Descubriendo a Cristóbal Colón. Parte 6.-
Después del “Descubrimiento”, la isla La Española se convirtió en una verdadera Torre de Babel, donde convergieron todos los aventureros, lunáticos, cazafortunas y criminales de España. En su mayoría para explotar y descubrir minas de oro; y los demás, para enrolarse en las filas del ejército del naciente virreinato para combatir la resistencia de las tribus indianas y emprender la conquista de nuevos territorios. Algunos de estos noveles colonizadores, abades y familiares de algunos nobles cercanos a los reyes, venían “recomendados” para ocupar altos cargos en la administración de la gobernación de estas islas occidentales y por lo tanto, convencidos que había que robar pronto y rápido.
La mayor parte de ellos, pobres de solemnidad, ex convictos o mercaderes huyendo de la justicia; y también gente común que vio en estas tierras del Nuevo Mundo una oportunidad para cambiar sus desesperanzadas y mediocres vidas. Pero cualquiera que fueran sus diferencias sociales, culturales y morales, había algo que los hermanaba: conseguir a como diera lugar, respetabilidad, fama y oro, mucho oro.
“El oro, -decía Colón,- es excelentísimo; del oro, se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso”.
Así ocurrió con Juan Ponce de León, conquistador de Puerto Rico y La Florida. Paje de Fernando el Católico, soldado cesante de la guerra de la campaña de Granada, de quien se duda si viajó a América con Colón en 1493 o con Ovando en 1502, pero si consta que participó en la conquista de La Española, en mérito de lo cual y como justo premio a sus desvelos descuartizando indios, quemando sus aldeas y arrebatándoles sus pertenencias, se le encargó en 1508 conquistar la cercana isla de San Juan Bautista o Borinquén (Puerto Rico).
Allí sus desvelos fueron esclavizar prontamente la mayor cantidad de esas bestias humanas llamadas indios, para la explotación de las minas de oro y luego reprimir a sangre y fuego la sublevación de los amerindios, que no soportaron la cruel dominación castellana y el abusivo régimen de Encomiendas que los sometía a trabajos forzados.
Rápidamente cumplió su sueño de convertirse en un hombre de gran fortuna. Por supuesto esto ameritó endurecer las medidas represivas contra los bárbaros, tomando sangrientas represalias contra los familiares de los rebeldes que se fueron a los montes, que significaron la exterminación de casi todas las tribus, sometiendo a los sobrevivientes y en especial a las mujeres a una salvaje esclavitud sexual.
La llegada de estos extranjeros en cambio, trastocó totalmente el modo de vida de sus pobladores originales. De adoradores de la naturaleza y de la madre tierra, pasaron bruscamente a ser adoradores de un tal Cristo, de una mujer llamada María y del Gran Padre de todos los Dioses, un señor sin nombre. Sus templos ancestrales fueron destruidos, sus efigies e ídolos de metal amarillo requisados y sus vernáculas costumbres tachadas de herejía y merecedoras de la peor de las muertes.
La mayor parte de ellos, pobres de solemnidad, ex convictos o mercaderes huyendo de la justicia; y también gente común que vio en estas tierras del Nuevo Mundo una oportunidad para cambiar sus desesperanzadas y mediocres vidas. Pero cualquiera que fueran sus diferencias sociales, culturales y morales, había algo que los hermanaba: conseguir a como diera lugar, respetabilidad, fama y oro, mucho oro.
“El oro, -decía Colón,- es excelentísimo; del oro, se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso”.
Así ocurrió con Juan Ponce de León, conquistador de Puerto Rico y La Florida. Paje de Fernando el Católico, soldado cesante de la guerra de la campaña de Granada, de quien se duda si viajó a América con Colón en 1493 o con Ovando en 1502, pero si consta que participó en la conquista de La Española, en mérito de lo cual y como justo premio a sus desvelos descuartizando indios, quemando sus aldeas y arrebatándoles sus pertenencias, se le encargó en 1508 conquistar la cercana isla de San Juan Bautista o Borinquén (Puerto Rico).
Allí sus desvelos fueron esclavizar prontamente la mayor cantidad de esas bestias humanas llamadas indios, para la explotación de las minas de oro y luego reprimir a sangre y fuego la sublevación de los amerindios, que no soportaron la cruel dominación castellana y el abusivo régimen de Encomiendas que los sometía a trabajos forzados.
Rápidamente cumplió su sueño de convertirse en un hombre de gran fortuna. Por supuesto esto ameritó endurecer las medidas represivas contra los bárbaros, tomando sangrientas represalias contra los familiares de los rebeldes que se fueron a los montes, que significaron la exterminación de casi todas las tribus, sometiendo a los sobrevivientes y en especial a las mujeres a una salvaje esclavitud sexual.
La llegada de estos extranjeros en cambio, trastocó totalmente el modo de vida de sus pobladores originales. De adoradores de la naturaleza y de la madre tierra, pasaron bruscamente a ser adoradores de un tal Cristo, de una mujer llamada María y del Gran Padre de todos los Dioses, un señor sin nombre. Sus templos ancestrales fueron destruidos, sus efigies e ídolos de metal amarillo requisados y sus vernáculas costumbres tachadas de herejía y merecedoras de la peor de las muertes.
De hombres libres pasaron a ser esclavos y sirvientes sin paga. Sus mujeres y sus hijas repartidas entre la soldadesca para ser usadas como servidoras sexuales. Sus hijos pequeños no podían estar con sus madres y las mujeres debían abortar cada vez que fueran embarazadas por los conquistadores. La carne de estos fetos y las criaturas recién nacidas, dedicados a comida de los feroces canes come hombres.
Como si de una maldición se tratase, fueron atacados por plagas y enfermedades que minaban su organismo que los mataba en medio de atroces sufrimientos. Sus cosechas debieron ser abandonadas y cundió el hambre y la pobreza. Todos los hombres y mujeres trabajaban de sol a sol en las minas de oro, sacando perlas del mar o construyendo ciudades y caminos.
Los chamanes de los hombres blancos, les contaron que en su libro sagrado, los profetas habían anunciado que la humanidad tendría un Juicio Final y que el Gran Juez sería el Cristo. Pero antes, Satán, el príncipe de los Infiernos mandaría a asolar la tierra y nadie quedaría libre de castigo. Estos serían cuatro seres infernales, reconocibles porque montarían caballos de colores.
El primer jinete monta un caballo blanco y representa la Victoria y las batallas. El segundo lo hace en un caballo rojo y representa la guerra y sus horrores. El tercero monta un caballo negro y representa el hambre para toda la humanidad y el último jinete tiene un caballo amarillo que representa las pestes y enfermedades que conducen a la muerte. Este último demonio usa una gran guadaña y hace uso de las fieras para matar a quien se le antoje. Todos juntos son la venganza de Dios sobre los hombres que no respetaron sus leyes.
