lunes, 4 de abril de 2011

De pan y de Circo. Parte 6.-

«Desde tiempos inmemoriales es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo».(«Quantum nobis notrisqüe qüe ea de Christo fábula profuérit, satis est ómnibus séculis notum...». Papa León X. (1475-1521)

El estudio de los procesos sociales del pasado ha demostrado que la historia siempre se repite. El Imperio Romano comprendió temprano que las religiones eran un aparato político poderoso para conseguir la cohesión social de sus ciudadanos y por ello hostigó durante tres siglos con saña al incipiente movimiento cristiano que amenazaba socavar la creencia en los dioses tradicionales y el orden establecido, declarándolos al margen de la ley y enemigos públicos del Estado.

Al cristianismo le ocurrió lo mismo cuando ya impuesto su credo que prendió con fuerza en las capas populares, se convirtió para Roma en una religión respetable que según las reglas del Imperio y consecuente con su política de aceptar las religiones mayoritarias, varió su postura y decidió apoyar y defender su existencia legal. Ahora Roma y su clase política creían tener un credo unitario y mayoritario en la población, que daba estabilidad al vasto y disperso mundo romano que más que nunca precisaba cohesionar a sus súbditos. Una religión que amalgamara las diferentes etnias, culturas y costumbres que interactuaban en sus dispares y lejanas posesiones era un baluarte que aseguraba la paz social.

Más, ese sentimiento no era compartido al interior del cristianismo donde había fuertes corrientes que se disputaban el mejor derecho a ser los conductores del movimiento, existiendo profundas divergencias y matices ideológicos que incluso eran contrarios a considerar a Jesús hijo de Dios, habiendo aún otras materias teológicas vitales en que no había pleno acuerdo.
Ahora le tocaba el turno al cristianismo depurar sus filas. Sus patriarcas comprendieron que la única forma de aspirar a convertirse en el futuro en la religión más poderosa de todas las existentes y con ello intentar postularla a ser reconocida como la única oficial, pasaba primero por un proceso de clarificar tales desviaciones y limpiar la doctrina de elementos perturbadores.

Siendo Cayo Galerio Valerio Maximiano emperador romano entre 305 y 311, uno de los más decididos enemigos del cristianismo, se corrió la voz que este estaba gravemente enfermo de cáncer. Esta situación, según Lucio Cecilio Firmiano Lactancio (245-325), escritor latino y apologista cristiano, motivó insistentes versiones provenientes de figuras del cristianismo que aseguraban que este mal se debía a la ira de dios, el castigo divino a todos aquellos que perseguían su doctrina, rumor que hicieron correr por todo el imperio.

Efectivamente Lactancio relataba después en su "De mortibus persecutorum (Sobre las muertes de los perseguidores) escrita en la Galia en el 318, una espeluznante descripción de los sucesivos destinos de los emperadores que persiguieron a los cristianos; en particular y de manera muy colorida, como Galerio padeció durante un año los más horribles sufrimientos devorado internamente por gusanos, pudriéndose en vida y padeciendo intensos espasmos que le hacían aullar de dolor, dando voces que estremecían las murallas del palacio.

Y cómo, en los intervalos entre sus espantosos dolores, Galerio habría prometido a gritos que reconstruiría la iglesia que había contribuido a demoler y que sí ahora creía en este dios que le estaba castigando. Así, a escasos días de su muerte el 30 de abril del año 311, promulgó el Edicto de Tolerancia de Nicomedia que puso punto final a las medidas represivas instituidas en contra de los cristianos por el emperador Diocleciano. Galerio murió cinco días después de la promulgación del Edicto...

Otros historiadores en cambio, dicen que es más plausible que las motivaciones para dictar tal Edicto no fueron la conversión tardía del Emperador en la agonía de su muerte, sino que obedecieron más bien a consideraciones de tipo político, ya que Galerio quería lograr para su sucesor en Oriente mejores condiciones iniciales frente a Occidente, pues era evidente que la política adoptada contra los cristianos no había dado el resultado esperado, - lo que se reconoce explícitamente en el Edicto- y que dado el número y poder creciente de aquellos, era quizás la actitud más racional a adoptar. Como el Edicto original nunca fue encontrado, su texto se conoce solo a través de la transcripción en latín del mismo Lactancio en su libro "Sobre la muerte de los perseguidores" que reproducimos:

"Entre todo lo otro que por el bien y la prosperidad de la cosa pública dispusimos, quisimos en el pasado armonizar todas las cosas con el derecho y el orden público romano tradicional. También buscamos que, incluso los cristianos, que habían abandonado la religión de sus ancestros, se reintegrasen a la razón y al buen sentido. En efecto, por algún motivo, la voluntad de los cristianos fue por su propia obra plagada de tal manera y fueron presa de tal tamaña estupidez, que abandonaron las instituciones ancestrales, que quizás sus mismos antepasados habían instituido. En su lugar, por su propio capricho y como bien les pareció, adoptaron y siguieron leyes propias congregándose en varios lados como grupos separados.

Así, cuando con tal finalidad pusimos en vigor nuestras leyes para que se conformasen a las instituciones tradicionales, muchos se sometieron por el miedo, otros fueron incluso abatidos. Aun así muchos perseveraron en su propósito y constatamos que no observaban la reverencia a los dioses de la religión debida ni tampoco aquella del Dios de los cristianos. Habida cuenta de nuestra gran clemencia e inveterada costumbre de indulgencia que ejercitamos frente a todos los hombres, creemos que debemos extenderla también a este caso. De tal modo pueden nuevamente los cristianos reconstituirse así como sus lugares de culto, siempre que no hagan nada en contra del orden público. Por medio de otra carta indicaremos a los magistrados como deben conducirse. En razón de esta, nuestra benevolencia, deberán orar por nuestra salud y la del imperio, para que el imperio pueda continuar incólume y para que puedan vivir en seguridad en sus hogares.
Este edicto se dicta en Nicomedia a un día de las calendas de mayo en nuestro octavo consultado y en el segundo de Máximo Lactantius”.


Este es el primer reconocimiento histórico-legal del cristianismo y constituye un momento histórico, pues marca el fin de las persecuciones convirtiendo al cristianismo de una secta clandestina a una religión oficial de la sociedad romana.

No obstante como anticipábamos, no había unidad en el credo cristiano. Antes bien, como se anotaba en el Edicto de Nicomedia, existían marcadas diferencias e interpretaciones que habían originado diversos grupos, cada uno enemigo a muerte de los otros. El punto de fricción era la naturaleza de Jesús, complejo problema que abordaban las discusiones teológicas. A esto se le llamó las disputas cristológicas y muy al contrario de lo que la gente común piensa o cree saber, muchas de estas tendencias continuaron haciéndose presente al interior de la Iglesia Católica durante siglos, donde prácticamente en cada Concilio Ecuménico, las minorías y mayorías que se conformaban disputaban por colocar dentro del Credo sus creencias fundamentales, que a veces, en el siguiente Sínodo eran eliminadas por una mayoría diferente.

Comentaremos brevemente algunas de estas doctrinas, para hacer resaltar que el Catolicismo de hoy era fundamentalmente diferente al de los primeros siglos y que a pesar de todo, recogió de estas doctrinas disidentes muchos de los ritos y dogmas usados por ellos, doctrinas que luego, paradojalmente fueron tildadas y condenadas de herejes.

Quizás uno de los movimientos pioneros que hizo tambalear la incipiente y desordenada doctrina cristiana en el año II fue el Marcionismo, nombre que toma de Marción, un rico y joven armador naviero nacido y criado en Sínope, en la costa del mar Negro, proveniente de una familia de gran estrato social y arraigo en ese puerto y ciudad, cuyo padre era el Obispo del lugar.
Curiosamente su progenitor, que procuró que su hijo siguiese sus pasos iniciándole en los misterios doctrinarios, finalmente lo había excomulgado abominando de su personal y desviada interpretación de las Escrituras. Saltándonos la curiosidad de este Obispo con un hijo tan voluntarioso, lo que hace suponer que era un sacerdote que ejercía su ministerio casado o con concubina, encontramos que en el año 120 o 130, Marción se presentó en Roma buscando ingresar a la jerarquía eclesiástica desde arriba de la pirámide, con el propósito de obtener una Archidiócesis, ofreciendo para ello 200.000 sextercios, una elevada suma que está dispuesto a entregar a la Iglesia para ser designado en este cargo.

Ello nos dice a lo menos dos cosas; que ya en esa época tan temprana entrar al servicio religioso no era cuestión de vocación sino de poseer la riqueza para comprar el cargo, sin importar que cómo en este caso, el peticionario estaba además excomulgado. Y segundo, que tales representaciones eclesiásticas ya eran muy apetecidas y rentables; tanto, que un mercader exitoso como Marción, astuto y despiadado en los negocios, avizoraba que como jerarca de la Iglesia obtendría más ganancias que como armador de barcos.

Sin embargo, no obstante que la Iglesia recogió “el aporte” ofrecido y lo readmitió entre sus filas, Marción no logró pasar el período de prueba a que se le sometió como certeza de su competencia, pues sus examinadores se mostraron insatisfechos con los criterios con que este enfocaba la doctrina y las enseñanzas de la tradición cristiana, siéndole finalmente rechazada su petición, separándole además del ejercicio clerical que le habían previamente otorgado, declarado hereje y vuelto a ser excomulgado y expulsado de Roma en el 144, constituyendo su partida un duro golpe para las arcas del cristianismo romano.

Marción, indignado contra la Iglesia de Roma, se abocó a constituir su propia Iglesia, con una jerarquía similar de obispos, presbíteros y diáconos siendo sus liturgias muy semejantes a las de la Iglesia romana. Merced a ello, a su dinero y a las poderosas innovaciones del nuevo credo, logró más seguidores que las demás sectas gnósticas existentes en ese tiempo, compitiendo con el propio cristianismo. Diez años después de su excomunión, el historiador Justino refiere que tal Iglesia se había extendido "por toda la humanidad”.

Efectivamente esta Iglesia fundada en el 144, llegó a ser tan poderosa e influyente que continuó en Occidente 300 años más, pero en Oriente aún perduró por varios otros siglos, especialmente fuera del Imperio Bizantino. Ellos rechazaban los escritos del Antiguo Testamento y enseñaban que Jesucristo no era el hijo del Dios de los judíos, sino el hijo del Dios Bueno, que era diferente del Dios de la Antigua Alianza. Habiendo tenido la misma infancia del cristianismo y una firme organización eclesiástica paralela a la de la Iglesia Católica, fueron quizás el enemigo más poderoso que el cristianismo haya conocido jamás.

¿De dónde viene el mal? se preguntaba Marción. En el Antiguo Testamento el creador aseguraba “Yo soy el que crea los males”,( Is.45,7) suponiéndose entonces que Él era el autor del mal. Otro párrafo bíblico hacía referencia al “Mal árbol que crea malos frutos”; por lo tanto coligió que había entonces otro Dios aparte de Yavéh que está en la parte del árbol bueno que da buenos frutos.
Así, este mundo creado por el Dios judío es un fruto deficiente de un mal árbol y por ende, este mal fruto que es el mundo, no podía ser obra del Dios Supremo.

"Necesariamente lo hecho se asemeja al Hacedor". La obra se asemeja a su autor. Esta creación tan imperfecta refleja un Creador también imperfecto. Este Creador, el Dios de este mundo, no es otro que el revelado por las Escrituras de los judíos.
En su razonamiento Marción se burlaba de las criaturas más pequeñas, insignificantes y sobre todo molestas. "¿Por qué, si Dios hizo todo por causa del hombre, se encuentran también muchas cosas contrarias, enemigas y venenosas para nosotros?... Pues, ¿qué utilidad puedes encontrar en las ratas, las cucarachas y en las serpientes, que son molestas y perniciosas para el hombre?"
El razonamiento acusaba al creador del Testamento Antiguo que: “Él erró en muchas de sus obras y no creó como debía crear. Pues, ¿qué utilidad prestan a los hombres las serpientes, escorpiones, cocodrilos, pulgas, chinches y mosquitos?" El pecado del hombre revela la imperfección de su Autor.
"Si Dios es bueno, conocedor del futuro y capaz de evitar el mal; ¿por qué ha soportado que el hombre, siendo en efecto su imagen y semejanza, e incluso su substancia (ciertamente por el origen del alma), cayera de la observancia de la ley a la muerte engañado por el diablo? En efecto, si es bueno el que no debía querer que aquello sucediese, y providente el que no ignoraba lo que sucedería, y poderoso el que era capaz de evitarlo; de ningún modo hubiera sucedido aquello que no podía suceder de acuerdo a estas tres condiciones de la divina majestad. Si esto efectivamente sucedió, es necesario, por el contrario, que ni se deba creer que Dios es bueno, ni providente ni poderoso"."

Ni el mundo ni el hombre pertenecen al Dios de Marción. El verdadero Dios es ajeno a este mundo y este mundo es ajeno a Él. Congruentemente, los marcionitas afirman que su Dios no se ha revelado por la creación ni por el hombre, sino por sí mismo.
El Dios Optimo de Marción no tiene nada que ver con la creación y por lo tanto, las realidades creadas son incapaces de revelar a este Dios Supremo. Ellas, más bien, son reflejo del dios imperfecto revelado en la ley de Moisés y adorado por los judíos. Los marcionitas dicen: "Nuestro Dios no se ha revelado desde el inicio ni por medio de la creación, sino por sí mismo en Cristo Jesús".". La advertencia de nuestro Dios, proveniente del cielo, ordenó escuchar no a Moisés ni a los profetas, sino a Cristo". Cuando el Padre dice "este es mi Hijo, escúchenlo", Marción subentiende: y no escuchen ni a Moisés ni a los profetas.

El carácter extranjero de Dios respecto del mundo y del hombre está al centro del Evangelio de Marción. Por lo tanto, la creación no posee en absoluto la capacidad de revelarlo. En su crítica al Evangelio de Lucas, Marción omitió aquellos textos que relacionaban el Dios de Cristo con la realidad creada. Ninguna realidad creada puede hacer de puente entre Dios y los hombres. En el sistema de Marción, el Dios Supremo no acepta ninguna mediación. O mejor, todas las mediaciones creadas revelan a su autor, es decir, al Demiurgo, creador de este mundo.

