lunes, 19 de diciembre de 2011

PORTENTOS, OSTENTOS, MONSTRUOS, PRODIGIOS Y MARAVILLAS.

"Me has preguntado sobre las tierras incógnitas del mundo y sobre la credibilidad que debe concederse al gran número de monstruos que se dice que viven en las regiones desconocidas de la tierra, en los desiertos, en las islas de los océanos y en los escondrijos de las montañas más lejanas." (Prólogo del "Liber monstrorum" anónimo del siglo VIII)

¿Quién no ha soñado alguna vez con un mundo ideal, donde halla paz y hermandad. Dónde todos sean solidarios y la envidia, el engaño, el sufrimiento y el dolor no existan?
No hay poetas ni grandes líderes que no hallan dejado frases célebres sobre el pacifismo. Todos los credos abundan en la prédica del amor. Y las corrientes políticas sin excepción privilegian en sus doctrinas la búsqueda de la igualdad social.

Sin embargo, la tierra se encuentra manchada de sangre por las luchas fraticidas entre pueblos hermanos. Los conflictos religiosos suman cientos de miles de millones de víctimas a lo largo de la historia de la humanidad. Y la paz, esa químera tan ansiada, no cesa de estar amenazada constantemente.
El hombre lucha por el dominio de territorios, por diferencias raciales, por imponer sus dioses; y la batalla por sobrevivir está presente en las calles y barriadas de cada país, por dinero, por celos, por hambre, por sexo, por la ambición y por el odio, producto de la ofuscación baladí, la desesperación, la falta de recursos y educación, que desemboca en la amargura de no ser ni tener lo que el otro posee en abundancia.
De ahí, que resulte legítima la reflexión, de que ha sido mayoritariamente responsabilidad de los credos religiosos, de su intolerancia y fanatismo, de la gran influencia que algunos de ellos han alcanzado en la conducción política de muchos pueblos, de su soberbia e impiedad para combatir a sus enemigos religiosos, la causa de los mayores males que han afectado a la raza humana.
La guerra, el odio de clases, la discriminación, la pobreza cultural y moral, la superstición y la ignorancia son consecuencias fácilmente atribuibles a las religiones guerreras que por siglos trataron de propagar su ideologia y conquistar para su Dios y su casta todo el planeta. Esa búsqueda torpe y falsa de querer aunar en una sola mano el poder terrenal y espiritual.
Las Cruzadas, la Inquisición, la caza de brujas, las invasiones, conquistas y colonizaciones del viejo y el nuevo mundo, el conflicto palestino israelí, el 11 de septiembre y el ataque a las Torrres Gemelas, la desaparición de las culturas antiguas y el exterminio criminal de las etnias aborígenes, tienen claramente raíces religiosas.
También las decapitaciones, azotes y lapidamientos de mujeres por mostrar un trozo de piel o infidelidad. Barbaries como la castración, infibulación y circuncisión, corte de lengua y todo tipo de linchamientos de blasfemos. La persecución de los judíos a través de los tiempos por la imputación de ser los asesinos de Cristo. Las masacres y persecución a los musulmanes, de serbios y croatas. Las guerras entre católicos y protestantes en Alemania, Inglaterra, Irlanda del Norte y otros países.
¿Qué tiene de extraño entonces, pensar que un mundo sin religiones sería muy distinto? Quizás más seguro, mayormente integrado a valores superiores, exento de xenofobias y mucho más avanzado técnida, moral y científicamente, sin esas lagunas sangrientas de los conflictos bélicos, terroristas suicidas, maffias del armamentismo, ni la búsqueda de mayor espiritualidad mediante sustancias y elixires mágicos como las drogas, cercanías con seres fantasiosos y elitistas de órbitas extraterrestres o celestiales, meditación trascendental, oraciones y rezos inicuos, adoración de imágenes y creencias en dioses que nunca jamás ningún ser humano ha visto, olido ni fotografiado.
La ciencia genética ya ha probado que estamos en cierta medida programados por los genes que nos transmiten nuestros padres y que hay genes que determinan desde el color de los ojos hasta la tendencia a la infidelidad. También la predisposición a las creencias religiosas puede depender de los genes.
El Genetista molecular estadounidense, Dean Hamer, Director de la Unidad de Regulación de la estructura Genética en el Instituto Nacional, ha llegado a la conclusión, después de comparar más de 2.000 muestras de ADN, que la capacidad de una persona para creer en Dios está relacionada con la química cerebral.
A la pregunta ¿Por qué la espiritualidad es una fuerza tan poderosa y universal? ¿Por qué tanta gente cree en cosas que no puede ver, oler, saborear, oír o tocar? Hamer sostiene que la respuesta está en nuestros genes y que la espiritualidad es una de nuestras herencias básicas, un instinto que nos proporciona un sentido de la vida y valor para superar dificultades y pérdidas. Su conclusión es que la tendencia hacia lo espiritual es parte de la configuración genética.
Además, también incrementa nuestras probabilidades de supervivencia reproductiva porque ayuda a reducir el estrés, previene enfermedades y aumenta la esperanza de vida. Este gen, VMAT2, es llamado también el gen de Dios.
El profesor emérito de la Universidad de Cambridge, Robert Rowthorn, se ha planteado otra interrogante: ¿Cómo puede influir el alto nivel de fertilidad entre las personas religiosas en la evolución genética de la humanidad y, por consiguiente, en su composición biológica ?
El término "gen religioso" usado por Rowthorn comprende una combinación de factores genéticos que marcan la predisposición de las personas a ser fieles de alguna religión. Este gen va acompañado también por características personales como el conservadurismo y un espíritu tradicional, tendente a la obediencia.
El científico ha desarrollado una teoría que demuestra que los genes responsables de la inclinación a la religión provienen de las culturas religiosas con alto índice de natalidad. Aunque algunas personas nacidas de padres religiosos renuncian a la fe y se hacen ateos, los genes de la religiosidad que llevan seguirán extendiéndose por la sociedad.
Según la Encuesta Mundial de Valores realizada en 82 países, los adultos que asisten a servicios religiosos más de una vez por semana tienen un promedio de 2,5 hijos, los que asisten una vez al mes un promedio de 2,01 hijos, y los que no asisten un promedio de 1,67 hijos. Los grupos religiosos más ortodoxos tienen hasta cuatro veces más hijos que la media de la población no religiosa.
Robert Rowthorn, defiende la hipótesis que este gen religioso, causaría en un futuro inmediato un importante crecimiento de la población religiosa. Un dato: en los últimos 20 años, la población Amish en los EE.UU. se ha duplicado, pasando de 123.000 en 1991 a 249.000 en 2010. El enorme crecimiento se debe casi en su totalidad a la influencia de la alta fecundidad, que es alrededor de 6 hijos por mujer. A este ritmo, la población Amish llegará a 7.000.000 en 2100 y 44 millones en 2150.
La predisposición a la fertilidad tiene un origen cultural o educacional, pero la predisposición a la religiosidad puede tener un componente genético, según Rowthorn, cuantos más papás y mamás con gen religioso, más probabilidades de que se extienda el gen.
De todas maneras, si los portadores de dicho gen tienen hijos con otros no creyentes, el gen puede pasar al ADN de sus descendientes igualmente. Por eso el científico concluye que incluso si desaparecieran por completo los fieles de confesiones religiosas, la mayor parte de la población tendría el "gen religioso".
Esto nos lleva al tema de las creencias religiosas y supersticiones, que han caracterizado a las sociedades desde ignotos tiempos, con altibajos que tienen que ver con la preeminencia de un mundo donde la autoridad religiosa o chamánica tiene mayor preponderancia.
Las religiones pues, no vienen a ser otra cosa que otra supertición, más elaborada y extendida y sus fieles, sujetos  predispuestos a creer en cualquier cosa, sin importarles mayormente que sea disparatada, imposible de probar o francamente ridícula.

