domingo, 6 de febrero de 2011

De Pan y de Circo. Parte 2.

“Soportaré ser quemado, herido, golpeado y asesinado por la espalda” Parte del Juramento de un Gladiador. (El Sacramentum Gladiatorium).

El imperio Romano, el último de su estirpe en occidente, dejó como legado a las civilizaciones que le sucedieron, una estela luminosa y notable de la capacidad humana para superar todos los desafíos físicos y culturales que la madre naturaleza y la inquietud del hombre son capaces de explorar. Pero al mismo tiempo esta época de contrastes profundos, así como llegó a tocar el pináculo del pensamiento ilustrado y la cultura, también recorrió toda la escala de la bajeza humana con sus componentes de locura, crueldad, lujuria, codicia, irracionalidad, fanatismo, vanidad, odios y pasiones, defectos que también estaban presentes en sus dioses, lo que los hacía justificables a los ojos humanos.

EL Emperador Nerón, vesánico e imprevisible, acuciado por tendencias irreprimibles, salía por las noches cruzando de incógnito las callejuelas mal alumbradas, merodeando en busca de algo que le proporcionara un golpe de adrenalina. Podía ser, atacar a mansalva a un transeúnte clavándole repetidamente su puñal en la espalda, para luego meterlo en las alcantarillas, como robar estatuillas y efigies de dioses en las tiendas y mercados, escapando luego feliz con su botín, que vendía al mejor postor en subastas que organizaba en su palacio. Gustaba de penetrar en las alcobas de las bellas esposas de altos funcionarios del Estado para violarlas, entretención que dejó de practicar cuando un Senador que le sorprendió, sin saber que se trataba de Nerón, lo molió a palos, dejándole varias semanas sin poder moverse de la cama.

De día, también disfrazado y acompañado de un par de sus íntimos iba a las representaciones de luchas y pantomimas a los circos y teatros periféricos, donde se sumaba a los que provocaban desorden o arrojaban piedras a los actores, llegando en una ocasión a fracturarle el cráneo a un Pretor que estaba en la primera fila. Cuando aburrido de las perversiones que realizaba en la ciudad, navegaba por el río Tíber en su barco privado, organizaba orgías con las damas nobles, sus cómplices, consistentes en que estas se prestaban para fingir ser prostitutas que disfrutaban de la playa, obsequiosas con cualquier viajero que llegase hasta allí, con los que a instancias de Nerón, realizaban gratuitamente todos los más obscenos pedidos sexuales de sus eventuales clientes.

En sus banquetes a la nobleza y aristocracia que efectuaba en los jardines del Campo de Marte, introducía homosexuales y prostitutas, para que mezclados entre los invitados sedujeran a sus parejas, gozándose de los escándalos y problemas conyugales que se suscitaban. Incansable sibarita y vividor, seducía a chicos púberes, hijos y mujeres de sus amigos y relaciones que le gustaban.

Pero dejemos que sea el historiador y biógrafo romano Gayo Suetonio Tranquilo mas conocido como Suetonio, quién en la primera parte de su Biografía de Nerón Claudio, de donde he extractado estos apuntes, escrita en el siglo II d. de C., y contenida en el libro "Los Doce Césares", nos relate con sus propias palabras algunas de las barbaridades y aberraciones de este gran psicópata.

“…No hablaré de su comercio obsceno con hombres libres, ni de sus adulterios con mujeres casadas; diré sólo que violó a la vestal Rubria y que poco faltó para que se casase legítimamente con la liberta Actea, con cuya idea sobornó a algunos consulares, que afirmaron bajo juramento que era de origen real. Hizo castrar a un joven llamado Sporo y hasta intentó cambiarlo en mujer; lo adornó un día con velo nupcial, le señaló una dote, y haciéndoselo llevar con toda la pompa del matrimonio y numeroso cortejo, le tomó como esposa; con esta ocasión se dijo él satíricamente que hubiese sido gran fortuna para el género humano que su padre Domicio se hubiese casado con una mujer como aquélla.


