lunes, 4 de diciembre de 2006

LA ANTESALA DEL APOCALIPSIS

“El recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.”
Ariete

Hace poco tiempo , surgiendo desde algún oscuro rincón de la conciencia colectiva, la humanidad volvió a recordar muy sentidamente el aciago día seis de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco, qué, como ocurre con todas las pesadillas y momentos más amargos de nuestras vivencias, hemos sumergido involuntariamente en el olvido.

“Little Boy” le pusieron irónicamente sus creadores. Como todo recién nacido, se esperaba de este “pequeño bebe” grandes cosas. Por eso, con mucho cuidado y con el mayor sigilo, fue puesto delicadamente a bordo de la superfortaleza volante Enola Gay, específicamente en el compartimiento destinado a las bombas.

Enola Gay era el nombre de la madre del comandante de la Fuerza Aérea Paul W. Tibbets encargado de la misión militar guardada bajo estricto secreto quien cumplía órdenes directas del entonces Presidente de Estados Unidos de Norteamérica Harry S. Truman.

Si Enola Gay madre, hubiese sospechado que su hijo pondría su nombre a este sofisticado avión de combate no se habría sentido nunca orgullosa ni de él ni de lo que el bombardero B-29 significó para la humanidad. Y posiblemente, cuando la primera bomba atómica de la historia estalló sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, sus restos se retorcieron de espanto dentro de su tumba; el mismo espanto que experimentaron los tripulantes de la nave que a las 8.15 de la mañana del 6 de Agosto de 1945, hace 61 años, cuando ya alejándose del lugar pudieron, mirando hacia atrás y hacia abajo desde sus asientos de pilotos, comprobar el efecto de este artilugio de guerra que les habían ordenado arrojar sobre la población civil de esta urbe japonesa católica.

Bob Caron, uno de los tripulantes que se hallaba en la cola del avión fue el único que presenció todo el proceso de la explosión y la formación del hongo atómico, creyendo por un momento que había quedado ciego por el resplandor que soportaron sus ojos a esa altura. El resto de los oficiales no podía salir de su asombro cuando vieron que lo que momentos antes era la hermosa ciudad de Hiroshima, atravesada por grandes puentes, bellas avenidas plagadas de sauces, escuelas y universidades de armoniosa construcción donde vivían cuatrocientas mil almas, era ahora solo una grotesca mancha humeante en medio de un paisaje lunar.

Litlle Boy cumplió con creces lo que se esperaba de él, Todavía en el aire a una altura de 1.800 pies, unos seiscientos metros del suelo, estalló su carga atómica equivalente a cien mil toneladas de dinamita. El calor producido por esta gigantesca explosión derritió en un par de fracciones de segundo los techos de las casas, volatizó los edificios e incineró todo organismo vivo existente en un radio de 7 kilómetros a la redonda, avanzando como un reguero de pólvora con un poco menos intensidad otros siete kilómetros en todas direcciones. La onda calórica alcanzó la temperatura del sol, 300.000 grados centígrados, desatando una ola expansiva con vientos de 1.200 kilómetros por hora. La bola de fuego de 400 metros de diámetro fué subiendo en forma de hongo hacia el cielo hasta alcanzar 20 kilómetros de altura. A lo menos cien mil seres humanos murieron en ese mismo instante asesinados por esta terrorífica arma desconocida hasta el momento y otros cien mil lo harían en las horas y días siguientes en medio de atroces sufrimientos, sin contar las decenas de miles de víctimas de segunda y tercera generación que siguieron muriendo a causa de la radioctividad, cáncer y defectos genéticos. Solo en Hiroshima se calcula que las víctimas mortales alanzaron a 140.000 en los años posteriores.

Avisado Truman del éxito de la misión se retorcía las manos de gusto, ordenando el lanzamiento de una segunda bomba sobre otra ciudad japonesa.

El azar quiso que fuera Nagasaki, pues el blanco elegido era la ciudad de Kokura, cambiándose la decisión en el último minuto por razones meteorológicas.

Tres días después el 9 de Agosto de 1945, otra fortaleza volante, un Boeing B-29 al mando del Comandante Charles Sweeney que tenía pintado en el morro el nombre de Bock’s Car, literalmente el coche de Bock, pero fonéticamente igual a box car “vagón de mercadería cerrada”, lanzaba una bomba experimental realizada con procedimientos distintos a la de Hiroshima pero de similar potencia bautizada como Fat man, (gordo) por su forma redondeada, destruyendo totalmente la ciudad de Nagasaki, el puerto abierto más antiguo de Japón. Allí murieron instantáneamente alrededor de 39.000 personas y quedaron aproximadamente 43 mil heridos, la mayoría de los cuales falleció en los años siguientes.

