sábado, 16 de mayo de 2015

LA LOCURA ECLESIASTICA Y LOS LOCOS DE DIOS.



             "Cada hombre que está loco se hace él mismo un profeta” (Jeremías 29:26).

Resulta muy intrigante para quién bucea constantemente en los escritos bíblicos, particularmente los judeocristianos, el constatar que el sesgo dominante que caracteriza no solo la vida sino la línea de pensamiento de sus principales protagonistas, sean videntes, profetas, santos o milagreros, está trazada como un paradigma de la locura y la anormalidad, considerando ésta, como lo expresa su definición clásica, aquello que va desde "pérdida o trastorno de las facultades mentales", "privación del juicio o del uso de la razón”, hasta las nomenclaturas populares de tales personajes como chalados, fanáticos, chiflados, pasmados, dispersos, a quienes les falta un tornillo o están enfermos de la cabeza. Ejemplo de ello es el acto de fe, que resulta ser la denominación común que los identifica, cuya cualidad principal es ser contrario a la razón.

En el índice de definiciones ABC leemos que: "Se denomina como locura a todos aquellos comportamientos de una persona que están claramente desviados de aquellos que se consideran como normales o como bien se solía decir hace unos años atrás, aquellos que presentan una clara desviación de las normas propuestas en una comunidad".
La locura a través de los tiempos ha sido considerada indistintamente sinónimo de furor, manía, delirio rabia, frenesí, alienación, enajenación, paranoia, esquizofrenia, demencia, desvarío, disparate y varios otros sinónimos que es dificultoso enumerar.

La Real Academia establece que locura es "1. Privación del juicio o del uso de la razón. 2. Acción inconsiderada o gran desacierto. 3. Acción que por su carácter anómalo, causa sorpresa. 4. Exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo".

Entre las tonteras que podemos mencionar del Antiguo Testamento vemos que el Profeta Isaías anduvo desnudo y descalzo aproximadamente tres años prediciendo por las aldeas un próximo cautiverio en Egipto (Isaías 20: 2,3). ¿Era costumbre de su tiempo andar en cueros predicando entre los pueblos? ¿Lo es hoy en día?

Por supuesto que sería chocante ver un Obispo diciendo su homilía dominical en pelotas o a los religiosos judíos golpeándose la cabeza contra el muro de los lamentos desnudos, con sus curiosas patillas rizadas, tratando de deslizar papelitos entre las junturas de sus piedras. La excusa para las práctica de estos desatinos fue que estas conductas les fueron ordenadas por su Dios.

A su vez el profeta Ezequiel, estático ante un trozo de adobe que simbolizaba a Israel, come por orden de este Dios sobrenatural, pan horneado con excrementos humanos, (Ezequiel 4) mismo destino que el piadoso Dios determinó sería el alimento decretado para los hijos de Israel.
12. "Y comerás pan de cebada cocido debajo de la ceniza; y lo cocerás a vista de ellos al fuego de excremento humano".
13. "Y dijo Jehová: Así comerán los hijos de Israel su pan inmundo, entre las naciones a donde los arrojaré yo."

El profeta Oseas se casó con una prostituta para simbolizar la infidelidad de Israel ante Dios. (Oseas 3). ¿Es este el ejemplo que debe prevalecer en una sociedad civilizada? Deben hacer lo mismo los religiosos para expresar su disconformidad con quienes no siguen los preceptos de su credo?¡Esta conducta estrambótica también le fue ordenada a Oseas por su Dios!

¿No se preguntó nunca nadie de su pueblo escogido si Jehová estaba loco de atar para ordenar estas extrañas y delirantes además de impúdicas y antihigiénicas normas? Al parecer no. Por el contrario, la lectura de la Biblia nos indica que para el pueblo judío esta gente rara, disparatada, fanática, colérica y temperamental hasta el grado del paroxismo homicida, así como esa tendencia tan marcada de irracionalidad, tanto del Dios como sus profetas, nunca fue considerada como insanía, especialmente porque se supone que estas acciones tan poco comunes para su época, fueron según la Biblia inspiradas por tal exótica divinidad y correspondían a Su Voluntad como servicios de profeta.

O sea, según La Biblia, contra toda lógica y raciocinio, los seguidores de este Dios, desde el principio, para evitar su ira y que los asesinase, solo tenían que acatar sus demenciales órdenes, no correspondiéndoles iniciativa alguna. Quizás aquí nace el acto de fe, esa pérdida de comprensión entre lo que significa razonar y obedecer, que son conceptos distintos y hasta antagónicos, como norma lógica y consecuencia final para determinar la conducta humana.
Quien solo obedece ciegamente, deja al arbitrio del que ordena este proceso intelectual de procesamiento lógico a partir de premisas válidas. Y al obedecer sin el concurso de su mente, de su personal criterio y experiencia, no solo deslinda su propia responsabilidad, sino que se convierte en un autómata, sin voluntad propia.

Y por supuesto cabe preguntarse entonces, en el caso de Ezequiel, ¿cuántas generaciones de este pueblo obediente y de nula voluntad, sumiso y temeroso persistieron en esta costumbre y modalidad de fabricar su pan de cada día al calor de fuego atizado con excremento humano? Y más aún, conociendo la tozudez de sus grupos fundamentalistas ¿está todavía tal tradición arraigada en la sociedad judía del presente? ¿O lo hacen con excremento de vaca? A los turistas les gustaría saberlo.

Este mismo principio de anormalidad, lo encontramos en el frenesí religioso del cristianismo llamado malamente "primitivo", donde Pablo el apóstol estrella de la nueva fe, otro loco pero más astuto y preparado que los 12 apóstoles reales de Jesús, ya que para conseguir sus fines se autoproclamó Apóstol sin que conociese ni de vista a Jesús, declara reiteradamente cuál será el concepto de sabiduría de esta nueva secta que se venía separando del judaísmo y de la cual él toma el liderazgo ideológico, interpretando según dice el sentir de la divinidad, por medio de este Salvador, de este ungido a quien Dios envió al mundo con su mensaje.

Pablo decía: "destruiré la sabiduría del sabio y no daré nada al entendimiento del prudente. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿No ha hecho Dios tonta la sabiduría de este mundo? Porque la tontería de Dios es más sabia que el hombre y la debilidad de Dios es más fuerte que el hombre. Corintios 1:19-26).

Luego insiste en 1 Corintios 1:18: "Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios“.

Lo recalca en 1 Corintios 1:21: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación".

Y finalmente lo resume en I Corintios 4:10, para que a nadie le quepa duda: "Somos tontos en el bien de Cristo, pero vosotros sois sabios en Cristo. Vosotros en el honor, nosotros en el oprobio”.

Al parecer esta novedosa doctrina paulina de que los sabios son en realidad tontos y los tontos, si son cristianos, sabios, caló profundamente en San Agustín quién decía: “si te llamas a ti mismo sabio, te conviertes en tonto; llámate tonto y te conviertes en sabio”.
Como sabemos, según la Iglesia, este Agustín fue uno de sus sabios más connotados y bajo el concepto medievalista, uno de los grandes doctores del catolicismo. ¿Significará esto entonces, si seguimos su propio racionamiento, que no era más que un tonto?

Pasando el tiempo, este mismo concepto se hizo carne en lo que se conoce como el monacato cristiano, un estilo de vida ascético ligado a una religión, que produjo una explosión de conductas anómalas, desquiciadas y francamente deplorables, de patéticos holgazanes que retrotrajeron  a su sociedad al mundo primitivo, caminando a cuatro patas, viviendo sobre los árboles, insultando a quienes se cruzaban en su camino, comiendo pastos y raíces como los rumiantes.
La tentación de San Antonio
Hacinados en cuevas y grutas, en la soledad de la montaña o el desierto, con la renuncia a la vida civilizada y la práctica de toda forma de degradación humana concebible, pasaron a ser conocidos como los "santos locos" o "tontos benditos, término este que connota debilidad mental, pues sufren visiones, sienten voces que provienen de divinidades, se obligan a infligirse castigos corporales, largos ayunos y autocastigos de toda especie, como una forma de salvar a la humanidad de sus pecados y agradar a Dios.
¿Qué puede ser más enajenado e inútil que creer que sus estrambóticas actitudes de ayuno, martirio y oraciones podrían resultar en algo provechoso para ellos o la humanidad?

En el sueño, en sus delirios, reciben la visita de seres demoníacos que los inducen a escenas lascivas, según ellos para ser tentados a tener relaciones sexuales, acto que en la misoginia bíblica y su interpretación, tanto del judaísmo y el catolicismo conllevan la demencial concepción que el pecado, la lujuria y la pérdida de la gracia así como la maldad del mundo, se debe a Eva y sus sucesoras, que  con su cuerpo, su belleza engañosa y ladina personalidad trastocaron la obra divina y dieron inicio al pecado original que privó a la humanidad de ser inmortales.

Extrañamente, hoy podemos ver que estos vagabundos y parias siguen existiendo. Viven en los campos y ciudades, murmurando, riéndose y conversando con seres imaginarios. Piden limosna para sobrevivir, duermen en los campos baldíos, bajo los puentes, en los muelles y estaciones de trenes.
Las razones de su huida de la sociedad son variadas. Van desde la estrambótica visión de una orden que les dio un arcángel o su Dios, hasta la pérdida de sus fortunas o la infidelidad de su mujer.

Muchos predican la palabra de Dios en las calles, los más se sienten personajes bíblicos que tienen una misión cabal que cumplir en tierras desconocidas. Son todos ellos, posesos, insanos, locos, maniacos depresivos, bipolares, esquizofrénicos, dementes, enajenados y paranoicos, cuyo destino del que todavía escapan, es sin duda la camisa de fuerza y su internación en los manicomios, que quien nos dice si eso fueron y no otra cosa estos primeros "monasterios".
No obstante, a nadie, ni menos a las religiones, a pesar que estos anacoretas modernos son bastante más preparados e interesantes que aquellos que desgastaron inútilmente su vida en el desierto, se les ocurre que ellos son los nuevos profetas; no los consideran hombres Santos, no se les rinde loas, no se les canoniza sin preguntarles siquiera quienes son, ni se sabe que tengan seguidores que emulen sus actos.
Anacoreta del siglo XX1
Esta fórmula tan sencilla y práctica, que levantaba enormemente el ego de la gente sencilla y crédula de esa época, atrajo como poderoso imán a todos los esquizofrénicos del mundo y caló profundamente en el cristianismo.
Así, por las palabras del que el catolicismo dice fue el fundador del movimiento eremítico cristiano, San Antonio el Grande o Antonio Abad (251-356), sabemos de su vena profética y predictiva cuando expresa: "aquí viene el tiempo, cuando la gente se comportará como locos, y si ellos ven a alguien que no se comporta así, ellos se rebelarán contra él y dirán: "usted es loco", - porque Él no se parece a ellos."

Podemos ver aquí un reconocimiento intrínseco, ya percibido a cabalidad por este buen varón, que intuía que no solo todos estos iniciados en la nueva doctrina eran alineados sino que también su Dios era un lunático.