Esta idea de un Demiurgo, es muy repetitiva en las doctrinas gnósticas, donde algunas características son que: la salvación está en el mismo hombre y no viene de Dios; que el hombre está capacitado para entender toda la realidad; y, que no existe ningún misterio acerca de Dios ni el hombre. Sus preguntas fundamentales son: ¿cómo se encuentra el verdadero conocimiento, que esclarezca el enigma del mundo, y del mal en el mundo, así como el enigma de la existencia humana?

En la filosofía gnóstica, el Demiurgo es la entidad que sin ser necesariamente creadora es impulsora del universo. También es considerado un Dios creador del Mundo y autor del universo en la filosofía idealista de Platón y en la mística de los neoplatónicos.
En la cima de los seres existe un Dios, un ser perfecto e inmanente cuya propia perfección hace que no tenga relación alguna con el resto de seres imperfectos. Es inmutable e inaccesible. Descendiendo en una escala de seres emanados de aquél llegamos al Demiurgo, antítesis de la degeneración progresiva de los seres espirituales y origen del mal. En su maldad, el Demiurgo crea el mundo, la materia, encadenando la esencia espiritual de los hombres a la prisión de la carne. En este escenario se libra una batalla entre los principios del bien y el mal, la materia (apariencia) y el espíritu (sustancia).

Se trata de una doctrina según la cual los iniciados no se salvan por la fe en el perdón gracias al sacrificio de Cristo sino que se salvan mediante la gnosis o conocimiento introspectivo de lo divino, que es un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastan para salvarse. El ser humano es autónomo para salvarse a sí mismo. El gnosticismo es una mística secreta de la salvación. Es una creencia dualista: el bien frente al mal, el espíritu frente a la materia, el ser supremo frente al demiurgo, el alma frente al cuerpo.

Según el marcionismo, Cristo no es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento; no nació de la Virgen María, por la sencilla razón de que ni nació ni creció. Ni siquiera en apariencia. En el año decimoquinto del reinado de Tiberio se manifestó de repente en la sinagoga de Cafarnaúm. A partir de este momento tuvo una apariencia humana, que conservó hasta su muerte en la cruz. Derramando su sangre, redimió a todas las almas del poder del Demiurgo, cuyo reino destruyó con su predicación y con sus milagros. Aparece aquí otra idea gnóstica. Según Marción, en efecto, la redención afecta sólo al alma. El cuerpo, por lo tanto, sigue sujeto al poder del demiurgo y está destinado a la destrucción.
Así, el concepto de tradición queda trastornado hasta sus raíces: los discípulos no fueron capaces de comprender la novedad del Evangelio y siguieron apegados al judaísmo y, consecuentemente, deformaron su predicación. Por ello mismo la doctrina de las comunidades apostólicas debe ser considerada corrupta. El "otro Evangelio" predicado por los falsos hermanos, adversarios de Pablo (Gal 1, 7; 2,4), sería el de los católicos judaizantes, representados por Pedro.

La Iglesia tampoco cumple el papel de garantizar la transmisión fiel de la revelación. Por el contrario, el carácter apostólico de una doctrina se vuelve garantía de su falsedad: la tradición está corrompida desde el principio.
Ante este fracaso de la revelación evangélica, Cristo se revela directamente a Pablo, que sí comprendió el mensaje, por ello fue capaz de enrostrar su error a Pedro. Desgraciadamente, los escritos de Pablo fueron también interpolados. Finalmente, ha sido Marción el que ha sabido restaurar la integridad del Evangelio. Por ello, Marción, no se considera a sí mismo un innovador sino un restaurador del Evangelio auténtico.

Hay que rescatar de la doctrina marcionista, que su líder recogió e hizo un verdadero Manual, una unidad de estudio, extractado de diferentes Evangelios de los muchos que se encontraban en circulación, la mayoría de los cuales eran considerados sagrados. Estos Evangelios, documentos dispersos y muy escasos que eran atesorados por los cristianos, originaron diversas corrientes de pensamiento, según la credibilidad que estos grupos les prestaron. De allí, luego el cristianismo ortodoxo y el católico tomaron la idea de confeccionar lo que hoy se conoce como Nuevo Testamento, una recopilación de Evangelios considerados inspirados por Dios, los cuales, fueron realmente planificados y “acomodados” en el Concilio de Nicea, donde la facción que hoy es conocida como Católica los pulió en varias otras sesiones derivadas de este y los siguientes Concilios, hasta su publicación definitiva, de acuerdo a un plan ideado por Constantino que pasó a llamarse con el tiempo el Documento Q.

Nos extenderemos sobre este misterioso folio, porque circulan sobre su existencia variadas opiniones, muchas de las cuales, posiblemente las más extendidas, procuran ligarlo con los Evangelios del Nuevo Testamento, con la clara intencionalidad de utilizarlo como un recurso probatorio de que estos Evangelios son legítimos, que fueron realmente escritos por los evangelistas cuyo nombre toman y que su data corresponde al tiempo en que estos vivían, situaciones todas, que independientemente han sido probadamente rechazadas por diversos expertos que han datado para los Evangelios en comento, varios siglos después de la muerte de Cristo;
que detectan que han sido escritos por distintas personas y que mencionan hechos muy posteriores a los tres primeros siglos, lo que significa que, o fueron interpolados, es decir, le hicieron correcciones al original, o bien, fueron escritos totalmente siglos después.

Comparaciones realizadas por diversos eruditos de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, mostraron asombrosas similitudes entre sus escritos e incluso en una gran mayoría la misma redacción o similares palabras. Por ejemplo los tres coinciden en unos 330 versículos. Además Mateo y Marcos tienen otros 180 en común. Entre Lucas y Marcos alrededor de 100 y entre Mateo y Lucas 230, sin contar que cada uno de estos Evangelios contiene otro tipo de escritos que no están presentes en los otros dos, referidos casi todos a dichos, anécdotas o sermones de Jesús.

A raíz de estos estudios, surgió la “teoría de las dos fuentes”, postulada por Christian Hermann Weisse 1801-1866, teólogo protestante alemán. Antes de tal teoría, la tradición cristiana había establecido que el Evangelio más antiguo era el de Mateo y los teólogos católicos afirmaban que el Evangelio de Marcos era un resumen de los Evangelios de Mateo y Lucas.

Weisse concluye en 1838 que esto no es tal, sino que Marcos es anterior a ellos y les sirve de fuente. Sostiene que los versículos comunes a los tres Evangelios que él denomina “material de triple tradición”, arrojan que Mateo y Lucas utilizaron a Marcos como fuente, lo que explica las similitudes por separado entre Mateo y Marcos y entre Lucas y Marcos.
Agrega que para explicar las semejanzas entre Mateo y Lucas ajenas a Marcos, se postuló la existencia de una segunda fuente llamada Logienquelle, Redenquelle, pero por convenir una palabra breve se denominó Q (del alemán Quelle, "fuente"), que contiene casi exclusivamente palabras de Jesús.

Debe destacarse que si bien es cierto la fuente Q con frases de Jesús es hipotética y no hay noticias explícitas de que haya existido, esta puede ser reconstruida con los procedimientos de la crítica textual o ecdótica, ciencia cuyo cometido es editar textos, en base a todos los elementos existentes y relativos a la obra, de la forma mas fiel posible al original. Para ello la ecdótica se vale de otras ciencias auxiliares como codicología, la paleografía y la filología, realizándose ediciones denominadas críticas o filológicas.

La hipótesis de Q tomó fuerza gracias a dos grandes descubrimientos arqueológicos:
1) En la localidad egipcia de Oxirrinco, se dio inicio a una serie de excavaciones en 1896 y que han sido continuadas por diferentes equipos de investigadores hasta la actualidad. Entre los papiros allí encontrados está un fragmento del Evangelio de Tomás. (Como dato curioso, también se halló un fragmento del Apocalipsis, el más antiguo que se conoce, donde el número de la bestia es 616, y no el mítico 666).
2) En el pueblo de Nag Hammadi, también en Egipto, en 1945 se descubrió una colección de textos gnósticos, entre ellos la única copia completa conocida del Evangelio de Tomás, así como el Evangelio de Felipe.

Los evangelios de Tomás y de Felipe corroboran algo que ya se sabía por escritos de otros autores de la antigüedad: Que entre las primeras comunidades de cristianos era común encontrar colecciones de los dichos del Maestro. Estos son evangelios coloquiales, que no hablan de la crucifixión ni de la resurrección, sino que buscan transmitir las enseñanzas que indicaban a sus seguidores la forma de vida que debían llevar.
Los textos que tenemos de estos Evangelios son del siglo III, y al igual que en el caso de los Evangelios Canónicos no disponemos de ningún original, sino de estas que son traducciones del griego al copto, y además, copias de copias. Sin embargo, el Evangelio de Tomás es de especial interés, pues los fragmentos de él encontrados en Oxirrinco han sido datados en el año 200, y en el libro Remedios de Clemente de Alejandría, datado en el año 190, aparece una cita tomada de este Evangelio.
Lo más importante del evangelio de Tomás es que se han identificado 37 de sus dichos como coincidentes con Q, es decir, coincidentes con los versículos de Mateo y Lucas que no están en Marcos.
Esto ha reforzado la hipótesis de Q y es una de las razones de que tenga cada vez más acogida; los eruditos están de acuerdo en que Q es una fuente documental común a Mateo, Lucas y Tomás, siendo Q un Evangelio coloquial del mismo tipo que Tomás y Felipe, pero anterior a todo Evangelio de que se tenga noticia.

También hay otros estudiosos bíblicos, que entregan del llamado documento Q, la versión que en verdad este corresponde a una plantilla que fue confeccionada en el siglo IV por el Emperador Constantino y sus asesores eclesiásticos, donde en base a los distintos libros y Evangelios que circulaban se colectaron los dichos de Jesús y de otros Mesías anteriores y se implementaron en los cuatro Evangelios que serían usados oficialmente por la religión católica universal naciente.

Este documento, surge como conclusión lógica entre los entendidos, que al analizar concienzudamente los Evangelios del Nuevo Testamento, encontraron que existe entre ellos no solamente un trasvasije de frases idénticas, sino una hilación, un relato que surge allí donde otro ha sido interrumpido.
Todo ello, sumado a que todas las investigaciones realizadas durante siglos arrojan que tales evangelistas no fueron realmente sus autores sino que fueron escritos siglos después, incluso en griego, idioma que se consideraba pagano, hace pensar que tales escritos obedecen a un texto madre donde se interpolaron frases, historias y pensamientos extractadas de antiguas leyendas y otras religiones con el fin de hacer comprensible el mensaje que se deseaba entregar. Y sobre todo, corregir aquellas falencias o lagunas de aquellos Evangelios que aparecieron antes.

Llama también la atención, que ninguno de estos cuatro evangelistas exalta la intensa vida y participación de las mujeres que acompañaron al Cristo histórico, que fueron fundamentales en su desenvolvimiento como Mesías. Ellas lo aceptaban en sus casas, organizaban las reuniones con sus discípulos, preparaban alimentos, consolaban y curaban los enfermos y predicaban tanto o más que los hombres.

Curiosamente, lo que mayormente se recoge de estos Evangelios, son las frases y enseñanzas de Pablo, que son las que entregan el fundamento ideológico para considerar a Jesucristo una divinidad. Ello se compadece con la intención del poderoso Constantino que fue quien aprobó o desechó personalmente tales evangelios, asegurándose que proyectaran la vida de un Dios, en este caso del hijo de Dios.
Ninguno de los otros Evangelios llamados hoy apócrifos completa esa figura divina, y si lo hacen, la achacan a diversas causales que desvirtúan que Jesús tenga la altura del Dios que Constantino necesitaba, para aceptar incluirse el mismo como Emperador de origen divino y aceptar ser su Pontifex Maximus. Tampoco existe certeza que todos estos escritos, -sean los llamados Evangelios oficiales o aquellos apócrifos- hayan sido redactados en esa época y menos escritos por los Apóstoles, ya que no todos sabían leer o tenían algún grado de instrucción.

Personalmente me adscribo a esta hipótesis, porque la estructura del catolicismo no existía. Solo estaban los datos escritos por Pablo y a esa historia es a la que se le han ido agregando antecedentes que fueron surgiendo con el tiempo, a través de sesudos acuerdos conciliares, donde se fueron fijando las políticas, la filosofía y la doctrina católica. Pero todo fue a partir del Concilio de Nicea, donde se urdió la trama y se fijaron los objetivos.

Nótese además algo muy curioso, que pasaría desapercibido si uno no tiene claridad que el Nuevo Testamento funciona como un puzzle, donde cada frase debe encajar en el lugar exacto, sino el juego no funciona. Cuando se habla, sea para defender o disentir del Nuevo Testamento, encontramos que allí están los Evangelios de Mateo, Lucas, Marcos y Tomás. Pero luego nos damos cuenta que las tres cuartas partes de lo que allí se expresa gira en torno a lo dichos de Pablo. El otro cuarto sobrante, se refiere a otros temas. Es decir, estos cuatro Evangelios están para servir de colchón al Evangelio de Pablo, para enunciar, corroborar y afianzar su doctrina desde cuatro distintos puntos de vista.

Es legítimo entonces preguntarse y bueno, si la doctrina fundamental del catolicismo ha sido expresada por Pablo; si la divinidad de Cristo ha podido defenderse en base a sus dichos, ¿por qué la Iglesia no incorporó derechamente el Evangelio de Pablo en el Nuevo Testamento? ¿A que poner los Escritos del resto de estos evangelistas si entre todos solo nos dicen una cuarta parte del todo.

La respuesta es clara, esta era la fórmula del Plan Q, si es que este existe. Si no, da lo mismo. Este era el Plan de Constantino. Había que tener una cancha de aterrizaje, un lugar de acopio donde insertar las respuestas a los desafíos y falencias que la curiosidad de la gente iría planteando. Un texto creíble al que echar mano para agregar, quitar o modificar una frase. Estas incorporaciones fueron tantas, que los dichos de Pablo fueron creciendo. Cada Concilio, cada Papa advertía que faltaba algo, una mención, un dicho de algún Santo fallecido hace mucho, una aseveración de algún patriarca que demostrase que la Iglesia había previsto el hecho cuestionado siglos antes. Algo que agregarle a Mateo, Lucas, Marcos o Tomás, que completara y ratificase una frase antes dicha por Pablo.

