sábado, 5 de julio de 2014

LA GRAN MENTIRA DE AYER Y DE HOY


"Argumentar con una persona que ha renunciado a la lógica, es como dar medicina a un hombre muerto". Thomas Paine.

Anclada a su pasado, la Iglesia Católica en su porfía fundamentalista de que la Biblia es la palabra de Dios y que por lo tanto no contiene errores, argumenta que tal doctrina viene de los cristianos de la época primitiva, basándose en los dichos de sus sabios, refiriéndose con ello a sus santones y gurús a quienes apoda pomposamente “doctores de la iglesia”, personas equivocadas y fanáticas, de acentuado carácter machista y desvaríos conceptuales y discriminatorios, sino enajenados, como hemos probado una y otra vez en nuestros distintos enfoques y análisis de las historias que nos transmite la Biblia.

La mentada veracidad de esta Biblia, así como sus dichos y doctrinas fundamentales, hoy a la luz del siglo XXI, resultan ridículos y faltos de realidad, pues sus propuestas han sido desde hace siglos dejadas de lado por incongruentes y necesariamente falsas o falaces, justamente por repetir y tener como base de sus apreciaciones los dogmas que contiene ese antiguo mamotreto, recogidos de filosofías o sabios de la primera antigüedad, cuyas premisas se estiman importantes y pioneras, pero que con el pasar del tiempo se ha demostrado que son erróneas o inexactas, sufriendo en la modernidad notables cambios y rectificaciones que invalidan su propósito y las hacen inviables.

Es fácil establecer, que tales fundamentos filosóficos, matemáticos, astronómicos u otros, todos obsoletos, sean acerca de la conformación del mundo y los planetas, así como el origen de la vida en la tierra, fueron recogidos por algunas religiones que nacieron en esa época y colocadas en los libros llamados sagrados como verdades inamovibles. Han pasado muchas centurias y tales fundamentos filosóficos y teorías aún están allí y siguen siendo los mismos, estando en la actualidad solo avaladas por ellas y sus monjes como verdades fundamentales de fe que no admiten discusión por ser conocimiento revelado y de la teología, sin que la historia y las diferentes ciencias sociales y naturales hayan verificado ni avalado ni una sola de sus fábulas, mitos y existencia real de los personajes que menciona.

Quizás sea bueno recordar que toda ciencia debe establecer descripciones objetivas basadas en aspectos observables y por tanto verificables de la realidad, reguladas por leyes que se preocupen de establecer vínculos causales existentes entre las variables intervinientes en la descripción, sin contar que el conocimiento deberá estar organizado en una forma axiomática, como requisito necesario para que las ciencias sociales adquieran el carácter científico que tanto se busca. Y sobre todo conformar una unidad verosímil que satisfaga nuestro intelecto. Entonces y solo entonces es posible tratar de desentrañar el contenido de aquellas cuestiones que nos parecen fundamentales. ¿Cómo es posible creer en algo que no entendemos, que no nos está permitido examinar y acerca de lo cual nuestra mente nos indica que no tiene sentido lógico ni puede ser creíble? Nuestra mente en la vida diaria es capaz de discernir perfectamente si un relato literario es fantástico, divertido o tiene contenido mágico, si posee elementos sarcásticos o si se trata de un drama, una comedia o es un hecho basado en realidades de nuestra vida cotidiana. Podemos detectar si las conclusiones son erróneas o tendenciosas y recogemos de la obra aquello que nos parece de interés y dejamos de lado aquello que nos parece ingenuo o superfluo. No obstante, se da el caso que muchísima gente acepta el contenido de algunos libros denominados sagrados como la Biblia, tal cual si cada una de sus frases, fábulas, historias, mitos y fantasías fuesen una verdad que no admite duda. Los "creyentes" que la leen, no utilizan con este libro ninguno de los aprendizajes, filtros intelectuales ni experiencias recogidas a través de siglos de civilización. Nada les parece ilógico, fantasioso, inexacto o irreal. Y ello, solo porque les dijeron que este libro no lo escribieron humanos sino Dios mismo.
La técnica religiosa consiste en venderles el paquete completo, previniéndoles que se trata de un asunto de fe. Qué entonces, para ser creyentes verdaderos y alcanzar esa premisa de una vida eterna y salvar su alma pecadora, deben primero dar muestras de su fe, aceptando como bueno incluso aquello que sus mentes les dicen que es ilógico y hasta estúpido. Un resumen del producto que venden estas religiones, con algunas otras adiciones puede ser así:

*Qué hay un Dios en el cielo, que representa el bien, que nos cuida y que fue nuestro creador. *Qué su corte son criaturas aladas, que revolotean en tal mundo celestial y que cantan y alaban su gloria. *Que todo lo de ese mundo es invisible y por tanto nada se puede ver.
*Que existe un demonio, también invisible y poderoso que representa el mal y que también tiene ángeles invisibles, pero de gran maldad.
*Dios y este Diablo luchan desde siempre y sin descanso en este mundo invisible, uno para salvar nuestra alma y el diablo maldito, para quedarse con ella y quemarla en el infierno eternamente.
*Qué este Dios envió a su espíritu a fertilizar a una humana y de allí nació su hijo, a quien envió a la tierra a ayudar a los humanos, sin mucho éxito a juzgar por el actual estado del mundo.
*Luego de ser sacrificado volvió al lado de su padre en el invisible cielo, para cogobernar su también invisible imperio y luego se les unió la madre y algunos otros humanos que fueron los seguidores de este hijo mitad divino mitad humano.
*Qué la Iglesia católica son los guerreros del bien, representantes de Dios en la tierra y que luchan aquí también para salvar nuestras almas.
*Pero que todo esto debe ser financiado y por ello se precisa de una cuota de cada creyente. También hay otras iglesias que disputan ser las verdaderas y que se atribuyen esta salvación y el cobro de estos diezmos... pero tales iglesias son falsas.
*Qué si nada de esto resulta, Dios, como está anunciado, enviará a sus ángeles de la muerte y provocará un apocalipsis, con pestes, cataclismos y lluvia de fuego que comprometerá a varios planetas y que todos moriremos en medio de atroces sufrimientos.
*Claro está que serán muy pocos. El resto, la gran mayoría será el botín del Diablo, que los conducirá al infierno, sitio que atentamente Dios inventó para él.

Bueno, esto es lo fundamental de casi todas estas religiones abrahámicas actuales, que no muestran gran diferencia con las antiguas, de las que han existido miles. Lo demás, son solo historietas plagadas de mitos y supersticiones tendientes a confirmar que todo este galimatías ha ocurrido, pero sin aportar ni una sola prueba digna de tenerse en cuenta, que pueda establecerse en la historia o concluirse por algún método viable y comprobable, o que pueda ser consistente con la más elemental lógica.

Cómo bien establecía el pensador Mario Bunge, físico, filósofo, epistemólogo y humanista argentino: “De los investigadores científicos se espera que se guíen por el método científico, que se reduce a la siguiente sucesión de pasos: conocimiento previo, problema, candidato a la solución (hipótesis, diseño experimental o técnica), prueba, evaluación del candidato, revisión final de uno u otro candidato a la solución, examinando el procedimiento, el conocimiento previo e incluso el problema”.
"Si una disciplina no emplea el método científico o si no busca o utiliza regularidades, es proto científica, no científica o pseudocientífica".

Cómo ya planteábamos, la historia sagrada, sus dioses y seres angélicos, la misma Biblia y ninguno de sus dogmas, relatos, visiones, milagros, personajes sagrados o fundacionales e historias y fábulas, nunca han podido ser ratificados por la historia, la antropología o la arqueología, entre otras varias de sus disciplinas y por ello resulta patético observar el denodado esfuerzo de los escritores religiosos, particularmente cristianos, por intercalar en sus escritos, que tal o cual conocimiento bíblico es científico, histórico o indesmentible, o bien, que proviene de fuentes fiables.

Nunca se ha probado la existencia de Abraham, Moisés, Jesús-Dios, sus apóstoles, evangelistas o familia, los fenómenos que se cuentan el día de su crucifixión, la existencia de los tres reyes magos, la  famosa estrella viajante que los guío a paso de camello, el Arca de Noé y su recalada en el Monte Ararat ni ninguno de sus cientos de horripilantes asesinatos masivos descritos con todo detalle en la Biblia judía, ni cosa alguna sobrenatural explicada en ella.

Ni menos las salidas de madre, fruto de la ignorancia suprema de quienes las escribieron, como la detención del sol en mitad del cielo durante casi un día, como se cuenta  en Josué 10:12-14: dónde Josué le dijo a Dios en presencia de todo el pueblo: «Sol, detente en Gabaón, luna, párate sobre Ayalón.», lo que ocurrió hasta que Israel se vengó de sus adversarios. Ese día se recuerda como el día en que Dios obedeció a un ser humano. ¡Fuerte no, y también ridículo!

O, el milagro de la muerte de los primogénitos egipcios que se cuenta en Éxodo 12:29-30, en que Dios hirió de muerte, es decir, asesinó a todos los primogénitos de Egipto, "desde el primogénito del faraón en el trono hasta el primogénito del preso en la cárcel", así como a las primeras crías de todo el ganado. 

Este "milagro de Dios", como está caratulado, me parece horroroso y desde luego indigno de una deidad y solo puede provenir de una mente sádica y enferma, con el detalle de matar además las primeras crías del ganado, para asegurarse que en cada hogar haya sufrimiento, en caso de no existir primigenios. ¿Me asalta la pregunta si habrá en otras religiones un Dios más malvado que éste Dios de los judíos y ahora por añadidura del catolicismo? 

Si estos mentados milagros, hubiesen ocurrido, el primero, un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad como la paralización del sol  y la luna en su derrotero, que por supuesto hubiera provocado una hecatombe y el otro un crimen vil que afecta a todo un país, habría quedado necesariamente registrado y en forma destacada en los anales de los historiadores, biógrafos o escribas egipcios o de otros pueblos, en la historia de las ciudades, como un paradigma divino. 

Más aún, las consecuencias serían en el primer caso, un cataclismo inimaginable, todo en la superficie de la tierra saldría disparado hacia el espacio en forma tangencial. Los océanos se saldrían de sus cuencas y formarían olas kilométricas que inundarían toda la superficie del planeta para luego perderse en el espacio, la atmósfera también saldría disparada al espacio y la tierra se convertiría en una roca pelada con una cara hirviente (la expuesta al sol) y la otra congelada (la oscura), a lo menos.

Pero no existe una línea, informe o registro geológico, un reseña al respecto en todo el mundo, nadie escuchó hablar de ello, ni tampoco de los otros supuestos milagros menores como el milagro de la burra que habló; el milagro del agua que brotó de la roca y el par de docenas de milagros que se atribuyen a Dios y otros a Cristo, cada cual más disparatado que el otro.

Y qué decir de la tierra plana descrita en tal libro, afirmada por columnas en el fondo del océano, enseñada durante toda la Edad Media; los monstruos marinos que pueblan los océanos; las razas extraordinarias y monstruosas de las que hablaba el inefable San Agustín; que la tierra estaba inmóvil y que era el Sol el que giraba alrededor de ella; el paraíso terrenal situado en el oriente cerca del Éufrates y otros ríos; que Jesús nació en un pesebre rodeado de animales; que el mar tiene al final de la tierra un abismo dónde caen las embarcaciones que osan perder el rumbo; las ascensiones milagrosas de algunos de sus próceres a los cielos antes y después de haber muerto, venciendo la ley de gravedad; gente que vivió cerca de mil años y otra gran cantidad de incoherencias que no es del caso detallar y que de interesarle a alguien, las puede encontrar con gran abundancia solo hojeando la Biblia y las biografías de los llamados Santos.
 

Para entender, de dónde las religiones basan sus supuestos, su justificación filosófica, debemos remontarnos a la esfera de la filosofía griega anterior a Cristo, donde Platón fue un filósofo seguidor de  Sócrates y maestro de Aristóteles.
La palabra  «metafísica» viene de un escrito de carácter místico de Aristóteles, de catorce rollos de papiro que tratan diversos temas generales de la filosofía, que eran notas personales del maestro y que ocupaba en sus clases. Cuándo Andrónico de Rodas, encargado de publicar su obra póstuma, tomó estos papiros, les dio un orden y decidió publicarlos luego de sacar al aire la primera edición de ocho libros sobre física. Por ello, sin saber que título ponerle a estos papiros, utilizó el concepto de meta física, aquello que está (en el estante) después de la física. En estos apuntes ni en sus otras obras Aristóteles menciona esta palabra metafísica.
Es un nombre inventado y sobre este invento otro, de la Iglesia, que con La Ilustración ve que su tratado cumbre, La Escolástica,  esa corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento medieval es desechada por falsaria, pero la Iglesia entiende que necesita continuar perfilando sus doctrinas místicas. Y también precisa que todas sus teorías de este mundillo paralelo, invisible, relativo a criaturas divinas y espirituales sea a toda costa considerado científico, como una forma de permanecer presente en las sociedades futuras.
La creación de la Filosofía como ciencia, le dio la oportunidad de incorporar estos estudios metafísicos para dar trabajo a sus miles de monjes, teólogos y profesores que durante cinco siglos la enseñaron a través de Europa en las Universidades y Colegios encargados en forma exclusiva de la educación pública ciudadana.
No hay que olvidar según nos dice Tomás de Aquino, que durante todo ese oscuro y siniestro período conocido como Edad Media, la metafísica a través de La Escolástica es considerada la «reina de las ciencias». Con base en el neoplatismo tardío la metafísica medieval se proponía reconocer el «verdadero ser» y a Dios a partir de la razón pura.
Los temas centrales de la metafísica medieval son la diferencia entre el ser terrenal y el ser celestial (analogía entis), la doctrina de los trascendentales y las pruebas de la existencia de Dios. Dios es el fundamento absoluto del mundo, del cual no se puede dudar. Se discute si Dios ha creado el mundo de la nada (creación ex nihilo) y si es posible acceder a su conocimiento a través de la razón o sólo a través de la fe.
Inspirados en la teoría de la duplicación de los mundos atribuida a Platón, su metafísica se manifiesta como una suerte de «dualismo» del «acá» y del «más allá», de la «mera percepción sensible» y del «pensar puro como conocimiento racional», de una «inmanencia» de la vida interior y una «trascendencia» del mundo exterior.
Hoy la metafísica es considerada parte de la filosofía, pero con la distinción, que a pesar que trata de colgarse de tal ciencia, solo limita su campo al estudio de los aspectos de la realidad que son inaccesibles a la investigación científica.  Eso significa que por más que los escritores cristianos u otros, traten de convencer a la gente que estos estudios o la religión, o la Biblia misma tratan de cuestiones científicas, o que la existencia de Dios, de los ángeles y del burro emplumado también lo son, no pasa de ser una gran falacia.
En la antigüedad, la palabra «metafísica» no significaba parte de la filosofía y ni siquiera una disciplina particular distinta. Solo se limitaba al estudio de lo que decían los 14 rollos de Aristóteles que mencionamos. Es a partir del siglo XIII que la metafísica pasa a ser una disciplina filosófica especial que tiene como objeto el ente en cuanto ente.