Conviene hacer presente, que varias de las citas que estamos analizando y algunas de las ideas que exponemos, las extractamos del ensayo Payasos Sacrados y Tontos Santos del estupendo Blog de Leandro Barbero, que recomendamos, cuya dirección electrónica destacamos para los interesados que deseen leerlo directamente. http://clownludens.blogspot.com.au/search?updated-max=2009-01-30T21:53:00Z&max-results=1

El nos dice con gran propiedad, que a partir del siglo III surge una compleja tradición de excentricidad religiosa y liderazgo carismático en las primeras comunidades del cristianismo primitivo, del medio Egipto, Palestina y Siria, donde proliferaron los locos, los idiotas y los extravagantes.
Y que tales sujetos, que mucho más tarde fueron denominados interesadamente monjes y hombres Santos por la Iglesia Católica, con la intención de captar para sí el prestigio que alcanzó este exótico comportamiento en la sociedad de su época, particularmente entre los anacoretas, término griego, que proviene de anakhorotés, persona que vive en lugar retirado de la compañía de los hombres, entregados a la vida contemplativa, a la penitencia y oración, inauguraron una época que explora e impone como forma de vida religiosa, las formas ascéticas más estrambóticas y grotescas que se han dado en la historia de nuestra civilización.

Es necesario dejar en claro, que por supuesto esta fórmula de vida solitaria y alejada de las ciudades, solo fue recogida por la Iglesia siglos después, ya que sus manifestaciones se hicieron presentes en todas las religiones y tiempos precedentes al cristianismo, bajo el mismo concepto de aislamiento, en medio de la naturaleza, viviendo humildemente y dedicando su sacrificio corporal a una divinidad.
Este nombre de anakhoresis, es un término que en realidad se conocía desde la época de los faraones y correspondía a un fenómeno político- administrativo muy generalizado en Egipto, donde la huida de los campesinos de su lugar de residencia, sea a otra aldea, a un templo de alguno de sus dioses, al desierto o a zonas inaccesibles y pantanosas del delta, era costumbre muy usual para escapar a la opresión oficial que les obligaba a servir como esclavos a una de sus dinastías, alistarse en guerras u otras obligaciones.

También este sentimiento de fuga de la sociedad, fue muy frecuente en la sociedad romana del Imperio, donde está ampliamente atestiguado el fenómeno, constituyéndose en una especie de protesta del sistema social imperante, que fue muy popular entre deudores, bandidos y otros desarraigados que no veían otra salida a sus problemas y temores.

Se entiende por monacato, la adopción de un estilo de vida ascético, dedicado a la religión y sujeto a determinadas reglas en común. En varias de las religiones considerada antiguas y desarrolladas podemos encontrar formas de vida monástica. Existió en la India casi 10 siglos antes de Cristo y estuvo presente en el hinduismo, el taoísmo, budismo, jainismo y shintoismo.
Luego, en la época de Cristo en la secta de los Esenios de Qumrán, que eran judíos y también en la comunidad judía de los Terapeutas, curadores de almas, con asiento en Alejandría, que propugnaba la soledad y el aislamiento como camino para alcanzar la perfección espiritual. Finalmente aparece en el cristianismo y la rama sufí del islamismo.

En el monacato = monachos en griego (persona solitaria), se denomina monje o monja a sus miembros que llevan una vida de oración y contemplación, que viven sea como ermitaños o en comunidad, modalidad esta última que pasa a denominarse monasterio.
Como sabemos por el suceder histórico, el hombre antiguo de los primeros siglos era eminentemente religioso; y las religiones, de las que había muchas en tal época, -entre ellas el incipiente cristianismo que recién se estructuraba-, invadían no solo sus sentimientos y sus ideas cotidianas sino todas las esferas de su vida.

Por tal motivo, resulta curioso y significativo establecer que tantos miles de hombres y mujeres de distintos estamentos y pueblos, optó a partir de la segunda mitad del siglo tercero por este tipo de vida ascética como fue el anacoretismo y posteriormente el monacato, esa asociación de anacoretas, para irse al desierto, buscando esa libertad de interpretar los credos a su amaño y cumplir con la necesidad interior de encontrar satisfacción para sus sentimientos religiosos vitales.
Y más interesante aún, es constatar que esta tendencia dominó durante muchos siglos un estilo de vida que se hizo carne especialmente en el catolicismo, que a partir de esta conducta recogida de estos estrambóticos solitarios fundo sus órdenes religiosas más importantes con el objetivo común de servir a Dios, con reglas estrictas de conducta impuestas por el fundador de la Orden o la Iglesia, radiando tal proyecto al occidente, donde también fue acogido con entusiasmo por su sociedad.

La Iglesia de hoy, que predica que este movimiento monacal tiene sus raíces en el cristianismo, se apropia de su fundamentación y se cuelga de los primeros y más famosos anacoretas de los pueblos antiguos, en circunstancias que en tal tiempo todavía el nacimiento de tal curioso estilo en el cristianismo era impensada, lo que es confirmado rotundamente por los historiadores, especialmente por la numerosísima documentación existente que prueba que esta tendencia revolucionaria, no era aceptada ni menos propiciada en la dividida sociedad cristiana de la época, enfrascada en luchas internas en sus facciones arrianas, que no creían que Cristo era un Dios y su contra parte, el grupo más conservador del movimiento del que se derivó el catolicismo, que allegado a Constantino, sostenía el ideario niceno, buscando ser parte del Imperio, como religión legalmente reconocida.
Anacoreta del siglo III
Por el contrario, cuando el ascetismo cristiano nació y muchos de sus sacerdotes se fueron también al desierto y se fundaron los primeros conventos y reglas de sus varias instituciones, tal acto constituyó una grave amenaza para la Iglesia oficial, ya que estos anakhoretai cristianos cuando optan por retirarse al desierto buscando a Dios, rompen sus lazos no solo con la sociedad y su familia, sino también con la autoridad eclesiástica imperante, y que cuando crean sus Reglas y disciplinas y fundan sus monasterios, estos no se compadecen con los elaborados ritos y prácticas jerárquicas utilizadas al interior del cristianismo.

Estos sacerdotes y otros cristianos, artesanos, soldados y campesinos principalmente, ahora como monjes, a imitación de los maestros anacoretas a quienes siguen, desean encontrar la esencia divina sin intermediarios de ningún tipo, Iglesia incluida, acto que en sí es también una protesta social y religiosa, principalmente por los cambios sufridos por la cúpula dirigente del cristianismo, que olvidándose de sus dogmas y tradiciones por las que murieron sus mártires, ahora se postra ante el Emperador Constantino y se compromete servilmente a defender los intereses del Imperio pagano.

La palabra monje viene del griego monos, que significa solo. Es por tanto aplicable a los monjes cristianos porque en principio van a ser anacoretas o eremitas, palabra esta última de origen griego que significa anacoretas del desierto, individuos que viven en soledad, denominación que como vemos tampoco nace con el cristianismo y que también con el tiempo incorporaron como propia, como también lo hicieron con la denominación de monjes y monjas.

Una gran parte de estos monjes anacoretas, no estaban interesados ni de acuerdo con las religiones en boga y practican el ascetismo para purificarse, para vencer las pasiones corporales y filosofar respecto de aquellas cuestiones que les parecen trascendentes. Otros creen que eliminadas las pasiones, creencias y costumbres de la vida civilizada, pueden recién comprender a Dios y los misterios de la vida. Y los más, en su locura, practican métodos extremos y poco ortodoxos persiguiendo conseguir la perfección y el éxtasis en un estado que llaman apatheia que es la ausencia absoluta de pasión.

Poco a poco estos centros de vida anacoreta se van convirtiendo en un movimiento más organizado; nace la comunidad cenobítica o de los cenobitas, monjes que por interés, sea para ayudarse mutuamente y conseguir alimentos o crear centros de trabajo viven en comunidad.
En la iglesia cristiana los monjes aparecen como un grupo reconocible solo a finales del siglo III de nuestra Era.
El monacato cristiano propiamente tal surge recién en Egipto, entre los siglos III y IV, reconociendo el catolicismo entre sus pioneros a San Pablo Ermitaño y San Antonio Abad, ya mencionado, el primero como anacoreta del desierto y el segundo como el fundador de las primeras comunidades de solitarios en La Tebaida. En sus iniciativas y en sus vidas, se fundamenta el catolicismo para afirmar que ese fue el punto de partida de la tradición cristiana de los Llamados Padres del Desierto.

No obstante es necesario precisar que ello es solo una especulación. Nunca sabremos quién fue efectivamente el primer cristiano en escoger esta modalidad de vida angélica, ni menos se puede señalar cuando aparecieron los monasterios, ya que prácticamente no hay escritos de la época que lo señalen ni antecedentes que así lo confirmen.
Solo podemos recurrir para escudriñar la verdad, a la Historia Religiosa del Obispo Teodoreto de Ciro, contemporáneo de estos primeros anacoretas, quién sin embargo a pesar que todo lo que sabemos de esta ascesis se debe a sus registros, que no escapan de ser como la mayoría de los escritos religiosos fantasiosos y legendarios, nada nos dice acerca del origen del movimiento monástico. Jean Maurice Fiey 1914-1995, teólogo domínico y filósofo francés y uno de los más respetados escritores cristianos como historiador de la Iglesia, nos dice: "que hoy está de acuerdo en afirmar que el fenómeno monástico y después el cenobitismo nació y se extendió, independientemente y casi simultáneamente, en Egipto y en Palestina-Siria-Mesopotamia. Pero mientras el primitivo monacato egipcio tiene figuras conocidas:Antonio, Pablo, Macario, etc., el monacato sirio no ha conservado el recuerdo de sus grandes antepasados".

San Pablo Ermitaño, al parecer es solo un personaje ficticio, del que no existen datos y que solo logró conocerse por constituir uno de los caracteres de una obra escrita por San Jerónimo llamada Vita Sancti Pauli primi eremitae, más bien una hagiografía que según costumbre del cristianismo, se basa en la vida de los Santos, escrita durante la segunda mitad del siglo IV.

Recordemos como resaltamos en el anterior artículo, que este mismo Jerónimo de Estridón, como Secretario del Papa Dámaso, en este mismo lapso de tiempo, se supone que está ocupadísimo traduciendo y componiendo la que será la Biblia cristiana actual, lo que le tomó según la Iglesia quince años de intensa y exclusiva dedicación.
Y que es en esta misma época, donde se crean todas las falsificaciones, interpolaciones y cambios de los escritos sagrados, que hoy complican a la Iglesia porque todas apuntan a que fue este Papa Dámaso y su brazo derecho y Secretario Jerónimo, los autores intelectuales y materiales de tales interpolaciones que tendían a torcerle la nariz a la Biblia original-base, conocida como de los Setenta y al Tanaj o Biblia judía.

