sábado, 14 de julio de 2012

¿Es verdad que el alma está alojada en nuestra cabeza?

Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos...
Qué los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos...
Qué el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
Qué los huesos del hombre los entierran con cuentos...
Y que el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos...
Y sé todos los cuentos. León Felipe. Poeta español.

La iglesia católica profita de la explotación de su creación estrella: “el mundo invisible”. Es quizás el único bastión que le va quedando y por el cual aún sobrevive, sostén que le brinda poder, dinero y prestancia social y por lo tanto lo cuida y lucha en todos los campos desesperadamente por conservarlo, fortalecerlo, revitalizarlo y convencer a la gente que todos estos caracteres celestes y divinos, emanaciones del Gran Dios creador del universo, que no son ni humanos ni antropomorfos, sino criaturas sutiles dotadas de poderes fantásticos, seres sobrehumanos que han permanecido con la humanidad en una especie de mundo paralelo o dual, invisibles por añadidura, siguen viviendo en el siglo 21.
Y sostiene además, que el hombre tiene vida solo porque ese hálito le fue insuflado por el creador en el momento de su procreación. Y qué éste, junto con su soplo espiritual, creó una copia también invisible llamada alma, a semejanza del cuerpo, que vive con el hombre hasta su muerte y que es la única responsable de su actividad pensante y de todas aquellas emociones, sentimientos y actos de su iniciativa y voluntad comandados por el cerebro,  la cual, como última localización, (ya que antes la situó en el hígado, después en el corazón, también en el abdómen y luego en todo el cuerpo), dice se encuentra en la cabeza humana, en su cráneo, en su cerebro, siguiendo a Platón, que afirmaba  "que los dioses inferiores crearon dos almas mortales: la pasional, que reside en el tórax, y la apetitiva, que reside en el abdomen. Por encima de las dos estaría el alma racional, que encontraría su lugar en la cabeza".
Para que la sociedad humana, su conciencia colectiva, haya llegado a tragarse este cuento tan increíble e inverosímil, han tenido que ocurrir cosas tremendas, guerras, hambrunas y azote de pestes y plagas que han diezmado a la población. No solo el temor a la naturaleza, el sufrimiento y la muerte ha influido en tal fenómeno, sino que la depredación misma del ser humano contra su propia especie. Ese fagocitismo o antropofagia que le ha caracterizado a través de todos sus períodos ha provocado secuelas y sentimientos de inferioridad, desprotección e impotencia, angustia que ha doblegado la voluntad humana, al extremo que muchas veces el hombre se dio por vencido, cesó de luchar contra tanta desgracia y privaciones y pensó que nunca podría vencer tanta adversidad. Desnudo y desprotegido contra los feroces animales salvajes de la floresta, inerme ante la furia de la naturaleza, incapaz de explicarse las enfermedades y ver morir a sus seres queridos produjo en su ánimo un gran temor y sobre todo desolación, la sensación de encontrarse luchando en solitario contra fuerzas monstruosas que terminarían por aniquilarle.

Y además influyeron vitalmente, quince siglos de dominio del mundo occidental por la Iglesia Católica, de los veintiuno que contabiliza nuestra civilización, que sumergió a la humanidad en el profundo pozo del dogma, que por naturaleza es excluyente de todo otro principio, filosofía o comprensión intelectual, que no esté enunciado y consagrado en el mismo.
Dogma, que al mismo tiempo que exige lealtad absoluta a sus postulados, no por análisis racional sino como acto de fe ciega, impide, prohíbe y obliga a sus prosélitos por cohecho y chantaje conceptual - que amenaza la pérdida de la eternidad y su derecho a la inmortalidad de su alma-, a ser inmisericordes, crueles y desaprensivos con aquellos que no piensan igual, a quienes no solo discrimina y niega todo valor, sino que no vacila en arrebatarles la vida por métodos absolutamente salvajes y de extrema barbarie, cuáles fueron los realizados durante varios períodos de estos siglos y antes incluso de oficializarse la “Sagrada Inquisición”, el brazo armado de la maquinaria vaticana, para exterminar corrientes disidentes internas, albigenses, valdenses y cuáqueros entre otros, con técnicas de tortura, interrogatorio y dominio mental, que luego sirvieron de modelo para consolidar la hegemonía del catolicismo, eliminando toda voz o disidencia a través de todas las tierras dominadas por este imperio romano religioso, asolados por sus ejércitos de monjes fanáticos, que actuaron no solo en Europa, con centro en el Vaticano donde se gestaban tales infamias, sino como sabemos se hicieron extensivas al nuevo mundo y todo continente habitado, donde de la mano de los conquistadores y la evangelización, sembraron el odio religioso.
 
Como bien dice Edward Gibbon en su obra "El decaimiento y fin del Imperio Romano", Tomo 1, Página 233, “La iglesia de Roma defendió con violencia el imperio que había obtenido por fraude; un sistema de paz y benevolencia pronto fue deshonrado por proscripciones, guerras, masacres y la institución del santo oficio”

Los albigenses y otros grupos  cristianos parecidos, críticos del fasto de los jerarcas de la iglesia y del tráfico indiscriminado de Indulgencias  que hacía el Papa, asegurando tener poder para evitar los sufrimientos de los penitentes en el purgatorio, que para el año 1179 crecían en desmedro de los católicos amenazando convertirse en una secta superior, fueron declarados herejes. Primero el Papa Alejandro III propuso el plan de aplastarlos físicamente y luego Inocente III organizó una guerra religiosa sistemática contra ellos, utilizándose universalmente las inquisiciones episcopales”. (La nueva enciclopedia Schaff-Herzog, Tomo VI, Página 2).
La historia registra que el año 1209 sesenta mil personas fueron ultimadas por mandato de la Iglesia Católica Romana en Beziers, Francia.
El Año 1211 cien mil albigenses fueron muertos en un solo día en Layaur, Francia y los pueblos aledaños. El gobernador del área fue ahorcado. Muchos ciudadanos fueron quemados vivos. Tantos fueron traspasados por espada que la sangre corría por las calles. Los católicos que perpetraron esta masacre celebraban misas solemnes en medio de la carnicería y glorificaban a Dios por la “victoria de la iglesia”.

En Merindol, Francia quinientas mujeres valdenses fueron quemadas en un establo donde se habían refugiado de los católicos. Muchas mujeres fueron ultrajadas en presencia de todos. Los hijos de los valdenses fueron asesinados en presencia de sus padres. Algunos fueron tirados desde peñascos. Otros fueron arrastrados desnudos por las calles.

En el año 1487 el Papa Inocente VIII (1484-1492) levantó una cruzada contra los valdenses (vaudois) en Francia, prometiendo “la remisión de todos sus pecados a todo aquel que matara a un hereje”. Representantes del papado siguieron devastando pueblos y villas hasta mediados del Siglo XVI.  El rey francés Francis I, armó una Cruzada contra los valdenses de Provence, la cual resultó  en un brutal genocidio que los exterminó en Francia para el año 1545. (http://en.wikipedia.org/wiki/Waldenses).

En el año 1572, entre el 17 de agosto y el 17 de septiembre ocurrió la llamada. “Masacre del día de San Bartolomé.”  Hugonote era el nombre peyorativo que se daba a los protestantes seguidores de Juan Calvino. Los fanáticos católicos mataron a muchos hugonotes en París; masacres similares tomaron lugar en otros pueblos durante las siguientes semanas, calculándose en 70,000 el total de muertos. Los perpetradores fueron protegidos por una amnistía.”   (www.wikipedia.org/wiki/Huguenot)

El Papa Martín V (1417-1431) ordenó al rey de Polonia exterminar a los  husitas. Escribió: “Sepa que conforme a los intereses de la Santa Sede, como también a los de su corona, es su deber exterminar a los husitas. Así pues, mientras aún haya oportunidad, despliegue sus fuerzas (militares) contra Bohemia: queme, masacre, haga de todo un desierto, ya que no habrá nada que agrade más a Dios o que sea más útil para la causa de los reyes que la exterminación de los husitas” (Cormenin, Historia de los Papas, Páginas 116-117, citado en El papado y el poder civil, Página 553, R. W. Thompson). Los husitas fueron un movimiento reformista que surgió en Bohemia a principios del siglo XV y que fue liderado por el teólogo Juan Hus. Los husitas fueron finalmente derrotados militarmente por los católicos y Juan Hus quemado en la hoguera. Pero con el resurgimiento nacional checo en el siglo XIX, el movimiento husita se elevó a la categoría de símbolo nacional.

Para los años 1553-1558, a principios del Siglo XVI, los “protestantes”, que no fueron mejores que los católicos, se impusieron en Inglaterra. Luego subió al trono la reina católica María, conocida en la historia como “la sanguinaria ”. Esta reina se empeñó en restaurar el catolicismo en su país. A consecuencia de sus acciones, “cientos de herejes, lease no católicos, fueron martirizados durante su corto reinado  (La nueva enciclopedia religiosa Schaff-Herzog, Tomo IX, Página 423).

En la persecución de la herejía en Flanders y Holanda, el rey Carlos V, respaldó cien por ciento a la Iglesia Católica” instalando la Inquisición en Holanda. (La Reforma, Will Durant, Páginas 632-635).
Una de sus primera víctimas fueron Henry Voes y Johann Eck, dos frailes agustinianos convertidos al protestantismo que fueron quemados el 1 de julio de 1523. Al año siguiente les siguió el prior Henry de Zutphen, convertido al protestantismo, quien fue quemado en la hoguera como escarmiento.
Luego Carlos V montó su progromo, una verdadera campaña destinada a exterminar con los disidentes religiosos anticatólicos. En el año 1546, el embajador veneciano destacado en la Corte de Carlos V calculó que treinta mil personas, casi todas Anabautistas, fueron muertas” (La Reforma, Will Durant, Páginas  633-635).

Como contara Jean Antonine Llorente, Secretario de la Inquisición española, 1790-92, Historia de la Inquisición, citado en R. W. Thompson, El papado y el poder civil, Página 82:  “La conducta espeluznante del Santo Oficio (la Santa Inquisición) debilitó el poder y redujo la población de España, pues obstaculizaba el progreso de las artes, las ciencias, la industria y el comercio; también porque obligó a multitudes de familias a salir del Imperio ya que instigaba la expulsión de los judíos y de los moros; también por inmolar en sus hogueras candentes a más de 300,000 víctimas”.
También  Zurita, otro de los secretarios de la Inquisición, se jactó de que habían incendiado a cuatro mil herejes solo en Sevilla (La Reforma, Will Durant, Página 215-216). El inquisidor Páramo, de triste memoria confirma este dato. Los cuatro mil fueron quemados en los años del 1480 al 1520, y treinta mil personas fueron sentenciadas y condenadas a sufrir distintas penalidades durante el mismo periodo (La nueva enciclopedia Schaff-Herzog, Tomo VI, Página 3).

Pero en términos de crueldad, fue el Duque de Alva quien sobrepasó a los emperadores paganos de Roma, destruyendo, según Grotius, las vidas de cien mil protestantes holandeses durante sus seis años como regente. (La nueva enciclopedia religiosa Schaff-Herzog, Tomo IX, Página 422).

Toda Europa conoce la ferocidad del fanatismo católico del pasado y los holocaustos y genocidios de judíos, musulmanes y todo otro credo que se le puso por delante, en guerras y cruzadas religiosas en todos sus reinos y países sin excepción, donde las víctimas suman millones de seres humanos a través de la historia y no damos más ejemplos pues ya hemos señalado cientos de ellos en artículos anteriores, para no desviarnos del tema de la existencia del alma racional en el cerebro humano.
De estos horrores  propiciados por persecuciones ideológicas, discriminatorias, racistas y homofóbicas y extremadamente sanguinarias, acompañadas de torturas, expropiaciones de bienes y esclavitud, donde la vida humana no tenía valor, nació el respeto a la religión imperante, a sus venganzas, a sus persecuciones, a sus terribles matanzas. Ese temor superticioso a los catigos humanos y divinos que inculcó a sangre y fuego en las generaciones humanas desde su nacimiento mismo, ha sido el caldo de cultivo de su poder sobre la sociedad. Y también su máximo argumento.

La prédica de los monjes, de suyo altamente contundente dada la situación de privilegio que la Iglesia siempre ha tenido como consejera de reyes y gobiernos, encargada de la educación del pueblo, es que esta religión y no otra es la verdadera, y a la vez, su Dios era que el único que podía protegerlos, consolarlos, evitar las guerras, traerles de vuelta a sus seres queridos, proporcionarles paz y ventura eterna. Pero que este Dios misericordioso con los suyos y cruel y vengativo con sus enemigos, exigía que  se le adorase en exclusiva y la eliminación de toda herejía del planeta. Nadie más que la Iglesia romana representaba el reino de los cielos en la Tierra. Dios mismo les había otorgado ese mandato y solo ella poseía el secreto y las llaves para acceder a este mundo celestial.
Él tenía reservado para los hombres otro reino, el de los cielos, donde habría leche y miel, dicha y paz interior, encuentro familiar de todas las generaciones, no solo en espíritu, sino en cuerpo y alma.
Allí en la panacea del Edén, el hombre renacería de las cenizas de su tumba y estaría salvo para siempre. No en este mundo, donde Satanás boicotea la obra del creador y ensucia la vida humana con su maldad, sino en el mundo espiritual, para los escogidos, los justos, donde Dios vive con todas sus criaturas, en alguna esfera del cielo, bajo leyes divinas que comanda personalmente y donde sus funcionarios son estos ángeles alados y otros seres prodigiosos, aves y animales de inmenso poder y se producen toda clase milagros

Ese mensaje único y colectivo de todas las creencias existentes, fue vendido exitosamente desde las sociedades tribales a las contemporáneas y siempre recogido especialmente por los desventurados, por las víctimas de la explotación humana, detentores de la miseria y su socio la incultura. En ellos esta idea penetró agudamente, conmovió su sensibilidad y les entregó la respuesta que estaban esperando. Pero ello no siempre fue aceptado sin examen por la unanimidad de los criterios.
No obstante a esta tiranía espiritual y moral de la Iglesia, una parte de la sociedad evolucionó y superó ese estado paupérrimo de pobreza colectiva y de incultura global y entonces vinieron las dudas y las preguntas y la Iglesia empezó a ser acorralada por la ilustración y su castillo de naipes fue desmoronándose a medida que avanzaba el tiempo.

Por tanto, el enemigo natural de la superstición religiosa es la ciencia y el conocimiento, que traspasa y se hace eco en la sociedad y ese es el combate moderno y del futuro, el de las ideas nacidas del examen y su posterior comprobación, de tal manera que resulte en ley general de provecho colectivo y desechar aquellas engendradas por el dogma subjetivo, que dicta cánones de comportamiento a partir de especulaciones que nadie puede probar. De dogmas, que por su misma naturaleza conllevan un pensamiento impositivo, intolerante, autoritario e incluso amenazante.

Sobre la Iglesia y la mitología de sus caricaturas del mundo invisible, casi todas ellas deterioradas en la credibilidad pública, como el diablo, los ángeles, el purgatorio y personajillos angélicos menores, ya casi nadie da fe de su existencia; pero no pasa así con el espíritu y el alma, cuya creencia está profundamente arraigada en casi todas las latitudes, no porque fuera creada por el catolicismo, ya que éste, como casi toda su doctrina gruesa la copió de otros cultos, sino justamente porque constituye una idea primaria que nació junto con los primeros humanos pensantes.

En 1543 se publicó el libro De las Revoluciones de las Esferas Celestes del monje Nicolás Copérnico (1473-1543). En él se demostraba que la teoría geocéntrica, dogma defendido por la religión católica e impuesto como creencia obligada a los fieles, era falsa porque la Tierra no era el centro del universo alrededor de la cual giraba todo lo demás como enseñaba la Biblia, sino que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, teoría conocida como heliocéntrica. La religión católica, el Papado y sus sabios negaron este descubrimiento científico, anatemizando al sacerdote Copérnico al que inmediatamente sacaron de circulación por hereje, ya que tal teoría negaba la centralidad de la Obra de Dios en el Universo.
Recordemos una vez más los fundamentos de tal acusación: “También ha llegado a conocimiento de la esta Congregación que la doctrina Pitagórica –que es falsa y por completo opuesta a la Sagrada Escritura- del movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol, que también es enseñada por Nicolás Copérnico en “De Revolutionibus Orbium Coelestium”, y por Diego de Zúñiga en “Job, está difundiéndose ahora en el extranjero y siendo aceptada por muchos. Por lo tanto, para que esta opinión no pueda insinuarse en mayor profundidad en perjuicio de la verdad católica, la Sagrada Congregación ha decretado que la obra del susodicho Nicolás Copérnico “De Revolutionibus Orbium” y de Diego de Zúñiga “Sobre Job” sean suspendidas hasta que sean corregidas”. Decreto de la Sagrada Congregación del Index, 5 de marzo de 1616.