Merced al Poder de la curia, de su brazo armado la Siniestra Inquisición, la metafísica llega a ser considerada la más alta disciplina filosófica, influencia que perdura hasta la Edad Moderna, no obstante sigue siendo  vista por la gente común, con un carácter peyorativo de algo especulativo, dudoso o no científico.
Estas teorías  medievales de los "sabios" católicos que las reinterpretaron, creó y reafirmó entre sus doctores metafísicos, la idea de los dos mundos. El mundo espiritual  o invisible y el mundo real, el cual es solo un espejo del primero. Y allí en ese mundo etéreo, según la metafísica, se puso a Dios y a sus criaturas y luego los paraísos y los infiernos y por supuesto, consideró, a falta de otro lugar creíble, el aterrizaje de los Santos, de María, de Jesús, el pobre José y otros patriarcas que  merecían estar cerca de Dios.
Y por supuesto la otra gran quimera, que allí, (y ahora sí que ello era cierto) se encuentra la morada de Dios, la capital celestial de este mundo invisible, ya que evidentemente no estaba como afirmaba  primero El Libro Sagrado en la parte más alta del Oriente, y cuando no se encontró allí a pesar del esfuerzo de generaciones, se trasladó al cielo terrestre, arriba del firmamento, en lo que se entendía por los cielos, donde se afirmaba que no solo existía un cielo, sino siete cielos, dónde incluso algunos privilegiados, como San Pablo aseguraba haber estado de visita.
Claro que solo en el Tercer Cielo. No como el profeta Mahoma, que aseguró que estuvo en el cielo VIP, el Séptimo. Teoría ésta que la invención de la aeronáutica y luego los viajes espaciales destruyeron completamente, pues estos aparatos nunca chocaron con ángeles, querubines, personas en plena ascensión o ese paraíso celestial tan mentado y cambiante.
Ahora los cielos y el paraíso y todo aquello que antes se decía que estaba allá arriba por sobre nuestra cabeza y más allá de la atmósfera, se mudó a este mundo invisible y ya la Iglesia no organiza peregrinaciones para encontrar el Jardín del Edén en Oriente, en la ubicación geográfica que entrega
el Génesis, solo ofrece el tour por los lugares santos dónde la especialidad son las reliquias.
Este alto vuelo de la Metafísica se desmoronó dramáticamente, cuando se impuso la filosofía trascendental de Immanuel Kant, un filósofo prusiano de la Ilustración, considerado como uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal, quién le atribuye a la Metafísica ser un discurso de «palabras huecas» sin contenido real y la acusa de representar «las alucinaciones de un vidente»,
También a través del criticismo marcó distancia del dogmatismo de la metafísica que -según Kant- se había convertido en una serie de afirmaciones sobre temas que van más allá de la experiencia humana.
En su obra Crítica de la razón Pura, calificada generalmente como un punto de inflexión en la historia de la filosofía y el inicio de la filosofía contemporánea, aborda que el conocimiento científico también depende siempre de la experiencia. El hombre no puede emitir juicios sobre cosas que no están dadas por las sensaciones (tales como «Dios», «alma», «universo», «todo», etc.) Por ello Kant dedujo que la metafísica tradicional no es posible, porque el ser humano no dispone de la facultad de formar un concepto basándose en la experiencia sensible de lo espiritual, que es la única que permitiría la verificación de las hipótesis metafísicas.
Cómo el pensar no dispone de ningún conocimiento de la realidad en este aspecto, estos asuntos siempre permanecerán en el ámbito de lo especulativo-constructivo. Entonces, por principio, no es posible según Kant, decidir racionalmente sobre preguntas centrales tales como si Dios existe, si la voluntad es libre o si el alma es inmortal. Las matemáticas y la física pueden formular juicios sintéticos a priori y, por ello, alcanzar un conocimiento universal y necesario, un conocimiento científico, pero ese no es el caso de la metafísica.
Se hace necesario acotar además, aunque resulte una redundancia, que la teología o la metafísica y todas sus teorías de ese mundo mágico e invisible de los cielos, sus personajes espirituales y su cohorte angelical, no alcanzan a cumplir estas premisas; está absolutamente demostrado que no son del área de la disciplina investigativa científica y que no pasan de ser apreciaciones antojadizas y pseudocientíficas de gente crédula, de especulaciones esotéricas y espiritualistas, sumadas a supersticiones que provienen de muchos siglos anteriores a la creación de las mismas religiones, período  mayormente conocido como animista, que tiene data desde el hombre de las cavernas, pues existe evidencia irrefutable de un comportamiento religioso en esos primeros pre-Homo sapiens.
Prueba de ello son las numerosas sepulturas intencionales, en particular aquellas donde se encontraron objetos del occiso o de su vida y que fueron una de las primeras formas detectables de práctica religiosa, puesto que significan una "preocupación por el fallecido que trasciende la vida diaria".
Los neandertales fueron los primeros homínidos en enterrar intencionalmente a los muertos. Así queda de manifiesto en los enterramientos de Shanidar en Irak y la Cueva de Kebara en Israel y Krapina en Croacia.
Según el afamado  psicólogo evolucionista, que se especializa en la evolución de la religión, la moral, la conciencia y la mente humana Matt J. Rossano, profesor de psicología en la Universidad de Southeastern Louisiana:  "la religión surgió después de la moralidad y se construyó sobre ésta mediante la expansión del escrutinio social del comportamiento humano para incorporar los agentes sobrenaturales. Al incluir a unos ancestros, espíritus y dioses siempre vigilantes dentro del círculo social, los humanos descubrieron una estrategia efectiva para constreñir el egoísmo y para construir grupos más cooperativos".
Paradojalmente, los fanáticos de estas sectas y congregaciones se autodenominan creyentes y a quienes no participan de sus ideas los denominan incrédulos, ateos y otras denominaciones despectivas, a pesar que estos últimos se apegan a la lógica, al justo racionamiento y a la realidad contingente.
 Estos creyentes sin embargo, no se percatan ni analizan que creen o basan su alegato, en cuestiones sobrenaturales, irreales, fantásticas, mágicas, supersticiosas, nunca vistas ni comprobadas, es decir inexistentes y que por lo tanto debiera llamárseles en buen lenguaje realmente crédulos o ingenuos y quizás también iluminados, sino desquiciados, pues su creencia es totalmente inconsecuente y proviene de cuestiones antojadizas contenidas en una aseveración dogmática.

Y que creyentes, en su connotación positiva, debieran ser por el contrario o necesariamente, aquellos que creen en los hechos debidamente probados por los métodos científicos, en la realidad que encontramos a diario en la naturaleza, en lo existente que puede verse, olerse, tocarse y analizarse y cuya verificación está al alcance de todos.
En la antigüedad, numerosos filósofos y pensadores creían y escribían acerca de cosas que nunca vieron. San Isidoro de Sevilla, Doctor de la Iglesia, en su famosa Obra de Las Etimologías, libro XI, cap. 3, hacía una larga lista sobre los seres prodigiosos y pueblos monstruosos que existían en los confines de la tierra. Muy suelto de cuerpo escribía: se cree que en Libia nacen los blemmyas, que presentan un tronco sin cabeza, y que tienen en el pecho la boca y los ojos.

Hay otros que, privados de cerviz, tienen los ojos en los hombros". Este Obispo español, fue considerado uno de los hombres más cultos y poderosos de su tiempo y junto con sus hermanos San Leandro, San Fulgencio y Santa Filomena son conocidos como Los Cuatro santos de Cartagena y son considerados Santos tanto por la Iglesia Católica como por la Iglesia Ortodoxa.

Y lo mismo hacían otros próceres de la Iglesia como San Agustín, que justificaba a estas criaturas como hijos de Dios en su Obra La ciudad de Dios, XVI, 8.
San Juan Crisótomo (344 - 408) creía que una Tierra esférica era contradictoria con el contenido de las sagradas escrituras;
Diodoro de Tarso (+394) también defendía la idea de una Tierra plana basándose en las escrituras;
Severiano, obispo de Gabala (+408) escribió: "La Tierra es plana, y el Sol no pasa bajo ella durante la noche, sino que viaja a través de las zonas del norte, como si estuviera oculto por un muro".

El monje egipcio Cosmas Indicopleustes (+547) en su Topographia Christiana, en la que el Arca de la Alianza debía representar el conjunto del universo, argumentaba en base teológica que la Tierra era plana, un paralelogramo encerrado por cuatro océanos. El Beato de Liébana, (701–798), teólogo, prolífico escritor y geógrafo, también canonizado como San Beato, fue un monje mozárabe de Cantabria que no solo creía en la tierra plana sino que elaboró una de las principales obras cartográficas de la Alta Edad Media, no por su exactitud y conocimiento cartográfico como veremos, sino más bien como representación de las creencias de la época, lo que no es poco decir, dada la triste realidad actual, en que se comprueba en todos los ámbitos, cómo El Vaticano se las ha arreglado para destruir y hacer desaparecer o actualizar todo documento, obra y hasta texto sagrado donde queden evidencias de los latrocinios, ideas disparatadas y teorías ridículas que abrazó en el pasado, como sus actuaciones y millones de muertos en el período de La Santa Inquisición y recientemente la negación que hacen sus intelectuales, de que la Biblia contenía una descripción de una tierra plana.

Esa es principalmente la razón por la que colocaremos tan original carta geográfica y explicaremos su curioso concepto y contenido. Por fortuna, una de las copias de este mapamundi, ya que el original desapareció misteriosamente, se encuentra conservado en el manuscrito de Saint Severn. Este mapa se encara hacia el este y no hacia el norte, en contraste con lo usual en cartografía moderna y también como la anterior a la Edad Media.

Se dice por tanto que el mapa está orientado, técnica muy usada por los cartógrafos eclesiásticos de la Edad Media, cuyo norte lo fijaban tomando como punto principal la locación del El Paraíso Terrenal de acuerdo a la Biblia. Según las descripciones del Génesis que Beato tomaba por base, además de las descripciones aportadas por San Isidoro de Sevilla y Ptolomeo, la Tierra era plana y sobre ella se elevaba la bóveda celeste en la que se movían el Sol, la Luna y toda una serie de luminarias menores como los planetas y las estrellas.
Se consideraba que existían dos tipos de masas de agua: Las aguas superiores, que eran contenidas por la bóveda celeste y que usualmente caían a la tierra en forma de lluvia, y las aguas inferiores, que eran las que nutrían los arroyos, los ríos y las grandes masas de agua salada. En este Mapamundi, el orbe se representa como un disco circular rodeado por las aguas del Océano. La tierra se divide en tres continentes: Asia, África y Europa, que corresponden respectivamente a los descendientes de los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet.

En el centro del mundo se sitúa Jerusalén, la ciudad sagrada del judaísmo y la cristiandad, donde Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac y dónde tuvieron lugar los sucesos de la Pasión y Resurrección de Cristo. La concepción de Jerusalén como "ombligo del mundo" era bastante usual en la espiritualidad cristiana medieval. En el extremo oriental de Asia se halla el Jardín del Edén, territorio paradisíaco donde no hace frío ni calor y donde crecen árboles y maderas de todo tipo. En su centro se halla el Árbol de la Vida y junto a él una fuente de donde manan los cuatro ríos del Paraíso: Tigris, Éufrates, Pisón y Gujón. La entrada al Paraíso se halla protegida por un querubín que blande una espada de fuego.

En la costa meridional del continente asiático se sitúa la India, Frente a la costa india se sitúan las islas de Taprobane (Ceilán), abundante en gemas y elefantes, Chrysa y Argyre, fecundas en oro y en plata respectivamente, y por último Tyle, cuyos árboles jamás pierden sus hojas.
Y por último Persia, cuna del rey Ciro, el ungido de Dios, región donde surgió por primera vez la ciencia mágica, introducida por Nebroth el gigante, tras la confusión de las lenguas surgida en Babel.

Al sur del río Éufrates y del sinus Persicum (golfo Pérsico) se situaba Arabia, región desértica cuya parte meridional (actual Yemen) recibía el nombre de Arabia Felix, la Arabia Feliz. Era una tierra rica, fértil, donde abundaban las piedras preciosas, la mirra y el incienso. En ella vivía la fabulosa ave fénix, que tras morir rodeado de fuego volvía a renacer de sus cenizas.

Bueno, no trasladaré más párrafos del contenido de este Mapamundi de Beato, por razones obvias y solo adelantaré que siguiéndolo, seguramente ningún marino llegó a puerto, ni barco a su destino.

Estos dislates idiomáticos, este dogmatismo supremo, esta distorsión de la realidad, se debe, que duda cabe, a esa influencia eclesiástica de 17 siglos de los 21 que lleva nuestra civilización occidental que tuvo su época dorada en el fervor religioso del medioevo, dónde la Iglesia Católica impuso a la sociedad mundial el modelo bíblico, que se enseñó por cinco siglos en todas las universidades y reinos bajo su dominio, con sus equivocadas creencias que sostenían que Dios hizo a la tierra como el centro del universo, dónde el sol y las estrellas giraban a su alrededor, la que se sostenía sobre fuertes pilares insertos profundamente en las aguas y dónde Dios, desde su reino acuático existente después de la cúpula metálica del cielo, observaba a sus criaturas en esa franja de tierra entre dos aguas, la famosa tierra plana de la Biblia, que hizo decir al Daniel de la Biblia (4:11) que un árbol muy grande podía verse desde cualquier punto de la tierra.

Todas estas perogrulladas, que tanto en la Biblia como en los Libros Sagrados constituyen un copioso material, concebidas por la ignorancia de los autores del Génesis judío, fueron además enseñanzas que costaron millones de vidas, encabezadas por científicos y personas que no podían creer estas galimatías, como el monje Giordano Bruno, científico, filósofo, astrólogo y poeta, que fue quemado en la hoguera por orden del Papa Clemente VIII, por el crimen de afirmar que era la tierra la que giraba en torno al Sol, que nuestro sistema solar no era el único y que probablemente existía vida en otras galaxias

Parecido ocurrió en 1543 con el clérigo y astrónomo polaco Nicolás Copérnico, quién después de muchos años de estudio, más de 25, presentó su tesis que situaba al sol como centro del universo en donde los planetas, incluida la Tierra, trazaban sus órbitas alrededor del Sol, quedando la tierra degradada a la categoría de un planeta más. Esta teoría fue rechazada inmediatamente por la Iglesia.
Para los intelectuales de la edad Media este concepto fue un balde de agua fría y la Iglesia llamó a Copérnico a rendir cuentas sobre tal disparate. Después que Copérnico presentó la prueba a sus superiores, los dirigentes de la educación y la religión, sus teorías recibieron solo burlas y sonrisas irónicas y el fallo de los sabios examinadores fue que todo ese asunto era ridículo.
La iglesia oficial por su parte lo calificó de apóstata por desafiar la sabiduría general, incluyéndose su trabajo Revoluciones de los Cuerpos Celestes por la Inquisición, en la lista de libros prohibidos en 1616, donde permaneció en tal calidad hasta 1835. Copérnico murió sin ver su obra publicada.