Y que fue justamente a esta versión bíblica, hoy oficializada por el catolicismo, a las que se le incorporaron las conclusiones del Concilio de Nicea, donde el personaje Jesús, por orden del Emperador Constantino, cambiaba su status de Mensajero de Dios, a hijo de Dios;  y con ello pasaba a ser una divinidad que compartía roles con el Dios Padre y el Espíritu Santo, creándose la novedosa doctrina cristiana trinitaria, antes inexistente, fiel copia del Mitraismo y del Sol Invictus, religión oficial y primera del Imperio Romano, tal cual lo dispuso en su oportunidad Constantino, su Pontifex Maximus.

Y, qué es en este tiempo, donde se incorpora el Nuevo Canon, es decir estos cuatro Evangelios, escogidos de una treintena, que se estiman como los únicos inspirados por Dios, asegurándose que fueron escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, en circunstancias que se ha establecido que ello no es verdad y dónde con gran estulticia, se vierte en estos escritos de tales supuestos evangelistas, la doctrina paulista, que inunda estos evangelios componiendo casi el ochenta por ciento de todos sus dichos e historias, lo que viene a resultar en la práctica, la existencia de un quinto Evangelista en las sombras, Pablo de Tarso.

Por todas estas circunstancias, no vacilamos en considerar que con este período creacionista del catolicismo, sea para instalar sus dioses y sus dogmas de fe, como para construir lo que será su base doctrinal, inauguran un proceso de locura colectiva, basado especialmente en las leyes del olvido, en la memoria de la gente, que sabemos no lee ni recuerda lo ocurrido muchos años hacia el pasado, así como en las técnicas de lavado de cerebro, mediante la repetición de su historia en cientos de miles sino millones de fieles, escritos y otros índices cibernéticos donde aloja su visión de esta otra dimensión celestial, donde sus personajes sobrenaturales, angélicos y luciféricos, luchan entre si para disputarse lo que parece ser el bien más preciado jamás concebido: el alma humana.
¿Con qué fin,? Pues  según versión de la Iglesia, para el Dios Bueno, salvar esta preciosa alma y permitir que sea inmortal. Y para el demonio, que es el gran malo, que esta alma nunca sea salva, porque de esta manera tiene súbditos.
 
Claro está que este camino no es fácil. El Catecismo nos ilustra al respecto.
En las paginas 85 al 87, el Catecismo, que se supone es la interpretación corta de la Biblia, nos advierte: "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia (los obispos en comunión con el papa). ¿Qué tal?
 No obstante la Biblia lo desmiente. Jn. 14:26, 16:13, 1 Jn. 2:27. "El espíritu Santo es el profesor de la congregación". ¿Leería mal el curita que tradujo esto?

Pero la Iglesia insiste en su Catecismo: (890-891, 2034-2035). "La Iglesia Catolica es el interprete infalible de la Palabra".
Pero he aquí lo que expresa la Biblia al respecto: He.17:11: "Las Escrituras en si tienen la explicación y la infalible interpretación".

Aquí los curas un tanto amoscados dicen en su ya vemos mentiroso Catecismo, 85, 100, 939: "Solo la iglesia puede y tiene el derecho de explicar la Palabra".
La Biblia, en He. 17:, 1Cor. 2:12-16 responde: "Cada cristiano, con la ayuda del Espíritu Santo, tiene derecho y puede interpretar la Palabra".

Creo que está meridianamente claro. Hay muchísimos ejemplos más y en todos ellos se aprecia a simple vista que hay una tergiversación de los dichos de la Biblia en este Catecismo Católico, que es usado por la Iglesia para engatusar a sus fieles y encadenarlos a su próspero y antiguo comercio de misas pagadas, diezmo, cementerio, bodas, venta de indulgencias, bautizos, medallitas, estampas y el interminable prospecto de como le sacan dinero a sus creyentes, mediante el chantaje espiritual.
Por otra parte, este timo es utilizado para que su seguidores no lean las Escrituras y no se desengañen de la institución eclesiástica, objetivo al parecer más que logrado, pues si los prosélitos del catolicismo hubieran hecho este mismo ejercicio de establecer si realmente el Catecismo es una interpretación corta de las Escrituras, hace mucho tiempo que habrían echado a patadas a la curia mentirosa de sus parroquias.

Tanto es verdad esto que declaramos, respecto a que el inicio de la adoración de Cristo como Dios; de María como Reina del Cielo; así como cuáles eran los Evangelios Inspirados y algunas otras materias, que nacieron y se desarrollaron solo en el tiempo del Emperador Constantino y específicamente a partir del Concilio de Nicea, convocado y presidido por el mismo en el siglo III de Nuestra Era, donde además fue el expositor de la fórmula principal en que se apoya el llamado Credo Niceno, que la Iglesia necesitó más de cuatro siglos de trabajo de comisiones de sus patriarcas solo para afinar los detalles y establecer teológicamente con sus expertos las nomenclaturas, definiciones y explicaciones que darían a partir de ahora a sus fieles, resultado de lo cual se optó por confeccionar  una Biblia propia del catolicismo, conocida como La Vulgata.

Recalcamos que este Concilio fue presidido por el Emperador Constantino, porque los escritores cristianos bajo el consentimiento de la Iglesia, mienten al respecto y algunos sindican al Obispo Silvestre como quien presidió este Concilio, en circunstancias que ni siquiera fue invitado a este evento y es fácil comprobar que no participó, o bien, manifiestan impúdicamente que fue convocado y presidido por el Obispo Osio de Córdova, que en verdad participó en tal Concilio y tuvo un rol preponderante como ayudante de Constantino, pero en quien en ningún caso tenía ni tuvo más que la calidad de otro invitado a tan magna Convocatoria.

Y por supuesto, tal Credo Niceno  no fue propuesto por este Obispo Osio, ya que esta figura trinitaria era inconcebible para el cristianismo de entonces, estrictamente monoteísta y creyente a rajatabla de los dichos del Tanaj judío, su Libro Sagrado, que como secta judeo cristiana, cuya única diferencia con el Sanedrín, la alta cúpula religiosa israelita, era postular que Jesús era el real Mesías tan esperado por el pueblo elegido. 

Efectivamente, hubo necesidad de tres o cuatro Concilios más que abarcaron varios siglos, para que estas complementaciones a la doctrina cristiana trinitaria que se estaba efectuando, pudiera hacerse comprensible para el público común, dado que esta construcción teológica, que había hecho nacer un nuevo Dios en la persona de Jesús, no lograba afinarse ni calzar con los antiguos idearios dogmáticos atingentes al monoteísmo.
Especialmente complicado era situar a María en el escalafón celestial, dado que su nombre apenas era mencionado en los documentos existentes, menos en los Evangelios ni todas virtudes agregadas a su culto habían sido discutidas o aprobadas por los doctores eclesiásticos.

Había que obviar que ella ni el resto de los hermanos de Jesús creía en él como El Salvador y que Jesús nunca la consideró e incluso fue insolente con ella. Había que obviar su relación de pareja con María Magdalena, la que fue convertida en prostituta por la Iglesia, para disimular su rol. Había que omitir que el día dedicado al Señor por estos cristianos primitivos era el Sábado y que solo pasó a ser el domingo en el año 321 cuando así lo decretó Constantino que emparejó las religiones del Imperio, haciendo el Día del Dios Sol, (Solies Dies) el Día del Reposo. No olvidemos que estos primeros cristianos eran en su origen simplemente una rama herética del judaísmo, que de a poco fue independizándose del Sanedrín.

Es importante recordar además, que tampoco de Jesús había en ese tiempo muchos datos, a excepción de los tres episodios conocidos de su intervención interpelando a los sacerdotes, su bautismo por su primo Juan, después del cual habría predicado por tres años y medio y luego la cena pascual con los apóstoles y su juicio por el Sanedrín y la autoridad romana, donde fue condenado a muerte por sedición al estado romano, que hacían mención no a más de cuatro y medio años de toda su vida.

El resto de los antecedentes, como algunos datos de su niñez, que cicateramente se mencionan en los Evangelios de Mateo y Lucas, (que se sospecha fueron interpolaciones posteriores) fueron capitalizados por la Iglesia, a partir de los varios Evangelios que eran muy populares entonces y que la Iglesia anatemizó como apócrifos.
Allí nacieron, en esa clandestinidad en que fueron considerados, todos y cada uno de estos apócrifos de los dos primeros siglos de Nuestra Era los datos de Jesús, de su madre, del viaje de la sagrada familia a Egipto, los nombres de los padres de María y la leyenda de sus vidas, así como la otra leyenda de los Tres Reyes Magos y los nombres de los tres magos y también la Pascua celebrando el nacimiento de Jesús, que sabemos no fue en esa fecha. De allí los tomó el catolicismo calladamente y los fue colocando de a gotas en sus Concilios, que se encargaron de incorporarlos a la doctrina, ahora como creación propia, quizás avergonzados de apropiarse de estas leyendas condenadas por ellos mismas como falsas, que es otro sinónimo a apócrifo.
De todo estos hechos, no hay una sola línea anterior en los manuscritos cristianos que dieron origen al Nuevo Testamento.

El culto a María no existe en las Escrituras, se  estableció en el Concilio de Efeso en el siglo 431 d.C. Allí se declaró: “Si alguien no reconoce que el Emmanuel Cristo en verdad es Dios, y la Virgen Santa es la Madre de Dios (theoticas), él debe ser juzgado". Como cualquiera puede comprender, esta es una decisión totalmente humana, de ese grupo de sacerdotes que votó tal dogma en ese evento. No hay aquí ninguna orden celestial ni base para esta doctrina en algún escrito sagrado.

La Mariolatría moderna en verdad, es solo otro sincretismo a que se vio obligada la Iglesia, cuando analizaba, como ya decíamos, su rol como madre de Cristo y ella viene a ser el alter ego de Semiramis, la Reina del Cielo, con varios nombres a su haber de acuerdo a los países donde fue adorada. La Biblia se refiere a ella como Astoret y Astarté.

En Jeremías 7, 18 podemos leer: "Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira".
¿A que Reina del Cielo se estaba refiriendo el profeta, si María aún no nacía? Por supuesto que se refería a Astarté, que es decir Semiramis.

En 1a. Reyes 11.5 leemos: "Porque Salomón siguió a Astarté, diosa de los Sidonios y a Milcom, abominación de los Ammnitas".
Esto nos indica que ni Salomón siguió a Yavhé, justamente porque este culto al Sol y la Reina del Cielo invadió todas las esferas de la sociedad de los primeros siglos y a ello no escaparon los judíos, que no por nada fueron guiados por Dios a vagar 40 años por el desierto sin encontrar la tierra prometida, en un territorio, que hoy cualquiera puede hacer a pie en un par de meses. O el guía era malo, o estos sujetos eran unos despistados que andaban en círculos.

