sábado, 25 de diciembre de 2010

Descubriendo a Cristóbal Colón. Parte 7.-.

"Cuando un error entra en el dominio público, ya no sale nunca más de él; las opiniones se transmiten hereditariamente. Y, al final, eso se convierte en la Historia." Rémy de Gourmont.

COLÓN JUDIO
Uno de los mayores problemas que trajo de cabeza a los reyes católicos fue precisamente la presencia que les producía el Almirante interfiriendo en el gobierno de las indias, ya que las granjerías excepcionalmente entregadas a su persona, eran absolutamente contradictorias con la política centralista de los nuevos monarcas.

De ahí que siempre buscaron la manera de enmendar este error y trataron de librarse de él. En las Capitulaciones posteriores nunca más entregaron cargos y granjerías de sueldos y beneficios como no fuere para el agraciado el rango de Capitán de la expedición, salvo desde luego, dos o tres excepciones.

Con el Almirante hubo un vacío. La Corona no intervino para nada. Quedó completa y extrañamente pasiva. Se limitó a agregar a cada petición un lacónico “Plaze a sus Altezas” y la firma del Secretario. Es decir todos los puntos propuestos, fueron peticiones redactadas por Colón y sus asesores y aceptadas por los reyes tal cual fueron pedidos.
Esta indiferencia hace pensar que los monarcas no tenían gran esperanza en las teorías y propuestas de Colón, o bien, que tal era la premura por ganar tiempo a hipotéticos otros expedicionarios, de Portugal por ejemplo, que no dio lugar a redactar la Capitulación de la manera acostumbrada.
Tampoco este documento especificó objetivos geográficos y toda referencia a Catay, Cipango o Las Indias; solo puede encontrarse en documentos privados, por la sencilla razón que estos territorios y rutas marítimas eran por Bula papal exclusividad de Portugal y se supone que la omisión del posible derrotero de Colón tuvo por objeto no levantar recelos en el reino vecino. Cualquier descubrimiento que hiciese Colón, sería inmediatamente reclamado por Portugal legítimamente y los reyes de España sindicados como incumplidores de un Mandato papal.

En las otras Capitulaciones solo se pactaba el quinto para la Corona, o sea el 20%, todo lo demás se reservaba al capitulante, que tenía que distribuirlo para costear los gastos que significaba la expedición, o lo que es lo mismo, pagar las naves, los sueldos, vituallas, medicinas y los implementos necesarios. En el caso de Colón, este se lava las manos y solo se preocupa por asegurarse su propio beneficio. Quería todo para sí en circunstancias que precisaba de mucha gente para conseguir los objetivos que se propuso. Para algunos su sentido práctico, el afán de lucro y el aprecio casi reverencial por el dinero son características que señalan su origen semita.
Ese fue sin duda el principal motivo de las continuas rencillas que tuvo con sus tripulantes, ya que no estipuló para ellos ni siquiera una pequeña parte de los hipotéticos beneficios. Su ambición lo dejó aislado. De sus excesivas ganancias provino su perdición.
Los hermanos Pinzón por ejemplo, que fueron su brazo derecho en todo aspecto en el primer viaje, lo único que consiguieron fue purgar con cárcel y su propio capital, al ser acusados de ejercer el contrabando de esclavos en el norte de África, sin recibir ayuda de Colón, su patrón, que los había envíado.
Durante toda su gestión, nunca consiguió apoyos valederos de sus subordinados, otras autoridades o lugareños, por su obstinado y cicatero comportamiento.

De más está decir entonces y ya en el terreno de ir despejando las incógnitas, que Colón era de origen judío, no tan solo por estas características de suprema avaricia de su personalidad, su afán de codicioso mercader y la cicatería en cuestiones domésticas -que los banqueros y usureros judíos de todo el mundo han dejado claramente demostrado y que le han costado a ese pueblo no pocos bochornos-, sino por que hay diferentes elementos de juicio, que indican bastante precisamente que ésta y no otra era su educación y pensamiento religioso.

Oscar Villar Serrano, en su libro “Cristóbal Colón: El Secreto Mejor Guardado”, presenta la correspondencia mantenida entre Colón y su hijo Fernando, la cual brinda contundentes pruebas acerca del origen del navegante. Las cartas eran fechadas con letras hebreas y las despedidas eran bendiciones judías. Colón recomendaba a su hijo que delante del pueblo se comportase como mandaba la ley canónica, “más entre nosotros, tenemos que conservar nuestras costumbres” (sic).

En varios sitios se menciona que un hermano de Cristobal Colón, fue quemado en Valencia en 1943 por judaizar. Quizás este hecho tenga que ver con lo que consta en un Acta del Santo Oficio de Tarragona, donde en julio de 1489 fueron quemados en la hoguera inquisicional una familia de marranos llamados Andreo Colom, su mujer y su suegra, quienes habían confesado que a pesar de haberse convertido oficialmente al cristianismo, se habían mantenido fieles a su religión judía. También los investigadores del tema Colón, descubrieron en 1461 en Valencia, un caso contra una familia Colom. En él se juzgó a Thome Colom, a su mujer Leonora y a su hijo Joan, por haber lavado, vestido y enterrado el cadáver de la madre de Eleonora, costumbre propia del rito judaico.

Abraham Haim, Doctor en Historia de la Universidad de Tel-Aviv y Licenciado en Historia del Medio Oriente y en Lengua y Literatura Arabe de la Universidad Hebrea de Jerusalén y uno de los más destacados especialistas en el estudio de las raíces de la comunidad judía en España, hace pocos años, en el 2006, en una conferencia en ese país titulada "La dimensión judía de Colón y su primer viaje”, ratificó este aserto aclarando que en las cartas que Colón dirige a su hijo Diego, incluye dos letras hebreas, que se siguen utilizando hoy y que significan “con la ayuda de Dios”. Además acota Haim, Colón nunca utilizaba la palabra “templo” como la usan los cristianos, sino “casa” traducida en hebreo Beit Eloka.

Simón Wiesenthal, autor del estupendo Libro Operación Nuevo Mundo, al respecto agrega: “En las notas marginales de los libros que poseyó, demuestra Colón conocer a fondo el patrimonio cultural del judaísmo. Así, una de las que figuran en la Historia "Rerum Ubique Gestarum" del "Papa Pío II, pone de manifiesto cómo estaba familiarizado con la cronología hebraica. Tras referirse al año de 1481, aquel en que estaba escribiendo el comentario, consigna en seguida el correspondiente del cómputo hebraico, 5241, la edad que tenía entonces el mundo según la Biblia, y de ahí pasa a observar que Adán murió a los ciento treinta años, y que la destrucción del segundo templo —al que llama «secunda Casa», denominación típicamente hebrea, nunca usada por los no judíos— había ocurrido 1413 años atrás. Como esa nota se conservan otras muchas. Prueban, en conjunto, que Colón dominaba la historia hebraica y que había penetrado en el carácter del judaísmo. ¿Cuándo adquirió tal saber? Y aún otra pregunta: ¿Qué otro navegante cristiano de aquella época lo poseyó en grado comparable? Y permítaseme citar aquí la frase que escribió en una carta a Diego de Deza, preceptor del príncipe Juan: «Pónganme el nombre que quisieren, que al fin David, Rey muy sabio, guardó ovejas y después fue hecho rey de Jerusalén; yo soy siervo de aquel mismo Señor que puso a David en este estado». Una frase que, ciertamente, da qué pensar. En otro libro de la Biblioteca Colombina se halla la siguiente acotación, también de su puño y letra: «Gog Magog». Según el profeta Ezequías, el nuevo David, el redentor, advendrá tras haber erigido Gog, el demoníaco soberano de la tierra de Magog, un poderoso imperio. ¿No parece esa nota como un símbolo de aquel tiempo? Bien podría haberla escrito un judío, pues, para los judíos, el demonio Gog reinaba ya sobre España”.

Otro elemento de juicio fue el intento de beatificar al descubridor de América como paso previo a la canonización, por cuanto su hazaña permitió cristianizar millones de personas, pero luego de la investigación preliminar la Iglesia negó tal petición al establecerse su origen judío.

Efectivamente, en el año 1873 el Cardenal Donnet, intentó llevar hasta la Santa Sede su proposición de canonizar al “Almirante genovés”, obteniendo una negativa por cuanto se demostró hasta la saciedad que “Colón fue un hombre excesivamente ambicioso y carente de los méritos necesarios para ascender a los altares".
En 1876 el mismo Cardenal Donet otra vez puso su intento y pretensión ante la Santa Sede de introducir oficialmente la causa de la canonización, sin resultados. Este nuevo fracaso se debió entre otras cosas a la afición de Colón de esclavizar y vender a los naturales de América en Europa: “lo hizo abiertamente, contra todas las leyes e instrucciones que tenía, realizada por sí mismo, introduciendo la captura y esclavitud de los indios a buen precio de ganancia”.

Este pronunciamiento de la Iglesia es extraño, pues invoca en los dos rechazos motivos atingentes a la conducta ética y personal del Descubridor, lo que a todas luces son solo excusas, pues muchos altos dignatarios de la Iglesia, la mayoría de sus Santos y también sus Papas, cometieron delitos y felonías mucho más graves y escandalosas que los que se achacan a Colón. Además es fácilmente comprobable, que el comercio de esclavos fue practicado por casi todos los Obispos y Gobernadores eclesiásticos que llegaron al Nuevo Mundo. El real motivo que esconde este rechazo, es la seguridad vaticana que Colón nunca fue católico convencido y que simuló su fanatismo católico, como hacían todos los judíos conversos, para sacar partido personal y poder llevar a cabo sus ambiciosos proyectos.

También las creencias religiosas judías se revelan en la fecha elegida por el Almirante para partir en su primer viaje. Recordemos que el decreto de expulsión de los judíos del territorio español vencía a las 12 de la noche del 2 de Agosto. Colón exigió a su tripulación embarcarse a las 11 de la noche de ese día, sin permitir visitas familiares ni despedidas. No obstante las carabelas se hacen a la mar al día siguiente 3 de Agosto.
¿Con qué objeto hacer permanecer a su gente un día completo a bordo? La explicación es que el pueblo judío conmemora y respeta el día 2 de agosto, en memoria de la destrucción de los dos templos de Jerusalén y que de esta manera, Colón protegía a los numerosos judíos que integraban la tripulación.

Otro antecedente que se menciona para probar la escasa sinceridad de Colón al dogma católico, es que en ese tiempo la mayor parte de los jerarcas de la Iglesia sostenía con gran vehemencia que la tierra era plana y que aventurarse a sobrepasar los límites conocidos acarreaba la muerte segura de los navegantes. Los sacerdotes además, transmitían la sabiduría de Dios extractada de antiguos conocimientos, en el sentido que solo podían existir los continentes conocidos, es decir Asia, Europa y África. Creer lo contrario o poner en duda estos dogmas, era una herejía imperdonable y muchos habían ido a parar a la hoguera por solo sugerirlo.
A esto se sumaban las leyendas populares, alimentadas también por los propios frailes, que aseguraban que mar adentro en las regiones mas lejanas de la tierra habitada, había un mundo de monstruos y animales fantásticos, preludio de otra zona habitada por espantosos demonios.
De ahí que cuesta creer que Colón, un ferviente católico como se asegura, se pusiera a buscar nuevas tierras que fuesen a demostrar lo falso del dogma tan tajantemente sostenido por su propia religión, en particular, porque si era un judío converso, o un marrano que pretendía disimular su origen, nunca daría opiniones o causales que volviesen los ojos de la Inquisición a su persona.
Un aspecto curioso, que suscitó un pronunciamiento oficial de la Iglesia y que puso en jaque a los sabios y teólogos cristianos medievales, fue justamente este de los monstruos, de las razas de seres extraños que se decía existían en algunas islas de los confines del mundo, de los que se contaba que tenían cola, los ojos en el pecho o un solo ojo. ¿Existían realmente?¿ Eran criaturas de Dios o de Satanás? ¿Eran bestias o eran hombres..? ¿De qué rama primigenia de la humanidad descendían, de Adán?