En 1609, Galileo fue uno de los primeros en observar los planetas a través de un telescopio. Pudo comprobar como algunos planetas giraban alrededor del Sol y no de la tierra. Galileo comenzó entonces a escribir y publicar en favor de la teoría de Copérnico, pero el intento de difundirla le llevó ante un Tribunal de la Inquisición, el cual le obligó a renegar de tal creencia y escritos, so pena de ser acusado de grave herejía contra la Iglesia y las enseñanzas de la Santa Biblia. Galileo, muy a su pesar y como católico practicante, debió retractarse ya que tenía muy claro que arriesgaba ser condenado a morir en la hoguera si era declarado hereje; por tanto se retractó de cada una de sus aseveraciones científicas, pero musitando la célebre frase "Y sin embargo, se mueve", refiriéndose a los movimientos de la tierra, que en la Biblia, equivocadamente decía, que nuestro planeta estaba quieto.

A pesar de ello, la teoría persistió en el tiempo y sirvió de base para que más tarde, el mismo Galileo, Brahe y Kepler pusieran los cimientos de la astronomía moderna. Esta defensa de Galileo de la teoría de Copérnico, fue el comienzo del desmoronamiento que desacreditó ante los ojos del mundo la creencia que la Biblia contenía la verdad por ser la palabra inspirada de Dios. Ahora la gente comprendía que las Escrituras contenían gruesos errores y que en consecuencia ya no podía ser una fuente confiable de legítima autoridad. Dios habría sabido que la tierra no era el centro del universo y que no estaba quieta en el espacio. Por tanto la Biblia mentía, y con ella la Iglesia. Nadie quería decir que Dios no existía.
El conocimiento de que la Tierra no es el centro del universo tardó en ser aceptado. En algunos lugares los dirigentes religiosos se negaron a admitir la nueva verdad por más de 300 años después de la publicación de Copérnico. Con sus descubrimientos, Galileo ganó para la ciencia el reino de los cielos despojando a la iglesia de la hegemonía que se había auto adjudicado. Esa fue la razón de la odiosa persecución de la Iglesia en la persona del anciano Galileo que dura hasta el día de hoy, acusándole de hereje y manteniéndolo bajo la custodia de la Inquisición encerrado en sus habitaciones hasta su muerte. Ese fue también el temor de asesinarle como a la miríada de científicos a quienes llevó a la hoguera, porque ahora la óptica de la sociedad había cambiado.

Desde siempre, el gran enemigo de cualquier religión fue el conocimiento, el descubrimiento de una verdad y la convicción de que un proceso determinado puede explicarse por fenómenos físicos, químicos u otros. La intolerancia de la Iglesia a los cambios es proverbial y ya decíamos, nació con ella.
El Sida no es un castigo de Dios a los homosexuales, como alguna parte de la curia parece creer, porque si así fuese las filas del credo, su ejército negro, quedaría muy disminuido, desde las suntuosas habitaciones del Vaticano a la última capilla rural. Es una enfermedad difícil de erradicar y uno de los más claros métodos de prevenirla es el condón.

No obstante esta Iglesia obtusa, prohíbe a sus fieles el uso del profiláctico porque entre sus enseñanzas, extractadas de la Biblia por supuesto, figura que el sexo no puede ser por diversión sino solo para reproducir la especie, extraña y pacata percepción de la curia vaticana ultra, que tiene una clara odiosidad hacia el sexo y la mujer, a la que sindica como la Eva, por la cual el hombre perdió la inmortalidad.
Por esa misma razón creó la Santa Inquisición y la institución de la tortura y la hoguera para las brujas, asesinando en todo el mundo conocido más de nueve millones de mujeres y un total de sesenta millones de inocentes, a quienes acusó de herejes, persiguió, torturó e hizo desaparecer con horribles métodos como el empalamiento, el descuartizamiento y la hoguera.

Dios se enoja, se indigna cuando con el subterfugio plástico se evita el embarazo y él entonces, que se toma muy en serió ese oficio de soplador y que se multiplica para estar presente en el momento preciso observando estos apareamientos de su amada humanidad, se frustra, pierde su tiempo y no logra su objetivo.
No vale aquí, que siendo Dios haga traspasar su soplo a través de este material o lo haga desaparecer, o cualquiera otra manifestación de su poder de trastocar las cosas, en fin un pequeño milagro.
¿Qué pasa, ya no le resultan sus pases mágicos; no opera su poder de cumplir su empeño; acaso no se afirma que nada en el mundo puede detener su voluntad?

Antes destruía ejércitos, lanzaba pestes, fuego y muerte sobre todo lo que se le oponía. Ahora en la modernidad parece que su capacidad desapareció, se da por vencido y deja que sea la triste curia, quien vele por sus preceptos. Entonces los teólogos eclesiásticos, sus doctores y sabios, recomiendan que para no frustrar a Dios hay que prohibir el uso del condón. ¡Qué importa que miles de seres humanos mueran cada día en el planeta y otro par de miles se infecte, que el Sida se convierta en una pandemia!

La Iglesia prohíbe el aborto, aun el terapéutico y lo compara con el homicidio. Amenaza a las mujeres que se ven forzadas a realizarlo con la excomunión y la pérdida del alma. Chantajea a los gobiernos de mayoría católica para que legislen al respecto y coloquen esta figura criminal en sus códigos penales.
Sostiene que al momento de producirse la fecundación del óvulo por el espermatozoide, estamos en presencia de un ser humano al que Dios mágicamente le ha insuflado en ese preciso instante un alma inmortal y que el aborto es entonces un pecado de responsabilidad de la mujer, porque ha asesinado a su hijo y esa alma se ha quedado sin cuerpo y por tanto se devuelve al purgatorio sin cumplir su objetivo, a esperar a ser juzgada como pasa con todos en el Juicio Final.

Pero, médicamente, el óvulo fecundado se transforma en una célula madre y una célula no es un ser humano, tampoco un embrión y por ende ningún tipo de aborto sea casual, provocado o terapéutico puede considerarse un ser humano, por qué allí todavía solo hay líquidos, no existe cerebro ni órganos, personalidad o identificación.

¡Y aquí vale preguntarse, quién le dijo a los gurús de la Iglesia que Dios insuflaba el alma justo en el momento del contacto sexual, de dónde viene esa fijación de interpretar lo que dice o hace su Dios, si éste, que se sepa, jamás ha instruido personalmente a nadie al respecto, nunca ha hablado con humanos, es un perfecto desconocido, nunca ha nombrado representantes suyos que hablen por él y lo mismo pasa con los miles de dioses y adoraciones de seres sagrados actualmente existentes

¿Cómo puede llegar a ser posible que esta superstición elevada al rango de religión por un simple trámite burocrático exigido por la legislación, imponga supuestos morales y filosóficos jamás probados bajo ninguna forma en ningún lugar del mundo; haga tratos con los Estados, cobre dineros a los gobiernos, tenga prebendas como la exención de impuestos y use los fondos públicos para su propio beneficio?
¿Hasta cuándo estas congregaciones abusan de la gente, inventan doctrinas, atentan contra la buena fe de las personas y los estafan cobrándoles dinero? ¿Es esta sociedad absurda, basada en la creencia mágica y espiritista la que legaremos a nuestros descendientes?

Antes la Iglesia decía que este tipo de almas errantes, de cigotos, fetos y embriones producto de abortos de cualquier naturaleza, (también lo decía respecto de negritos sin bautizarse, de locos y borrachos, enfermos mentales y descerebrados) se iban directo al Limbo, pero en los últimos años, en la imposibilidad de sostener tamaña imbecilidad y posiblemente avergonzados de haber inventado esa sucursal del Purgatorio, que no aparece en ninguno de sus textos sagrados y que fue solo fruto de giros retóricos de algunos teólogos, ya no lo dicen. Antes bien, se excusan de hablar del tema o solo lo repiten para conformar a esas viejecitas que han perdido sus vidas en medio de misas y oraciones para sus almas pecadoras.

Prefiere que miles de mujeres desesperadas se suiciden, se provoquen aborto por sus medios, poniendo en riesgo su vida o recurran a clínicas e inescrupulosos que están al margen del sistema sanitario moderno. Todos saben que la estadística al respecto en todos los países del mundo es aterradora y nadie ignora los riesgos que esta manipulación incompetente provoca en el organismo de la mujer y las secuelas que su enfermedad o muerte ocasiona en el seno de su familia.

Más la Iglesia se opone a todo tipo de aborto y los estadistas y naciones de mayoría católica, musulmana o judía, permiten esta felonía. No reconoce el derecho de la mujer sobre su cuerpo, su capacidad y derechos legales. En vez de utilizar los consultorios médicos para salvar estas vidas, poner los recursos de la medicina, una correcta instrucción sanitaria en favor de las mujeres y los niños, utilizan su poder para negarles estos servicios, colocarlos fuera de la ley y anatematizarlos como herejes y criminales.

La Iglesia ha desarrollado desde lejanas épocas una cuidadosa campaña para legitimar que el Nuevo Testamento que adhirió a la Biblia judía, permita el engaño total de los creyentes y éstos crean que efectivamente el Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios del Nuevo Testamento. Qué esta adición hecha trescientos años después de la muerte de Cristo, sea considerada igualmente inspirada como lo es la Biblia antigua y para ello presentó en sociedad a los cuatro evangelistas, a quienes ladinamente puso el nombre de algunos apóstoles para intentar que la gente creyera que ellos escribieron esos Evangelios.

Por supuesto que ningún apóstol escribió estos evangelios ni nada, tanto porque eran en su mayoría analfabetos, no fueron personas públicas o nunca existieron. Y finalmente, al igual que pasó con el Moisés de la Biblia judía, se creyese que fue el mismo Dios quien los inspiró y les dictó a estos evangelistas estos tardíos libracos..
En realidad, como ocurre con el 70 o más por ciento de las fórmulas doctrinales en que se basa el cristianismo, fueron palabras puestas en boca del astuto auto-apóstol Pablo de Tarso, por los incansables falsificadores vaticanos, las que fundaron tal dogma, al declarar a su discípulo Timoteo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Esta declaración de que las Escrituras habían sido inspiradas por Dios mismo, dio pie a los primeros discípulos para desarrollar esta doctrina basada en una lógica simplista, si Dios es perfecto y toda la Biblia fue inspirada por él, toda la Escritura es por lo tanto perfecta. Así, Ireneo, Padre de la Iglesia quizás nacido alrededor del año 100 y de quien se conoce muy poco, decía que la Biblia “es perfecta” y que es una obra “dicha” o “hablada” por Dios. Es fácil deducir que esto es una simpleza, pues no se sabe ni menos probado que Dios haya recitado o dictado la Biblia Católica, compuesta por el Antiguo y Nuevo Testamento, este último escrito siglos después que el texto judío de la Tora. (Aquí puede verse la punta del iceberg.
Podremos comprobar, como en los sucesivos siglos, hasta hoy, estos eficientes funcionarios vaticanos, cuidaron de colocar las frases precisas en boca de diversas personas claves, siempre dentro de sus patriarcas, santos y frases bíblicas, escritores fallecidos hace centurias, para que la gente se confunda y crea eso de que el Dios judío da el mismo trato a ambos Testamentos, el primero escrito 4.000 años antes que el otro, que lo hizo incluso 300 años después de desaparecida la figura de Jesús, quién a esa altura y a partir del Concilio de Nicea, se convirtió por voluntad del Emperador Romano Constantino, de Profeta que fue antes, en el período conocido como cristianismo primitivo, a divinidad, a hijo de Dios, ya que nunca antes se adoró a Jesús como tal, ni a María como esposa de Dios.)
Lo que afirman los judíos es que Dios dictó a Moisés lo que denominamos Antiguo Testamento. En ninguna parte de estos escritos aparece Jesús ni que Dios tuviera un hijo ni familia ni que Dios compartía su gloria con esa misteriosa entidad llamada Espíritu Santo ni menos con ese hijo que le apareció después en ese Nuevo Testamento que adicionó el Catolicismo. Tampoco se menciona a los apóstoles, a María ni la centena de personajes que casi cuatro siglos después, encontramos en esta 2a. parte de la Biblia, bautizada como Nuevo Testamento.

Por supuesto este Dios del pueblo judío del Antiguo Testamento tampoco tiene esposa y para los judíos esta intervención es simplemente no solo algo ridículo sino una herejía atroz. ¿Cómo va a tener esposa un Dios, un ser de energía, espiritual, inmaterial y provisto de poderes inimaginables. Dios es un ser inmortal que se basta a si mismo, no precisa compartir su trono o poder con nadie, menos con descendientes de esos humanos que serían su segunda creación después de los ángeles, especie que rechazó, que se arrepintió de haber creado y que procuró deshacerse de ella y de todo lo que había creado para vivir en la tierra, mediante el expedito sistema de ahogarlos, para cuyo efecto creó el diluvio.
Entonces, se ve aquí claramente este aprovechamiento del catolicismo para confundir a la gente, para que crea que también este Dios unigénito del Antiguo Testamento es el mismo Dios del Nuevo Testamento. Y que, por tanto este Dios antiguo y sus seguidores aprueban esta creación o engendro doctrinario inventado primero por el Emperador Constantino y perfeccionado durante varios siglos en los Concilios de la Iglesia Católica llamado Nuevo Testamento, asegurando que Dios, este Dios del judaísmo, inspiró de la misma manera como lo hizo con los autores de los Libros del Antiguo Testamento, a quienes escribieron los Evangelios que forman la base de esta continuación de la Biblia judía, que como un Best Seller llegó a ser conocida por el gran público, solo en los últimos tres siglos, pues antes estaba prohibido expresamente por el Vaticano que fuese leía por los fieles, a quienes se amenazaba con la excomunión y en algunos reinos católicos con la pena de muerte.

De alguna manera, este intento de engañar a la gente crédula e inocentona de aquellos tiempos, haciéndoles creer que el Nuevo Testamento es la continuación de la Biblia judía y las narraciones que allí aparecen, por más que el Dios del Antiguo Testamento es solo uno, indivisible, todopoderoso, que se basta a si mismo y el Dios del Nuevo Testamento es trinitario, vale decir comparte su poder con otras dos entidades, que serían este famoso espíritu santo que nadie sabe en verdad que diablos es, y este hijo mitológico copiado de las religiones antiguas conocidas como paganas, mitad humano y mitad dios que sería Jesucristo, viene a ser otra gran estafa del catolicismo a la fe pública mundial. La Gran Mentira.

A este respecto es importante acotar que el judaísmo no reconoce al Espíritu Santo como otro Dios o un ser igual a él. En la teología judía, el Espíritu Santo es mentado como «Ruaj Hakodesh», expresión que puede traducirse como el «aliento de Dios» o «Espíritu de Dios». Nunca se trata de algo autónomo e independiente, que tenga voluntad propia, sino de una cualidad de Dios,

Luego, Agustín (345-430) corrigió tal aserto de los dichos de Irineo, expresando que hubo un control total de Dios sobre los autores de los libros canónicos, diciendo que ellos (los autores) “fueron completamente libres de error.” Es decir, se reconoce que hubo varios autores que produjeron tales escrituras, que habrían sido inspiradas por Dios. No les habló Dios ni les dictó ni les entregó documento alguno. Aquí ya estamos derechamente en la teoría de la verdad revelada.
Según estos Doctores a quienes la Iglesia sigue, de los cuarenta a sesenta Evangelios existentes, que ya hemos dicho antes eran simples cartas de cristianos primitivos donde vertieron sus pensamientos o los daban a conocer a sus comunidades, Dios según la Iglesia, habría “inspirado sólo a algunos de ellos”.