En las pinturas e imágenes del culto de la Madre y el Niño, en la religión de Babel, hay un infante o niño en brazos de su madre. En torno a la cabeza de la madre se ponía la luna y en la cabeza del niño una aureola. De la imagen de ella y su hijo Nimrod, toma la Virgen María su representación distintiva, con su hijo en brazos. El hijo adoptado de Semiramis se llamo Nimrod y según la Biblia, Nimrod era descendiente de Adán y bisnieto de Noé a través de la línea de Cam. Fue hijo natural de Cus, pero legalmente heredero de Sem. Semiramis era llamada la Reina del Cielo. Ese hijo era la encarnación del Dios Sol, Ra para los egipcios y Baal para los caldeos.

No existe ningún texto bíblico que ordene la adoración a María. Toda la parafernalia de su culto y adoración como Madre de Dios, Esposa del Dios Padre, Reina del Cielo, su Ascensión en Cuerpo y Alma a los cielos y otras sandeces tanto o más excéntricas que estas, la Iglesia debió inventarlas y luego decretarlas como auto de fe a sus fieles, en su Tradición, en el Catecismo y mediante las Bulas Papales ex Cátedra. Para ello tomó la precaución de sancionar estos niveles como "inspirados por Dios" y por tanto palabra del Señor.

Así, cuando falsifican un texto antiguo de uno de sus patriarcas, sea en la Biblia o en la Tradición, eso está inspirado por Dios, porque si está escrito allí es porque Dios así lo quiere. Cuando un Papa declara o se refiere a cualquiera de estas materias del culto, aún cuando diga perogrulladas, necedades o disparates, que los han dicho, eso también esta inspirado por Dios. Y para que hablar de sus Concilios, hasta los bostezos de sus aburrido ancianos, son "inspirados por Dios".

La Inmaculada Concepción fue solemnemente definida como un dogma por el Papa Pío IX en su Constitución Ineffabilis Deus, el 8 de diciembre de 1854 como una verdad infalible revelada por la orientación del Espíritu Santo. (curiosamente la Iglesia mantiene en secreto sus conversaciones con el Espíritu Santo, por tanto no podemos entregar más antecedentes, ya que no sabemos de que medio se valió para informarles tan trascendental e infalible verdad.)

De acuerdo a la tradición apostólica, la Virgen María al final de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Este dogma fue proclamado ex cathedra por el Papa Pío XII el 01 de Noviembre de 1950  por medio de la Constitución Munificentissimus Deus.

Como es fácil darse cuenta, es muy fácil para la Iglesia inventar cualquier personaje, divinidad, milagro, así como ocurrencias de los ángeles, o recoger mensajes de sus divinidades por medio de oráculos. Basta que lo sancione el Papa de turno, un Concilio o lo enseñe el Catecismo. Estas tres variantes tienen el mismo peso que la Escritura, porque según la Iglesia, estas instancias absolutamente terrenales, fueron igualmente "inspiradas por Dios".
¿Mentira? ¿Locura? ¿Negocio? Tal vez las tres razones juntas.

Si leemos el Catecismo de la Iglesia Católica, allí se dice que María era libre del pecado original desde su nacimiento (490-492). Qué María es "completamente santa", vivia una vida sin pecar (411, 493).
Sin embargo en la Biblia se dice algo completamente contrario:
Sal.51:5, Ro.5:12.  María, heredera de Adán, nació en pecado como todos.
Lc. 18:19, Ro. 3:23, Ap 15:4. María era pecadora, solo Dios es Santo. Esta es por tanto, otro engaño de la Iglesia a sus fieles, otro eslabón necesario para endiosar a esta María, la que sería la esposa del Espíritu Santo.

Fíjense bien en esta otra locura. Cuando el Arcángel San Gabriel le anuncia a María el rollo de su preñez divina, le dice que el hijo será del Espíritu Santo.
Luego, como se supone que en verdad es hijo del Dios Padre, no se tiene otra alternativa que declarar al Espíritu Santo, también Dios. De esta manera Dios Padre puede reclamar que Jesús es su hijo, pues estos tres seres divinos son UN SOLO DIOS. Y por lo tanto cualquiera de ellos puede reclamarlo como suyo.
Con lo que resulta que hipotéticamente Jesús pudo muy bien, como el otro tercer Dios, engendrarse a si mismo, pues está calificado con los mismos poderes de los otros dos personajes.

El Catecismo dice que María era virgen antes y después del nacimiento de Jesús y también durante el nacimiento págs. 496-511.
(Mt. 1:25). En la Biblia María era virgen hasta el nacimiento de Cristo. Mas tarde dió a luz otros hijos (Mt. 13:55-56, Sal. 69:9).

No olvidemos que a partir de ahora ya el cristianismo no sería monoteísta, como la religión madre de donde se desprendió y de la cual Jesús ni los apóstoles nunca se apartaron. Ellos creían y adoraban al Dios Padre solamente, al igual que los primeros judeo-cristianos; pero ahora, al darle cupo a Jesús como Dios, resultaba imposible dejar de lado a la entidad Espíritu Santo.

La fórmula presentada por Constantino y que fue aprobada en el Concilio era la institución del Trinitarismo, una copia exacta de la religión del Dios persa Mitra, hasta ese entonces la única religión del Imperio Romano de la cual Constantino era su Sumo Sacerdote, por lo que tal tema era de su especialidad. Por tanto, lo que necesitaba implementarse, eran aquellas cuestiones que entregaran plena claridad para que estas tres entidades tuvieran una igualdad de roles divinos, sin que ninguna desmereciese de la otra.

Ya hemos publicado el Credo Mitraico: Dice así: "Creemos en Ahura Mazda, Dios Padre Creador, en su hijo primogénito Mithra, y en la Diosa Madre Anhaita, quienes componen la Santa Trinidad de los Cielos, que son tres Dioses distintos uno de otro, pero que son Uno en Acción, entre los que reina una profunda Unidad, Amor y Comprensión que los hace actuar como si fueran Uno Solo".

Este era el Credo del culto al Dios Sol que tenía a Constantino por su Sumo Sacerdote, el cual por tanto conocía exactamente y en profundidad su doctrina. Como se sabe, el Cristianismo y el Mitraismo convivieron en tiempos de Constantino y este no dudó, en base a los problemas religiosos del Imperio, en idear fusionar ambas doctrinas para así poder controlar esta enojosa situación que siendo tiempos de paz, producía más conflictos y mayores muertes que en tiempos de guerra, dadas las fricciones de los bando fanáticos religiosos que turbaban la Pax Romana.

Siendo el Cristianismo a partir del Concilio de Nicea la segunda religión oficial del Imperio y teniendo igualmente a Constantino como su Primer Pontifex Maximus, debió tomar la misma estructura orgánica del clero mitraico, pues la Iglesia primitiva tradicional no tenía sacerdotes que comandaran templos, sino solo ancianos  que por elección moderaban la palabra de los asistentes a sus grupos de discusión.

Las iglesias existentes y los sacerdotes correspondían en general al sistema que regía en la Iglesia ortodoxa y a las sectas que venían separándose del judaísmo. No olvidemos que la facción comandada entonces por el Obispo de Roma solo envío dos delegados a Nicea. Mayoritariamente pues, los asistentes eran de la Iglesia griega y otros diferentes grupos cristianos que estaban en proceso de integración, siendo el arrianismo quizás el grupo más numeroso.

Constantino a la fecha no era cristiano, pero prometió interesarse e integrarse a la Nueva Religión si esta cumplía con lo que él esperaba de ella.
En el intertanto el grupo fuerte que prometió lealtad al Imperio se dejó embaucar con presentes, distinciones y donaciones imperiales y en un par de años consiguió el pleno reconocimiento del Emperador que se percató que esta Nueva Religión tenía mejor potencial que el Credo Mitraico y las otras religiones paganas en boga.
Como anticipábamos, de este proceso nació el cristianismo que conocemos hoy, con Jesús convertido en la segunda persona de la Santísima Trinidad, como la mayoría de sus más importantes dogmas y creencias.

Como no es desconocido para nadie, no existe ningún  texto original de los Evangelios cristianos canónicos anterior al siglo V. Todos ellos fueron reescritos, modificados, interpolados y adaptados para esta novedosa creación de la Santísima Trinidad y a lo que serían las nuevas normas que se extractaron del culto a Mitra, que consultaban hacer de Cristo una figura similar al mismo Mitra y a sus encarnaciones anteriores, Zarathustra, Dionisios, Krisna y otros. Todos ellos fueron hechos desaparecer por la Iglesia reinante.
 
Estos primeros dignatarios cristianos, no tardaron en obtener dignidades similares a los Senadores romanos y un gran Poder sobre las decisiones del Emperador, quien los tenía como asesores personales. La intriga y la envidia no tardaron en dar sus frutos y muy pronto el cristianismo culpó a la religión rival de intrigas y conspiraciones, por lo que el Mitraismo, durante varios años empezó a ver disminuida su influencia hasta llegar a ser perseguidos por las hordas cristianas y luego las tropas imperiales, quemados sus templos y libros sagrados y luego durante Teodocio, proscritos por Decreto Imperial y por ende declarados fuera de la ley, siendo por un largo período superior a quince años, asesinados sus sacerdotes y requisadas todas sus posesiones a través de todo el Imperio Romano, que pasaron a propiedad de la nueva religión.
               
Dicho esto, a nadie debe extrañar que hoy sea difícil encontrar libros, monumentos, información o templos de la otrora poderosa religión del Culto al Dios Sol. De hecho la mayoría de las grandes Iglesias actuales del catolicismo están montadas encima de los templos no solo de esta religión mitraica, sino de una variopinta cantidad de otros credos, que igualmente fueron erradicados salvajemente por el cristianismo, que se apropió de todas sus construcciones, eliminando todo vestigio de su existencia.

Trinidad
La integración del Credo Niceno y la incorporación de toda una nueva estructura no fue fácil y la Iglesia debió afrontar innumerables controversias porque sus doctores, sabios y teólogos de ese y los siguientes siglos no aceptaron tales enmiendas, produciéndose expulsiones, excomuniones y separaciones de importantes hombres de Iglesia y congregaciones, y varios cismas, especialmente porque estas enmiendas no eran compartidas totalmente por los dirigentes de la Iglesia.

Así nació el catolicismo que ahora conocemos, que en esos tiempos debió extirpar de sus filas a casi todas sus figuras más eminentes, que de una u otra forma, impugnaban este nacimiento del Dios Cristo y de este Trío de Dioses cuya sumatoria daba solo UNO, dejando de lado todo el proceso primitivo.

Fue Jerónimo el encargado de juntar el rompecabezas que constituiría el Nuevo Libro Sagrado de la Iglesia Católica. Debía extraer y traducir de sus lenguas originales al latín, un texto que compendiara lo que la Nueva Religión aceptaba del Viejo Testamento o Tanaj judío desde la versión de los Setenta. Recoger de los papiros y escritos antiguos una versión de los llamados Evangelios Inspirados y finalmente incorporar el Canon Bíblico con la lista del Nuevo Testamento de San Atanasio, todo lo cual fue confirmado en el Concilio de Roma del 382, presidido por este mismo Papa Dámaso, ahora San Dámaso. Había nacido la actual Biblia Cristiana.