Vistió a este Sporo con el traje de las emperatrices se hizo llevar con él en litera a las reuniones y mercados de Grecia y durante las fiestas sigilarias de Roma, besándole continuamente. Se sabe también que quiso gozar a su madre, disuadiéndole de ello los enemigos de Agripina, por temor de que mujer tan imperiosa y violenta tomase sobre él, por aquel género de favor, absoluto imperio. En cambio, recibió en seguida entre sus concubinas a una cortesana que se parecía en gran modo a Agripina; se asegura aun que antes de este tiempo, siempre que paseaba en litera con su madre, satisfacía su pasión incestuosa, lo que demostraban las manchas de su ropa.

Tras haber prostituido todas las partes de su cuerpo, ideó como supremo placer cubrirse con una piel de fiera y lanzarse así desde un sitio alto sobre los órganos sexuales de hombres y mujeres atados a postes; una vez satisfechos todos sus deseos, se entregaba a su liberto Doríforo, a quien servía de mujer, del mismo modo que Sporo le servía a su vez a él, imitando en estos casos la voz y los gemidos de una doncella que sufre violencia. Sé por muchas personas que estaba convencido de que ningún hombre es absolutamente casto ni está exento de mancha corporal, sino que la mayor parte de ellos saben disimular el vicio y ocultarlo con cautela; por esta razón perdonaba todos los otros defectos a aquellos que confesaban francamente delante de él su obscenidad.

No consideraba que la posesión de riquezas pudiese servir para otra cosa que para dilapidar. Para ser avaro y sórdido a sus ojos bastaba contar los gastos; para ser espléndido y magnífico era necesario arruinarse. Lo que más celebraba y admiraba en su tío Cayo era el haber disipado en poco tiempo los inmensos tesoros reunidos por Tiberio.

De modo que no ponía coto a sus gastos y generosidades. Se hace difícil de creer que gastaba para Tirídates ochocientos mil sestercios cada día y que a su partida le dio más de un millón. Al músico Menécrato y al gladiador Spículo les regaló muchos patrimonios y casas pertenecientes a ciudadanos honrados con el triunfo. Celebró funerales casi regios por el usurero Cercopiteco Paneroto, al que había enriquecido con espléndidas propiedades en el campo y en la ciudad. Jamás se puso dos veces el mismo traje. Jugaba a los dados a cuatrocientos sestercios dobles el punto. Pescaba con una red dorada, cuyas mallas eran de púrpura y escarlata. Se asegura que nunca viajaba con menos de mil carruajes, que sus mulas llevaban herraduras de plata, y que sus muleros vestían hermosa lana de Canusa, y que, en fin, sus conductores y corredores mazacos iban adornados con brazaletes y collares.

En nada gastó tanto, sin embargo, como en sus construcciones; extendió su casa desde el palacio hasta las Esquilias, llamando al edificio que los unía Casa de Paso; destruida ésta por un incendio, hizo construir otra que se llamó Casa de Oro, de cuya extensión y magnificencia bastará decir que en el vestíbulo se veía una estatua colosal de Nerón de ciento veinte pies de altura; que estaba rodeada de pórticos de tres hileras de columnas y de mil pasos de longitud; que en ella había un lago imitando el mar, rodeado de edificios que simulaban una gran ciudad; que se veían asimismo explanadas, campos de trigo, viñedos y bosques poblados de gran número de rebaños y de fieras. El interior era dorado por todas partes y estaba adornado con pedrerías, nácar y perlas. El techo de los comedores estaba formado de tablillas de marfil movibles, por algunas aberturas de los cuales brotaban flores y perfumes.

De estas salas, la más hermosa era circular, y giraba noche y día, imitando el movimiento de rotación del mundo; los baños estaban alimentados con las aguas del mar y las de Albula. Terminado el palacio, el día de la dedicación, dijo: "Al fin voy a habitar como hombre". Había empezado, además, baños totalmente cubiertos, que iban desde Misena al lago Averno, que hubiesen estado rodeados de pórticos y a los que proyectaba hacer llegar todas las aguas termales de Baias. Quería, en fin, abrir desde el Averno hasta Ostia un canal, evitando de este modo la navegación por mar, canal de ciento sesenta millas de largo y tan ancho que pudieran cruzarse en él dos quinquerremes. Para terminar estas obras mandó traer a Italia los presos de todas las partes del Imperio, y ordenó que las sentencias que se dictasen en lo sucesivo contra los criminales no impusiesen otra pena que la de estos trabajos.