¿Cómo supo la jerarquía eclesiástica cuáles fueron los evangelios inspirados y cuáles no? ¿Cómo hizo para no equivocarse y separar aquellos textos inspirados de los otros que hablando sobre lo mismo no lo fueron? Nunca lo ha explicado, sencillamente porque no fueron hombres de Iglesia los que emprendieron esta tarea, sino que los políticos de la Corte del emperador Justiniano, que escogieron a dedo de entre una cincuentena de estos escritos que luego pasaron a ser conocidos pomposamente como evangelios, que no eran más que apuntes y cartas coloquiales de algunos que sabían leer y escribir.
De aquellas proposiciones e ideas más coherentes para darle sustento a la nueva religión que estaban creando y que después concentraron en cuatro o cinco escritos, tomando como base las elucubraciones de Pablo de Tarso, el sacerdote judío al servicio de Roma encargado de perseguir y eliminar a los cristianos rebeldes que vilipendiaban a los dioses oficiales del imperio, ejecutándoles de su propia mano o entregándoles a la crueldad de las fieras del Circo romano.

Vale decir, en algún instante de sus vidas este Dios de naturaleza sobrenatural habría obnubilado la mente de quienes como Moisés y otros supuestos autores bíblicos escribieron la Tora judía que se llamó después Antigüo Testamento y siglos después la de los evangelistas cristianos del Nuevo Testamento, la mayor parte de ellos analfabetos y de pocas luces, lo que hace que no pudieron ser los que pensaran o escribieran; para que éstos en un estado de hipnosis, como zombis, llevaran a cabo tales escritos mientras estaban en ese estado estuporoso, sin tener participación consciente de su obra, pues su sabiduría particular nunca hubiera podido desarrollar tales ideas ni las historias que allí se narran.

Y aclaro que este comentario de los zombis no es al azar ni tiene intencionalidad ofensiva o sarcástica alguna, sino que está basado en lo que Dios habría dicho a David, según el escrito de la Vida de Moisés (1, 274), para demostrar según Filón de Alejandría a los escépticos judíos, que Dios le dictó a Moisés de esta manera la Tora.
“Soy yo, le dijo Dios a Moisés, el que te inspira lo que hay que decir, sin intervención de tu inteligencia; soy yo el que mueve el órgano de tu voz, según lo que es justo y útil; soy yo el que mantendré las riendas de tu palabra y hare cada revelación por tu boca, sin que tu comprendas”.

Este poder de Dios, que según sus seguidores le sirvió para inspirar a los autores de los escritos bíblicos, esta capacidad de anular a discreción la facultad pensante de cualquier humano y hacer salir de su boca palabras y de su mano escritos que no le pertenecen, que no corresponden a sus ideas sino que son impuestos allí por la divinidad, no puede sino llamarnos poderosamente la atención, cuando sabemos de asesinos seriales, de locos violentos y de escritos diabólicos que a través de los siglos han marcado nuestra civilización.
Habría que pensar que este Dios homicida, resentido y sanguinario, que se regocija con el dolor ajeno, que no cesa de matar y de practicar pequeñas y vulgares venganzas y odiosas persecuciones descritas con todo detalle en la Biblia, que dan cuenta de cientos de miles de asesinatos de su autoría y que trato de eliminar a la raza humana y de todas las criaturas vivientes de la tierra con un diluvio universal, es también quien coloca las ideas desquiciadoras en la mente de estos seres despreciables, en la toma de decisiones que han llevado a las guerras y holocaustos y que permiten tanta injusticia y maldad en todo el orbe.


Lo curioso es que este Dios no haya utilizado en la modernidad ni nunca que se sepa este gran poder para hacer el bien ni demostrado jamás que ama a sus criaturas y las libra del mal. Para guiar a la humanidad, para curar enfermedades, para detener la injusticia o transmitir su sabiduría o domeñar a Satanás. Decimos que es curioso porque en ningún pasaje bíblico se muestra un dios misericordioso, protector de las criaturas humanas, comprensivo o tolerante como engañosamente se pretende hacer creer.

Por el contrario, a través de toda la Tora o Viejo Testamento solo vemos un Dios iracundo, colérico, celoso, chantajista y cruel, presto a vengarse de cualquiera que no siga sus instructivos y deseos, que no le complazca con sacrificios y sangre, una especie de loco genocida que en todas sus apariciones mata por diversos medios poblaciones enteras, se venga matándole sus hijos pequeños a sus detractores, guía a sus ejércitos de seguidores a guerras fratricidas y baladíes o utiliza su poder para cegar, paralizar, incendiar, momificar o sufrir plagas mortíferas a quienes no le caen en gracia.

Lo que sí se sabe por boca de sus aterrorizados seguidores es que al igual que en el fenómeno ovni, solo escogió hace miles de años a unos cuantos infelices iletrados y perfectamente desconocidos a quienes reveló su presunta y fenomenal sapiencia para inspirar la Biblia judía completa y luego siglos después los llamados Evangelios y punto.

Para luego desaparecer para siempre, dejando a cargo de sus negocios, con poderes plenipotenciarios, según se nos quiere hacer creer, a La Iglesia Católica, que por un enredado cantinfleo, en que utiliza unas supuestas palabras que dirigió  Jesús al apóstol Pedro, -seguramente otro trabajito de los consabidos falsificadores-, apóstol a quien la Iglesia sitúa misteriosamente en Roma, cuando el pobre hombre nunca estuvo tan lejos pescando con su bote.

El truco resultante de esta maquinación, es que la maniobra deja consolidado el plan urdido tan pacientemente, de quedarse con toda la torta, es decir, como representantes planetarios del Dios Judío, y a su vez de la entelequia conocida como Espíritu Santo, de su hijo putativo Jesús y por añadidura de María, a quien la Iglesia la hace despegar como si fuera un cohete, ascendiendo en cuerpo y alma, venciendo la ley de gravedad y a la muerte, ya que estaba desde hacía años enterrada y la instala irrespetuosamente en el cielo, a la vera del Dios judío, sin pedirle permiso alguno y sin que éste jamás haya dicho una palabra ni en favor ni en contrario. Cómo si no existiera.

Ya despejado el camino, esta Iglesia pudo lanzarse sin tapujos a conquistar el mundo terrenal, creando sus ejércitos de monjes y las castas privilegiadas que le acompañarían en esta aventura de conquistar en una sola mano el cielo y la tierra.

En la Edad Media estuvieron a punto de lograrlo, ya habían exterminado a casi todas las religiones existentes, se habían agenciado con malas artes el poder y los bienes del Imperio romano al que habían ayudado a destruir y sus huestes estaban instaladas estratégicamente como asesores espirituales en todos los reinos y Estados de la Tierra.

Después de su derrota bajo el impulso del progreso y el conocimiento, se han atrincherado otra vez en la Sede Vaticana. Desde este Cuartel General y aún teniendo bajo su mando lo que denominan La Iglesia Universal y la experiencia lograda durante 17 siglos de dominio ideológico sobre la población mundial, no olvidan que sus mejores tiempos fueron cuando sembraron el terror y la muerte sobre la humanidad  y que su poder lo consiguieron no con rezos ni alabanzas, sino con guerras, traiciones y estafas a la fe pública durante siglos.

Y especialmente  que su actual gloria y bienes materiales actuales se deben a que fueron capaces de construir su imperio a sangre y fuego y pisando los cuerpos de millones de hombres inmolados en el nombre de Dios, y que aún pueden ,contando con la ignorancia, la pobreza, y la ingenuidad de la gente, reconstruir su poderío espiritual para llegar a la meta buscada, el Nuevo Orden, que pretenden instaurar.

¿Por qué será que este Dios antiguo, al que para blanquear su siniestra imagen se representa en forma de un gentil anciano, rodeado de querubines, a pesar que nadie le ha visto jamás ni tampoco a estos seres alados, dejó de inspirar a la humanidad hace tantos siglos, de aparecerse por los montes y hablar con voz de trueno escondido tras una nube, o disimulado en una zarzamora, cuando hoy el avance cibernético le permitiría vía internet por ejemplo, tener millones de zombis a su disposición?

¿Por qué no inspira a los Papas o les habla o da instrucciones para que dejen de ser unos cretinos, o a esos Cardenales y Obispos barrigones que pasan sus vidas acumulando fortuna y conspirando para sentarse en el trono de Pedro y cuya principal función parece ser servir de escudo a la corte de prelados y jovenzuelos de hormonas trastornadas que cada vez menos se inclinan por el servicio del sacerdocio.
Sujetos todos que viven en la opulencia, con salarios que provee el Estado que jamás han pagado impuestos sobre sus bienes ni dado cuenta sobre la procedencia licita de ellos ni explicado de dónde sacan el dinero, para poseer colectivamente casi la cuarta parte del patrimonio mundial..? A

ños después, Aquino (1225-1274) citó esta frase de Agustín reiterando que “las Escrituras nunca se han equivocado” y que, “es imposible que se contradigan”. También Calvino (1509-1564) decía que la Biblia es “el listón sin error”. Tales dichos sobre la infalibilidad bíblica, que pueden quizás servir para el uso interno de las sectas cristianas, pero que no tienen fundamentos serios, ni probados ni menos científicos y son solo frases sueltas de la época, marcadas por la ignorancia que caracterizó al hombre que recién venia saliendo de la Edad del Hierro de nuestra prehistoria, son hoy día desmentidos por la mayoría de las sectas cristianas y grandes sectores del catolicismo, que se han percatado de su inconsecuencia.

Los fundamentalistas cristianos, sus exegetas y teólogos, en especial los denominados creacionistas, pretenden defender su posición con una argumentación que denominan racional, basada como dijimos en los dichos de la Biblia, pero tal argumentación por ser impuesta e indiscutible; que no admite enmendaduras, no es deductiva, racional o comprobable, por tanto carece de valor científico. Una cosa es creer, tener fe, y otra razonar. La razón se podría definir como la facultad que poseemos cada uno de nosotros para aclarar conceptos diversos, cuestionarlos, investigarlos y dar solución científica o filosófica a tales cuestionamientos. Y la fe en las creencias, consiste en aceptar la palabra de otro entendiéndola y confiando en que lo que dice es veraz, ya sea fe en la persona de tal mentor o entidad que la profesa, o fe en la deidad u otro ente sobrenatural en cuya existencia cree ciegamente. La unanimidad de estos criterios en torno a esta doctrina duró unos diecisiete siglos.

Pero a partir de la ilustración y el desarrollo del método histórico-crítico, la tendencia en muchos círculos de erudición bíblica ha sido dejar de aceptar sumisamente los llamados escritos sagrados, buscando aterrizar los conceptos para hacerlos asequibles al juicio humano, fundamentalmente por la creciente presión de los eruditos liberales y radicales que argumentaban que los libros históricos de la Biblia contienen mucho material ficticio y erróneo, obra de monjes fanáticos, ignorantes y copistas poco ilustrados.
Por ejemplo el teólogo y filósofo alemán David Strauss (1808-1874) introdujo el término mito en el estudio de los evangelios, enfatizando la necesidad de extraer de los mismos este contenido mítico, en especial aquello erróneo y de índole sobrenatural, que solo puede expresarse en el ámbito de la fantasía, para dejar como material de estudio lo histórico, lo verdadero, lo comprobable, que se pueda entender en el presente. Así comenzó la moderna batalla sobre la Biblia, batalla feroz y sin tregua, pues está en juego la estabilidad del fundamento de la fe cristiana. Es una batalla que no puede ser ignorada, un enfrentamiento entre la ciencia y las seudo ciencias, donde el punto de partida es la inerrancia de las escrituras.

En la Teología cristiana la infalibilidad de las Escrituras o inerrancia es una doctrina que consiste básicamente en la falta de error o de fallas en las Sagradas Escrituras (La Biblia), las que al ser inspiradas por Dios mismo siempre dicen la verdad y no se equivocan. Los más interesados en que la Biblia sea infalible, son justamente los creyentes de las seudociencias, en su mayoría compuesto por los mismos cristianos.
Son los mismos que un día van a misa, al día siguiente se ven la suerte con una adivina y en el resto de la semana consultan el horóscopo, van a las carreras de caballos, llaman a un chamán para que limpie su casa de espíritus malignos y le hacen mandas a la animita milagrosa del barrio. El domingo se confiesan y con cinco avemarías y tres padrenuestros dejan su alma limpia para seguir contraviniendo las leyes de su religión y algunas otras pilatunadas que saben fehacientemente son o delitos o pecados.

Pero semana a semana comulgan y se confiesan. Semana a semana un chamán con sotana, mentiroso e hipócrita les dice que Dios les ha perdonado sus pecados. Semana a semana el saco de las limosnas de estos fieles agradecidos de todo el mundo va a parar a las arcas del tesoro de Pedro cuyo único administrador es el Papa de turno.
En el presente, se ha demostrado hasta la saciedad que existen errores garrafales en la Biblia, que han obligado a la Iglesia a correcciones anuales, que van cambiando no solo la forma sino el contenido de los textos. Para que decir respecto de las apreciaciones creacionistas y existencia de edades, fechas y fenómenos astronómicos, donde tales teorías son sencillamente risibles.
Aun así, en el mundo Protestante, el mundo Católico Romano y por supuesto en el mundo no creyente, hay numerosos eruditos que dicen que las Escrituras continúan conteniendo grandes errores.
Se ha demostrado fehacientemente que los movimientos celestes, la forma de la tierra y el origen del universo tienen leyes distintas a como lo plantea la Biblia. Los geólogos y geofísicos han determinado mediante técnicas de fechado radiométrico de materiales provenientes de meteoritos, de la luna y de la tierra misma que su edad es de unos 4.470 millones de años y no seis mil a ocho mil años como plantean los teóricos bíblicos basados en las escrituras.

Que la tierra es esférica y no plana como plantea la Biblia y que no es el centro del Universo, como las escrituras y la Iglesia Católica defendió hasta que Copérnico y Galileo principalmente, derrumbaran su teoría. Los creacionistas, que niegan la evolución humana, creen que el mundo lo hizo Dios en seis días y siguen manteniendo a firme en la actualidad su postura medieval del mito judeocristiano del Génesis, basando la datación de la edad de la tierra según los cálculos del arzobispo James Ussher de Irlanda a mediados del siglo 17, que calculó la genealogía desde Adán y Eva, yendo hacia atrás desde la crucifixión de Jesús de Nazaret, afirmando que la tierra se formó o fue terminada por Dios el 22 de Octubre, de 4004 a. de C.

Hoy por hoy, ya nadie duda de las evidencias del proceso evolutivo, pues las diferentes disciplinas han demostrado que la evolución es un proceso característico de la materia viva y que las especies que han vivido en épocas remotas han dejado registros de su historia evolutiva que no pueden ser discutidos.
Desde el siglo XIX, especialmente tras la publicación del Origen de las Especies, la idea de que la vida había evolucionado fue un tema de intenso debate académico centrado en las implicaciones filosóficas, sociales y religiosas de la evolución.
Hoy en día, el hecho de que los organismos evolucionan es indiscutible en la literatura científica y la síntesis evolutiva moderna tiene una amplia aceptación entre los científicos y es parte obligada de nuestros sistemas educativos en todo el mundo. El problema reside en que para algunos grupos religiosos, el cristianismo principalmente, la evolución sigue siendo un concepto controvertido porque entra en conflicto con las explicaciones que contienen sus doctrinas y sus libros sagrados.