Parecía una cuestión difícil de resolver, porque primero había que creer en ellos, comprobar su existencia, hacer un estudio profundo y serio, tal cual el caso lo ameritaba. Sin embargo, el tema fue zanjado cuando se consultó al más eminente y sabio de los Padres de la Iglesia, el ilustre y siempre bien ponderado Santo Católico Agustín de Hipona, quién pontificó sin vacilar, que "todas las razas monstruosas, hombres sin cabeza, o con la cabeza equivocada incluidos, si existían, eran hijos de Adán y por lo tanto participaban de la naturaleza humana tanto como nosotros"

Esta aventurada conclusión, fue refrendada por otro ilustre sabio católico, San Isidro de Sevilla, quien muy suelto de cuerpo, dedicó en el siglo VII un volumen entero de sus Etimologías, a describir las diversas razas y las regiones del mundo que habitaban. Entre las curiosidades de sus escritos recogemos algunas joyas de su sapiencia:

"Del mismo modo que en cada pueblo aparecen algunos hombres monstruosos, así también dentro del conjunto del género humano existen algunos pueblos de seres monstruosos, (...) Los cynocéfalos deben su nombre a tener cabeza de perro; nacen en la India. También la India engendra cíclopes. (...) ostentan un ojo en medio de la frente. Se los designa también con el nombre de agriophagitai, porque sólo se alimentan con carne de fieras. Se cree que en Libia nacen los blemmyas, que presentan un tronco sin cabeza y que tienen en el pecho la boca y los ojos. Hay otros que, privados de cerviz, tienen los ojos en los hombros".

A esta altura del siglo 21, estas verdaderas certificaciones de existencia de tales engendros emitidas por esas autoridades de primer nivel del catolicismo no pueden sino llamar a risa. Está bien que la Edad Media haya sido culturalmente rebajada y que abundase la estupidez supersticiosa, cuestión que la Iglesia rebate y argumenta que ello no es realidad. Pero para nadie es un secreto que así era.
Pero llama profundamente la atención que sean justamente estos personeros llamados Padres de la Iglesia, prohombres del cristianismo y canonizados como Santos, lo que aseguren tales barbaridades. Ello hace suponer, que también todo lo que escribieron y en lo que se basa esta doctrina, es poco serio, banal y antojadizo, sino falaz.

Pero ello se comprende mejor, cuando se establece por sus biografías, que las causales de sus canonizaciones son muy menores, casi incomprensibles. Agustín Aurelio, del que nunca se pone su apellido sino que le viene el de Hipona por haber sido Obispo de ese lugar, no hizo nunca un milagro, a menos que se considere milagro el haber sido hijo de otra Santa Católica, Santa Mónica, o bien, por su transformación de ser un joven libertino y disipado, ávido de sexo, que convivió con muchas mujeres, con una de las cuales tuvo un hijo; también actorcillo de teatro y vividor a concho que explotó todas las aristas del placer; que hizo un tour por todas las religiones existentes quedándose muchos años en el maniqueísmo, filosofía dualista de Persia y que luego ya maduro y aburrido se hizo cristiano, haciendo carrera eclesiástica y terminando como filósofo y teólogo con numerosas publicaciones donde opina de lo humano y lo divino, como es el caso de La Ciudad de Dios, considerada una de sus obras maestras. Es en uno de sus innumerables tomos, (XVI, 8) donde este Gurú cristiano, se da un tiempito para ilustrarnos de sus elevados y asombrosos conocimientos étnicos:

"De ellos habla también la historia profana; resulta que alguno tenía un solo ojo; otros tenían los pies al revés; otros eran de dos sexos y tenían el pecho derecho de hombre y el izquierdo de mujer y si se acoplaban podían concebir y engendrar alternativamente; otros no tenían boca y respiraban tan solo a través de la nariz; otros no medían más de un metro y por eso los griegos los llamaban pigmeos; en cierto lugar las mujeres podían concebir a la edad de cinco años y no vivían más de ocho. Cuentan también que existía un pueblo de hombres que tenían una sola pierna y no flexionaban la rodilla, aunque eran velocísimos: se llaman esciápodos, porque en verano, cuando se tumban en el suelo, se protegen con la sombra de su propio pie (...)"

Este asuntillo de los monstruos, planteó un serio conflicto teológico a los sacerdotes, que se preguntaban que criterio adoptar para decidir si un recién nacido en esas condiciones es realmente humano y por ende si corresponde administrarle los sacramentos. En el caso por ejemplo de criaturas con dos cabezas y un cuerpo, ¿que hacer? ¿bautizarlos como una sola criatura, y por lo tanto una sola alma, o cómo dos…?

Ello motivó adecuar los manuales para sacerdotes, agregándoles instrucciones detalladas para bautizar seres monstruosos. Estos rezaban: “el bautismo tiene su principio en el alma del ser no en su cuerpo, por lo tanto si hay dos cuerpos y una sóla alma hay que bautizar como si fuera una persona sóla; el problema está en averiguar si hay una sóla alma o dos”.

Por su parte, San Isidro al parecer tampoco tiene ningún milagro conocido, ni su vida un ejemplo de sacrificio o piedad fuera de lo común. Más bien, como se estilaba en esos años, su rica y poderosa familia estaba empeñada en el productivo afán de conseguir un Papado, sin resultados. Este Obispo, teólogo y erudito de la España visigoda, de quien tampoco se publican los apellidos de su familia, fue el menor de cuatro hermanos, todos los cuales, como él mismo, fueron Obispos y luego canonizados como Santos, por lo que se les conoce como Los Cuatro Santos de Cartagena.
Sus hermanos Santos son San Leandro, San Fulgencio y Santa Florentina. Otra hermana, Teodora o Teodisia, fue Reina de la Hispanía Visigoda por estar casada con el rey Leovigildo.
Por tanto, estos Cuatro Santos de Cartagena, son tíos de los hijos de Teodora; Hermenegildo, el que para no perder la costumbre familiar también fue canonizado y Recaredo, el otro hijo, que llegó a ser como su madre, Rey visigodo.

Canonizado en 1598, fue declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Inocencio XIII, el 25 de Abril de 1722. La Iglesia lo pondera como un gran compilador medieval y para que no perdiera vigencia y la gente se interesara en saber quien diablos fue, lo propuso como Patrón de Internet en el año 2001; como no hubo oposiciones, lo presenta ahora con este nuevo Galardón en su curriculum, que le da un toque más moderno.

En tiempos de Colón, según la teoría bíblica, esta tierra plana estaba fija y era el centro del universo.
Esta certeza provenía del capítulo 7 del Apocalipsis, versículo 1, donde se habla de “los cuatro ángulos de la tierra” y que el “movimiento” de los astros se debía a que “el cielo se mueve como un libro o pergamino que se enrolla”, Isaías, cap. 34, vers. 4, y Apocalipsis cap. 6, vers. 14.

Muchos se preguntan por qué la Iglesia sostenía tal teoría, en circunstancias que desde hacía más de un siglo, diversos científicos habían probado la esfericidad de la tierra, calculado su circunferencia y su peso, e incluso fijado sus movimientos. Además ya la tierra era dibujada como un globo terráqueo y había mapamundis, existiendo fundados antecedentes que el mundo científico de la época no tenía dudas sobre la esfericidad del planeta.

Lo que quizás hay que entender al respecto, es que sus teólogos no lo hacían de porfiados o atontados, sino porque su extremo y enfermizo fanatismo les impedía apartarse de la letra de la Biblia y El Libro, decía que el sol y la luna, no eran esos planetas de gran volumen, incluso superiores a la tierra que algunos osados cuentistas afirmaban, sino como se expresa taxativamente en el Génesis, creadas por el capricho de Dios como luminarias para que luciesen sobre la tierra y alumbraran. El sol para alumbrar el día y la luna y las estrellas para alumbrar la noche. Génesis capítulo 1 versículos 15, 16,17,18.

Es decir, estos astros estaban allá arriba pegoteados en la bóveda celeste, que para ellos era la parte superior de esta esfera y no podían ser más grandes que la tierra porque Dios lo habría señalado en alguna parte. Las estrellas por ejemplo, se creía no eran más grandes que una manzana o una pera, y estaban desplegadas sobre este pergamino, pero según el mismo Apocalipsis, llegará el día en que estas “caerán sobre la tierra como higos de una higuera mecida por el viento”, cap. 6, vers. 3.
Ello quedaba corroborado por el mito de Josué, cap. 10, ver. 12-13, cuando Dios hizo detener al sol en el cielo, justo al pasar este sobre la aldea de Gabaon. Isaías también hizo lo mismo, pero haciéndolo retroceder en su carrera...

Comprender además, que esta forma esférica, era para la Iglesia la bóveda celeste por abajo y por encima de la tierra, no la tierra misma, que suponían circular. Ellos veían esta bóveda como una gran carpa metálica que protegía allá muy arriba a la tierra, pero les costaba aceptar que continuaba por el otro lado dejando en su curvatura otro gran espacio bajo la tierra, pues ellos suponían que allí había solo mar y no era posible que hubiera vida antípoda teniéndolo por cielo, si es que efectivamente estaban estos antípodas exactamente al revés.

La idea generalizada era que en el medio de esta bóveda esferoide, como una torta, se encontraba suspendida la masa terrestre, plana y circular, afirmada sobre cuatro pilares que se hundían en una masa de agua convulsionada. Nunca comprendieron, que esta tierra no era circular como una moneda, sino que toda ella era esférica, como una bola, con mares, montañas y ríos, por toda su superficie esférica.

Por eso, las objeciones de sus sabios, sus profundas elucubraciones a la manera de las suscitadas por la inmortalidad del cangrejo, era por la capacidad de equilibrio que podrían tener los antípodas y si estos eran o no descendientes de Adán. Es decir, no creían posible que por abajo del círculo existiese el mismo tipo de vida conocido arriba. Claro está, que para ellos, estos antípodas estaban por el otro lado de la torta, cabeza abajo, con el mundo al revés, en medio del círculo del otro lado de la tierra, teniendo por techo el mar.

San Agustín de Hipona (354-430), uno de los cuatro Grandes Padres de la Iglesia latina, el mismo que difundió el disparate que la virgen María había sido dotada de una virginidad perpetua “Virgen concibió, Virgen dio a luz y Virgen permaneció”, (¿y cómo se las arregló entonces con los numerosos hijos que tuvo de José?); el mismo que avaló que las razas de monstruos existentes eran también hijos de Dios, siempre tan equivocado en sus infinitas teorías, argumentó en contra de que hubiera habitantes en las antípodas. Dijo:

“…Sobre la fábula de que existen los Antípodas, es decir, hombres que viven en el lado opuesto de la tierra, donde el sol se levanta cuando para nosotros se pone, hombres que caminan con sus pies opuestos a los nuestros, eso no es creíble en modo alguno. Y, ciertamente, no se afirma que se haya aprendido tal cosa por conocimiento histórico, sino por conjetura científica, basándose en que la tierra está suspendida dentro de la concavidad del cielo, y que tiene tanto espacio en un lado como en el otro: por ello afirman que la parte bajo nosotros también debe de estar habitada. Pero no remarcan que, aunque se supone científicamente demostrado que el mundo tiene una forma esférica y redonda, de eso no se sigue que la otra cara de la tierra esté libre de agua; ni tampoco, aunque estuviera realmente libre de agua, se sigue que esté necesariamente habitada…” ( ¡Qué gran sabio era este hombre nó, qué acertivo!)