Cuando Galileo Galilei, (1564-1642) defendió otra vez la teoría heliocéntrica de Copérnico, provocó la ira de la Iglesia, pues creía que este capítulo estaba ya cerrado, determinando que un grupo de teólogos de la Inquisición censurara sus libros y lo sometiera a juicio por herejía. Para oprobio de esa época medieval que ya sabemos es mayormente mencionada como la Edad Tenebrosa, la obra maestra de Copérnico permaneció en el índice de libros prohibidos (Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum) hasta 1835. Es decir, desde que Copérnico presentó su descubrimiento a la Iglesia a quién debía prioridad por sus votos sacerdotales, pasaron 292 años antes que sus escritos fueran nuevamente autorizados para salir a la luz pública.
En ese tiempo, por supuesto el autor falleció sin conocer la gloria que mereció su trabajo y la civilización estuvo privada por tres siglos de avanzar en su investigación astronómica, merced a la arrogancia fundamentalista y principalmente a la autoridad de “palabra sagrada” de que estaba investida la Biblia. Era el Dios del Cielo, el Creador del Universo quien había dictado la palabra inspirada de la Biblia y ningún humano podía contradecirlo.

Pues Copérnico lo hizo. Su hazaña le costó cara. Su propia institución, la Iglesia Católica, jamás le perdonó la afrenta. Pero a partir de esa histórica y memorable fecha, la humanidad entera, la gente de todas las razas y lugares, estableció sin lugar a dudas que ni la Biblia ni Dios tenían la verdad y que la Iglesia que decía ser su único representante en la Tierra, había representado una farsa y ya no era confiable.

¿Quién tiene hoy día en la tierra, el poder de fijar qué descubrimientos se publican o son verdaderos? ¿Quién tiene derecho a veto planetario sobre una obra científica o intelectual y prohibirla del conocimiento público, matar a sus autores quemándoles en una pira?
Una ligera reflexión sobre el tema puede darnos una idea de cuánto poder poseía la Iglesia Romana, cuánto temor fue capaz de infundir y cuan peligrosos son los dogmas de fe.

Ya mencionábamos en el anterior artículo que estos mismos seguidores del dogma católico, no reconocen las teorías evolucionistas, como la de Darwin que dice que evolucionamos de animales. Estos creacionistas sostienen que los humanos no somos animales, que no evolucionamos de ellos, porque la Biblia dice que fuimos creados por Dios. Otra vez su fundamentalismo enfermizo no les deja ver la realidad. Quizás olvidan las palabras del Apóstol Pablo, el mayor Gurú del cristianismo mundial, el verdadero fundador del cristianismo, quien dijo que el hombre es un animal con espíritu. "Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual" (1 Co 15:44). Claro está que ya sabemos que los católicos no leen la Biblia y quienes la leen se hacen los tontos.

Estos dos hitos, primero, la llamada “revolución copernicana”, fue considerada por los indignados fundamentalistas católicos como la primera humillación históricamente infligida a nuestro orgullo de especie creada por el Gran Hacedor del Universo, como pomposamente la definieron. Fue seguida por la segunda humillación con la Teoría de la Evolución de Charles Darwin (1809-1882), publicada en su libro El origen de las Especies en 1859, fundamentalmente por ser una teoría materialista que descarta «a priori» toda especulación metafísica o religiosa que se recree en introducir conceptos indefinibles e infalsables como espíritu, trascendencia divina, alma, Dios, etc. para explicar la biología.
Se dice también en la Biblia, que por el asunto de la manzana, vino el pecado original y motivo por el que Dios puso su espíritu dentro de la criatura humana, evidentemente para que supervigilara estrechamente como éste se portaba. Y en un arrebato de desconfianza, agregó con el tiempo esta otra entelequia llamada alma, corresponsable de conducir rectamente al ser humano por el único camino dispuesto por Dios.
En los tiempos que se escribió la Biblia, según los expertos por mano de varios autores de distintas épocas, varios pueblos de la antigüedad creían que el hombre tenía un alma. Los griegos, entre otros sostenían que algunos hombres escogidos las poseían, pero de entre las mujeres, ninguna, opinión que por supuesto esta iglesia misógina, esa tendencia que consiste en despreciar a la mujer y todo lo femenino, retardataria y machista hizo suya por siglos, escuche bien, no por años, sino que fue doctrina eclesiástica por siglos, que después procuró enmendar vitalizando el culto a María.

Claro está, que en su línea de exageración especulativa, para la Iglesia esta madre terrestre que tuvo un hijo divino, es decir de Dios, a la manera de varios otros dioses paganos de la antigüedad, según se asegura por obra y gracia del Espíritu Santo; (en mi tierra dirían obra del Trauco) además de otros varios hijos de su marido el carpintero José, quedó milagrosamente después de este embarazo en estado virgen, igual que otras deidades anteriores, inmaculada, doncella eterna, no mancillada por hombre alguno. (¿milagro? ¿favoritismo celestial? ¿mentira fundamental? ¿invención sacerdotal? ¿chifladura extrema?.

Quizás no valga la pena agregar, porque puede que alguien piense que estoy fabulando, pero, -y lo digo con vergüenza ajena-, esta virginal María cargada de hijos, ilustre desconocida de la historia, que ni siquiera Israel su nación de origen reconoce como nacida o existente alguna vez en su territorio, es considerada además por el catolicismo, en el colmo de la excitación mística, “siempre inmaculada”, inmaculada antes de nacer, mientras vivió y hasta la eternidad y finalmente “Reina del Cielo”; esposa de Dios; Madre de Cristo, también Dios; ungida por el Espíritu Santo, también otro Dios. Ah, faltaba decir que además, según aseguran los teólogos, nació sin pecado original.

Tampoco la Iglesia da ninguna explicación de por que esta virgen tiene la misma historia de Isis, la "Gran diosa Madre", "Reina de los dioses", "Fuerza fecundadora de la naturaleza", "Diosa de la maternidad y del nacimiento", virgen de la mitología egipcia que pasó a ser por siglos luego en el imperio romano la Santa Madre Celestial, reina del cielo de la religión pagana, el Credo de los Emperadores Romanos, la religión antecesora del cristianismo.
Tanta es la similitud que parece calcada a ella, incluso en su iconografía. Este culto no era novedoso, las diosas Semíramis, Astarté e Isis, tienen en común que son las madres de un hijo engendrado de forma sobrenatural (Tammuz, Baal-Tammuz, Horus), permaneciendo vírgenes después de su alumbramiento.

Sus creencias encajaron en la sociedad clásica y junto con la griega Artemisa y la romana Diana (diosa luna), con un ámbito doctrinal parecido, fueron adoradas por multitud de fieles. Hay que resaltar que fue su culto por Justiniano en el año 535, el último abolido de la religión pagana. Tanto así, que en el año 80 A.C. se funda en la colina Vaticana, justo en el lugar donde después se ubicará la basílica de San Pedro, el Templo de Isis., sobre cuyos cimientos se alza hoy el bastión más imponente del catolicismo.
Según la Tradición católica, a la que se recurre cuando la Iglesia no puede probar la historicidad de sus mitos, cuando María, que vivía con el apóstol Juan en Jerusalén muere a los sesenta años, se cumple lo que le habría dicho el Arcángel San Gabriel una vez en el Monte Los Olivos donde ella rezaba. En esta aparición, le anticipó que sería llevada al cielo a los tres días de fallecida. Según esta historia, María le pide al servicial Gabriel, el ángel florerito presente en todos los grandes acontecimientos bíblicos, que desea ver a los apóstoles antes de morir y así fue como éstos fueron traídos por los ángeles, alzados en las nubes, es decir volando y dejados a su lado para que conversaran. Fue enterrada en una tumba al pie del Jardín de Getsemaní, cerca de donde yacen sus padres Joaquín y Ana y su novio José el carpintero.

Cuando llegó volando el Apóstol Tomás, (ya sabemos que todos ellos andaban predicando el Evangelio en distintos países) que al parecer fue el último de todos y por tanto llegó cuando María estaba muerta, el resto de sus compañeros estaban orando y cantando el canto angélico, es decir una canción que les fue enseñada por los ángeles que también estaban ahí. (Esa letra y música por desgracia no se conserva) Tomás, siempre desconfiado, pidió ver el cuerpo de la virgen por última vez, por tanto se abrió la tumba, pero allí solo encontraron la ropa de María. No obstante María de pronto se apareció a todos los apóstoles y los confortó diciendo que ella siempre estaría con ellos.
No se conserva ningún otro diálogo mas interesante o trascendental. María movilizó a los ángeles que quedaron chatos ubicando a los apóstoles repartidos por medio mundo, los cuales debieron convencerlos para que dejaran todo. Eso significa que fueron once ángeles anónimos pues nada se dice de sus nombres, uno por cada apóstol, ya que uno había fallecido. Luego emprendieron el vuelo para llevarlos a su presencia, o en su defecto, dependiendo de los poderes de estos ángeles, se tardaron segundos en trerlos a presencia de María. Es decir, toda esta parafernalia para que ésta cumpliera su capricho para decirles la vulgaridad de estoy contenta de verlos y los recordaré siempre, chao. Luego se murió. O se fue. O voló. Como fuese, pero desapareció.

Como su hijo, al tercer día de su muerte ascendió a los cielos en cuerpo y alma, levitando desde luego. Esta curiosa historia, no dice si alguien la vió en esta ascensión. Tampoco se menciona si María, dada su especial condición de vírgen eterna, tenía alma. Como se sabe, por los escritos de los inefables teólogos, Cristo no la tuvo, porque los dioses no la tienen ni la necesitan. Tampoco la poseen los ángeles. Por lo tanto Jesús, técnicamente fue un desalmado. Por el contrario, ellos, en este caso Dios Padre, el tal Espíritu Santo y Jesús, son quienes crean las almas, las que soplan su espíritu sobre las criaturas nacientes, según la teoría creacionista.

No obstante esta escena de su ascención se pinta en iconos y cuadros. En  la escena de la Dormición de la Virgen, se ve a María elevada al cielo en un Círculo de gloria. Por supuesto no es la anciana morena, rolliza y bajita que fue en vida, sino una bella joven nórdica, rubia, bella y de ojos celestes. El Departamento de Relaciones Públicas del Vaticano, de antiguo falsificó no solo la historia de estos personajes sino además su aspecto físico. Los rubios, de tez blanca y ojos azules son mejor mirados que los negros, morenos u otras razas de tez oscura. Sus acompañantes, apóstoles, santos y querubines también están retocados y no tienen nada que ver con la típica apariencia de la gente palestina de ese tiempo, gruesos, de piel morena y rostros cobrizos de soportar tanto sol. Tampoco está desnuda como se puede suponer si sus ropas fueron encontradas en su tumba, y este Círculo de gloria es en todo semejante al de la Ascensión que se cuenta de Cristo (por la Tradición desde luego).
Se escenifica a María llevada en volandas por un coro de ángeles, en este caso visibles. La muerta también es visible. El vestido de la Virgen es blanco, como aparece también en algunos iconos el ropaje de Jesús. Color de la pureza. Con esta escena se pretende trazar un paralelismo entre la Ascensión y la Asunción, entre la Gloria del Hijo y la Gloria de la Madre, la que a veces en un paroxismo de misticismo de los pintores contratados por el Vaticano, se aprecian iconografías  de la coronación de la Virgen María con la majestad de Reina de los Cielos.
Cristo rey junto a la Virgen, el Rey y la Reina juntos en un Círculo de gloria.
Extrañamente allí no participa Dios Padre ni el desconocido sujeto divino llamado Espíritu Santo, el que a veces se representa como una paloma. ¿Estarán ellos de acuerdo? El Dios Padre que le culguen una esposa y el Espíritu palomino en tener esa señora sentada en su mesa?

Por otra parte tenemos la  exacerbada santidad de San José, ese humilde carpintero de la tercera edad que desposó a la joven María, su sobrina. Aprovechamos de informarle a los católicos que este José es Santo, pero no cualquiera sino el mayor de todos los existentes. Muy por encima de los Patriarcas y Profetas del Antiguo Testamento, de los Apóstoles, de los Mártires, de las Vírgenes y aun de los mismos Ángeles. Si no me creen pueden preguntarle a sus confesores, a los curitas y señores párrocos. A los predicadores, a los pastores cristianos, a los teólogos y por supuesto a los más sabios de todos, los insignes metafísicos.
Así que desde ya las beatas pueden encomendarse a él y rezarle más a menudo, pues se supone que tiene una mayor ingerencia que la que se supone en los círculos oficiales del Cielo. No pierdan el tiempo buscando el amparo de dignidades, que como vemos tienen menor jerarquía divina que José.
Por años la Iglesia lo tuvo escondido. Les daba verguenza ponerlo en primera fila dado el triste papel de cornudo que desempeñó en su casamiento, pero poco a poco, ahora que las aguas están más frías y casi nadie se acuerda de él, la jerarquía eclesiástica ha tenido que perfilarlo, darle un cupo  prominente y justo en la Corte Celeste, situarlo debidamente en el orden de precedencia del protocolo divino.
No olviden que según el Evangelio es claramente José quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham con todo lo que ello significa y sobre todo, la descendencia de David y las promesas del reino mesiánico y eterno en el círculo más cercano a Dios. Es quien viene en importancia celeste después de Cristo, vale decir, nadie puede desdeñar su gran poderío y calidad de patrono del cielo.
Cristo sin José no podría discutir que con su venida se cumplía la profecía que Dios hizo al pueblo judío de que vendría un Salvador de la estirpe de David a salvar a la humanidad. José cumple un rol clave en el ajedréz divino. Por él y solo por él, Dios pudo mandar a su hijo a la tierrra, y éste derrotar al demonio y a la muerte. Sin José no nace Jesucristo. Sin José María no sería la Virgen María. Sin José Jesús no sería Dios.(Aunque todo esto probadamente era y es una falacia porque no siendo Jesús su hijo carnal, malamente podía ser su descendiente legítimo o consanguíneo).

Como no podía ser menos, el grupo más selecto de pensadores y Metafísicos católicos encargados de resaltar su figura, crearon una rama especial para estudiar su particular santidad, que a falta de un nombre más ocurrente o de raíz latina, que suele impresionar a quienes desconocen el latín, le pusieron un nombre bastante "rasca", simplemente Josefología, hoy importante rama de la teología dedicada exclusivamente a reconstituir la vida de José de Nazareth, como ahora se conoce, pues llamarle  José a secas suena muy deslucido.
Hasta el momento estos impresionantes estudios, han arrojado que José a su muerte también, en un milagro de última hora subió al cielo en cuerpo y alma, al igual que Cristo y María y que, cosa que los mortales no sabíamos, pero por suerte somos ilustrados por estos sabios, éste, al igual que María fue inmaculado desde su concepción, es decir siempre virgen. Esta área teológica, se dice que está en permanente evolución y que habrá en el futuro más novedades, quizás en un par de siglos, porque está gente trabaja con minucia, lentamente. Su lema es: lentos pero seguros.

Si uno se pregunta ¿Y de dónde salen estas afirmaciones tan extravagantes? es necesario saber que justamente vienen de La Tradición, es decir de los dichos de los Santos y Jerarcas de la Iglesia de los primeros tiempos. Sea que dijeron estas simplezas o que las pusieron los escribas vaticanos como salidas de sus labios, hoy podemos saber que Santo Tomás de Aquino dice: Se debe creer que José permaneció virgen, porque no está escrito que haya tenido otra mujer y la infidelidad no la podemos atribuir a tan santo personaje.
San Francisco de Sales (1567-1622) también hace su aporte: María y José habían hecho voto de virginidad para todo el tiempo de su vida y he aquí que Dios quiso que se uniesen por el vínculo del santo matrimonio, no para que se desdijeran y se arrepintieran de su voto, sino para que se confirmasen más y más y se animasen mutuamente juntos durante toda su vida. Debemos tener en cuenta es que fue un verdadero matrimonio, a pesar de que nunca hubo entre ellos relación carnal . La venerable María de Jesús de Ágreda, que debe haber tenido una bola de cristal a quien consultaba sus cosas dice: San José fue santificado en el vientre de su madre a los siete meses de su concepción. El Papa Juan XXIII, que deseaba estar también en La tradición de la Iglesia, en la homilía pronunciada en la fiesta de la Ascensión, el 26 de mayo de 1960, con motivo de la canonización de Gregorio Barbarigo, expresó su opinión personal de que san José está en el cielo en cuerpo y alma.
No han faltado en abundar en este tipo de imbecilidades otras santas figuras de la Iglesia, como Santa Brígida (+1373), la gran mística, que en sus Revelaciones, dice que un día le dijo la Virgen María: (Vean ustedes el tipo de relaciones que tenía esta mística, conversaba nada menos que con la virgen María) José me sirvió tan fielmente que jamás oí de su boca una sola palabra de lisonja ni de murmuración ni de ira, pues era muy paciente, cuidadoso en su trabajo y, cuando era necesario, suave con los que reprendía, obediente en servirme, pronto defensor de mi virginidad, fidelísimo testigo de las maravillas de Dios. Igualmente, estaba tan muerto al mundo y a la carne que no deseaba más que las cosas celestiales.