En conclusión, la teoría evolutiva por si misma no señala ni explica de dónde viene el hombre ni como fue creado. Sus conclusiones finales son que todos los organismos descienden de un ancestro común y que el origen de la vida, aunque atañe al estudio de los seres vivos, es un tema que no es abordado por la teoría de la evolución, ya que aún no se sabe mucho sobre las etapas más tempranas y previas al desarrollo de la vida. Esta falta de evidencias a ese respecto, sea de origen geoquímica o fósil proporcionada por organismos pre existentes, ha dejado un amplio campo libre para las hipótesis, que al margen de algunas teorías ya en boga como el Big Bang, que trata de explicar el origen del universo y del sistema solar u otras, tienen dos cauces principales y que son: a) que la vida surgió espontáneamente en la tierra y b) que esta fue sembrada de otras partes del Universo.

Por tanto, a diferencia de lo que muchos creen, la teoría de la evolución no señala taxativamente como ocurrió la creación humana, pero si señala fehacientemente que las cosas no ocurrieron como las describen algunas religiones, en particular la descrita en el Génesis, pues queda en evidencia que todas las teorías propuestas adolecen de realidad y consecuencia, pues a la luz del conocimiento actual están equivocadas o resultan falsas e incomprobables. Sin embargo las religiones afectadas siguen aferradas a sus antiguos conceptos. Utilizan todos los medios a su alcance para impedir que estos conocimientos se difundan. Rodean a sus prosélitos con fórmulas de antigua magia y supersticiones para dominar sus mentes y mantenerlos en la cápsula del mundo espiritual paralelo que tales religiones sostienen.
Ese mundo que no es de este mundo, regido por leyes y personajes sobrenaturales, que según sus informaciones misteriosas, tienen control sobre nuestra alma y nos juzgan por nuestras actuaciones.

A partir de 1950 la Iglesia católica romana, agobiada por cuanto sus teorías hacían agua por los cuatro costados y el gran público ya no confiaba en sus posiciones ideológicas ni se tragaba tales cuentos de seres alados y de poderes sobrehumanos, tomó posiciones más cautelosas y neutrales con respecto a la evolución con la encíclica Humani Generis del Papa Pio XII.
En ella, sin poder discutir nada respecto a cómo se construyó nuestro mundo dadas las pruebas de fósiles que daban cuenta de la transformación surgida por todas las especies a través de los siglos, resultando impensable defender el Jardín del Edén, que espontáneamente apareció con animales crecidos, rocas y arboles desarrollados, ni menos continuar afirmando la edad de la tierra, el movimiento de los planetas ni las otras perogrulladas del Génesis, solo optó, en ese tonillo pedante y con aires de superioridad legados de sus tiempos medievales, por defender sus teorías intangibles de su mundo invisible, distinguiendo entre el alma, tal como fue creada por Dios según su doctrina, y el cuerpo humano físico, cuyo desarrollo condescendientemente según aceptó, puede ser objeto de un estudio empírico:

"...el Magisterio de la Iglesia no prohíbe el que —según el estado actual de las ciencias y la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente —pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios—. " Más todo ello ha de hacerse de manera que las razones de una y otra opinión —es decir la defensora y la contraria al evolucionismo— sean examinadas y juzgadas seria, moderada y templadamente; y con tal que todos se muestren dispuestos a someterse al juicio de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe."

En 1996, Juan Pablo II, siempre diez pasos atrás que su generación admitió que «la teoría de la evolución es más que una hipótesis» y recordó que «El Magisterio de la Iglesia está interesado directamente en la cuestión de la evolución, porque influye en la concepción del hombre».
Y no hace mucho, Benedicto XVI ha afirmado que «existen muchas pruebas científicas en favor de la evolución, que se presenta como una realidad que debemos ver y que enriquece nuestro conocimiento de la vida y del ser como tal. Pero la doctrina de la evolución no responde a todos los interrogantes y sobre todo no responde al gran interrogante filosófico: ¿de dónde viene todo esto y cómo todo toma un camino que desemboca finalmente en el hombre?».

  No obstante tales evidencias y consecuentes declaraciones diplomáticas, la Iglesia cierra ojos y oídos, borra con el codo lo que escribió con su mano y como ha hecho siempre a través de la historia tiene un doble discurso y se guía solo por sus directrices confesionales y dogmáticas como El concilio Vaticano II, donde en la constitución dogmática Dei Verbum, después de las discusiones que duraron todo el concilio, el texto vuelve a afirmar su postura tradicional:

 " Como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso que se consignara en las sagradas letras para nuestra salvación» (DV 11)." «Dios es el autor de la Sagrada Escritura». "Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo". "La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, en todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia" (DV311).»4 (Dei Verbum elaborado en el concilio Vaticano II.) «Cada palabra y ejemplo de la Biblia tiene a Dios como autor». Catecismo Con este texto se pone fin a la disputa sobre la inerrancia y se afirma que la verdad de la Escritura se refiere a todo lo que concierne a la salvación del hombre y de la creación. Más los eruditos siguen inconmovibles y solo se remiten a las “evidencias” que demuestran el carácter falible de la Biblia. Dicen que deben reconocerse estos errores y admitir que la Biblia los tiene, señalándose que estos se clasifican en tres categorías. 1.- Contradicciones – Las diferencias que se encuentran en textos paralelos en cuanto a nombres, números, genealogías, y detalles de narraciones, según muchos son contradicciones y son varios miles de ellas, que se pueden encontrar fácilmente en internet.. Por ejemplo: ¿Cuántos ángeles estaban en la tumba después de la resurrección de Cristo? Mateo y Marcos dicen que había uno (Mateo 28:2, Marcos 16:5). Lucas y Juan dicen que había dos (Lucas 24:4, Juan 20:12). O se pueden observar las diferencias numéricas en los libros históricos, como la que hay en 2 Samuel 10:18, donde dice que en una batalla David mató a setecientos hombres; el relato en I Crónicas 19:18 sobre la misma batalla dice que mató mil. ¿Cuál hijo de Zorobabel fue el ancestro de Jesucristo? (a) Abiud (Mateo 1:13) (b) Resa (Lucas 3:27) Pero resulta que los siete hijos de Zorobabel son los siguientes: Mesullam, Hananías, Selomith, Hasuba, Ohel, Berequías, Hasadías y Jusabhesed (1 Crónicas 3:19-20). Los nombres Abiud y Resa no encajan en ningún lugar. 2,-Enseñanzas que van en contra de la ciencia – Hay algunos ejemplos de esto relacionados con el texto de Génesis 1-3. Por ejemplo, la ciencia ha aportado abundantes antecedentes demostrado que el hombre es un producto del proceso de selección natural. Esta afirmación, si fuese completamente comprobada, demostraría que el Génesis es una fábula, así como toda la teoría creacionista y fantástica allí señalada. 3.- Datos que van contra la historia secular. Cuando se compara el relato bíblico con otras fuentes históricas, aparecen algunas discrepancias. Por ejemplo algunos protestan que el Éxodo no podría haber ocurrido en 1446 (como indicaría 1 Reyes 6:1) sino tuvo que haber acontecido mucho más tarde, como en el año 1260, porque los esclavos hebreos construyeron la ciudad de Remeses (Éxodo 1:11) la cual a todas luces es más tardía que el siglo XV antes de Cristo. Todos estos errores son irrebatibles e indican que el Dios que se dice dictó las escrituras está no solo equivocado sino que nunca tal inspiración divina ha existido y que los libros llamados sagrados son solo obra de humanos, equivocados y mitómanos, amén de supersticiosos y de escasa preparación intelectual, o bien fueron fraguados meticulosamente en la opacidad de los monasterios, por esos exegetas octogenarios y serviles que sabiendo las falencias y vacíos contenidos en tales escrituras, se encargaron de rellenarlas, de acuerdo a su saber.
Aun hoy, la Iglesia corrige y rectifica muy a su pesar, sus errores evidentes e interpretaciones más incongruentes. Eso ocurre por ejemplo con la fábula de los tres reyes magos, la estrella milagrosa que los guió y el pesebre donde nació el niño Dios y que fue adorado por hombres y bestias y hasta dónde convergieron estos tales reyes magos que nadie en la historia nunca ha podido rastrear de dónde son, cuántos eran ni a quién representaban. En este afán, recientemente en noviembre del 2012, editado por la Librería Editorial Vaticana, ha salido a la luz el tercer libro de la trilogía La Infancia de Jesús, escrito por el entonces Papa Benedicto XVI, que pretende justamente aportar indicios históricos y una explicación verosímil al silencio de las escrituras sagradas e inspiradas, en relación a la natividad, infancia y juventud de Jesús, del que nada se sabe sino hasta que aparece a la edad de 33 años predicando la Buena Nueva de la pronta venida de Dios a la tierra. Este escrito es un desesperado intento del escritor Ratzinger para sumir en el olvido tal mito, vieja táctica de la Iglesia para convencer a los eruditos y detractores de esta leyenda fantasiosa, que se trata de una historia real, como el dice “historia interpretada y comprendida con base a la palabra de Dios”. “Un hecho que sí ocurrió el año 15 del imperio de Tiberio César”. También en el libro reafirma que María era virgen, pero no apoya la versión de San Agustín quien dijo que María hizo un voto de castidad y le pidió a José que la protegiera; pero si le da crédito a Lucas y a Mateo, pues según afirma, estos recibieron la noticia de la Anunciación de la propia María. Pero quizás lo más espectacular de este best seller, es la desfiguración de la tradición del ícono navideño. No había animales en el pesebre dijo. ¿Y la estrella? le preguntaron los periodistas. Probablemente fue una Super Nova. ¿Y los Reyes Magos? Mire, eso más bien fue una representación de la humanidad “cuando emprende el camino hacia Cristo…”
Por tanto amigos feligreses, vayan acostumbrándose a la idea que ya no pueden colocarse animalitos en el pesebre, ni estrella GPS, ni reyes magos ni burro, ni buey ni oveja, porque la Iglesia, de boca de su representante más genuino afirma que estas creencias son falsas.
Durante dos mil años fue bueno acorde a la tradición, colocar en el pesebre animales y hasta aves. Durante ese largo tiempo no importó engañar a las beatas y fieles que haciendo caso a los curitas de sus parroquias, entonaban los cánticos navideños alabando a las nobles bestias que adoraron a Cristo. ¿Qué pasará ahora con tantos comerciantes judíos y las propias empresas de la Iglesia que surtían las tiendas de todo el orbe con figuritas para el pesebre navideño, de madera, de yeso, de metal, de roca cristalizada, de mármol y hasta de metales nobles?

Pero conociéndose el fanatismo cristiano, esa rebeldía y pasión por sostener las ideas que le fueron legadas por sus padres aunque entiendan que son equivocadas y la avaricia vaticana de colectar para sus arcas hasta el último centavo, lo más seguro, es que aun a porfía de la recomendación eclesiástica, recoloquen en las futuras navidades sus figuritas veneradas de burritos y bueyes, de corderos lanudos, la gran estrella guía de los Reyes Magos, según algunos la estrella de David y seguirán creyendo que desde Oriente vinieron Melchor, Gaspar y Baltazar, reyes, magos y sabios, trayéndole presentes al Niño Dios.
Y de seguro con esa mojigatez típica de la religiosidad, continuarán contándoles a sus pequeños esas fábulas y leyendas inverosímiles como si se tratase de verdades inconmovibles, de papá Noel, sus fabulosos renos voladores, su afamada industria de juguetes en el ártico, la pléyade de elfos y enanos que le ayuda incansablemente todos los meses del año. En las chimeneas habrá medias para recibir los regalos de los Reyes Magos y más de alguno incluso verá emocionado, a la luz de los cirios pascuales, un viejo regordete y vestido de rojo, analfabeto a todas luces, al que solo se le ha escuchado decir Ha-Ha-Ha, una especie de risa pueril y estupidona, quien con una agilidad que no se supone en un cuerpo rechoncho como el suyo, se las arregla para caminar por los techos y bajar por las chimeneas, así no sean estas sino remedos de las originales.
En los evangelios solo se habla de magos, en ninguna parte se dice que fueron reyes, que fueron tres ni se indican sus nombres. Eso era común en esos tiempos, Simón era mago, Jesús también lo era y sus contemporáneos vieron en él a un adepto de la magia egipcia, al igual que Juan el Bautista y la Magdalena, criterio que también expresa el Talmud de los judíos.

Y su especialidad era recorrer los mercados sanando males y sacando espíritus malignos, impostando las manos y lanzando conjuros, como siguen haciéndolo los charlatanes. Por eso fue entregado a Pilato bajo la acusación concreta de ser «un malhechor», es decir en términos jurídicos romanos, uno que echaba maleficios.
El maestro de Simón el Mago y de Jesús fue Juan el Bautista, quien nombró no a Jesús sino a Simón el Mago como su sucesor, como se desprende de la lectura de los evangelios que no fueron considerados inspirados, justamente por traer a colación este tipo de claridades. Juan, Jesús y María Magdalena estaban indisolublemente unidos  por su religión (la del antiguo Egipto), que adaptaron a la cultura judía, lo mismo que hicieron Simón el Mago y Helena su compañera, aunque éstos prefirieron concentrar sus actividades en Samaria. Además El Bautista y Jesús eran primos.
Y desde luego no formaban parte de este círculo interior de misioneros egipcios, ni Simón Pedro ni el resto de los Doce, a excepción de los nombrados.
Varios eruditos y en particular Morton Smith admiten que los milagros de Jesús guardan notable parecido con el repertorio habitual del típico mago egipcio. En estos escritos se revela que el Bautista no reconoció a Jesús como Mesías. Quizá lo bautizó y tal vez éste ascendió de entre las filas hasta convertirse en el segundo de a bordo. Algo salió mal sin embargo pues surgió una rivalidad: Juan cambió de parecer y nombró segundo y sucesor a Simón el Mago.

Poco después Juan fue muerto. Recordemos que dice Mateo en la Biblia sobre la muerte del Bautista (40:14:1 - 40:14:12) “En aquel tiempo, Herodes el tetrarca, que oyó la fama de Jesús y dijo a sus criados: “¡Este es Juan el Bautista! El ha resucitado de los muertos; por esta razón operan estos poderes en él.” Porque Herodes había prendido a Juan, le había atado con cadenas y puesto en la cárcel por causa de Herodía, la mujer de su hermano Felipe. Porque Juan le decía: “No te es lícito tenerla por mujer.” Y aunque Herodes quería matarlo, temió al pueblo; porque le tenían por profeta.

Pero cuando se celebró el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodía danzó en medio y agradó a Herodes, por lo cual él se comprometió bajo juramento a darle lo que ella pidiera. Ella, instigada por su madre, dijo: “Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista.” Entonces el rey se entristeció; pero a causa del juramento y de los que estaban con él a la mesa, mandó que se la diesen. Mandó decapitar a Juan en la cárcel. Y su cabeza fue traída en un plato y fue dada a la muchacha, y ella la presentó a su madre. Entonces llegaron sus discípulos, tomaron el cuerpo y lo enterraron.
Luego fueron y se lo contaron a Jesús”.