El imaginario tardomedieval y renacentista estuvo repleto de criaturas monstruosas que prosperaban en los espacios periféricos de las obra de arte, en las leyendas, y en las religiones. En la última etapa de la Edad Media su presencia era profusa y constante, aunque casi siempre era el estamento eclesial, la curia, la que encargaba los trabajos, pinturas, tallados o esculturas en los que se prodigaban estas extrañas criaturas. Estas estaban en las iglesias, en los iconos y escenas bíblicas, en los mapas del mundo antiguo, en la explicación del inicio de la humanidad, como cómplices de las fuerzas del mal. Los artistas que las elaboraban ponían en ellas los aspectos más mundanos, lúdicos e imaginativos de su arte. Debían, sin embargo, relegarlas a los espacios secundarios de la obra.
De esta ubicación marginal procede la denominación genérica "marginalia"' con la que se les nombra habitualmente. Por eso los encontramos en los márgenes de los manuscritos ilustrados; en los relieves arquitectónicos de los pórticos y columnas de las iglesias; en los vitreaux; en las sillerías de los coros; en las cornisas de los tejados, en las remotas tierras y océanos descritos en los mapas, y en general, en todos los espacios secundarios del arte en los que el ingenio y la imaginación hacían convivir razas humanas de extraña morfología con animales reales o fabulosos, criaturas híbridas, seres mitológicos y bestias de asombrosa naturaleza.
Aún hoy, conservadas a través de los siglos, es usual encontrar en las grandes catedrales y templos europeos, y por imitación en muchos templos de capitales sudamericanas, estas representaciones en tallados de madera, incrustaciones en piedras y cornisas, siendo las más vistosos y conocidas
las gárgolas y quimeras.

Es común encontrar en las Biblias Judía y Católica especialmente, (ya sabemos que la primera fue adoptada por el cristianismo y que solo después agregaron el llamado Nuevo Testamento) en sus leyendas y mitos de hombres sabios y santos, multitud de seres monstruosos como los dragones alados y la serpiente marina llamada Leviatán, o bien, el ave Fénix, que vivía en el Jardín del Paraíso y anidaba en un rosal. Cuando Adán y Eva fueron expulsados, de la espada del ángel que los desterró surgió una chispa que prendió el nido del Fénix, haciendo que ardieran éste y su inquilino.
Por ser la única bestia que se había negado a probar la fruta del Paraíso, se le concedieron varios dones, siendo el más destacado la inmortalidad a través de la capacidad de renacer de sus cenizas, ave de la mitología cristiana mencionada como existente por varios ilustrados pensadores antiguos como Pablo de Tarso, Epifanio de Salamina y San Ambrosio, criaturas que por supuesto no existen y que solo fueron fruto de la imaginación de quienes crearon los manuscritos bíblicos. Sin embargo, para los fanáticos creyentes, porfiados irreductibles, por el solo hecho de considerarse la Biblia "palabra de Dios", estos seres si existieron.

La representación de los monstruos y prodigios se sustentaba en una amplísima tradición oral y escrita que había cruzado toda la antigüedad y la alta Edad Media sin perder ni un ápice de su vigor. Salieron de antiguas leyendas de los pueblos mesopotámicos, índicos, egipcios y hebreos y de sus respectivas mitologías y religiones; desde allí, se instalaron en el acervo cultural de occidente. Autores clásicos griegos y romanos indagaron en su naturaleza y los situaron en un espacio propio y les esbozaron un paisaje. La tradición cristiana los elevó al rango de criaturas de Dios y les confirió un significado alegórico que permitiera extraer enseñanzas morales. La Baja Edad Media desarrolló en torno a ellos una abundante literatura de aventuras. Al fin, las crónicas y los relatos de viajeros los consagraron y el descubrimiento y exploración de nuevas tierras los condujo al fin del mundo.

A medida que se ampliaban los límites de la tierra conocida y se constataba que allí no vivían estas criaturas, estos monstruos y razas de seres extraordinarios fueron relegados a los siguientes espacios periféricos no explorados. Sucesivamente pasaron a ocupar La India, América, Australia, la Antártida, el centro de la tierra o, modernamente, el espacio sideral. Porque la fantasía humana ha cambiado poco y en cualquier mundo en el que el hombre imagine que puede poner el pie, pone también un monstruo y también un Dios.
No hay duda alguna que durante los varios siglos que duró la etapa del Medioevo, donde el catolicismo regía practicamente los destinos de todos los reinos de la tierra conocidos, y donde se aplicaron reglas durísimas que debían ser obligadamente incorporadas a las normas morales de los habitantes y legalmente sumadas a las leyes en boga, bajo la estricta vigilancia de la Santa Inquisición, hubo una pausa histórica, más bien un detente doloroso de la actividad humana normal; una paralización de la libertad individual y confesional y por ende todo debió funcionar bajo un control central cuyas directrices nacían en el papado, ente monárquico semi divino, conformado por sujetos de dudosa capacidad mental y moral para tales tareas, donde primaban ideas dogmáticas y por sobre todo, de un fanatismo exacerbado que veía en cada acción humana la presencia del demonio incitando al pecado para desplazar a Dios y a sus fieles servidores, la iglesia reinante.

Este estado de cosas disparó el terror en la poblacion oprimida y desencadenó la urgencia por ser gratos a la autoridad eclesiástica para conservar la vida. Todo giraba en torno a la salvación del alma y al estricto cumplimiento de los Mandamientos de Dios y a las citas bíblicas. Cualquiera que se apartase un centímetro de estas materias debía ser denunciado y era inmediatamente juzgado por la Inquisición. La gente debió olvidarse de pensar, crear, construir o inventar pues todo era pecado o herejía y no había familia que no tuviese víctimas que habían parado en la hoguera, la horca o las más horribles torturas aplicadas por los expertos y celosos interrogadores.
Esto implicó que la gente debía aceptar sin restricciones ni suspicacias la palabra y las reglas de los monjes, que estaban presentes en cada acto de la sociedad, vigilando, controlando y encuestando a sus habitantes.
Por tanto se creó el espacio oportuno para hacer creíble todas las enseñanzas de estos mentores. El mundo era plano y terminaba abruptamente. Los mares eran peligrosos porque en las zonas extremas del planeta había un abismo insondable donde los barcos se precipitaban hacia zonas desconocidas de dominio del demonio. Muchos de estos lugares, estaban plagados de criaturas monstruosas, seres infernales que destruían las embarcaciones y devoraban a sus tripulantes. El centro del universo era por designio de Dios la tierra. Alrededor suyo giraban los planetas, el sol y la luna y Dios vivía en la cúpula celeste, lugar donde tenía su reino acuático, desde donde vigilaba su creación. Las brujas eran ayudantes del demonio, quien las usaba para orgías sexuales y los hombres para su dicha, tenían asignado por Dios un ángel guardian. El Paraíso terrenal estaba cerca de India.