Impulsaba a esta furia de gastar, aparte la confianza en su poder, la esperanza, repentinamente concebida, de un enorme tesoro escondido, que cierto caballero romano aseguraba había de encontrarse en inmensas cavernas de Africa, por haberlo llevado allí en otro tiempo la reina Dido al huir de Tiro, y el cual podría extraerse, según él, sin gran trabajo.

Desengañado de esta esperanza, empobrecido y agotados sus recursos hasta el punto de retrasar la paga de los soldados y las pensiones de los veteranos, recurrió a las rapiñas y a las falsas acusaciones. Estableció en primer lugar, que se le adjudicarían los cinco sextos en vez de la mitad de las herencias de los libertos que, sin razón plausible, hubiesen utilizado el nombre de alguna familia enlazada con él; que los bienes de aquellos que en su testamento se hubiesen mostrado ingratos con el príncipe, pertenecerían al fisco y que serían castigados los jurisconsultos que lo hubiesen escrito o dictado, y que se perseguiría, en fin, por delito de lesa majestad a todos aquellos a quienes denunciasen por sus palabras y actos.

Obligó a que le devolviesen los regalos que había hecho a muchas ciudades, al otorgarle coronas en los concursos. Había prohibido el uso de los colores púrpura y violeta, y un día de mercado mandó bajo mano a un mercader a que vendiese algunas onzas, con objeto de coger al punto a los demás en falta. Habiendo visto en el espectáculo y mientras cantaba, a una matrona adornada con la púrpura prohibida, mostróla, a lo que se dice, a sus agentes, y habiendo hecho sacarla en el acto, le confiscó el traje y los bienes. No confirió ya ningún cargo sin añadir: "ya sabes lo que necesito", o bien: "Obremos de manera que a nadie le quede nada". Concluyó por despojar la mayor parte de los templos y fundió todas las estatuas de oro y plata, entre ellas las de los dioses penates, que luego fueron restablecidas por Galba…

Empezó por Claudio sus asesinatos y parricidios, siendo, sin duda, si no autor, al menos cómplice de su muerte…Celoso de Británico, que tenía mejor voz que él, y temiendo, por otra parte, que por el recuerdo de su padre se atrajese algún día el favor popular, resolvió deshacerse de él por medio del veneno. Una célebre envenenadora llamada Locusta proporcionó a Nerón un brebaje, cuyo efecto defraudó su impaciencia, pues no produjo a Británico más que una diarrea. Hízose traer a aquella mujer, la azotó por su mano, y la reconvino por haber preparado una medicina en vez de un tósigo; como ella se excusase con la necesidad de mantener el crimen secreto:

Sin duda —contestó con ironía—, temo la ley Julia , y la obligó a preparar en su palacio y delante de él mismo el veneno más activo y rápido que le fuese posible. Lo ensayó en un cabrito, el cual vivió todavía cinco horas; en vista de ello lo hizo fortalecer y concentrar más, tras lo cual se lo dio a un cochinillo, que murió en el acto. Mandó entonces llevar el veneno al comedor y darlo a Británico, que comía a su mesa. El joven, apenas probó el veneno cayó revolcándose, diciendo Nerón que se trataba de un ataque de epilepsia, enfermedad que padecía; a la mañana siguiente le hizo sepultar con prisas y sin ninguna ceremonia, en medio de una lluvia torrencial.

En cuanto a Locusta recibió en premio de su servicio la impunidad, considerables bienes y hasta discípulo…”.
El ojo vigilante y crítico de Agripina veía cuanto decía o hacía Nerón, por lo que él intentó envenenarla tres veces, mas ella siempre se tomó un antídoto por anticipado, hasta que Nerón inventó una maquinaria en el techo de su dormitorio (el de Agripina) para que unas losas cayesen encima durante el sueño. Sin embargo, alguien dio a conocer la conjura.

