

En el caso de los barcos, que suelen vivir mas que los humanos, apenas dejan de ser útiles, de servir para el efecto para el cual fueron construidos, son desguazados sin pena ni gloria, es decir se les condena a muerte. Otros como el legendario Titanic, se transforman en leyendas y adquieren una dimensión que traspasa generaciones y fronteras.

Y no faltan aquellos que como el Naitilus del capitán Nemo, que aunque sean fruto de una ficción consiguen perpetuar su recuerdo a través de los siglos, básicamente porque están impregnados de una aureola tragediosa y una carga emocional muy dificil de olvidar, que estremece nuestra sensibilidad y que se incorpora en nuestra memoria colectiva como un hito digno de ejemplo o del cual hay enseñanzas que recoger...

Ese es el caso de la corbeta Hmas Castlemaine, de la real marina australiana, hoy preservado como museo marítimo en el embarcadero de la gema de Williamstown, adyacente a la casa de costumbres históricas del mismo Puerto.

Pero para poder bosquejar cómo y por qué el Castlemaine es un barco tan notable, es necesario sumergirnos en el contexto histórico donde le tocó desenvolverse. Y eso implica que estamos hablando del pasado, de nuestro pasado.

Australia, declaró la guerra a la Alemania nazi días después que lo hizo el Reino Unido en Septiembre de 1939 y para ese efecto rápidamente debió implementer su escuadra para cuyo objetivo todos los astilleros del país comenzaron a fabricar un prototipo de barco de guerra de mediano tamaño cuya misión principal sería la custodia del litoral australiano, la defensa de las colonias inglesas y servir como dragaminas y escolta de los gigantescos acorazados y submarinos aliados.

Esta iniciativa australiana consiguió en un tiempo record, inferior a dos años, incrementar la flota en sesenta nuevos dragaminas, que poseían características muy especiales, de diseño, velocidad y capacidad de combate, que las hacían muy apropiadas para el tipo de guerra moderna que se estaba utilizando por ambos bandos.

Cuatro de estas naves fueron entregadas a la marina real India y las 56 restantes quedaron al servicio de la marina real australiana, que bautizó cada una de estas naves con el nombre de un territorio o ciudad del país, precisándose alrededor de diez mil hombres para ponerlas en movimiento. Así nació el Bathurst clase Corbeta HMAS Castlemaine J-244.

A la altura de 1941, dos eran los principales teatros o escenarios de esta segunda guerra mundial: el frente europeo y el extremo oriente. En este segundo frente bélico, los acontecimientos comenzaron cuando el 7 de diciembre del 41 Japón atacó por sorpresa a la flota Americana en Pearl Harbur en las Islas Hawai. A diferencia de las grandes batallas terrestres que ocurrían en el frente europeo, caracterizados por la ocupación física de países por parte de los ejércitos alemanes, el escenario en esta segunda área fue siempre de combates aeronavales.

El gran peligro para Australia provenía de la poderosa flota y aviación japonesa. Este país desde diciembre del 41 a Junio del 42 avasalló Malasia, Indonesia, Filipinas, Wake, Guam, Nueva Guinea y numerosas islas y posesiones inglesas, ocupando además parte de Birmania, de las Salomón y de las Aleutianas, con lo que quedaban gravemente amenazados La India, Australia y la costa occidental norteamericana.

Japón capituló el 14 de Agosto de 1945, después de la primera bomba atómica que asoló Hiroshima y el documento de rendición fue firmado a bordo del acorazado americano “Missouri”, anclado en la rada de Tokio el 2 de septiembre de 1945. Ahí estaba también el Castlemaine y varias otras corbetas hermanas, barriendo de minas el sector del puerto japonés, desactivando la red de defensa costera nipona y haciendo segura la navegación para los barcos y tropas de ocupación aliadas.

Por alguna razón no todos los australianos o residentes del estado de Victoria saben mucho de éste glorioso barreminas. Ni que existe, ni que formó parte importante de la escuadra que protegió al país en la segunda guerra mundial y menos que hoy, a 66 años de su construcción en el astillero de Williamstown, el suburbio más antiguo de Melbourne, permanece anclado, inmovilizado quizá para siempre en el mismo puerto que lo vió nacer y a escasa distancia del sitio donde el 7 de agosto de 1941, la señora R.G. Menzies, esposa del Primer Ministro de entonces Sir Robert Menzies, lanzó la tradicional botella de champaña contra su casco en la ceremonia de botadura al agua.

No obstante el desconocimiento del grueso público respecto de los eventos históricos que han rodeado su trayectoria, nada ha cambiado. El Castlemaine sigue siendo el mismo velero que merced a una tripulación de valientes prestó servicios humanitarios en Timor, rescatando enfermos y extranjeros atrapados en pleno conflicto, el mismo que sobrevivió milagrosamente al fuego cruzado de decenas de ataques de aviones y submarinos enemigos en aguas del Pacífico, del Indico y del Mar de China, donde la marinería desactivó miles de cargas de profundidad y campos de minas que infectaban todas las rutas. Pocos recuerdan igualmente a los oficiales y marineros del Castlemaine que rescataron de una muerte cierta a centenas de náufragos de barcos y submarinos echados a pique por los japoneses.

El Castlemaine, que fue contruido como una maquinaria de guerra, es hoy un museo histórico, un remanso y un espacio público de cultura marítima donde se puede aprender a honrar las tradiciones y a rechazar como método de vida las beligerancias que conducen al fraticidio. De las 60 corbetas que en 1941 salieron desde distintos astilleros australianos el Hmas Castlemaine es la única a flote, ya que las otras, a excepción del “Whyalla” anclado en seco en Australia del sur como museo turístico, fueron hundidas, desguazadas o vendidas como chatarra.

Protagonista de muchas batallas, único sobreviviente de su especie, jalonado de recuerdos heroicos, el Castlemaine no es un barco del pasado sino un velero del futuro que aún nos reserva muchas sorpresas.

En particular para la gente de mar, para aquellos que aman los barcos y todos quienes alguna vez sirvieron parte de sus vidas a bordo de estos dinosaurios acuáticos, que hoy con la tecnología de punta que invade todas las áreas, pueden remozar sus recuerdos y estar virtualmente presentes a bordo de estas maquinarias de guerra.

Un sitio interesante, es http://www.navy.gov.au/vf/default.html
donde virtualmente los visitantes pueden estar en la torreta de mando de aviones, barcos y submarinos de la real marina australiana.

El Castlemaine es finalmente, junto a todas aquellas otras glorias y museos de las marina de guerra de muchos países, un importante patrón que nos debe recordar por siempre, que tras las capas de pintura de su maderámen y la herrumbre de los hierros envejecidos de sus cubiertas, se conservan las manchas de la sangre, los ecos del sufrimiento de cientos de seres humanos y el ominoso perfume de la rabiosa impotencia de los mismos, de saber que estaban muriendo lejos de casa, de la madre, de sus hijos y de la mujer amada.

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