También es importante saber que en la sociedad o en el tiempo que le tocó vivir a Colón, predominaba entre la curia la Escolástica, un movimiento filosófico y teológico que intentó utilizar la razón natural humana, en particular la filosofía y la ciencia de Aristóteles para comprender el contenido sobrenatural de la revelación cristiana. El gran gurú de esta teoría era Santo Tomás de Aquino, quién argumentaba que tanto la razón, es decir el razonamiento e inteligencia humanos como las revelaciones divinas, (esos sueños y alucinaciones de los profetas o las voces que escuchaban ordenándoles determinadas misiones y los dichos de la Biblia), eran obras de un mismo ser, Dios.

Por lo tanto no podía haber contradicción alguna, ya que solo eran dos de los caminos que Él eligió para llevarnos a la verdad. Consecuentemente cualquier oposición aparente entre revelación y razón solo podía deberse a un uso incorrecto de la razón o a una errónea interpretación de las palabras de la revelación. La única diferencia era que siendo las revelaciones una enseñanza directa de Dios, tenían necesariamente un mayor grado de verdad y certeza que la razón natural. Por ello, en los conflictos de fe religiosa y razonamiento filosófico, la fe actuaba como árbitro supremo.

Es fácil inferir entonces, que durante toda la Edad Media la filosofía estuvo al servicio de la teología, no solo porque la verdad de la filosofía estaba absolutamente subordinada a la verdad de la teología, sino porque los teólogos, es decir los voceros de la iglesia, como única voz autorizada, utilizaban la filosofía para comprender y explicar la revelación. Por ende, no había ninguna posibilidad que otra teoría colocara alguna idea independiente, porque lo único que importaba era si esa idea estaba en El Libro. Si no estaba allí, entonces no era una verdad. Solo lo escrito en la Biblia era una verdad inconmovible porque era palabra de Dios.

En base a esta reflexión, se entiende entonces que Colón presentara su proyecto como una revelación, aportando además algunos datos “científicos” con que podría haber contado: "Me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable a que era hacedero navegar de aquí a las Indias, y me abrió la voluntad para la ejecución de ello. Y con este fuego vine a Vuestras Altezas".

Citó en defensa de su presentación ante los sabios de la Corte, que sus cálculos, se basaban además de su experiencia como marino, de sus lecturas de La Imago Mundi, del Cardenal y teólogo francés Pierre D’Ailly, quien sugiere en su tratado que se podría llegar a Las Indias desde el oeste; a los estudios contenidos en la Historia “”Rerum Ubique Gestarum” del Papa Pio II y al contenido de un par de escritos apócrifos, además del mapa y correspondencia tenida con el geógrafo florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli.

Les dijo a los sabios que sus cálculos coincidían con los detalles mostrados en un mapa por el científico musulmán Alfrageno, del siglo IX, que indicaban que Cipango estaba no más allá de 4.300 a 4.500 kilómetros de la costa europea. Además sacó a relucir el axioma bíblico del respetado profeta Esdras, que afirmaba que la tierra estaba compuesta por seis partes de tierra firme y solo una séptima parte de agua, por lo tanto no podía ser tanta la distancia; pero éstos, tanto en la Corte portuguesa como española se mofaron de esta aseveración encontrándola un verdadero disparate, dado que existían mediciones y aproximaciones muy documentadas que señalaban que la distancia a cubrir a través de este desierto de agua que era el Mar Tenebroso, era de aproximadamente 20.000 kilómetros. Que no había tripulación ni barco que soportara tal navegación y que esta empresa no solo era riesgosa sino que francamente ridícula.

Hoy se sabe, que la distancia real es de 19.500 kilómetros y que el Almirante amén de estar absolutamente equivocado era un pésimo cartógrafo. De no ser que chocó con esas islas mar afuera, de las que jamás supo que eran el continente buscado, de Cristóbal Colón solo sabríamos que fue ahorcado por la tripulación amotinada, o que todos desaparecieron tragados por ese temido Mar Tenebroso, al que tanto temían los marineros.

Finalmente, hoy existen contundentes antecedentes que avalan que el viaje del Descubrimiento y con mayor razón los posteriores, fueron decididamente apoyados moral y financieramente por los judíos conversos españoles, que merced a que se habían convertido tempranamente al catolicismo y tenían control sobre negocios estratégicos del reino o altos cargos en la magistratura y el clero, permanecían en España conservando importantes grados de influencia sobre el rey y la reina.

Por ello, nos parece importante adjuntar textualmente algunos de los varios los antecedentes de la página http://www.scribd.com/doc/40242790/Daniel-Mesa-Bernal-Los-judios-en-el-descubrimiento-de-America, del repertorio Histórico de la Academia Antioqueña fundada en 1903, con los escritos de Daniel Mesa Bernal, año 1989 – No. 252, Vol.38.

CREENCIA JUDÍA SOBRE NUEVAS TIERRAS
Judíos y conversos apoyaron el viaje de Colón con entusiasmo pues estaban convencidos de que existían hebreos en otras tierras; esa convicción se fundaba en la tradición, en las interpretaciones de los rabinos de los libros sagrados, y en los comentarios de los viajeros.

Siempre preocupó a los judíos la desaparición de las Diez Tribus que se remonta al año 722 a. de J.C., cuando el rey Sargón II tomó la capital del reino de Isabel y dispersó su población. Hasta la época del descubrimiento de América se consideraba que las Diez Tribus vivían en Asfareth, palabra que significa "la otra tierra"; término confuso y poco significativo, de allí que surgieran hipótesis y fantasías.
Comenta Vicente Risco que según el Talmud de Jerusalén había "israelitas en lugar oculto donde por especial providencia de Dios vino una nube y los cubrió, para preservarlos de los pueblos extraños". Scheder Olam llama a aquellas nubes "Montañas de Oscuridad" y se ha interpretado que esa tierra oculta durante siglos fue América.
La idea de que las Diez Tribus vivían en tierras lejanas se basa principalmente en el libro cuarto de Esdras, un Apocalipsis que contiene las visiones que tuvo en Babilonia en el año 557 a. J.C.
En él se da cuenta del destino del pueblo de Israel y se dice que las Diez Tribus tardaron año y medio en la travesía después de que fueron esclavizadas, para llegar a una tierra desconocida y deshabitada (Asfareth) y que diversos autores han insistido, desde el siglo XVI, es el Nuevo Mundo. El libro IV de Esdras parece fue escrito en hebreo o arameo y no está incluido en la Biblia.

Es uno de los libros apócrifos más importantes del Antiguo Testamento y fue incluido como apéndice de la Vulgata, por lo que gozó de gran difusión; algunos textos litúrgicos como la misa de Réquiem se basan en él.
Sabemos que Cristóbal Colón leía a Esdras, pero la mayor parte de las citas que hace son del profeta Isaías: "Si, se reúnen las naves para mí, con los navios de Tarsis a la cabeza, para traer de lejos a tus hijos con su oro y su plata, para el nombre de Yavé, tu Dios; para el Santo de Israel, que te glorifique", y, "Porque he aquí que voy a crear unos cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se recordará lo pasado ni vendrá más a la mente". Las interpretaciones de las profecías de Isaías hacen impacto en el Almirante, más que las disquisiciones geográficas.

Dentro de este contexto de ideas los judíos españoles recordaban las palabras del
Deuteronomio, que dice; "Y ella (la Biblia), no está al otro lado del mar" y pregunta: "¿quién pasará para nosotros hasta allende el mar, para que nos la traiga nos la proclame, y la cumplamos?" (id. 30.13) . Ibn Ezra, español, nacido en el año 1092, anota que la expresión "al otro lado del mar", expresa lejanía, algo remoto distante del pueblo de Israel y agrega que ese "Mar Grande" no puede atravesarse por la oscuridad de las aguas; al Océano Atlántico en tiempo de Abraham Ibn Ezra nadie osaba atravesarlo; faltaban varios siglos para el descubrimiento de las Indias.
Los sefarditas añoraban que un país dirigido por una de las Diez Tribus apareciera y saliera en su defensa ; por ello, el proyecto de Colón no era para los judíos una aventura descabellada y fue la razón para que el descubridor de América contara en todo momento con el apoyo de los sefarditas.
Cuando hubo conciencia de que había descubierto un nuevo mundo, los judíos y hombres de ciencia no dudaron que nuestros indígenas descendían de las Diez Tribus.
JUDÍOS Y CONVERSOS APOYAN A CRISTÓBAL COLÓN
Los esfuerzos de los sefarditas para ayudar al genovés fueron manifiestos; en un principio contó con el apoyo infructuoso de Isaac Abrabanel y Abraham Senior, figuras importantes dentro del judaismo y cuya influencia y riqueza eran tan reconocidos que sus correligionarios los comisionaron para negociar con los Reyes Católicos que no los expulsaran. La situación mejoró para Colón cuando entraron en juego conversos cómo Luis de la Cerda, y el Duque de Medinaceli, que pudo haber disputado el derecho de Isabel al trono de Castilla como heredero de la rama primogénita.

Al conocer a Colón tomó interés por sus proyectos, le hospedó en su casa durante dos años; solicitó a su pariente Pedro González de Mendoza, Arzobispo de Toledo y Cardenal de España al que llamaban el "Tercer rey de España" que apoyara al genovés y escribió a la reina recomendándole el proyecto; su interés también se manifiesta al ofrecer tres barcos para realizar el viaje; tuvo que desistir de la idea porque la reina no le dio su asentimiento.

Gracias a Luis de la Cerda el Cardenal de España, se convirtió en uno de los más entusiastas promotores de Colón. El Duque y el Cardenal tenían sangre israelita pues una abuela común era hebrea; el duque tuvo que defenderse ante el Tribunal de la Inquisición que lo acusó de judaizante.

El abuelo de Cabrero, Sancho de Paternoy, murió en la prisión del Tribunal de la Inquisición. A Juan Colonia, Secretario de estado del reino de Aragón de origen judío por la línea materna y cuya esposa pertenecía a la familia conversa De la Caballería, correspondió firmar la Capitulación de Santa Fe y la Carta de Privilegios de 1492, donde estipulan las condiciones económicas y prerrogativas a que tenía derecho Colón; también refrendó la firma de los Reyes Católicos ordenando la expulsión de los judíos.

Luis de Santángel, escribano de la Ración del Reino de Aragón, era de familia conocida como conversa; procesado por la Inquisición, fue obligado a llevar sambenito.
Luis de Santángel fue quizá el que más apoyó a Colón; cuando las negociaciones con los Reyes se malograron, el genovés salió de Granada; al enterarse de esta situación, tres conversos: Luis de Santángel, Juan Cabrero y fray Diego de Deza entraron a defender el proyecto. La reina temía apoyar el viaje de Colón por los gravámenes financieros que implicaba pues las arcas estaban vacías por la guerra contra los moros; Luis de Santángel concedió un préstamo sin intereses por 17.000 ducados de oro (casi cinco millones de maravedíes), iniciativa que consultó a los conversos Juan Cabrera, Gabriel Sánchez y Alonso de la Caballería. Tal vez esta transacción fue la que originó la leyenda de que la Reina ofreció sus joyas para conseguir fondos para el viaje a las Indias.

El apoyo de Santángel a Colón perduró; para realizar el segundo viaje intervino ante el duque de Medina Sidonia para que prestara cinco millones de maravedíes, suma que "... se completó mediante las propiedades de los judíos expulsados, a quienes se robaron y confiscaron las casas, los capitales, las joyas y los haberes inmuebles...".
Este procedimiento legalizado, lo aprovechó Santángel para financiar la tercera expedición en 1498, que tuvo el privilegio "de apropiarse de los bienes confiscados por el Santo Oficio a los herejes apóstatas del Reino de Valencia..."
El Rey le demostró en varias oportunidades su amistad; en 1491 lo salvó de que lo condenasen por judaizante.

En Barcelona en el monumento a Colón, aparece Santángel a quien recuerdan los aragoneses
como el protector del Almirante. Gabriel Sánchez, tesorero mayor del reino de Aragón, fue uno de los cinco hijos de un judío quemado en efigie en 1493, sentenciado por "hereje, apóstata y judaizante"; su suegro murió en la hoguera. Gabriel Sánchez y Luis de Santángel pertenecían a eminentes familias y según Salvador de Madariaga "es muy posible que en último término se debiere a ellos la decisión histórica que hizo posible el descubrimiento".