Luego, Nerón inventó una barca con un camarote, que o debía hundirse o caer el techo sobre Agripina. Nerón se mostró muy contento y de buen humor cuando acompañó a su madre al muelle, y hasta le besó los pechos antes de que ella subiera a bordo. Nerón estuvo en vela toda la noche, muerto de ansiedad, esperando la noticia de la muerte de su madre. Al amanecer, Lucio Agerno, un esclavo libre de Agripina, fue a comunicarle alegremente que aunque el barco se había hundido, su madre había nadado hasta la playa, por lo que no debía temer por ella. A falta de mejor plan, Nerón le ordenó a uno de sus servidores que dejara caer una daga subrepticiamente al lado de Agerno, al que acusó rápidamente de intento de asesinato.

Después concretó el asesinato de Agripina, fingiendo que ésta había enviado a Agerno para matarle a él, pero suicidándose al enterarse que la confabulación había fracasado. Hay autores que aún proporcionan más detalles; parece ser que Nerón al examinar el cadáver de Agripina, movió sus piernas y brazos críticamente, y mientras bebía cínicamente, discutía sus defectos y sus bondades corporales.
También se ha dicho que ordenó que le extirpasen el útero a Agripina para ver el sitio de donde había él salido.
A éste siguieron innumerables crímenes. Uno de ellos fue accidental, y grande su dolor y altas sus lamentaciones por la muerte de su esposa Popea que estaba encinta, y a la que mató de una patada en el estómago.

Mencionaremos dos de sus atrocidades: una vez convirtió en antorchas humanas a unos cristianos cautivos, usándolos para alumbrar una fiesta; y en los juegos, durante la violación de las vírgenes, se entretenía imitando sus gritos de angustia.
Este último emperador de la línea de los Césares murió por su propia mano a los treinta y dos años; su suicidio impidió su asesinato, que era ya inminente. Galba, su sucesor, recibió la noticia con un acto que Nerón seguramente habría aplaudido:

Homosexual, mostraba una preferencia decidida por los hombres maduros. Se dice que cuando Icelo, uno de sus compañeros de cama, le dio la noticia de la muerte de Nerón, Galba le cubrió de besos y le pidió que se desnudara sin demora; tras lo cual tuvo lugar el acto íntimo...”

El espectáculo de fieras luchando entre sí y luego contra humanos, fue sin duda lo que más marcó a la sociedad romana de los primeros siglos y su aparición data aproximadamente del año 186 a. de C., unos ochenta años antes que se pusiesen de moda los combates entre gladiadores, llegando a su ocaso solo a mediados del siglo VI, en que fueron definitivamente prohibidos.

El más antiguo registro pertenece al historiador Tito Livio quien nos dice que en tiempos del Emperador Augusto, los ediles P. Lentulo y Escipión Násica, organizaron un evento donde se exhibieron 63 fieras traídas de Africa, entre panteras, leopardos y hienas , además de cuarenta osos y similar número de elefantes.
El historiador Dión Casio cuenta que Cómodo (180-193), en su afán de demostrar a la plebe su valor, bajó a la arena y mató en un solo día cinco hipopótamos, y en otras jornadas una jirafa, dos elefantes y algunos rinocerontes.

Pero no solo se traían a la arena fieras exóticas e importadas de regiones lejanas, pues era usual, que se hiciera combatir a esclavos con diferentes especies autóctonas de Italia, como osos, corzos jabalíes y ciervos, cuya rapidez para desplazarse ponía en aprieto a sus contendores, que debían aguzar el ingenio para cumplir su cometido.

El traslado de estos animales siempre fue muy dificultoso y las partidas de estas fieras, con mayor razón si provenían de países lejanos, tardaban muchos meses en llegar a destino, siendo frecuente que varios animales muriesen en el viaje por las duras condiciones que debían soportar, falta de comida adecuada al desconocerse sus costumbres o por accidentes de los barcos y caravanas, que debían navegar en mares tumultuosos o transitar por caminos muy accidentados.