El erudito eclesiástico, Santo y Doctor de la Iglesia Isidoro de Sevilla, planteaba en sus Etimologías que cinco eran las palabras con las que se nombraban las cosas asombrosas: Portentos, ostentos, monstruos, prodigios y maravillas. Así se refiere a los seres prodigiosos que habitan la periferia del mundo, la llamada "Terra incógnita".
Según Isidoro "Se conocen con el nombre de portentos, ostentos, monstruos y prodigios, porque anuncian, manifiestan, muestran y predicen algo futuro". Portentos deriva de portendere, que significa anunciar de antemano; ostentos procede de ostendere, que significa manifestarse o manifestar algo que va a ocurrir; monstruos se origina en mostrare, porque designa a algo que se muestra (se manifiesta), y prodigios deriva de praedicere, que significa predecir. "Y éste es su significado propio que se ha visto, no obstante, corrompido por el abuso que de estas palabras han hecho los escritores." (Isidoro de Sevilla, libro XI de Las Etimologías.)

La quinta palabra asombrosa, Maravilla, deriva del verbo mirari que en latín significa admirar, mirar con admiración, asombrarse. De su plural neutro, mirabili, deriva la palabra "mirabilia", generadora tanto de maravilla como de admirable. Con el término mirabilia los hombres de la Edad Media nombraron al conjunto de cosas admirables con las que cada día Dios, por medio de la naturaleza -que lo hace nacer todo, de ahí su nombre-, les sorprendía y asombraba. Para el hombre del Medioevo lo maravilloso no era una categoría mental cargada de interés alegórico; en el mundo de los mirabilia lo importante era el fenómeno, no a su significado, pues las maravillas eran realidades físicas, un universo de objetos con existencia real y material a los que se podía acceder y conocer, pero que no estaban al alcance de la mano.
Debemos a Plinio el Viejo (siglo I) la exitosa incorporación de las maravillas de oriente al imaginario cultural de occidente. En diferentes capítulos de los libros V al VII de su "Historia Natural", que fue durante siglos la principal fuente de información sobre la naturaleza y sus prodigios, describió el repertorio de razas monstruosas, frecuentemente denominadas "razas plinianas", que ya desde entonces poblaron una extensa franja de geografía imaginaria localizada en la periferia del mundo.
Cuenta Plinio que en el helado norte se encuentra (parte en Asia y parte en Europa) la fría e inhóspita región de Escitia. En aquella parte del mundo abundan los pueblos extraordinarios, algunos de ellos, monstruosos. De éstos, el más conocido es el de los arismaspos que, como los cíclopes, son monóculos, "caracterizados por tener un solo ojo en medio de la frente y que están continuamente en guerra por las minas con los grifos". Éstos, los grifos, son fieras aladas, que extraen oro de las entrañas de la tierra, siendo tan admirable su empeño en custodiarlo como el de los arimaspos en arrebatárselo.
También viven en Escitia unos hombres salvajes con las plantas de los pies vueltas hacia detrás de las piernas, que corren a extraordinaria velocidad y vagan de un lado a otro en compañía de fieras. Hay también mujeres con dos pupilas, a las que llaman bicias cuya mirada causa maleficio. Otros tienen las pupilas blancas y son canos desde la infancia. Y es muy maravilloso el pueblo de los andróginos (que también ubica en África) "con características de ambos sexos, que copulan entre sí tomando alternativamente una u otra naturaleza".
La India y la región de los etíopes son especialmente abundantes en prodigios. En la India nacen los seres más grandes. Allí muchos hombres superan los cinco codos de altura, no esputan y no les afecta ningún dolor de cabeza, dientes u ojos. También hay unos hombres con las plantas de los pies vueltas hacia atrás y con ocho dedos en cada pie. En las montañas vive una raza de hombres con cabeza de perro que emiten ladridos en lugar de voz. Uno de los pueblos monstruosos más sorprendentes son los monocolos, que son hombres con una sola pierna y de extraordinaria agilidad para el salto, que también se llaman esciápodas, porque en los mayores calores permanecen tumbados boca arriba en el suelo protegiéndose con la sombra de su único y gran pie.
No lejos de ellos viven los trogloditas y un poco más allá, "hacia occidente, hay unos sin cabeza que tienen los ojos en los hombros". Con estas mismas características habla de otro pueblo que habita los desiertos africanos y que es conocido con el nombre de blemias. Hay pueblos muy salvajes que no tienen voz y sólo gritan y tienen el cuerpo cubierto de pelos, los ojos glaucos y dientes de perro. Y hay uno cuyas gentes, que se llaman esciratas, en lugar de nariz sólo tienen agujeros. Otro, los ástomos, carecen de boca y se alimentan de olores y si el olor es demasiado fuerte o apestoso, mueren. Más allá de todos ellos, por la parte más lejana de las montañas, están los pigmeos o trispítamos, que significa "tres palmos", y se llaman así porque no sobrepasan los tres palmos de altura. De ellos habló ya Homero y dijo que los atacan las grullas. También explicó Plinio que "en primavera, sentados a lomos de carneros y cabras, armados con flechas, descienden en tropel hasta el mar y destruyen los huevos y polluelos de esas aves; la expedición se lleva a cabo en tres meses, de otro modo no resistirían las siguientes bandadas; sus chozas se construyen de barro, plumas y cáscaras de huevo.

Tales criaturas prodigiosas tenían existencia real para la Iglesia Católica e incluso fueron catalogadas por San Isidoro de Sevilla, en sus famosas Etimologías, que según se dice han sido los libros de la antiguedad más copiados después de la Biblia, donde en el Libro XI, Capítulo 3, este gran sabio y figura patriarcal del catolicismo, ponderado como uno de los hombres más erudito de su época, se refiere con gran detalle a estos habitantes de la periferia del mundo, que vivían según sus noticias en la "Terra incógnita", y a quienes denomina como seres prodigiosos.
Explica allí este Santo: "Del mismo modo que en cada pueblo aparecen algunos hombres monstruosos, así también dentro del conjunto del género humano existen algunos pueblos de seres monstruosos."

Los Cynocéfalos deben su nombre a tener cabeza de perro; nacen en la India. También la India engendra Cíclopes que ostentan un ojo en medio de la frente. Se los designa también con el nombre de Agriophagitai porque sólo se alimentan con carne de fieras. Se cree que en Libia nacen los Blemmyas, que presentan un tronco sin cabeza y que tienen en el pecho la boca y los ojos. Hay otros que, privados de cerviz, tienen los ojos en los hombros.
Se ha escrito que en las lejanas tierras de Oriente hay razas cuyos rostros son monstruosos: unas no tienen nariz, presentando la superficie de la cara totalmente plana y sin rasgos; otras ostentan el labio inferior prominente, tanto que cuando duermen, se cubren con él todo el rostro para preservarse de los ardores del sol; otras tienen la boca tan pequeña, que solamente pueden ingerir la comida sirviéndose del estrecho agujero de una caña de avena. Dicen que hay algunas que no poseen lengua y utilizan para comunicarse únicamente señas o gestos.