Cómo hemos mencionado, en esos tiempos corrieron rumores de que Jesús practicó la magia negra con el Bautista muerto. Tal como han señalado en sus obras Carl Kraeling y Morton Smith, desde luego Herodes Antipas, muy supersticioso, estaba convencido de que Jesús había esclavizado el alma del Bautista (o su conciencia) para obtener poderes mágicos, siendo cosa convenida entre magos griegos y egipcios que el alma de un hombre asesinado era presa fácil de cualquier hechicero, y en particular de quien pudiese disponer de una parte de su cadáver.
De Jesús, se decía que controlaba el alma del Bautista y dos profetas más y que de ahí venía su poder, pues dada la mentalidad mágica de la época esto habría servido para que la mayoría de los discípulos de Juan se pasaran al bando de Jesús en vista de la superioridad de los poderes milagrosos de éste.
Y como Jesús había contado ya a sus seguidores que Juan fue la reencarnación del profeta Elías, su autoridad debió de quedar reforzada de cara a las masas.

En la antigüedad, siempre ha circulado la creencia hasta nuestros días, que la cabeza de Juan además de sagrada era mágica en algún sentido. En una de las versiones menos conocidas de la leyenda del Santo Grial, el objeto de la búsqueda es la cabeza cortada de un hombre, puesta en una bandeja. Se alude a la cabeza del Bautista, a los extraños poderes de encantamiento que se le atribuían y que se transferían a quien la poseyese.
También en la cultura celta hay una tradición de cabezas embrujadas, pero la referencia más pertinente puede ser la cabeza que tenía el templo de Osiris en Abydos, a la que se atribuían dones proféticos. En otro mito relativo a otro de los dioses que mueren y resucitan, la cabeza de Orfeo fue llevada por la resaca a las costas de Lesbos, donde se puso a predecir el futuro y en su falso Sudario de Turín, Leonardo representó decapitado a su «Jesús», idea que en principio se tomó como un recurso visual o pictórico de que el decapitado era moral y espiritualmente «superior» al crucificado.

Por supuesto la división entre la cabeza y el cuerpo del desconocido difunto del Sudario es deliberada, pero quizá Leonardo trataba de sugerir otra cosa. Quizá quiso aludir a la idea de que Jesús era dueño de la cabeza de Juan, con lo cual absorbía a éste en cierto sentido, convirtiéndose en un «Jesús-Juan» ,como ha dicho Morton Smith.
 Recordemos ahora el cartel anunciador decimonónico del Salón de la Rose Croix que representa a Leonardo como Custodio del Grial. Hemos visto además que el dedo índice levantado simboliza, en la obra de Leonardo, a Juan el Bautista. Este mismo personaje hace el ademán en la última pintura del maestro y en la escultura que se conserva en Florencia. Lo cual no es tan insólito, porque otros artistas le representaron en la misma postura. En la obra de Leonardo, sin embargo, siempre que otro personaje hace el ademán, estamos ante un clarísimo recordatorio que remite al Bautista.

El personaje de la Adoración de los Magos situado junto a las raíces salientes del algarrobo (que tradicionalmente simboliza a Juan) y apunta hacia la Virgen y el niño; Isabel, la madre de Juan, realiza el mismo gesto ante el rostro de la Virgen en el boceto para Virgen y Niño con santa Ana, y el discípulo que tan rudamente se encara con Jesús en la Última Cena taladra el aire con el índice en un gesto inequívoco. Pero además de interpretar que dice, en efecto, «los seguidores de Juan no olvidan», podemos tomarlo como referencia a una reliquia real: el dedo de Juan, que según se creyó figuraba entre las más preciadas posesiones de los templarios. En un cuadro de Nicolas Poussin, La Peste d’Azoth, una estatua masculina gigantesca ha perdido la mano y la barbada cabeza. Pero el índice de la mano cortada realiza, inconfundible, «el gesto de Juan».) http://www.bibliotecapleyades.net/biblianazar/revelacion_templarios/imagenes/image20.jpg

Pese a lo que ha pretendido la Iglesia, la mano derecha de Jesús no fue Pedro, que ni siquiera formaba parte del círculo interior como se echa de ver por su reiterada incapacidad para entender las palabras del maestro.
Si Jesús tuvo un sucesor designado, debió de ser la Magdalena. (Debe recordarse que predicaban activamente las enseñanzas y las prácticas del antiquísimo culto de Isis, no una variante herética del judaísmo como se cree con frecuencia.) María Magdalena y Simón Pedro emprendieron caminos separados; al primero se le achaca que fundó la Iglesia de Roma, la otra logró transmitir sus misterios a las generaciones y grupos gnósticos de dónde salieron los primeros cristianos que supieron entender el valor del principio de lo Femenino, conocidos como los «heréticos».

 Cómo ocurre con la mayoría de las leyendas y fábulas de la Biblia, la Tradición, esa que tanto gusta a la Iglesia, pues gracias a su existencia puede manejar los hechos y la mente de sus fieles, es la responsable de estas desviaciones que a pesar que tienen su origen en la misma cúpula de la iglesia, cuando se dan cuenta que hay conflictos, se apresuran a achacar la responsabilidad a “las creencias populares”.
Concretamente el Evangelio de Mateo es la única fuente bíblica que menciona a unos magos (aunque no especifica los nombres, el número ni el título de reyes) quienes, tras seguir una supuesta estrella, buscan al «rey de los judíos que ha nacido en Jerusalén» guiándoles dicha estrella hasta Belén.

Poco a poco la tradición ha ido añadiendo otros detalles a modo de simbología: se les ha hecho representantes de las tres razas conocidas en la antigüedad; representantes de las tres edades del hombre y representantes de los tres continentes de ese entonces (Asia, África y Europa).
De tal portento, la existencia de estos sujetos de Oriente que vienen guiados por una estrella, la aparición de un ángel que se contactó con ellos y otras burradas parecidas, se trata en algunos Evangelios apócrifos, esos que no fueron inspirados por Dios, es decir no los dictó según los jerarcas del catolicismo EL, sino que son obra humana, donde se acoplan más tonteras, como que estos personajes procedían del reino de Preste Juan, otra leyenda medieval, que no tiene ningún viso de ser verdadera.
No obstante, la iglesia católica recoge y se hace eco de estas obras prohibidas por ella misma, de las que sabe que no dicen la verdad y se suma a esta fiesta del pesebre y de cómo nace el niño Jesús en un pesebre rodeado de animales domésticos.


Otros mitómanos de la antigüedad que escribieron relatos que no aparecen ni siquiera en los Evangelios ponderados de falsos o apócrifos según la Iglesia, aseguraron que después de la resurrección de Jesús, el apóstol Tomás los halló en Saba.
Allí estos reyes magos fueron bautizados y consagrados obispos. Qué estos después fueron martirizados en el año 70 y depositados en el mismo sarcófago. Qué luego sus restos fueron llevados a Constantinopla por Santa Elena, esa pobre mujer iletrada, madre del Emperador Constantino, que el padre de este conoció en un burdel de soldados y dejó embarazada y que fue encontrada por su hijo ya octogenaria.

 Posteriormente, reza este cuento que Federico I Barbarroja en el siglo XII los trasladó a Colonia, donde hoy reposan con las coronas que supuestamente llevaron durante su existencia.
Esta Elena, la antigua prostituta, a la que la Iglesia recurrió para conseguir cargos y poder del Emperador Constantino, es la misma que luego la iglesia utiliza para que recoja innumerables reliquias sagradas, que perdidas por siglos, la anciana con sus 83 años a cuestas las encuentra, desentierra y reconoce como genuinas; cómo la cruz del calvario, la de cristo y la de los dos ladrones, la corona de espinas, la lanza de Longinos, entre las más importantes, con la que supuestamente se le hirió en un costado, más otras varias piezas, que se conservan en muchas iglesias europeas, reliquias, que misteriosamente no sufrieron deterioro alguno a través de varios siglos y a las que llega Elena sin dificultad, a pesar de que su búsqueda fue intentada por cientos de sacerdotes, aventureros, caza fortunas, arqueólogos y especialistas de todo tipo.

Tras el Concilio de Nicea, Elena, madre del emperador Constantino, se habría trasladado a Jerusalén junto con una delegación imperial. No hay datos exactos del motivo de la visita ni del año, sólo se sabe que fue entre los años 325 y 327 d. de C.
Eusebio de Cesárea indica que la intención de Constantino era erigir una iglesia del Santo Sepulcro (cf. Historia de la Iglesia IX III 41). Sin embargo, Eusebio no narra el descubrimiento de la “Vera crux” (cruz auténtica), se cree que por no reducir la gloria de Constantino en relación con el descubrimiento del Santo Sepulcro. Es Gelasio, también de Cesárea y discípulo de Eusebio, quien narra en su Historia de la Iglesia (escrita hacia el 390) los detalles del descubrimiento, aunque el texto se encuentra perdido.
En la Leyenda áurea (o Leyenda dorada) de Jacobo de la Vorágine, del siglo XIII, se indican detalles de cariz antisemita sobre el hallazgo de la cruz. Se dice ahí que Elena, al llegar a Jerusalén, se reunió con los judíos que vivían allí pues le habían dicho que ellos tenían escondida la cruz. Ellos se negaron a decirle dónde la tenían, pues había una profecía que indicaba que si era encontrada por los cristianos “desde ese momento la gente judía no reinaría más”.

Entonces, Elena montó en cólera y amenazó quemar a todos los judíos de la ciudad y ante tal amenaza, le fue entregado un tal Judas que, según decían, sabía el lugar donde había sido escondida la cruz. Tras diversas torturas, consintió en llevar a la emperatriz al lugar y al estar sobre él, se difundió un perfume y un leve temblor del suelo.
Judas se convirtió, se bautizó tomando el nombre de Ciríaco y él mismo cavó hasta encontrar las tres cruces que estaban bajo aquel sitio. Luego las colocó a los pies de la emperatriz. Para descubrir cuál de las tres era la del Señor, Elena hizo detener un cortejo fúnebre que pasaba por allí y acercó al muerto a cada una de las cruces. Ante la última, el muerto resucitó y se pudo comprobar así que esta era la cruz verdadera. Ciríaco, según esta leyenda habría sido obispo de Jerusalén tras Macario.

Toda esta historia fantástica de los reyes magos, fabricada pacientemente por la misma iglesia, que no da puntada sin hilo, consiguió que miles de fanáticos peregrinos, alentados por los monjes de otras regiones, empezaran a llegar a Colonia a adorar a estos personajes, donde la curia local propició en 1248 la construcción, con dinero de estos peregrinos por supuesto, la Catedral de Colonia, que llevó 600 años terminarla.

Catedral de Colonia
Hoy en día, tal Catedral construida por la donación de esta pobre gente engañada durante esos 600 años, para adoración de estos Reyes Magos inexistentes, es uno de los monumentos góticos más impresionantes de Europa, que junto a Roma y Santiago de Compostela siguen siendo los más grandes centros de peregrinación, del circuito turístico a cargo del Vaticano, que le deja millones de euros anuales a la Santa Madre Iglesia.

Pero en verdad estos dichos de Ratzinger solo pueden sorprender a los creyentes que poco saben de qué tratan las escrituras sagradas, que no leen la Biblia y que se dejan guiar por esa síntesis maquillada de la doctrina conocida como Catecismo y por la famosa Tradición, suma de frases de santones y patriarcas de los primeros siglos, que nunca supieron lo que decían, pues sus dichos fueron arreglados y retocados por los expertos falsificadores del Vaticano, que van enmendando tales dichos, según convenga a las políticas eclesiásticas del momento.
Total, lo pueden hacer con entera impunidad y cuando les dé la gana, ya que todos estos manuscritos, que dicen tener, ya que nadie realmente los ha visto o comprobado su autenticidad, los manejan solo ellos y se guardan en sus archivos secretos, no existiendo copias en ningún lugar del mundo, como pasa con los famosos Evangelios “inspirados”.

El común de la gente que gusta de la lectura y de la ilustración, sabíamos que en el pesebre, llamado hoy siúticamente Portal de Belén, no podía haber mula, bueyes, cabras, pollos u ovejas, pues tales animales y aves nunca han aparecido en ninguno de los cuatro evangelios canónicos de Marcos, Mateo, Lucas y Juan, que son los que respeta y conforman la Biblia cristiana, sino que aparecen en otros evangelios, en realidad en cinco de ellos, incluidos entre los que los doctores de la Iglesia encontraron espurios y dónde no había asomo que Dios los hubiera inspirado y que son despectivamente denominados apócrifos.

Según la Real Academia Española, apócrifo» significa «fabuloso», «supuesto» o «fingido». En nuestros días, la acepción más utilizada para el término «apócrifo» presenta una connotación de falsedad. Por tal motivo, se ha empezado a llamar cínicamente en círculos eclesiales, también a esos escritos «evangelios extra canónicos», para evitar la evocación de algo falso cuando la Iglesia Católica los utilice en su favor, como es el caso de la niñez de Jesús, que no se menciona en ninguno de los evangelios inspirados ni en parte alguna de los Evangelios del Nuevo Testamento.

Sin embargo, en todos los hogares, fiestas cristianas y en las propias iglesias de todo el mundo, con el beneplácito de la curia y su complicidad culpable, no se comprendía un pesebre sin animalitos, pues entonces todos esos cuentos de mentiras piadosas, de un Cristo nacido en un humilde pesebre rodeado de animales de labranza adonde vinieron reyes a adorarle y entregarle oro, incienso y mirra, no podrían haberse contado. Ni otras mentiras y fabulas tendientes a engatusar la ingenuidad infantil, como hacer que este nacimiento recayera en Diciembre, época de crudo invierno en Palestina donde no hay animales de pastoreo al raso.

Tal pastoreo o uso de lugares de descanso de animales, solo se montan en los meses cálidos, en la primavera. Esta nueva tontera del pesebre en Diciembre sirve de tapadera a los fines de la Iglesia que era apropiarse de las numerosas fiestas paganas del solsticio de invierno, convertir en suyas esas romerías y adoraciones que vienen desde el esplendor fenicio repitiéndose en todas las religiones antes de la cristiana, en particular la adoración del mundo pagano por varios siglos del Sol Invicto (Sol Invictus o Deus Sol Invictus, el invencible Dios Sol, titulo religioso aplicado a lo menos a tres divinidades distintas durante el imperio romano: el Gabal, Mitra y Sol, religiones poderosas sobre cuyas ruinas construyó el catolicismo todas sus iglesias, incluida la Catedral de San Pedro, después de haber asesinado a sus sacerdotes y seguidores.

En la propia Enciclopedia Católica, en el Capítulo de “Las Celebraciones Tempranas”, se lee textualmente: “La Navidad no figuraba entre las primeras fiestas celebradas antiguamente por la Iglesia. Ireneo y Tertuliano la omiten en su lista de fiestas; Orígenes, teniendo en cuenta quizá la deshonrosa Natalitia imperial, afirma (Hom. VIII sobre el Lev. en Migne, P.G., XII, 495) que, en la Sagrada Escritura sólo los pecadores, nunca los santos, celebraban la fecha de su nacimiento; Arnobio (VII, 32 en P.L., V, 1264) incluso ridiculiza el "cumpleaños" de los dioses.