Este relato aterrorizó a los indios. Todos se preguntaban como era que para ellos el Juicio Final se adelantó y ya tenían en casa a estos jinetes infernales.
Al igual que Colón, Ponce de León era un hombre supersticioso, de gran ignorancia y credulidad ante los sucesos maravillosos esparcidos por las leyendas bíblicas y predicadas por los frailes como cosa cierta en los sermones dominicales. Fue ello sin duda, lo que desencadenó la obsesión que ya nunca le abandonaría. Se le puso entre ceja y ceja, que era en estas tierras de las “Indias Occidentales”, donde estaba el mentado manantial de milagrosas aguas, señalado en el Génesis y mencionado por muchos Hombres Santos. La Fuente de la Eterna Juventud.
¿Acaso Colón no había encontrado en estas islas del fin del mundo el Paraíso Terrenal, el Jardín del Edén donde el Señor colocó a sus primeras creaciones humanas, Adán y Eva?
Recordemos que Colón, también con la mente bombardeada por toda clase de supercherías relatadas en las Sagradas Escrituras, mesiánico él mismo, con delirios que lo hacían creer que era un predestinado, un Enviado de Dios para cumplir una Santa Misión anunciada en los primeros tiempos por los profetas, creyó que había encontrado El Paraíso Terrenal a la vista de los paisajes de ensueño de la desembocadura del Orinoco, el río que él, siempre tan confundido, pensó era el señalado en estos escritos.Esta febril ensoñación producto de sus lecturas apocalípticas, obnubiló su entendimiento y no reparó que esta masa de agua, ese gran caudal, indicaba claramente que tenía enfrente un continente e ilusamente murió sin saberlo. También este iluminismo le hizo ver hombres con cola, inmensas gallinas que en vez de plumas tenían lana; en las costas de Cuba vio sirenas con caras de hombre y plumas de gallo; “avía hombres de un ojo y otros con hoçicos de perros que comían hombres, y que en tomando uno lo degollavan y le bevían la sengre y le cortavan su natura (...) “Otra gente fallé, que comían hombres: la desformidad de su gesto lo dice..."Colón, según dijo su hijo Fernando, leía en forma incansable refranes bíblicos, interpretaciones de las sagradas escrituras y su libro de cabecera era El Libro de las Maravillas, que relata los viajes de Marco Polo, literatura fantasiosa, alejada de la realidad, con historias y aventuras salpicadas de magia, hechizos, encantamientos y sortilegios, donde lo sobrenatural se mostraba como un acontecimiento normal, cotidiano, solo por que es dispuesto por Dios, que todo lo puede, como el milagro que se relata de los cristianos que con sus oraciones mueven una montaña ante los ojos estupefactos del Califa de Bagdad para salvarse de la muerte.
Colón en 1476, cuando llegó a Portugal tenía 24 años y era analfabeto. En esta ciudad aprendió a leer, pero nunca llegó a dominar el castillano y en sus escritos, hasta el final de su vida no se encuentra un castellano culto, castizo, sino uno muy modesto y aportuguesado, como se puede apreciar en este mismo Libro de las Profecías, donde hay cartas de frailes que no tienen los errores ortográficos que muestra Colón, el que a pesar de haber sido corregido como se colige por estos mismos monjes, adolece de un lenguaje fluido, con conceptos claros, limpio.
Mucho se ha escrito que era un formidable lector, que podía hacerlo en dos o tres idiomas, que su biblioteca privada contaba con selectos libros de grandes autores clásicos de la época. Lo más seguro que estas menciones sean también parte de ese proceso de agigantar su persona, de dotarlo de una personalidad intelectual, que probablemente nunca tuvo. Siendo un marino basto, sin gran cultura y casi nula instrucción, lo más probable es que solo leyera folletos picarescos y libros de aventuras. Y seguro, todo lo relacionado con las sagradas escrituras, lectura que era la que más abundaba.
Ni Colón ni Ponce de León pudieron estar ajenos al más popular libro de historias llamado “Libro de las Maravillas del Mundo”, que circulaba en el viejo continente desde 1356, en el que Juan de Bourgogne, bajo el apodo de Juan de Mandeville, (http://parnaseo.uv.es/lemir/textos/mandeville/index.htm) relataba sus viajes por los siete mares, similar al libro de Marco Polo, con historias fantásticas ocurridas en exóticos países en que se rozó con gigantes, enanos y bestias extrañas, monstruos fabulosos, montañas mágicas.
En relación a la Fuente de la Eterna Juventud, Mandeville escribió textualmente: “Junto a una selva estaba la ciudad de Polombé, y junto a esta ciudad, una montaña de la que tomaba su nombre la ciudad. Al pie de la montaña hay una gran fuente, noble y hermosa; el sabor del agua es dulce y olorosa, como si la formaran diversas maneras de especiería.
El agua cambia con las horas del día, es otro su sabor y otro su olor. El que bebe de esa agua en cantidad suficiente, sana de sus enfermedades, ya no se enferma y es siempre joven. Yo, Juan de Mandeville, vi esa fuente y bebí tres veces de esa agua con mis compañeros, y desde que bebí me siento bien y supongo que así estaré hasta que Dios disponga llevarme de esta vida mortal. Algunos llaman a esta fuente “Fons Juventutis”, pués los que beben de ellas son siempre jóvenes.”
Tanto investigó el tema Ponce de León, tantas cartas envió al rey asegurándole que su teoría no podía estar equivocada, que Fernando El Católico, otro lunático medievalista, hipnotizado por las mismas fuentes, también se entusiasmó por esta utopía y se lanzó sin vacilar en la aventura de llenarse de gloria encontrando en los confines de la tierra recién descubierta, ese sueño de los hechiceros, magos y alquimistas de todos los tiempos, el elixir de la eterna juventud; aguas, frutos, ríos o pócimas con poderes para rejuvenecer a los hombres.
Los indígenas en verdad se referían a la Palmera Moriche, como “árbol de la vida” y a otras especies arbóreas como el Guayacán, bautizado después como Palo Santo, “el árbol de la inmortalidad”. Además estaba el árbol de Xagua, que según las leyendas comunicaba propiedades curativas a los ríos que lamían sus raíces.
Estas menciones, que venían junto con algunos ritos nativos de sanación, hablaban que había muchos ríos cuyas aguas tenían virtudes curativas en las islas Boyuca, Trinidad y La Florida, pero los indios nunca dieron a esta agua la connotación que Ponce de León le atribuía.
Según le informaba Ponce de León al Rey, había leyendas locales entre los indios que coincidían en que esta agua rejuvenecedora se encontraba en esos parajes. Esto terminó de convencer a Felipe y lo sacó como Gobernador del ahora Puerto Rico y le proporcionó tropas y navíos, ordenándole se dedicara en forma exclusiva a explorar todos los territorios colindantes y perseguir con ahínco cada pista que le condujera hacia el tesoro inapreciable de esa agua regia de la inmortalidad.