Mencionaremos uno más, de una colección impresionante de estos iluminados que parecen salidos con permiso dominical de algún manicomio. Este también se escribía con la Virgen, tal vez por email. Hablo del padre Esteban Gobbi, considerado un verdadero santo, fundador del Movimiento sacerdotal mariano, quien dice haber recibido un mensaje en el que le decía la Virgen María: José fue para mí un esposo casto y fiel, un colaborador inestimable de la custodia amorosa del Niño Jesús; silencioso y providente, trabajador, pendiente de que nunca nos faltara los medios necesarios para nuestra humana existencia, justo y fuerte en el diario cumplimiento de la misión a él confiada por el Padre celestial. ¡Con cuánto amor seguía cada día el admirable crecimiento de nuestro divino hijo Jesús! Y Jesús le correspondía con un afecto filial y profundo. ¡Cómo lo escuchaba y le obedecía, cómo lo consolaba y le ayudaba!... Imiten a mi amadísimo esposo José en su oración humilde y confiada, en el fatigoso trabajo, en su paciencia y en su gran bondad.

En vista de esto, y como un aporte desinteresado, ya que no tengo interés alguno en formar parte de los especímenes de la Tradición Católica, aunque me lo ofrezcan, me permito agregar, por si ello de pronto cobra importancia para esta sesuda investigación teológica, que el hecho que José de Nazaret sea mencionado como padre putativo de Jesús, tiene como consecuencia positiva, que habría dado lugar en castellano al acrónimo Pepe, resultante del conjunto de ambas iniciales, conjunción muy usada en varios países para denominar familiarmente a los José.
Otro consejo podría ser que no sigan mandando gente con cuerpo físico al cielo, ese mundo invisible, etéreo y sutil, porque puede que ocurran dos cosas: que nunca puedan penetrar allí y no logren contactarse con los espíritus, que vienen a ser los aborígenes del sitio. O que, se les desmorone el piso, hecho de nubes y éter y se vayan a pique, lo que acarrearía la lamentable consecuencia que este cielo se quede sin sus celebridades máximas.

Por razón de su matrimonio con María, José es padre de Jesús, padre virginal además, es decir especial porque no tuvo sexo; y sin embargo, al igual que María fue aleccionado por el Espíritu Santo para quedarse calladito, no decirle a nadie que este hijo que esperaba su querida esposa no era suyo, que por el contrario no había ni siquiera tenido oportunidad de consagrar su matrimonio, de besarla, acariciarla ni demostrarle su cariño más íntimo mediante una descendencia fruto del amor.
Tuvo que soportar la humillación de fingir que su familia era como todas intachable, bien constituída y sin mancha. Domeñar en su espíritu la idea que lo estaban haciendo leso y que la joven ya estaba en cinta cuando aceptó casarse con él. Inscribir el nacimiento legalmente, criarlo y pagar sus gastos de niño y adolescente. Tan a pecho tomó este rol de padre secundario, que la historia Sagrada y lo que es más relevante aún La Tradición Católica lo consideró y lo sigue considerando como La Familia Perfecta. María  y José son para el cristianismo LA SAGRADA FAMILIA, ya que siempre la Iglesia ha dicho que para formar un auténtico matrimonio hacen falta tres: el esposo, la esposa y Dios.
Los hijos, o en este caso Él Hijo, al parecer no tiene relevancia en la connotación que se entrega al concepto de familia. Se desprende aquí que para la Iglesia, estando presentes en esta relación el matrimonio más Dios, los hijos pueden venir de cualquier parte. Una gran lección para las adúlteras, que no deben sufrir por haber ocultado su relación amorosa con otros sujetos y hacer creer a su pareja que el hijo que ella concibió es el fruto del amor entre ambos.
Muy por el contrario, como se puede apreciar, este hecho no solo es algo normal para el cristianismo, sino que además es el gran ejemplo que ilustra a sus seguidores  de cómo debe estar constituida una familia cristiana, a imagen y semejanza de la Sagrada Familia.

Pero el camino de la redención no es facil. Sorprendentemente, a pesar de tales resguardos divinos, igual esta criatura humana creada de un trozo de barro erra el camino, es rebelde y porfiada, se porta mal y provoca la ira de su creador. De hecho hay tratados metafísicos, que digo, grandes y extensos mamotretos con esa paraciencia derivada de la filosofía, generosamente escrita por excelsos estudiosos que creen en criaturas prodigiosas y supra humanas, a las que adoran y veneran como divinas y dónde extraordinariamente, a pesar que ningún metafísico ha visto ninguno de estos seres tan portentosos, ni a ellos ni a sus creadores y que por lo tanto no pueden saber que es y de que se compone el alma o el espíritu, no obstante digo, muy sueltos de cuerpo los describen y nos cuentan incluso sobre algunos detalles: cómo fueron creados, con qué objeto, dónde están y cuál es su función específica. Extraordinario, pero también un contrasentido.

Decimos contrasentido, porque a esta altura de nuestra civilización, se ha rastreado por la ciencia médica y las otras disciplinas que utilizan modernas tecnologías y maquinarias, cada milímetro de los diversos órganos, sustancias y estructuras que conforman nuestro organismo y paradojalmente no se ha encontrado rastro de tan vitales presencias. Desde siempre se ha enseñado en escuelas y universidades que nuestro cuerpo se compone de cabeza, tronco y extremidades con sistemas compuestos por órganos, los que a su vez conforman tejidos, células y moléculas. Qué las aéreas para su completo estudio están delimitadas por otras ciencias como la anatomía humana que se preocupa de sus estructuras macroscópicas; la fisiología que estudia las funciones y la antropometría, que trata sobre las medidas y proporciones del mismo, pero en ninguna escuela o universidad se enseña que el alma y el espíritu están en el cuerpo humano ni en estas disciplinas se ha encontrado rastros de su existencia o hipotética influencia.
Tampoco el estudio de los niveles atómicos, molecular, celular, anatómico o cuerpo integral, sean hidrógeno, nitrógeno, carbono o minerales, agua, proteínas, lípidos, células, tejido muscular, adiposo, óseo, piel y vísceras, ha detectado registro, alojamiento, presencia o influencia del alma o actividad del espíritu. Nada hace sospechar que estos entes cohabiten en los aparatos locomotor, respiratorio, digestivo, excretor, circulatorio, endocrino, nervioso o reproductor ni en los más de cincuenta billones de células existentes en el cuerpo humano.

Los estudios de Citología, la ciencia biológica que se preocupa del estudio de las células, que son consideradas la mínima unidad de vida, sean humanas, de animales o plantas (todas comparten los mismos elementos), nada nos dicen del alma y el espíritu y si les preguntásemos a los biólogos que pasan su vida mirando estas estructuras en los super microscopios atómicos modernos si alguna vez las han visto por allí, o a los especialistas de rayos X, esos que nos aplican radiaciones electromagnéticas invisibles, capaces de atravesar los cuerpos opacos y de imprimir las películas fotográficas de todos nuestros órganos, o a los especialistas médicos de escáneres como las tomografías computacionales o las resonancias nucleares de moda, solo lograríamos una sonrisa sardónica. Allí en la célula humana, en su núcleo, que viene a ser como su cerebro, solo se ha detectado una especie de programa computacional, escrito para decirlo de alguna manera, definido para la especie, de 100.000 genes ordenados en 23 pares de cromosomas, pero ahí tampoco ni el espíritu ni el alma tienen ninguna injerencia ni función.

Muchos Papas y en varios siglos de maratónicos Concilios Ecuménicos no pudieron sacarle trote a sus Cardenales, Obispos y pensadores para que con sus conocimientos teológicos, su experticia en metafísica, la asesoría de sus ángeles guardianes, el soplo divino anidado en su espíritu o la misión rectora del alma sobre la mente humana, consiguieran argumentos que le explicaran a la gente común, cómo es que este Dios tan perfecto, que dice que el hombre es a su imagen y semejanza, pudo crear semejantes energúmenos que incumplen a ojos vista todos y cada uno de sus Mandamientos; y cómo es que en su divina bondad permite que el diablo ande suelto junto a sus demonios, que haya injusticia, sufrimiento y dolor en este mundo que entregó a sus criaturas predilectas.

Y sobre todo, que siendo el creador de todo lo existente, el divino amo y señor del mundo, ¿cómo es que en su Plan Divino parece burlarse de los humanos, regocijarse con las pruebas, obstáculos y males que envía a la humanidad; que permite la miseria y las pestes, enviando plagas y enfermedades terminales? ¡Porqué tal Plan Divino lo hizo él mismo y todo lo que ocurre y ocurra está allí escrito y está predestinado, como dice el libro sagrado por y para su gloria!
Es decir, te fija en el Plan que mates a alguien, luego te manda a la cárcel y después mueres en la miseria, para que cuando llegues al cielo, te quedes allí esperando miles de años el Juicio Final y finalmente tu alma sufra eternamente en el infierno por asesino. Con un Dios así, no se necesitan diablos ni enemigos. Ni uno solo. Se basta solito para ser un Dios desastroso.
Y además está la Biblia, tan incoherente, llena de errores y desaguisados, ignorancias astronómicas, mentiras, invenciones y leyendas de brujas y dragones inexistentes, que no ayuda a explicar a qué viene todo este embrollo, este fenomenal invento del cual se agarran las religiones para amargarle la vida a la gente, para ilusionarlas con la inmortalidad y para hacer su negocio, que les brinda pingües ganancias.
Y más aún, colabora a este desastre la existencia de las instituciones sacerdotales y sus monjes, esas castas, verdaderos parásitos sociales que deben ser de por vida financiados por los Estados y los ciudadanos; entidades y sujetos que a la postre, como se ha demostrado fehacientemente, atesoran más del 60 por ciento de la riqueza global, lo que implica que así ocurre también en cada país donde tienen poder, con intereses en la banca, bienes raíces, educación, cadenas de periódicos, la minería, la construcción y una infinidad de comercios emergentes, donde los menos son aquellos originados de la exención de impuestos sobre sus bienes, los aportes estatales anuales, el porcentaje que exigen a sus creyentes, sus cementerios y ventas de oficios religiosos y de réplicas de imágenes, el turismo a sus lugares sagrados y reliquias, todas falsificadas, sus Universidades, Institutos y Colegios católicos, libros y estampas, más aquellas en oro y plata y otros metales con que construyen las toneladas de medallas, broches y cadenitas anuales, que adoran los fieles por su expreso consejo.

Fue a San Agustín a quien se le ocurrió la idea salvadora: Dios nos ha hecho libres -escribió- es decir, el hombre es responsable del bien y del mal que hace en su existencia porque puede elegir. Y puede hacerlo porque Dios nos hizo libres para elegir entre la virtud o el pecado. ¿Qué tal esta salida salvadora del atolladero, este escapismo para disculpar a este Dios tan criminal e irresponsable?

¿Qué significó esto? ¡Qué, según San Agustín y la Iglesia Católica, es cierto y verdadero que Dios es omnipresente e omnipotente, que está en todas partes, todo lo sabe y que planificó nuestro destino, pero....en una licencia de bondad infinita nos dejó un espacio que pasó a llamarse pomposamente "libre albedrio"!, vale decir que en cada cosa que hacemos, nosotros somos los únicos y totales responsables del resultado de nuestra determinación.
Dios, socarronamente está observando nuestra conducta, está atento a cómo nosotros cambiamos sus reglas sagradas. El hombre en ese minuto, si entendemos bien este artilugio del astuto San Agustín, es más que Dios. Rompe el Plan Divino, le dobla la mano al creador, se salta el conducto regular celestial y hace lo que le viene en gana.
Lo más curioso, es que a pesar de todo ello, Dios permanece impávido, se deja atropellar, calla y no asesina a nadie ni manda la plaga mortal de moda. Inaudito. La pregunta que surge entonces es: ¿Y para qué nos puso Dios a estos guardianes cuya misión era advertirnos de los peligros y malas decisiones, de conducirnos con sus consejos por el mejor camino, a ayudarnos a no meter la pata? ¿De qué sirve entonces el espíritu de Dios que llevamos dentro del cuerpo?; ¿qué ayuda tenemos del alma inmortal, que según estos sabios metafísicos dicen controla las funciones de nuestra mente, es decir, dicta y maneja el funcionamiento de nuestro cerebro?
¿Cómo es que nuestro Ángel de la Guarda no nos advierte que vamos directo a sumergirnos en el fuego eterno, ese lagar de azufre que menciona la Biblia, donde no ya el cuerpo humano como sabemos, sino las almas con su composición tan sutil, arden y sufren dolores invisibles que jamás cesan?
Ello implica además la interrogante de que este Dios es tan malo, cruel y veleidoso, que a sabiendas que sus ángeles de la Guarda fracasarán, que el Alma y el espíritu también lo harán, se goza en encomendarles la misión salvadora para achicharrarlos después a su divino antojo. Quién se iba a imaginar que este azufre terrestre, este no metal que sirve para curar pestes agrícolas y que es tan deseado en la industria de las armas, usado también en los insecticidas, podría ser tan letal allí en el plano celestial, como asegura la Biblia, para destruir y afectar la composición espiritual de las criaturas y entes divinos, algo así como la Kriptonita para Superman.

Será porque los antiguos primitivos y los que luego escribieron la Biblia relacionaron su olor característico, casi nauseabundo, cuando lo encontraron en estado natural en las regiones volcánicas, asociando en su espanto las erupciones y la lava con el fuego de Dios de que habla la Biblia, capaz entonces de cocinar almas, tostar al Diablo y ser temido como la amenaza más espeluznante de aquellas tempranas y poco doctas sociedades. ¡Pobrecitos!..

La única conclusión es entonces que tales guardianes, también en la evidencia de su fracaso, son como criaturas de Dios inútiles e inservibles, vale decir, este Dios no le apunta a una, todo le sale mal, fallado y contra sus deseos. Es un mal alfarero, un pésimo creador y un Dios de pacotilla. Otra reflexión es que si la responsabilidad es toda suya, pues sabe qué pasará con el destino de cada humano con antelación, ¿para qué manda a su espíritu, al ángel guardián y al alma, cuando sabe que fracasarán. ¿Y cómo es que castiga al alma cuando en verdad la responsabilidad es suya y Él lo sabe? ¿Y qué rollo tiene con el espíritu y los ángeles guardianes que no los sanciona?
Con esta simple verónica de mal torero, la Iglesia se sacaba de encima este terrible determinismo que se desprende de los escritos bíblicos que señalan que todo el destino del hombre está planeado aún antes de que nazca. Y que claramente el responsable de lo bueno y lo malo es solo uno: El Dios creador.
Si Dios omnipotente previo a uno nacer ya sabe cómo será nuestra vida en cada uno de sus más mínimos detalles, conoce de antemano si voy a pecar o ser virtuoso, se desprende que es imposible que el hombre sea libre. La falacia de Agustín, cae por su propio peso.

Curiosamente los copiadores posteriores de la Biblia judía y Nuevo Testamento cristiano y también aquellos que lo adoptaron, fueron más inteligentes: me refiero a los Islamitas y Protestantes, que vieron que esta "diablura" del catolicismo inventada por su Obispo estrella del medioevo, (o medievo) Agustín de Hipona, sólo convencía a tontos y mesiánicos, que era dialécticamente un despropósito que no podía escapar a una mente hábil y desprejuiciada y no resistía ningún examen intelectual.

Por eso optaron por decir directamente que las decisiones de Dios solo cabe aceptarlas, acatarlas con humildad pues el hombre nada puede decir ni prever ni menos torcer la voluntad divina. Y punto. Con esto se sacaban olímpicamente de encima esa "papa caliente", que tantos siglos y deserciones y cismas costó a la Iglesia explicar, con el mal argumento de Agustín.
Calvino decía: Dios, en el tiempo, a algunos conceda el don de la fe y a otros no, procede de Su eterno decreto. Lo que se reduce a decir, que efectivamente las cartas están echadas. Existen personas que están condenadas de antemano hagan lo que hagan, pues Dios así lo dictaminó.
Cómo más de alguno podrá recordar, la Metafísica se define como una rama de la filosofía que se encarga de estudiar la naturaleza, estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad. (¿curioso no?) Por supuesto esta definición la hicieron los mismos metafísicos. 
Ya les decía antes, que las religiones lloran y gritan por hacer aparecer ante su crédulo, ingenuo y sobre todo poco preparado público, que sus estudios y parafernalia angélica son científicos, probados, reales, históricos, indesmentibles, pero en verdad la metafísica estudia los aspectos de la realidad que son inaccesibles a la investigación científica, por lo que en esencia no puede considerarse como una ciencia exacta y sus conclusiones tampoco pueden estimarse reales o verdaderas.
Ya antes dijimos que solo son conjeturas, hipótesis y especulaciones que apuntan justamente al tema de estos seres no humanos de este mundo invisible propuesto por las religiones, para explicar los misterios y las preguntas sin respuesta que acosan a los humanos.