Alejandría

La primera evidencia sobre esta fiesta la encontramos en Egipto. Aproximadamente en el año 200 A.D., Clemente de Alejandría (Strom., I, XXI en P.G., VIII, 888) dice que ciertos teólogos egipcios "de manera bastante curiosa" indican, no sólo el año, sino también el día del nacimiento de Cristo, colocándolo el 25 de Pachon (20 de mayo), del vigésimo octavo año del reinado de Augusto. [Ideler (Chron., II, 397, N.) piensa que lo hicieron así, creyendo que el noveno mes en el que nació Cristo, era el noveno mes de su calendario]. Otros declaran que la fecha fue el 24 ó 25 de Pharmuthi (19 ó 20 de abril). Clemente, en su obra "De paschæ computus", escrita en el 243 y falsamente atribuida a Cipriano (P.L., IV, 963 ss.), da como fecha del nacimiento de Cristo el 28 de marzo, fecha en la que el sol material se creó. Pero Lupi ha demostrado (Zaccaria, Dissertazioni eec. del p. .A. M. Lupi Faenza, 1785, p. 219) que no existe un mes en el año en el que respetables autoridades no hayan designado como fecha del nacimiento de Cristo. Clemente, sin embargo, nos dice también que los basilianos celebraban la Epifanía, y, probablemente junto con esta fiesta, el Nacimiento de Cristo, el 15 ó 11 de Tybi (10 ó 6 de enero)”.

Los pesebres, Belenes o Nacimientos

San Francisco de Asís en el año 1223 dio origen a los pesebres o nacimientos que actualmente conocemos, popularizando entre los laicos una costumbre que hasta ese momento era del clero, haciéndola extra-litúrgica y popular. La presencia del buey y del burro se debe a una errónea interpretación de Isaías 1, 3 y de Habacuc 3, 2 (versión "Itala"), aunque aparecen en el magnífico "Pesebre" del siglo cuarto, descubierto en las catacumbas de San Sebastián en el año 1877. El burro en el que Balaam montó, en el misterio de Reims, hizo que la fiesta recibiera el nombre de Festum Asinorum (Ducange, op. cit., s.v. Festum).

¡En qué quedamos!: ¿Acaso la Biblia no es infalible? Ya vemos que no es así.

Hay otras muchas cosas absurdas en esta historia, como que José no encontraba en su propio pueblo Belén, un lugar para atender a María, contraviniéndose con ello la milenaria hospitalidad semítica y qu además se supone que allí tenía amigos. Tampoco José en ese entonces era viejo, como inventaron algunos pintores medievales para acomodar un poco la extraña concepción virginal de María. Tampoco era carpintero y no habían reyes ni magos, ni menos tres y nunca uno negro, que solo apareció en otra mentirijilla de la Edad Media.

La famosa estrella GPS que se acomodó al paso de los camellos y guió a estos magos desde oriente, pese al esfuerzo de muchos estudiosos, astrónomos e historiadores, nunca ha sido explicada, no hay cometas errantes en esas fechas, ni hay estrellas que vayan al paso de un camello. Ni autoridades, historiadores o particulares que hayan comentado tan extraordinario hecho, que rompe todas las reglas físicas de la naturaleza y que de haber existido este hecho, astronómico sería más comentado que el mismo nacimiento de Cristo.

Tampoco aparece en los evangelios nada de los supuestos padres de María, San Joaquín y Santa Ana, santos inventados por los consabidos falsificadores de que hablábamos, que los crearon a Joaquín en el siglo II y a Ana en el siglo VI, santos que la Iglesia celebra el 26 de Julio y que se mencionan como que vienen de la famosa Tradición, que es el saco donde nadie puede hurgar porque solo la manejan los expertos y sabios vaticanos.
Tampoco los textos canónicos dicen que Magdalena era una prostituta, otra maniobra de la Iglesia para restarle mérito y sacarla del círculo íntimo de Jesús. Ni que el discípulo amado por Cristo fuese Juan  ni menos mención de ninguna mujer llamada Verónica, que en el cuento de la Iglesia se dice que se llevo impreso en un pañuelo el rostro de Jesús.
Todo es una gran invención, parte de la gran mentira, como el cuento de Moisés flotando en un cestillo, donde fue recogido por la esposa del faraón, hecho que efectivamente se menciona en las crónicas egipcias llevadas puntillosamente por los escribas, pero en otras circunstancias y otras personas. No existe mención de nadie llamado Moisés recogido por la familia real y menos que haya sido un alto funcionario del Faraón.

Del Mito de Moisés no hay una línea en los archivos fenicios ni de los historiadores de la época, ni tampoco de la odisea del Éxodo del pueblo hebreo desde Egipto, menos tratándose de la gran cantidad de gente que se cuenta.
La historia es que vagaron por el desierto de Sinaí por 40 años guiados por Dios.
Lo inexplicable a la luz de la modernidad es cómo pudo ocurrir esto, en circunstancias que toda esa área es aproximadamente del tamaño de Arizona, 295.254 km2.
 Los expertos calculan que nadie podría demorarse en llegar a cualquier destino dentro de ese área más de un mes.
Esto quiere decir dos cosas, que el guía era muy malo, o que este hecho es otra gran mentira. También podría ser la causa por la que Dios no quiso que Moisés pisara Tierra Prometida.

Lo único que se registra  por parte de los escribas, acerca  un grupo de judíos vagando por el desierto en esos años, es de una colonia de leprosos, de no más de 40 personas, que no eran bien recibidos en ninguna parte.
El español Manuel Vicent, hace periodismo de opinión y tiene una columna dominical en el periódico El País. A raíz de los escritos de Ratzinger, escribió lo siguiente, que reproduzco íntegramente por parecerme no solo original sino divertido e ingenioso, además de oportuno.

"El portal de Belén es realmente un Misterio. La mula es un animal híbrido estéril. El buey es un toro castrado. San José no tuvo nada que ver en el asunto puesto que solo era padre putativo. Hay una madre virgen concebida a distancia por una paloma que es el Espíritu Santo. Del vientre de esa Virgen nació el Hijo de Dios, mediante un juego entre la segunda y tercera persona de la Trinidad, que en términos jurídicos terrenales podría ser considerado un caso de incesto divino.

Desde cualquier punto de vista que se contemple ese Misterio, parece demasiado complicado para que pueda servir de modelo a una familia cristiana normal. Al portal de Belén llegaron los Magos siguiendo una estrella, que bien podría ser el reflejo del estallido de una supernova, vete tú a saber.

Dejando de lado que los Magos, según el papa Ratzinger, fueran andaluces, antepasados del Cigala, lo que cuenta es que le ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra. De los tres presentes, sin duda el incienso sería usado al instante por María para contrarrestar el hedor natural del establo. A lo largo de la historia, el humo de esa resina ha servido también para sobrellevar el olor a choto que genera cualquier rebaño si se encierra en un recinto, aunque sea sagrado.

La mirra es una sustancia gomosa extraída de la corteza de un árbol con que se elaboran perfumes y ungüentos. Tal vez le sirvió de suavizante y acondicionador del pelo a la Magdalena. Tiene muchas propiedades medicinales. En la antigüedad se daba a los condenados a muerte, mezclada con vino. Seguramente eso hizo el centurión con el Nazareno en la cruz. Incienso y mirra pudieron usarse allí mismo en el portal de Belén.

Solo queda por saber el destino del oro. ¿En qué fondo se invertiría? Durante los primeros siglos de cristianismo el oro quedó sumergido, pero en cuanto ese movimiento espiritual se convirtió en Iglesia, ese metal, como símbolo de poder y de riqueza, se pegó a ella como la piel a la carne. El río de oro comenzó a fluir arrastrando cálices, copones, patenas, custodias, anillos, báculos, ornamentos, mitras, crucifijos, medallas, peanas y retablos, hasta el punto de que es imposible pensar en la Iglesia católica sin imaginarla cubierta de oro, lo más alejada posible de aquel portal".

Hemos dicho y expresado en diferentes artículos anteriores, que pueden buscarse en este mismo blog, que hubo papas asesinos y papas asesinados. Hemos afirmado que la historia que nos cuenta la Iglesia de la sucesión papal es falsa y hemos señalado las fuentes de dónde se ha extraído tal información y hemos reiterado una y otra vez que desde su nacimiento el cristianismo constituyó un arma asesina que tiene a su haber millones y millones de seres inocentes inmolados en nombre de su dios trinitario y a manos de sus monjes idiotizados por el fanatismo más primitivo y salvaje que registra la historia de la humanidad, pero mucha gente no nos ha creído.

Los fanáticos religiosos ultra son enfermos mentales, algo les funciona mal en el cerebro, pero ellos no lo creen. Otros, son ingenuos que nunca se han preocupado de investigar acerca de sus creencias. Sus padres y sus familias fueron de la misma religión y desde que nacieron sus vidas han estado asociadas a los eventos de una determinada Iglesia. Los más, miran las religiones como algo práctico, que les ayudará en sus vidas, en sus negocios y relaciones sociales y se conforman con la historia que los líderes del culto les entregan.

En particular, he sabido por  muchos de ellos mismos, que están muy enojados por algunos temas que han leído en mi blog. Me han escrito diciéndome que ello es absolutamente falso, que les consta que las cosas no han ocurrido como yo las narro. En fin, que mis escritos son engañosos y me han señalado como ejemplo, que jamás un Papa de la Iglesia Católica ha sido ni ladrón, ni pederasta, ni estafador, ni asesino. Eso, dicen haberlo confirmado con el cura párroco de su Iglesia, que les ha entregado literatura donde eso queda de manifiesto.

Pues, a todos ellos les contesto ahora y tengo un gran gusto en hacerlo, adjuntando algunos artículos coincidentes y apegados a lo que yo he expresado en los míos, de autoría del historiador cristiano y autor de varias obras señor Rodolfo Vargas Rubio, quien hace algún tiempo los escribió para ser publicados en un Libro, y a quien el Consejo de la Enciclopedia Católica Online, le solicitó su venia para publicarlos en esta Enciclopedia de dónde yo los he tomado, acompañando además los enlaces correspondientes para que quien desee pueda leerlos directamente de internet..

Digo que contesto a través de estos artículos del señor Vargas, dado que si bien es cierto él se cuida de entrar en detalles escabrosos que pudieran ofender al Vaticano, obvia algunos hechos, disimula otros y presenta argumentación que justifica o excluye la participación de la curia romana, entiendo yo que por delicadeza, ya que son sus empleadores. Con todo, no deja de contar la historia verdadera, es decir confirmar, aunque a ratos sea entre líneas, que estos hechos de los que yo escribí, ocurrieron.

Pienso que ahora estos detractores e incrédulos, que no me cabe duda que me siguen leyendo, sí entenderán que están completamente equivocados en sus juicios y que efectivamente la historia de los Papas Católicos es muy escabrosa y hay muchísimos papas que han sido criminales y autores materiales de crímenes horrendos, y sobre todo, que lo que he escrito, proviene justamente de fuentes vaticanas, de sus archivos, tan celosamente guardados por siglos.

Y las fuentes que utilizo son siempre de la historia oficial de la Iglesia, de sus hombres más connotados y del Vaticano, que ahora, con el internet, se pueden detectar y localizar allí donde estén. Y qué, muchos archivos vaticanos, en particular aquellos que han sido escondido por siglos, que son estos escándalos y secretos que denuncio, con el tiempo han sido filtrados o la misma Iglesia ha debido hacerlos públicos por las presiones y efectos de las leyes, por la sencilla razón que los hechos que se procura ocultar corresponden estrictamente a la verdad, sin contar que han sido innumerables los autores acerca de estos temas, que ya han publicado tales escándalos y la Iglesia no ha podido nunca desmentirlos.
 
Aquellos que quieran comparar o conocer las diferencias existentes de lo escrito por el señor Vargas con lo que yo he escrito al respecto, pueden ir en este mismo blog al artículo titulado Los Papas de la Inquisición a los siguientes enlaces. 
En particular creo de mucho interés que lean lo concerniente al Papado de Formoso y su Concilio Cadavérico, que Rodolfo Vargas menciona pero no quiere tratar, por pudor seguramente, porque habrá sentido repugnancia de dar los pormenores que no solo son de gran criminalidad, sino que retratan de cuerpo entero el poder y la corrupción vaticana de esos días, que lógicamente debió además serle vetado por la Enciclopedia Católica, relato que yo sí he colocado en mi artículo con todo detalle.
Otra cuestión que me importa señalar, es que el señor Vargas omite decir directamente que muchos de estos asesinatos, fueron realizados directamente por los Papas, sea como instigadores o autores intelectuales o por sus propias manos, achacando estas muertes a intrigas internas de la curia, a sectores políticos o a manos anónimas. Yo, en mis escritos señalo otra cosa. 
También podrán comprobar que no hay publicaciones de Wikipedia ni de la Iglesia ni en los cientos de páginas Católicas de internet respecto a este Papa Formoso y otros de parecida calaña; y en las que existen, se minimiza el saber sobre su papado y casi no se dan sus datos personales, cuestión que resulta difícil de creer porque es imposible que el Vaticano haya perdido el registro de sus Papas.
Este deliberado ocultamiento de la vida y obra de sus Sumos Pontífices que hace el catolicismo, pues no se puede suponer que no los posee, ya que necesita sus datos para el listado de la Sucesión papal, da una perspectiva del gesto y valentía de la Enciclopedia Católica on line, de mostrarle a sus lectores aquello que siempre se les ocultó y que por supuesto está en los anales de La Enciclopedia Católica Vaticana, pero nunca publicará directamente.
Me felicito de haber conocido estos artículos pues supone que la Enciclopedia Católica y muchos hombres de Iglesia han comprendido que sus fieles y seguidores necesitan conocer la verdad. Qué esta no puede seguir ocultándose y que lo ha hecho de la mano de un escritor sudamericano, que ha sabido abordar tan delicados temas con sagacidad y mesura. Qué mejor que estas verdades históricas disimuladas y negadas durante tantos siglos, sean expuestas en un órgano reconocido por la Iglesia y por un versado escritor cristiano, que entre otras obras es el autor de la biografía autorizada Vida del Papa Ratzinger. Adjunto lo que opina el Consejo de la Enciclopedia Católica del señor Vargas.
 