No es exageración afirmar que la empresa colombina fue estimulada y financiada por los marranos aragoneses; al fin y al cabo buscaban una ruta comercial en la que tenían interés los judíos; Colón valoró su apoyo y antes que a los Reyes Católicos dio cuenta de sus triunfos a Gabriel Sánchez y a Luis de Santángel quienes transmitieron la noticia a sus Majestades.
Hemos visto algunos de los hombres de la Corte de Fernando de Aragón que apoyaron a Colón; veamos, los de la Corte de Isabel de Castilla.

Fray Diego de Deza, ilustre teólogo que llegó a ocupar después de la muerte de Fray Tomás de Torquemada el cargo de Inquisidor General; era descendiente del judío Ruy Capón. Colón lo encontró en el Colegio de San Esteban Salamanca, donde trabó con él amistad y por su intermedio conoció al astrónomo hebreo Abraham Zacuto profesor de Astronomía de la Universidad de Salamanca.

Fray Diego de Deza, obispo de Zamora y tutor del príncipe Heredero Juan de Castilla, ocupó importantes cargos en la Corte de Castilla; en 1486, la reina lo nombró en una comisión presidida por fray Hernando de Talavera para estudiar el proyecto de Colón. Fray Hernando de Talavera, profesor de la reina, y prior del Monasterio de los Frailes Jerónimos del Prado; más tarde fue Arzobispo de Granada; se sabía que era de origen israelita y al final de su vida se vio envuelto en un proceso inquisitorial por judaísmo. La comisión rechazó el proyecto; fray Hernando de Talavera estuvo en contra, pero de Deza hizo lo imposible para que lo aprobaran.
De Deza siempre apoyó a Colón, por eso el Almirante escribe a los Reyes: "Desde que vine a
Castilla ese prelado me ha aumentado mi prestigio. A él, junto con Chambelán Cabrero, deben vuestras Majestades la posesión de Indias."

Como si no fuera suficiente la polémica en torno a la figura del Almirante, durante el siglo XX, el Centro de Estudios Colombinos de Cataluña, aseguró que Colón era Catalán y no nació en Génova como señala la historia… Para sustentar la teoría, presentaron un documento fechado en 1476, donde se presenta una lista de corsarios catalanes que intervinieron en la batalla naval frente a las costas de Portugal, en contra de las naves españolas; y en esa lista aparece el nombre de Cristóbal Colón. Por otra parte, se argumentó que Colón nunca escribió en italiano y siempre en español, tal cual fue demostrado por especialistas en “lexicometría”, quienes analizaron cartas del Almirante.
En la página oficial web del Centro de Estudios Colombinos. “Colón Catalán”, escrito por Ignacio Ma. Muntaner. http://www.cecolom.cat/infocaps.php?id=1488, leemos el resultado de algunas de sus investigaciones que refrendan cuanto hemos dicho:
“En el primer cuarto del siglo XVI, Fernando (1488-1539), hijo natural de Colón, cuando quiso escribir la vida de su padre, se interesó, naturalmente, por su lugar de nacimiento. Recorrió la península ibérica, - el año 1519 Cataluña- y luego fue a Italia. Sorprendentemente, a medio viaje, en 1523, Carlos V , le prohibió que continuara sus investigaciones". (Carlos de Austria, o Habsburgo (1500-1558) fue rey de España con el nombre de Carlos I. Fue el primero que unió en su persona las coronas de Castilla, Aragón y Navarra y como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V.)

"¿De qué tenía miedo el Emperador?, Cuál era el motivo de esta prohibición? Sea como sea, Fernando Colón no pudo encontrar ni en Génova ni en la Liguria, pasados sólo 20 años de la muerte del descubridor, ningún pariente de su padre, e incluso se muestra molesto por la abundancia de poblaciones italianas que pretenden ser cuna del descubridor".

"Fernando menciona Nervio, Cuquero, Bugiasco y Savona en la Liguria, y Piacenza al'Emília-Romagna. ¿Aclaró o no aclaró Fernando donde había nacido su padre? Pues, no lo sabemos, porque el manuscrito sobre la vida de Colón escrito por Fernando no fue publicado en vida".

"Muerto él un nieto de Colón, Luis Colón, se encargó de suprimir en ellos las cosas que consideraba equivocadas o que no convenía decir, y no fue hasta el año 1571 que la biografía colombina de Fernando se publicó, traducida al italiano por un tal Alfonso Ulloa, con el título “Della vita e di fatto dell almiraglio don Cristoforo Colombo”, el padre se entiende, de Fernando Colón. Y después de publicada esta traducción, sorprendentemente, el original desapareció, entrando a formar parte de la gran cantidad de textos y documentos referentes a Colón que han sufrido una misteriosa y más que sospechosa desaparición...."

“Si repasamos cuáles son los primeros testigos del origen genovés de Colón, se ve claramente que pertenecen a círculos relacionados con la casa real, que varios escritores italianos repiten su afirmación por obvias razones de amor patrio. Y en cuanto a los escritores peninsulares, amigos y conocidos de Colón y que dentro de ciertas limitaciones podemos considerar independientes, están afectados por una posible, por mucho que parezca increíble, conspiración política, comenzada como hemos visto en torno a los reyes Católicos y continuada por sus sucesores, con el fin de falsear, en lo posible, los orígenes y los hechos de la vida del Cristóbal Colón previos al descubrimiento".
“De hecho es escandalosa la cantidad de documentos y obras del entorno de Colón que han desaparecido. Dice María Aguiló-y también otros historiadores no catalanes...".

"Según Pedro de Madrazo, citado en Bayerri 61 p. 31, 7, "los Veinte mil Cuerpos que donó don Fernando Colón se hallan reducidos a diez mil tomos, no comprendemos por qué..." (la mitad de los libros y documentos que, según Fernando Colón, hijo del descubridor, había en la Biblioteca Colombina, habían desaparecido cuando él la consultó a mitad del siglo XIX).

"Es inevitable pensar que ha habido mucha gente interesada en ocultar tantos detalles como fuera posible de la verdadera personalidad de Colón, y también personas que, sin escrúpulos, han hecho desaparecer documentos enteros, o párrafos de alguna obra que contradecían lo que por intereses políticos convenía decir del descubridor..."


Bayerri piensa que colaboró voluntariamente el mismo Colón / Bayerri 61 p. 335 ss. /, y esta conspiración es aceptada por la mayoría de los que creen en un origen no genovés del descubridor: no es lógico que haya tantas oscuridades en este tema, cuando los siglos XV y XVI son una época de la que se conserva documentación abundantísima, y cuando Colón es un personaje tan importante y estudiado con tanto interés y tanta pasión”.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Descubriendo a Cristóbal Colón. Parte 6.-

Después del “Descubrimiento”, la isla La Española se convirtió en una verdadera Torre de Babel, donde convergieron todos los aventureros, lunáticos, cazafortunas y criminales de España. En su mayoría para explotar y descubrir minas de oro; y los demás, para enrolarse en las filas del ejército del naciente virreinato para combatir la resistencia de las tribus indianas y emprender la conquista de nuevos territorios. Algunos de estos noveles colonizadores, abades y familiares de algunos nobles cercanos a los reyes, venían “recomendados” para ocupar altos cargos en la administración de la gobernación de estas islas occidentales y por lo tanto, convencidos que había que robar pronto y rápido.

La mayor parte de ellos, pobres de solemnidad, ex convictos o mercaderes huyendo de la justicia; y también gente común que vio en estas tierras del Nuevo Mundo una oportunidad para cambiar sus desesperanzadas y mediocres vidas. Pero cualquiera que fueran sus diferencias sociales, culturales y morales, había algo que los hermanaba: conseguir a como diera lugar, respetabilidad, fama y oro, mucho oro.
“El oro, -decía Colón,- es excelentísimo; del oro, se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso”.

Así ocurrió con Juan Ponce de León, conquistador de Puerto Rico y La Florida. Paje de Fernando el Católico, soldado cesante de la guerra de la campaña de Granada, de quien se duda si viajó a América con Colón en 1493 o con Ovando en 1502, pero si consta que participó en la conquista de La Española, en mérito de lo cual y como justo premio a sus desvelos descuartizando indios, quemando sus aldeas y arrebatándoles sus pertenencias, se le encargó en 1508 conquistar la cercana isla de San Juan Bautista o Borinquén (Puerto Rico).

Allí sus desvelos fueron esclavizar prontamente la mayor cantidad de esas bestias humanas llamadas indios, para la explotación de las minas de oro y luego reprimir a sangre y fuego la sublevación de los amerindios, que no soportaron la cruel dominación castellana y el abusivo régimen de Encomiendas que los sometía a trabajos forzados.
Rápidamente cumplió su sueño de convertirse en un hombre de gran fortuna. Por supuesto esto ameritó endurecer las medidas represivas contra los bárbaros, tomando sangrientas represalias contra los familiares de los rebeldes que se fueron a los montes, que significaron la exterminación de casi todas las tribus, sometiendo a los sobrevivientes y en especial a las mujeres a una salvaje esclavitud sexual.


La llegada de estos extranjeros en cambio, trastocó totalmente el modo de vida de sus pobladores originales. De adoradores de la naturaleza y de la madre tierra, pasaron bruscamente a ser adoradores de un tal Cristo, de una mujer llamada María y del Gran Padre de todos los Dioses, un señor sin nombre. Sus templos ancestrales fueron destruidos, sus efigies e ídolos de metal amarillo requisados y sus vernáculas costumbres tachadas de herejía y merecedoras de la peor de las muertes.



De hombres libres pasaron a ser esclavos y sirvientes sin paga. Sus mujeres y sus hijas repartidas entre la soldadesca para ser usadas como servidoras sexuales. Sus hijos pequeños no podían estar con sus madres y las mujeres debían abortar cada vez que fueran embarazadas por los conquistadores. La carne de estos fetos y las criaturas recién nacidas, dedicados a comida de los feroces canes come hombres.
Como si de una maldición se tratase, fueron atacados por plagas y enfermedades que minaban su organismo que los mataba en medio de atroces sufrimientos. Sus cosechas debieron ser abandonadas y cundió el hambre y la pobreza. Todos los hombres y mujeres trabajaban de sol a sol en las minas de oro, sacando perlas del mar o construyendo ciudades y caminos.
Los chamanes de los hombres blancos, les contaron que en su libro sagrado, los profetas habían anunciado que la humanidad tendría un Juicio Final y que el Gran Juez sería el Cristo. Pero antes, Satán, el príncipe de los Infiernos mandaría a asolar la tierra y nadie quedaría libre de castigo. Estos serían cuatro seres infernales, reconocibles porque montarían caballos de colores.
El primer jinete monta un caballo blanco y representa la Victoria y las batallas. El segundo lo hace en un caballo rojo y representa la guerra y sus horrores. El tercero monta un caballo negro y representa el hambre para toda la humanidad y el último jinete tiene un caballo amarillo que representa las pestes y enfermedades que conducen a la muerte. Este último demonio usa una gran guadaña y hace uso de las fieras para matar a quien se le antoje. Todos juntos son la venganza de Dios sobre los hombres que no respetaron sus leyes.
Este relato aterrorizó a los indios. Todos se preguntaban como era que para ellos el Juicio Final se adelantó y ya tenían en casa a estos jinetes infernales.