Tal cual la Iglesia falsificó el testamento de Constantino que les permitió anexarse todo lo que pudieron saquear en todo el territorio del Imperio Romano que era todo el mundo conocido, y crear sus Estados Pontificios que luego de descubrirse el ilícito papal tuvieron que devolver, sus expertos falsificadores no han cesado de tener part time bien remunerado enmendando los textos sagrados.

El Arrianismo fue otra de las llamadas herejías, quizás la más temible, pues era una corriente mayoritaria que se decía fiel al pensamiento de los cristianos primitivos que consideraban a Jesucristo el hijo Unigénito del dios Padre, pero no un Dios el mismo ni parte de la Trinidad.
Tuvo un gran auge en los primeros siglos y fue muy influyente durante el reinado del Emperador Constantino el Grande. Incluso el propio Constantino fue bautizado en su lecho de muerte por el Obispo arriano Eusebio de Nicomedia y no como falsamente se arrogan algunas publicaciones católicas por el “Papa Silvestre”, quien tampoco, a porfía de lo que dice la iglesia tenía tal cargo sino solo el de Obispo de Roma. (recordemos que la nomenclatura de Papas a esa fecha no existía formalmente y que el Papa u Obispo de Obispos , Vicario de Cristo o Pontifex Maximus, como le gustaba llamarse, contemporáneo de Silvestre fue solo Constantino hasta su muerte.)
"Constantino I fue uno de los más enérgicos papas de la alta edad media. Trató de imponer la supremacía del Papado sobre los cada vez más independientes obispos bizantinos. ("Microsoft ® Encarta ® 2007. © 1993-2006 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos, “Constantino I”)

La palabra “Papa” no fue sino hasta el siglo 18 que se empezó a utilizar en relación al Obispo únicamente de Roma; los demás obispos eran ignorados. Solamente los papas romanos son incluidos en dicha lista, y todos sabemos que Pedro no era romano. En otras palabras, más de 1700 años después de Pedro fue cuando se le dio el título de “Papa” al obispo de Roma, por la jerarquía eclesiástica católica.

"Papa en latín, papá, del griego pappas, que significa padre, título eclesiástico cristiano que expresa afecto y respeto y, desde el siglo XVIII, reconocido en Occidente, como de uso exclusivo del obispo de Roma, cabeza de la Iglesia católica y poseedor de los derechos del papado. En ocasiones, durante los siglos IV y V, los obispos eran llamados papas." (Microsoft ® Encarta ® 2007© 1993-2006 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos, “Papa”).

Tal doctrina tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después Obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios sino una sola persona, el Padre.

En la Iglesia cristiana primitiva se creía que Cristo había preexistido como Hijo de Dios antes de su encarnación en Jesús de Nazaret, y que había descendido a la Tierra para redimir a los seres humanos. Esta concepción de la naturaleza de Cristo trajo aparejados varios debates teológicos, ya que se discutió si en Cristo existía una naturaleza divina o una humana, o bien ambas, y si esto era así, se debatió la relación entre ambas, si fundidas en una sola naturaleza, o completamente separadas.

Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios de la nada como punto de apoyo para su Plan. El encarnacionismo había prendido fuertemente en el mundo gentil del Imperio romano y también en los cristianos. Arrio creía que Cristo era una criatura, la primera que había sido formada por el Creador antes del inicio de los tiempos. Arrio no solamente desconocía a Jesús su calidad de Dios sino que tampoco creía que tal calidad moraba en el Espíritu Santo, a quien percibía como creatura inferior incluso al Verbo. Admitía la existencia del Dios único, eterno e incomunicable; el Verbo; y Cristo no divino, sino pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras y escogido como intermediario en la creación y la redención del mundo.

La cristología de los Testigos de Jehová actuales, guarda algunas similitudes con el arrianismo, en el sentido que ambos credos consideran a Jesús como el Hijo Unigénito del Dios Padre y no como Dios mismo y parte de la Trinidad. También los Socinianos, una denominación nacida luego de la Reforma Protestante en Polonia, y los Unitarios, que se desarrollaron en Transilvania y Hungría y posteriormente en el reino Unido, América del Norte y otras regiones. Ninguna cree en el aspecto divino de Jesús, por lo que en alguna medida pueden ser consideradas herederas del arrianismo.

Arrio, tras formarse en Antioquía, difunde sus ideas en Alejandría, dónde en el 320 Alejandro, Obispo del lugar, convoca un Sínodo que reúne más de cien obispos de Egipto y Libia y en el se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. No obstante, el cristianismo arriano continuó expandiéndose y creciendo, llegando a desarrollarse una crisis de tan grandes proporciones, que el Emperador Constantino el Grande, al establecer que una de las religiones mas importantes de Roma se estaba desestabilizando, lo que le traía muchos problemas políticos, se vio forzado a intervenir para encontrar una solución definitiva.

Esta fue convocar a una Junta de Líderes de todos los grupos cristianos, una reunión cumbre presidida por él, donde decidió constituirse en mediador, evento que se conoce como el Concilio de Nicea efectuado el 20 de mayo del 325 d. de C., donde la oposición anti-arriana al interior del Sínodo, bajo la guía de Atanasio, Diácono de Alejandría, logra una gran victoria, al apoyar una definición ortodoxa de la fe y el uso del término consustancial, (de la misma naturaleza) para describir la naturaleza de Cristo, proposición sostenida por el propio Constantino, que estaba dispuesto a conceder al cristianismo la posición de credo Oficial de Roma, si estos lograban una unidad religiosa monolítica, a la que él estaba dispuesto a sumarse. A este Concilio citado por el Emperador Constantino no acudió el Obispo de Roma Silvestre, desconociéndose si era por la antipatía que el Emperador le demostraba o porque se sintió pasado a llevar al no estimarse que él debía presidir tan magno acto de los cristianos.

Más, siendo Constantino un Emperador como todos sus antecesores de origen divino, es decir además de Emperador del mundo conocido, una divinidad él mismo, necesitaba que Jesús fuese elevado a tal categoría para poder entonces oficiar de Gran Sumo Sacerdote del credo cristiano, tal cual hacía en la otra religión mayoritaria del Imperio del Sol Invictus, donde también era por derecho propio el Pontifex Maximus.

Por tanto, puso como condición que solo aceptaría conducir una religión unida en torno a una sola doctrina si ésta tomaba su nombre de un Dios y se comprometió a que quienes resultaran disidentes de lo que allí se acordara, serían perseguidos y desterrados. De este Concilio sale el Credo Niceno, que es el Padrenuestro que se reza en el catolicismo; el Jesús de naturaleza ambivalente humano y divino; y su madre María, esa mujer de pueblo que solo es nombrada dos veces en los Evangelios y que nunca fue considerada especial, ahora pasa a convertirse en la madre de un Dios, divina ella misma y esposa del Gran Hacedor del Universo. Luego se la dotaría de más virtudes, ascendería como Cristo a los cielos, sería desde la eternidad virgen inmaculada, nunca tocada por un hombre, para terminar como reina de los cielos, a la vera del gran Dios.

Las publicaciones católicas que se encuentran en Internet minimizan la participación de Constantino, quizás temerosas que la gente aprecie que un pagano no bautizado haya sido el creador del catolicismo formal y su real Primer Papa y luego declarado Santo, al igual que su padre, tan pagano como él, también Emperador y su madre Helena, primera concubina de Constantino, todo ello en el afán de adularle y ganarse su confianza.

¿Qué papel desempeñó en el Concilio de Nicea aquel emperador no bautizado?
La Encyclopedia Britannica relata: “Constantino mismo presidió y dirigió activamente las discusiones y personalmente propuso la fórmula decisiva que expresaba la relación de Cristo con Dios en el credo que el concilio emitió, que es ‘consustancial con el Padre’ [...] Impresionados por el el Emperador, los obispos —con solo dos excepciones— firmaron el credo, aunque muchos de ellos no estaban muy inclinados a hacerlo. Por lo tanto, el papel de Constantino fue crítico. Después de dos meses de enconado debate religioso, Constantino inclinó finalmente la balanza a favor de los que decían que Jesús era Dios".

Básicamente, Constantino no entendía nada de las preguntas que se hacían en teología griega, dice "A Short History of Christian Doctrine" (Breve historia de la doctrina cristiana). Lo que sí entendía era que aquella división religiosa era una amenaza para su imperio, y él quería fortalecer su dominio".
Esta es la visión que presenta también Eusebio de Cesárea en su obra "Vida de Constantino": el Emperador participando e influyendo activamente en el desarrollo del Concilio.

Este Concilio de Nicea y los otros siete que le sucedieron, vale decir los Concilios Ecuménicos de Constantinopla I; de Efeso. De Calcedonia. El de Constantinopla II, el de Constantinopla III; el de Nicea II y el de Constantinopla IV, fueron convocados por la autoridad de los Emperadores Romanos y con la aplastante asistencia de Obispos cristianos ortodoxos griegos y en ocasiones, contándose con la asistencia de Delegados de la Iglesia de Roma.

Hacemos la aclaración, porque es usual que en las tendenciosas e invasivas publicaciones católicas se exprese que ellos fueron citados por la Iglesia Católica y bajo la autorización del Papa de Roma y además se señala falsamente, que tales Concilios fueron o convocados por los papas de esos tiempos o presididos por ellos.

Nada más lejos de la verdad y tanto es así, que a pesar que estos Concilios, al igual que el resto que han existido hasta el momento, hasta alcanzar el número XXI se conocen como Ecuménicos, es decir “Concilios de la Iglesia Católica Romana, convocados por el Papa y presididos por él o por un delegado suyo, donde habrán de estar representados la mayoría de los obispos de las provincias eclesiásticas, siendo condición “sine qua non” para la validez de los acuerdos la sanción del Sumo Pontífice Romano”, esta no es sino una fórmula creada varios siglos después y que constituye la forma engañosa en que el catolicismo aprovecha de “colgarse” de estos primeros eventos y no solo eso, sino de hacerlos suyos para no perder protagonismo ante sus fieles y que no quede en evidencia que el catolicismo fue creado e inventado por elementos ajenos a la religión cristiana, asesores políticos y estudiosos a las órdenes del Emperador Constantino y emperadores romanos siguientes. Por esa razón y para confundir a la gente, hizo suyos a los Santos de la Iglesia cristiana ortodoxa griega, protagonista en todos estos sucesos, ya que todos los principales personajes religiosos de casi todo este siglo, pertenecen a esta Iglesia y no a la Iglesia Católica Occidental.
Por tal razón, estos primeros ocho Concilios Ecuménicos son llamados Griegos y los restantes, que sí fueron convocados por la autoridad Papal, se conocen como Latinos.

Conforme a su promesa, terminado el evento y a pesar de las simpatías que tenía Constantino y su familia por el arrianismo, se vio obligado a declarar la doctrina Arrianista herética y a desterrar a Arrio y a quienes le apoyaron en el Concilio, como el caso de Eusebio de Nicomedia, otro de sus amigos favoritos, pero poco tiempo después, y por presión de su hermana adepta también de Arrio, accedió a relajar su postura permitiendo su regreso. El afán de Constantino era rehabilitar a su antiguo maestro Arrio e incorporarlo al seno del cristianismo, tal cual había ocurrido con Eusebio de Nicomedia y por ello lo mando a buscar, pero éste en su viaje de retorno repentinamente murió de una extraña y sospechosa enfermedad, posiblemente envenenado por quienes no querían su regreso.

Esta circunstancia, que conmocionó a todos sus numerosos conocidos, sumada a la notoriedad alcanzada por Eusebio de Nicomedia en el mundo cristiano, quien trabajó arduamente para destruir lo ocurrido en el Concilio de Nicea, hizo que el arrianismo repuntara en su popularidad, consiguiendo que sus principales detractores y vencedores en tal concilio como Atanasio, quien ya era Obipo de Alejandría y Eustaquio de Antioquía, líderes de la facción vencedora en Nicea, fueran a su vez desterrados y quedaran sin protagonismo.
Muerto ya Constantino, se celebró en el año 341 un Concilio cristiano en Antioquía, encabezado por Eusebio de Nicomedia, en el que se aprobaron varias afirmaciones de corte arrianista sobre la naturaleza de Cristo, pero la oposición fue tal entre los cristianos de Occidente, que Constancio II, emperador de Oriente, y su hermano Constante, Emperador de Occidente, que compartían el mando del Imperio, al ver como el cristianismo estaba otra vez dividido como en los tiempos de su padre, convinieron en convocar un Concilio de Unidad en Sárdica en el 343, donde se desconoció el carácter ecuménico del anterior Concilio de Antioquía y se determinó el regreso del desterrado Atanasio y su restauración como obispo de Alejandría, así como la deposición de sus sedes de varios obispos arrianos, movimiento que volvió a quedar en franca minoría.

Tras la muerte de Constante y el advenimiento de Constancio como único Emperador en el año 350, que simpatizaba con los arrianos, éstos recuperaron mucho de su poder, generándose persecuciones anticatólicas en el Imperio. Durante este período se dio el momento de mayor esplendor y expansión del arrianismo con la unificación de los diversos partidos que actuaban a su interior, refrendados con grandes triunfos doctrinales en los Concilios de Seleucia y Arimino, en el año 359.

Todo indicaba, que lo que ya era decididamente la facción minoritaria católica, el grupo más conservador y fundamentalista de todos los existentes, estaba destinado a desaparecer. Y que el arrianismo sería la única religión cristiana oficial; pero las cosas cambiaron drásticamente con la muerte del Emperador Constancio en el 361.
Accede al poder el Emperador Valentiniano (364-375) quien desde el principio de su mandato mostró un claro apoyo al cristianismo ortodoxo, que rápidamente repuntó tanto en Oriente como Occidente, particularmente bajo el liderazgo y la acción ejemplarizadora de dos de los llamados Padres Capadocios, San Basilio y San Gregorio Nacianceno , quienes por su gran preparación en la temática filosófica y teológica, condujeron a la derrota final al arrianismo en el Concilio de Constantinopla en el año 381, cuyos últimos estertores no obstante, sitúan su desaparición definitiva solo en el siglo VI.