Cuentan que en la Escitia viven los Panotios, con orejas tan grandes que les cubren todo el cuerpo. (...) En Etiopía viven los Artabatitas, que caminan, como los animales, inclinados hacia el suelo; ninguno supera los cuarenta años. Los Sátiros son hombrecillos de nariz ganchuda, cuernos en la frente y patas semejantes a las de las cabras. (...) Hay quienes hablan de unos hombres que viven en los bosques, y que algunos llaman faunos higueros.
Dicen que en Etiopía existe el pueblo de los Esciopodas, dotados de extraordinarias piernas y de velocidad extrema. Los griegos los denominan Skiópodai porque durante el verano, tumbados de espaldas sobre la tierra, se dan sombra con la enorme magnitud de sus pies.


En Libia habitan los Antípodas, que tienen las plantas de los pies vueltas tras los talones y, en ellas ocho dedos. Los Hipopodas viven en la Escitia, poseen figura humana y patas de caballo.
Se cuenta que en la India existe un pueblo a quien llaman Mkróbioi, que miden doce pies. También en aquel país vive otro pueblo cuya estatura es la de un codo, y a quienes los griegos -por medir un codo precisamente- llaman "pigmeos". De ellos hemos hablado ya. Habitan en las montañas de la India que lindan con el océano. Dicen igualmente que en la misma India existe una raza de mujeres que conciben a los cinco años, y cuya vida no pasa de los ocho".
Quizás fue Ctesias de Cnido, médico de Artajerjes que vivió en el siglo V a. de C., el primero que abrió para occidente la puerta de acceso al lejano oriente y especialmente a la India. Él fue quien con su libro "Historia de la India" introdujo en la cultura griega la idea de una geografía oriental fantástica y con ella la historia de los pueblos monstruosos. Ctesias habló de los pigmeos que luchaban contra las grullas; de los esciápodos, que tenían una sola pierna y un enorme pie; de los cinocéfalos, cuyas cabezas eran de perro; de los acéfalos, que al no tener cabeza, tenían el rostro en el pecho y se les conocía también como Blemmias.

Habló también de hombres de orejas enormes con las que podían envolver y abrigar todo el cuerpo; de gigantes; de hombres con cola y de muchos animales fabulosos que siglos más tarde harían fortuna en los bestiarios. De su obra sólo nos han llegado referencias y algunos fragmentos, pero aún así su influencia fue decisiva para cimentar la mentalidad mágica con la que el hombre occidental se enfrentaría en adelante al maravilloso mundo de oriente. Las expediciones de Alejandro Magno contribuyeron a afianzar la leyenda. Megástenes, en el siglo III a. de C. fue embajador alejandrino en la corte del rey indio Chandragupta y compuso una obra llamada Indica, sobre aspectos geográficos e históricos del extremo oriental del mundo.

Fue cuidadoso y fiable en sus descripciones geográficas, pero cuando se refiere a la etnografía de las zonas remotas, rebosa fantasía. Él sí se dejó llevar por la magia de la imaginación en lo referente a los pueblos monstruosos y a la nómina iniciada por Ctesias, añadió hombres sin nariz, otros sin bocas, otros extremadamente peludos que caminaban reptando, pueblos con un solo ojo, con orejas de perro, con los pies al revés y otras maravillas más.
Cuando los monstruos antiguos se abrieron paso desde la antigüedad a la Edad Media, surgió una gran brecha en la Iglesia, estos monstruos ¿eran bestias o eran hombres? La controversia entre sus pensadores más afamados duró hasta que San Agustín (Aurelius Augustinus) opinó. Este hombre cuya madre era la Santa Católica conocida como Santa Mónica, se convirtió al catolicismo tardíamente, habiendo pasando de una a otra religión y varias escuelas filosóficas sin encontrar la verdad. Antes fue racionalista y escéptico. Escuchando al Obispo Ambrosio, otro de los cuatro grandes doctores de la Iglesia como él mismo lo fue después, renunció al maniqueísmo y abrazó la doctrina católica, siendo bautizado a los 33 años de edad, cobrando prontamente gran popularidad por su inteligencia, obras y oratoria, siendo en esa época una voz muy autorizada de la Inquisición. Agustín y su madre eran nativos del norte de África y sus familias no eran romanas sino bereber y él es el santo más grande de la Iglesia bereber de Argelia.
Agustín hace una defensa de estas razas prodigiosas y de la potestad de Dios en lo que se considera una de sus obras maestras, "La Ciudad de Dios", que sirvió a la Iglesia para justificar y avalar estas creencias nacidas de supersticiones y leyendas dice: ¿Quién sería lo bastante loco para pensar que el Creador se ha equivocado, cuando ignora por qué razón ha hecho eso?
Dios es el creador de todas las cosas, que sabe lo que hace falta crear o aquello en lo que ha faltado, dónde y cuánto, que tiene el sentido de la belleza del universo y que sabe disponer las varias partes de sus relaciones de semejanza o de diferencia.
"¿Por qué Dios no habría querido crear de la misma manera ciertas gentes? ¿por miedo de que creyésemos al ver nacer un monstruo entre nosotros, que la sabiduría que ha dado forma a la naturaleza humana ha errado en su obra?.
Tampoco debe parecernos absurdo que haya en la humanidad razas de monstruos, como hay en cada una monstruos humanos".
En su Libro, de algún modo estableció algunas diferencias distinguiendo dos categorías: Los que al igual que el hombre son criaturas rationalia mortalia; y los que son magis bestias quam homines, por ejemplo los cinecéfalos, hombres por su cuerpo y perros por su cabeza, argumentando que estos últimos, tienen la diferencia con el resto, que tienen como único lenguaje un latratus, un ladrido...
Es interesante acotar que este mito de los hombres con cabeza de perro comprendió casi todo Oriente, Europa, África septentrional y las zonas entorno al báltico, al Cáucaso y las tierras comprendidas entre el Mar Caspio y el Mar de Aral y cuya data es de origen muy remoto.
Upuaut, el dios funerario egipcio fue representado en forma de perro o chacal negro con la cabeza blanca. Los griegos lo interpretaron como un lobo, de donde procede el nombre de Licópolis, su ciudad.
Anubis, representado con cuerpo humano y cabeza de perro dentro de las creencias egipcias, era el "Señor de la Necrópolis", la ciudad de los muertos, que situaban siempre en la ribera occidental del río Nilo. Era el encargado de guiar al espíritu de los muertos al "otro mundo". El registro más antiguo de este dios esta en los textos del Viejo Reino, en el Libro de las Pirámides, donde el dios chacal atiende el entierro del Faraón. Durante este período Anubis dejó de ser la entidad más importante de la muerte y fue reemplazado por Osiris en el tiempo del Reino Medio.
También Hapi, uno de los cuatro hijos de Horus, que acompañaban a las almas de los muertos al juicio, era cinocéfalo.
Según la tradición, San Cristóbal, mártir del siglo tercero muy popular en la Edad Media, habría sido un cinocéfalo miembro de una de las tribus cinocéfalas asiáticas que habitaban las tierras de los escitas.
Una leyenda común en el siglo XIII, daban por hecho que Atila, el rey de los hunos, era cinocéfalo.
Hesíodo (s. VIII a C.), en un fragmento de las Eeas, habla de las tierras de los Masagetas y de los orgullosos Hemikanes, mitad hombres y mitad perros. En la Edad Media, la tribu de los Hundigar en Croacia, eran conocidos salvajes que escondían sus rostros con capuchas que tenía la apariencia similar a la de un perro. Así se fueron creando mitos de los brutales Cinocéfalos, quienes con el tiempo se convirtieron en sinónimo de pagano y enemigo de la cristiandad.
Megástenes el geógrafo describió a los Cinocéfalos en la “Historia de la India”, como cazadores que vendían a los indios el ámbar y purpura que extraían de las plantas a cambio de harina, telas y armas. Estas criaturas eran hábiles con el arco y la jabalina, comían carne, protegían rebaños, bebían leche de cabras y ovejas, dormían en cuevas y vestían pieles curtidas. Anatómicamente los hombres perro tenían cola bajo las nalgas, la cual era muy larga y peluda.
En el siglo XIII, Marco Polo cuenta la existencia de una mítica isla llamada Macumera, ubicada cerca del archipiélago de Andamán en el Golfo de Bengala. Los habitantes de esta isla son humanos con cabeza y dientes de perro; son criaturas crueles y caníbales que comen cuantas personas puedan mientras no sean de su etnia. El teólogo francés Ratramnus del siglo IX escribió una carta “la Epístola de Cynocephalis”, sus palabras cuestionaban si esta etnia tenía los mismos derechos que un humano, citó también al Santo Thomas de Cantimpré, quien afirmaba la existencia de esta raza en “Liber de Monstruosis Hominibus Orientis.
En el siglo XIII, el enciclopedista Vincent de Beauvais describió al Santo patrón Louis IX de Francia como: “un animal con la cabeza de un perro, pero con el resto de miembros de apariencia humana, aunque se comporta como un hombre tranquilo, pero cuando está furioso es cruel y se desquita con la humanidad”.
Los Cinocéfalos aparecen en un viejo poema galés, propio de la fábula Arturiana, donde el Rey y sus caballeros pelean contra estas criaturas en las montañas de Eidyn, Edimburgo. Muchos de los hombres cabeza de perro son liquidados por el guerrero Bedwyr. El poema hace referencia a una pelea contra “Gwrgi Garwlwyd”, nombre que se traduciría como: “Escabroso hombre perro gris”, sin embargo muchos escolares creen que este personaje es un hombre lobo por su descripción.