Al igual que Colón, Ponce de León era un hombre supersticioso, de gran ignorancia y credulidad ante los sucesos maravillosos esparcidos por las leyendas bíblicas y predicadas por los frailes como cosa cierta en los sermones dominicales. Fue ello sin duda, lo que desencadenó la obsesión que ya nunca le abandonaría. Se le puso entre ceja y ceja, que era en estas tierras de las “Indias Occidentales”, donde estaba el mentado manantial de milagrosas aguas, señalado en el Génesis y mencionado por muchos Hombres Santos. La Fuente de la Eterna Juventud.
¿Acaso Colón no había encontrado en estas islas del fin del mundo el Paraíso Terrenal, el Jardín del Edén donde el Señor colocó a sus primeras creaciones humanas, Adán y Eva?


Recordemos que Colón, también con la mente bombardeada por toda clase de supercherías relatadas en las Sagradas Escrituras, mesiánico él mismo, con delirios que lo hacían creer que era un predestinado, un Enviado de Dios para cumplir una Santa Misión anunciada en los primeros tiempos por los profetas, creyó que había encontrado El Paraíso Terrenal a la vista de los paisajes de ensueño de la desembocadura del Orinoco, el río que él, siempre tan confundido, pensó era el señalado en estos escritos.Esta febril ensoñación producto de sus lecturas apocalípticas, obnubiló su entendimiento y no reparó que esta masa de agua, ese gran caudal, indicaba claramente que tenía enfrente un continente e ilusamente murió sin saberlo. También este iluminismo le hizo ver hombres con cola, inmensas gallinas que en vez de plumas tenían lana; en las costas de Cuba vio sirenas con caras de hombre y plumas de gallo; “avía hombres de un ojo y otros con hoçicos de perros que comían hombres, y que en tomando uno lo degollavan y le bevían la sengre y le cortavan su natura (...) “Otra gente fallé, que comían hombres: la desformidad de su gesto lo dice..."Colón, según dijo su hijo Fernando, leía en forma incansable refranes bíblicos, interpretaciones de las sagradas escrituras y su libro de cabecera era El Libro de las Maravillas, que relata los viajes de Marco Polo, literatura fantasiosa, alejada de la realidad, con historias y aventuras salpicadas de magia, hechizos, encantamientos y sortilegios, donde lo sobrenatural se mostraba como un acontecimiento normal, cotidiano, solo por que es dispuesto por Dios, que todo lo puede, como el milagro que se relata de los cristianos que con sus oraciones mueven una montaña ante los ojos estupefactos del Califa de Bagdad para salvarse de la muerte.


Colón en 1476, cuando llegó a Portugal tenía 24 años y era analfabeto. En esta ciudad aprendió a leer, pero nunca llegó a dominar el castillano y en sus escritos, hasta el final de su vida no se encuentra un castellano culto, castizo, sino uno muy modesto y aportuguesado, como se puede apreciar en este mismo Libro de las Profecías, donde hay cartas de frailes que no tienen los errores ortográficos que muestra Colón, el que a pesar de haber sido corregido como se colige por estos mismos monjes, adolece de un lenguaje fluido, con conceptos claros, limpio.


Mucho se ha escrito que era un formidable lector, que podía hacerlo en dos o tres idiomas, que su biblioteca privada contaba con selectos libros de grandes autores clásicos de la época. Lo más seguro que estas menciones sean también parte de ese proceso de agigantar su persona, de dotarlo de una personalidad intelectual, que probablemente nunca tuvo. Siendo un marino basto, sin gran cultura y casi nula instrucción, lo más probable es que solo leyera folletos picarescos y libros de aventuras. Y seguro, todo lo relacionado con las sagradas escrituras, lectura que era la que más abundaba.


Ni Colón ni Ponce de León pudieron estar ajenos al más popular libro de historias llamado “Libro de las Maravillas del Mundo”, que circulaba en el viejo continente desde 1356, en el que Juan de Bourgogne, bajo el apodo de Juan de Mandeville, (http://parnaseo.uv.es/lemir/textos/mandeville/index.htm) relataba sus viajes por los siete mares, similar al libro de Marco Polo, con historias fantásticas ocurridas en exóticos países en que se rozó con gigantes, enanos y bestias extrañas, monstruos fabulosos, montañas mágicas.


En relación a la Fuente de la Eterna Juventud, Mandeville escribió textualmente: “Junto a una selva estaba la ciudad de Polombé, y junto a esta ciudad, una montaña de la que tomaba su nombre la ciudad. Al pie de la montaña hay una gran fuente, noble y hermosa; el sabor del agua es dulce y olorosa, como si la formaran diversas maneras de especiería.
El agua cambia con las horas del día, es otro su sabor y otro su olor. El que bebe de esa agua en cantidad suficiente, sana de sus enfermedades, ya no se enferma y es siempre joven. Yo, Juan de Mandeville, vi esa fuente y bebí tres veces de esa agua con mis compañeros, y desde que bebí me siento bien y supongo que así estaré hasta que Dios disponga llevarme de esta vida mortal. Algunos llaman a esta fuente “Fons Juventutis”, pués los que beben de ellas son siempre jóvenes.”



Tanto investigó el tema Ponce de León, tantas cartas envió al rey asegurándole que su teoría no podía estar equivocada, que Fernando El Católico, otro lunático medievalista, hipnotizado por las mismas fuentes, también se entusiasmó por esta utopía y se lanzó sin vacilar en la aventura de llenarse de gloria encontrando en los confines de la tierra recién descubierta, ese sueño de los hechiceros, magos y alquimistas de todos los tiempos, el elixir de la eterna juventud; aguas, frutos, ríos o pócimas con poderes para rejuvenecer a los hombres.


Los indígenas en verdad se referían a la Palmera Moriche, como “árbol de la vida” y a otras especies arbóreas como el Guayacán, bautizado después como Palo Santo, “el árbol de la inmortalidad”. Además estaba el árbol de Xagua, que según las leyendas comunicaba propiedades curativas a los ríos que lamían sus raíces.
Estas menciones, que venían junto con algunos ritos nativos de sanación, hablaban que había muchos ríos cuyas aguas tenían virtudes curativas en las islas Boyuca, Trinidad y La Florida, pero los indios nunca dieron a esta agua la connotación que Ponce de León le atribuía.

Según le informaba Ponce de León al Rey, había leyendas locales entre los indios que coincidían en que esta agua rejuvenecedora se encontraba en esos parajes. Esto terminó de convencer a Felipe y lo sacó como Gobernador del ahora Puerto Rico y le proporcionó tropas y navíos, ordenándole se dedicara en forma exclusiva a explorar todos los territorios colindantes y perseguir con ahínco cada pista que le condujera hacia el tesoro inapreciable de esa agua regia de la inmortalidad.
La mezcla confusa de río o fuente rejuvenecedora que se menciona, queda aún más clara en la relación que hace Washington Irving respecto de los viajes de Juan Ponce de León. En su obra "Viajes y Descubrimientos de los compañeros de Colón", dice: "Aseguráronle que muy lejos hacia el Norte, había un país abundantísimo en oro y en toda clase de delicias; pero lo más sorprendente que poseía era un río con la singular virtud de rejuvenecer a todo el que se bañaba en sus aguas..." La Fuente de Bimini, "que poseía las mismas maravillosas y apreciables cualidades" del río, se hallaba en cierta isla del archipiélago de las Bahamas o Lacayas”. Se dice que Juan Pérez de Ortubia, comisionado por Juan Ponce de León para buscar la isla de Bimini, al volver a Puerto Rico para dar cuenta que la había encontrado al seguir las indicaciones de una anciana que vivía solitariamente en una islita de las Bahamas, llegó a una isla que "dijo era grande, fértil y cubierta de magníficas arboledas; que tenía hermosas y cristalinas fuentes y abundantes arroyos que la mantenían en perpetua verdura; pero que no había agua ninguna con la virtud de transformar los entorpecidos miembros de un anciano en los vigorosos de un joven".
Ponce de León, consagró su vida tras este ideal y fracasó muchas veces, pero inmediatamente iniciaba otra expedición, bañándose, probando y recorriendo, cada río, cada fuente, cada vertiente que encontraba a su paso, sin desmayar. No se sabe estadísticamente cuánto dinero le costó a la Corona esta imbecilidad del Rey y de Ponce de León, pero si bien es cierto que jamás descubrió tan magno botín, descubrió sin embargo las costas de Florida, hoy territorio norteamericano.


Ante esto, el rey, aún esperanzado de hallar la Fuente Encantada, lo nombra Adelantado de Bikini y Florida, territorios que dejará bajo su mando, pero sin que abandone la búsqueda del agua milagrosa. Buscándola, Ponce de León es herido por una flecha emponzoñada y muere poco después en la isla de Cuba.
Estos hechos son mencionados latamente en la Historia General y Natural de las Indias, de 1535, del cronista González Fernández de Oviedo quién escribió que el conquistador en realidad buscaba las aguas de Bimini para curar su impotencia sexual. Igualmente el tema es tocado por Francisco López de Gomara en su Historia General de las Indias de 1551, e incluida en la Historia General de los hechos de los Castellanos de Antonio de Herrera en 1615..

También pasaron por La Española hombres terribles que tenían pintada en la cara el signo de la muerte. Su oficio, depredar. Lo llamaban conquistar, explorar, descubrir. Hombres valerosos sin duda, que cada día arriesgaban la vida, pero también cada día mataban a alguien, lo colgaban, le atravesaban el pecho con su espada, tiraban la cuerda hasta que la víctima exhalaba su último extertor. Fueron tiempos violentos aquellos, donde la felonía, la traición y el ventajismo salvaban la vida.

No obstante, con todos esos crímenes y violaciones incluidos, con sus afanes magnicidas para apoderarse de un trozo de oro o de tierra, estos aventureros, esos mercenarios, fueron nuestros antepasados. A diferencia de otros conquistadores también feroces y abusivos que llegaron a otras tierras, el español yació con la india, le hizo hijos, se casó con ella y trajo sus leyes. Hubo en el principio del proceso de colonización muchos huachos, muchos entenaos que nunca conocieron a sus padres españoles. Otros que conociéndole, no pudieron presumir ser sus hijos. Poco a poco se fueron creando los meztizajes y hoy por suerte, cada trozo de tierra usurpado ha sido devuelto o reconquistado y los pueblos tienen nombre propio, bandera, historia, pasado, pero sobre todo futuro.

Los amerindios ahora somos latinoamericanos, sudamericanos, hispanoamericanos, iberoamericanos, según sean los grupos de interés que los cobijen, donde se buscan palabras suaves para evitar roces y antiguos recuerdos entre vencedores y vencidos. Pero quienes nunca lograron volver a ser los orgullosos hijos de estas tierras ferozmente conquistadas, fueron las razas puras, rebeldes, originarias, que en su mayor parte combatieron al invasor y nunca le perdonaron a los españoles ni a los mestizos ni a su propia gente, la mixtura racial, religiosa, de conveniencias.

Nunca nadie les pidió perdón por todo cuanto les arrebataron, porque nunca nadie les tendió una mano, devolvió sus tierras, su dignidad, sus dioses y costumbres y tampoco su nacionalidad. Esa deuda, quemante y antigua, como una herida abierta en medio del pecho, continúa pendiente.

Cada vez que abordo este tema, no puedo dejar de recordar un reciente concurso de belleza para elegir a la Miss Universo. Cada candidata, como es usual usó su traje nacional. La Miss Australiana, salió con traje común pero con una cortadora de pasto funcionando. El Moderador le preguntó a que venía esto, cómo es que no usó el traje típico, tradicional o criollo como hicieron las otras participantes, y la muchacha, un tanto amoscada le respondió ¿Y que quiere, que salga con un traje a rayas..?


Y claro, tenía razón. Australia nació como Colonia penal inglesa. Miles de presidiarios fueron traídos a esta inmensa y desolada isla, que no precisaba barrotes. Estaban los presos, todos criminales rematados y sus guardianes. Nunca se mezclaron con las razas aborígenes y por lo tanto no hubo mestizaje. Luego llegaron las mujeres de los presos y de los guardias y también las prostitutas. Es una raza blanca, inglesa, escocesa, con salpicaduras europeas e irlandesas.