De hecho si usted amable lector abre cualquier página de internet, se encontrará con una fauna de chamanes, espiritistas y cuenteros, que bajo el manto de la Metafísica lo conducen derechamente a enrolarse en sectas originadas en antiguas supersticiones, que en nombre del altisonante y pomposo influjo de encabezados cómo los 7 principios del Conde Saint Germain, o conducidos sibilinamente a centros espirituales y retiros, pagados desde luego, prometen enseñar los "Secretos del Amado Maestro Jesús, Angel Micah de la Unidad"; o bien, "Metafísica Práctica Cuántica para el Despertar Espiritual"; y también otros temas estrambóticos como "Conociendo a Natívitas, el Angel Solar de la Navidad" y otra sarta de estupideces bajo la tutoría de santones y vivarachos que a la postre pretenden sacarle algún dinerillo.

Immanuel Kant, el filósofo prusiano de la Ilustración, considerado como uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal, salió al paso de tales conceptos de metafísica teórica, atribuyéndole ser un discurso de «palabras huecas» sin contenido real, acusándola de representar «las alucinaciones de un vidente», pero sin dejar de recoger de ella la exigencia de universalidad. Kant argumentaba que la experiencia, los valores y el significado mismo de la vida serían completamente subjetivos si antes no hubieran sido subsumidos por la razón pura, y que usar la razón sin aplicarla a la experiencia, nos lleva inevitablemente a ilusiones teóricas.

A través de su criticismo se diferenció explícitamente de las posiciones filosóficas que tienen como objeto la pregunta sobre qué es el conocimiento. Se alejó así de las tendencias filosóficas imperantes, tales como el empirismo, el racionalismo y el escepticismo. También a través del criticismo marcó distancia del dogmatismo de la metafísica que según Kant, se había convertido en una serie de afirmaciones sobre temas que van más allá de la experiencia humana. Intentó entonces llevar a cabo un análisis detallado de la facultad humana de conocer, es decir, un examen crítico de la razón desvinculada de lo sensible (Crítica de la razón pura 1781-87).

Para ello es decisivo el presupuesto epistemológico de Kant de que al ser humano la realidad no se le presenta tal como es realmente («en sí»), sino tal como se le aparece debido a la estructura específica de su facultad de conocimiento, según sea su educación y cultura. Como el conocimiento científico también depende siempre de la experiencia, el hombre no puede emitir juicios sobre cosas que no están dadas por las sensaciones (tales como «Dios», «alma», «universo», «todo», etc.) Por ello Kant dedujo que la metafísica tradicional no es posible, porque el ser humano no dispone de la facultad de formar un concepto basándose en la experiencia sensible de lo espiritual, que es la única que permitiría la verificación de las hipótesis metafísicas. Como el pensar no dispone de ningún conocimiento de la realidad en este aspecto, estos asuntos siempre permanecerán en el ámbito de lo especulativo-constructivo.
Entonces por principio, no es posible según Kant “decidir racionalmente sobre preguntas centrales tales como si Dios existe, si la voluntad es libre o si el alma es inmortal. Las matemáticas y la física pueden formular juicios sintéticos a priori y por ello, alcanzar un conocimiento universal y necesario, un conocimiento científico”.

Esta intromisión de la Metafísica y su ambición por validarse como ciencia data de antiguo y principalmente del tiempo en que el catolicismo tiene en su mano el poder mundial en esa Edad Media fatídica donde durante casi quince siglos impone en todos los ámbitos sus mediocres doctrinas y dogmas. En tal tiempo la Metafísica es considerada como propugnó Tomás de Aquino, la "reina de las ciencias" y su estudio es obligado en las universidades, escuelas e institutos, todos bajo la tutela de la Iglesia romana.
Tal doctrina se basa en el neoplatonismo tardío y sus propuestas son reconocer el verdadero ser y a Dios darle vigencia a partir de la razón pura, es decir empleando la lógica razonada y exacta, vana aspiración y sobre todo contradictoria en su base misma, desde el momento que tanto la razón pura como la lógica no pueden aceptar creaciones fantasiosas como seres evidentes y reales y menos determinar conductas y poderes de tales seres inexistentes y fantasmales.
Esta filosofía paralela, se aboca a establecer la quimera de las diferencias entre los seres terrenales y los seres celestiales. Se discute si Dios ha creado el mundo de la nada y si es posible acceder a sus conocimientos a través de la razón o sólo a través de la fe. Inspirada en la teoría de la duplicación de los mundos atribuida a Platón y apoyada por una miríada de filósofos cristianos, su Metafísica se manifiesta como una suerte de dualismo del más acá y del más allá. En esta doctrina se fundamenta el mundo dual cristiano, la existencia de otro plano, el mundo invisible, pero la primera premisa de este tipo de Filosofía que conocemos como metafísica es que Dios es el fundamento absoluto del mundo del cual no se puede dudar.
Es decir, tampoco existe libertad de pensamiento, pues como todo lo que tiene que ver con religiones, es previo a pensar o elucubrar, aceptar el dogma, lo que equivale en buenas cuentas a cercenar toda idea de pensamiento libre o ilustrado y aferrarse a la superchería propuesta como premisa.

Es en esta discutible rama de la ciencia, donde la Ontología y la Teología, llamada graciosamente Teología Racional tienen cabida y desde donde validan sus exóticas teorías dualistas y dan existencia a estos entes alados, dotados de poderes sobrenaturales del Olimpo cristiano, donde no faltan los animales fabulosos como el ave fénix, las serpientes que hablan y los caballos voladores como Aizum, la cabalgadura del Arcángel San Gabriel, el único ángel según la Biblia que habla sirio y caldeo. (¿dónde aprendería idiomas?)
Son tantas estas fantasías y tales los poderes de que están investidos, que uno no puede sino pensar en los famosos personajes de MARVEL. Por cierto, si de pronto el mundo entrara en una guerra mundial y la humanidad se extinguiese casi totalmente, los sobrevientes inventarían otro Dios y sus descendientes le llamarían Superman, Spiderman, capitán Maravilla u otro cuyas hazañas estén más próximo a sus recuerdos, caracteres que en el fondo no tienen nada que envidiarles a las criaturas bíblicas.
En la Metafísica se han recogido como alero amparador todas las pseudociencias que buscan legitimación científica, principalmente el Creacionismo y otras como el Diseño Inteligente, el Psicoanálisis y Astrología y colgadas de éstas una docena de flores parecidas, dándose cabida a las teorías más descabelladas que avalan las antiguas supersticiones, a partir de las cuales se han inventado ramas de estudio que posan de racionalistas y científicas de los iluminados de hoy, muchos de ellos con un título y un lenguaje profesional que engaña a la gente ingenua y superficial, que piensa que si en tal materia hay un sujeto titulado, es decir alguien que fue a la universidad, que tiene por ende un buen nivel de vida de vida y gana mucho dinero, esa materia es entonces seria y por conclusión científica.

Lo que hay que explicar quizás a estos crédulos ciudadanos es que ello no significa nada. Solo que ese niño nacido en un hogar donde sus padres eran practicantes de una religión o secta, que tuvo luego la oportunidad de estudiar y ser psicólogo, matemático o teólogo, tal profesión no lo libera de sus creencias arraigadas y con las cuales vivió toda su vida y que fue la fe de sus padres y familiares.
Ni que la universidad o los estudios técnicos, por su naturaleza de especialización, liberan de la mente de estos sujetos tales dogmas de fe, supersticiones o creencias mágicas y estrambóticas.

Si su familia creía en que la pata de conejo daba suerte, el doctor, abogado, presidente de la república o mecánico, seguirá creyendo que tal trozo de piel y hueso disecado es un amuleto poderoso, evitará pasar bajo una escalera y sorteará el camino de un gato negro.
Si su entorno familiar, el círculo social en donde desarrolló su concepción mundana fue fetichista, religioso, animista, cabalístico, espiritista u orientalista, creerá en fantasmas, en seres de luz, premoniciones, ángeles, el tarot y la numerología o bien guiará su vida por consejos de la astrología.

El bien y el mal será materia manejada por brujos y chamanes que con sus sortilegios, obtenidos por la posesión de su espíritu por algún jerarca bíblico, invocaciones a poderosos e ilustres sabios que ahora moran en el más allá, curarán el mal de ojo, una sombra en el alma y la quimera de hacer fortuna. El porvenir puede ser descrito por la adivinación, lo mismo que la buena o mala suerte en el amor.
 Las piedras según su composición tienen poderes, también las reliquias de los santos y piezas de animales extraños y de países exóticos, sobre todo la raspadura de la uña de la gran bestia.

Hay gente ungida con poderes de santería que pueden deshacer el mal que te aqueja, unir a parejas divorciadas, traer a tu amor de vuelta, escoger tu futuro marido. Ellos te dirán que hay que tener cuidado con los espejos. Es muy serio, pues si rompes uno tendrás siete años de mala suerte. Para contrarrestar el mal recoge los pedazos y vete al cruce de caminos más próximo, allí esperas una noche de luna llena y esparces los trozos sin mirar donde quedan.
Si muere alguien en casa, cubre con un pañete todos los espejos, para que no atrapen el alma del fallecido e impidan que el difunto se vaya al cielo. Si estás sumergido en una crisis económica, de pareja o depresión el mejor Abrecaminos y Desatanudos que existe es llevar contigo el Talismán y Amuletos de los 4 Arcángeles.
Te molestan las visitas intempestivas, coloca una escoba al revés detrás de la puerta. Si vas a una cena y en la mesa suman 13, vete de inmediato, pues uno de ellos morirá inexorablemente en el plazo de un año. La madre primeriza quiere saber el sexo de la criatura y no tiene tiempo ni dinero para esperar ecografías ni citas médicas. Pues el chamán se lo dirá en un par de minutos. Te hará una pregunta repentina, cuando te vea distraída. Te dirá: muéstrame lo que tienes en la mano. Si miras primero tu mano derecha será hombre, si la izquierda mujer.
Las novias son informadas que en su ajuar deben incluir una prenda de vestir usada para la buena suerte, que como todos saben se transmite a través de un objeto. Lo apropiado es que esta sea celeste o azul, pues tales colores atraen la luz, que es decir la confianza y la felicidad. ¿Dudas de la existencia del mal de ojo? No puedes dudar del mal ni creer que es cosa de gente inculta, ya que es mencionado en la misma Biblia por San Marcos, capítulo 11, versículos 14 al 23, ¡porque si viene esto escrito en las sagradas escrituras por algo será…!

En este tipo de cosas, de seres y fenómenos cree la gente. El mundo para estos sujetos, su visión cosmológica, les indica cualquiera sea su preparación, especialización o cultura, que existen fuerzas invisibles, algunas oscuras y siniestras que se deben sortear. Dios existe, el Diablo existe, los ángeles existen, el cielo existe, el purgatorio y el infierno existen, el alma existe, el espíritu existe, los misterios existen, los espíritus malignos existen, el más allá existe, la resurrección existe.
Para esa gente de naturaleza supersticiosa, todo lo que no ve, siente o huele, existe. Me refiero a los Católicos y a toda esa fauna de sectas y religiones de diverso pelaje que abunda justamente allí donde prospera la pobreza y la incultura, que es también pobreza intelectual.
Los judíos creen en algunas de estas cuestiones, otras son herejías, lo mismo los musulmanes. Otras religiones y filosofías orientales se ríen de todo esto, ellos creen en las fuerzas contrapuestas. La tierra y sus criaturas viven y cumplen un ciclo. El mundo está vivo. No seres mitológicos y sobrenaturales sobrevolando cielos y preocupados de minucias que afectan a ciertos humanos. O mensajes divinos, que extrañamente los dioses entregan a ciertos infelices, pastores o borrachines y a uno que otro Papa que busca nutrir su currículo para cuando sea santificado. No a jerarcas políticos o místicos y pensadores.

Igual pasa con el mito extraterrestre, esa otra invención tan rentable como cualquier secta, referida a seres no humanos de otros universos que viven de incógnito en la tierra, pero que confidencian sus intenciones y dan consejos a determinados tipos, que jamás podrán probar que se han subido a una nave extraterrestre, sostenido conversaciones con estos seres ni nada parecido, pero que concentran no obstante igual que las religiones, una especie de fe mística a su alrededor, convirtiéndose en gurúes de estas corrientes de la Nueva Era.
Gurús que se creen autorizados para hablar de antiguas profecías, legados cabalísticos, interpretar señales del cielo. Ellos y sus fanáticos “ven” discos voladores, escuchan voces, son raptados por alienígenas y coleccionan fenómenos paranormales. Además sus líderes “tienen viajes astrales”, vuelan como las antiguas brujas a través del tiempo y el espacio, visitan otros planetas, civilizaciones distintas a la humana y nos traen “señales”, que demuestran basándose en el cambio climático, palabras del loco Nostradamus u otros chiflados y por supuesto la infaltable Biblia, el soporte tradicional que otorga cierto status a quienes, quieren hacer magia en el siglo 21.

Otros, tan débiles como ellos, con temores ancestrales heredados, aunque no crean en tales supercherías, deciden por su carácter irresoluto o precavido, por una especie de cobardía moral, seguir la corriente de las mayorías, sumarse a los ganadores o simplemente mantenerse sin voz ni opinión. Estos seres anodinos, que la gente conoce como tontos útiles, jamás dejarán al igual que aquellos que creen en el mundo invisible que inculcan las religiones, de seguir estas supersticiones al pie de la letra, las cuales son conocidas, seguramente para darle un tono más atractivo a estas estupideces como, “sabiduría popular”.

Por eso es tan común saber por la prensa rosa y los medios de farándula, tantas “manías”, “costumbres”, “hábitos” les llaman, a estas burdas creencias que afectan a políticos, empresarios y fundamentalmente a la gente del espectáculo y “famosos”, que no pueden escuchar la palabra culebra o culebrón a la que con unción denominan “bicha”, que les trae, según su opinión, mala suerte, ni dejar de cruzar los dedos haciendo la señal de la cruz, cada vez que enfrentan a su público.

Curiosamente, este terror y fe en supercherías en personas que se supone educadas, poderosas y cultas, sin querer explicar el sentido de tales supersticiones, las cuales siempre tienen de una u otra manera un sesgo religioso, afectan siempre a creyentes de credos, fieles de alguna religión o de familias religiosas, en suma a seguidores de estas filosofías que avalan estos dogmas, que como el alma y el espíritu, dios, el diablo o los ángeles, ciegan su claridad analítica, anulan su facultad de separar lo real de lo irreal, la fantasía de los hechos mundanos, la perspectiva de crecer interiormente sin dependencias ni sostenes espirituales, creyendo que todo viene de arriba, de un creador, de una divinidad dueña de su destino, por la sencilla razón que sus mentes están condicionadas a creer en seres fabulosos, mágicos, cuestión que no afecta a un escéptico, ateo o no creyente, que si no cree en Dios que es la mayor de todas las supersticiones, menos va a creer que estas ingenuidades de los astrólogos y demás “profesionales” del engaño descritos, pueda tener algún viso de verdad o certeza.

Lo más terrible y doloroso, es comprobar cómo entran estos sujetos a este círculo dogmático, generalmente sin su voluntad, a sus espaldas y con alevosía familiar. Primero cuando infantes son bautizados. La familia se junta y celebra el acontecimiento, lleva al recién nacido a la Iglesia y allí el cura le administra los sacramentos, acto mágico que el credo asegura lo libera del pecado original. Luego quedan para siempre supeditados al credo y sus deberes. Misas los domingos y fiestas de guardar, misas de difuntos, de aniversarios, bodas, muerte de algún pariente, otros sacramentos y conmemoraciones, la Confirmación, La Navidad, Semana Santa y las fiestas del santoral católico.
Nuestro mundo occidental está tapizado por la intromisión católica en todos sus ámbitos y el vestigio de su influencia está presente en nuestros nombres católicos, expresiones lingüísticas, calles, monumentos de santos, fiestas públicas, obras de arte, colegios, medios de comunicación y expresiones populares, lo que no ocurre en otros países donde la religión católica es minoritaria o nunca existió esa vergonzante sociedad feudal estado-iglesia.