La mezcla confusa de río o fuente rejuvenecedora que se menciona, queda aún más clara en la relación que hace Washington Irving respecto de los viajes de Juan Ponce de León. En su obra "Viajes y Descubrimientos de los compañeros de Colón", dice: "Aseguráronle que muy lejos hacia el Norte, había un país abundantísimo en oro y en toda clase de delicias; pero lo más sorprendente que poseía era un río con la singular virtud de rejuvenecer a todo el que se bañaba en sus aguas..." La Fuente de Bimini, "que poseía las mismas maravillosas y apreciables cualidades" del río, se hallaba en cierta isla del archipiélago de las Bahamas o Lacayas”. Se dice que Juan Pérez de Ortubia, comisionado por Juan Ponce de León para buscar la isla de Bimini, al volver a Puerto Rico para dar cuenta que la había encontrado al seguir las indicaciones de una anciana que vivía solitariamente en una islita de las Bahamas, llegó a una isla que "dijo era grande, fértil y cubierta de magníficas arboledas; que tenía hermosas y cristalinas fuentes y abundantes arroyos que la mantenían en perpetua verdura; pero que no había agua ninguna con la virtud de transformar los entorpecidos miembros de un anciano en los vigorosos de un joven".
Ponce de León, consagró su vida tras este ideal y fracasó muchas veces, pero inmediatamente iniciaba otra expedición, bañándose, probando y recorriendo, cada río, cada fuente, cada vertiente que encontraba a su paso, sin desmayar. No se sabe estadísticamente cuánto dinero le costó a la Corona esta imbecilidad del Rey y de Ponce de León, pero si bien es cierto que jamás descubrió tan magno botín, descubrió sin embargo las costas de Florida, hoy territorio norteamericano.
Ante esto, el rey, aún esperanzado de hallar la Fuente Encantada, lo nombra Adelantado de Bikini y Florida, territorios que dejará bajo su mando, pero sin que abandone la búsqueda del agua milagrosa. Buscándola, Ponce de León es herido por una flecha emponzoñada y muere poco después en la isla de Cuba.
Estos hechos son mencionados latamente en la Historia General y Natural de las Indias, de 1535, del cronista González Fernández de Oviedo quién escribió que el conquistador en realidad buscaba las aguas de Bimini para curar su impotencia sexual. Igualmente el tema es tocado por Francisco López de Gomara en su Historia General de las Indias de 1551, e incluida en la Historia General de los hechos de los Castellanos de Antonio de Herrera en 1615..
También pasaron por La Española hombres terribles que tenían pintada en la cara el signo de la muerte. Su oficio, depredar. Lo llamaban conquistar, explorar, descubrir. Hombres valerosos sin duda, que cada día arriesgaban la vida, pero también cada día mataban a alguien, lo colgaban, le atravesaban el pecho con su espada, tiraban la cuerda hasta que la víctima exhalaba su último extertor. Fueron tiempos violentos aquellos, donde la felonía, la traición y el ventajismo salvaban la vida.
No obstante, con todos esos crímenes y violaciones incluidos, con sus afanes magnicidas para apoderarse de un trozo de oro o de tierra, estos aventureros, esos mercenarios, fueron nuestros antepasados. A diferencia de otros conquistadores también feroces y abusivos que llegaron a otras tierras, el español yació con la india, le hizo hijos, se casó con ella y trajo sus leyes. Hubo en el principio del proceso de colonización muchos huachos, muchos entenaos que nunca conocieron a sus padres españoles. Otros que conociéndole, no pudieron presumir ser sus hijos. Poco a poco se fueron creando los meztizajes y hoy por suerte, cada trozo de tierra usurpado ha sido devuelto o reconquistado y los pueblos tienen nombre propio, bandera, historia, pasado, pero sobre todo futuro.
Los amerindios ahora somos latinoamericanos, sudamericanos, hispanoamericanos, iberoamericanos, según sean los grupos de interés que los cobijen, donde se buscan palabras suaves para evitar roces y antiguos recuerdos entre vencedores y vencidos. Pero quienes nunca lograron volver a ser los orgullosos hijos de estas tierras ferozmente conquistadas, fueron las razas puras, rebeldes, originarias, que en su mayor parte combatieron al invasor y nunca le perdonaron a los españoles ni a los mestizos ni a su propia gente, la mixtura racial, religiosa, de conveniencias.
Nunca nadie les pidió perdón por todo cuanto les arrebataron, porque nunca nadie les tendió una mano, devolvió sus tierras, su dignidad, sus dioses y costumbres y tampoco su nacionalidad. Esa deuda, quemante y antigua, como una herida abierta en medio del pecho, continúa pendiente.
Cada vez que abordo este tema, no puedo dejar de recordar un reciente concurso de belleza para elegir a la Miss Universo. Cada candidata, como es usual usó su traje nacional. La Miss Australiana, salió con traje común pero con una cortadora de pasto funcionando. El Moderador le preguntó a que venía esto, cómo es que no usó el traje típico, tradicional o criollo como hicieron las otras participantes, y la muchacha, un tanto amoscada le respondió ¿Y que quiere, que salga con un traje a rayas..?
Y claro, tenía razón. Australia nació como Colonia penal inglesa. Miles de presidiarios fueron traídos a esta inmensa y desolada isla, que no precisaba barrotes. Estaban los presos, todos criminales rematados y sus guardianes. Nunca se mezclaron con las razas aborígenes y por lo tanto no hubo mestizaje. Luego llegaron las mujeres de los presos y de los guardias y también las prostitutas. Es una raza blanca, inglesa, escocesa, con salpicaduras europeas e irlandesas.
Pero tampoco respetaron los derechos de los naturales ni recogieron las demandas indígenas. Igual que los españoles, los mataron, los abusaron, los persiguieron, los discriminaron y los relegaron a reservas donde están separados del beneficio de esta patria súbdita del Reino Unido. Fuera de las tierras que vieron nacer a sus antepasados hace millones de años, sin acceso pleno a la cultura ni con posibilidades de desarrollarse como pueblo independiente. Igual que las razas originarias de todos los pueblos conquistados y sojuzgados por fuerzas de ocupación extranjeras, viven de limosna en las tierras que un día fueron suyas.
El salvajismo no es patrimonio de una raza determinada, el canibalismo y la antropofagia racial es una característica humana.
Hemos dicho y reiterado, que la vida de Cristóbal Colón o como se llame, ha sido siempre un gran misterio. Nada había para certificar que es quien se dice que es. Ningún documento o historial que nos diga como vivió, quienes fueron sus maestros, sus amigos, cual fue un nacionalidad y su verdadero nombre. Incluso se ha dudado no tan solo de quien decía ser, sino también de su existencia real.. Solo ha sido posible rastrear su vida a partir de su presentación en los reinos de Portugal y Castilla, pidiendo audiencia con los soberanos. A partir de ahí, se sabe lo que quiso decirnos, palabras, relatos de su vida anterior, que bien pudieron ser falsos, inventados, para hacerse interesante, para despistar y confundir a los curiosos.