Por un edicto del Emperador Teodosio, se pudo saber que era obligación de los municipios por donde tocara atravesar a estas caravanas el alimentar y dar alojo adecuado a estos animales, lo que no siempre cumplían, lo que causaba descomunales problemas administrativos con el poder central. Para prevenir el incumplimiento de la llegada de fieras salvajes a los torneos en la fecha oportuna, los zoológicos locales estaban siempre repletos de fieras, para suplir llegado el caso su presencia, siendo repuestos apenas se podía, para no causar las iras de los organizadores, que a veces significaban azotes, penas de prisión o defender los infractores su vida en el circo romano luchando con tigres o leones.

Estas cacerías y muerte en la arena de especies animales, era aprovechada por los médicos y estudiantes de anatomía. Galeno escribe que los médicos locales conseguían aceites y material para fabricar distintas medicinas de sus cadáveres y para practicar autopsias y mejor conocimiento de sus anatomías. Los artistas también siempre estaban interesados en dibujarlos al natural, realizando desde la primera fila, bocetos y dibujos tanto de las bestias como de los momentos culminantes de una lucha con gladiadores, para venderlos luego a los interesados, dejar registro de sus hazañas y trasladar luego tales dibujos a motivos de adorno en telas y jarrones.

En estos circos romanos de nuestro ayer, no solo había espectáculos de lucha, siempre tan desigual y rezumantes de barbarie, sino que además se representaban auténticas cacerías que incitaban al salvajismo y rapiña de los espectadores, que tenían allí la oportunidad, como ocurre con los televidentes modernos, de saciar sus más recónditas perversiones, protegidos por esta especie de permisión que entrega el saber que hay muchos más que hacen lo mismo y que los antiguos resumían en el refrán popular que reza “consuelo de muchos, consuelo de tontos”.
En la "Historia Augusta", obra de finales del siglo IV, se describe que durante el mandato del emperador Marco Aurelio Probo (276-282), los asombrados espectadores vieron que en toda la extensión del circo se había trasplantado un verdadero bosque de árboles inmensos traídos de exóticas regiones, simulando una selva, en cuya espesura se fueron soltando diversas especies de animales, muchas de ellas desconocidas en la Roma antigua, incitando a la plebe a convertirse en protagonistas del espectáculo, cazando con sus propios medios todos los animales que fueran capaces de matar o capturar.

Para ello se soltaron primero mil avestruces, luego mil ciervos, después mil jabalíes, mil gamos, mil cabritillas y diversos otros herbívoros, en tal cantidad, que la desaforada y enloquecida gente, se dio un auténtico baño de sangre matando y descuartizando a los asustados animales hasta que no tuvieron fuerzas para continuar su macabra tarea de juntar los trozos o pieles que pensaban llevarse, siendo avivados y produciendo el deleite de quienes quedaron de espectadores, que reían a mares de los desaguisados que se producían en estas capturas, así como de lo accidentes de sus protagonistas.

Antes mencionábamos la repulsa que este tipo de actos vandálicos y aberrantes han merecido siempre de los intelectuales. Marco Terencio Varrón, Director de las primeras bibliotecas públicas de Roma, literato que escribió más de seiscientas obras nos dejó la siguiente frase condenatoria de tales juegos: "¿No sois unos bárbaros, los que echáis los criminales a las fieras?"

Su contemporáneo Marco Tulio Cicerón, jurista, filósofo, político y gran orador, también se atrevió a criticar estos actos: "¿Qué placer puede representar para una persona culta ver como un hombre débil es despedazado por una fiera fuerte y gigantesca o cómo un hermosísimo animal es atravesado por una jabalina?"