Pero tampoco respetaron los derechos de los naturales ni recogieron las demandas indígenas. Igual que los españoles, los mataron, los abusaron, los persiguieron, los discriminaron y los relegaron a reservas donde están separados del beneficio de esta patria súbdita del Reino Unido. Fuera de las tierras que vieron nacer a sus antepasados hace millones de años, sin acceso pleno a la cultura ni con posibilidades de desarrollarse como pueblo independiente. Igual que las razas originarias de todos los pueblos conquistados y sojuzgados por fuerzas de ocupación extranjeras, viven de limosna en las tierras que un día fueron suyas.
El salvajismo no es patrimonio de una raza determinada, el canibalismo y la antropofagia racial es una característica humana.

Hemos dicho y reiterado, que la vida de Cristóbal Colón o como se llame, ha sido siempre un gran misterio. Nada había para certificar que es quien se dice que es. Ningún documento o historial que nos diga como vivió, quienes fueron sus maestros, sus amigos, cual fue un nacionalidad y su verdadero nombre. Incluso se ha dudado no tan solo de quien decía ser, sino también de su existencia real.. Solo ha sido posible rastrear su vida a partir de su presentación en los reinos de Portugal y Castilla, pidiendo audiencia con los soberanos.
A partir de ahí, se sabe lo que quiso decirnos, palabras, relatos de su vida anterior, que bien pudieron ser falsos, inventados, para hacerse interesante, para despistar y confundir a los curiosos.
Por él y solo dicho por él, sabemos que fue: “ genovés,…descendiente de Colonius el vencedor de Mitridates, sobrino de dos almirantes, universitario de Pavia, capitán del rey Renato, combatiente contra infieles en el Mediterráneo y contra corsarios en el Atlántico, explorador de Thule en el Septentrion…y que su verdadero apellido era De Colón…”, pero nada de sus dichos ha sido comprobado, y por el contrario, varios de ellos se sabe que son solo invenciones del Almirante.
Luego, cuando la Conquista estaba realizada, se perdieron todos los documentos originales, su diario personal y las Bitácoras de sus cuatro viajes, fragmentos de las cuales han podido reconstituirse principalmente porque el acucioso Padre Bartolomé de las Casas, las copió de su puño y letra para usarlas en el futuro en su Historia General de Las Indias. También han aparecido posteriormente cartas, actas y otros documentos que atañen al Almirante, pero no sus originales. Y luego, han desaparecido cientos de volúmenes y escritos de estudiosos e historiadores desde el Archivo de Indias, hurtados “por manos moras”, Biblioteca donde por lo demás, toda referencia a su persona proviene de compilaciones de terceros o manuscritos que también en su mayor parte son copias legalizadas, pero no originales.

¿Cómo pudo ser que haya existido tanto silencio de los que lo trataron? Recordemos que luego de su muerte muchos de sus parientes y amigos y también sus enemigos le sobrevivieron. ¿ Cómo es que ninguno de ellos mencionó, alabó, criticó o atacó a Colón, no contó ninguna historia, dijo una sola palabra sobre tan famoso personaje durante doscientos ochenta años?
Guardaron silencio sus hermanos Bartolomé y Diego, sus hijos Diego y Fernando que heredaron su apellido. La familia Arana de Córdoba, parientes de su segunda esposa Beatriz, madre de Fernando nunca declararon nada.

Guardaron recatado silencio sobre su real origen, o no quisieron investigarlo los historiadores de la época, incluyendo al padre Las Casas, que amén de narrar algunos aspectos de las Capitulaciones y pormenores detallados en sus Bitácoras, no avanza especulaciones sobre los temas que podrían dar luz sobre el pasado del Almirante.
Ni siquiera sus numerosos y enconados enemigos, como Miguel Muliart y los Pinzón, que amén de reclamar en las Cortes prebendas y Títulos, nunca hablaron del pasado del Virrey.

Alrededor de su vida fue creado un círculo de espeso silencio. Nadie podía hablar ni comentar los detalles de la vida del Descubridor. La verdad fue archivada como secreto de Estado y retirada de la circulación pública. Solo era permitido repetir las loas, la leyenda maravillosa de este excepcional hombre que descubrió un Nuevo Mundo. Esta prohibición se extendió a todos los reinos hasta donde alcanzaba el poder de los Reyes Católicos y sus aliados. Y donde esta influencia no llegaba, estaba la severa mirada y la terrible amenaza de quedarse proscrito del Paraíso, allá arriba en el cielo, administrado personalmente desde la tierra por el Papa, con sus sicarios de la Inquisición.
No obstante, de pronto todo cambió.

Cristóbal Colón había escrito un Libro y pese a que esto siempre estuvo en conocimiento de un pequeño círculo de intelectuales, nunca había sido publicado ni mostrado.
Apareció primero, en los actos de celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, donde el Gobierno Italiano en un gran esfuerzo editorial, publicó EL LIBRO DE LAS PROFECIAS de Colón, junto a los demás escritos Colombinos, compilados en una obra monumental titulada. “Raccolta di Documenti e Studi”, lamentablemente, escrito en italiano y en una edición limitada, que no tuvo la difusión ni recogió el interés que merecía, cayendo pronto en el olvido.

Tuvo que pasar un siglo, cien años más, para que nuevamente una editorial española Testimonio, Compañía Editorial, hiciera una reproducción facsímil del Libro de las Profecías en castellano y latín, escrito por el Almirante y cuyo original fue encontrado casualmente, entre trastos y libros viejos en desuso, en uno de los archivos de la venerable Biblioteca Colombina de la Catedral de Sevilla. La publicación se hizo en 1984 y el volumen contiene la traducción al castellano de Francisco Alvarez Seisdedos.
Este ejemplar rescatado del olvido, la desidia y la política del silencio propiciada por sucesivos monarcas españoles y la Iglesia, como ocurre con muchísimos otros escritos, quemados, perdidos, robados o desaparecidos respecto a Colón, consta de 84 páginas, de las cuales faltan catorce. El título de la Obra está en latín y traducido al castellano significa:

LIBRO O COLECCIÓN DE AUTORIDADES, DICHOS, SENTENCIAS Y PROFECÍAS ACERCA DE LA RECUPERACION DE LA SANTA CIUDAD Y DEL MONTE DE DIOS, SION, Y ACERCA DE LA INVENCION Y CONVERSION DE LAS ISLAS DE LAS INDIAS Y DE TODAS LAS GENTES Y NACIONES, A NUESTROS REYES HISPANOS.

El libro fue escrito por Colón en los años 1501 y 1502, y lo empezó después de su tercer Viaje, en el lapso de tiempo en que es regresado a España por orden del Rey, encadenado y enjuiciado a causa de su mala administración e ineptitud como Virrey de La Española, tiempo en que se le albergó varias semanas en calidad de detenido en la cartuja de Santa María de las Cuevas, en Sevilla, siendo evidentemente su intención, explicar a los soberanos españoles su versión y el significado que tiene para él, el Descubrimiento a la luz de las profecías bíblicas.
Por fin la gente común, los intelectuales, los estudiosos del proceso colombino, tenían un elemento material, un escrito, una creación intelectual del Almirante donde estudiar su grafología, entender su pensamiento y calar a la luz de sus dichos, quién era realmente ese hombre misterioso, qué pensaba, que sentía, que anhelaba y cuál era su visión personal del extraordinario acontecimiento dónde fue el protagonista principal.

Y sobre todo, dilucidar tantos interrogantes y enigmas de su personalidad, poco claros y contrapuestos que se manejaban hasta el momento. Entender quizás por qué tanta reserva de la monarquía española respecto a su persona. Llegar en fin, a determinar cuál era el mensaje que deseaba transmitir en su Obra y por qué creyó necesario dejar constancia para la posteridad de su pensamiento.

Y hasta era lícito esperar, que en este su primer libro, explicase aquello sobre lo cuál tanto se ha especulado. Cómo fue realmente que consiguió los mapas y planos para llegar a su feliz destino. Cuál era su familia, dónde vivió la etapa de su juventud, cuáles fueron sus estudios… Y desde luego, que reclamase a la pareja real el trato de delincuente que se le daba, al quitarle todo mando y traerle encadenado ignominiosamente junto a sus hermanos.

No obstante, luego de conocerse el contenido del famoso Libro de las Profecías, uno se percata, que amén de la innegable importancia histórica como reliquia que puede tener; o como objeto de colección de gran rareza, “Rarísimo Códice” como se le ha llamado, nos encontramos que este Libro de Profecías no tiene profecías de Colón; que técnicamente no es un libro sino solo un boceto; no tiene plan ni desarrollo coherente y que partiendo por su desorbitado título hasta la última línea, más bien parece una tomadura de pelo.

Esta Obra de Colón, decepciona totalmente, no solo porque luego de colocarse alguna correspondencia ya conocida que hubo con los reyes, más un intercambio de notas con algunos frailes, todo lo que contiene además de su carta introductoria, son cientos de refranes y pasajes contenidos en la Biblia y extractos de frases y dichos de cartas y documentos de los llamados Padres de la Iglesia, como igualmente de varios otros teólogos de los primeros tiempos, como San Agustín, Nicolás de Lyra, Pedro de Alíaco y otros, los que -según parece querer demostrar Colón-, contenían referencias con su persona, su descubrimiento de las Indias y…. con la recuperación por la cristiandad…de la Ciudad Santa de Jerusalén.
Cuando uno se percata de ello, hay asombro y decepción. Y la primera pregunta que surge es ¿qué es ésto?, que tiene que ver esta chorizada de salmos religiosos con el Descubrimiento de Colón, y cómo alguien puede creer que estos escritos milenarios, la mayoría inventados, puedan referirse a uno o a alguien en particular, tres mil o cuatro mil años después. Estamos hablando de un Virrey, de un Almirante de la Mar Océana, de un Descubridor, que aunque haya sido por casualidad que tocó un sector de islas del continente, igual eso es importante. Puso la bandera y declaró esas tierras propiedad de Castilla.

El contexto de colocar esta acción como obra celestial es indudablemente incongruente, anacrónico, hasta infantil, aún para el siglo XVI, tan brumoso y decadente.

El hombre que retrata estos escitos no es un soldado, un explorador, una mente modernista y capaz de salir airoso de cualquier coyuntura. Es solo un fanático religioso
, un predicador callejero, que pregona con escasa cultura teológica refranes aprendidos de memoria a los que entrega una interpretación antojadiza. “El siervo del Señor es el varón de mi consejo”´. 46:11 Jesús.
“He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu..; y las islas esperan sus enseñanzas… Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones”
. Isaías 42: 1, 4, 6 Libro de las Profecías.

Este engendro de libro nos revela que Colón creía ser un “elegido” de Dios, como Juan el Bautista, como David quizás; un hombre predestinado para una “alta misión” que el Señor le tenía señalada desde el principio de los tiempos. Una Santa Empresa que figuraba en Las Sagradas Escrituras que nadie más que él podía efectuar con éxito.

Es decir, este Colón que nos muestra este escrito, es muy distinto al que nos imaginábamos y al que dicen en la versión oficial que él fue. En los manicomios hay muchos Napoleón Bonaparte, cientos de Cristos, miles de profetas, que dicen cosas parecidas y he aquí que el Colón que se nos presenta, es solo uno más de estos trastornados, enfermos que precisan rápida ayuda. La diferencia de Colón con los lunáticos citados, estriba solamente en que fue un loco con suerte.