Esto de Padres Capadocios, es una más de las historias de algunas familias que hicieron de la fe y la santidad un modo de vida y una actividad muy rentable que daba poder y fama, constituyéndose en verdaderas dinastías de hombres y de mujeres de iglesia, todos con el imperativo de convertirse en Santos merced a la enorme influencia de sus parientes, enquistados en posiciones de poder político, eclesiástico y económico que utilizaban para allanar la “carrera” de sus hermanos menores, primos y parientes.

En este caso de los Padres Capodocios encontramos a la más antigua de esta dinastía Santa Macrina la Mayor o Santa Macrina la Anciana, considerada como santa en el siglo IV en la Iglesia Católica Romana como en la Iglesia Ortodoxa. Ella es la madre de San Basilio el Anciano y abuela de San Basilio el Grande, segundo de los hermanos de Macrina, (el primero fue el jurista cristiano Naucracio que fracasó en el intento de ser Santo y solo llegó a ser Obispo de Cesárea. Otro de sus nietos fue San Gregorio de Nisa, otra Santa Macrina la Joven (su nieta) y familiar de San Pedro de Cesárea, todos doctores o Padres de la Iglesia, que vienen a ser la créme de la créme de la Iglesia Católica de ese tiempo.

Esto no es nuevo en el catolicismo y hay muchísimos casos, quizás demasiados, que a pesar de ser conocidos, que produjeron escándalo en la sociedad y muchas veces guerras fraticidas entre clanes, nunca han avergonzado a la autoridad vaticana, cuya cara dura permanece impasible a través de los años y hasta nuestros días, evadiendo su responsabilidad, reescribiendo estos luctuosos sucesos para así tergiversar la historia, falsificando con sus expertos escribas textos antiguos, incluidos los Evangelios, donde inserta datos que luego usa para aseverar que las cosas ocurrieron como ellos cuentan.

La historia guarda el registro de Los Alberics de Tusculo, una poderosa familia de jefes Militares de las colinas albanas, que utilizando su riqueza y su poder militar se tomaron el papado, consiguiendo el líder del clan Gregorio de Tusculo, colocar a dos de sus tres hijos y un nieto (uno sucediendo al otro) en el mal llamado Trono de Pedro que nunca este realmente ocupó. La familia Alberics de Tusculo llegó a conseguir 40 cardenales, 3 antipapas y 13 papas, lo que desde luego no puede achacarse a un milagro del espíritu santo, sino solo a la corrupción sin límites de las castas sacerdotales de este Credo.

Y no es menor lo que nos transmite el historiador eclesiástico católico Von Dollinguer, quien de ese período escribe:
“La iglesia romana fue esclavizada y degradada, mientras la Sede Apostólica se volvió la presa y el juguete de facciones rivales de nobles, y durante largo tiempo de mujeres ambiciosas y libertinas. Solo se vio renovada durante un breve intervalo (997 - 1003) en las personas de Gregorio V y Silvestre II, por la influencia del emperador sajón. Luego el papado se hundió de nuevo en una confusión total e impotencia moral; los condes toscanos lo hicieron hereditario en su familia; una y otra vez muchachos disolutos, como Juan XII (de 16 años) cuando se hizo papal y Benedicto IX (a los 11 años), ocuparon y deshonraron
el trono apostólico, que ahora era comprado y vendido como pieza de mercadería, y por fin tres papas pelearon por la tiara (papal), hasta que el emperador Enrique III puso fin al escándalo al promover a un obispo alemán a la Sede de Roma”.
(J.H.Ignaz von Dollinger, The Pope and the Council (Londres 1869), p.81).

Pero no terminan aquí tal tipo de truculencias y antecedentes que los escritores católicos modernos se guardan muy bien de soslayar cuando mencionan el pasado de la Iglesia. Así por ejemplo, encontramos un razonamiento espurio en lo que el catolicismo llama graciosamente La Sucesión Apostólica, esa farsa de dar continuidad al papado pese a los delincuentes que han ocupado el trono de Pedro, obtenido durante siglos mediante simonía, estafas, falsificaciones, conspiraciones y asesinatos de aquellos a los que se pretendía suceder. Sucesión Apostólica ininterrumpida según la doctrina Católica, que nunca ha sido cierta, pues han existidos períodos larguísimos en que no hay claramente un Vicario de Cristo a la cabeza de la Iglesia, sino a veces dos y hasta tres Papas al mismo tiempo, disputándose el botín del cetro papal, tal cual hacen los perros con un hueso, a dentelladas hasta acabar con el contrario.

Sucesión Apostólica que mañosamente la Iglesia sostiene que viene del mismo Apóstol Pedro, a quien arbitrariamente coloca en el primer lugar de esta lista, cuando no existe registro alguno, ni antecedente serio o documentado, que el anciano Pedro, de tan deslucido rol en su apostolado, donde fue regañado por Pablo por hacer mal las cosas, enviado a predicar a lugares lejanos y de quien no se conoce que haya tenido realmente el respeto ni la conducción del resto de sus iguales, haya sido alguna vez Obispo de Roma y haya tenido a su vez por lo mismo algún sucesor.
Irineo, Obispo de Lyons (178-200), es el primero que ha escrito respecto a los primeros Obispos de Roma, ya que en esos tiempos no existía siquiera el concepto de papado. Y en su listado donde nombra a los doce Obispos más antiguos, señala que el primer Obispo de Roma fue Lino y Pedro ni siquiera es mencionado en este recuento.
Eusebio de Cesárea, considerado el Padre de la historia de la Iglesia, nunca mencionó en sus numerosos escritos al respecto que Pedro haya sido alguna vez Obispo de Roma, solamente señala que ha tenido conocimiento que Pedro habría venido a Roma al final de sus días y que habría sido crucificado allí.

Pablo, su contemporáneo y de quien se dice que murió junto a Pedro, (otra engañifa) en su Epístola de los Romanos, saluda uno por uno a todos los cristianos y sacerdotes más importantes y prestigiados de Roma, a las autoridades eclesiásticas, pero no menciona a Pedro, resultando increíble que haya tenido tal omisión, menos tratándose de una figura de la Iglesia como fueron los apóstoles originales (Pablo no lo era), y nunca si efectivamente Pedro era el Obispo de Roma en ese momento, el primer pastor, la mayor dignidad y al primero a quien debiera haberse referido.

Si Pedro hubiera tenido realmente liderazgo entre los Apóstoles, habría sido indudablemente por derecho propio Obispo de Jerusalén; más, allí lo fue Santiago el Justo, hermano de Jesús, quien según dice el mismo Pablo, fue quien tomó el liderazgo de la Iglesia Primitiva siendo “una de las tres columnas”, quedándose en Jerusalén hasta su muerte.

Pero las modalidades del cristianismo primitivo como adelantamos, tuvieron otras vertientes además de las comentadas y fue transitado por creyentes cuyo pensamiento de Cristo difiere notablemente de la enseñanza católica actual, mostrando claramente que esta doctrina ha sido con el tiempo alterada, modificada, pulida, podada y hasta transformada en algo que no tiene símil con el pensamiento cristiano primigenio, pareciendo a veces, que estamos hablando de algo reinventado.

Así ocurre con los Ebionitas o Nazarenos – secta de judíos cristianos, a la que pertenecían la mayoría de los primeros seguidores de Jesús, que creían que Dios había dividido el imperio de las cosas entre Jesucristo y el demonio, concediéndole a éste último poder sobre el mundo; en cambio a Cristo, le correspondía el poder de la eternidad. Dada la dificultad que encontraban en conciliar el unitarismo de Dios con la divinidad de Cristo optaron por negar esta última. En consecuencia lo imaginaron como un hombre común, creado, hijo de José o de un soldado romano y de María, de quien la mayoría rechazaba su virginidad. Se guiaban por los Evangelios de Hebreos, de Pedro y el de Mateo, con excepción del versículo 1,13 que hace referencia a la Virgen. Los primeros cristianos fueron llamados justamente nazarenos antes que Pablo popularizase el término de “cristianos” para denominarse. Al rechazar las enseñanzas de San Pablo, fueron los primeros en acusarlo de apóstata y anticristo.

Existen numerosos documentos donde se vincula a Jesús como miembro de la sociedad secreta de los Nazarenos, donde también se dice habría participado tempranamente Moisés, Sansón y luego Jesús, su hermano Santiago y su primo Juan el Bautista y después Pablo. Los Nazarenos, lo Esenios y Theraputae, fueron grupos revolucionarios bajo el Imperio Romano, que buscaban la libertad de Israel y la expulsión de los extranjeros. También influyeron notablemente en la conformación del grupo cristiano, mediante análisis del Antiguo Testamento y los distintos Evangelios en boga, contemporizando sus enseñanzas y haciendo más asequible su comprensión. Este movimiento, perseguido como herejía por el catolicismo se eclipsó en el siglo IV.

El Docetismo, cristianos de origen gnóstico, que veían en Cristo sólo una apariencia, afirmando que este no había recibido de María nada corpóreo ya que el Mesías había asumido sólo lo que habría de salvar y la carne por cierto no podía ser salvada, negando la veracidad del nacimiento, pasión y muerte de Cristo, como también el valor de su acción Redentora. En síntesis rechazaban la encarnación de Dios y su sufrimiento, por entenderlo un acontecimiento indigno y escandaloso. Este movimiento desapareció en el siglo III.

Importa decir que hubo muchas tendencias de tipo gnóstico, desde luego divergentes entre sí, que acaparaban la preocupación de los primeros cristianos. Sus prosélitos o seguidores, eran clasificados en tres tipos: 1) los Ílicos o materiales, para los que no había salvación posible; 2) los Psíquicos, quienes se salvarían con la ayuda de Cristo y 3) los Gnósticos (o perfectos) quienes ya tenían la salvación asegurada. Creían que el mundo material sería definitivamente destruido cuando el Demiurgo (o Yahveh) fuera sometido por Dios, restaurándose así todas las cosas.

Así Valentín, de origen judío o egipcio, quizás el más importante representante del gnosticismo, proponía que en Cristo se encontraba absorbido el Jesús de los Evangelios y su misión redentora quedaba rebajada a la de un simple mediador más entre Dios y el Hombre. Por su parte, el hombre tenía la misión de liberarse de la materia ya que ésta tenía por fundamento un principio inferior y de naturaleza malvada. Su visión cosmológica estuvo representada por un mundo espiritual dirigido por un Dios invisible acompañado por 30 eónes superiores. En cambio el mundo material fue creado por el Demiurgo, quien a su vez creó el Hombre. Sin que aquél supiera, el Hombre había recibido un elemento pneumático que le permite, a su muerte, regresar al mundo espiritual.

Creía que el mal es una falsa dirección del bien, que surge de la oposición entre el deseo de los eónes de unirse al gran abismo (Pléroma) y la impotencia para lograrlo. Enseñaba que el orden actual de las cosas cesaría cuando se realice en la tierra la total redención. Ello provocaría el retorno de todos los seres a su condición primitiva, siendo finalmente destruida la materia y con ello, el mal.

Satornil, más conocido como Saturnino de Antioquía, vivió en tiempos del Emperador Adriano y predicó en Siria. Tuvo en sus doctrinas un fuerte sesgo ascético, al punto de rechazar el matrimonio por considerarlo un acto de naturaleza malvada. Creía que Dios había creado a los ángeles y éstos encabezados por el ángel Yavéh, crearon al mundo material y al hombre. Este, sin embargo, poseía una porción o chispa de divinidad que le permitía elevarse al mundo espiritual. Afirmaba que Cristo fue enviado por Dios para redimir al hombre del yugo de Yavéh.

Basílides, de origen egipcio, hombre, de gran capacidad literaria, compuso un comentario a los evangelios de 24 libros y difundió sus ideas principalmente en Alejandría. Representó la rama gnóstica que ensalzó el acto mismo del conocimiento gnóstico en desmedro de la moralidad de las acciones afirmando que Cristo como ser espiritual increado, no pudo sufrir la pasión, tomando su lugar Simón de Cirene.(quien según los evangelios de Marcos[1], Mateo[2]y Lucas,[3] fue la persona que ayudó a Jesús a llevar su cruz hasta el Gólgota).

De Dios pensaba que era un “Padre desconocido, Eterno y No Creado”, que dio nacimiento en primer lugar al Nous, la Mente, Esta emanó de sí misma al Logos. El Logos (el “Verbo” de Juan) emanó a su vez a las Phrónesis, las Inteligencias. De las Phronesis nació Sophia, la Sabiduría femenina y Dynamis, la fuerza. Tales fueron los atributos personificados de la misteriosa Divinidad, el quinteto gnóstico, que simboliza a las cinco sustancias espirituales, aunque inteligibles, las virtudes personales o los seres exteriores de la Divinidad desconocida.

Bardésanes, sirio, predicó sus doctrinas en Alejandría. En general, continuó el pensamiento de Valentín pero acompañó su prédica con populares himnos litúrgicos. Suponía la eternidad de los principios del bien y del mal. Afirmaba que las emanaciones espirituales del mal al enamorarse de la Luz (el bien) buscaban elevarse al Pléroma (Absoluto), el que estaba constituido por 365 inteligencias denominadas Abraxas.

Ofitas, grupo gnóstico donde la serpiente tiene una importancia muy relevante, imaginó la expulsión de Adán y Eva del Paraíso junto con la serpiente (tentadora), cuyos descendientes tenían por misión continuar tentando el género humano.

Simón, el Mago. Este singular personaje de origen judío o samaritano (citado en los Hechos a los Apóstoles 12, 9 y ss) tuvo en Meandro su principal discípulo y creía en la existencia de una primera Potencia Divina, Infinita y Principio de Todo. Ese Primer Dios, a quien denominó Simón había engendrado a Sophía y a través de ella engendró el Cosmos, el universo todo. Pero Sophía cayó en las redes de las fuerzas inferiores, o sea la materia. Simón (la Potencia divina) vino al mundo a rescatarla y a iniciar la redención universal. De allí que Simón fuera adorado por sus seguidores como Zeus y su compañera, la esclava tiria Helena, quien representaba la encarnación del primer pensamiento traído a la existencia por Dios, era adorada como Atenas.