*Parte del testimonio de los médicos japoneses Masao Schiocuki, Ori Nohuo y Di Sugi Hamamoto, en su libro “No podemos callar”: “Los heridos que nos traían tenían un aspecto horrible. Sus chamuscadas cabelleras estaban enrizadas, las ropas deshechas, las partes de piel que quedaban al descubierto casi por completo quemadas, las heridas terriblemente sucias. La mayoría estaba tan desfigurada por las incontables astillas de vidrio y de madera y/o partículas de hierro que se habían incrustado en las caras y espaldas, que resultaba casi imposible reconocerlos como humanos.”

El 8 de Agosto de 1945 Radio Tokio pasaba la siguiente información:... “ Grupos sanitarios traídos de localidades vecinas no podían distinguir a los muertos de los heridos, ni que hablar de identificarlos. El efecto de la bomba fue tan terrible que prácticamente todo ser vivo, humano o animal, fue literalmente carbonizado en el inmenso calor producido por la explosión.”.. “Muertos y heridos estaban quemados hasta tal punto que era imposible reconocerlos. Todos los edificios quedaron destrozados, lógicamente también los puestos sanitarios y hospitales de modo que la labor de ayuda o rescate crecía hasta el agotamiento. Quién en el momento de la explosión estaba en la calle fue quemado por completo, la gente de las casas murió por la gigantesca presión y el calor. Los métodos utilizados por los EE.UU. de norteamérica contra el Japón fueron en lo que a crueldad se refieren, peores que los del Gengis Khan..”

La decisión de Truman de utilizar esta mortífera bomba atómica a la población civil de Hiroshima, compuesta en su mayoría de ancianos, mujeres y niños, pues los hombres estaban en la guerra, recibió fuertes críticas de muchas partes del mundo como al interior del mismo pueblo norteamericano, encontrándose éticamente deleznable el uso abusivo de ese poder terrorífico en un enemigo prácticamente vencido.

En parte de su discurso de conminación a la rendición hecho por el presidente judío-norteamericano Harry Salomón Truman al Emperador japonés Hiroito le dice: “hace 16 horas que un avión estadounidense ha lanzado una bomba sobre Hiroshima... Si ahora no aceptan nuestras condiciones, les espera un diluvio de destrucción como jamás se ha visto...:”

Y así fué...

Japón, por intermedio del Emperador Hiroito, anunció que aceptaba los términos de los norteamericanos en orden a finalizar la guerra y rendirse incondicionalmente

Las masacres de Hiroshima y Nagasaki ordenadas por el presidente Truman son sin duda alguna el acto terrorista y el genocidio más grande que registra la historia de la humanidad. Superan con creces lo acontecido el 11 de septiembre contra las torres gemelas en New York, donde el cobarde atentado terrorista, que ahora se sospecha fue un autoatentado, dejó más de tres mil muertos y las incursiones de venganza expansionista de la “guerra de Bush” como es conocida, en Afganistán y ahora en Irak, magnicidios sobre los cuales aún la historia no se pronuncia totalmente.

No obstante, el hecho de no existir en aquel tiempo la difusión instantánea y globalizada que hoy conocemos,- la información desde el mismo lugar de los hechos por los corresponsales de guerra y las escenas reales televisadas,- igualmente un estremecimiento de terror recorrió el mundo de hace 61 años y cuatro meses, al saber de esta masacre y comprender la amenaza que esta arma de punto final significaba para la raza humana.

Japón, como único país del planeta que ha sufrido un ataque nuclear, desde la fecha de este holocausto y con pleno conocimiento de lo que significa para el hombre los efectos de la radiación atómica, hace un llamado a la humanidad cada año desde el mismo lugar y a la misma hora en que impactaron estas bombas, conocido ahora como El Parque de la Paz, para que los gobiernos consigan el desarme nuclear total de las naciones que lo poseen como única forma de evitar tragedias como las que ellos experimentaron en carne propia y nunca olviden a Hiroshima y Nagasaki, la tierra donde aún no pueden crecer árboles ni flores.

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