Conviene acotar, que todas estas supercherías y seudociencias de las que estamos comentando, recogieron como sebo introductorio para convencer a sus víctimas, en particular las creencias llamadas de la Nueva Era y todas aquellas que aseguran la existencia de poderes síquicos, telequinesis, percepción extrasensorial, viajes astrales, clarividencia, y varias otras más, que bajo el manto del espiritismo y supuestos estudios de ramas de la sicología y filosofía, son usadas para estafar a la gente, la afirmación que el cerebro humano utiliza solo el 10% de las capacidades de su cerebro y que la ciencia por tanto, no es capaz de compreder ni analizar estos fenómenos.

Y que, dado que estas técnicas para "despertar" estas áreas dormidas del cerebro son solamente de conocimiento de "una élite" de pensadores y de las llamadas Esculas esotéricas, que han conservado "los conocimientos antiguos", de chamanes con poderes especiales y de contactos con seres de otros planos, solo estos están llamados a entrenar a los iniciados para aumentar su capacidad cerebral y por ende ser más inteligentes.

Esto, que constituye el famoso mito del 10% es por supuesto una falacia, ya que la investigación científica al respecto sabe que cada parte del cerebro tiene una función determinada y que no hay fundamento lógico pensar que haya sectores inutilizados, pues por el contrario, muchas de sus actividades son entrecruzadas, es decir se potencian a pesar de estar radicadas en una zona, con actividades de la otra.
Se cree que este mito surgió a fines del siglo XIX y comienzos del XX, por una mala comprensión de las investigaciones neurológicas de esos tiempos, donde se descubrió que el 10% de las neuronas del cerebro estaban en funcionamiento en un momento determinado. Pero eso no quiere decir que haya espacios donde no haya algún tipo de actividad.

Otro posible origen del mito del 10% es que las neuronas solo componen el 10% (aproximadamente) de las células del cerebro; el resto son células gliales que, a pesar de estar implicadas en el aprendizaje, funcionan de manera distinta a las neuronas. EL Dr. James W. Kalat, autor de libros de texto sobre Psicobiología, señala que los neurocientíficos en la década de 1930 conocían la existencia de un gran número de neuronas “locales” en el cerebro, pero sólo conocían aquellas células que eran más pequeñas. Una mala comprensión de la función de las neuronas locales quizá haya dado lugar al mito del 10% del cerebro.

El neurocientífico Barry Beyerstein establece 7 tipos de pruebas que desmienten el mito:

Estudios sobre el daño cerebral: Si el 90% del cerebro no se utiliza, entonces cuando se lesionan ciertas áreas no debe afectar al rendimiento. En cambio, no hay ningún área del cerebro que pueda ser dañada sin que se pierda alguna habilidad. Incluso los daños en las áreas más pequeñas pueden conllevar consecuencias graves.
Evolución: El cerebro necesita un enorme gasto energético en comparación con el resto del cuerpo, consume una gran cantidad de oxígeno y nutrientes. Si el 90% del mismo no fuese necesario los humanos con el cerebro más pequeño tendrían grandes ventajas para sobrevivir, ya que sus cerebros serían más eficientes. Así que el proceso de selección natural debería haber eliminado los cerebros ineficientes.
Imágenes cerebrales: Tecnologías como la tomografía por emisión de positrones (PET) y la imagen por resonancia magnética funcional (fMRI) permiten monitorizar la actividad cerebral de personas vivas. Estas técnicas han revelado que, incluso mientras dormimos, todas las partes del cerebro presentan algún nivel de actividad. Sólo cuando el cerebro sufre un daño grave tiene “silenciadas” algunas áreas.
Localización de función: En lugar de trabajar como una sola masa, el cerebro tiene regiones distintas para los diferentes tipos de procesamiento de la información. Varias décadas de investigación han permitido mapear las funciones de las áreas del cerebro, y no se han encontrado áreas que no tengan ninguna función.
Análisis microestructural: Mediante la técnica de grabación de unidades individuales (single-unit recording), los investigadores han insertado un electrodo diminuto en el cerebro para monitorizar la actividad de una sola célula. Si no se utilizan el 90% de las células, esta técnica lo debería haber demostrado.
Estudios metabólicos: Otra técnica científica implica estudiar la adopción de moléculas de 2-desoxi-D-glucosa etiquetadas radiactivamente en el cerebro. Si el 90 % del cerebro estuviera inactivo, entonces esas células inactivas deberían aparecer como áreas en blanco en una radiografía del cerebro. Una vez más, no hay tal resultado. Enfermedades neuronales: Las células del cerebro que no se utilizan deberían degenerarse. Por lo tanto, si el 90% del cerebro permaneciera inactivo, las autopsias de cerebros adultos tendrían que revelar una degeneración a gran escala.
Perpetuación. El mito del 10% ha sido trasmitido involuntariamente por individuos que simplemente creían en él y deliberadamente por aquellos que podían obtener algún beneficio del mismo.

A este respecto hay varios otros mitos que tienen el mismo objetivo de confundir a la gente, todos muy agresivos y penetrantes en la estructura cerebral de esa mayoría de humanos, que tienen la especial predisposición de aceptar de buena fe todo tipo de creencias sin fundamento, las que si fueran debidamente analizadas o sometidas a una rigurosa reflexión serían inmediatamente rechazadas por irracionales. A mi juicio, el más grande de estos mitos, es esta creencia de que el alma humana rige nuestro sistema cerebral.

Cuando escribía este texto, se me ocurrió preguntar a algunas amigas y conocidas y a sus esposos, en una reunión familiar, por qué bautizaron a sus hijos. Las respuestas fueron: 1.- Para que quede registrado como católico. 2.- Para librarlo de los malos espíritus. 3.- Porque es útil para el futuro, para tener buenos sentimientos y aprender moral. 4.- Así podrán entrar a colegios, universidades y centros católicos, de otra forma se quedan al margen. 5.- Porque ésta es la religión de la familia. 6.- Para irse al cielo.
También le pregunté a mi esposa y ella me recordó que no hemos bautizado a los nuestros, que tienen 14 y 15 años. Quedé pasmado con estas respuestas. Ninguno de estos católicos tenía nociones claras de porqué había que bautizar a sus hijos. Traté de explicarles el motivo del bautizo religioso a mis amigos y me miraron con cierta sospecha. Les dije que según la doctrina católica, por el pecado de Adán y Eva de comer del fruto prohibido, Dios nos quitó a toda la raza humana la inmortalidad y castigó entregando nuestras almas al demonio. Me preguntaron si junto con el Whisky había tomado algo extraño.
Otro me discutió que Jesús es Dios. No, me dijo, estás equivocado, Jesús Cristo no es Dios, es el hijo de Dios. ¡Vaya, vaya con estos católicos!

Ante su incredulidad, les repetí que cada niño que nace es según la Iglesia un endemoniado, ya que fue el mismo Dios cuando rechazó a la raza humana quien así lo dispuso entregándole su alma al diablo, y que si fallece va directo al infierno, que jamás será según el catolicismo salvo. Qué el bautizo católico, tiene la propiedad de eliminar este castigo divino.
Qué merced a los pases del sacerdote con sus dedos untados en agua bendita, o más bien como se hacía antes, metiendo su cabeza dentro de la “pila bendita”, (antes que se prohibiera por insalubre) el alma de este niño vuelve a ser propiedad de Dios y por lo tanto tiene la posibilidad de ir al cielo, dependiendo de cómo maneje su vida.
Si cumple los sacramentos de la Santa Madre Iglesia, si cree firmemente en Dios, si sigue al pie de la letra sus preceptos, aquellos que dicta el Libro sagrado y la tradición cristiana, será tomado en cuenta el Día del Juicio Final.
Qué, fue Jesucristo quien intercedió ante su Padre para conseguir de vuelta esta factibilidad de irnos al cielo, que sufrió azotes y soportó el calvario de la cruz para demostrarnos su amor y que según Pablo, fue crucificado en la Cruz, viajó al infierno y resucitó al tercer día, para vencer al demonio ( doctrina recogida por la Iglesia) para anunciarnos la nueva era, la ocurrencia próxima del Juicio Final donde Él mismo vendrá como Dios a juzgar quienes van al cielo o al infierno.

Es decir, unas gotas de agua, unos pases mágicos del sacerdote y toda esa parafernalia del Adán comiéndose la manzana con Eva y contrariando a Dios, quien maldice a la humanidad y la castiga a morir en breve y los entrega a manos del demonio, acto que amerita que luego Dios mande a su hijo a la tierra para que lo crucifiquen y con tal acción volver otra vez a ser dignos y nuevamente tener la posibilidad condicionada de ir al cielo, siempre y cuando el Día del Juicio Final, que no se sabe cuándo será, esclarezca que su conducta haya sido piadosa y que nuestros ayudantes, espíritu, alma y Ángel Guardián hayan trabajado bien con nosotros.
Esto era lo que enseñaba Pablo y eso fue lo que compró la Iglesia cuando Constantino les ordenó darle una estructura al credo cristiano, una hilación al relato que justificase por qué Jesucristo es Dios. ¡Porqué bandidos Roma crucificaba todos los días y magos y milagreros en Judea y el Imperio Romano había cientos, resucitando presuntos muertos y sacando espíritus malignos del cuerpo de los epilépticos!
De todos los Evangelios conocidos, cerca de un centenar, que eran simples cartas o mensajes donde los primeros cristianos ponían por escrito sus pensamientos o se los comunicaban a sus amigos de Sinagoga, Constantino escogió el de Pablo, por su consistencia y misticismo. El cuento estaba bien construido y correspondiente con los hechos que conforman las corrientes religiosas. Liderazgo, discípulos, injusticia, traiciones, persecuciones, ajusticiamiento, resurrección, milagros, ascensión al cielo y promesa de vida eterna.
En base a ellos trabajó la Iglesia los siguientes siglos, puliéndolos, dotándolos de mayor claridad y modernismo, agregando y quitándole palabras al texto y haciendo lo mismo con los otros Evangelios para que “calzasen” y se fueran apoyando unos a otros.

Por eso tenían que inventar el Nuevo Testamento y el Misterio de la Trinidad, “tres personas distintas y un solo Dios nomás” como me decía el cura Mardones en el Instituto de Humanidades. Había que meter a como diera lugar como Dios a Jesús y Pablo tenía la fórmula. Por eso las tres cuartas partes de los relatos que cuenta el Nuevo Testamento se basan en los dichos de Pablo, sea que los diga él, otros evangelistas que repiten sus historias o enfocan sus ideas desde otro prisma. La doctrina de la Iglesia es la doctrina de Pablo.
No se salvan por ser humanistas, científicos, altruistas, fraternales, solidarios, aportadores a su país o a la humanidad, sino si son obedientes a la Iglesia y rezan a toda hora pidiendo clemencia a Dios. ¿De qué?, misterio.
O más bien habría que preguntárselo a esa viejecitas, que van todos los días a la Iglesia, que se confiesan Domingo a Domingo hasta que se mueren. ¿Qué pecados pueden tener a los ochenta años, que precisen penitencias semanales? ¿Pensamientos pecaminosos? ¿Quizá tentaciones sensuales, sueños oníricos, orgías mentales? Vaya uno a saber. Tal vez la oración es solo un placebo, algo engañoso pero que a esa edad les resulta útil.

Tampoco encuentran argumentos para defender su credo porque extrañamente los católicos leen muy poco la Biblia, lo que más bien obedece a una antigua estrategia de la Iglesia que durante los primeros siglos, justamente cuando estaba construyendo el llamado Nuevo Testamento, corrigiendo los errores garrafales, extrayendo las ignorancias culturales más visibles, interpolando textos y acomodando una versión más o menos creíble, prohibía a sus fieles su lectura bajo la penalidad de excomunión, pues sabía positivamente que cualquiera que realmente leyese su contexto verificaría dos cosas vitales que aún hoy todos podemos establecer.
Primero, que el Antiguo Testamento, que es el libro sagrado judío, se antepone totalmente a las versiones del Testamento cristiano, escrito por gente que vivió más de cuatro mil años después, lo que tiene como resultado algo realmente increíble, ambos libros son absolutamente antagónicos. Además a este respecto, debemos recordar que la Iglesia hace apenas dos siglos dejó sin efecto su prohibición de traducir el Nuevo Testamento, que por su influencia en los Estados y Reinos europeos contemplaba además de la excomunión del infractor, la pena de prisión perpetua.

Esto indica cuán importante era para el catolicismo que no se extendiese el conocimiento bíblico en otros idiomas, ya que era muy poca la gente que sabía griego o latín para leerla en esas lenguas. De esta forma sus monjes podían explicar a los fieles lo más conveniente y adornar los dichos y parábolas a su antojo.
Fue Lutero, quién desafiando tal prohibición rompió tal regla traduciéndola al alemán en el siglo XVI y solo recientemente en el siglo XVIII, la Iglesia católica de España liberó una Biblia en castellano.

Y segundo, que la Iglesia evita enseñar directamente a su grey el credo a partir de las Escrituras Sagradas, entregándoles sibilinamente conocimientos de catolicismo por medio del Catecismo, que también es un texto amañado donde hasta los Diez Mandamientos no son los que dice realmente la Biblia, siendo reemplazados por leyendas similares o inexistentes pero que convienen mejor a la Iglesia para permitir la idolatría, conservar reliquias y practicar el sacerdocio, actividades expresamente prohibidas por Dios en la misma Biblia.
Cualquiera puede comprobar por ejemplo, solo abriendo el texto correspondiente que el segundo mandamiento del llamado Antiguo Testamento dice a la letra: No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás,porque yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso,que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos.

Más,  en el Catecismo que es el libro que usa la iglesia para enseñar sus verdades en reemplazo de la Biblia no dice eso. Sencillamente reemplazaron este Mandamiento por otro, sin verguenza de podar con ello lo que se dice es la palabra de Dios, en aras de poder seguir lucrándose con la idolatría a sus imágenes y reliquias, que vende a millones de personas.

Y también en reemplazo de la Biblia, enseña a sus fieles mediante un texto construido ad hoc para que no se noten las tergiversaciones, al que llaman Historia Sagrada, que más que un resumen de las materias que se pretende enseñar, son interpretaciones antojadizas de ellas, estructuradas con el objetivo que los fieles acepten esa doctrina y no vayan a compararla con los escritos bíblicos.
Y por último, para cortar cualquier discusión donde queda claro que lo que enseñan no tiene nada que ver con las Escrituras, apelan a lo que denominan La Tradición, es decir los dichos y escritos de Apóstoles, patriarcas o sabios antiguos, ya todos suficientemente “maquillados” por los escribas vaticanos, a la que asignan un rango similar a las Escrituras, a pesar que éstas, se supone son palabra de Dios y lo otro,  solo una interesada interpretación eclesiástica de la casta sacerdotal..

Todo esto explica creo, suficientemente por qué los católicos no leen la Biblia ni tienen argumentos doctrinarios para defenderla, aceptando solo la palabra de los teólogos, lo que no ocurre con otros grupos cristianos, táctica eclesiástica destinada a impedir que los fieles interpreten por sí mismo la Biblia, principal detractora de lo que se enseña como catolicismo. Esto deja en evidencia la doble faz eclesiástica, para conseguir como sea prosélitos para sus filas.
Ellos bien saben que también en ese Nuevo testamento de su creación, a través de la palabra del propio Cristo, se rechaza el culto a las imágenes, creer en dioses o entidades celestiales distintas a él mismo y tener supersticiones. No obstante, como la gente no lee el libro sagrado no tiene conciencia de ello y solo conoce el Catecismo como fuente de información, se encuentran allí frenada, manipulada, conducida a una sola interpretación, la que les dicta el Catecismo.

Esta situación tan extraña, de fieles y fanáticos de un credo que no tienen reales nociones de su doctrina, posibilita como se ha establecido y ocurre frecuentemente, que estos católicos que se dicen poseedores de una fe indestructible, en la práctica desconocen que la Biblia prohíbe pedir “favores” o encomendarse a los santos ni a la virgen María ni menos a las animitas milagrosas populares ya que no son intermediarios ante Dios y que, rezarle a las imágenes, iconos, estatuas, medallas o representaciones de estos seres sagrados, ponerle velas, hacer “mandas”, ir en procesiones es decir comprometerse a realizar algún tipo de sacrificio físico, monetario o un cambio de actitud es considerado pecado mortal y práctica ajena a la religión católica. Y aún más: consultar adivinos, tarotistas, numerólogos, astrólogos, espiritistas o como se llamen a si mismo esa fauna de timadores, es contario a la doctrina de la Iglesia.

