domingo, 9 de octubre de 2022

DE REGRESO A LA CAVERNA.

Sócrates, el maestro de Platón, quien a su vez tuvo a Aristóteles como su discípulo, considerado uno de los más grandes filósofos griegos, tanto de la filosofía occidental como de la universal, no deja de ser al paso de los siglos, un pensador misterioso y controvertido, justamente porque nunca escribió una obra de sus saberes, tampoco creó una Academia o Escuela filosófica y poco se sabe de su vida personal y familiar. No obstante, su potente mensaje, que nos llega de boca de sus discípulos ya nombrados y también de Jenofonte, o de Aristófanes en "Las nubes", donde aparece como un sofista jocoso y burlesco o bien, de los Comentarios de Aristóteles y los Diálogos de Platón, nos indica que sembró buena semilla, dijo la verdad y murió por defenderla. El Mito de la caverna da cuenta de la profundidad de su pensamiento y nos permite conocerle mejor.

El mito de la caverna de Platón es una alegoría sobre la realidad de lo que consideramos nuestro conocimiento del mundo que nos rodea. Platón crea el mito de la caverna para mostrar en sentido figurativo que nos encontramos encadenados dentro de una oquedad rocosa oscura, desde que nacemos. Esta caverna representa al mundo y estos prisioneros son humanos inmovilizados desde que tienen uso de razón y por tanto, las sombras y los reflejos siluetados en la pared de roca que constituye su horizonte y los ruidos que vienen desde sus inmediaciones, componen todo aquello que guía su juicio e interpretación de su realidad cotidiana. Según Platón y con él su maestro Sócrates, la gente llega a sentirse cómoda en su ignorancia, cree firmemente en lo que sus sentidos le dictan como real y no está dispuesta a escuchar una versión distinta de aquella que le dicta su juicio, más aún, puede oponerse, incluso violentamente, a quienes intentan convencerles de que las cosas son de otra manera. Y, sin embargo, si no hubiese ataduras, les bastaría con orientar su mirada a su alrededor y habrían salido del error.

El mito de la caverna se encuentra en el libro VII de la obra República de Platón, escrita hacia el año 380 a. de C. La importancia general de la obra República, radica en la exposición de conceptos y teorías que nos llevan a cuestionarnos sobre el origen del conocimiento, el problema de la representación de las cosas y la naturaleza de la propia realidad. Se trata de un diálogo escrito por Platón, en el que su maestro Sócrates y su hermano Glaucón hablan sobre cómo afecta el conocimiento y la educación filosófica a la sociedad y los individuos.

En este diálogo, Sócrates, con su clásico método de hacer preguntas que son contestadas por su interlocutor y que van construyendo un relato lógico, pide a Glaucón que imagine lo más vivamente que pueda, a un grupo de prisioneros que se encuentran en una habitación subterránea encadenados desde su infancia, donde están todos sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello. Eso no les permite mirar a su alrededor sino solo a la pared del fondo. Tal cubículo está dividido por un murete y ellos están sentados allí apoyando su espalda en tal muro teniendo frente a sí, el fondo de la caverna. Tras ellos y el muro hay una gran fogata que calienta el ambiente, quiebra un poco las tinieblas y chisporrotea produciendo ruidos y chispazos. En verdad tales sombras y ruidos tienen su procedencia por personas que entran y salen de la caverna por un camino elevado, trayendo objetos y mercancías sobre sus hombros, a veces conversando entre ellos, actuando sus sombras proyectadas por la hoguera como ocurre con los personajes que manipula un titiritero en un Teatro para niños. Sócrates dice a Glaucón que los prisioneros creen que aquello que observan es el mundo real, sin darse cuenta de que son sólo las apariencias de las sombras.