"Llegara un tiempo, en el curso de los siglos, en que el mar ensanchará el cinturón de la tierra, descubriendo a los hombres una inmensa tierra incógnita. El mar pondrá al descubierto nuevos mundos y Tule dejará de ser el límite de la tierra". Séneca, en Medea.
Pero, estos refranes que son más de trescientos, no están ordenados por autor o por materia o por el contexto de su contenido como pudiera pensarse, sino simplemente son una compilación anárquica, colocados uno a uno, al azar, sin que al leerlos nazca alguna idea coordinada o tema emergente que los ligue.
Es decir, están copiadas en la medida en que Colón fue repasando páginas de la Biblia Vulgata, algunos libros apócrifos o deuterocanónicos y escogiéndolos para insertarlos en su borrador, sin orden ni concierto y señalando solo el Capítulo, sin poner versículos. Expresado de otra forma, constituyen un galimatías sin sentido, aburrido y hasta desquiciado. La obra de un loco, como tantos que hoy pasan sus días en las casas de reposo donde sus parientes les han dejado, en clínicas privadas o en Hospitales siquiátricas, donde estos enfermos murmuran y pasan las horas de su día, absortos en sus ideas recurrentes.

Después de su lectura, se comprende que todas esas equivocaciones de Colón, sus errores de apreciación de la realidad; su despiste al bautizar islas y lugares que algunos autores achacan “al espíritu medieval”, no eran más que su real forma de ser, la expresión de su mesianismo obsesivo, sus delirios bíblicos.

Ya vimos como se equivoca y defiende el mal cálculo que hizo al medir la distancia entre Europa y Asia. El problema que tuvo para que aceptaran su proyecto, no fue que los sabios no creyeran que la tierra era una esfera, lo que ellos defendían era que la circunferencia de la Tierra era más grande de lo que decía el Colón. En el transcurso del tercer viaje, Colón llamó isla -por error- a una lengua de tierra de la península de Paria, bautizándola con el nombre de “Isla de Gracia”. Confunde un continente con uns islas. Se dice que era cartógrafo, pero el único mapa que se conoce de él, podría hacerlo cualquier niño de diez años. Y más encima, cuando se topa con tierra, cree estar al otro lado del mundo, en tierras de Asia, en Las Indias.

Cuando Colón tuvo a la vista la desembocadura del río Orinoco creyó sinceramente que había llegado al Edén. Esa poderosa corriente de agua le llevó a la convicción que su comportamiento obedecía al remolino de los 4 ríos míticos del Paraíso. Entonces escribió rn su Diario: “Dios me ha hecho mensajero de un nuevo cielo y de una nueva tierra, de la que había hablado ya en el Apocalipsis San Juan después de haberme hablado por boca de Isaías y El me ha indicado el lugar donde encontrarlo.”
En 1494 cuando Colón llega a Jamaica identifica el lugar como el Reino de Saba, país de la reina amante de Salomón y lugar mítico de origen de los Reyes Magos. En la desembocadura del Jaina en la Isla Española creerá haber descubierto el río Ofis, donde Salomón se aprovisionaría de oro.
Le escribió a los reyes, que esa tierra debía ser “el Paraíso Perdido” de que hablaban las Escrituras y que allí pensaba él encontrar un “espacio nuevo” para la propagación de los evangelios, la conversión de los paganos que se encontraban en el territorio y que su descubrimiento “traerá pareja la salvación de tantos pueblos entregados hasta ahora a la perdición”. Así el Anticristo sería vencido definitivamente coincidentemente con el inicio del Apocalipsis, que traería la renovación del mundo.

Ni más ni menos, Colón creyó estar en presencia de la Nueva Jerusalén, el hogar eterno de la gente de Dios, lugar del que la La Biblia dice que: "jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira, sino sólo aquéllos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero." (Apocalipsis 21:27).
En resumen, este Libro tiene la importancia de mostrarnos que todo el tiempo Colón vivió en una burbuja, en una época y en una dimensión distinta inmersa en el mundo antiguo del Viejo Testamento. La misma luz que iluminaba al resto, era percibida por el Almirante con distintos matices. Con razón fue tachado de incompetente para el cargo de Gobernador de las Indias. Su razón estaba ida y su inquietud era monotemática. Todo a su alrededor estaba siendo tocado por Jehová y su cohorte de ángeles y Arcángeles. Tras cada árbol un profeta le endilgaba un salmo; había señales celestiales en cada recodo del camino, el viento traía voces que lo orientaban.

Ya en sus comienzos de "su Libro", aclara que nunca tuvo teorías ni consultó mapas ni se guió por algún tipo de plan para realizar el primer viaje del descubrimiento, que solo hizo caso a las profecías bíblicas:

…. “ya dise que para la hesecución de la ynpresa de las Indias no me aprovechó razón, ny matemática ny mapamundos; llanamente se cumplió lo que dijo Isaías. Y esto es lo que deseo de escribir aquí por le redusir a Vuestras Altezas a memoria y porque se alegren del otro que yo le diré de Jherusalén por las mismas autoridades, de lo qual ynpresa, si fee ay, tengan por muy cierto la vitoria”.

Si aceptamos esta aseveración suya, quiere decir que todo el tiempo la expedición de las tres carabelas estuvo entregada a las manos de un irresponsable, de un poseso, de un místico que esperaba instrucciones del cielo, la guía de los Venerables Profetas que vivieron miles de años atrás para encontrar el rumbo.

El Libro de las Profecías que Colón escribió estaba destinado a los Reyes; el estaba preso y aún con grilletes en sus manos porque se negó a quitárselos hasta estar en presencia de los soberanos. Escribía bajo el peso psicológico y la angustia de haber sido desposeído del mando de las tierras por él descubiertas y ser suplantado por otro Gobernador General, el mismo que le formuló cargos. Todos sus bienes estaban embargados, sus Títulos suspendidos, sus hermanos e hijos bajo cargos criminales y su destino era incierto.
No obstante y según su particular manera de ver las cosas, no escribe una palabra de justificación. No pide disculpas ni perdón. Solo le preocupa el Plan Divino.

Claramente su Libro nos dice entre líneas, que no le preocupaba ni precisaba dar excusas o explicaciones acerca de si administró bien o mal el virreinato o si sus medidas contra los indios fueron acertadas o equivocadas o que ordenó ahorcar a cientos de ellos. Todas estas cuestiones eran intrascendentes. Si lo hizo era porque el Señor lo había dispuesto.
Lo único importante es que él era el Brazo de Dios, el Elegido para dar los toques finales al siglo y preparar al mundo para el advenimiento del Juicio Final anunciado. Colón se siente más allá de los problemas mundanos. Forma parte de la Corte Celestial. El lo sabe y se asombra que el resto no lo comprenda así.
Todo lo que rodeaba su persona y la forma en que se desarrollaban los acontecimientos, era materia y decisión de Dios. El Señor era el dueño de su destino. Por algo lo había enviado a conquistar las nuevas tierras. Y solo competía al Hacedor que las cosas acontecieran de esta manera.

Lo que Colón hizo al escribir su Libro con el detalle de las profecías de los Hombres Santos de la Biblia, era recordarle a los soberanos Felipe y Sofía, que el Descubrimiento era parte del Plan Divino del Creador y que ello estaba demostrado insistentemente en las Sagradas Escrituras. Por eso adjuntaba esa recopilación compuesta mayoritariamente en las palabras y profecías de sus doctores y más eminentes autoridades religiosas a través de la historia.
Que no era cuestión ahora, que ya se había cumplido la primera parte, vale decir, localizada la Nueva Jerusalén y descubierto el Nuevo Mundo donde morarían los escogidos perfectos, trastocar el Plan Divino, con su detención y humillación pública, porque a quien se estaba humillando era al Señor de los Cielos y lo que se estaba torciendo era su decisión para la humanidad.

Le recordaba a los reyes que no era necesario sino tener fe en Dios. Que todo el secreto estaba en confiar plenamente en los mensajes revelados por los Profetas acerca de los designios del Señor. Que estos designios eran recuperar Tierra Santa antes del advenimiento del Gran Día Final y que el gran triunfo de Castilla sobre los moros, sobre los infieles, al desalojarlos de Granada, era el principio del proceso que terminaría, de acuerdo a lo anunciado en las Escrituras, en la reconquista cristiana de Tierra Santa. Y quien mejor conductor de tan esperada Cruzada, que los Reyes Católicos. Ellos eran los que tenían que entender que Colón era solo el siervo de Dios, el instrumento para preparar el camino hacia este necesario desenlace. Pero que los que tenían que asumir la responsabilidad de esta Gran Misión Divina, eran en el fondo los soberanos españoles.

Por lo tanto el hallazgo más notable en este libro, no son su composición literaria, su línea argumental o el mensaje subyacente que se desea mostrar, sino el estremecedor drama que afecta a este hombre por esa chifladura fundamentalista, por una parte claramente mesiánica, en cuanto a que siendo probablemente judío, aceptaba a Jesucristo como Mesías de Israel, lo que ya es raro, sino además por cuanto su teoría era francamente milenarista, en el sentido que el Descubrimiento del Nuevo Mundo, era un acontecimiento que señalaba la llegada de los tiempos profetizados por San Juan.
Esta doctrina del milenarismo cristiano, basada en la revelación del Apocalipsis, recoge literalmente el capítulo 20 de este libro profético que señala que el diablo o Satanás permanecerá encarcelado por mil años en el abismo y que Cristo volverá junto con los mártires a gobernar la tierra. El demonio será liberado por un corto tiempo, lo que será aprovechado por este para levantar contra Cristo las naciones de Gog y Magog y marchará por toda la tierra hasta rodear el campamento de los Santos, pero Dios ordenará que desde el cielo caiga fuego sobre ellos y los destruirá.(Estos nombres de Gog y Magog como figuras literarias representan a cualquier enemigo de Dios.)

El diablo será arrojado a un estanque de azufre, (en esos tiempos seguramento eso era considerado algo letal y fulminante) junto al “falso profeta y “la bestia”. Seguidamente ocurrirá el Juicio de las Naciones o Juicio Universal donde todos los muertos comparecerán ante Cristo y aquellos que no estén en El Libro de la Vida, serán arrojados al mismo estanque del diablo, lugar que indica una destrucción eterna. (Curiosa conclusión; trae la novedad que el azufre destruye las almas.)

Los milenaristas creen a pies juntillas esta profecía y sacan diferentes cuentas, que ya les han fallado varias veces, a lo menos cada siglo. Como la gente se muere, vienen otros despistados y siguen con el cuento. En su esquizofrenia con trastornos delirantes de fanáticos religiosos, además de creer en fuerzas sobrenaturales y basar su fe en sus pretendidas autoridades celestiales, cuyas “instrucciones”, “mensajes” o voces escuchan directamente dentro de su cabeza, son maniqueistas, es decir solo aprecian dos matices en la personalidad humana, los buenos y los malos. Por supuesto los buenos son ellos. Además, como es frecuente en este tipo de dogmatismos no aceptan ningún tipo de crítica racional y pueden ser peligrosos, siendo capaces de matar, como ha ocurrido con diversas sectas contemporáneas, atacar o invadir, como fue el caso de Las Cruzadas, para imponer por la fuerza de las armas o la invasión de territorios, su creencia religiosa.

Como dijo el popular escritor estadounidense Robert Maynard Pirsig, famoso por su primer libro, Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta, en relación a que: "cuando una persona sufre de una alucinación se le llama locura. Cuando muchas personas sufren de una alucinación se le llama religión."

El científico y escéptico británico Richard Dawkins, etólogo, zoólogo, teórico evolutivo y divulgador científico apunta directamente al fundamentalismo religioso como una fuente de violencia y de irracionalidad. Poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando le preguntaron en qué podría haber cambiado el mundo, Dawkins respondió:
“Muchos de nosotros veíamos a la religión como una tontería inofensiva. Puede que las creencias carezcan de toda evidencia pero, pensábamos, si la gente necesitaba un consuelo en el que apoyarse, ¿dónde está el daño? El 11 de septiembre lo cambió todo. La fe revelada no es una tontería inofensiva, puede ser una tontería letalmente peligrosa. Peligrosa porque le da a la gente una confianza firme en su propia rectitud. Peligrosa porque les da el falso coraje de matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina las barreras normales para matar a otros. Peligrosa porque les inculca enemistad a otras personas etiquetadas únicamente por una diferencia en tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos adquirido un extraño respeto que protege con exclusividad a la religión de la crítica normal. ¡Dejemos ya de ser tan condenadamente respetuosos!”