Cerinto, afirmaba que de acuerdo a una “revelación angélica” supo que el mundo no era obra de Dios sino de un poder distinto, el Demiurgo. Enseñaba que Cristo no había nacido de la Virgen María ni padeció en la cruz, sino que este fue un hijo natural de María, en quien Cristo había morado luego del bautismo, para luego abandonarlo en las horas previas a la pasión. Su particular visión milenarista, le hizo sostener que llegaría tiempos en los que se instalaría un reino terrenal de mil años, en el que Jerusalén sería su centro, y durante el cual los hombres podrían satisfacer todos sus apetitos carnales.

En verdad, el número de sectas, movimientos y grupos gnósticos que surgieron en el llamado cristianismo primitivo fueron numerosísimos, teniendo en cuenta que adquirían notoriedad y distintas connotaciones que los hacían particulares, según los pensadores que sostenían estas doctrinas y las regiones del mundo romano donde se originaban.
El Apolinarianismo, fue enseñado por Apolinar, Obispo de Laodicea en siria alrededor del año 361. Apolinar sostenía que aunque Jesús fue un hombre, él no tuvo una mente humana sino que su mente era totalmente divina. Decía que las dos naturalezas de Cristo no podían coexistir en la misma persona. El sostenía que el Logos de Dios, el cual se convirtió en la naturaleza divina de Cristo, sucedió en el alma humana racional de Jesús y que el cuerpo de Cristo fue una forma glorificada de naturaleza humana. Fue considerada herejía por el Concilio de Nicea.

El Donatismo fue una doctrina enseñada por Donato, obispo de Casae Nigrae. Él enseñó que la efectividad de los sacramentos dependía del carácter moral del ministro que estaba impartiéndolos. En otras palabras, si un ministro que se encontraba envuelto en un pecado bautizaba a una persona, el bautismo quedaba invalidado debido al estado de impureza. Otros movimientos fueron el Pelagianismo, Nestorianismo,, Monofisismo, La Querella inoclasta, Paulicianismo, Adopcionismo, etc.

No solamente estas sectas cristianas, nacidas en su mayoría por disidencias de jerarcas católicos prosperaron en los primeros siglos. Hubo varias otras en los siglos siguientes, que fueron perseguidas encarnizadamente por el catolicismo, mediante cruzadas, ataques a sus reductos, apropiación de sus bienes, muerte de sus fieles en la horca o la hoguera y destrucción de todos sus escritos, signos y templos, para que no quedara huella de su paso por la tierra.

Los Albigenses. Esta secta surgió en la Edad Media en el pueblo de Albi, en el sur de Francia. Enseñaba que había dos dioses: el Dios bueno, identificado como Jesús en el Nuevo Testamento y el Dios de la oscuridad y el mal generalmente asociado con Satanás. Negaban tajantemente la resurrección del cuerpo debido a que éste era "malo". Enseñaban que Jesús era Dios pero que solamente dio la apariencia de ser hombre mientras estuvo en la tierra. También predicaban que la Iglesia Católica de ese tiempo estaba corrompida por el poder y el dinero. El ascetismo y su humildad de los Albigenses eran contrastados con la opulencia del clero romano, lo que les ayudó a obtener muchos adeptos.

Los Cátaros, que con diferentes denominaciones, se extendieron principalmente por el sur de Francia (Languedoc) y el norte de Italia. Las primeras comunidades aparecieron a partir de los siglos XI-XII y arraigaron considerablemente entre la población a pesar ser una minoría religiosa, desarrollando una gran influencia entre los diversos estratos de la sociedad occitana.

Los Lolardos, formaron en sus orígenes cofradías que se encargaban de cuidar a enfermos durante el transcurso de epidemias. El nombre proviene del término holandés “lullen”, que significa “canturrearen voz baja», en alusión a sus salmos. Desde Alemania a los Países Bajos se expandieron hacia Inglaterra, donde John Wyclif los organizó como un grupo organizado que sería proscrito en el concilio de 1414-1418
Los Valdenses, fueron formados a finales del siglo XII por Pedro Valdo. Fundó un movimiento espiritual, que paso a ser conocido entre la población como los “valdenses” y también como los pobres de Lyon. Los valdenses enfatizaban el respeto por el Evangelio y la imitación de las costumbres relatadas en estos sobre los apóstoles. Vivían, al igual que los Cátaros de forma muy humilde. Se caracterizaban por fomentar la libertad de predicación. Se expandieron a lo largo de la Provenza, el Larguedoc y la Lorena.

Los espirtuales, más concretamente, los Franciscanos Espirituales eran una corriente extrema dentro de la Orden franciscana que preconizaba desde finales del siglo XIII el retorno a la idea de pobreza absoluta propugnada por el fundador de la Orden, San Francisco de Asís. Los espirituales se enfrentaron con el Papa Juan XXII,al que denunciaron como hereje, lo cual provocó la consiguiente condena de estos en 1318. El movimiento de los espirituales fue posteriormente prolongado por los fraticelli.

Los Husitas, fueron un grupo disidente que se dio a inicios del siglo XV en Bohemia. Exigía al igual que los Valdenses, la libertad de predicación y la comunión bajo las dos especies, el pan y el vino. El movimiento era encabezado por Juan Hus, un discípulo de John Wyclif.
Hus fue ejecutado en 1415 pero posteriormente, en la década de 1420 sus seguidores se impusieron frente al emperador católico. Los seguidores más radicales de Hus serían posteriormente derrotados en 1434.

Los Bogomilios, eran seguidores de un predicador disidente del siglo X, Bogomilo. Los bogomilos pasarían a ser conocidos como los herejes del reino búlgaro y del Imperio bizantino. Sus doctrinales son muy similars a las del catarismo occidental. Se les sometió a persecuciones esporádicas y mas tarde, tras la ocupación turca del siglo XV una minoría de Bulgaria escapó a Ucrania y Rusia.

La mayoría de los grupos mencionados se caracterizaban por la crítica de los tremendos abusos eclesiásticos que todos conocemos, como la obligación de pago de diezmos a los ya empobrecidos campesinos, la utilización de vergonzosas indulgencias que prometían la salvación a cambio de dinero y una actitud de los papas menos endiosada y soberbia. Se cita el caso de Gregorio VII quién declaró:
“Nadie puede juzgar al Papa, La Iglesia romana nunca se ha equivocado y nunca se equivocará hasta el fin de los tiempos, la Iglesia romana fue fundad sólo por Cristo, sólo el Papa puede destituir y restituir a obispos en su cargo, sólo él puede trasladar obispos, sólo él puede convocar concilios generales y sancionar derecho canónico, sólo él puede revisar sus propios juicios, sólo él puede llevar las insignias imperiales; puede deponer emperadores; puede liberar a individuos de su vasallaje; todos los príncipes deben besarle los pies”.

Además de estas primeras interpretaciones sobre la naturaleza de Cristo, de: si era solo hombre, o si era Dios y hombre a la vez, y también la clase de Dios que había creado el Universo, si un Demiurgo o la divinidad original, continuaron apareciendo otras especulaciones divergentes al interior del catolicismo hasta nuestros días, fundamentalmente porque nunca fue aceptado totalmente este cambio tan radical que impuso Constantino y luego los Emperadores Romanos que continuaron dirigiendo la Iglesia y combinando e introduciendo en su doctrina elementos paganos, como la consustancialidad de Dios, teoría que aúna el Espíritu Santo, Cristo y el Padre, hasta conformar un Dios Trinitario; la naturaleza Divina de Cristo y no solo su calidad de Profeta; el culto de María exaltada a ser una divinidad celestial que gobierna junto al Dios Padre; y la idolatría de imágenes e iconos, expresiones todas recogidas del mundo de los dioses paganos que por siglos constituyeron la religión romana.

Por tanto, se puede afirmar sin temor a estar errado, que si la Iglesia Católica ha tenido hasta la fecha 21 Concilios, es justamente porque tales doctrinas introducidas con fórceps en Nicea, provocaron en los siglos siguientes, a lo menos 21 riesgos de cismas y nuevas divisiones, de quienes al interior de la Iglesia Católica no comulgan ni han comulgado con estas verdaderas ruedas de carreta, que se les atragantan a los pensadores cristianos, cuando para hacerlo, se les pide que inhiban su actividad cerebral.

Tal cual ocurrió con Martín Lutero, teólogo alemán, fraile católico agustino recoleto, creador del Luteranismo que luego influyó en las demás tradiciones protestantes. Su exhortación para que la Iglesia regresara a las enseñanzas de la Biblia, impulsó la transformación del cristianismo y provocó la Contrarreforma, como se conoce a la reacción de la Iglesia Católica Romana frente a la Reforma Protestante.

Y así como el Concilio de Nicea del año 325, convocado por Constantino condenó la herejía de Arrio, que negaba la divinidad de Jesucristo y su consustancialidad con el Padre y se presentó el borrador de lo que sería el “nuevo símbolo o credo niceno”, que incluía estas agregaciones que no existían en el Credo de los Apóstoles ni en la Iglesia primigenia, el Concilio Primero de Constantinopla del año 381, convocado por el Emperador Teodosio El Grande, se ocupó de las herejías de los Macedonianos, Eunomianos o Anomeos y se terminó de afinar el tradicional padrenuestro, Credo que pasó a conocerse como “Credo niceno-constantinopolitano”.

Macedonio, Patriarca de Constantinopla, negaba el carácter divino del Espíritu Santo. Los Eunomianos era una secta herética, que no es más que una rama de los arrianos, cuyo jefe era Eunomio obispo de Ciziсо, elevado a esta dignidad en el año 360; se le atribuía carácter de criatura espiritual y sutil, pero no eterna ni divina. También fueron rechazados en ese Concilio las doctrinas de Pelagio y Celestino, que negaban la transmisión del pecado de Adán a su descendencia y defendían la posibilidad de hacer el bien sin auxilio divino.

El Concilio de Éfeso año 449, convocado por el Emperador, Teodosio II , llamado El Joven y presidido por Dióscoro el Obispo de Alejandría, tenía como tema principal revisar el proceso contra Eutiques y atajar el problema de Monofisismo. El Papa León envió tres delegados Julio, obispo de Pozzuoli, Renato, sacerdote de Roma (que murió de camino) y el diácono Hilario. Estos llevaban consigo una carta, conocida como Tomus ad Flavianum, donde León asumía claramente una posición contraria al monofisismo. En este Concilio participaron 127 Obispos, escogidos en su mayoría entre los adherentes a la posición monofosista, por el propio Teodosio que era partidario de tal doctrina, por lo tanto se presumía una gran controversia.

En una de las primeras sesiones de las varias que tuvo tal Concilio, había sido condenada la herejía Nestoriana, no sin que dejara de haber dentro de los participantes partidarios de la misma. Ello, porque en un Sínodo anterior a este Concilio, el monje y predicador Nestorio, que a la sazón había sido elegido Patriarca de Constantinopla, en una discusión donde se debatía si María era o no la madre de Dios, (refiriéndose a Jesucristo) este explicó que María era «madre» de la naturaleza humana de Cristo y que por tanto, se le podía llamar Madre de Cristo, pero que era un error llamarla «madre de Dios». Tal declaración causó la indignación de los que opinaban que: “si Cristo era Dios, María era entonces no solo madre de Cristo, sino que madre de un Dios”, precisando que las dos naturalezas, humana y divina de Cristo, están unidas sin confusión y por lo tanto María es verdaderamente “Madre de Dios”.

En tal discusión fue enfrentado por Cirilo, después San Cirilo, quien refutó tal tesis, defensa que hizo con gran habilidad y que resultó en la condena de Nestorio y su doctrina.
Pero, este problema no quedó totalmente zanjado, porque sus oponentes, que estaban en minoría en tal evento, alegaban que en su vehemencia Cirilo había incurrido a su vez en un grave error, llegando incluso a negar la existencia de dos naturalezas en Cristo. Había escrito que en Cristo no hay más que una physis, la del Verbo encarnado, utilizando la fórmula «La única physis encarnada de Dios Verbo» (mia physis tou Theou logou sesarkoménee) (Epíst. 17; Epíst. 46). Tanto fue discutido el punto, que finalmente dos años después debió resolverse con un Edicto de unión de ambas teorías, en las que explícitamente se hablaba de las dos naturalezas de Cristo.
Esta postura generó a su vez nuevas controversias, resultando que en 444, dos años después de la muerte de Cirilo, un anciano archimandrita (título dado a un Abad superior) de Constantinopla llamado Eutiques, comenzó a predicar que la naturaleza humana de Cristo estaba como absorbida por la divina, de modo que, en la unión de ambas, no había sino una naturaleza. Eutiques se proclamaba seguidor de Cirilo de Alejandría; sus tesis tuvieron muchos seguidores, entre ellos Dióscoro, sucesor de Cirilo en la sede de Alejandría. La herejía de Eutiques se denomina monofisita, del griego monos ("uno") y physis.("naturaleza")

Las ideas de Eutiques encontraron pronto opositores convencidos, entre ellos Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea y Flaviano, Patriarca de Constantinopla, convirtiéndose este hecho en una pugna entre las sedes de Alejandría y de Constantinopla.
En un sínodo regional celebrado en Constantinopla en 448, Eusebio de Dorilea denunció las tesis de Eutiques. El sínodo expresó inequívocamente la ortodoxia de la doctrina de las dos naturalezas, y requirió la presencia de Eutiques. Éste se negó rotundamente a aceptar la decisión del sínodo, reafirmándose en su doctrina de una sola naturaleza de Cristo, por lo que el sínodo lanzó anatema contra él y contra sus partidarios. (maldición, en el sentido de condena a ser apartado o separado, cortado, como se amputa un miembro, de una comunidad de creyentes).

Eutiques no aceptó la autoridad del sínodo y recurrió al Papa León I. Éste respondió con la Epístola Dogmática, en la que reafirmaba la doctrina de las dos naturalezas. Esta solución no fue aceptada por Eutiques ni por sus partidarios. A instancias del Patriarca Dióscoro, el emperador de Oriente Teodosio I también monofisita, convocó un Sínodo General en Éfeso en agosto del año 449, que es el Concilio que estamos comentando. Este acontecimiento es denominado por los historiadores católicos "Latrocinio de Éfeso", siguiendo una expresión del Papa León I.