En la Edad Media, una de las msiones de la Iglesia era expulsar a los moros de España y Portugal. Deshacerse de esos asesinos de Jesucristo. Reconquistar tierra sagrada de manos de los sarracenos. El trabajo sucio, estaba a cargo de los millares de monjes seleccionados especialmente de sus Órdenes monásticas más feroces, entrenados en la tortura física y mental, el brazo ejecutor del papado que solo obedecía sus mandatos, la temida Santa Inquisición.

La tierra era de Dios, no de los reyes que la regían. Dios era quien debía aceptar o rechazar la calidad de regentes. Por tanto, sus legítimos y únicos representantes en la tierra, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la única religión verdadera aceptada por Dios mismo, era la administradora natural de todos los reinos, los que debían ceder, todos ellos, tierras, los mejores condados de entre sus posesiones, con castillos y siervos incluidos, pagar el diezmo de todos sus ingresos y convertir en cada pueblo al clero en la clase dominante, siendo sus Obispos Consejeros reales y los sacerdotes igualados en regalías con los señores de la nobleza feudal.
Así obtuvieron lo que durante siglos se llamaron Los Estados Vaticanos, cada uno de ellos otro reino de la Europa, regidos por un régimen de monarquía absolutista, donde el rey de reyes era el Papa, cuyo derecho divino le permitía regir los destinos terrenales de la humanidad hasta que su vida se extinguiese.
Por ello también, no duraban mucho. Rápidamente, una conspiración asesinaba al Papa de turno, quienes en verdad nunca fueron merecedores de tales cargos, sino sujetos audaces y sin escrúpulos de vida criminosa e inmoral, a veces incluso no clérigos, o niños de corta edad, que apoyados por pactos políticos de la realeza europea, eran fácilmente reemplazados, por lo que se apresuraban, cuando estaban en el cargo, de robar, asesinar a sus enemigos políticos y consolidar su fortuna y la de su familia, sobornando, vendiendo los cargos de Obispos y Cardenales al mejor postor, tal cual hacían con lo Pases y franquicias religiosas a la vida eterna de las absoluciones y perdonazos de crímenes, siendo la más popular de estas dispensas la indulgencia, que era (y sigue siendo) una franquicia o figura, que administrada por el Papa en nombre de Dios, exime de las penas por pecados cometidos en la vida terrenal, que tiene su efecto en el purgatorio.
Es decir, le proporciona al fiel una especie de blanqueo de sus pecados, para que cuando muera, no tenga que pagar tales pecados en el purgatorio, que era el lugar, según la doctrina católica, donde estos pecadores sufrían indecibles quemazones y torturas por siglos y siglos, antes de estar en condiciones de entrar al cielo, o bien, irse derecho a los infiernos.

Pues bien, este instrumento de la indulgencia, fue usado indiscriminadamente en el medioevo especialmente, y los señores de la nobleza y la Corte entregaban con gusto fortunas a la Iglesia, con tal que sus parientes muertos o ellos mismo pudieran librarse de estos sufrimientos eternos y quedar aptos para ir al cielo. Lo mismo hacía todo aquel que tenía heredades o cualquier tipo de bien, que en el momento de su muerte, asistido por supuesto por un monje, legaba graciosamente a la Iglesia, en abono de su rápido paso por el terrible purgatorio de las almas.
Este subterfugio papal, fue utilizado también para contratar soldados y dineros para las campañas de las cruzadas. Durante siglos, estas indulgencias firmadas por el Papa fueron vendidas por los curas en cada pueblo y fueron objeto de abuso y de tráfico a través de toda la cristiandad, constituyendo el detonante de la reforma protestante, que enfrentó a Lutero con la jerarquía papal, produciendo su mayor cisma.

A pesar que este escándolo sacudió al mundo entero, la Iglesia fue renuente a desprenderse de esta abusiva regla que tanta fortuna le rindió en todas las épocas y por lo tanto aún sigue vigente, un tanto modificado en su descripción con melosas palabras, pero aún conteniendo el disparate que un Papa o un Cardenal, tienen el poder mágico de eximir ante Dios las penas que ameritan los pecadores; es decir, los Papas hacen el trabajo de Dios, otorgando una especie de cheque en blanco para que los fieles vayan al cielo. En la actualidad el Derecho Canónico define la indulgencia como: "La remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos". (Código de Derecho Canónico de 1983, Libro I, Título IV, Capítulo IV, Canon 992). (Cuando uno se entera de estas cosas, no puede sino preguntarse cómo puede existir aún gente que acepte estas patrañas.)

La gente debe hacer peregrinaciones, pagar mandas y concurrir a los lugares sagrados. Los caminos y rutas conducían a Santiago de Compostela, Roma y Tierra Santa y estaban plagados de servicios por los que estos caminantes debían pagar, sea reposar, comer o dejar en custodia sus bestias y valores. Estos servicios por supuesto eran administrados por las Órdenes religiosas.