En el intertanto, este Papa Dámaso, hijo de Laurencia y de un sacerdote llamado Antonio, cruel, ambicioso e intrigante, obediente a Roma, acusado por sus pares de adulterio y asesinato y que tanto fuera como al interior del medio cristiano era sindicado de aristócrata rico y sacerdote pagano, centralizó su mandato en erradicar, perseguir y eliminar todo intento de boicotear el objetivo del Credo Niceno, por lo que hacemos aquí un resumen de su personalidad arbitraria y discriminatoria, dispuesto en su adhesión al Imperio, a ser el verdugo de todos sus colegas que dentro del catolicismo disentían del postulado niceno.
Importa dejar en claro aquí, que estas acusaciones de herejía, nacieron porque cada uno de estos grupos analizaba la problemática nicena desde distintos puntos de vista, pues todos estaban conscientes que no podían contrariar al Emperador y que debían cooperar en hallar las fórmulas más inteligentes para calificar esta exótica relación divina de tres dioses que debían sin embargo ser solo Uno.
Por tanto sus Obispos, patriarcas y exégetas llegaban a distintas interpretaciones, que generalmente no eran aceptadas por el grupúsculo oficial. Si estos persistían en mantener sus posiciones, eran inmediatamente considerados herejes, separados de la Iglesia y desterrados o asesinados. He aquí algunas de sus víctimas.

Condenó como hereje al Obispo Apolinario de Laodicea  y a su discípulo Timoteo, obispo de Alejandría. Hizo que el Emperador Teodosio ordenase su destierro por crear la doctrina llamada Apolinarismo. Fue un teólogo, Obispo de Laodicea, una de las mejores espadas del catolicismo contra el arrianismo, que porque opinaba que en Cristo, el espíritu o intelecto no era humano sino divino, al encarnarse en un cuerpo sin alma que era sustituida por el mismo verbo. Es decir, la naturaleza humana del Redentor quedaba mutilada quedando su figura reducida a una marioneta manipulada por Dios.

En otro de sus Concilios condenó la conducta de Paladio y de Secundiano, obispos de la provincia de Llírico, a Macedonio y sus seguidores, los llamados pneumatomachi, fueron condenados por el concilio local de Alejandría (362) y por el Papa Dámaso (378) por enseñar que el Espíritu Santo deriva su origen solo del Hijo, por creación. Persiguió encarnizadamente, al Obispo Hispano Prisciliano de Ávila, quién posteriormente fue ejecutado por el delito de herejía y magia junto a otros cuatro de sus partidarios: a Auxentio, el Obispo Arriano de Milán, quien fue excomulgado y al arrianismo en general, a quien no le dio tregua mientras vivió.

Condenó a Marcelo de Ancira, uno de los Obispos presentes en el Concilio de Ancira y de Nicea, quien a pesar de ser un fuerte opositor al arrianismo fue acusado de ser seguidor del Sabelianismo y condenado a muerte por hereje. El Obispo Melecio, luego San Malecio de Antioquía, fue condenado por arrianismo y luego por Sabenialismo. 

Hacemos aquí esta digresión, porque iremos viendo como estos personajes de la historia de la Iglesia de los siglos tercero y cuarto, que incorporan a los anacoretas como un descubrimiento cristiano y recogen la locura colectiva de la vida ascética y monástica, para tornarla en un sistema de monacato que da origen a sus órdenes de frailes mendicantes y militares, son reiteradamente los mismos que actúan como autores intelectuales y materiales de la introducción del Credo Niceno, en los libros sagrados y en las disposiciones del papado, para asegurarse que este engendro que les impuso Constantino como condición para aprobar que el catolicismo fuese una religión oficial, nunca fuese cambiado o modificado.

Esta doctrina trinitaria que se estaba incorporando con fórceps al catolicismo y luego a la Biblia, necesitó varios siglos de examen exhaustivo de frases supuestamente elaboradas por sus sabios y doctores, escritos bíblicos, vidas de santos, de su Tradición, donde se hicieron interpolaciones, falsificaciones, recortes y ajustes cosméticos, para conformar un relato comprensible, objetivo pero no suficientemente logrado, motivo por el cual los falsificadores vaticanos continúan hasta el presente realizando cambios y adecuaciones en los escritos antiguos.

Una de estas controversias, de las varias que ocuparon miles de discusiones de los jerarcas, teólogos y sabios de varias generaciones del catolicismo y que dura hasta el presente, fue la que hoy se conoce como Cláusula Filioque, que para mejor claridad copiaremos íntegra, con algunos comentarios, según Wikipedia en su página http://es.wikipedia.org/wiki/Cl%C3%A1usula filioque

Los lectores comprenderán, que cuando solo se rendía culto al Dios Padre, que era la modalidad usual en aquellos tiempos en que solo existía la Biblia judía, todos los cristianos daban por entendido que el Espíritu Santo estaba supeditado a él, procedía naturalmente de Dios y cualquier actuación suya era en su nombre. Ninguna doctrina señalaba que era otro Dios, con poderes iguales o superiores al Dios de Israel. No había malos entendidos ni discusiones entre los estudiosos.

Aquí en este asunto del filioque, podemos comprobar que con Jesús también como otro Dios y siendo ahora el Espíritu Santo igual al antiguo Dios judío, es decir también Dios, cambiaba radicalmente la fórmula antigua y ello explica porque los sabios y gurús del catolicismo debieron durante siglos estudiar cada variante y sus consecuencias, agravadas ahora, porque ahora la gente leía la Biblia, tenía acceso a sus escritos y existían críticos capaces de destronar con argumentación sólida sus errores y falencias.
Efecto Filioque
Esta controversia pues, a nuestro juicio deja al descubierto lo que aseveramos. El ingreso de Jesucristo a la calidad de divinidad, trajo como consecuencia que sus poderes eran ahora los mismos del Padre. ¿Pero quien creó al Espíritu Santo?. ¿De dónde provenía su poder, solo del Padre?. ¿Del Padre y del Hijo?. ¿O siempre fue igual de poderoso que el Padre?.¿ Entonces quién de estos tres dioses estaba primero?
Veamos el análisis de Wikipedia:

"En la teología cristiana la cláusula filioque, o controversia filioque, hace referencia a la disputa entre la Iglesia Católica y la Iglesia ortodoxa por la inclusión en el Credo del término en latín filioque que significa: «y del Hijo».

La Iglesia de Oriente difiere de la Occidental en lo que expone el Credo Niceno acerca del Espíritu Santo. En la forma Oriental se dice: el Espíritu Santo «procede del Padre». En la forma Occidental se añaden las palabras: «y del Hijo» (en latín filioque). La Iglesia Occidental confiesa una doble procedencia del Espíritu Santo: «del Padre y del Hijo». La Iglesia Oriental considera que esto es una herejía.
La primera versión de Credo se fijó en el Primer Concilio Ecuménico celebrado en  Nicea en 325, por lo que es conocido como Credo Niceno. En él no se hacía referencia alguna al origen del Espíritu Santo ya que lo que en ese momento se intentaba era sentar, frente al arrianismo, la doctrina de la Iglesia en lo referente a la figura de Jesucristo, por lo que se incluyeron frases como “engendrado, no creado” y “consubstancial al Padre”.

El Credo niceno ampliado por el Segundo Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla en 381, fue en el que se estableció, siguiendo lo dispuesto en el Evangelio de Juan (15,26 b), que el Espíritu Santo “procede del Padre” al decir:
«Credo in únum Deum... et in Spíritum Sánctum... qui ex Patre procédit
«Creo en un solo Dios... y en el Espíritu Santo... que procede del Padre.»
Este nuevo texto es conocido como Credo niceno-constantinopolitano que, sin embargo, no tuvo carácter normativo hasta el Cuarto Concilio Ecuménico celebrado en Calcedonia en 451.
En el año 589, durante el III Concilio de Toledo, al hilo de la conversión de los visigodos al catolicismo, se produjo la añadidura del término Filioque, por lo que el Credo pasaba a declarar que el Espíritu Santo “procede del Padre y del Hijo”.

El Credo, con la cláusula Filioque, se extiende en el siglo VIII por el reino franco, lo que obligó a Carlomagno a convocar en 809 un concilio que se celebró en Aquisgrán, donde el Papa León III prohibió el uso de la cláusula Filioque ordenando que el Credo, sin la misma, fuera grabado sobre dos tablas de plata y expuesto en la Basílica de San Pedro.

A pesar de dicha prohibición, la cláusula Filioque siguió siendo utilizada en el reino franco con el beneplácito implícito de Roma. Esta actitud será una de las causas del cisma fociano, germen del posterior, y hasta hoy definitivo, Cisma de Oriente datado en el año 1054.

En 1014 con motivo de su coronación como emperador de Sacro Imperio, Enrique II solicitó al papa Benedicto VIII la recitación del Credo con la inclusión del Filioque. El papa accedió a su petición, con lo que por primera vez en la historia el filioque se usó en Roma".

Los lectores podrán ver entonces en este análisis, que por supuesto recoge el tamiz y el lenguaje que la Iglesia usa para que no se devele en profundidad el tema de fondo, que es reconocer que inventó a Cristo como divinidad solo en el siglo III, la insidia del grupo católico, que no transa ni siquiera con esta división gigantesca que separa al catolicismo occidental del oriental, para imponer al Jesús Dios creado en Nicea, con el mismo poder del Padre para con el Espíritu Santo, situación que le provoca hasta hoy, la separación de la Iglesia Católica Ortodoxa, que no acepta esta inclusión del citado Filioque, de este hijo de Dios que tiene su mismo poder para con el Espíritu Santo.

Bien, ahora desde otro punto de vista y para remachar y complementar el ejemplo anterior, la mayoría de los estudiosos, exégetas bíblicos e historiadores, reconocen en los escritos bíblicos la existencia de dos personajes. Uno es el Cristo histórico, del que no cabe duda que existió, que tuvo un rol en su sociedad y que tuvo admiradores y seguidores, siendo su causa la misma de todos los líderes israelitas que bajo la esclavitud del Imperio Romano deseaban su libertad. Tal salvación estaba centrada en la llegada de un Mesías.
El otro Cristo, es un personaje divinizado, es decir una construcción teológica, que recoge el interés de una religión, en este caso de esta secta judía que se separa del Sanedrín, que busca en este personaje, que diga que es hijo del Dios de la Biblia judía, que haga milagros, que prometa no ya la salvación del pueblo de Israel, que es el predicado de todo el Antiguo Testamento, sino que ahora esta salvación sea, no exclusiva para un determinado pueblo, sino universal.

Cuando los jerarcas de la naciente Iglesia Católica comisionados por el Concilio de Nicea y el Emperador Constantino para construir este Cristo teológico y convertirlo en un Dios, rebuscó entre los escritos del cristianismo primitivo aquellos "evangelios" que circulaban entre los admiradores de este Mesías judío para afirmar esta construcción teológica, fue en los escritos de Pablo donde se encontró la mejor argumentación.