Colón, en el comienzo de su Carta-Libro, le escribe a los reyes lo siguiente:…
“La sacra Escritura certifica en el Testamento Viejo, por boca de los Profetas y en el Nuevo por nuestro Redentor Jesús Christo, que este mundo a de aver fin, las señales de quando esto aya de ser diso Mateo y Marco y Lucas los profetas, abondosamente también lo habían predicado”
“Santo Agostin diz que la fin d’este mundo ha de ser en el sétimo Millenar de los años de la creación d’él; los sacros teólogos le siguen, en especial el cardenal Pedro de Ayliaco en el verbo XI ……De la criación del mundo, o de Audán fasta el avenimiento de Nuestro Señor Jesús Christo son cinco mill e trescientos y cuarenta e tres años, y trescientos y diez e ocho días, por la cuenta del Rey Don Alonso, la qual se tiene por la mas cierta. Pedro de Ayliaco (Elucidiario Astronomice Concordia Cum Theologica & Hystorica Veritate), sobre el verbo X, con los quales poniendo mill y quinientos y uno ymperfecto, son por todos seys mill ochocientos cuarenta & cinco ynperfectos.
Según esta cuenta, no falta salvo ciento e cincuenta y cinco años para complimento de siete mil, en los cuales dise arriba por las autoridades dichas que habrá de fenecer el mundo. Nuestro Redentor diso que antes de la consumación d’este mundo el abra de conplir todo lo que estaba escrito por los profetas…”


Colón urgía a los soberanos cada vez que podía, para que tomaran conciencia de su responsabilidad. El proponía que se ocupara para esta Cruzada las ganancias que estaban entregando las Indias, en oro, en comercio de cabotaje, explotación de perlas y diversos otros minerales, venta de esclavos, etc.
En sus cartas a los reyes Católicos el Almirante expresó una y otra vez su aspiración de dedicar las ganancias obtenidas en las tierras descubiertas a una gran Cruzada para rescatar los lugares Santos en Jerusalén.

En 1489, hallándose en Jaén, escribe que la décima parte de los beneficios que se obtuvieran de la colonización del Nuevo Mundo serían destinados a organizar una nueva Cruzada. Este deseo no era banal: la liberación de los Santos Lugares para los milenaristas, era uno de los signos inequívocos del fin de los tiempos y de la renovación del Cosmos. Ese era el tiempo del Gran Rapto.

Por tanto, en su quimera de hacer dinero pronto, y seguro de encontrarse en medio de Asia, su principal preocupación fue buscar las Minas del Rey Salomón y el oro de Ofir en las islas lejanas del mar, ese puerto mencionado repetidamente en la Biblia, de donde se dice que el rey Salomón recibía cada tres años un cargamento de oro, plata, marfil, sándalo, monos y pavos reales. También La Isla Las Amazonas; de las Siete Ciudades: la de San Brandán…

El Diario de Colón registra que el 6 de enero de 1493, tuvo noticias de una isla donde no había sino mujeres solas, y otra habitada solo de hombres, que él identifica como las islas del masculino y del femenino de Carib y Martinico, nombres que aparecen en antiguas cartografías del medioevo. Dice además que: “cada cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que diz que estaba dellas 10 o 12 leguas; y si parían niños, enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo”.
En todas estas leyendas creía Colón y creyeron muchos españoles durante siglos. Islas repletas de maravillas y de tesoros, incluida la Fuente de la Eterna Juventud, en busca de la cual marchara Ponce de León o el mismo Paraíso Terrenal, que Colón creyó localizar en el Orinoco.

Luis Arranz Márquez, autor del libro “Colón. Misterio y Grandeza” 2006, al respecto es más explícito y dice: "¿Cómo es posible -se preguntaban muchos- que un hombre que pasa por símbolo adelantado de los nuevos tiempos caiga en semejantes fantasías y se le desborde la imaginación de esta manera?". Da dos respuestas combinadas: "La primera es que en el plano religioso y cultural estamos ante un hombre medieval, con la imaginación, credulidad e ignorancia típicas del Medievo. La segunda observación (...) es el mecanismo profético que lo embarga (...) Con estas credenciales se siente autorizado a disputar con sabios y filósofos, a rectificar a astrónomos y astrólogos, a completar lo que han dicho santos doctores y sacros teólogos (...)".

La expulsión de los musulmanes de su último bastión de Granada después de ocho siglos de reconquista, la proscripción a los judíos de vivir en España y el Descubrimiento del Nuevo Mundo, eran una victoria sobre el Islam, que junto con desencadenar una considerable expansión de la fe cristiana, colocaba a los soberanos españoles en una situación de privilegio en occidente. Cualquier proyecto del mundo cristiano destinado a liberar la Ciudad Santa, Jerusalén, de manos de los infieles pondría a la cabeza de esta fuerza conquistadora a los Reyes Católicos. Y para nadie era un secreto que ese era el Gran Proyecto que el Papa Inocencio VIII preparaba y que se proponía poner en marcha apenas tuviera el financiamiento, plan que quedó en suspenso por su repentino fallecimiento.
A la luz de las profecías bíblicas que aluden a la restitución de la Casa Santa a la Santa Iglesia militante, Colón exhortó a los Reyes que financiaran la conquista de Jerusalén, con estas palabras.
“…Si fee ay, tengan por muy cierto la vitoria . Acuérdense Vuestras Altezas de los Hevangelios y de tantas promesas que nuestro Redentor nos fiso…Quién toviere tanta fee como un grano de paniso le obedecerán las montañas; quien toviere fee demande, que todo se le dará: pusad y abriros han. No debe nadie de temer a tomar cualquiera ynpresa en nombre de nuestro Salvador, seyendo justa y con sana intención para su santo servicio. Acuérdense Vuestras Altezas que con pocos dineros tomaron la ynpresa deste reino de Granada…”
En todas las citas, Colón demuestra una identificación personal con varias figuras de las Escrituras. Se siente el Envíado o el Mensajero de Dios para el Descubrimiento de las Indias, a veces es David, otras el pastor que se dirige a las ovejas gentiles (los indios), Moisés, Sara y otros profetas y hombres de la Biblia.

En esta misma carta, Colón informa a los reyes que tuvo una revelación divina. Claro, él no podía de ser menos. En ella Dios le habla, le dice que no tema y le hace la firme promesa de entregarle las Indias, superando todas las dificultades que puedan ocurrir. Y vaya que en ese momento las tenía...

“Cansado me dormecí gimiendo. Una voz muy piadosa oí, diciendo":
« O estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios de todos, ¿qué hizo
Él más por Moysés o por David su siervo? Desque naciste, siempre Él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vido en edad de que Él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo y te dio poder para ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras y de los cristianos cobraste tan honrada fama.
¿Qué hizo Él más al tu pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate a Él y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita. Tu vejez no impedirá a toda cosa grande: muchas heredades tiene Él grandísimas. Abraam pasava de cien años cuando engendró a Isaac , ni Sara era moza . Tú llamas por socorro. Incierto, responde, ¿quién te ha afligido tanto y tantas vezes: Dios o el mundo?
Los privilegios y promesas que da Dios no los quebranta, ni dice, después de aver recibido el servicio, que su intención no era esta y que se entiende de otra manera, ni da martirios por dar color a la fuerza. Él va al pie de la letra; todo lo que Él promete cumple con acrescentamiento. Esto es su uso. Dicho tengo lo que tu Criador ha fecho por ti y hace con todos. Ahora me dixo, «muestra el galardón d’estos afanes y peligros que as pasado sirviendo a otros.»


"Yo, assí amortecido, oí todo; mas no tuve yo respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis yerros. Acabó Él de fablar, quien quiera que fuese, diciendo": «No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa.»

Curiosamente esta “revelación” que dice haber tenido Colón, apunta a la hipotética injusticia cometida contra él por los Reyes pero más parece una manipulación de su parte para hacer sentir culpables a estos de haber contrariado los designios de Dios; pero al mismo tiempo de verse su impostura, se echa en falta los dos grandes objetivos que siempre Colón dijo que iban asociados a este Plan Divino: la restauración de Jerusalén y la Evangelización de los indios. Seguro un olvido del Señor. Como la promesa del Hacedor tampoco se cumplió, debemos colegir que Dios mintió, o bien que Colón inventó la alucinación, lo que nos permite asegurar, que además de Milenarista y Maniqueísta era un mentirosillo.

Si uno se fija en el estilo en que está escrita esta supuesta revelación, quien le habla no es Jesucristo sino más bien Yhavé, el Dios del Antiguo Testamento y se refiere a Colón como lo hace en muchos pasaje de la Biblia a otros Grandes profetas como Moisés, Abraham y David.

Dijimos que varios folios del Libro fueron arrancados de cuajo, por lo tanto solo se conservaron 70 de sus hojas. En ellas, Colón insertó 385 referencias bíblicas, 326 correspondientes al Antiguo Testamento y 59 al Nuevo. En un extremo, hay una leyenda anónima, posiblemente de un bibliotecario, que dice: “Mal hizo quien hurtó de aquí estas hojas, porque era lo mejor de las profecías de este libro.” Esto nos lleva a pensar que ese bibliotecario leyó el libro completo antes de ser mutilado y que, si estas páginas faltantes fueran más profecías de la Biblia, no diría que las faltantes son las mejores.
¿A qué profecías se refiere este mensaje? Probablemente a las realizadas por Colón, ya que como hemos señalado solo hay una gran cantidad copiadas de la Biblia y es razonable suponer que si Colón quiso hacer un Libro de Profecías y se sentía como hemos visto en capacidad de hacerlas en su carácter de Mensajero del Cielo, como creía ser, son éstas las que han sido arrancadas.
El hecho que esten desaparecidas, nos dice que lo escrito en ellas no le gustó a la Iglesia ni a los Monarcas, sino no faltarían.

En el fondo ellos cuidaban a Colón. Si éste hablaba contra los reyes, o contra la Iglesia, o sus profecías eran reveladoras de su estado mental, resulta lógico pensar que los censores encontraron inconveniente dejarlas para el dominio público. Menudo ridículo resultaría para los Reyes de Castilla y Aragón, haber entregado su confianza y su fe, un Almirantazgo y un Título de Virrey a un loco rematado.

¿Sabremos algún día sobre ellas, llegaremos a conocerlas..? Parece un deseo improbable, ya que los Inquisores siempre hicieron bien su trabajo de hacer desaparecer todos y cada uno de los Libros que encontraron injuriosos a Dios o al pacato criterio de la Jerarquía Eclesiástica. Lo más seguro, es que exista al menos un ejemplar, pero debe encontrarse en las bóvedas Seretísimas del Vaticano, esos miles de metros cuadrados bajo su subsuelo, tapizados de escritos, tablillas parlantes, papiros y letras en piedra, así como toda manifestación de la cultura de los primeros tiempos, robadas y saquedas por los sacerdotes destinados en misión evangelizadora por todo el planeta. Lamentablemente, este Libro de Profecías, en vez de esclarecer el sinnúmero de enigmas sobre la vida del Almirante ha resultado en una sumatoria de varios más. ¿Estaba Cristóbal Colón en su sano juicio? ¿Qué decían sus Profecías…?

Colón asimila que si es el Enviado amado del Señor y tanto su nombre como su gesta han estado siempre presentes en los Libros Sagrados, entonces el mismo es un ente privilegiado, bañado por la gracia de Dios, protegido por el Espíritu Santo. Decide por tanto compartir su experiencia divina y poner por escrito lo que ocurrirá en el tiempo que resta para la Gran Tribulación. Su legado será El Libro de las Profecías.

En su locura, Colón se creía un Profeta, el último de los Profetas de la Humanidad.