Los caminos de la tierra conducían al cielo y era necesario recorrrerlos aunque fuese una vez al año. Todos eran viajeros de Dios, religiosos, cruzados, peregrinos y soldados, justificados por la fe. Además las nuevas tierras estaban llenas de maravillas, criaturas celestes guardaban los caminos. Cada cual tendría un Angel de la Guarda. Los santos vigilaban a sus feligreses y la Corte celestial estaba atenta a que todos cumplieran sus obligaciones con Dios, única forma de alcanzar el cielo. En cada parada había adoctrinamiento y consejo de cómo llegar a ser un buen cristiano y conocer la palabra del Hacedor y su divino Hijo en el Sagrado Libro.

La literatura de la época como el texto Roman de Alexandre, donde se narraba las conquistas de tierras desconocidas como La India por Alejandro Magno, y su contacto y aventuras con bestias extrañas y razas humanas deformes, algunas de ellas feroces, hacían furor y eran lectura obligada para estos viajeros.
No había peregrino que a la altura de 1164 desconociera la famosa carta que Preste Juan, supuesto rey-sacerdote de un imperio cristiano situado más allá de los misteriosos dominios del Islam, (que nunca nadie conoció) dirigió al Emperador Bizancio, al Papa y al Emperador Federico Barbarroja. Allí este Obispo daba detalles y descripciones de estas tierras repletas de riquezas, exóticos animales y exhuberante floresta habitada por razas prodigiosas, seres míticos y mujeres hermosas, que semejaban el paraíso terrenal, invitaba a conocer tales tierras y ofrecía su apoyo al Poder papal.
El cronista alemán Otto de Freising, comenta al respecto en su “Chronica sive Historia de Duabus Civitatibus” (Crónica o historia de la dos ciudades) de 1145, que el año anterior se ha reunido con un tal Hugo, obispo de Jabala en Siria, en la Corte del Papa Eugenio II en Viterbo. Este Hugo había sido enviado por el príncipe Raimundo de Antioquía en busca de apoyo de Occidente en su lucha contra los sarracenos tras la caída de Edesa. Se dice que el consejo de este Hugo incitó a Papa Eugenio a llamar a la Segunda Cruzada.

Hugo también explicó a Otto en presencia del Papa, que Preste Juan, un cristiano nestoriano que era a la vez presbítero y rey de un territorio más allá de Armenia y Persia, había recuperado la ciudad de Ecbatana de manos de los reyes persas en una gran batalla no hacía demasiados años. Tras esta primera victoria Preste Juan, decidido a recuperar Tierra Santa, había puesto rumbo hacia Jerusalén, aunque finalmente las aguas del Tigris le habían obligado a desistir y volver a su reino. Preste Juan era un rey rico, como muestra de ello, la gran esmeralda de su cetro, y santo, descendiente de uno de los Reyes Magos.
Lo cierto es, que esta leyenda al igual que las criaturas asombrosas, tuvo a Preste Juan como soberano de muchos lugares, India, Persia, Etiopia, Africa, Portugal y varias más; espacios marginales y desconocidos que el paso del tiempo hacía crecer en vez de disminuir su popularidad. Tanto era su nombradía y prestigio que el Papa Alejandro III le envió una carta con Felipe, su médico personal y emisario, donde se dirige a él como "carissimo in Christo filio Johanni", que por supuesto nunca tuvo respuesta. En algún momento se dijo que era el padre adoptivo de Gengis Khan, el Jefe Mongol Togrul.
La exploración de la costa africana por parte de los portugueses se ve influida por esta leyenda, considerándolo un posible aliado y colaborador. Los portugueses, allá donde van, esperan una y otra vez encontrar a Preste Juan. Vasco de Gama incluso llevaba cartas de presentación para él. Así no es de extrañar que cuando los portugueses establecen relaciones diplomáticas con el emperador etíope en 1520, se refieran a él como Preste Juan, pese a que los etíopes jamás lo habían oído nombrar.

La aventura podía hacerse tanto por mar como por tierra y quienes no tenían dinero podían encontrar trabajo en las escalas del camino para pagar su sustento. Muy populares eran las crónicas de viajes narradas en verso y prosa acompañadas de coloridas imágenes, con todo tipo de historias, las más de las veces imaginadas.
La Iglesia urgía a la sociedad como primera prioridad humana, buscar el camino de la salvación eterna y para ello era imprescindible recorrer los lugares sagrados donde todo comenzó; orar a Dios en el lugar donde fue lapidado y ceucificado, concurrir a los sitios donde los santos habían sido protagonistas de grandes milagros, besar las reliquias de los Padres de la Iglesia. Allí estaba la respuesta.
Por tanto una de las características de la sociedad medieval fue peregrinar, viajar, trasladarse hacia espacios desconocidos y aprender a sobrevivir y a gozarse de ellos, maravillarse de los hechos insólitos de la creación y comprender la gran obra de Dios. Sufrir en carne propia el oprobio, la pobreza, el hambre y la sed.
Por eso los estudiosos dicen que el hombre de la Edad Media era viator, un ser itinerante y viajero y que la mitología judeo cristiana lo empujaba a buscar el Paraíso Perdido, ofeciéndole la recompensa de la eternidad en el único sitio posible donde ésta puede encontrarse, ese lugar selecto de las almas puras, que conviven con los espíritus celestes, los escogidos de Dios. Por tanto esta aventura de la peregrinación, tal cual la conciben todas las religiones y mitologías primitivas es la búsqueda de ese espacio único del tiempo cíclico, que el humano debe aprovechar si realmente desea ser salvo.
La Biblia indica que cerca de la India está situado el Paraíso Terrenal con sus cuatro ríos repletos de leche y miel. Allí hay hombres que para sobrevivir combaten a diario con las grullas y otros deben hacerlo con animales fabulosos como los grifos. Junto al Ganges hay pueblos que solo se alimentan con el aroma de ciertos frutos en montañas de alturas inmedibles que rozan el éter. En ese espacio inexplorado las noticias indican que hay razas felices pero que al llegar a cierta edad se lanzan al fuego para alcanzar pronto el otro mundo. En los ríos está el enidro, que vive enterrado en el barro y cuando encuentra un cocodrilo dormido se introduce en su boca y le devora las entrañas y el basilisco, serpiente con alas y cabeza de pájaro que mata con la mirada. Es la tierra de la Fuente de la Juventud donde hay árboles siempre verdes que dan todo el año frutos exquisitos cuyo aroma perfuma las noches. Algunos como la triaca, tienen la propiedad de curar todas las enfermedades. Están también el árbol del sol y el árbol luna que son parlantes y entregan oráculos a quienes los interpelan. Es la tierra de la célebre Mesa del Sol o de la Abundancia, en que los manjares más placenteros del mundo no cesan de renovarse milagrosamente.
Y qué decir de la fauna, donde coexisten libremente el Ave Fénix y el Unicornio junto a otras bestias compuestas de partes de diferentes animales incluido el hombre.

De hecho, uno de los libros más difundidos en esta época fue el Libro de las Maravillas del Mundo (1356) escrito por Juan de Mandavila (o Mandeville), un personaje inglés ficticio, de una obra titulada "Viajes de Juan de Mandeville", quién relataba sus aventuras por el mundo al estilo de otra famosa obra que le precedió, Divisement dou Monde,El Milione, de Marco Polo, comerciante veneciano que emprende ruta hacia China en 1271, libro apodado "El Millón" precisamente por los numerosos números que ostenta.