Por él y solo dicho por él, sabemos que fue: “ genovés,…descendiente de Colonius el vencedor de Mitridates, sobrino de dos almirantes, universitario de Pavia, capitán del rey Renato, combatiente contra infieles en el Mediterráneo y contra corsarios en el Atlántico, explorador de Thule en el Septentrion…y que su verdadero apellido era De Colón…”, pero nada de sus dichos ha sido comprobado, y por el contrario, varios de ellos se sabe que son solo invenciones del Almirante. Luego, cuando la Conquista estaba realizada, se perdieron todos los documentos originales, su diario personal y las Bitácoras de sus cuatro viajes, fragmentos de las cuales han podido reconstituirse principalmente porque el acucioso Padre Bartolomé de las Casas, las copió de su puño y letra para usarlas en el futuro en su Historia General de Las Indias. También han aparecido posteriormente cartas, actas y otros documentos que atañen al Almirante, pero no sus originales. Y luego, han desaparecido cientos de volúmenes y escritos de estudiosos e historiadores desde el Archivo de Indias, hurtados “por manos moras”, Biblioteca donde por lo demás, toda referencia a su persona proviene de compilaciones de terceros o manuscritos que también en su mayor parte son copias legalizadas, pero no originales.
¿Cómo pudo ser que haya existido tanto silencio de los que lo trataron? Recordemos que luego de su muerte muchos de sus parientes y amigos y también sus enemigos le sobrevivieron. ¿ Cómo es que ninguno de ellos mencionó, alabó, criticó o atacó a Colón, no contó ninguna historia, dijo una sola palabra sobre tan famoso personaje durante doscientos ochenta años?
Guardaron silencio sus hermanos Bartolomé y Diego, sus hijos Diego y Fernando que heredaron su apellido. La familia Arana de Córdoba, parientes de su segunda esposa Beatriz, madre de Fernando nunca declararon nada.
Guardaron recatado silencio sobre su real origen, o no quisieron investigarlo los historiadores de la época, incluyendo al padre Las Casas, que amén de narrar algunos aspectos de las Capitulaciones y pormenores detallados en sus Bitácoras, no avanza especulaciones sobre los temas que podrían dar luz sobre el pasado del Almirante.
Ni siquiera sus numerosos y enconados enemigos, como Miguel Muliart y los Pinzón, que amén de reclamar en las Cortes prebendas y Títulos, nunca hablaron del pasado del Virrey.
Alrededor de su vida fue creado un círculo de espeso silencio. Nadie podía hablar ni comentar los detalles de la vida del Descubridor. La verdad fue archivada como secreto de Estado y retirada de la circulación pública. Solo era permitido repetir las loas, la leyenda maravillosa de este excepcional hombre que descubrió un Nuevo Mundo. Esta prohibición se extendió a todos los reinos hasta donde alcanzaba el poder de los Reyes Católicos y sus aliados. Y donde esta influencia no llegaba, estaba la severa mirada y la terrible amenaza de quedarse proscrito del Paraíso, allá arriba en el cielo, administrado personalmente desde la tierra por el Papa, con sus sicarios de la Inquisición.
No obstante, de pronto todo cambió.
Cristóbal Colón había escrito un Libro y pese a que esto siempre estuvo en conocimiento de un pequeño círculo de intelectuales, nunca había sido publicado ni mostrado.
Apareció primero, en los actos de celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, donde el Gobierno Italiano en un gran esfuerzo editorial, publicó EL LIBRO DE LAS PROFECIAS de Colón, junto a los demás escritos Colombinos, compilados en una obra monumental titulada. “Raccolta di Documenti e Studi”, lamentablemente, escrito en italiano y en una edición limitada, que no tuvo la difusión ni recogió el interés que merecía, cayendo pronto en el olvido.
Tuvo que pasar un siglo, cien años más, para que nuevamente una editorial española Testimonio, Compañía Editorial, hiciera una reproducción facsímil del Libro de las Profecías en castellano y latín, escrito por el Almirante y cuyo original fue encontrado casualmente, entre trastos y libros viejos en desuso, en uno de los archivos de la venerable Biblioteca Colombina de la Catedral de Sevilla. La publicación se hizo en 1984 y el volumen contiene la traducción al castellano de Francisco Alvarez Seisdedos. Este ejemplar rescatado del olvido, la desidia y la política del silencio propiciada por sucesivos monarcas españoles y la Iglesia, como ocurre con muchísimos otros escritos, quemados, perdidos, robados o desaparecidos respecto a Colón, consta de 84 páginas, de las cuales faltan catorce. El título de la Obra está en latín y traducido al castellano significa:
LIBRO O COLECCIÓN DE AUTORIDADES, DICHOS, SENTENCIAS Y PROFECÍAS ACERCA DE LA RECUPERACION DE LA SANTA CIUDAD Y DEL MONTE DE DIOS, SION, Y ACERCA DE LA INVENCION Y CONVERSION DE LAS ISLAS DE LAS INDIAS Y DE TODAS LAS GENTES Y NACIONES, A NUESTROS REYES HISPANOS.
El libro fue escrito por Colón en los años 1501 y 1502, y lo empezó después de su tercer Viaje, en el lapso de tiempo en que es regresado a España por orden del Rey, encadenado y enjuiciado a causa de su mala administración e ineptitud como Virrey de La Española, tiempo en que se le albergó varias semanas en calidad de detenido en la cartuja de Santa María de las Cuevas, en Sevilla, siendo evidentemente su intención, explicar a los soberanos españoles su versión y el significado que tiene para él, el Descubrimiento a la luz de las profecías bíblicas. Por fin la gente común, los intelectuales, los estudiosos del proceso colombino, tenían un elemento material, un escrito, una creación intelectual del Almirante donde estudiar su grafología, entender su pensamiento y calar a la luz de sus dichos, quién era realmente ese hombre misterioso, qué pensaba, que sentía, que anhelaba y cuál era su visión personal del extraordinario acontecimiento dónde fue el protagonista principal.
Y sobre todo, dilucidar tantos interrogantes y enigmas de su personalidad, poco claros y contrapuestos que se manejaban hasta el momento. Entender quizás por qué tanta reserva de la monarquía española respecto a su persona. Llegar en fin, a determinar cuál era el mensaje que deseaba transmitir en su Obra y por qué creyó necesario dejar constancia para la posteridad de su pensamiento.
Y hasta era lícito esperar, que en este su primer libro, explicase aquello sobre lo cuál tanto se ha especulado. Cómo fue realmente que consiguió los mapas y planos para llegar a su feliz destino. Cuál era su familia, dónde vivió la etapa de su juventud, cuáles fueron sus estudios… Y desde luego, que reclamase a la pareja real el trato de delincuente que se le daba, al quitarle todo mando y traerle encadenado ignominiosamente junto a sus hermanos.