Según esto, deberíamos estar de acuerdo con el pensamiento de San Agustín, venerado como un santo patrono por la iglesia católica. El decía que los que estaban dentro de la Iglesia “eran unos borrachos, avaros, burladores, jugadores de apuestas, adúlteros, fornicarios, gente que usa amuletos, asiduos clientes de hechiceros y astrólogos....la misma chusma que llena las iglesias en los festivales cristianos, es la misma que llena los teatros en las festividades paganas” (op.cit. Pág. 71)

Constantino, en su calidad de Emperador romano de origen divino, en el tiempo en que fue la máxima autoridad del cristianismo, usó oficialmente y dependiendo del tipo de ceremonial o fiesta religiosa los títulos de Máximo Pontífice, Vicario de Cristo y Obispo de Obispos, títulos que todavía los papas utilizan orgullosamente. Su reinado llegó a ser un momento crucial en la historia de la Iglesia, llegándosele a llamar por su importancia, el "decimotercer apóstol".

Tales títulos no existían en la práctica ceremonial cristiana, salvo el de Obispo de Obispos, que era la categoría del Obispo designado en Roma. Este título de Pontifex Maximus de que están tan orgullosos los papas, era el título que los emperadores romanos llevaban como cabezas visibles del sacerdocio pagano y el que Constantino en su doble vertiente de emperador de carácter divino y Jefe religioso de las dos religiones oficiales mantuvo, como Sumo Sacerdote del Sol Invictus y primer Papa de la iglesia romana.

En ninguna de las llamadas sagradas escrituras se habla del uso de la Mitra por los apóstoles, obispos o ancianos, ni tampoco establece una primacía entre ellos, pues la única cabeza es Cristo. ("Y Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia; Él que es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga el primado" Colocenses I, 18). Entonces, ¿de donde viene la utilización de la Mitra?

El  Papa, como jefe de la Iglesia Católica lleva como símbolo de su primacía una Mitra, con forma de pez con la boca abierta. La infantil explicación oficial que se da a los fieles, es que la Mitra simboliza al cristiano, que es pescado por Cristo.
Pero lo que no le dicen a estos fieles es que las iniciales de "Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador" en griego forman la palabra Pez. Sin embargo, el origen de la Mitra es mucho anterior al cristianismo.

Es en Babilonia donde el sumo sacerdote del culto (pagano) a Semíramis, llevaba una Mitra como símbolo del dios Dagon, el dios pez. Cuando el ejército macedonio-persa ocupó Babilonia, se produjo la huída del sumo sacerdote y algunos adeptos a la ciudad de Pérgamo y de allí a Italia, estableciéndose como religión Etrusca.
Es allí, ya en tiempos de la influencia romana, cuando el culto pasó al Imperio y fue Julio Cesar, tras ser iniciado en los misterios babilónicos, el que unifica el poder religioso y político en una misma persona, pasando a ser el propio Cesar la reencarnación de un dios. Desde entonces como decíamos, los emperadores romanos llevaban la Mitra como símbolo del sumo sacerdocio de la religión pagana, llamándose Pontificex Maximus.

Esta doble faz del catolicismo, su negra historia de crímenes y holocaustos que han costado millones de vidas de inocentes, su fundamentalismo tan cerrado, dogmático y su errática doctrina, amén de la multiplicidad de sus contradicciones que atentan contra la historia de la humanidad, que se suma a su permanente rapiña cultural, ideológica y simbólica de pueblos y religiones que la antecedieron, hace que haya sido de antiguo merecedora del título de Ramera de Babilonia

Efectivamente la meretriz de Babilonia es uno de los personajes que aparecen en el libro bíblico del Apocalipsis, en concreto en los capítulos 17 y 18. Se asocia con el Anticristo y la Bestia del Apocalipsis por conexión con el reino de las siete cabezas y diez cuernos.
“Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos” (Apocalipsis 17: 3)  
En Apocalipsis 17:1-2  se lee :
"Entonces vino uno de los siete Ángeles que llevaban las siete copas y me habló: «Ven, que te voy a mostrar el juicio de la célebre Ramera, que se sienta sobre grandes aguas;
con ella fornicaron los reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su prostitución".
La Biblia lo llama: “BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA” (Ap. 17:5)

Ya en el siglo XVI, en la época de la Reforma Martín Lutero y John Knox consideraban a la Iglesia Católica como la ramera de Babilonia, lo mismo que antes de él hicieron Girolamo Savonarola y Federico II con ocasión de su extensa controversia contra el papa Gregorio IX. También Dante usa esta imagen en el canto 19 de su "Infierno" por su crítica a la guía oficial de Roma.

Hoy es una expresión usada por grupos fundamentalistas cristianos, para los que la prostituta de Babilonia son las grandes religiones organizadas, en particular si tienen relación con el estado como la Católica. Para el movimiento Rastafari, inspirado en gran medida por el Apocalipsis, Babilonia es un sinónimo de todo el orden de valores occidentales que rechazan.

El escritor colombiano Fernando Vallejo toma, en la misma línea polémica de los anteriores, el título de La puta de Babilonia, aplicándolo a la Iglesia Católica en su libro homónimo de 2007, en el que lanza una diatriba contra esta institución. Según Vallejo, es una de las alegorías bíblicas con la que los albigenses denominaban a la Iglesia católica a raíz del enfrentamiento de estos con el Papa Inocencio III que ordenó que fueran masacrados en 1209 junto a todos los habitantes de la ciudad de Béziers donde se refugiaban.

Se cree que el origen de las religiones, de toda ellas sin excepción, según los especialistas, es justamente esa serie de temores a lo desconocido que el hombre de los primeros tiempos, con su incipiente imaginación y mentalidad en desarrollo fue concibiendo respecto de aquellas cosas que no podía explicarse y que le producían terror. De estas lógicas y contingentes preocupaciones nació la creencia de la existencia vital, de una fuerza sustancial presente en todos los seres animados creados por dioses y seres poderosos detentores del destino humano, que habitaban allá arriba en las estrellas, en los confines de la mirada del hombre donde tenían su reino celestial, así como una interrelación directa entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.

Más tarde, se agregaron más convicciones: Hay seres espirituales que viven dentro del hombre como el alma o el espíritu del ser humano; la vida de los ancestros continúa después de la muerte; se cree en la mediación de personas sagradas, chamanes, brujos, sacerdotes; deben realizarse ofrendas expiatorias a los dioses para contentarlos, para aplacar su ira y recibir sus dones; el alma puede abandonar el cuerpo durante trances o sueños.
A esto se llamó animismo del latín ánima o alma, que se caracteriza porque estas creencias sostienen que existe un alma que sobrevive a la muerte del cuerpo y que esta alma pasa a un mundo distinto y mejor donde reina la abundancia y la alegría.
En otras variantes, como en el caso de los indios Navajo de América del Norte, se cree que el alma permanece en la tierra como fantasma, a veces malvado. Otras culturas afirmaban que el alma podría perderse en su viaje y convertirse en un fantasma que seguiría rondando en la tierra. Para evitar tal trance se hace necesario realizar funerales de duelo y adoración a los ancestros con rituales oficiados por sacerdotes o chamanes, que se supone poseen poderes espirituales diferentes a los humanos comunes.
 
En suma el animismo, cuya presencia estuvo presente en las culturas más antiguas y por supuesto miles de años antes que se escribiera la Biblia, ha sido la base de ésta, e indudablemente de ahí se recogen la mayoría de las creencias, ritos y leyendas que conforman lo que se conoce como doctrina judeocristiana.
Las tesis animistas conforman un concepto que englobaba además creencias que no solo los humanos sino plantas, animales, rocas y otros lugares que recibían veneración, estaban dotados de alma o eran temidos como dioses. O bien, que estos dioses o seres sobrenaturales dotados de razón, inteligencia y voluntad, habitan los objetos inanimados y gobiernan su existencia.
Todo está vivo, es consciente o tiene un alma. La práctica de reducción de cabezas que realizaban algunas culturas de América del Sur, deriva de la creencia animista en que el alma del enemigo puede escapar si no se atrapa dentro de su cráneo. En caso de no ser así, el enemigo transmigraría al útero de una hembra de animal depredador, de donde nacería una bestia que buscaría vengarse del asesino.

Hay animismo en todas las culturas. En África, Australia, Oceanía, Asia y en toda América. La arqueología ha puesto al descubierto señales del concepto antiguo que esas civilizaciones tuvieron tempranamente del alma. En las Islas Canarias se profesaba la Mitología Guanche, que rendía culto a los muertos, practicaba la momificación de cadáveres y fabricaba ídolos de sus dioses, de barro o piedra. Los Basutos, un pueblo al sur de África, creían que si una persona camina cerca de una corriente de agua, puede perder su vida si su sombra toca el agua, ya que queda expuesta a que un cocodrilo puede engullirla y con ello arrastrar a la persona al centro del río. Y en algunas tribus del Norte y Sudamérica, Tasmania y Europa, también se encuentran creencias que relacionan la sombra humana con el alma.

En cambio en la cultura occidental, la conexión del alma es con la respiración, soplo o viento, identificación que se encuentra tanto en idiomas indoeuropeos como en las lenguas semíticas, muchas de ellas desaparecidas. La expresión aire, aliento, soplo, o viento, en latín se dice spíritus, en griego pneuma y en hebreo ruach como dijimos. Este mismo concepto prima entre los indígenas australianos, varios puntos de América precolombina y Asia.
En algunas culturas indígenas de América y en las primeras religiones romanas, la costumbre de recibir el último aliento de un moribundo no era sólo un deber piadoso sino el medio de asegurarse que su alma se reencarnaría en el vientre de una nueva madre y no quedaría como un fantasma errante.
Otros conceptos más burdos, identifican el alma con el hígado, con el corazón, con la figura que se ve reflejada en la pupila del ojo y con la sangre. Los indígenas del sur de Australia le dicen wilyamarraba (sin alma) a una persona desmayada o sin sentido.

El trance de un chamán o de un profeta, sea para engañar y hacer creer que visita el más allá, para traer profecías o clarividencia, así como fingir servir de médium con la divinidad o adivinar el porvenir por medio de una bola de cristal, fue también considerado ausencia momentánea del alma. La enfermedad a menudo se explica como la ausencia del alma y a veces se toman determinadas medidas, ritos, bailes e infusiones, para atraer el alma errante de vuelta.

En la tradición china, cuando una persona está al borde de la muerte y se cree que el alma ha dejado su cuerpo, el abrigo del paciente es sostenido en un largo poste de bambú mientras un sacerdote se esfuerza por devolver el espíritu al abrigo por medio de conjuros. Si el bambú comienza a girar en las manos del pariente que se ha dispuesto para sostenerlo, ésto se considera como signo de que el alma del moribundo ha vuelto.
Una de las manifestaciones más antiguas y arraigadas del animismo es la reencarnación y los arqueólogos coinciden en creer que el hecho de que en la llamada Nueva Edad de Piedra, (10 mil a cinco mil años antes de Cristo) los cuerpos de los muertos eran enterrados en posición fetal, obedece a la idea que de esta manera se facilitaba su renacimiento. Según los galeses, la doctrina de la reencarnación se inició con los celtas, ya en la prehistoria, y fue a través de ellos como encontró su camino hacia el este, para florecer en el hinduismo y el budismo.
La creencia en la transmigración de las almas entre hombres y animales sigue siendo muy común en Oriente. El dios hindú Visnú, se dice que reencarnó por segunda vez en forma de tortuga.

La idea de la muerte siempre ha sido odiosa y temida, por tanto es fácilmente explicable que la mayor parte de las culturas abrazase la reencarnación como creencia única y primera. En las religiones avanzadas se tiene que hacer una distinción entre reencarnación y la teoría o doctrinas kármicas, que tienen unas particulares tradiciones teológicas y religiosas, bastante más elaboradas.
Muchos pueblos, por vivir inmersos en selvas o en pleno contacto con la naturaleza, consideraron normal creer que pueden resurgir reencarnados en animales o insectos, pero aquellas religiones de culturas más avanzadas, conscientes del desarrollo que ha alcanzado el hombre como animal evolucionado, mostraron reluctancia a creer que pueden resurgir en un cuerpo de un insecto u otro animal.
La resurreción, invento de los "pensadores" del cristianismo, es solo una variante de la reencarnación, una especie de zoombies que se levantan de sus tumbas y sus restos vienen a completarlos obedeciendo al llamado de Dios, para retomar su antigua forma humana.
Los teutones e incluso los romanos según Plinio, atendían cuidadosamente a las serpientes domesticadas, a las que consideraban como encarnaciones de sus antepasados, o como genios guardianes de sus hogares.
Las antiguas baladas inglesas y escocesas hablan de que las almas de los hombres y mujeres pasan a los animales, aves o plantas y según el folclore británico y bretón, los espíritus de los pescadores y marineros muertos habitan en los cuerpos de las gaviotas blancas y las almas de los niños no bautizados flotan en el aire en forma de aves hasta el día del Juicio Final.
Como podemos apreciar, estos principios religiosos y dogmas tan elaborados, así como leyendas, creencias y supersticiones que las apoyaban, que no han cambiado mucho en nuestros días, no fueron urdidas por civilizaciones avanzadas ni teólogos ni religiones occidentales, sino más bien por grupos tribales y asentamientos humanos primitivos, ideas que más tarde fueron recogidas por las religiones oficiales, pulidas y dotadas de ceremoniales hasta constituir lo que en la actualidad es el alma mater de su doctrina fundamental.
La cuestión de la creación del alma a través de las creencias filosóficas y de diversos teólogos del cristianismo llenaría volúmenes y paradojalmente ha ido cambiando su tesis y evolucionando hasta la ponencia actual y oficial del catolicismo de que el alma se creó de la nada y que su creador inmediato fue solo Dios, pero ello no fue siempre así.

Es decir, para ponerlo de forma clara y contundente, estos intérpretes de la Biblia siempre, en todas las épocas estuvieron equivocados, sea con una u otra postura y por ende estos cristianos del pasado siempre estuvieron de una o de otra forma engañados en sus creencias. Se murieron dentro de una religión que les mintió y los engañó afirmándoles que tal doctrina era la única real. Al siglo siguiente, esa misma doctrina ya había sido reemplazada por otra, modificada en algunos puntos sustanciales y por lo tanto distinta.
Los cristianos del nuevo siglo que les sucedió, creyeron en ella y murieron con esa fe. Pero luego y sucesivamente, las reglas siguieron cambiando hasta hoy, donde como hemos repasado, siguen persistiedo dudas fundamentales y las respuestas del catolicismo son insustanciales, confusas y hasta ridículas.

Tenemos dentro del cristianismo antiguo la corriente de los panteístas, que dicen que todo es Dios y que todas las cosas son modos de una única substancia divina, incluida el alma. Esto fue llamado por mucho tiempo emanatismo y sus mayores sostenedores fueron los estoicos, los maniqueos y los priscilanistas.
Luego vino el traducianismo, conformado por aquellos que sostenían que el alma proviene de los padres por generación. Había dos corrientes; el traducianismo material que afirmaba que el alma estaba hecha por el sémen corpóreo igual que el cuerpo, entre los que se destacaba la tendencia de los Luciferianos y Tertuliano, este último Padre y líder de la Iglesia, teólogo y prolífico escritor, fue maestro de Cipriano de Cartago, el predecesor de Agustín, y el fundador de la teología latina.
Entre sus alegatos no consideraba al Hijo (Jesús) coeterno con el Padre. Postulaba que el Hijo de Dios no siempre existió, sólo a partir de ser engendrado por el Padre.
Se dio el nombre de luciferianos a los que se adhirieron al cisma de Lucifer, obispo de Cagliari en Cerdeña en el siglo IV, importante división de la iglesia de ese tiempo.

El traducianismo espiritual, enseñaba que alma viene de un modo misterioso del alma de los padres, así como el fuego proviene del fuego. Apoyaron esta doctrina Apolinar, Obispo de Clermont santificado después como San Sidonio Apolinar y en época más reciente Martín Lutero, teólogo, fraile católico agustino y reformador religioso alemán.
Su exhortación para que la Iglesia regresara a las enseñanzas originales de las Antiguas Iglesias Orientales y la Biblia, impulsó la transformación del cristianismo y provocó la Contrarreforma, como se conoce a la reacción de la Iglesia Católica Romana frente a la Reforma protestante.
Esta doctrina perduró hasta el siglo VII, y muchos filósofos y Padres de la Iglesia de estos siglos hasta el tiempo de Pedro Lombardo, Obispo de París en 1159, llamado el Maestro de las Sentencias y el mismo San Agustín y sus seguidores se inclinaban, aunque con algunas dudas a este traducianismo espiritual.
Pero la discusión del alma no solo ha abarcado si fue creada de la nada y por Dios sino si existía antes de su infusión en el cuerpo humano y aún, en qué momento preciso Dios infundía esta alma en el cuerpo y además en qué momento se entendía que el cuerpo humano estaba preparado y listo para recepcionar tal alma.
Tales discusiones abarcaron muchos siglos y fueron el campo de discusión de las diversas corrientes existentes desde siempre en el cristianismo especialmente en la Iglesia Católica. Muchos de sus prohombres, patriarcas, Santos y Papas, abundaron en creer lo que ahora en la actualidad se dice es anatema.
La Iglesia se ha desdicho varias veces de su doctrina respecto al alma y ha rectificado sus puntos de vista; y muchos conceptos que ayer se enseñaban como palabra sagrada, luego pasaron a ser herejías y pecados fundamentales. Los pobres fieles y seguidores de esta zigzagueante religión católica, que significa como sabemos universal y que ya no es romana, porque tal título le fue arrebatado al establecerse que fue falso que el último Emperador Romano les legase en su testamento, (el que fue falsificado por uno de los papas años después) todos los bienes y poderes del imperio, son los que han sufrido por estos vaivenes doctrinales.
Solo porque estas generaciones de católicos han muerto, desaparecido de la faz de la tierra, no se levanta el clamor de tales imprecisiones y falsedades de ayer comparadas con la doctrina de hoy y además por la condición estuporosa de los fieles nuevos, que aceptan como verdadero y sin investigar cuanto la jerarquía eclesiástica les mande.
Así, las discusiones del momento preciso de la infusión del alma en el cuerpo, demoraron decíamos varios cientos de años en decantarse. Finalmente se concluyó que el alma racional (título que le pusieron finalmente al alma los sabios teólogos, para conectarla de alguna manera con las funciones de la mente humana) empieza a existir a partir del momento de la concepción pasiva, esto es cuando se produce la fecundación del óvulo femenino por el esperma masculino.
Allí, en ese preciso instante, según los sabios del catolicismo, este Dios omnipresente, que está en todas partes y por supuesto atento y diríamos infaltable en ese momento de intimidad de la pareja humana, es cuando crea un alma para ese cigoto en formación.