Pero hubo muchos otros autores, casi todos eclesiásticos, misioneros y Obispos Católicos, como Jourdain de Séverac, Obispo de Colombo, misionero que parte a Oriente hacia 1320 y su libro Mirabilia; Historia Hierosolomitana de Jacques de Vitry; El Mundo de las Maravillas de Odorico
Cathale; La Flor de Historias de Oriente del príncipe armenio Hayton, que luego se hizo monje; Tractatus de Statu Sarracenorum de Guillaume de Trípoli (sobre las Cruzadas y Tierra Santa). Secreto Fidelirun Crucis de Marinus Sanutus; La gesta Francorum qui Ceperunt Jerusalm, de Robert de Clari y Geoffrey de Ville Hardouin; Itinerario a la tierra de los Mongoles, de Guillermo de Rubruck.
Estas eran quizás las más populares y de facil acceso al grueso público, que daban cuenta de aventuras inverosímiles, pero muy acordes al pensamiento mágico y supersticioso que dominaba todos los ámbitos, plagados de citas de fuentes sobrenaturales como la Fuente de la Eterna Juventud y aquella otra que cumplía todos los deseos; montañas parlantes, ogros y cíclopes que acechaban al extranjero y luchas de cristianos contra seres monstruosos donde la fe y la ayuda de Dios los hacía incólumes a cualquier peligro o tentación, quizás los precursores de lo que conocemos como literatura de aventura y ciencia ficción, pero que por estar muchas de ellas avaladas por la iglesia o estar mencionadas en La Biblia, eran para todos hechos reales y por lo tanto indesmentibles.

Esta desaparición de la visión científica precedente aportada por la cultura clásica, cuyas obras fueron a parar a las bodegas de los monasterios donde se amontonaban sino eran quemadas, dio lugar a un cambio radical en las formas de vida y pensamiento, iniciándose un proceso de revisión de los valores en boga y posterior censura que afectaba todos los parámetros de la vida ordinaria de la población, despreciándose las ideas progresistas y dándose cabida y alentándose doctrinas conservadoras y reglas de piedad religiosa y en especial normas morales trasuntadas de los Mandamientos de la Ley de Dios especificadas en la Biblia.

Como ejemplo citaremos que Parménides (514-450 a. de C.) ya describía la esfericidad de la tierra, eso si situándola en el centro de universo. Luego, Aristóteles ratificó tal aserto explicando: "En cuanto a su forma, la Tierra es necesariamente esférica (...) De un lado, es evidente que si las partículas que la constituyen proceden de todas partes dirigiéndose hacia un mismo punto, el centro, la masa resultante debe ser necesariamente regular, pues si se añade una misma cantidad por todo el entorno, la superficie del cuerpo exterior obtenido forzosamente equidistará del centro. Tal figura es la esfera".

Más aún, calculó la longitud de la circunferencia del planeta en 400.000 estadios, unos 72.000 kilómetros. Poco tiempo después, Dicearco de Mesina (350-290 a. de C.), ajustó un poco más esta cifra a 300.000 estadios y finalmente Eratóstenes de Cirene (276-194 a . de C.), filósofo, astrónomo, matemático, geógrafo y director de la biblioteca de Alejandría, acertó en medir con exactitud la longitud del meridiano terrestre calculando que medía 39.500 kilómetros, con un pequeño márgen de error, teniendose en cuenta que la medida correcta es de 40.000 kilómetros. Lo cierto es que aunque Eratóstenes calculó con acierto, su medición fue corregida por uno de sus discípulos, Posidonio de Rodas (135-50 a. de C.), quien rehizo los cálculos y redujo la medida a algo más de 28.000 kilómetros.

Este error de cálculo, repercutió siglos más tarde, cuando Colón a su vez basándose en ellos, presentó a los reyes de Portugal y España un estudio para descubrir nuevas rutas a las Indias que fue desdeñado por los sabios de la época, ya que reducía la superficie terrestre considerablemente y las distancias que el marino presentaba eran evidentemente equívocas y por lo tanto poco fiables.

Diremos finalmente, que Hiparco de Rodas (190-125 a. C.), perfeccionó la red de paralelos y meridianos, recuperando la división babilónica del círculo en 360 grados, divisibles a su vez en sesenta minutos de sesenta segundos, lo que permitió establecer el sistema de coordenadas para señalar la posición; propuso la proyección cónica para dibujar los mapas, e inventó el astrolabio, conocimientos que permitieron a Crates de Mallus (145 a.C.), dibujar el primer globo terrestre del que tenemos referencias, que asombra por su parecido a los actuales.
Lo más sorprendente de este geógrafo es que viendo que la tierra ocupaba apenas un tercio de la superficie del globo, supuso que más allá de los mares habría otras tierras todavía desconocidas. Con esta idea postuló la existencia de tres continentes más, a los que llamó Periecos, Antípodas y Antecos. Ubicó los dos primeros en el lugar que ocupan América del Norte y del Sur, y el tercero sería un continente austral, opuesto a la tierra entonces conocida y habitada. La presencia de esta tierra austral-incógnita en los mapas, será una constante hasta que el descubrimiento de Australia y de la Antártida lo convirtieron en una realidad, ajustándose al equilibrio y ubicación que Mallus suponía que debían tener tales tierras en los mares.

Consecuentemente, la jerarquía eclesiástica y los sabios de la Iglesia, siglos después, tenían antecedentes de más para deducir que el mundo no era una superficie plana, tal cual describe La Biblia, anclado por dos bases en un lecho marino y cubierto por la cúpula celeste, sino que existían antecedentes probatorios de su esfericidad y dimensión. No obstante, en su tosudez y corta visión medieval, no solo condenaron estas teorías, sino que volvieron a sostener, bajo la letanía de que era herejía pensar lo contrario, ya que la Biblia es palabra de Dios y éste nunca se equivoca, que la tierra era absolutamente plana y por ende ridículo que existiese vida humana en las antípodas.
Así fue como en esta época oscurantista, de negación de la realidad y el avance científico, los mapas de la tierra volvieron a ser esa rodaja circular sobre la que se sostenían los reinos de la humanidad conocidos, con el agravante que fijaban en estos planisferios los mitos y fetichismos populares y también leyendas bíblicas, como el Paraíso Terrenal y los ríos sagrados que brotan de él: Tigris, Eufrates, Geón y Pisón, además de razas de seres extraordinarios y monstruos custodiando los mares y diversas criaturas diabólicas en las zonas desconocidas, todo ello, fruto de supersticiones y creencias en boga, de monjes ignorantes y mitómanos que juraban haber visto y establecido la existencia de estas y otras criaturas portentosas, como aparecen en la mayoría de los mapas de los Beatos, en particular el mapa de Saint Sever que mostramos.
Respondiendo también a la descripción que en su día hiciera el famoso San Isidoro, convertido en lumbrera del Catolicismo, cuyos escritos por muy incongruentes que parecieran eran incorporados a rajatabla como doctrina de la Iglesia, eran mapas orientados, es decir, oriente era el punto cardinal situado en la parte superior del mapa, lugar donde está ubicado el Paraíso claramente reconocible por la iconografía que muestrado a Adán y Eva, el árbol y la serpiente y también más abajo Jerusalén.