"La Enciclopedia Católica quiere expresar su reconocimiento y gratitud al Sr. Rodolfo Vargas Rubio. Es muy difícil resumir en pocas palabras el inmenso aporte que Rodolfo Vargas Rubio ha prestado a la Enciclopedia Católica, y mediante ella a la vida cultural y espiritual de la Iglesia. Este limeño, radicado en Barcelona, ha puesto su conocimiento y dominio de las lenguas clásicas, la vastedad de su cultura humanista, su sensibilidad estética, y su dominio de la historia sagrada y profana al servicio de la restauración de la majestad liturgia y a la recuperación de su misterio." http://ec.aciprensa.com/wiki/Enciclopedia_Cat%C3%B3lica:Consejo_de_Asesores_en_cuestiones_de_tradici%C3%B3n_y_pr%C3%A1cticas_cat%C3%B3licas
He aquí lo que escribe Rodolfo Vargas.
LOS QUE MURIERON ASESINADOS. Afortunadamente, la silla de Pedro superó hace ya siglos etapas turbulentas que ensombrecieron la divina misión de sus titulares, quienes no pocas veces perecieron en el remolino de la violencia. Si hay un período particularmente tenebroso -que justifica ampliamente la denominación de «edad oscura» aplicada indiscriminadamente a todo el medioevo por la Ilustración- es sin duda el que arranca con la abominación del concilio cadavérico en 897 y culmina con la escandalosa venta del Papado por Benedicto IX, depuesto por los legados del emperador Enrique III en 1048, después de tres períodos de reinado, a cual más escandaloso.
El cardenal Cesare Baronio, en sus famosos Anales, escritos a la manera de Tácito, llamó a esta época «saeculum ferreum» (el Siglo de Hierro), sin duda por la dureza y ferocidad de las costumbres y por la esterilidad del espíritu. También habla el gran historiador del Papado de «saeculum plumbeum» (siglo de plomo), en evidente alusión al mito griego de las tres edades de la humanidad, representando el vulgar metal lo más vil y bajo a que ésta puede llegar. Y es que estos ciento cincuenta años, que encajan entre el fin del renacimiento carolingio y los principios de la reforma pregregoriana, son una sucesión tal de crímenes y de oprobios que constituyen un argumento apologético a favor del pontificado romano, pues es impensable que institución alguna hubiera podido sobrevivir a tanta ignominia si no tuviera la asistencia divina.
La mayor parte de asesinatos de Papas corresponde precisamente al Siglo de Hierro, marcado por los manejos políticos de dos poderosas familias, emparentadas entre sí y procedentes de Teofilacto, vestatario romano: los Albericos o Tusculanos (de quienes descienden los principes Colonna) y los Crescencios.
Las mujeres de la casa de Teofilacto, Teodora y su hija la domna senatrix Marozia, se erigieron en árbitros de Roma y de sus Pontífices, y a este hecho se debe quizás el que cobrara vuelos la historia de la papisa Juana, a la que nos referiremos en otro lugar. No ha habido, gracias a Dios, parangón a esta lamentable era en la historia de los Papas. Algunos -especialmente en los ambientes protestantes- ven en la Roma del Humanismo y el Renacimiento un nuevo Siglo de Hierro.
Es cierto que los Papas de ese tiempo se comportaron más como príncipes que como pastores y que la mundanidad triunfó en su corte, pero no es menos cierto que hubo la contrapartida de la santidad, de la creación artística y del avance de las ciencias, contrapartida que no tuvo el siglo X, como Ludwig von Pastor muy acertadamente señala en su monumental Historia de los Papas. Por lo demás, episodios aislados de singular violencia que acabaron con la vida de algún vicario de Cristo los ha habido en otras épocas, como se verá a continuación.
He aquí la lista de Papas asesinados:
-Sabiniano (604-606). Había provocado las iras del pueblo -ya crispado por la carestía que se había declarado- con ataques a la memoria de su predecesor Gregorio I, a quien aquel ya veneraba como santo y algunos de cuyos escritos mandó destruir el nuevo Papa.
Sabiniano no perdonaba al gran Gregorio haberle reconvenido por su poco airosa intervención como legado ante el patriarca de Constantinopla, que había asumido el título de «ecumenico» en abierto desafío al Pontífice de Roma. Perdió la vida en medio de una insurrección general y sus funerales dieron lugar a toda clase de desórdenes. El cortejo que llevaba su cadáver desde San Juan de Letrán a San Pedro tuvo que ser desviado por callejuelas escondidas, hasta el punto de que hubo de cruzar el Tiber por el puente Milvio, muy alejado del Vaticano.
-Juan VIII (872-882). Un pariente o miembro de su entorno más cercano le propinó veneno. Los Anales de Fulda aseguran que, al mostrarse lento el efecto del mismo, fue el Pontífice rematado a martillazos en la cabeza, poniéndose así fin a una vida tempestuosa, sea por los múltiples problemas que hubo de enfrentar (la invasión del sur de Italia por los sarracenos, las disputas de los últimos carolingios por la corona imperial, el cisma de Focio), sea por las costumbres controvertidas de Juan, tenido por afeminado, lo que daría origen a habladurías que contribuyeron a alimentar la historia ya mencionada de la papisa Juana.
-Formoso (891-896). Murió en medio de intensos dolores producidos muy probablemente por la acción del veneno que le fue administrado por instigación del partido espoletano, enemigo acérrimo del Papa, a quien no perdonaba el apoyo de éste a Arnolfo de Carintia en sus pretensiones al trono imperial. No contentos con la muerte de Formoso, Lamberto de Espoleto y su inescrupulosa madre Angeltrudis promovieron su inaudita humillación post mortem conocida como el «concilio cadavérico», del cual se trata más adelante.
-Esteban VI (896-897). Pagó con su vida el haberse prestado a los manejos de los espoletanos contra la memoria de Formoso y haber presidido el concilio cadavérico. A los pocos meses de este horrendo evento, el partido de los formosianos consiguió arrastrar al pueblo a una rebelión contra el indigno Pontífice, que fue depuesto, encerrado en prisión y, finalmente, estrangulado. No obstante, Sergio III, amigo de Esteban, erigiría a este un monumento fúnebre en San Pedro con un epitafio que revela un odio acérrimo a Formoso.

-León V (903). Formosiano, fue víctima de la ambición de Cristóbal, del título presbiteral de san Dámaso, que le depuso a los dos meses de pontificado y le metió en la cárcel, nombrándose a si mismo Papa. León murió asesinado en prisión, aunque no se sabe si por orden de Cristóbal o de Sergio III, que había a su vez depuesto y encarcelado al antipapa, a quien mando matar.
Marozia
-Juan X (914-928). Era amigo íntimo de Teodora la Mayor, esposa del vestatario Teofilacto. Debió a esta familia su elección pero también el finalizar sus días de manera violenta. Habiendo disgustado a una de las hijas, la domna senatrix Marozia, al ofrecer la corona imperial a Hugo de Provenza, hermanastro y rival de Guido de Tuscia, segundo marido de la formidable fémina, ésta promovió la guerra contra el Papa. Juan había confiado la defensa de Roma a su hermano Pedro, al que había nombrado cónsul y que, con el apoyo de guerreros húngaros, se presentó a las puertas de Roma en orden de batalla. Replegadas las fuerzas del Pontífice en San Juan de Letrán, Pedro fue atrozmente asesinado ante los ojos de su hermano, y éste encarcelado en el castillo de Sant’Angelo por orden de Marozia. Allí murió sofocado por Guido de Tuscia con una almohada.

-Esteban VIII (939-942). Hechura de Alberico II, príncipe, senador y patricio de Roma e hijo de Marozia y de su primer marido Alberico I. Habiendo secundado pasivamente la política de su benefactor durante años, Esteban, cansado de permanecer relegado a un rol de dependencia y a la rutina de la administración, tomó parte en una conspiración contra el todopoderoso Alberico. Fracasada ésta, fue el Papa puesto en prisiones y horriblemente mutilado, muriendo a consecuencia de la gravedad de sus heridas.

-Benedicto VI (973-974). Había sido elegido por la facción imperial y hubo de enfrentarse al resentimiento del pueblo romano y, en especial, a la hostilidad de los Crescencios, descendientes de Teofilacto por Teodora la Joven, hermana de Marozia. Mientras vivió el emperador germánico Otón I, su valedor, pudo imponerse a esta familia, pero al morir aquel estalló la revuelta. Los Crescencios encerraron al Papa en la fortaleza de Sant’Angelo, nombrando en su lugar al diácono Francón, que tomó el nombre de Bonifacio VII y se encargó personalmente -según cuentan algunas crónicas- de estrangular a su rival.

-Juan XIV (983-984). Fue designado por Oton II como sucesor de Benedicto VII y se mantuvo en el solio mientras vivió el emperador. Muerto éste, el partido filobizantino llamó a Bonifacio VII, quien regresó desde su exilio de Constantinopla -adonde había huido con los tesoros de la Iglesia poco después de asesinar a Benedicto VI- y, con el apoyo de los Crescencios, destronó al Pontífice legítimo. Juan XIV fue encerrado en el castillo de Sant’Angelo en abril de 984 y murió envenenado el mes de agosto siguiente. Sin embargo, no quedaron impunes los crímenes del antipapa. Habiéndose indispuesto con los Crescencios, estos incitaron al pueblo contra Bonifacio, que murió linchado en medio de la revuelta. Su cadáver fue arrastrado por las calles de Roma y arrojado a los pies de la estatua ecuestre de Marco Aurelio.

-Silvestre II (999-1003). Del cultísimo Gerberto de Aurillac, a quien persiguió la legendaria aura de mago, se cuenta que había hecho un pacto con el diablo para ser promovido de su sede de Reims a la de Rávena y de ella a la de Pedro, por lo cual sus días estaban contados. Consultado el Golem (oráculo cabalístico hebreo), le fue indicada la fecha fatídica: moriría cantando misa en Jerusalén. Como no entraba en sus planes ir de peregrinación a Tierra Santa, Silvestre durmió tranquilo, pero el oráculo no se equivocó: el Papa, en efecto, celebraba misa con cierta frecuencia en la basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén, así que la siguiente vez que lo hizo en dicho lugar, le sobrevino un malestar repentino y murió.
Esta historia no pasa de ser una conseja, siendo lo más probable que Silvestre-a quien la muerte había arrebatado a Oton III, su mejor sostén en medio de la caótica situación que se cernía sobre Italia- pereciera a manos de sus enemigos políticos. Los Crescencios, a la sazón, habían vuelto a ser los árbitros de Roma, a través del patricio Juan II, quien relegó al Papa a sus funciones puramente espirituales. Enterrado en el atrio de San Juan de Letrán, cuando su tumba fue abierta en 1684, se halló su cuerpo intacto lo mismo que los ornamentos pontificales de que estaba revestido y la tiara que ceñía la cabeza. El contacto con el aire redujo, empero, todo al polvo, esparciéndose alrededor un perfume balsámico.

-Clemente II (1046-1047). Fue envenenado por orden de Benedicto IX, cuando regresaba de Alemania, donde había trazado el plan de reforma con el apoyo de Enrique III. Su cadáver fue llevado a Bamberg, ciudad de la que había sido obispo antes de ser Papa y en cuya catedral fue enterrado. En el siglo XVII fue abierta su tumba y se comprobó que el Papa debió ser un hombre de gran estatura (alrededor de 1,90 metros) y extraordinariamente rubio. Nuevamente exhumados en 1942, los restos fueron sometidos a análisis cuyos resultados corroboraron la muerte por envenenamiento.

Rodrigo Borgia
-Alejandro VI (1492-1503). Se dice que murió de malaria, aunque existen serias razones para pensar que fue víctima del arsénico que les fue administrado a él y a su hijo Cesar durante un banquete en el palacio del cardenal Adriano de Corneto. Los enemigos de los Borgia dijeron que éstos habían caído en su propia trampa, ya que por equivocación ingirieron el mortal veneno preparado para su anfitrión, de cuyos ingentes bienes querían apoderarse para seguir financiando la campaña de la Romana. No obstante, es de creer que en realidad se trató de un atentado planeado por aquellos a quienes el creciente poderío del Valentino, avalado por su padre, aterraba. No se olvide que Cesar Borgia había limpiado de tiranos los dominios pontificios y se aprestaba a formar un poderoso estado hereditario en el centro de Italia.

-León X (1513-1521). La causa de su muerte parece que debe buscarse en el veneno que le habría administrado su copero Bernabé Malaspina, el cual fue detenido. El ceremoniero pontificio Paris de Grassis pidió a los médicos que practicaran la autopsia al cuerpo del papa Medici, pero no se le hizo caso y se quiso echar tierra al asunto, aunque no pudo hacerse callar a Pasquino, la estatua parlante de Roma, que se hizo eco de los rumores de asesinato. Ya en 1517, León X había sido objeto de un intento de envenenamiento. La conjura, en la que se hallaban implicados al menos cinco cardenales, fue descubierta al interceptarse una carta del cardenal Petrucci, el cabecilla, a su secretario Nini.

Resultó que se había corrompido a Pietro Vercelli, médico del Papa, para que emponzoñase el medicamento con que le trataba de una molesta fístula. Petrucci, después de ser condenado en juicio y degradado de su dignidad cardenalicia, fue ahorcado en Sant’Angelo, mientras Vercelli y Nini sufrían la pena de descuartizamiento. Los otros conjurados huyeron, siendo degradados a su vez. León X vio considerablemente reducido el Sacro Colegio de cuya lealtad ni siquiera estaba seguro, por lo que en un solo consistorio creó de golpe treinta y un cardenales, medida que no evitó que finalmente sucumbiera a manos criminales.
Gracias a Dios, la lista de este apartado se cierra en una época ya lejana, pero pudo haber sido reabierta en al menos un par de ocasiones. La primera, durante el viaje de Pablo VI por Asia y Oceanía en noviembre y diciembre de 1970. En la escala de Manila, en las Filipinas, se le acercó un demente que logró asestarle una puñalada por la espalda, antes de que fuera reducido por el corpulento monseñor Paul Marcinkus, que acompañaba al Papa en sus periplos. Gracias a la intervención del secretario del Pontífice, monseñor Pasquale Macchi, que detuvo a tiempo el brazo del agresor impidiendo así que el arma se hundiera en el cuerpo de Pablo VI, la herida no fue mortal aunque sí de cuidado, pues el arquiatra pontificio doctor Carlo Fontana hubo de tratarla durante largo tiempo.
La segunda ocasión en que en los tiempos modernos se ha intentado acabar con la vida de un Papa fue en 1981, cuando el terrorista turco Mehmet All Agca, a sueldo del servicio secreto búlgaro (en evidente conexión con la KGB siniestra de los tiempos de Breznev), disparó en plena plaza de San Pedro contra Su Santidad Juan Pablo II.
La circunstancia de haber sobrevivido a tan sacrílego atentado en el día aniversario de la primera aparición de Fátima (el 13 de mayo), llevo al Papa a atribuir su salvación a la especial protección de la Santísima Virgen, cuyo monograma ostentan sus armas. Por ello, al cumplirse el año del hecho que pudo haberle costado la vida, quiso acudir personalmente a Fátima para dar gracias a la Madre de Dios. En medio del multitudinario acto, se acercó al Pontífice un sacerdote armado con la intención de atacarle. Detenido a tiempo, se averiguó que se trataba de un antiguo miembro de la fraternidad de San Pio X (fundada por monseñor Lefebvre), que había sido expulsado de la misma por sus ideas extremistas y padecía de graves trastornos mentales. Este último incidente no tuvo mayores consecuencias salvo para el agresor, a quien la justicia portuguesa condenó por el delito de magnicidio.
No consta de otros Papas que muriesen asesinados, pero sí se abrigaron ciertas dudas en su momento acerca de algunos en cuyo fallecimiento concurrieron circunstancias sospechosas, aunque éstas posteriormente se aclararan según el caso. Así por ejemplo: Benedicto VII (974-983), Dámaso II (1048), Anacleto II Pierleoni (1130-1138), Celestino IV (1241), Inocencio V (1276), Adriano V (1276), san Celestino V (1294), Adriano VI (1522-1523), Clemente XIII (1758-1769), Clemente XIV (1769-1774), Pío XI (1922-1939) y Juan Pablo I (1978).
Hago presente, que el señor Rodolfo Vargas Rubio ha escrito otros artículos relacionados que considero de mucho interés, cuyos enlaces señalo a continuación.
Como se puede apreciar, no fue fácil ser Papa en algunos períodos agitados de la historia europea. Debe ser por eso que ahora empezarán a elegirlos en otras latitudes.