Si alguien pregunta ¿qué pasa si a la misma hora hay varias parejas en el mundo ocupados en este mismo asunto y cómo se las arregla Dios para acoplar las almas en todos esos lugares al mismo tiempo? La respuesta correcta debe ser que Dios no solo es omnipresente, sino que omnisciente, sabe todo lo que necesite saber sobre todos, entre otras cosas, pues además es omnibenevolente, es decir posee perfecta bondad, simplicidad divina y existencia eterna y necesaria, sin olvidar que además es salvador del universo y la humanidad.
Por tanto para Él no sería ningún problema concurrir a cuántas partes fuese necesario simultáneamente, así el "acto de amor" ocurra en alguna ladera de Timboctú. Ahora si hay reclamos de aquellas mujeres que dicen que ellas también estaban en el acto sexual a la misma hora, pero que no quedaron embarazadas, pueden dirigir sus quejas directamente al Vaticano. Seguro que en los siguientes siglos tal cuestión será contestada satisfactoriamente, porque si hay algo que falló, no debe ni cabe culpar a Dios.
Como sea, dada esta condición de Dios vigilante al que nada se le escapa, no hay duda que también en ese momento especial de las reclamantes Él estaba también ahí, ojo avisor hasta la consumación del acto, atento a establecer si le tocaba colocar otra almita. 
A este respecto, en especial sobre la obicuidad, esa capacidad de Dios de estar en varias o todas partes al mismo tiempo, solo se conoce en el mundo occidental otro personaje que puede hacer lo mismo y que compite con su omnipresencia, desde luego también otra creación de este mundo invisible de mentirijillas.
Este poderoso competidor es nada más y nada menos que el famosísimo Papá Noel, Viejito Pascual o Santa Klaus, el cual también como sabemos, viaja a través del tiempo y llega a todos los hogares de diversos países a la misma hora, donde es esperado con ansias por millones de niños engañados por sus padres, piadosamente dicen. Y hay otra cosa en que se parece a Dios, no habla, ni ha dejado nunca un escrito, solo se ríe. ¿No será hermano de Dios?

Claro que estas cuestiones tan enredadas de los teólogos y su discutible sapiencia, le traen a Dios innumerables problemas y conflictos teológicos. Así la cualidad de omnipotencia que se le atribuye, da lugar a la denominada paradoja de Epicuro, también conocida como Problema del Mal, según el cual no podría ni debería ser posible el mal, las desgracias o las injusticias en el mundo si Dios está en todas partes y es tan poderoso, de tanta bondad y misericordia, sin hablar de su perfección, además que se dice que nunca ha cesado de estar trabajando en pos del bienestar de la humanidad.
La pregunta que surge es porque no trabaja más eficientemente en solucionar el mal, ya que éste está a la vista y no cesa. ¿Es ello el fracaso de Dios, o solo negligencia, o carencia de poder?

Lo mismo ocurre con el infierno. Si es omnipresente debería estar siempre allí, o al menos frecuentemente. Y si él creó este sitio, entonces Él es el amo del mismo. Tal vez lo hace y lo acepta y hasta mora allí, pero no lo dice, porque sería de mal gusto para sus creyentes.
Pero no dejemos que estas disquisiciones, que los teólogos sin duda ya han dilucidado con tanto Concilio, Sínodos y viajes de placer por el mundo nos desvíen del tema del alma.

Quedamos en que el alma ha sido introducida (perdón) más bien infundida personalmente por Dios, inmediatamente cuando uno de estos espermios, el más vivaracho de todos, fecunda al óvulo. Pero aquí hay una duda teológica, porque se sabe que esta fecundación no siempre es inmediata, es decir, no siempre un acto sexual de las condiciones dichas produce inmediatamente procreación, pues a veces hay una diferencia de muchas horas.
Por tanto la Iglesia se pregunta a sí misma, y con ello nos mete a todos en el mismo saco, si Dios acopla antes o después esta alma racional. Es decir si esta infusión del alma coincide con el momento de la concepción pasiva o animación inmediata o, viene a ocurrir en un plazo de tiempo mayor (animación mediata).
Este punto es crucial para los teólogos y la Iglesia católica, tanto en lo moral como en lo jurídico, pues en base a esta pretendida infusión del alma y del fenómeno de la creación del cuerpo humano, se fija su doctrina para impugnar los actos abortivos, sean naturales o provocados y estimar por ende la misma naturaleza moral del aborto en cuanto a pecado y objetar como ocurre, todo tipo de métodos anticonceptivos.
Pero llegar a tan trascendente decisión de determinar con exactitud tal acción divina, como decíamos no fue fácil, unos creían que el alma no se infundía en el cuerpo antes del nacimiento de éste. Otros, siguiendo a Aristóteles atribuían al hombre tres almas, decían que en primer lugar éste tenía un alma vegetativa, después un alma sensitiva y por último el alma racional y definitiva, teorías que fueron de a poco reemplazadas porque los teólogos se dieron cuenta que ello iba en contra de la unicidad del alma en el hombre.
Sin embargo  tal doctrina fue abrazada por siglos por la Iglesia, en su afán de explicar cómo se formaba el alma y porqué se considera al embrión como humano. Muchos pensadores como Santo Tomás, dijeron que primero venía el alma vegetativa, por la cual el feto se perfecciona ulteriormente para recibir el alma sensitiva. Corrompida esta alma vegetativa era reemplazada por el alma sensitiva.

A esta altura ya el nuevo ser humano (embrión) (nótese que la Iglesia denomina ser humano al embrión) se ha perfeccionado y está en condiciones de recibir su alma racional, la cual por fin es infundida, habiéndose corrompido la sensitiva. Y por fin, y así defendían el punto de que Dios colocaba el alma en el preciso momento de la concepción pasiva, (para rellenar el tiempo de demora en producirse entre la fecundación del óvulo y la existencia del zigoto) venía esta alma racional, que se estima mora en la cabeza, dentro del cráneo, en algún lugar del cerebro.
Esta opinión, ya dijimos doctrina oficial de la Iglesia,  fue celosamentecelosamente defendida y quien no la aceptaba, me refiero a varias generaciones de católicos, fueron considerados herejes.

Ello implicaba (esta sucesión de almas) que el feto tiene un alma desde el mismo momento de la procreación, por tanto eran considerados seres humanos con alma inmortal. Por eso la Iglesia ordena: «Se ha de procurar que todos los fetos abortivos, cualquiera sea el tiempo que tengan, si ciertamente viven, se les bautice absolutamente; y en caso de duda se les bautice bajo condición».
El bautismo no puede administrarse más que condicionadamente, si hay duda prudente acerca de su validez; y esta duda se da si no consta que el feto es hombre o humano.
Sin embargo la Iglesia ordena el bautismo absoluto del feto «de cualquier tiempo que sea» y solamente con esta única condición: que viva con certeza; y no con la condición de si ciertamente está animado con alma racional. Al pie de este canon se cita como fuente del mismo el siguiente decreto del Santo Oficio (a. 1713): «Sobre el Bautismo del feto abortivo: Si se da un fundamento razonable para dudar acerca de si ese feto está animado por el alma racional, en ese caso puede y debe ser bautizado bajo condición; si por el contrario no se da un fundamento razonable, de ningún modo puede ser bautizado».

Luego se admite que puede darse la duda acerca de la presencia del alma racional en el feto, bien una duda fundada (sería v.gr. si el feto viviera y mostrara forma humana) o bien una duda infundada (como sería v. gr. si el feto no diera señales de vida). Ahora bien el canon aducido no hace mención del alma racional y menciona no la duda, sino la certeza (en cuanto a la sola presencia de la vida) y obliga a bautizar absolutamente.

Luego, hay que juzgar que da por supuesta la presencia del alma racional en todo feto vivo. Pero en la realidad y todos podemos opinar en esto por nuestras propias experiencias, estas prevenciones de la Iglesia son letra muerta, porque en ninguna parte del mundo se conoce que los sacerdotes concurran o los feligreses lleven a bautizarse a la Iglesia los cientos de miles de cigotos y fetos abortados por la población, la mayor parte de ellos realizados sin ningún tipo de control, justamente porque no existe legislación para ello.

Es decir, la gente, las parejas, especialmente las mujeres, deben en determinado momento en que optan por este medio, buscar comadronas y pociones abortivas en la clandestinidad, arriesgando generalmente su vida en manos de personas sin la calificación médica y sanitaria para realizar el aborto y a ser penadas por las leyes por cuasi delito de homicidio y tener penas aflictivas entre diez y veinte años de cárcel, como ocurre en España, país sometido por tradición a las leyes de la Iglesia, quedando además según el catolicismo, inmediata y automáticamente excomulgadas.

¿Sabrá la Iglesia, cuántas de sus devotas, fieles, fervorosas  y practicantes del culto que siempre están orando, se cuentan entre estas excomulgadas? ¿Será ese el sentimiento de culpa de esas viejecitas que tienen a su haber en su historial digestivo más ostias que manzanas? ¿Será este el pecado que buscan insistentemente que Dios les perdone?

Hoy en día es científicamente cierto que el embrión vive desde el principio de su concepción pasiva, es decir apenas ocurre el acoplamiento. Antes el conocimiento no tenía tal certeza y por ello tanto la Biblia como los teólogos especulaban sobre los plazos que calculaban entre 40 días para el hombre y 90 días para la mujer en que Dios insertaba el alma en el nuevo ser.
Una vez que la ciencia así lo explicó, cesaron de enseñar tales inconsecuencias que mencionan los escritos bíblicos siempre tan equivocados. Y por supuesto también dejaron de lado su famosa doctrina, que tantas sesudas discusiones se generó en sus Patriarcas a través de decenas de Concilios, acerca de esa otra tontera de multiplicar las almas hasta le instalación del alma definitiva.

Como muchas veces en su historia, le dio amnesia al Papa y a toda la jerarquía eclesiástica. Repentinamente se olvidaron de todas las sandeces que predicaban hasta ese mismo instante. Al minuto siguiente ya el discurso era otro. La cuestión la arreglaron los teólogos no reconociendo que estaban equivocados y que sus especulaciones se basaban en una categórica ignorancia, sino solo diciendo en ese tonito solemne y doctoral usado para que no se les haga preguntas, que el alma racional es en el hombre el principio vegetativo y sensitivo y racional. (Son “Jaliscos”, no pierden una. Y para salir del embrollo cuando se ven perdidos, recurren a su fórmula secreta: todo en religión son tres cosas en una)

Esta aseveración científica de que el embrión por si solo tiene principio de vida desde su concepción, separado de la madre, animó a la Iglesia a endurecer su postura  y determinar ahora sin titubeos, que si desde el mismo momento de la concepción existe una nueva vida es porque en ese preciso instante Dios insufló en ese embrión su soplo de vida o sea el alma, la que no solo debe ser tutelada teológicamente por la Iglesia, sino que también jurídicamente por las leyes generales de todas las naciones.
Tanto se envalentonó, que pensando que venía un repunte del prestigio tan alicaído de su trayectoria en los últimos siglos, donde prácticamente se quedó sin sus principales objetivos doctrinarios, amarga época en que debió esconder sus reliquias de las que tuvo la mala idea de someterlas a la prueba del carbono 14, como la famosa sábana de Turín, que resultó más falsa que Judas; soterrar al olvido el Purgatorio y ese otro remedo que llamaba Limbo, invento de última hora de la jerarquía sacerdotal, donde se decía iban a parar las almas sin bautizar de los fetos, recién nacidos que morían al nacer, niños con parálisis cerebral, dementes y otras enfermedades mentales.

Con gran disgusto debió dejar de vender públicamente trozos del Purgatorio a los parientes de los deudos, que debían dejar grandes fortunas y bienes materiales en manos de la Iglesia y sus confesores, para aliviar y salvar sus almas de tan horribles sufrimientos como se decía que allí existían, antes del juzgamiento divino.
Estos dineros y propiedades que debidamente legalizadas se traspasaban al Tesoro vaticano, eran una especie de pasaporte que el Papa en persona firmaba y que los ilusos parientes recibían como constancia, que  tal gestión del Santo Padre, tenía la virtud de que ese fuego eterno tan quemante y destructivo para estas almas espirituales de ese mundo celeste e invisible, sería reemplazado por otro más benigno, menos doloroso para sus familiares tan queridos. 
Y qué decir de su lucha contra la homosexualidad, baluarte que tampoco pueden hoy menos que nunca agitar, porque tienen la iglesia llena de pederastas, desde la misma cúpula vaticana a los regordetes curitas de pueblo chico. Al contrario, han debido pedir perdón, porque a pesar de haberlos protegido cuando fueron denunciados, defendiendo el prestigio eclesiástico antes que la honra de las víctimas,  las cárceles se encuentran llenas de curas homosexuales, todos confesos de delitos de sodomía con menores de edad.

Hoy, esos curas bonachones y dicharacheros, ahora hablan poco y solo en susurros ininteligibles y las más de las veces en latín, cuando alguna devota les pregunta si es verdad que existe el demonio, las brujas, los ángeles y sobre el lugar preciso donde la Biblia dice se encuentra el cielo. De pronto, en medio de las consultas dicen tener algo que hacer y hacen mutis por el foro cuando tienen que explicar para que servían sus numerosas Órdenes de Caballería, algunas de ellas como los Caballeros del Santo Sepulcro, que estaban tan apolilladas que ni siquiera la Santa Sede se acordaba de ellas y cómo es que asesinaron a todos los Caballeros Templarios, que solo dependían del Papa.

Menos quieren referirse al negocio de los exosrcismos para sacar los malos espíritus del cuerpo, que la Iglesia practica, porque ello permite pensar que el cristianismo no cree en verdad en la resurrección de la carne, sino en la transmigración de las almas. Qué éstas pasan de un cuerpo a otro, en este caso de un espíritu maligno a otro que se desea poseer. Doctrina que oficialmente al menos la Iglesia niega.

Hoy la Iglesia se encuentra empeñada n una gran ofensiva para conservar cueste lo que cueste los bastiones que aun conserva.
Damnificada por los recuerdos de su dolorosa aventura medieval y con ostensible pérdida de credibilidad por los crímenes de lesa humanidad que significó la Inquisición y su incursión en la “Conquista de América”, que le costaron a la humanidad un par de cientos de millones de vidas humanas, ha concentrado sus esfuerzos, en sus "negocios" rentables donde vende sus productos espirituales: aire, ilusiones, promesas de eternidad, salvación del alma, trozos del paraíso, contactos con seres milagrosos, protección de entidades invisibles, amparo de la Virgen y todos los Santos.

La globalización le permite ampliar sus mercados de camisetes, lápices, cruces, rosarios, estampas milagrosas, catecismos, misales y joyería varia con motivos religiosos etc., e incrementar las giras turísticas por sus iglesias llenas de reliquias falsas, castillos y palacios del medioevo de los que se apropió, museos donde exhibe momias y objetos de arte que sus sacerdotes y enviados robaron en todos los países del mundo donde llegaron a evangelizar y que hoy día, como los obeliscos egipcios ornamentan las fachadas de sus catedrales europeas.
Pero principalmente, utiliza la enseña del alma, para obtener poder en los sistemas de gobierno, donde el catolicismo es poderoso. Allí donde el catolicismo es la religión oficial y no existe separación entre Iglesia y el Estado es donde tiene concentrado su poder.  Además, increíblemente aún controla sistemas de gobierno con monarquías de origen divino, o esa extraña mixtura de Estados “modernos”, conocidos como “monarquías constitucionales”, para aducir que la Iglesia es una autoridad moral para dictar directrices en temas de moral sexual y derechos reproductivos, lo que la convierte en una voz autorizada en estos temas, para pontificar que un aborto no solo es un gravísimo pecado que amerita la excomunión de la mujer sino que es un asesinato, que debe ser recogido en las leyes nacionales , logrando influir decisivamente en las leyes especialmente de países subdesarrollados, que de antiguo recogieron tan falso y conservador dogma.