La teoría "Isidoriana", describe una tierra plana, tripartita y circular en la que toda la ecumene, la tierra habitable, se ajusta a los tres continentes conocidos, que por supuesto, dado que nada escapaba a los designios del Hacedor, es la heredad de cada uno de los hijos de Noé. Asia está habitada por los pueblos semitas descendientes de Sem. África por los camitas, descendientes de Cam y Europa por los descendientes de Jafet. Aquí no le resultó la coincidencia pues que se sepa Noé no tuvo ningún hijo que empezara con EUR.
Esta influencia de Isidoro, ratificada por el papado, originó en lo que a cartografía se refiere, la aparición de los mapas llamados de "T en O", que son también la línea que siguieron todos los mapas conocidos como de Los Beatos, mapas diagramáticos que como definiera el gran gurú Isidoro en sus Etimologías, representaban casi sin detalles la descripción de la tierra conocida dividida en tres continentes cruzados por dos cursos de agua en forma de T y rodeados por un anillo oceánico, la O.
Esta idea no es suya y probablemente la tomó prestada del mapamundi de Marcus Vipsanius Agrippa del siglo I, cuyo anagrama -TO- tiene que ver con el Círculo de la Tierra, Orbis Terrarum nombre por el que se conoce tal mapamundi.

Siglos después, el propio Colón, que se decía experto marinero y cartógrafo, además de estudioso de los clásicos que abogaban por un mundo esférico y no circular, expresa la creencia que ésta tiene la forma de una pera, porque según los escritos bíblicos a los que era afecto, el Paraíso terrenal se salvó del diluvio porque estaba en la parte más alta de la tierra. Quién busque el Edén -y él en su locura fundamentalista creyó encontrarlo y así lo proclamó oficialmente cuando descubrió la confluencia del río Orinoco con el mar, pensando que era uno de los cuatro ríos sagrados-, necesita, subir, ascender hasta lo que sería la base del pedúnculo de tal fruta, la parte más elevada del planeta.
Por eso es que la mayoría de los mapas de la Edad Media, sin importar que sea la Alta, la Plena o la Baja Edad Media, distinguen estos mapas sectarios colocando arriba en el oriente el Paraíso y saliendo de él los cuatro afluentes sagrados mencionados en las Escrituras, dibujando el Mar Rojo de este color e incluyendo la franja o pasadizo carente de agua por donde Moisés salvó a su gente de la persecución del Faraón y claro está, no olvidando colocar el Arca de Noé, suspendida en los faldeos del Monte Ararat.
Otros mapas de este mismo tiempo, en lo que puede considerarse el colmo de la estupidez medieval cristiana, simplemente hacen figurar en la tierra incógnita del hemisferio sur, el mundo de las antípodas, es decir, todo lo que existe en el mundo conocido, pero patas arriba, ya que la creencia era que ese mundo al revés pertenecía al demonio y que al otro lado de la tierra había un simil de cada ser existente en el mundo conocido y considerado real. El gran dilema de esos tiempos era explicar la zona intermedia, la barrera que necesariamente debía existir entre ambos hemisferios, la cual se definía como zona tórrida.
A este respecto San Agustín, quien negaba cualquier posibilidad de vida al otro lado del mundo declaraba: "No hay razón alguna para creer que hay hombres en las antípodas..." Y defendía su tesis en su libro La Ciudad de Dios, Libro XVI, cap. IX:
"Se dice (en el Libro sagrado) que la palabra de Dios fue predicada en el universo entero. Más como la zona tórrida es inaccesible, esa palabra no pudo llegar a los eventuales habitantes del hemisferio contrario al nuestro. Por lo tanto, no puede admitirse que existan allí seres humanos por la sencilla razón de que si así fuera serían víctimas de una injusticia monumental, al no poder estar sujetos a la Iglesia de Roma".
Por su parte, Nicolás Oresme, un gran pensador del siglo XIV, físico, astrónomo, filósofo, sicólogo, teólogo, Obispo de Lisieaux opinaba que la "tierra es como un cuerpo cuya parte más noble es el rostro" y citando a Aristóteles, recordaba que "la parte habitable de la tierra es como el rostro y el frontal de la tierra".
Es evidente decía, "que solo podemos habitar la parte superior de la tierra, el frontal, es decir, la "parte que mira hacia el frontal del cielo"...
Nosotros dice, estamos en la parte superior del mundo. El Hemisferio que se encuentra por debajo del nuestro está de alguna manera deteriorado, corrompido, porque es el lugar en que Satán se sumió a raíz de su caída..."

Tremendo y amargo resulta comprobar, cómo Esta Edad Media tan controvertida, mantuvo sujeto el progreso de la humanidad durante casi diez siglos sin que variara un ápice el cánon y la filosofía impuesta por el clero.
Qué durante casi la mitad del tiempo de vida de nuestra civilización que registra el calendario occidental, 2011 años, es decir 20 centurias, la mitad de ellas, la raza humana, todos los reinos existentes del mundo conocido, todos los estados, sin importar que tuviesen monarquías u otro tipo de gobierno, estaban bajo la tutela, el capricho y la imposición del Poder Vaticano, a quién había que pagarle el 10% del ingreso país, mantener sus conventos, eximir de impuestos, pagar los salarios de sus monjes y monjas, otorgarle títulos nobiliarios, castillos y señoríos a sus Cardenales y Obispos.
Y además, adecuar sus leyes en consonancia con los dictámenes morales, políticos y filosóficos de este poder mundial subliminal, que autorizaba las conquistas, que regalaba o quitaba territorios, que deponía soberanos o enviaba sus ejércitos a destruir Estados rebeldes. Qué iniciaba guerras de fe contra otras religiones movilizando los recursos de sus reinos súbditos, acumulando posesiones y fortunas gigantescas como ningún imperio nunca tuvo.
En diez siglos, nada cambió en las visiones individuales, literarias, científicas, pictóricas o filosóficas.
Desde el siglo V al XV las representaciones cosmogónicas de la sociedad permanecieron inconmovibles, estáticas, y con ellas, interactuando con la raza humana directamente los seres prodigiosos, los monstruos,las criaturas espirituales, los entes celestiales y divinos, todos ellos apadrinados por la Iglesia Católica, que se eriguió en su máximo defensor, aval y representante.

La mayor parte de estos mapas del medioevo tienen una armazón de carácter simbólico y religioso antes que descriptivo e incorporan una tierra incógnita en el extremo sur del mundo, mostrando animales monstruosos, razas humanas legendarias y elementos iconográficos extractados de la mitología cristiana y profana entremezclados, todo ello carente de utilidad náutica y de escaso interés cartográfico. Al desaparecer de estos mapas los paralelos y meridianos, la tierra aparece distorsionada y apelotonada y no existe sentido alguno de la proporción, por la sencilla razón que fueron dibujados por hombres de Iglesia, Santos y Patriarcas, que poco o nada sabían de estas materia, y que nunca mostraron interés por los itinerarios o rutas de navegación sino solo para mostrar Iglesias relevantes, lugares de peregrinación y antojadizas mitologías y supersticiones ajenas al sentido de un mapa terráqueo serio.
La gran pregunta que todos los intelectuales del orbe alguna vez se han hecho es ¿cómo se pudo llegar a ese estado de cosas? La respuesta parece ser que efectivamente existe el gen de Dios.