No obstante, luego de conocerse el contenido del famoso Libro de las Profecías, uno se percata, que amén de la innegable importancia histórica como reliquia que puede tener; o como objeto de colección de gran rareza, “Rarísimo Códice” como se le ha llamado, nos encontramos que este Libro de Profecías no tiene profecías de Colón; que técnicamente no es un libro sino solo un boceto; no tiene plan ni desarrollo coherente y que partiendo por su desorbitado título hasta la última línea, más bien parece una tomadura de pelo.
Esta Obra de Colón, decepciona totalmente, no solo porque luego de colocarse alguna correspondencia ya conocida que hubo con los reyes, más un intercambio de notas con algunos frailes, todo lo que contiene además de su carta introductoria, son cientos de refranes y pasajes contenidos en la Biblia y extractos de frases y dichos de cartas y documentos de los llamados Padres de la Iglesia, como igualmente de varios otros teólogos de los primeros tiempos, como San Agustín, Nicolás de Lyra, Pedro de Alíaco y otros, los que -según parece querer demostrar Colón-, contenían referencias con su persona, su descubrimiento de las Indias y…. con la recuperación por la cristiandad…de la Ciudad Santa de Jerusalén.Cuando uno se percata de ello, hay asombro y decepción. Y la primera pregunta que surge es ¿qué es ésto?, que tiene que ver esta chorizada de salmos religiosos con el Descubrimiento de Colón, y cómo alguien puede creer que estos escritos milenarios, la mayoría inventados, puedan referirse a uno o a alguien en particular, tres mil o cuatro mil años después. Estamos hablando de un Virrey, de un Almirante de la Mar Océana, de un Descubridor, que aunque haya sido por casualidad que tocó un sector de islas del continente, igual eso es importante. Puso la bandera y declaró esas tierras propiedad de Castilla.
El contexto de colocar esta acción como obra celestial es indudablemente incongruente, anacrónico, hasta infantil, aún para el siglo XVI, tan brumoso y decadente.
El hombre que retrata estos escitos no es un soldado, un explorador, una mente modernista y capaz de salir airoso de cualquier coyuntura. Es solo un fanático religioso , un predicador callejero, que pregona con escasa cultura teológica refranes aprendidos de memoria a los que entrega una interpretación antojadiza. “El siervo del Señor es el varón de mi consejo”´. 46:11 Jesús.
“He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu..; y las islas esperan sus enseñanzas… Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones”. Isaías 42: 1, 4, 6 Libro de las Profecías.
Este engendro de libro nos revela que Colón creía ser un “elegido” de Dios, como Juan el Bautista, como David quizás; un hombre predestinado para una “alta misión” que el Señor le tenía señalada desde el principio de los tiempos. Una Santa Empresa que figuraba en Las Sagradas Escrituras que nadie más que él podía efectuar con éxito.
Es decir, este Colón que nos muestra este escrito, es muy distinto al que nos imaginábamos y al que dicen en la versión oficial que él fue. En los manicomios hay muchos Napoleón Bonaparte, cientos de Cristos, miles de profetas, que dicen cosas parecidas y he aquí que el Colón que se nos presenta, es solo uno más de estos trastornados, enfermos que precisan rápida ayuda. La diferencia de Colón con los lunáticos citados, estriba solamente en que fue un loco con suerte.
"Llegara un tiempo, en el curso de los siglos, en que el mar ensanchará el cinturón de la tierra, descubriendo a los hombres una inmensa tierra incógnita. El mar pondrá al descubierto nuevos mundos y Tule dejará de ser el límite de la tierra". Séneca, en Medea.
Pero, estos refranes que son más de trescientos, no están ordenados por autor o por materia o por el contexto de su contenido como pudiera pensarse, sino simplemente son una compilación anárquica, colocados uno a uno, al azar, sin que al leerlos nazca alguna idea coordinada o tema emergente que los ligue.
Es decir, están copiadas en la medida en que Colón fue repasando páginas de la Biblia Vulgata, algunos libros apócrifos o deuterocanónicos y escogiéndolos para insertarlos en su borrador, sin orden ni concierto y señalando solo el Capítulo, sin poner versículos. Expresado de otra forma, constituyen un galimatías sin sentido, aburrido y hasta desquiciado. La obra de un loco, como tantos que hoy pasan sus días en las casas de reposo donde sus parientes les han dejado, en clínicas privadas o en Hospitales siquiátricas, donde estos enfermos murmuran y pasan las horas de su día, absortos en sus ideas recurrentes.
Después de su lectura, se comprende que todas esas equivocaciones de Colón, sus errores de apreciación de la realidad; su despiste al bautizar islas y lugares que algunos autores achacan “al espíritu medieval”, no eran más que su real forma de ser, la expresión de su mesianismo obsesivo, sus delirios bíblicos.
Ya vimos como se equivoca y defiende el mal cálculo que hizo al medir la distancia entre Europa y Asia. El problema que tuvo para que aceptaran su proyecto, no fue que los sabios no creyeran que la tierra era una esfera, lo que ellos defendían era que la circunferencia de la Tierra era más grande de lo que decía el Colón. En el transcurso del tercer viaje, Colón llamó isla -por error- a una lengua de tierra de la península de Paria, bautizándola con el nombre de “Isla de Gracia”. Confunde un continente con uns islas. Se dice que era cartógrafo, pero el único mapa que se conoce de él, podría hacerlo cualquier niño de diez años. Y más encima, cuando se topa con tierra, cree estar al otro lado del mundo, en tierras de Asia, en Las Indias.
Cuando Colón tuvo a la vista la desembocadura del río Orinoco creyó sinceramente que había llegado al Edén. Esa poderosa corriente de agua le llevó a la convicción que su comportamiento obedecía al remolino de los 4 ríos míticos del Paraíso. Entonces escribió rn su Diario: “Dios me ha hecho mensajero de un nuevo cielo y de una nueva tierra, de la que había hablado ya en el Apocalipsis San Juan después de haberme hablado por boca de Isaías y El me ha indicado el lugar donde encontrarlo.” En 1494 cuando Colón llega a Jamaica identifica el lugar como el Reino de Saba, país de la reina amante de Salomón y lugar mítico de origen de los Reyes Magos. En la desembocadura del Jaina en la Isla Española creerá haber descubierto el río Ofis, donde Salomón se aprovisionaría de oro.
Le escribió a los reyes, que esa tierra debía ser “el Paraíso Perdido” de que hablaban las Escrituras y que allí pensaba él encontrar un “espacio nuevo” para la propagación de los evangelios, la conversión de los paganos que se encontraban en el territorio y que su descubrimiento “traerá pareja la salvación de tantos pueblos entregados hasta ahora a la perdición”. Así el Anticristo sería vencido definitivamente coincidentemente con el inicio del Apocalipsis, que traería la renovación del mundo.