¡Es esta una extraña escena y unos extraños prisioneros!, dijo Glaucón. Se parecen a nosotros le contesta Sócrates. ¿Y si estos hombres pudiesen conversar entre sí, no crees que a alguno se le ocurriría que no son las sombras las que hablan repreguntó su hermano?  Y si hubiera un eco, replica Sócrates, que devolviese los sonidos desde el fondo de la caverna cada vez que habla uno de los que pasan, ¿no creerían que oyen hablar a la sombra misma que pasa ante sus ojos? Sí, por Zeus, exclamó Glaucón, es inevitable que estos prisioneros crean como una realidad que esas sombras que gesticulan son las que hablan.

Un día, uno de estos prisioneros por un error, se ve libre de cadenas y puede andar libremente y por supuesto huye buscando la salida de la caverna. Apenas mira directamente las llamas de la hoguera siempre encendida, su brillantez le ciega y le hace vacilar en su intento de huida, pero insiste y logra traspasar la amplia entrada. No obstante, la curiosidad le entrega ánimo para seguir explorando y ya en el exterior con asombro, luego que sus ojos se van acostumbrando a la luminosidad, empieza a comprender que las sombras son de otros humanos y que los objetos no son solo sombras sino que tienen consistencia y colorido. Se maravilla de la naturaleza, del viento perfumado, del sol, del agua de los ríos, de la luna y las estrellas. Su mente y sus descubrimientos le entregan la certeza que siempre vivió engañado, que existe otra realidad y que su mundo de conjeturas e interpretaciones que antes determinaban su juicio era erróneo y falaz. Este nuevo mundo que descubrió era sin duda superior y real.

Entonces, sintió la necesidad de volver a la caverna, de revelarle a sus amigos las maravillas que había visto, sacarles del error y liberarlos para que viesen tal realidad con sus propios ojos y comprendieran por sí mismos, tal cual él hizo, que vivieron siempre engañados y que el mundo real, se podía palpar, observar, oler y describir. Por tanto, volvió sobre sus pasos y penetró de nuevo a la caverna logrando llegar donde sus amigos. Hago aquí un paréntesis y coloco ahora el párrafo original escrito por Platón, que describe como nunca podría yo hacerlo la escena siguiente.

--Y si en su vida anterior hubiese habido honores, alabanzas, recompensas públicas establecidas entre ellos para aquel que observase mejor las sombras a su paso, que recordase mejor en qué orden acostumbran a precederse, a seguirse o a aparecer juntas, y que por ello fuese el más hábil en pronosticar su aparición, ¿crees que el hombre de qué hablamos sentiría nostalgia de estas distinciones, y envidiaría a los más señalados por sus honores o autoridad entre sus compañeros de cautiverio? ¿No crees más bien que será como el héroe de Homero y preferirá mil veces no ser más «que un mozo de labranza al servicio de un pobre campesino» y sufrir todos los males posibles antes que volver a su primera ilusión y vivir como vivía?

-No dudo que estaría dispuesto a sufrirlo todo antes que vivir como anteriormente. – imagina ahora que este hombre vuelva a la caverna y se siente en su antiguo lugar. ¿No se le quedarían los ojos como cegados por este paso súbito a la obscuridad? --Sí, no hay duda.

Y si, mientras su vista aún está confusa, antes de que sus ojos se hayan acomodado de nuevo a la oscuridad, tuviese que dar su opinión sobre estas sombras y discutir sobre ellas con sus compañeros que no han abandonado el cautiverio, ¿no les daría que reír? ¿No dirán que por haber subido al exterior ha perdido la vista y nada vio, que inventa, que está confuso y no vale la pena hacerle caso e intentar la ascensión? ¿Y si éste intentase desatarlos y sacarlos a la fuerza de allí, no solo se opondrían, sino que lo considerarían un loco y si pudiesen cogerlo y matarlo, lo harían?

-Es muy probable-.