En otra oportunidad, este mismo Emperador Probo ordenó soltar en el anfiteatro cien leones de espesa melena, a quienes soldados y voluntarios del público debían matar, parapetados tras unas mallas con picas y lanzas. Luego fue el turno de cien leopardos de Libia, cien leopardos sirios, cien leonas y cien osos. Todos ellos fueron acabados por la plebe y la soldadesca con flechas y todo tipo de armas, en medio de los rugidos de dolor y de espanto de estas grandes bestias, sacrificadas cobardemente y a mansalva.

En los juegos que organizó Septimio Severo, en el año 202, la palestra se transformó en pocos momentos en un barco gigantesco, que inmediatamente, por obra de sofisticados artilugios se desencuadernó, quedando al descubierto sobre la arena 700 fieras, leones, panteras, osos, bisontes y avestruces, que fueron sacrificados en los 7 días que duró la fiesta.

Nerón en el año 57 o 58 convirtió la arena del anfiteatro levantado por él en el Campo de Marte en un gigantesco lago, donde se exhibieron toda clase de peces y monstruos marinos, y se reprodujo un encuentro naval entre persas y griegos, que recordaba las Guerras Médicas. Después se vació el lago y sobre la arena lucharon los gladiadores y se simuló un combate terrestre, terrible, sangriento y cruel, por supuesto, para agradar y colmar las expectativas de los espectadores. En el año 64 el mismo emperador en el mismo lugar, organizó por segunda vez una Naumaquía, seguida, como la primera, de un combate de gladiadores y después de un fastuoso festín, una verdadera bacanal, con bailarinas y licores organizado por Tigelino, su brutal y leal Jefe de la Guardia Pretoriana, donde hubo tantos muertos y lesionados por las riñas, como los habidos en las luchas.

El emperador Tito organizó en el año 80 unas fiestas que duraron 100 días y no podían
faltar en ellas los espectáculos acuáticos. En el primer día sobre una tarima de madera
que cubría el lago organizó unos combates de gladiadores y un acoso de fieras, el
segundo día una carrera de carros y el tercero un simulacro de batalla naval entre atenienses y siracusanos, que recordaba los tenidos con ocasión del ataque de Atenas a Siracusa durante la Guerra del Peloponeso, 415-413 a. de C. Como no puede dejar de pensarse, la organización de estos magnos espectáculos significaba movilizar muchos medios humanos y técnicos y su costo era elevadísimo.

Se ha calculado, que la sustentación de estos eventos comprometía a más de un millón de personas de distintos oficios, que proveían, a veces desde el otro lado del mundo, por tierra en caravanas, por distintas rutas marítimas, fieras, esclavos, luchadores, comida, escenografías especiales, fabricación de armas, de carros de tiro, de disfraces, barcos y un sinfín de servicios, que posibilitaban el funcionamiento de esta puesta en escena diaria del teatro, el circo y el anfiteatro en cientos de lugares en diferentes países al mismo tiempo, todos ellos bajo la égida del Imperio, que eran en su mayor parte, incluyendo a los seres humanos, productos desechables, que servían para una o un par de funciones y que había que reemplazar urgentemente.

Todo ello, sin contabilizar los artesanos, artistas, músicos, cantantes, joyeros, herreros, cocineros, carpinteros y otros oficios manuales, así como aquellos agentes de publicidad, apostadores y todo tipo de funciones organizativas que se precisaba para cumplir con las etapas y el desarrollo de estas magnas funciones supervigiladas directamente por el Emperador, donde cualquier fallo, desliz o error, podía costar la vida al responsable. Hay que pensar además, que la sola construcción de los escenarios, distintos cada vez; la anegación del circo o del anfiteatro con millones de litros de agua de los ríos y esteros cercanos y los sistemas de contención de las aguas para que no se inundasen las tribunas y para hacerlos navegables o salinos, si allí se exhibían animales y peces marinos; extraer luego esta masa de agua y dejar el campo apto y seco para el espectáculo de luchas, necesitaba ingentes obras de ingeniería, ejércitos de esclavos y una creatividad extrema de los ingenieros de todas las ramas del saber.