Ni más ni menos, Colón creyó estar en presencia de la Nueva Jerusalén, el hogar eterno de la gente de Dios, lugar del que la La Biblia dice que: "jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira, sino sólo aquéllos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero." (Apocalipsis 21:27). En resumen, este Libro tiene la importancia de mostrarnos que todo el tiempo Colón vivió en una burbuja, en una época y en una dimensión distinta inmersa en el mundo antiguo del Viejo Testamento. La misma luz que iluminaba al resto, era percibida por el Almirante con distintos matices. Con razón fue tachado de incompetente para el cargo de Gobernador de las Indias. Su razón estaba ida y su inquietud era monotemática. Todo a su alrededor estaba siendo tocado por Jehová y su cohorte de ángeles y Arcángeles. Tras cada árbol un profeta le endilgaba un salmo; había señales celestiales en cada recodo del camino, el viento traía voces que lo orientaban.
Ya en sus comienzos de "su Libro", aclara que nunca tuvo teorías ni consultó mapas ni se guió por algún tipo de plan para realizar el primer viaje del descubrimiento, que solo hizo caso a las profecías bíblicas:
…. “ya dise que para la hesecución de la ynpresa de las Indias no me aprovechó razón, ny matemática ny mapamundos; llanamente se cumplió lo que dijo Isaías. Y esto es lo que deseo de escribir aquí por le redusir a Vuestras Altezas a memoria y porque se alegren del otro que yo le diré de Jherusalén por las mismas autoridades, de lo qual ynpresa, si fee ay, tengan por muy cierto la vitoria”.
Si aceptamos esta aseveración suya, quiere decir que todo el tiempo la expedición de las tres carabelas estuvo entregada a las manos de un irresponsable, de un poseso, de un místico que esperaba instrucciones del cielo, la guía de los Venerables Profetas que vivieron miles de años atrás para encontrar el rumbo.
El Libro de las Profecías que Colón escribió estaba destinado a los Reyes; el estaba preso y aún con grilletes en sus manos porque se negó a quitárselos hasta estar en presencia de los soberanos. Escribía bajo el peso psicológico y la angustia de haber sido desposeído del mando de las tierras por él descubiertas y ser suplantado por otro Gobernador General, el mismo que le formuló cargos. Todos sus bienes estaban embargados, sus Títulos suspendidos, sus hermanos e hijos bajo cargos criminales y su destino era incierto.
No obstante y según su particular manera de ver las cosas, no escribe una palabra de justificación. No pide disculpas ni perdón. Solo le preocupa el Plan Divino.
Claramente su Libro nos dice entre líneas, que no le preocupaba ni precisaba dar excusas o explicaciones acerca de si administró bien o mal el virreinato o si sus medidas contra los indios fueron acertadas o equivocadas o que ordenó ahorcar a cientos de ellos. Todas estas cuestiones eran intrascendentes. Si lo hizo era porque el Señor lo había dispuesto.
Lo único importante es que él era el Brazo de Dios, el Elegido para dar los toques finales al siglo y preparar al mundo para el advenimiento del Juicio Final anunciado. Colón se siente más allá de los problemas mundanos. Forma parte de la Corte Celestial. El lo sabe y se asombra que el resto no lo comprenda así. Todo lo que rodeaba su persona y la forma en que se desarrollaban los acontecimientos, era materia y decisión de Dios. El Señor era el dueño de su destino. Por algo lo había enviado a conquistar las nuevas tierras. Y solo competía al Hacedor que las cosas acontecieran de esta manera.
Lo que Colón hizo al escribir su Libro con el detalle de las profecías de los Hombres Santos de la Biblia, era recordarle a los soberanos Felipe y Sofía, que el Descubrimiento era parte del Plan Divino del Creador y que ello estaba demostrado insistentemente en las Sagradas Escrituras. Por eso adjuntaba esa recopilación compuesta mayoritariamente en las palabras y profecías de sus doctores y más eminentes autoridades religiosas a través de la historia.
Que no era cuestión ahora, que ya se había cumplido la primera parte, vale decir, localizada la Nueva Jerusalén y descubierto el Nuevo Mundo donde morarían los escogidos perfectos, trastocar el Plan Divino, con su detención y humillación pública, porque a quien se estaba humillando era al Señor de los Cielos y lo que se estaba torciendo era su decisión para la humanidad.
Le recordaba a los reyes que no era necesario sino tener fe en Dios. Que todo el secreto estaba en confiar plenamente en los mensajes revelados por los Profetas acerca de los designios del Señor. Que estos designios eran recuperar Tierra Santa antes del advenimiento del Gran Día Final y que el gran triunfo de Castilla sobre los moros, sobre los infieles, al desalojarlos de Granada, era el principio del proceso que terminaría, de acuerdo a lo anunciado en las Escrituras, en la reconquista cristiana de Tierra Santa. Y quien mejor conductor de tan esperada Cruzada, que los Reyes Católicos. Ellos eran los que tenían que entender que Colón era solo el siervo de Dios, el instrumento para preparar el camino hacia este necesario desenlace. Pero que los que tenían que asumir la responsabilidad de esta Gran Misión Divina, eran en el fondo los soberanos españoles.
Por lo tanto el hallazgo más notable en este libro, no son su composición literaria, su línea argumental o el mensaje subyacente que se desea mostrar, sino el estremecedor drama que afecta a este hombre por esa chifladura fundamentalista, por una parte claramente mesiánica, en cuanto a que siendo probablemente judío, aceptaba a Jesucristo como Mesías de Israel, lo que ya es raro, sino además por cuanto su teoría era francamente milenarista, en el sentido que el Descubrimiento del Nuevo Mundo, era un acontecimiento que señalaba la llegada de los tiempos profetizados por San Juan. Esta doctrina del milenarismo cristiano, basada en la revelación del Apocalipsis, recoge literalmente el capítulo 20 de este libro profético que señala que el diablo o Satanás permanecerá encarcelado por mil años en el abismo y que Cristo volverá junto con los mártires a gobernar la tierra. El demonio será liberado por un corto tiempo, lo que será aprovechado por este para levantar contra Cristo las naciones de Gog y Magog y marchará por toda la tierra hasta rodear el campamento de los Santos, pero Dios ordenará que desde el cielo caiga fuego sobre ellos y los destruirá.(Estos nombres de Gog y Magog como figuras literarias representan a cualquier enemigo de Dios.)
El diablo será arrojado a un estanque de azufre, (en esos tiempos seguramento eso era considerado algo letal y fulminante) junto al “falso profeta y “la bestia”. Seguidamente ocurrirá el Juicio de las Naciones o Juicio Universal donde todos los muertos comparecerán ante Cristo y aquellos que no estén en El Libro de la Vida, serán arrojados al mismo estanque del diablo, lugar que indica una destrucción eterna. (Curiosa conclusión; trae la novedad que el azufre destruye las almas.)