Este ejercicio filosófico tiene dos extremos o límites entre los que funciona o se desarrolla; por un lado, está el dogmatismo, que es el creer que las ideas son conceptos positivos y que una vez establecidos son inamovibles. A eso se conoce como metafísica, y el otro extremo es el escepticismo, donde nada vale, todo es opinable. En general los filósofos deambulan a su vez en tres ámbitos o posibilidades, dogmatismo, filosofía crítica y nihilismo o escepticismo.

La filosofía, precisamente es ese saber crítico, que establece que es verdad y qué es falso, y aquello que primero le preocupa o clasifica, es separar lo que es mítico y lo que no lo es. ¿Cómo hizo Platón para explicar esta diferencia entre el verdadero saber y el falso saber? Pues a través de un mito. Cuando los mitos oscurecen normalmente se utilizan como un instrumento político para mantener a la gente engañada, pero cuando los mitos iluminan sirven para hacer ver las cosas y eso es lo que quiso explicar Platón con el mito de la caverna. ¿De quién está hablando aquí Platón al referirse al hombre que vuelve donde sus compañeros para salvarles? Pues de Sócrates. ¡Fue Sócrates el que intentó volver a la caverna y decirles a los hombres que eran ignorantes de la verdadera realidad en el Atenas de Platón! ¿Y qué le pasó a Sócrates?, pues fue condenado a muerte bebiendo jugo de cicuta por filósofo, es decir, por decir la verdad, por afirmar que los políticos estaban engañando con sus discursos, que mentían al pueblo, que los sofistas estaban vendiendo un saber que no era un verdadero saber.

Los prisioneros son una metáfora de las personas que están atadas a sus percepciones y las imágenes que se les presentan. Las sombras son el mundo físico que perciben y que creen es el conocimiento verdadero. Sin embargo, aquello que observan dentro no es más que un conocimiento subjetivo. Cuando uno de los prisioneros se libera de sus cadenas y sale de la caverna, este viaje representa su ascensión al mundo inteligible, en donde adquiere el verdadero conocimiento.

La alegoría contenida en el mito de la caverna de Platón es considerada una de las más relevantes de la filosofía, gracias a sus implicaciones pedagógicas y culturales. La teoría de las ideas de Platón se basa en dos conceptos contrapuestos. El mundo sensible, cuya experiencia se vive mediante los sentidos, que son múltiples, corruptibles y mutables. Y, el mundo inteligible o el mundo de las ideas, cuya experiencia es cosechada mediante el conocimiento, la realidad y el sentido de la vida, que se consideran únicas, eternas e inmutables. El mito de la caverna expresa la dualidad yacente entre el conocimiento aparente (interior de la caverna) y el conocimiento puro y real (exterior de la caverna). Por supuesto existen muchas otras miradas respecto a este mito, pero los obviamos porque creemos que hemos recogido lo más evidente.

En esta situación que plantea Platón estamos todos desde que nacimos. Y de nosotros depende el salir o no de la caverna. De nosotros depende el creer al amigo o al extraño o al sabio, que nos dice que hay otra cosa que esto que estamos viviendo; que lo que creemos una verdad inamovible, solo son sombras de cosas que no conocemos y que están ahí afuera, a nuestro alcance. Entonces, quién es el que ve directamente las cosas de la realidad. ¿Las ideas, los filósofos? Aquí Platón nos dice que los filósofos. ¿Y quiénes son los filósofos?  Pues Platón también nos indica que somos todos, al decirnos en el relato, --bastará con orientar la mirada--. El problema de estos hombres es que tienen la mirada orientada hacia la caverna, hacia la oscuridad. Si alguien les diera la vuelta, se darían cuenta que tienen que correr por el camino de salida para conocer la realidad. El verdadero filósofo no es aquel que se guarda para sí su opinión y su saber, sino aquel que se arriesga a recorrer el camino de vuelta para hacer ver a sus compañeros de caverna, que no han visto todavía muchas más cosas que les falta por ver, más allá de sus ideas, fuera de la caverna. Que viven sumergidos en una nebulosa, en una verdad aparente, en un engaño.

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