Tras retirar las condenas a Eutiques y condenar a su vez como herejes a quienes sostuvieran que Cristo tenía dos naturalezas: una humana y una divina, se procedió a atacar, por medio de la guardia imperial, a Flaviano de Constantinopla y Eusebio de Dorilea.
Eusebio huyó y se dirigió a Roma donde comunicó al Papa lo ocurrido. El nuevo sínodo declaró la absolución de Eutiques, anatemizando la doctrina de las dos naturalezas, y depuso a Flaviano, Patriarca de Constantinopla, quien fue conducido al destierro y falleció a consecuencia de los malos tratos que le dispensaron sus captores.

El Papa movió todos los hilos a su alcance para modificar la situación: escribió al emperador Teodosio II, a su hermana Pulquería, partidaria del entendimiento con Roma, e intentó hacer intervenir al Emperador de Occidente, Valentiniano III. Se abrió una profunda crisis entre León I y Dióscoro, Patriarca de Alejandría, quien llegó a excomulgar al Papa.
Dióscoro I de Alejandría a su vez fue excomulgado por el Papa San León I, por no retractarse de su monofisismo. Murió desterrado y es considerado Santo por la Iglesia Copta.

La muerte de Teodosio II en 450 produjo un giro en la situación: fue sucedido por Pulquería; ella, y su marido Marciano eran partidarios de las tesis de Flaviano y León y realizaron varios gestos, como conducir a Constantinopla los restos de Flaviano para darles solemne sepultura. Finalmente, decidió convocarse el Concilio que todos pedían, no en Italia, como pretendía el Papa, sino en Calcedonia, en Asia Menor.

Entre estas graves disputas ocurrió El Concilio de Calcedonia que tuvo lugar entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre del año 451, en Calcedonia, ciudad de Bitinia, en Asia Menor convocado por el Emperador romano de Oriente Marciano. En su síntesis escueta, se dice que fue el cuarto de los primeros siete Concilios Ecuménicos de la Cristiandad y que sus definiciones dogmáticas fueron desde entonces reconocidas como infalibles por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa y que allí se rechazó la doctrina del Monofisismo, defendida por Eutiques y estableció el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena divinidad de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.

Pero en la realidad ocurrieron varias otras consecuencias bajo la presión y forma política de pensar del Emperador Marciano: En la segunda sesión, se reconoció la Epístola Dogmática del Papa como documento de fe. Dióscoro fue condenado por unanimidad y todos sus decretos fueron declarados nulos. Los partidarios de Eutiques debieron aceptar la Epístola del Papa para continuar formando parte de la Iglesia. En su canon 28, el Concilio aprobó también la práctica equiparación de las sedes de Roma y Constantinopla, a pesar de las protestas del Papa. Trece obispos egipcios, sin embargo, rehusaron aceptarla, arguyendo que sólo aceptarían "la fe tradicional".

La principal consecuencia del Concilio fue el Cisma de los Monofisitas. El Patriarca de Alejandría Dióscoro no aceptó el Concilio y finalmente terminó por escindir su patriarcado del resto de la Iglesia. También muchos obispos repudiaron tales acuerdos arguyendo que la doctrina de las dos naturalezas era prácticamente nestoriana.
De estas disputas y desacuerdos cristianos, tienen su origen las antiguas iglesias orientales, que aún hoy rechazan los resultados del Concilio: la Iglesia Ortodoxa Copta que nació de la ruptura del Patriarcado de Alejandría con el resto de las Iglesias, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Ortodoxa Siríaca y la Iglesia Ortodoxa Malankara, de la India.

En beneficio de los lectores, es preciso puntualizar algunos aspectos históricos de la época. Este Imperio Romano de Oriente nombrado, es el que luego se conoce como Imperio Bizantino. El proceso comenzó cuando Constantino El Grande trasladó la capital de Roma a Bizancio, que se conoció como La Nueva Roma y que luego se denominaría Constantinopla. El Imperio Romano de Occidente desapareció como tal en el 476. Una de sus grandes características es que en este Nuevo Imperio Romano Cristiano de Oriente, ya la lengua oficial no fue el latín sino el griego y que al desplazarse Roma a Constantinopla, fue la Iglesia ortodoxa de Oriente la protagonista principal de la conducción del mundo cristiano.
Imperio que durante su milenio de existencia, fue el bastión del cristianismo y protegió a Europa Occidental del avance del Islam; que estructuró la Iglesia Católica; que convocó los primeros ocho Concilios Ecuménicos donde se creo el catolicismo actual y donde como acabamos de exponer, se fue perfilando la imposición imperial de una Iglesia donde todo era implementado bajo las ideas de los pensadores afines a la filosofía del Emperador de turno.

El catolicismo en estos ocho Concilios, solo mandó Delegados del Papa y solo en uno de ellos dos Papas concurrieron invitados. Por ejemplo en este Concilio de Calcedonia asistieron alrededor de seiscientos Obispos, de los cuales dos eran occidentales, es decir representantes del Papa León I, llamado El Magno. El Concilio fue presidido por el Patriarca Anatolio I de Constantinopla, teniendo a su lado a estos dos representantes de la Iglesia de Occidente.
Es importante destacar que estos Concilios, siempre fueron citados cuando había una controversia doctrinaria grave provocada por interpretaciones de importantes patriarcas de la Iglesia, que generalmente incluso eran sus conductores más representativos y por tanto con capacidad para dividir a los fieles. Ya vimos que en el Concilio anterior, el de Éfeso, llamado también El Latrocinio de Éfeso, finalmente quedó en fojas cero invalidándose todos sus acuerdos. En el Diccionario de la lengua española, latrocinio se define como: “Hurto, robo o fraude de los intereses de los demás”.

El Segundo Concilio de Constantinopla del año 553 se celebró entre el 5 de mayo y junio de 553, y está considerado el V Concilio Ecuménico por las Iglesias Católica y Ortodoxa. Fue convocado por el Emperador Justiniano I y fue presidido por el Patriarca de Constantinopla Eutiquio. La asistencia fue de 168 Obispos, contándose con la presencia de 11 pertenecientes a diócesis occidentales y la asistencia del propio Emperador.

Previo a este Concilio habían ocurrido serias fricciones entre el Emperador y el Papa Virgilio. Justiniano y sus asesores políticos veían con preocupación que a pesar de haber sido condenada como herejía la corriente católica monofisista, esta seguía muy extendida y vigente en amplias zonas del imperio, sobre todo en Egipto y temían que un cisma en la religión católica podría desembocar en una independencia política además de religiosa de algunos territorios, lo que no era en grado alguno permisible, por cuanto estas zonas eran consideradas como importante “granero del imperio”.

En razón de ello y como una forma de atraerse a los monofisitas, accedió a condenar los escritos denominados “Los Tres Capítulos” de los Obispos nestorianos Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa, artífices en el anterior Concilio de la no condenación del nestorianismo, pero esta decisión causó profundo malestar al Papa Virgilio.
Al enterarse, el Emperador citó al Papa a Constantinopla y logró que éste el 11 de abril del 548 firmara un manifiesto conocido como Indicatum aprobando la condena hecha por Justiniano, pero esta aprobación papal significó un fuerte rechazo en la Iglesia de Occidente, por lo que Justiniano acordó con el Papa citar a un Concilio para solucionar este impasse, comprometiéndose ambos a no tomar a este respecto medidas unilaterales, hasta lo que se decidiera en tal Concilio.
Sin embargo en el 551, Justiniano rompió tal acuerdo reafirmando la condena de los Tres Capítulos mediante el decreto “Homologia tes pisteos”. El Papa entonces, manifestó su protesta amenazando con la excomunión a quienes apoyasen la condena de “Los Tres Capítulos”.
El Emperador entonces, cedió un tanto en su postura para no provocar una ruptura en la unidad de la Iglesia y autorizó un Concilio fijando como Sede Constantinopla, lo que no fue del agrado del Papa pues como siempre había ocurrido los Obispos de Occidente quedaban en minoría, absteniéndose de concurrir al evento y rechazando la presidencia que Justiniano le ofreció.

Como era de esperarse el Concilio ratificó la condena del Nestorianismo, mediante la condena de Los Tres Capítulos, decisión contenida en catorce cánones muy similares a los trece que formaban la homología publicada en 551 por Justiniano.
El Papa por su parte, había enviado para conocimiento del Concilio un documento llamado “Primer Constitutum”, firmado por él y 16 Obispos, donde se condenaban sesenta proposiciones de Teodoro de Mopsuesta, pero donde no se objetaban aquellas de Teodoro de Ciro ni las de Ibas de Edesa, constituyendo esta desaprobación unánime de los Obispos presentes una verdadera afrenta que lo dejaba en muy mal pie, pues quedaba en evidencia que los asuntos de la Iglesia no eran materia del papado, sino exclusivamente de la voluntad del emperador reinante ya que ni siquiera sus representantes votaron por su moción.

Justiniano, sin esperar reacción alguna del Jefe de la Iglesia, ordenó su destierro si este no aceptaba íntegramente las decisiones del Concilio, por lo que Virgilio tuvo que presentarse personalmente en el Concilio y retractarse emitiendo un “Segundo Constitutum”.

El Tercer Concilio de Constantinopla, celebrado del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, también recibe el nombre de Concilio Trullano, en alusión a la sala del palacio imperial donde se realizó, que llevaba el nombre de trullos (cúpula).

Fue convocado por el Emperador romano de Oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. Los principales protagonistas fueron Constantino IV y el Patriarca Sergio I de Constantinopla; también dos Papas: San Agatón y el León II.
El motivo de convocar el Concilio, desde el punto de vista doctrinal, fue el problema de la herejía del Monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad y una sola operación o principio de operación: la divina. Tal doctrina fue considerada un sucedáneo del monofisismo, al admitir en el hombre-Dios una sola naturaleza: el Logos.

La conclusión del Concilio fue contraria. Cristo tenía dos voluntades, existiendo una perfecta armonía entre ambas. Su voluntad humana estaba siempre en sujeción a Su voluntad divina. Sus sesiones fueron llevadas a cabo en la ciudad de Constantinopla, la Nueva Roma.

No haré un análisis de este Concilio ni de los siguientes en aras del valioso tiempo de los lectores. Solo diré, que es más de lo mismo y otro eslabón demencial que ocupó cerca de cinco siglos de la humanidad tratando sin resultados de explicar lo inexplicable, de encontrar una respuesta racional a la verdadera naturaleza de este Cristo que inventó San Pablo y que ratificó el Emperador romano Constantino, doctrina que ya vimos ni siquiera fue de la Iglesia Católica, que más bien se apoderó de la idea de sus colegas orientales de la iglesia griega en beneficio propio.

Tal vez esta crispación del Oriente cristiano y su controversia doctrinal de contenido cristológico que costó tanta amargura, hambre, guerras y sangre humana durante tantos siglos, solo pueda interpretarse como la escasez de una dimensión socio política de sus gobernantes, que estaban atenidos a la pobreza mesiánica de comprender los designios de Dios y porque creían equivocadamente que una separación entre la iglesia y el poder civil era impensable, inmersos como estaban en el círculo vicioso, de odios y amores, de intrigas y conspiraciones, en ese especial modus vivendi entre la iglesia Oriental y los Emperadores Bizantinos que la historia conoce como el Cesaropapismo, relación en la cual el Imperio se servía de la Iglesia para santificar sus actos y conseguir la obediencia de los pueblos sometidos como señalara Constantino y la Iglesia se servía del Imperio para obtener poder y aumentar sus ingresos y privilegios, como siempre.

Quizás expresar unas palabras de hondo pesar por tanta gente engañada por siglos y siglos en la quimera salvífica. Para esos monjes evadidos de la realidad de su tiempo que dedicaban su vida a tratar de escudriñar los escritos bíblicos, esas leyendas antiguas casi todas falsas, interpoladas por manos humanas, carentes de soplo divino. Por el tiempo desperdiciado por tantas generaciones en torno a temas religiosos irrelevantes, mientras la población padecía persecuciones, el azote de las pestes y la carga de los tributos del rey, el Emperador o la Iglesia. Por esas luchas engañosas tras intereses bastardos de la clase sacerdotal que ostentaba un poder abusivo basado en el engaño y el temor de las gentes, a quienes se mantiene en la más feroz de las ignorancias sometidas a estúpidas reglas morales, que castraban todo intento o aspiración de elevación cultural, social o económica.

Variantes todas, enmarcadas en una época oscura y amarga donde no hay ilustración, sino una exacerbación de fanatismo extremo en aras de mitos fantasiosos, de seres suprahumanos que tienen su reino en el cielo, que vuelan y matan con su rayo a los pecadores. De supersticiones absurdas que desafiando la inteligencia humana dominaron las sociedades antiguas y desgraciadamente trascienden también a las actuales, a pesar que nadie nunca ha visto, palpado ni hablado jamás en la historia de la humanidad con un Dios, con un Ángel o Demonio. Y si alguien dice que lo ha hecho, ello es otra mentira colosal, desquiciada y torpe, sino insanía mental.

De esta Era de sombras que duró casi mil años conocida como Imperio Bizantino, viene el término “discusiones bizantinas”, que se utiliza siempre que una discusión no conduce a ningún resultado o un debate gira en torno a disputas ociosas o querellas inútiles e insignificantes. Todo esto en relación a los Concilios Ecuménicos de ese tiempo, donde las divergencias religiosas originaban temas donde las facciones encontradas debatían acerca del sexo de los ángeles o cuántos de ellos cabían en la cabeza de un alfiler, así como fastidiosas jornadas que duraban meses y a veces años, donde el meollo del asunto era discernir acerca de la existencia o no del vello púbico de los ángeles o aclarar si la sangre de Jesús recogida por los fieles durante el vía crucis conservaba intacta su naturaleza divina.

Esta singular sociedad, ha recibido diversas opiniones de los intelectuales de distintas épocas. Así para Montesquieu, 1689-1755, cronista y pensador político francés de la Ilustración, la historia bizantina fue una “simple sucesión de revueltas, cismas y traiciones". En cambio para Taine 1828-1893, filósofo, crítico e historiador francés, uno de los principales teóricos del naturalismo fue: "Un pueblo de teólogos sutiles y de idiotas fanfarrones".