A propósito también de este Pablo mesiánico, de su irrupción en la agenda cristiana distorsionando la visión existente hasta entonces de los escritos cristianos primitivos, de su carácter impulsivo y avasallador que fue capaz de descolocar el papel de los Apóstoles y torcer el rumbo del cristianismo, inventando de paso una personalidad y rol distinto de Jesús; este poseso delirante que predica insensateces, resulta interesante conocer la opinión del escritor Gonzalo Puente Ojea, ensayista, escritor y diplomático español, que en su libro  “La existencia histórica de Jesús. Las fuentes cristianas y su contexto judío”, nos dice:

"Puede afirmarse con toda seguridad que Jesús jamás presentó su misión como la de un salvador universal, ni como la del fundador divino de una religión mística o de misterios. Jesús fue solamente un hombre, un judío, que en curso de su proclamación mesiánica del Reino de Dios como inminente llegó a alcanzar plena conciencia de que era él mismo el encargado de realizar el cumplimiento de las promesas de la alianza de Dios con su pueblo, poniendo fin a la ocupación romana del solar histórico del Reino.
Jesús no subió a Jerusalén para inmolarse voluntariamente en la cruz del martirio a fin de aplacar la ira de Dios por una supuesta culpa original y colectiva de desobediencia de la humanidad, expiar por procuración esa culpa, y redimirla con su pasión y muerte infamante.
 
Este theologumenon irracional y salvaje es la invención fabricada de un visionario desequilibrado que vivió dramáticamente inserto en la bisectriz de dos culturas antagónicas pero sobrepuestas en la contradicción de su propia persona, conocido históricamente como Pablo de Tarso.
Este invesosímil presupuesto teológico acabó siendo asumido plenamente por la Iglesia oficial cristiana a partir de la destrucción del Templo de Israel y la captura de Jerusalén por Roma con la desaparición de la Iglesia-madre en el año 70 d.C.".

Decíamos que este Jerónimo de Estridón tan ocupado, pero que no obstante tiene tiempo para escribir su obra sobre este Pablo Ermitaño, la que publica en el año 400, es el que construye este personaje que se supone vivió un siglo antes, lo dota de vida, a imitación de los miles de anacoretas del desierto de Egipto y de Siria y lo proyecta como el fundador y primer anacoreta cristiano, santo hombre que dedica su vida al servicio de Dios.

Según Jerónimo, este Pablo era egipcio y provenía de una familia muy rica y que por lo tanto había recibido una excelente educación, quien al ser denunciado bajo el cargo de ser cristiano durante la persecución del Emperador romano Decio que gobernó entre 249 y 251, por algunos familiares que querían apoderarse de su fortuna, dejó todo para irse al desierto, donde pasó el resto de su vida.

En este relato, que a todas luces es una creación literaria más que un relato real, al estilo de todos los autores eclesiásticos que colocan hechos sobrenaturales, mágicos y fantásticos en sus personajes para hacerlos parecer seres de excepción, lo que dará el título al próximo artículo que versará sobre los Mentirosos de Dios, -Jerónimo nos dice que este ermitaño encontró en el desierto unas antiguas cavernas donde los esclavos de Cleopatra siglos atrás fabricaban monedas, donde decidió alojarse. Cerca de allí encontró una fuente de agua y una palmera, usando desde entonces tales elementos para sobrevivir. La palmera le alimentaba con sus dátiles, con sus hojas se hacía vestidos y la fuente de agua saciaba su sed.
 
En el desierto se dio cuenta que podía hablar tranquilamente con Dios, se comunicaba con Él y sostenía diálogos, encontrando sabias respuestas a sus inquietudes, por lo que decidió entonces no volver nunca a la civilización y quedarse allí para ayudar al mundo con penitencias y oraciones para salvar a los pecadores del mundo.
Por fortuna para él, cuando la palmera no daba dátiles, venía un cuervo y le traía cada día medio pan, lo que constituía su único alimento. Así pasaron setenta años, orando, comiendo dátiles de la palmera y el medio pan que le traía el cuervo.
El cuervo de Pablo
Nos cuenta Jerónimo que cuando este ermitaño se sintió morir y pensaba que ya nunca vería otro humano, Dios quiso cumplir aquellas palabras de Cristo: "Todo el que se humilla será engrandecido" y entonces otro ermitaño que vivía en el desierto, que pensaba que era el único que lo hacía, recibió en sueños un mensaje de Dios que le decía "Hay otro penitente más antiguo que tú. Emprende el viaje y lo lograrás encontrar."

Casualmente este ermitaño era Antonio Abad,  quien inmediatamente salió a buscar a este penitente del cual le daba noticias Dios. Finalmente, según el relato después de muchas horas de andar, llegó a la caverna donde estaba Pablo, pero éste asustado puso una gran piedra en la entrada temiendo que entraran fieras y no le abrió. Antonio le suplico que abriese y al fin el desconfiado Pablo le abrió, saludándose ambos santos, quienes se hincaron y rezaron a Dios.
Justo en ese momento de la presentación venía el cuervo con su preciosa carga de pan, pero esta vez traía un pan entero. Entonces Pablo le dijo: "Mira como es Dios de bueno. Cada día me manda medio pan, pero como hoy has venido tu, el Señor me envía un pan entero".

Entonces estos anacoretas se pusieron a discutir sobre quien partiría este pan, porque ambos entendían que este honor le correspondía al más digno y cada uno se sentía más indigno que el otro, zanjando esta disputa tirando cada uno de un extremo del pan, como forma de fijar una igualdad de dignidades, bajando luego a la fuente a beber de su cristalina agua.
Después de discutir toda la noche sobre cuestiones espirituales y a rezar juntos, ya de mañana Pablo le dijo a Antonio que sentía que se iba a morir y le dijo: "Vete a tu monasterio y me traes el manto que San Atanasio, el gran Obispo, te regaló. Quiero que me amortajen con ese manto."

Antonio quedó estupefacto porque el no le había mencionado de este manto y cumpliendo el pedido de Pablo se volvió al lugar donde residía para traérselo, temiendo que cuando volviese fuese ya demasiado tarde y éste muriese.
Cuando venía de vuelta, sufrió una visión donde vio que el alma de Pablo subía hacia los cielos rodeado de apóstoles y ángeles, que le hizo exclamar: "Pablo, Pablo, ¿por qué te fuiste sin decirme adiós."
Visión de Antonio Abad, Pablo muerto y rodeado de ángeles
Efectivamente cuando llegó a la cueva, encontró el cadáver de Pablo arrodillado, con los ojos mirando al cielo y los brazos en cruz en su pecho como si estuviese rezando. Antonio pensó que su amigo había muerto en la ocupación que le tomó toda la vida, orando al Señor.

Antonio se preguntaba cómo iba a enterrar a su amigo carente como estaba de herramientas y todo tipo de materiales, más de pronto oyó acercarse a dos leones, que lo hacían con respeto y evidentes signos de tristeza y ante su asombro, estas fieras con sus garras cavaron la arena hasta dejar un profundo hoyo con espacio suficiente para depositar un cuerpo humano.
Cumplido su cometido, ambos leones, siempre con signos de gran respeto y pesadumbre, abandonaron el lugar, procediendo entonces Antonio a depositar  allí el cuerpo de Pablo.

Es con esta historia fabulosa, para mentes infantiles o inmaduras, que solo podrían creerla ingenuos o débiles mentales, desde luego falsa de principio a fin, que incorpora los clásicos sueños videntes, las visiones, las bestias que actúan como humanos y los elementos irracionales y sobrenaturales, como la imposibilidad de que una persona viva solitario en un inhóspito desierto setenta años, comiendo dátiles de una palmera y que durante esos setenta años venga un cuervo a diario a dejarle exactamente medio pan.
Y dónde asombrosamente el otro anacoreta, Antonio Abad, avisado en sueños por Dios, llega hasta su cueva en medio del desierto a las pocas horas de andar, sin tener nociones de este lugar, en un área inhóspita e inclemente de cientos de miles de kilómetros de arena,  típicos recursos mágicos y milagreros achacados a un Dios caritativo y todopoderoso, que además como se ve aquí, es como buen Dios judío  bastante cicatero,  pues siendo tan omnipotente solo le asigna a este hombre piadoso solo medio pan al día, pudiendo alimentarle mejor.
Los leones cava fosas
Con este cuento de hadas, Jerónimo consigue otorgarle a este  Pablo desconocido de la historia y quizás irreal y circunscrito solo a un personaje literario de su invención, pasaporte de primera clase a la fama no solo como pionero del sistema de vida anacoreta, que nació 10 siglos antes, sino que también de Santo Patrono de la Iglesia Católica.

Para rematar el efecto de su creación literaria, San Jerónimo escribió su párrafo para el bronce, que decía:
 "Si el Señor me pusiera a escoger, yo preferiría la pobre túnica de hojas de palmera con la cual se cubría Pablo el ermitaño, porque él era un santo, y no el lujoso manto con el cual se visten los reyes tan llenos de orgullo".
Pero, en la realidad, nunca nadie vio a Jerónimo, como prueba de la sinceridad de sus palabras, usar prendas de hojas de palmera ni nada parecido.
 
Cabe hacerse aquí la reflexión de cómo y con que facilidad y expedición, la Iglesia Católica en aquellos tiempos llenó su calendario de Santos, Doctores y venerables Sabios, la mayoría de ellos ilustres desconocidos, personajes de leyenda de los que no se conservan datos de ninguna especie, bandidos, estafadores, asesinos, locos y criminales de toda índole, a los que se les inventó una vida piadosa y milagros estúpidos, de quienes la historia hoy por suerte conoce sus reales antecedentes  y puede calificar sus actuaciones, como ha ocurrido con la mayoría de sus Papas y sus falsas  -y en la mayoría de los casos criminales vidas-, algunas de las cuales ya hemos comentado en anteriores artículos.

De hecho, en un gesto que a la distancia de tantos siglos nos parece desesperado, en vista del interés mundial que despertaba este estilo de vida anacoreta y las interminables peregrinaciones de gentes de distintos credos y pueblos que venían a observar el fenómeno, la iglesia decidió nombrarlos Santos a todos aquellos que más se destacaban y eran objeto de alabanzas.

Por supuesto y muy tardíamente la Iglesia, se había dado cuenta de la atracción que estos monasterios anacoretas significaban para las masas, dio pie atrás con su censura y copió la modalidad, como forma de fomentar el cristianismo, pero ahora sujeto a las directrices de la Iglesia. Más aún, recogió este ascetismo anacoreta como fórmula propia y no vaciló en declarar hijos de Dios a todos estos vagabundos y parias del desierto que iluminados de una especial locura o insania, practicaban las más estrambóticas e indescriptibles maneras de tortura corporal, castigos, ayunos y penitencias, destinadas principalmente a alejar al demonio de sus mentes, en especial el deseo sexual.