Los milenaristas creen a pies juntillas esta profecía y sacan diferentes cuentas, que ya les han fallado varias veces, a lo menos cada siglo. Como la gente se muere, vienen otros despistados y siguen con el cuento. En su esquizofrenia con trastornos delirantes de fanáticos religiosos, además de creer en fuerzas sobrenaturales y basar su fe en sus pretendidas autoridades celestiales, cuyas “instrucciones”, “mensajes” o voces escuchan directamente dentro de su cabeza, son maniqueistas, es decir solo aprecian dos matices en la personalidad humana, los buenos y los malos. Por supuesto los buenos son ellos. Además, como es frecuente en este tipo de dogmatismos no aceptan ningún tipo de crítica racional y pueden ser peligrosos, siendo capaces de matar, como ha ocurrido con diversas sectas contemporáneas, atacar o invadir, como fue el caso de Las Cruzadas, para imponer por la fuerza de las armas o la invasión de territorios, su creencia religiosa.
Como dijo el popular escritor estadounidense Robert Maynard Pirsig, famoso por su primer libro, Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta, en relación a que: "cuando una persona sufre de una alucinación se le llama locura. Cuando muchas personas sufren de una alucinación se le llama religión."
El científico y escéptico británico Richard Dawkins, etólogo, zoólogo, teórico evolutivo y divulgador científico apunta directamente al fundamentalismo religioso como una fuente de violencia y de irracionalidad. Poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando le preguntaron en qué podría haber cambiado el mundo, Dawkins respondió:
“Muchos de nosotros veíamos a la religión como una tontería inofensiva. Puede que las creencias carezcan de toda evidencia pero, pensábamos, si la gente necesitaba un consuelo en el que apoyarse, ¿dónde está el daño? El 11 de septiembre lo cambió todo. La fe revelada no es una tontería inofensiva, puede ser una tontería letalmente peligrosa. Peligrosa porque le da a la gente una confianza firme en su propia rectitud. Peligrosa porque les da el falso coraje de matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina las barreras normales para matar a otros. Peligrosa porque les inculca enemistad a otras personas etiquetadas únicamente por una diferencia en tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos adquirido un extraño respeto que protege con exclusividad a la religión de la crítica normal. ¡Dejemos ya de ser tan condenadamente respetuosos!”
Colón, en el comienzo de su Carta-Libro, le escribe a los reyes lo siguiente:… “La sacra Escritura certifica en el Testamento Viejo, por boca de los Profetas y en el Nuevo por nuestro Redentor Jesús Christo, que este mundo a de aver fin, las señales de quando esto aya de ser diso Mateo y Marco y Lucas los profetas, abondosamente también lo habían predicado”
“Santo Agostin diz que la fin d’este mundo ha de ser en el sétimo Millenar de los años de la creación d’él; los sacros teólogos le siguen, en especial el cardenal Pedro de Ayliaco en el verbo XI ……De la criación del mundo, o de Audán fasta el avenimiento de Nuestro Señor Jesús Christo son cinco mill e trescientos y cuarenta e tres años, y trescientos y diez e ocho días, por la cuenta del Rey Don Alonso, la qual se tiene por la mas cierta. Pedro de Ayliaco (Elucidiario Astronomice Concordia Cum Theologica & Hystorica Veritate), sobre el verbo X, con los quales poniendo mill y quinientos y uno ymperfecto, son por todos seys mill ochocientos cuarenta & cinco ynperfectos.
Según esta cuenta, no falta salvo ciento e cincuenta y cinco años para complimento de siete mil, en los cuales dise arriba por las autoridades dichas que habrá de fenecer el mundo. Nuestro Redentor diso que antes de la consumación d’este mundo el abra de conplir todo lo que estaba escrito por los profetas…”
Colón urgía a los soberanos cada vez que podía, para que tomaran conciencia de su responsabilidad. El proponía que se ocupara para esta Cruzada las ganancias que estaban entregando las Indias, en oro, en comercio de cabotaje, explotación de perlas y diversos otros minerales, venta de esclavos, etc.
En sus cartas a los reyes Católicos el Almirante expresó una y otra vez su aspiración de dedicar las ganancias obtenidas en las tierras descubiertas a una gran Cruzada para rescatar los lugares Santos en Jerusalén.
En 1489, hallándose en Jaén, escribe que la décima parte de los beneficios que se obtuvieran de la colonización del Nuevo Mundo serían destinados a organizar una nueva Cruzada. Este deseo no era banal: la liberación de los Santos Lugares para los milenaristas, era uno de los signos inequívocos del fin de los tiempos y de la renovación del Cosmos. Ese era el tiempo del Gran Rapto.
Por tanto, en su quimera de hacer dinero pronto, y seguro de encontrarse en medio de Asia, su principal preocupación fue buscar las Minas del Rey Salomón y el oro de Ofir en las islas lejanas del mar, ese puerto mencionado repetidamente en la Biblia, de donde se dice que el rey Salomón recibía cada tres años un cargamento de oro, plata, marfil, sándalo, monos y pavos reales. También La Isla Las Amazonas; de las Siete Ciudades: la de San Brandán…
El Diario de Colón registra que el 6 de enero de 1493, tuvo noticias de una isla donde no había sino mujeres solas, y otra habitada solo de hombres, que él identifica como las islas del masculino y del femenino de Carib y Martinico, nombres que aparecen en antiguas cartografías del medioevo. Dice además que: “cada cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que diz que estaba dellas 10 o 12 leguas; y si parían niños, enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo”. En todas estas leyendas creía Colón y creyeron muchos españoles durante siglos. Islas repletas de maravillas y de tesoros, incluida la Fuente de la Eterna Juventud, en busca de la cual marchara Ponce de León o el mismo Paraíso Terrenal, que Colón creyó localizar en el Orinoco.
Luis Arranz Márquez, autor del libro “Colón. Misterio y Grandeza” 2006, al respecto es más explícito y dice: "¿Cómo es posible -se preguntaban muchos- que un hombre que pasa por símbolo adelantado de los nuevos tiempos caiga en semejantes fantasías y se le desborde la imaginación de esta manera?". Da dos respuestas combinadas: "La primera es que en el plano religioso y cultural estamos ante un hombre medieval, con la imaginación, credulidad e ignorancia típicas del Medievo. La segunda observación (...) es el mecanismo profético que lo embarga (...) Con estas credenciales se siente autorizado a disputar con sabios y filósofos, a rectificar a astrónomos y astrólogos, a completar lo que han dicho santos doctores y sacros teólogos (...)".
La expulsión de los musulmanes de su último bastión de Granada después de ocho siglos de reconquista, la proscripción a los judíos de vivir en España y el Descubrimiento del Nuevo Mundo, eran una victoria sobre el Islam, que junto con desencadenar una considerable expansión de la fe cristiana, colocaba a los soberanos españoles en una situación de privilegio en occidente. Cualquier proyecto del mundo cristiano destinado a liberar la Ciudad Santa, Jerusalén, de manos de los infieles pondría a la cabeza de esta fuerza conquistadora a los Reyes Católicos. Y para nadie era un secreto que ese era el Gran Proyecto que el Papa Inocencio VIII preparaba y que se proponía poner en marcha apenas tuviera el financiamiento, plan que quedó en suspenso por su repentino fallecimiento.