Una de estas discusiones, quizás la más famosa de todas, entre otras cosas por la duración que ha tenido, surgió en el seno de la sede de Roma y fue la llamada “cuestión del Filioque”, causante en buena parte del Gran Cisma o separación de las dos iglesias, que se produjo a comienzos del siglo XI, que llegó incluso a la excomunión mutua de los patriarcas de la Iglesia Oriental y de la Occidental (el Papa).

Filioque es una expresión latina que significa “y del hijo” y es una cláusula que introdujo la Iglesia Occidental en El Credo y que afirma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, en tanto que la Iglesia Oriental afirma que sólo procede del Padre.

Acerca de este punto ambas iglesias han mantenido una posición irreductible e incluso, antes de la caída de Constantinopla en poder de los turcos el siglo XVI, el Emperador pidió auxilio a los reinos católicos de Europa para intentar evitar la invasión, pero tal apoyo fue negado por estos, dado que pusieron como condición de mandar tropas de auxilio siempre que la iglesia de Oriente aceptara la fórmula del filioque, que uniformara a ambas Iglesias cristianas aceptando que el Espíritu Santo proviene tanto del Padre como del Hijo, lo cual no fue aceptado por Oriente, a consecuencia de los cual no recibió refuerzos y perdió la guerra.

Este desacuerdo ha continuado durante todos estos siglos hasta el día de hoy, a pesar que muchos Pontífices Romanos, especialmente a partir de Paulo VI hasta el actual Papa Benedicto XVI, han tendido puentes para conseguir una fórmula conciliatoria, sin resultados hasta el presente, persistiendo estas ramas del cristianismo, enzarzadas en esta discusión bizantina.

En el decurso de este Concilio, por virtud de estas fluctuantes mayorías que luego de un tiempo se convertían en minorías, a pesar que la doctrina que se penalizaba fue durante un tiempo la oficial del Estado y de la Iglesia, fue excomulgado Macario, Patriarca de Antioquía, principal defensor de la herejía monotelita; fueron condenados como autores y propagadores de la misma herejía,- algunos de ellos post mortem-, entre otros Sergio, Patriarca de Constantinopla; Ciro, Patriarca de Alejandría; Pablo y Pedro de Constantinopla. Y a pesar de que integraba el Concilio una representación de Católicos, fue excomulgado el Papa Honorio I y su nombre eliminado de la lista de los Obispos, declarándolo hereje, lo mismo que al Patriarca de Constantinopla Sergio. A todos ellos el Concilio los tildó de ser instrumentos del diablo y los anatematizaron.

El más conspicuo, atrevido y competente oponente a la herejía del monotelismo fue el monje Máximo el Confesor (580-662), discípulo de Sofronio y considerado el más destacado teólogo griego del siglo VII, quien por esta causa, y también por orden del Emperador Constante II, sufrió la cárcel, la mutilación de la lengua y de la mano derecha y posterior destierro, a fin de que no siguiera hablando o escribiendo sobre este prohibido tema.

A estas alturas de las doctrinas expuestas, parece evidente que hay suficientes elementos de juicio para que cualquiera perciba cuáles fueron los fundamentos del catolicismo de hoy y por que estamos hablando de dos iglesias distintas que fueron fusionadas. La Iglesia de Roma fundada por Pablo de Tarso, cuyas directrices dominan el ámbito de lo que se conoce como El Nuevo Testamento y que opone a ese Dios intratable de la Biblia judía; ese ente violento, cruel y sin misericordia, más sanguinario que Moloc, que exigió el sacrificio de niños para aplacar su ira y que necesita el derramamiento de la sangre de su hijo para lavar su honor y dignidad divina herida por los mortales; a ese otro Dios, misericordioso, caritativo, infinitamente piadoso, el Dios bueno, Padre de Jesús su hijo amado, Dios como él, de quien trata el Nuevo Testamento y sobre el cual se derraman estos adjetivos, pero que en los hechos tal bonhomía no se detecta fácilmente.

Esta reinterpretación profunda de la figura de Jesús que hace Pablo, que como hemos visto es diametralmente distinta a la visión de los primeros cristianos, de la Biblia judía y aún de los escritos apócrifos existentes, muchos descubiertos recientemente, hacen que sea el único humano que con estas primicias que le fueron soplando al oído ángeles y arcángeles, -y según el asegura el propio Jesucristo, sienta las bases para que en adelante se observe su muerte desde una nueva perspectiva, más atractiva a los públicos, mayormente teatralizada, sacrificial, vicaria y expiatoria, elementos por entero ajenos a la mente y a la realidad del Jesús judío histórico y a quienes buscaron en él la figura de un profeta.

Esta teoría Paulina está excelentemente tratada por el teólogo y filósofo escolástico y Doctor de la Iglesia San Anselmo de Canterbury (1033-1109) quién explica muy bien esta mutación del Jesús profeta a la del Jesús cordero de dios, que luego de la interpretación sacrificial de Pablo, es corroborada por el resto de los evangelios insertos en el Nuevo Testamento, que además incorporan aquella gran ausencia, esa pregunta que atenazó a la cristiandad por tantos siglos, de saber cómo fue y que hizo Jesús antes de los treinta años, información que es más explicita en los evangelios apócrifos, que además de ser considerados heréticos, no forman parte de la Biblia cristiana, pero que sin embargo, son fuente de los datos que de la vida infantil de Jesús asoman como verdaderos.

Según Canterbury, Jesús, víctima inocente, se somete a la muerte por decisión de Dios, su Padre, para reparar la ofensa cometida por la humanidad contra Él. Como la ofensa es infinita, debe ser reparada por una persona que sea al mismo tiempo humana y divina. Esta persona es Cristo. Y la forma de esta reparación es la muerte. Pero no una muerte cualquiera, sino la más dolorosa que mente humana pueda imaginar: la crucifixión.

Y muy distante de todo el montaje fabricado por Pablo, pero sirviéndose del mismo, aprovechándose de su línea doctrinal, está la otra iglesia, la fundada por Constantino 300 años después de Jesucristo, la iglesia política que busca conciliar el poder divino con el terrenal, para tenerlo en una sola mano, que no trepidó en destruir a todas y cada una de las otras religiones del planeta que le hacían sombra, aniquilando sus templos, asesinando a sus seguidores y haciendo desaparecer todo vestigio de ellas para imponerse como el credo único y verdadero, teniendo como plataforma ese grupúsculo fundamentalista, conservador, ambicioso y sin escrúpulos, que estaba de acuerdo con el espíritu guerrero romano, sociedad de conveniencias que ha marchó unida, hasta que el catolicismo decidió prescindir de Roma, destruir su cultura y apropiarse, como hizo antes con todos los credos y todos sus aliados, de sus bienes y de los aspectos culturales que convenía a sus múltiples intereses.

Pablo inventó al Jesús maestro de multitudes; al que seguían sus discípulos; que nació de una virgen inmaculada y por lo tanto exento del pecado original como el resto de los mortales; Pablo nos dijo ante su sola autoridad, que la misión de Jesucristo le fue fijada por su padre-dios, con quien vivía en el cielo desde siempre; que su venida fue exclusivamente para reparar la ofensa cometida por la humanidad contra el dios Padre. Que para lavar tal afrenta, su muerte tenía que ser la más espantosa, la más dolorosa y lenta que la mente humana había creado como sistema de tortura: el suplicio en la cruz.

Todas estas novedades que nos trae Pablo, no estaban presentes en el espíritu religioso que guiaba a los primeros cristianos. El Jesús real no era sacerdote, no perteneció a ninguna rama sacerdotal judía ni jamás tuvo mentalidad clerical. Por el contrario, lo que conocemos de su vida muestra un comportamiento laico y crítico con la institución sacerdotal.

A Jesús no lo mataron porque Dios lo envió expresamente a que muriera en la Cruz para satisfacer su ego herido. Nunca logró ser un héroe a quienes las multitudes aclamaban y reconocían como su líder. Además de su familia y algunos pescadores de la vecindad, nadie más lo reconoce como el Salvador. De todo lo que se dice que recorrió predicando la buena nueva, solo colectó 130 seguidores. Más bien murió habiendo fracasado en su gestión de ser el Mesías que el pueblo judío esperaba y cuya venida estaba anunciada en el Tanaj.

En realidad ni siquiera fue condenado por blasfemo o por ir en contra de las creencias tradicionales del pueblo judío, su propio pueblo que lo rechazó, sino que fue llevado ante el tribunal romano por predicar que no se debía pagar tributo al César extranjero, por incitar a la nación judía a la rebelión y por pretender ser el rey de Israel que venía a rescatar a su pueblo de las garras del invasor.
Pablo reinventa en beneficio propio a este Jesús predicador, quien hace del nazareno un salvador universal que con su sacrificio lava el pecado original, que según el mismo Pablo nos cuenta, se produjo en el mismo momento en que las primeras criaturas humanas creadas por Dios, le desobedecen en el Jardín del Edén.

Pablo inventa el Pecado Original. Más bien, le hace un agregado al Viejo Testamento. Porque esta novedad no está en el Tanaj, en el Génesis donde se explica el llamado “pecado original”.
Para ello usa mismo truco que luego usarán los evangelistas para explicar y justificar el mito de Jesús, lo que será repetido por la Iglesia Católica una y otra vez. Tomar un hecho bíblico, de la Biblia judía por supuesto, de la que se apropiaron íntegramente, ponerle punto seguido e inventar a partir de allí otra historia, usando desde luego el mismo lenguaje, contando con que los mismos que creyeron en lo que dice ese Testamento Antiguo, tendrían que creer lo que dice el Testamento Nuevo. Total, si creyeron el antiguo relato tan desquiciado, ilógico y antihistórico, por qué no van a creer este otro, esta segunda parte tan desquiciada, ilógica y antihistórica como la primera.

Si tantas generaciones de fieles fueron capaces de creer en las fantasías, milagros y extraños hechos contados en ese Génesis que trata de explicar la creación, se asume no sin razón, que esta credulidad y candor, se harán extensivos automáticamente a la nueva historia, que no tiene nada que envidiarle a la anterior en su contexto de irrealismo mágico, fantasía desatada que resume e incorpora la mejor selección de mitos y suspersticiones de la experiencia humana.Y para que no haya confusiones y los creyentes de las nuevas generaciones no adviertan que se trata de dos historias distintas que se han pegoteado de estos dos Libros, del viejo y del nuevo, recurren al expediente de hacer uno solo, la llamada Biblia cristiana.
p>En el Génesis 1-3, tras haber sido creados, Adán y Eva residían en el Jardín del Edén. El único mandato que se conoce que Dios les exigía era abstenerse de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, so pena de enfermedad y muerte. (Génesis 2:17). No obstante Eva y luego Adán cedieron a la tentación de la serpiente (Satán) y acto seguido, como si este árbol fuera una computadora y el fruto un programa, se descarga a sus mentes la información clasificada y prohibida de la ciencia del bien y del mal de Dios; se dan cuenta que están desnudos y sienten vergüenza. Esta desobediencia al mandato divino es lo que se conoce como “pecado original” que además trajo aparejada la expulsión del Paraíso y la necesidad de ganarse el pan con el sudor de sus frentes: "Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. 18 Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo. 19 Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!". Dios.

Nadie más que Pablo enseñó la resurrección (Hechos 17:18). El mismo lo reconoció, admitiendo que la resurrección fue parte de su Doctrina. En II Timoteo 2:8 dice: "Recuerden que Jesús Cristo del linaje de David resucitó de entre los muertos de acuerdo a mi Evangelio". Él también fue el primero que declaró a Jesús como hijo de Dios. (Hebreos 9:20) ". Y luego predicaba en las sinagogas que Jesús es el hijo de Dios."

Entonces, ya podemos entender porque el cristianismo no es una enseñanza de Jesús sino el Evangelio del auto-denominado Apóstol Pablo.
Pablo, ese sacerdote judío inmerso en los misterios rabínicos, ahora oficiando en el bando enemigo como predicador estrella, en su Carta a los Romanos refiriéndose a Adán y Jesucristo, desarrolla su tesis de introducir la figura del Cristo y justificar aquello que en solitario predica en las sinagogas judías sin éxito, puesto que fue expulsado prácticamente de todas ellas a patadas y debió ir luego con su monserga donde los gentiles.

Quizás nunca pensó que pasados varios siglos, un grupo de creativos del Imperio Romano, en la necesidad de conformar una religión dúctil al Estado que mantuviera controlada a la plebe, recogiera sus escritos seleccionados entre varios otros, para darle una estructura vertebral al movimiento que se discutía en el Concilio de Nicea, para dar forma a una religión universal que fuese el más grande sostén moral y espiritual de esas minorías de sangre azul, que componían los reinos y las castas sagradas de los divinos gobernantes terrestres, que los dioses habían escogido para regir los destinos del planeta tierra; los Emperadores Romanos.

El escrito de su intelecto, que consiguió el entusiasmo de los regentes del mundo romano antiguo y de las jerarquías eclesiásticas que se habían arrodillado ante su poder, para conseguir con su actitud genuflexa el derrrame de su favor, está en su Carta a los Romanos, Capítulo "Adán y Jesucristo", y dice lo siguiente:

5:12 Por lo tanto, por un solo hombre (Adán) entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.

5:13 En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta.

5:14 Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.

5:15 Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos.

5:17 En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia.

5:18 Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida.

5:19 Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.

¡Ya estaba!.. Estas frases, -si es verdad que las compuso Pablo y no los famosos escribas vaticanos tan dados a corregir los escritos antiguos-, dejaron fascinados a Constantino y a la Comisión de eclesiásticos.

¡Que decía Pablo! en palabras mas simples: Que la desobediencia de Adán y Eva según el Génesis, es la causante de la enfermedad y la muerte, el motivo por el cual no somos inmortales y ya no gozamos las delicias del Paraíso abanicándonos en un ocio delicioso, copulando a nuestro antojo sin sentir remordimientos ni culpas y comiendo sibaríticamente esos frutos deliciosos de tanto árbol que junto al hombre crecieron espontáneamente en el Jardín del Edén. Sin jornada de ocho horas; impuestos; infracciones de tránsito; ese estress que en la modernidad agobia al ser humano.
Solo Adán es el maldito culpable que Dios nos haya arrebatado tal panacea por hacerle caso a esa loca caprichosa de Eva. A raíz de este pecado todos estábamos muertos física y espiritualmente.