Así, de la noche a la mañana y a veces sin que lo supieran, muchos de estos anacoretas perdidos en algún lugar del desierto, ajenos a las religiones, místicos que buscaban la perfección y la paz personal además del olvido de su sociedad de la que estaban hastiados, se vieron convertidos en figuras relevantes del catolicismo, elevados a la categoría de santones  por su extravagantes vidas; en celebridades y sabios que todos querían conocer y maravillarse de poder tocarlos, oír sus historias y recibir sus bendiciones.
Y más aún, muchos de ellos, ordenados sacerdotes y a veces Obispos del Credo católico sin saber cómo se llamaban, de donde venían ni cual era su pasado.
De allí salieron los que más tarde serían denominados pomposamente Padres del Desierto, Padres del Yermo o de la Tebaida, presentes hasta hoy en el santoral católico, con milagros y hechos extraordinarios que algún hagiógrafo fantasioso les inventó.

Antonio Abad, este ícono del catolicismo no fue la excepción. Se cuenta de él que nació en el pueblo de Comas, en el Bajo Egipto, quien alrededor de los veinte años de edad vendió todas sus posesiones, entregó el dinero a los pobres y se retiró a vivir a una comunidad local haciendo vida ascética, durmiendo en un sepulcro vacío. Luego pasó muchos años ayudando a otros ermitaños a encaminar su vida espiritual en el desierto y mas tarde, llevado por su afán de alejarse del mundo, internándose mucho más en el para vivir en absoluta soledad.

De acuerdo con los relatos de San Atanasio y de San Jerónimo, popularizados en La Leyenda Dorada del domínico genovés Santiago de la Vorágine en el siglo III, que en general son considerados anti históricos y legendarios, Antonio fue reiteradamente tentado por el demonio en el desierto.
La tentación de San Antonio, como se conoce, se volvió un tema favorito de la iconografía cristiana, representado por numerosos pintores de importancia, lo que dio a su figura notable notoriedad.

Se dice allí, que su fama de hombre santo y austero atrajo a numerosos discípulos a los que organizó en un grupo de ermitaños junto a Pispir y otro en Arsínoe. Por ello, se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana.

Esta Leyenda Aurea o Dorada de Santiago de la Vorágine, recopila solo hagiografías de Santos y por tanto fue creada con la intención de propiciar la religiosidad popular  que interesaba al clero para captar más prosélitos, cumpliendo tales escritos cabalmente su propósito, pero a costa de la verosimilitud y la fidelidad histórica, como denunciaron en su oportunidad el pensador y humanista renacentista español Juan Luis Vives 1492-1540 y Melchor Cano, fraile domínico, teólogo, Obispo y humanista 1509-1560, por la cantidad de hechos sobrenaturales, fantásticos, mágicos y francamente ridículos que se cuentan como si fueran hechos reales realizados por estos Santos Católicos.

Sin embargo, pese a la historia de milagros y de vida ejemplar que le inventa la iglesia a Antonio para presentarlo como Santo y al atractivo que su carisma ejercía y también a la extensa literatura cristiana fantasiosa que le sindica como un iluminado cristiano que hizo una vida monacal, en la realidad este  nunca optó por la vida en comunidad o monacal como se le adjudicó y en oposición a la leyenda tejida por la Iglesia, Antonio, siempre buscando lugares más inhóspitos e inaccesibles, se retiró al monte Colzim, cerca del Mar Rojo, en absoluta soledad, donde se dice que murió a los 105 años en la mayor de las pobrezas.

Así llegamos como ya anotábamos, a la denominación de Padres del Desierto, como se conoce en el cristianismo a los monjes, eremitas y anacoretas que en el siglo IV, tras la paz Constantiniana abandonaron las ciudades del Imperio romano y otras regiones vecinas para irse a vivir a las soledades de los desiertos de Siria y Egipto, haciéndose por tal motivo famosa La Tebaida, nombre que adquirió por situarse cerca de la ciudad Egipcia de Tebas y que a la sazón era un distrito administrativo o Diócesis de Egipto durante el Bajo Imperio Romano, que siendo desierto, al igual que gran parte desértica de Siria, se convirtió en un lugar de retiro de numerosos ermitaños.
Mapa de la Tebaida 400 a. de C. en Egipto, bajo el Imperio Romano.
Los cristianos de Egipto asumieron el monaquismo con tanto entusiasmo que el emperador romano Flavio Julio Valente, (entre el 364 y el 378) tuvo que limitar el número de hombres que podría convertirse en monjes ante el riesgo de que las Iglesias se quedaran sin sacerdotes. Nótese aquí que es el Emperador Valente, quien al igual que todos sus antecesores desde Constantino y como luego lo hicieron otros varios Emperadores romanos que le sucedieron, quien comanda y dispone de los asuntos de la Iglesia y no el papado ni otra jerarquía del catolicismo..

Estos voluntariosos monjes ascéticos del siglo III, a disgusto de la jerarquía de la Iglesia de entonces, pero basados en estas señales del Nuevo Testamento relativo a la locura con que deben ver sus seguidores a Cristo, cuyo contenido es indiscutiblemente ceñido al ideal paulino, prefirieron aislarse de la sociedad para seguir los dictados de su conciencia, practicando diversos métodos y rigurosos ejercicios de austeridad para conseguir un estado de armonía con la divinidad, que en la práctica conducía a una variada y anormal regla privada de mortificación corporal, inaugurando curiosos movimientos de seguidores que al igual que ellos, buscaban un camino para acercarse a Jesús.

Esta retirada del mundo que llevan a cabo los primeros sacerdotes y místicos cristianos hay que entenderla como una reacción contra la iglesia institucional que después de la conversión de Constantino en el 337, pasa de ser una secta perseguida y denostada por la sociedad romana, a convertirse en una institución próxima a los centros de poder político del Imperio, renegándose de toda la ortodoxia preexistente, adquiriendo costumbres cortesanas y acomodaticias y olvidándose de los humildes.

Para estos monjes que se fueron de la Iglesia para servir a Dios como anacoretas, la auténtica concepción cristiana venía directamente del mensaje de Cristo y no de la estructura eclesial, encontrándose su fundamentación en la recomendación evangélica de Mateo 19: 16-23, conocida como El joven rico que expresa: "Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la Vida Eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Más si quieres entrar en la vida, guarda los Mandamientos.
El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud, ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme.
Oyendo el joven estas palabras se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos".

Por supuesto, estas recomendaciones no podían ser recogidas por la rica curia romana, rodeada de fasto y boato imperial, preocupada de agenciarse tesoros y bienes, templos, castillos y tierras que arrebataba a las otras religiones de la competencia, a quienes tachó de paganas para combatirlas y destruirlas, por lo que todas estas formas de anacoretismo y de monacato fueron vistas y consideradas hostiles por las autoridades eclesiásticas y civiles allí donde el catolicismo tenía poder.

Subrayamos la respuesta de Jesús: ninguno hay bueno sino uno: Dios. Se puede apreciar aquí claramente que él mismo no se considera bueno, ni tampoco Dios, concepción que se corresponde con este tramo de la iglesia llamada primitiva, donde nunca Jesús fue más que un enviado de Dios, el ungido, nominado por Él para traernos su mensaje.

Siendo pues el anacoretismo cristiano una forma de rebelión y de protesta religiosa, nunca fue un movimiento organizado, solo representó una concepción de cristianismo, como salvación personal. El anacoreta lucha solo contra el demonio, los placeres y la sexualidad, rechazando el pecado social o colectivo, el cual niega. Los pecados son todos individuales o personales, constituyendo según su parecer lo que significaban las palabras de Pablo cuando expresó la idea de un Cuerpo Místico al decir: "así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo."

Ello es contrario a la interpretación eclesiástica, que usando estos mismos dichos de Pablo, los interpretó en su beneficio alegando que según esta doctrina, la iglesia no es un conglomerado amorfo de individuos, sino un cuerpo organizado, con diversos miembros y sus propias funciones. Con esta interpretación trucha, arreglada y concebida por sus ideólogos, justificaba la inexistencia de antecedentes bíblicos que señalasen que Cristo deseaba fundar una religión y una casta sacerdotal, es decir una Iglesia, cuestión que jamás tampoco plantea Pablo, un apocalíptico que predica el fin de los tiempos a breve plazo y que ve en Cristo al enviado de Dios que anuncia su venida, es decir que anuncia oficialmente que El Fin de los Tiempos ha llegado.
El Fin de los Tiempos
En otras palabras Pablo como buen judío que es, postura que nunca abandonó ni contra la cual perjurase, cree sinceramente que Jesús es el Mesías que el pueblo judío estaba esperando. Y ésta es realmente su prédica, la razón por la cual él y muchos otros judíos, que creen firmemente que el Sanedrín esta equivocado.
Por ello busca junto a otros que piensan como él, incluidos los apóstoles, convencerlos al interior de las sinagogas y luego cuando esta estrategia fracasa, diseminar la idea entre los gentiles, a quienes trata de convencer que la única forma de salvar su alma y conseguir la vida eterna, es creer en este Cristo, en este Mesías que Dios envío como camino de salvación para quienes creyeran en él.

Como señalábamos, el anacoretismo fue más que una curiosidad, fue un verdadero fenómeno de masas que impactó al catolicismo desde el siglo III y que en el siglo IV se presenta como un movimiento que compromete todos los ámbitos sociales y pone en peligro incluso la solidez de la iglesia jerárquica, que con desesperación ve que sus filas van desgranándose y valiosos sacerdotes desertan y se suman a esta gente del desierto.
Siendo como es fácil establecer, estos anacoretas y ermitaños esencialmente individualistas, solitarios y retirados de los sitios habitados, malamente la Iglesia puede asegurar ahora, que eran hombres de sus filas, de los cuales tenía control o que obedecían sus directrices. Ello nunca ocurrió, hasta que el catolicismo creó sus propios centros monásticos, sujetos a la jerarquía eclesiástica y cuyo requisito de ingreso era estrictamente supervisado.

Ni siquiera el problema arriano y la lucha interna de las facciones antagónicas produjo más daño que esta original forma de piedad religiosa liberada de jerarquías, que obedece solo lo que expresan las sagradas escrituras, las máximas de los ancianos y sus gurús anacoretas; y en especial la propia iniciativa personal. Lo que partió como un movimiento inorgánico de campesinos incultos y desarraigados de Egipto, a mediados del siglo IV había calado entre las clases urbanas y las aristocracias tanto de Oriente y Occidente, particularmente en la religión de moda, el cristianismo, lo que ponía en tela de juicio los valores en que se basaba la sociedad civil y la Iglesia.

No podemos dejar pasar además, que estos anacoretas que sentían el llamado de Dios y que dedicaban su vida a encontrar la verdad y la perfección, no siempre fueron hombres de iglesia. Por el contrario, en su generalidad estos anacoretas huían al desierto por motivos muy ajenos a la religión, siendo muchos de ellos bandoleros, asesinos, prófugos del ejército y antisociales, analfabetos y sin ser prosélitos de ningún credo, que muchas veces eran convertidos a la actividad religiosa porque en aquellos lugares ciertamente no había mucho que hacer.
En particular cuando este tipo de vida tan extravagante suscitó la curiosidad mundial y venían a verlos desde todos los puntos del planeta peregrinos y personas de todos los credos, que junto con tratar de conocer sus pensamientos y las razones por las que creían que este peculiar modo de vida podía agradar a Dios, les traían alimentos, ropas y otros presentes, que hacían menos dura sus vidas.