Esta problemática del aborto, se ha convertido en una de las discusiones más contingentes de la modernidad que dividen a la sociedad tangencialmente, es decir que atraviesan toda clase de fronteras sociales e ideológicas tanto por la virulencia con que las partes defienden sus posiciones como por el lenguaje confrontacional y falso que usa la Iglesia, diciendo que solo existen dos posturas, los que abogan por la vida y los que abogan por la muerte, (por supuesto, esta Iglesia criminal dice que ellos abogan por la vida) que sumado a la ignorancia generalizada de la gente respecto al fondo del problema y a las diversas aristas que presenta, hace tremendamente difícil llegar a acuerdos legales.

Estos involucran aspectos políticos fundamentales, que tienen que ver con si el Estado es laico, es decir separado de la Iglesia o como tristemente ocurre todavía en numerosas naciones, persiste allí ese pacto Iglesia-Estado donde las leyes que la gente desea aprobar son impugnadas por la religión que impone sus concepciones morales y espirituales.
Este pacto implica que las leyes deben ajustarse a las concepciones morales de la religión, es decir que para actuar de manera éticamente correcta necesitamos obedecer la voluntad de Dios. Y como las leyes de Dios son administradas por la religión, en este caso la Iglesia Católica, es la Iglesia y no el Estado el que fija las pautas y los cauces que deben tener las disposiciones generales que norman la convivencia ciudadana.
En un Estado laico, se entiende que el bien y el mal existen sin necesidad de que un Dios los señale, por lo tanto, no se precisa la guía de alguna religión porque el proceso democrático es el que vela por que las leyes sean la más justas. Y tampoco el Estado tiene por que proteger y preferir una sola religión, considerarla oficial, en circunstancias que el abanico de creencias es muy amplio y todas deben tener no solo las mismas oportunidades sino la cooperación y asistencia del Estado como cualquier otra organización.

La Ética de un Estado no puede guiarse por una moral arbitraria de tipo dogmático ni puede ser relativa a los intereses y conveniencias de particulares ni menos de determinada organización confesional, sino direccionar y encontrar su sentido en el reconocimiento de la alteridad, en el interés ajeno, respondiendo al sentimiento de un bien común universal. Ese es el principio en que se fundamenta la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que respeta y exige respetar y tener en consideración los intereses fundamentales de los demás.

En el caso del aborto, es indudable que hay que escuchar a la ciencia médica, que es la única autoridad que con pleno conocimiento de causa nos puede entregar parámetros de lo que se puede y no se puede hacer. Y además subordinar tal decisión a lo que señale un correcto procedimiento moral, pero no la moral confesional sino una recta filosofía moral, humanista, equitativa y centrada en el bien público.
Primero que nada hay que reconocer el problema y éste es que en todo Estado dónde la Iglesia tiene influencia, no existen leyes que regulen legalmente el aborto. Por el contrario, el aborto está penalizado y en muchos países es equiparable al homicidio y en otros con penas de cárcel de 10 a 20 años. Y sus infractoras, automáticamente desafiliadas de sus comunidades religiosas mediante la excomunión católica, si pertenecen a esta congregación.
Es decir, el Estado ha hecho causa común con su socio la Iglesia y han aplicado, según su consejo, el máximo castigo civil y eclesiástico, igualado al que las leyes aplican al más dañino y peligroso de los criminales. Por tanto la consecuencia directa es que ello no termina con el aborto, sino que éste sigue siendo una práctica común, con la desventaja que no puede ser controlado sanitariamente, ni permite al Estado confeccionar estadísticas y buscar fórmulas de asistencia sicológica u otra disciplina para apoyar a las afectadas y asistirlas médicamente en estos trances de aborto, para cuidar su bienestar y realizarlo como una práctica quirúrgica optativa para la población.

Ello da pábulo a que las mujeres que precisan tal intervención arriesguen su vida en manos de inescrupulosos que a cambio de dinero, en lugares clandestinos, manipulan su cuerpo sin tener conocimientos especializados, en condiciones sanitarias deplorables y cuyos resultados son la mayoría de las veces la muerte o la causa de infecciones, mutilaciones y lesiones en sus tejidos, que a la postre le causan otras enfermedades que le producen graves trastornos sicológicos y una mala calidad de vida que se extiende a su familia directa, su marido y sus hijos.
Se suma a esta falta de legislación que se preocupe de este flagelo social y sus derivaciones, las mafias que profitan de estas clínicas y operaciones clandestinas; la falta de políticas públicas que busquen solucionar tales embarazos no deseados o donde sea la mujer, por su propia elección y no la Iglesia o el Estado en su nombre, la que determine optar libremente, por la decisión de no aumentar su familia, acceder al uso de profilácticos, sumarse a las campañas educativas a la población, los métodos anticonceptivos y preventivos.

Ello no ocurre, porque también a ello se opone la Iglesia Católica, utilizando todos los medios propagandísticos a su alcance y amenazando a los católicos que tienen connotaciones y cargos gubernamentales, legislativos o parlamentarios con la excomunión y el alejamiento de los círculos religiosos, presión indebida, que atenta contra las normas constitucionales y democráticas de cualquier Estado, donde sus ciudadanos deben actuar en conciencia, sin influencias de ningún grupo de presión y menos de sectas que manipulan la mente de sus prosélitos.
A ello se suman sus prédicas en los templos, donde adoctrinan a sus fieles bajo la amenaza de la ira de Dios, de la perdición de su alma y la inmortalidad prometida, si incumplen la tradición cristiana y se exponen a ser excomulgados, al no oponerse con firmeza, negar e influir para que no haya leyes que lo permitan.

En conclusión, es la Iglesia y su concepto dogmático del alma, el que a final de cuentas provoca toda esta trágica y multifacética cadena de situaciones, que hacen perder la vida a setenta mil mujeres al año, lo que no alcanza a ser ni un 5 por ciento de las que recurren a esta fórmula y de las que no queda registro estadístico. Sin embargo, sí existe constancia en todos los hospitales y centros médicos del mundo, de infinidad de casos de estas mujeres que debieron llegar posteriormente por ayuda médica, merced a las secuelas físicas y sicológicas resultantes de estas salvajes intervenciones en sus órganos por gente inexperta e inescrupulosa.
Es también la Iglesia, al oponerse a campañas preventivas y medicamentos para que no se produzcan embarazos indeseados y para protegerse de enfermedades de transmisión sexual, como el uso obligatorio del condón, la directa responsable de la desobediencia civil a esta medida de protección de la salud pública.
¡Qué nos dice la Iglesia Católica respecto al aborto? Ya lo hemos explicado latamente, pero en resumen, la Iglesia dice que un cigoto es un humano, una persona y que al extirparlo se comete no solo un pecado sino un asesinato. Vale decir sostiene que un óvulo humano fecundado es un humano.

¡Qué nos dice la ciencia al respecto? Todos los estudios científicos señalan que los embriones humanos no comienzan a sentir hasta la semana 22. Por tanto si existe la necesidad de extirparlo debe hacerse en este período. ¡Qué dicen los defensores del aborto!: Exponen que la defensa ética de individuos con un determinado tipo de ADN carece de sentido, pues la razón por la cual debemos respetar a otros individuos es porque tienen intereses.
Un feto humano es incapaz de tener sensaciones conscientes, por tanto, de experimentar dolor antes de la semana 22-24. Decir que un cigoto es un humano porque tiene ADN humano, es como asegurar que cada célula de nuestro cuerpo es un humano, porque cada una de ellas tiene ADN humano y que por lo tanto cada humano está formado por millones de humanos diminutos.

Desde el punto de vista de la Ética, la principal característica moralmente relevante del ser humano es sentir y sus intereses. El embrión no es un ser humano, sino un ser humano en potencia, por la misma razón que un huevo no es una gallina (y casi nadie confunde a uno con la otra). Decíamos que desde el punto de vista de la Ética, la principal característica moralmente relevante de un ser humano es la capacidad de sentir. El cigoto humano como proceso de formación carece de las condiciones materiales necesarias (existencia de un cerebro) para poseer una teoría de la mente que le permita sentir. Si algo no tiene capacidad para sentir entonces no tiene intereses, la capacidad para sentir es la característica que marca la diferencia moral entre la cosa y la persona.
Quien admite que un cigoto humano es un humano que no siente, pero dice que hay que respetarlo porque será un humano con capacidad para sentir en un futuro, utiliza el argumento de la potencialidad, el cual es una probada falacia. El feto tampoco es una persona, ya que ésta no es una categoría biológica, sino jurídica y social. Nadie se convierte en persona por multiplicación celular, sino por convención. No hay ninguna legislación en el mundo que considere que el feto es un sujeto de derecho. En nuestra cultura se es persona después del nacimiento. (salvo para la Iglesia y los cristianos por supuesto). Para ser sujeto de derecho hay que ser una persona, por tanto estar dotado de autonomía y el feto podrá ser cualquier cosa menos autónomo. Por todo lo anterior, se sostiene que la interrupción del embarazo realizada antes de las doce semanas de gestación es moralmente permisible.
Durante ese período no existe ningún conflicto entre los supuestos derechos del embrión y los derechos efectivos de la mujer. Pero quizás es necesario conocer otras opiniones, de gente que a través de mundo tiene cercanía con el aborto y abre con su pensamiento campo para nuevas reflexiones:

La penalización del aborto es injusta, inútil e inmoral, titulaba un escrito del sacerdote uruguayo Luis Pérez Aguirre, quien sin duda se refiere a este tema con mayor propiedad que yo. Este artículo, el primero que escribió sobre el aborto, le valió en su momento una sanción de la Iglesia Católica. Desde un punto de vista cristiano, el recientemente desaparecido sacerdote marcaba una posición absolutamente discrepante con las definiciones oficiales del Vaticano y de las autoridades de la Iglesia uruguaya. Allí decía:
"La Iglesia afirma en el reciente catecismo que "la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida". (n.2270.Cfr. Congr. Para la Doctrina de la fe, Instr. Donum vitae 1,1).
Después de afirmar que "desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado y que esta enseñanza no ha cambiado" (n.2271), sostiene que "la cooperación formal a un aborto constituye una falta grave (y) la Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana" (. 2272). Dice también que debe ser elemento constitutivo de la sociedad y de su legislación, entre otras cosas, "el respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción a quien debe nacer (y) exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos"(n.2273).
Finalmente, "puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad"(n.2274).

Según nos dice Luis Pérez, el concepto de crimen es difícilmente aplicable al aborto. Es más, piensa que en Uruguay la mayoría de los abortos no caen bajo la ley que los considera como un crimen imputable. Por ello se siente obligado a estar del lado de las mujeres que se han sentido impulsadas a abortar. Aclara que la penalización del aborto no soluciona el problema planteado y de hecho, resulta en una grave injusticia, dañina en la inmensa mayoría de los casos. Por lo tanto dice "es inmoral y no puedo menos que estar totalmente en contra de la penalización del aborto". “Detrás del problema del aborto, de su penalización o no, se juegan otras realidades humanas muy graves: la dignidad de la mujer, la injusticia social, el machismo, la ignorancia respecto de la sexualidad, diferentes actitudes culturales y morales respecto de la vida, el uso de anticonceptivos, de la moral, el papel de las autoridades civiles y eclesiásticas, etcétera. Esto complica y generalmente desvía el debate llevándolo a callejones sin salida”.

“Es claro para todos que el aborto siempre es una tragedia, un daño irreparable. Nadie justifica el aborto en principio y todos pensamos que hay que luchar contra él eficazmente. Ninguna mujer aborta por deporte, gustosamente o por diversión”

Paloma Alfonso, nos dice desde la página (www.catolicasporelderechoadecidir.org)
“He venido a hablar de algo que es un "secreto a voces" , el hecho de que por mucho que la jerarquía católica se empeñe, serios estudios y estadísticas oficiales muestran que la población católica del mundo entero ejerce su sexualidad de la forma más diversa y en muchos casos en clara oposición al magisterio oficial. Millones de católicos usan anticonceptivos, tienen relaciones sexuales fuera del "marco legal" del matrimonio, se divorcian y recurren al aborto ante un embarazo no deseado, etc. Es un secreto que tiene que ver con las prácticas sexuales y las costumbres de cientos de miles de personas y que puede resumirse de forma sencilla: el deseo sexual, la búsqueda de la felicidad, el derecho a la integridad corporal, son más poderosas que las doctrinas religiosas, que las admoniciones parroquiales y que cualquier arenga de confesionario.

Ese es el "secreto a voces", aunque la doctrina eclesiástica condena la anticoncepción moderna, muchos católicos y católicas recurrimos a ella: no obstante que el aborto está penado en la ley Canónica, un importante porcentaje de mujeres católicas recurren a él, especialmente mujeres pobres. ¿Se sienten excluidas de la comunidad católica esas personas cuando toman pastillas anticonceptivas o recurren al aborto?
Por otro lado, tener leyes que digan que el aborto no está permitido no implica que no haya abortos clandestinos inseguros, donde además de la vida del feto está en peligro y muy real, la vida de la madre. El aborto debe ser legal y la decisión sobre el mismo debe estar en manos de la mujer que está embarazada”.

Fernando Savater, el filósofo y escritor español contemporáneo, cuestiona cómo los religiosos católicos insultan impunemente a los demás; por ejemplo, las declaraciones del Papa y sus obispos sobre el aborto (al que equiparan con un crimen terrorista o nazi) ponen a la mayoría de las personas partidarias de la despenalización del aborto, al nivel moral de los más viles asesinos.

Savater observa, atinadamente, que cuando los jerarcas de la Iglesia católica dicen estas barbaridades, nadie los acusa de intolerantes o de herir las convicciones ajenas, o de antilaicistas. Como bien señala, la ventaja de ser fundamentalista en una sociedad mayoritariamente tolerante, es que te aguantan las barbaridades que dices. Pero eso no es todo. Savater pone otro ejemplo: "Si un candidato o gobernante en cualquier país democrático hace una alusión a la divinidad (y dice, Gracias a Dios), ningún ateo entre sus votantes se tiene que sentir discriminado por tal invocación, ni menos ofendido. Pero si ese candidato o gobernante, u otro, se atreve a hacer algún comentario que descarte inequívocamente la creencia en potencias celestiales, además de quedar como un patán que agrede sin miramientos a la fe de los demás, se va a ganar una campaña en contra que va a mermar seriamente sus posibilidades electorales. Vemos pues la gran contradicción."

Abundando en el tema, un Editorial de periódico “The Lancet” de 26 de enero del 2008, titulado El Papa y la Ciencia, acotaba:

“Preguntado en el Concilio Pontifical por la Pastoral de Cuidados de la Salud sobre el estudio científico y moral de los preservativos para prevenir el VIH, Benedicto no ha cambiado la posición de la Iglesia sobre este uso para prevenir la infección. Este Conservador Pontífice ha reafirmado la incondicional oposición de la Iglesia al aborto. No todos, de los más de mil millones de católicos del mundo, están de acuerdo con las posiciones del Papa en estas cuestiones de ciencia y salud. Existen muchos católicos y líderes religiosos quienes apoyan la importancia de los preservativos en la prevención del VIH y saben que 68.000 mujeres cada año mueren por la realización de abortos inseguros.
El cardenal Carlo María Martini, por ejemplo, que fue candidato a Papa en 2005, ha promocionado el preservativo para la lucha contra el VIH. El cardenal también ha dicho que la legislación sobre el aborto debe de tener un efecto positivo en reducir el número de abortos ilegales. Trabajadores católicos ayudan a promocionar en sus países la política vaticana, en algunos casos distribuyendo privadamente preservativos contra el VIH. Son estos católicos los que hacen que ciencia y religión no sean incompatibles. El diálogo entre científicos y líderes religiosos debe ser siempre aperturista, en los campus universitarios y en cualquier lugar, aún si los científicos discrepan con la interpretación de la Iglesia sobre el mundo que nos rodea".

"¿Quiere Dios prevenir el mal, pero ¿no puede? Entonces no es omnipotente.
¿Puede, pero no quiere? Entonces es malévolo.
¿Puede y quiere? Entonces ¿de dónde viene el mal?
¿No puede ni quiere? Entonces ¿por qué llamarle Dios?"

Epicuro