Y es justamente aquí , donde en medio de floridas palabras sofísticas, el astuto Pablo saca el sable de samurai que lleva bajo el hábito y nos coloca la estocada. Nos cuenta un secreto que por ser tal nadie sabía. No lo sabían los Apóstoles, ni la Virgen María, ni la mujer de Cristo, Magdalena, ni sus varios hermanos carnales. Tampoco lo sabían los primeros cristianos sin importar la secta donde estaban adscritos ni los gobernantes romanos. Menos tenían conocimiento los miembros del Sanedrín judío sino tal nueva estaría en su Biblia.. Nadie, nadie en el mundo tenía conciencia de ello. Solo el inefable Pablo…tal vez porque se lo sopló el mismísimo Jesús en una de sus famosas revelaciones… ¿o fue una confidencia del Espíritu Santo…?

Para entender el concepto hay que recordar ese adagio de que un clavo saca a otro clavo. Pablo nos revela que así como la culpa de Adán nos convirtió en pecadores mortales, sifilíticos y piojosos, con la muerte de Cristo ahora somos justos, tenemos una justificación para vivir, una esperanza de ser perdonados y volver un día a ser inmortales. ¡Claro está que esa promesa no hay forma de comprobarla. Los muertos no hablan ni cuentan como les está yendo!.

Solo entonces seremos dignos para regresar al Jardín del Edén, perseguir mariposas y alegrarnos con las arrebatadoras flores multicolores. Lamentablemente Pablo nada dice si llegado a ese punto, Dios sacará los querubines y la llama de la espada zigzagueante que cuidan el huerto y estará de humor para que podamos darle una mascadita a tan tentadoras manzanitas…

Y aunque usted no lo crea, eso es todo. Con solo este “brillante” y sesudo argumento, quizás algo cantinfleado, la cristiandad aceptó sin chistar toda esa historia del calvario, la muerte y resurrección de Jesús, para salvarnos de un pecado que cualquier tipo medianamente inteligente sabe de sobra que no cometimos, pero que el cristianismo y especialmente Pablo nos dice que traíamos como mochila. Pecado agregado, invisible, misterioso y desconocido. Pegoteado a la matriz de donde salimos, una especie de segunda identidad, un alter ego escondido dentro de nuestra humanidad que nunca fue advertido por los otros astutos que confeccionaron el Antiguo Testamento, pecado que a todas luces, es otra de las genialidades de este Pablo mitómano, marrullero y avieso.

Pero Pablo no fue el único que nos sorprendió con noticias venidas directamente del cielo, de las cuales nosotros, hombres pasmados, nada sabíamos. Todos estábamos confiados en que si Dios se dio tanto trabajo para crearnos, podíamos sentirnos hijos suyos, e incluso siempre se dijo que eso éramos. Nos lo decían los curas y nuestros padres. Más, en el llamado Evangelio de Juan este nos dice en 8:44 de sopetón, -siempre colgándose de la historia de Pablo-, que debido al pecado de Adán la naturaleza del hombre fue cambiada y desde ese mismo momento ya no fuimos más hijos de Dios sino del Diablo. El hombre que había sido creado para tener a Dios como Padre, ahora tenía un nuevo Padre que era el mismísimo Satanás.

“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.”

Es decir, cada infante que nace en la tierra es un endemoniado y su padre es, -acostúmbrense a ello, no usted- sino el Diablo. Como usted también fue infante, tanto su hijo como usted son además hijos del mismo ente y así todos somos finalmente hijos de este Angel caído por el solo hecho de descebder de Adán. Lo unico bueno es que también los curas, los monjes y los hombres llamados Santos son hijos del Diablo y de ello no se libra ni el santo Padre.

¿Y cómo pudo ocurrir tal cosa si Dios fue nuestro creador? ¿Y qué pasa con la paternidad responsable? ¿Acaso Dios nos buscó un Padre sustituto? ¿Y no encontró en su vasto reino alguien más recomendable? ¡Y todo por culpa de la desobediencia de Adán!

Hasta aquí ya van cuatro consecuencias hacia los humanos de las cuales no tenemos ninguna responsabilidad. 1.- Que perdimos la inmortalidad: 2.- Que fuimos expulsados del Paraíso; 3.- Que ahora nuestro Padre es el Diablo y 4.- que desde ese maldito día de la manzana, toda la humanidad había sido condenada al infierno por Dios.

Pero el sagaz Pablo, sabiendo que esto desesperaría a los espíritus débiles, a esa gente temerosa de Dios, que llevaba generaciones mirando inútilmente hacia el cielo, tiene también el remedio, o más bien una luz de esperanza:. Cristo, como redentor, se sacrificó por nosotros en la cruz para redimirnos a los ojos de su enojado Padre. ¿Y qué ventaja entrega ésto? Pues, que el día del Juicio Final, cuando resucitemos en cuerpo y alma, puede que seamos elegidos para irnos al Paraíso; Dios considerará si somos merecedores de la vida eterna. Es decir una promesa muy incierta y a muy largo plazo, que incluso huele a respuesta dilatoria y que mas bien tiene un indisimulado aire de falacia.

Por mientras, para ir juntando méritos para alcanzar esa ansiada Salvación de nuestra alma que el demonio tiene asida con ambas manos, la vacuna que nos ha preparado la religión es el bautismo, pero no cualquier bautismo, sino solo y exclusivamente el otorgado por esos curas católicos, que por más que sean igual que nosotros hijos del rey del Averno, tienen licencia especial de Dios. Ellos enseñan que otro tipo de bautizo no sirve.

Ya lo saben señores judíos. Ustedes no tienen salvación si no se bautizan con un cura católico. Lo mismo para las otras familias de religiones abrahámicas o semíticas; dhármicas o índicas; iranias; tradicionales africanas; tradicionales nativo americanas y religiones neo paganas. Sépanlo desde ya y de una vez por todas: Ninguno se salvará y su alma, según esta curiosa teoría pablista, perdón cristiana, es decir católica, arderá eternamente en unas tinajas llenas de azufre.

Estadísticamente ello revela que siendo la cantidad de humanos endemoniados existentes en la tierra de 6.854.196.000 de pecadores y los bautizados que se pueden salvar son según la Iglesia solo aquellos católicos que ellos contabilizan que ya se sometieron, aunque haya sido sin su voluntad ni elección a esta ceremonia, que se calcula son actualmente 1.181 millones de bautizados, o sea el 17,40% de la población mundial, quiere decir que existe un 83,60% de la humanidad que está total y absolutamente jodida.

Tampoco parece que Dios haya sido muy generoso con su hijo bienamado. Si lo mandó a morir crucificado, ¿cómo viene después de todo ese escándalo a tirarlo por el desvío? Y bien, ahora ¿que tiene que ver todo este sacrificio de Jesús con que podamos cambiar de tutor?

En Efesios 2:1-3 está la respuesta y vemos las consecuencias de esa transformación: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás."

El hombre estaba muerto, viviendo en pecado, siguiendo los deseos de su cuerpo y su alma se había convertido en hijo de ira, es decir, era objeto de la ira de Dios y estaba condenado al infierno.
Por este motivo Dios tenía que preparar un plan para poder rescatar al hombre de su destrucción final; este plan de rescate era la Redención.

Si desmenuzamos este galimatías, podremos ver que todo este embrollo lo armó finalmente Dios, que al parecer le gusta sacar las castañas con la mano del gato y echarle la culpa al prójimo de sus propias burradas. El creo y luego castigó a Adán y Eva incluyendo su descendencia; él después buscó la forma de salvarlos de su propia maldición. El ideó la forma en que podría salvar al hombre y por ello mandó a su hijo al suplicio, a la muerte y al infierno. Si bien es cierto lo sacó de este lío, no respetó su propia promesa de salvar con toda esta parafernalia a la humanidad.

Y lo más reprochable, es que mientras él observaba plácidamente recostado en su diván cama celestial, todas estas penurias de su hijo amado, el único que se sabe que tiene. Vaya uno a saber si no hay más; Jesús, que aparentemente no quería este destino, que se rebelaba a tener que pasar por este trato humillante pero que luego aceptó sumiso, fue azotado, obligado a cargar una pesada cruz en paños menores, recibió las burlas del insensible pueblo judío que le colocó en su cabeza con cruel ironía una corona como rey de Israel, pero de espinas; clavado luego como era usual a los peores delincuentes a una cruz, donde mientras se desangraba en medio de terribles dolores debió seguir soportando insultos, lanzazos y piedras. Y luego que todo pasó, este Dios de los padres del universo, nos dice Pablo, a quien no le creo casi nada de lo que dice, que quizás Dios considere salvarnos. Un mal chiste, sin duda.

En La Enciclopedia (Salvat Editores) el término redención se define así: “Acción y efecto de redimir o redimirse. Cumplimiento de condena. En derecho, es el acto que libera al deudor de alguna obligación, mediante su pago, o de los gravámenes que pesan sobre una cosa, cancelándolos mediante la restitución del dinero recibido a cambio. Teológicamente; en sentido puramente religioso, liberación del hombre del sometimiento a poderes sobrenaturales extraños.”
Sigue definiendo: “Teológicamente, en una perspectiva cristiana, la redención del hombre es obra personal de Cristo, realizada a través de su muerte y de su resurrección. En cuanto causa de esta liberación o salvación, Cristo es redentor. El concepto de redención añade al de salvación la idea complementaria de un precio a pagar. Tal precio es la muerte de Cristo en la Cruz. El redimido lo es del pecado, concebido por el alejamiento de Dios, o pecado original”.

Para poder tener una idea mas clara, veamos también la definición del término redimir: “Rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante un precio. Librar de una obligación o extinguirla. Figurativamente; poner término a algún vejamen, dolor penuria u otra adversidad o molestia. Comprar de nuevo alguna cosa que se había vendido, poseído o tenido por alguna razón o titulo."

Estas definiciones, según lo que le dijo Pablo al cristianismo, nos aclaran que por intermedio del sacrificio de Cristo que pagó con su sangre el pecado de los hombres fuimos exonerados del pecado y hechos libres de Satanás.

5ª Conclusión. Además (me acabo de enterar) éramos esclavos de Satanás, es decir nuestros pobres espíritus de infantes que no sabían ni decir agú, ya eran pecadores, denostados por el progenitor y más encima sometidos a la más vil esclavitud.

6ª Conclusión. (Que cierra el circuito planeado por Pablo y revela su astucia). Somos responsables directos de la muerte de Jesús en la cruz. Le debemos ese invaluable favor y estamos, toda la humanidad sin excepción alguna, obligados por este sentimiento de culpa (que no pedimos, que no provocamos y no supimos) a ser sus eternos agradecidos. Loas al Señor.

Pero para la santa madre Iglesia en el momento de cobrar no valen las objeciones. Si algún fiel alega que esto le parece raro, porque piensa que nada tenemos que pagar por lo que hizo Adán, de inmediato se le menciona un pensamiento de Tomás de Aquino para que nadie se llame a error, “la humanidad es en Adán como el cuerpo de un único hombre”. En otras palabras, cualquier cosa que hiciera Adán, es como si todos nosotros lo hubiésemos hecho.

Consecuentemente y así lo deja claro en el Catecismo donde se afirma que “la transmisión de ese pecado es un misterio y que, por tanto, la expresión “pecado” se usa de manera análoga ya que no se trata de una falta “cometida” sino de un pecado “contraído”.

Y no se crea que estos preceptos corresponden a la bendita tradición cristiana o que eran practicadas por los cristianos. Nada de eso, fueron decretadas por la Iglesia Católica en el Concilio de Trento, en el pontificado de Paulo III, en la sesión V celebrada el 17 de junio de 1546. Allí se expresa, con esa dulzura con que el catolicismo comunica sus reflexiones a su grey:

I. Si alguno no confiesa que Adán, el primer hombre, cuando quebrantó el precepto de Dios en el paraíso, perdió inmediatamente la santidad y justicia en que fue constituido, e incurrió por la culpa de su prevaricación en la ira e indignación de Dios, y consiguientemente en la muerte con que Dios le había antes amenazado, y con la muerte en el cautiverio bajo el poder del mismo que después tuvo el imperio de la muerte, es a saber del demonio, y no confiesa que todo Adán pasó por el pecado de su prevaricación a peor estado en el cuerpo y en el alma; sea excomulgado.

II. Si alguno afirma que el pecado de Adán le dañó a él solo, y no a su descendencia; y que la santidad que recibió de Dios, y la justicia que perdió, la perdió para sí solo, y no también para nosotros; o que inficionado él mismo con la culpa de su inobediencia, solo traspasó la muerte y penas corporales a todo el género humano, pero no el pecado, que es la muerte del alma; sea excomulgado: pues contradice al Apóstol que afirma: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y de este modo pasó la muerte a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron.

Lo extraño de esta amenazante y admonitoria retórica camaleónica eclesiástica, dirigida desde lo alto de la colina; del amo al siervo; del patrón al inquilino; del Jefe al subalterno; que seguramente allá por esos siglos perdidos en el tiempo impresionaba a los ignorantes campesinos que les lustraban las botas a los clérigos, es que para hacer su referencia del pecado original de Adán al que adosan de contrabando los dichos de Pablo, para refrendar que también el catolicismo tiene lo suyo, usan el mismo libraco de donde extraen parte de su discurso, es decir el Viejo Testamento.

Pero al parecer estos estudiosos jerarcas no se percataron que tal libraco tiene muchos dichos, que debieran ser para el dogma igualmente respetables y sobre todo nunca antagónicos. Por ej. En Ezequiel 18:20 leemos: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre; ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.”

Este mismo concepto está ratificado en Jeremías 31:30: "Pero cada uno morirá por su propia iniquidad".

Y se vuelve a repetir en Deuteronomio 24:16: “No se hará morir a los padres por los hijos, ni a los hijos por sus padres, sino que cada uno morirá por su pecado.”