Esto es justamente lo que ocurre con San Pacomio, quien fue el creador de un concepto de vida monástica que atrajo a una gran mayoría de estos anacoretas, ya que así tenían un techo donde protegerse, un trabajo colectivo que les aseguraba el alimento, una protección contra los antisociales que los molestaban, nadie que preguntara por su vida anterior y hurgase en sus antecedentes y el espacio y el tiempo para dedicarse a sus meditaciones.

Estas fueron principalmente las razones que hicieron que su Orden fuese la más concurrida, ya que otras Reglas de los varios monasterios existen en el desierto, obligaba a sus monjes a tediosos actos litúrgicos, rezos, procesiones y oraciones que estaban encauzadas por aquellos sacerdotes que tenían un pasado católico y una disciplina cristiana, que no siempre era recogida con agrado por estos anacoretas independientes que teniendo vocación cristiana y que provenían del bajo pueblo, de la vida campesina sino de una condición de antisociales prófugos de la justicia, lo único que deseaban era encontrar la paz interior.

En la regla propuesta por San Pacomio, que nunca fue un hombre de Iglesia, los anacoretas encontraron unas normas más moderadas y clementes que basando sus ejercicios en la recitación de salmos y otros rezos, les venía bien para ocultar su pasado y renacer a otra vida, espiritual y social. Así lo muestran las prácticas religiosas preconizadas por San Pacomio, quien huye de los duros ejercicios ascéticos y de ciertos pasajes bíblicos aprendidos de memoria, siendo importante acotar
que en esos tiempos, para ser ordenado sacerdote bastaba la imposición de manos de una autoridad eclesial, pero ni aún con esta facilidad con que quiso ganárselos el catolicismo, no hubo muchos anacoretas que aceptasen de buen grado tal distinción.
Su Regla recoge la concepción de un cristianismo popular, que se reafirma en el hecho de que el propio Pacomio y sus inmediatos sucesores no fueron ordenados presbíteros, ni tampoco quería que lo fuesen sus monjes.

La contraposición con el cristianismo oficial imperante es evidente. Aunque Pacomio no rompe con la jerarquía eclesiástica y es respetuoso con ella, sin embargo no recomienda el acceso de sus monjes a las órdenes sagradas, consejo que se basa en que generalmente son dice, «origen de celos, envidias y discordias».
Así, pues, koinonia pacomiana es unidad económica, unidad cultural y unidad religiosa. Se concibe y configura frente a lo que les rodea, como rechazo y aislamiento de la administración romana, de la cultura griega y de la Iglesia oficial, tratando de buscar y reafirmar su propia identidad.

La Iglesia ha puesto mucho empeño en destacar sus figuras como comprometidas con el cristianismo y sus biógrafos han creado alrededor de sus vidas una aureola de santidad y de milagros, así como dichos y sentencias, que son por decir lo menos exageradas, sin que exista una base histórica o referencias que las avale.

Ello se puede deducir fácilmente, si leemos los escritos pertinentes del Obispo Teodoreto y de San Juan Crisóstomo, donde podremos concluir que si bien es cierto que estos monjes utilizaban oraciones y salmos para entrar a sus estados místicos, éstos no eran los clásicos que aparecen en las escrituras sino los que ellos mismos inventaban, rezándole a Dios y pidiendo su clemencia ya que en esas soledades donde se escondían no había iglesias ni existía ningún tipo de comunicación con miembros del clero, por lo que su espiritualidad sacramental, nunca fue como expresan algunos escritores cristianos muy persistente.

En este contexto surgieron los más pintorescos personajes y formas de monacato delirantes cuyos miembros fueron conocidos como monjes, ascetas, eremitas o ermitaños, que la literatura y la historia conocen como Los Locos de Dios, que apartados de la Iglesia y de toda autoridad que limitase sus actuaciones, se lanzaron en una quimérica e irracional búsqueda de la modalidad perfecta que permitiera a un humano relacionarse de mejor manera con la esfera de lo divino, en el plano espiritual y así comprender mejor la intencionalidad de Dios.

San Juan Crisóstomo, Arzobispo de Antioquía y luego de Constantinopla, Padre de la Iglesia Oriental y el Obispo Teodoreto, en sus escritos nos dicen que el hecho de vivir solos, propensos a un radicalismo de huida de la sociedad, les separaba naturalmente de la Iglesia visible y de sus sacramentos. Se sabe que había ascetas en Siria que recibían la comunión una vez al año, otros una vez cada dos años.
Algunos solitarios no sacerdotes recurrían a los buenos oficios de un sacerdote para recibir la Eucaristía de vez en cuando. Así, el arcipreste Basos tenía el oficio de visitar a los anacoretas de la región de Jebel Semán para administrarles la comunión pascual.

En una ocasión el obispo de Ciro celebró la misa en el eremitorio de Maris de Omero. Como en la habitación del recluso no había altar, ni vasos sagrados, el obispo hizo traer estos de una iglesia próxima y celebró el Santo Sacrificio sobre las manos extendidas de los diáconos. El recluso recibió la comunión y fue invadido de tal alegría que confesaba no haberla tenido igual en su vida.
 
Respecto a los estilistas sobre las columnas, no era fácil llegar hasta ellos para administrarles la comunión. Había quien se servía de un copón atado a una cuerda. El estilista tiraba de ésta, subía el copón a la plataforma y con sus manos recibía las especies eucarísticas.
Había también anacoretas que  no  recurrían  al ministerio de un sacerdote para recibir los sacramentos. Cabe preguntarse ¿se privaban voluntariamente de los sacramentos? O, más bien ¿guardaban la Eucaristía en sus reclusorios?
Sabemos que en Egipto había solitarios que guardaban el Pan Eucarístico en sus cabañas. El mismo uso regía en Capadocla, ya que san Basilio nos dice: "Todos los monjes que viven en soledad, en donde no hay sacerdote, conservan la Comunión en sus retiros y la reciben de sus propias manos

En Siria parece existía este mismo uso, ya que la regla de Jacobo de Edesa condena algunos abusos de estilistas, por ejemplo de aquellos que guardaban por mucho tiempo la Eucaristía en sus columnas.
De otros solitarios sabemos que iban, de vez en cuando, a la iglesia más próxima para participar en la liturgia. Macedonio seguía esta regla. El recluso Zenón "después de haber prestado oído atento a los sermones de los doctores y haber participado en la mesa eucarística, volvía a su reclusorio". La reclusa Domnina salía, una vez al día, para rezar en la Iglesia parroquial.
 
Había solitarios que no necesitaban salir de sus eremitorios para recibir la Eucaristía, ya que estaban revestidos de la dignidad sacerdotal. Estos celebraban el Santo Sacrificio en sus reclusorios.
Parece que hubo abusos, ya que un canon eclesiástico llama al orden a reclusos y estilistas y les prohíbe ofrecer en privado el Santo Sacrificio, en caso de manifiesta necesidad o cuando no es posible recibir de otro modo la Eucaristía.
 
El uso de conferir la ordenación sacerdotal a los anacoretas y cenobitas, era general en Oriente a finales del siglo IV. Los reclusos Acepsimas y Salamanes recibieron la ordenación sacerdotal en sus reclusorios y es de suponer que celebraban allí los santos misterios.
Entre los ocho reclusos sirios que condenaron el triteismo, hacia el 570, seis se autocalifican de sacerdotes.
 
Los datos arqueológicos nos indican que el recluso de las torres de Zerzita, era probablemente sacerdote, ya que en el primer piso de la torre hemos encontrado un baldaquino de piedra. El baldaquino supone, en la liturgia siríaca, la existencia de un altar. Por consiguiente, el recluso podía celebrar la Misa sin salir de la torre.
 
Había solitarios que oponían seria resistencia a aceptar el sacerdocio. El recluso Marciano de Ciro rechazó la ordenación que Flaviano y cuatro obispos más querían conferirle.
En otra ocasión, el mismo Flaviano impuso las manos sobre el recluso Macedonio, cuando éste asistía a la Misa dominical y le ordenó sacerdote. El recluso, no hablando más que siríaco, no había comprendido el significado de la ceremonia dicha en griego.
Acabada la Misa, alguien le explic6 lo que había sucedido y Macedonio se desató en cólera. Víctima de una santa indignación, comenzó a injuriar a los allí presentes, "después, tomando el bastón, ya que a causa de su edad lo empleaba como apoyo, se puso a perseguir al obispo y a los presentes", acusándoles de querer sacarlo de su reclusorio. Después de muchos ruegos, sus amigos consiguieron calmarle.

Más dramática fue la ordenación del recluso Simeón de Bet Qiduna, siglo VIII. Los habitantes de Edesa, muerto su obispo diocesano, se dirigieron al eremitorio de Simeón, le sacaron por la fuerza de su retiro y lo presentaron al obispo Jorge.
Este, sin consultarle, le ordenó obispo de Edesa y le impuso como primera obligación la residencia en la ciudad. El pobre ex recluso apenas pudo aguantar un par de días. Decía que prefería morir crucificado a respirar el aire de las ciudades.
Privado de Obispo, los edesinos se dirigieron a la columna de Zacarías el Estilista. Le bajaron por la fuerza y le llevaron triunfalmente a Edesa, donde fue ordenado Obispo de la ciudad.
 
Los raptos de solitarios para elevarles a la dignidad episcopal eran tan frecuentes en esa época, que había ascetas que se escondían apenas oían la noticia de la muerte del Obispo diocesano. No aparecían más que cuando había sido provista la sede vacante de titular.
Los solitarios egipcios eran, como los sirios, reacios a las dignidades  eclesiásticas.  Amonios  de  Nitria,  por ejemplo, para substraerse a la dignidad episcopal, no encontró otra salida que tomar las tijeras y cortarse la oreja Izquierda.
La falta de un miembro era una irre­gularidad para recibir órdenes. Como el pueblo, que no entendía de irregularidades insistía para que se le ordenara obispo, el asceta amenazó con recurrir otra vez a las tijeras y cortarse la lengua. Ante esta alternativa, el Obispo Timoteo le dejó en paz. Las dignidades eclesiásticas no encajaban con la humildad de los ascetas y, sobre todo, les obligaban a salir de su pacífico retiro.

Esta información, ya lo decíamos, la recogemos de los escritos de los Obispos de la época mencionados. Sirven para percatarse de la falsedad de la historia de la Iglesia al respecto, que en las biografías de muchos de estos pobres locos, menciona que fueron Obispos de ciudades, dignidades eclesiásticas, autores de obras,  luego de estar 20 años parados en una columna, en grutas escondidas en las montañas o en casamatas encima de los escasos árboles de estos páramos desiertos.

 

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