A la luz de las profecías bíblicas que aluden a la restitución de la Casa Santa a la Santa Iglesia militante, Colón exhortó a los Reyes que financiaran la conquista de Jerusalén, con estas palabras. “…Si fee ay, tengan por muy cierto la vitoria . Acuérdense Vuestras Altezas de los Hevangelios y de tantas promesas que nuestro Redentor nos fiso…Quién toviere tanta fee como un grano de paniso le obedecerán las montañas; quien toviere fee demande, que todo se le dará: pusad y abriros han. No debe nadie de temer a tomar cualquiera ynpresa en nombre de nuestro Salvador, seyendo justa y con sana intención para su santo servicio. Acuérdense Vuestras Altezas que con pocos dineros tomaron la ynpresa deste reino de Granada…”
En todas las citas, Colón demuestra una identificación personal con varias figuras de las Escrituras. Se siente el Envíado o el Mensajero de Dios para el Descubrimiento de las Indias, a veces es David, otras el pastor que se dirige a las ovejas gentiles (los indios), Moisés, Sara y otros profetas y hombres de la Biblia.
En esta misma carta, Colón informa a los reyes que tuvo una revelación divina. Claro, él no podía de ser menos. En ella Dios le habla, le dice que no tema y le hace la firme promesa de entregarle las Indias, superando todas las dificultades que puedan ocurrir. Y vaya que en ese momento las tenía...
“Cansado me dormecí gimiendo. Una voz muy piadosa oí, diciendo": « O estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios de todos, ¿qué hizo
Él más por Moysés o por David su siervo? Desque naciste, siempre Él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vido en edad de que Él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo y te dio poder para ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras y de los cristianos cobraste tan honrada fama.
¿Qué hizo Él más al tu pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate a Él y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita. Tu vejez no impedirá a toda cosa grande: muchas heredades tiene Él grandísimas. Abraam pasava de cien años cuando engendró a Isaac , ni Sara era moza . Tú llamas por socorro. Incierto, responde, ¿quién te ha afligido tanto y tantas vezes: Dios o el mundo?
Los privilegios y promesas que da Dios no los quebranta, ni dice, después de aver recibido el servicio, que su intención no era esta y que se entiende de otra manera, ni da martirios por dar color a la fuerza. Él va al pie de la letra; todo lo que Él promete cumple con acrescentamiento. Esto es su uso. Dicho tengo lo que tu Criador ha fecho por ti y hace con todos. Ahora me dixo, «muestra el galardón d’estos afanes y peligros que as pasado sirviendo a otros.»
"Yo, assí amortecido, oí todo; mas no tuve yo respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis yerros. Acabó Él de fablar, quien quiera que fuese, diciendo": «No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa.»
Curiosamente esta “revelación” que dice haber tenido Colón, apunta a la hipotética injusticia cometida contra él por los Reyes pero más parece una manipulación de su parte para hacer sentir culpables a estos de haber contrariado los designios de Dios; pero al mismo tiempo de verse su impostura, se echa en falta los dos grandes objetivos que siempre Colón dijo que iban asociados a este Plan Divino: la restauración de Jerusalén y la Evangelización de los indios. Seguro un olvido del Señor. Como la promesa del Hacedor tampoco se cumplió, debemos colegir que Dios mintió, o bien que Colón inventó la alucinación, lo que nos permite asegurar, que además de Milenarista y Maniqueísta era un mentirosillo.
Si uno se fija en el estilo en que está escrita esta supuesta revelación, quien le habla no es Jesucristo sino más bien Yhavé, el Dios del Antiguo Testamento y se refiere a Colón como lo hace en muchos pasaje de la Biblia a otros Grandes profetas como Moisés, Abraham y David.
Dijimos que varios folios del Libro fueron arrancados de cuajo, por lo tanto solo se conservaron 70 de sus hojas. En ellas, Colón insertó 385 referencias bíblicas, 326 correspondientes al Antiguo Testamento y 59 al Nuevo. En un extremo, hay una leyenda anónima, posiblemente de un bibliotecario, que dice: “Mal hizo quien hurtó de aquí estas hojas, porque era lo mejor de las profecías de este libro.” Esto nos lleva a pensar que ese bibliotecario leyó el libro completo antes de ser mutilado y que, si estas páginas faltantes fueran más profecías de la Biblia, no diría que las faltantes son las mejores. ¿A qué profecías se refiere este mensaje? Probablemente a las realizadas por Colón, ya que como hemos señalado solo hay una gran cantidad copiadas de la Biblia y es razonable suponer que si Colón quiso hacer un Libro de Profecías y se sentía como hemos visto en capacidad de hacerlas en su carácter de Mensajero del Cielo, como creía ser, son éstas las que han sido arrancadas.
El hecho que esten desaparecidas, nos dice que lo escrito en ellas no le gustó a la Iglesia ni a los Monarcas, sino no faltarían.
En el fondo ellos cuidaban a Colón. Si éste hablaba contra los reyes, o contra la Iglesia, o sus profecías eran reveladoras de su estado mental, resulta lógico pensar que los censores encontraron inconveniente dejarlas para el dominio público. Menudo ridículo resultaría para los Reyes de Castilla y Aragón, haber entregado su confianza y su fe, un Almirantazgo y un Título de Virrey a un loco rematado.
¿Sabremos algún día sobre ellas, llegaremos a conocerlas..? Parece un deseo improbable, ya que los Inquisores siempre hicieron bien su trabajo de hacer desaparecer todos y cada uno de los Libros que encontraron injuriosos a Dios o al pacato criterio de la Jerarquía Eclesiástica. Lo más seguro, es que exista al menos un ejemplar, pero debe encontrarse en las bóvedas Seretísimas del Vaticano, esos miles de metros cuadrados bajo su subsuelo, tapizados de escritos, tablillas parlantes, papiros y letras en piedra, así como toda manifestación de la cultura de los primeros tiempos, robadas y saquedas por los sacerdotes destinados en misión evangelizadora por todo el planeta. Lamentablemente, este Libro de Profecías, en vez de esclarecer el sinnúmero de enigmas sobre la vida del Almirante ha resultado en una sumatoria de varios más. ¿Estaba Cristóbal Colón en su sano juicio? ¿Qué decían sus Profecías…?
Colón asimila que si es el Enviado amado del Señor y tanto su nombre como su gesta han estado siempre presentes en los Libros Sagrados, entonces el mismo es un ente privilegiado, bañado por la gracia de Dios, protegido por el Espíritu Santo. Decide por tanto compartir su experiencia divina y poner por escrito lo que ocurrirá en el tiempo que resta para la Gran Tribulación. Su legado será El Libro de las Profecías.
En su locura, Colón se creía un Profeta, el último de los Profetas de la Humanidad.
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