El emperador Domiciano, intentando superar la magnificiencia de las fiestas acuáticas organizadas por su hermano, hizo construir un nuevo y grandioso lago artificial y organizó un gigantesco combate naval. Durante esta representación se desató una gran tormenta sobre los espectadores, pero el Emperador no permitió que se suspendiesen las acciones bélicas ni que nadie abandonase el circo resguardado fuertemente por tropas armadas. El resultado fueron decenas de ahogados en las aguas desbordadas del lago y de enfermos por neumonía, catarros, enfriamientos y numerosos tipos de accidentes.

La Historia Augusta, obra de finales del s. IV, da noticia de otra Naumaquía, celebrada por el Emperador Filipo el Árabe, con ocasión de festejar el milenario de la fundación de Roma. Se sabe que fue uno de los más grandiosos de ese tiempo, que hubo miles de muertos, de humanos y bestias, en una interminable batalla naval, quizás la mas costosa habida hasta entonces, pero no se conocen detalles.

Tales despliegues de crueldad, de desprecio por la vida humana y consecuente gozo y lujuria, ya que también las mujeres fueron usadas para la lascibia pública, con torturas, violaciones de animales como burros y toros y otras depravaciones, sumadas a la habitualidad de contemplar estos espectáculos como diversión natural, que en la práctica constituía el pan de cada día de los soldados romanos, que en batalla, penetraban a sangre y fuego en las poblaciones enemigas tomando las riquezas y las mujeres que precisaban, para darles muerte después o entregarlas a sus subalternos, no pudo dejar de influir en la sociedad romana, contaminando fuertemente a todas sus clases sociales, en especial a quienes ostentaban el poder, con la consecuencia que estos generales y monarcas pasaron a la posteridad como verdaderos monstruos humanos, que practicaban simultáneamente adulterio, incesto, sodomía, hurto, violaciones y homicidio.

Tales costumbres, están reflejadas en la mayor parte de estos emperadores endiosados, que provenían de unas pocas familias de nobles que iban sucediéndose en el reinado, en una sociedad donde era común denominador la veleidad, la prepotencia, la traición, la homosexualidad, el uso de drogas, el incesto y la suma de todas las perversiones, que su poder y riqueza sin límites podía consumar. Tradición que fue recogida posteriormente por todas las teocracias de Europa, sin exceptuar la ejercida por la mayoría de los Papas católicos, que en el ejercicio de sus cargos no fueron otra cosa, -y lo siguen siendo,- que Emperadores teocráticos al estilo romano.

A lo largo de la historia y en distintos ámbitos socioculturales ha primado la prohibición del incesto, incluso legalmente, prefiriéndose la búsqueda de nuevos vínculos de parentesco fuera del grupo parental. De hecho, tal tipo de relaciones es rechazado por la sociedad y tiene serias objeciones médicocientíficas. Esta regla se denomina exogamia, por contraposición a la endogamia. No obstante no siempre esto fue así.

El comienzo de todos los mitos es el incesto divino; la diosa madre se empareja con su hijo para crear con él el mundo y todos sus seres vivos. Lo mismo sucede con Gala y Urano, la diosa de la tierra y el dios del cielo de los griegos.

Cuando cae la gran diosa, son parejas de hermanos los que comienzan a dirigir la Corte celestial. Zeus y Hera en el Olimpo, Isis y Osiris en Egipto, Wotán y Freya entre los germanos. Y lo que es legal para los dioses, también debía serlo para los reyes dioses.


Afrodita (Venus) estaba casada con su hermano Hefesto (Vulcano), pero lo engañaba continuamente con mortales y con otros dioses, entre ellos sus hermanos Ares (Marte), Apolo y Hermes (Mercurio). Su hijo Eros (Cupido) era, al parecer, producto de la unión incestuosa de Afrodita y su padre Zeus y Hades (Plutón), era casado con su sobrina Perséfone (Proserpina).

En algunas dinastías egipcias lo habitual era que el Faraón se casase con su hermana. La calidad sobrenatural de la sangre real se protegía de impurezas mediante el incesto, un motivo antiquísimo que permanece aun vivo entre la alta aristocracia de todo el mundo.
En efecto, la justificación del incesto para mantener la pureza de la sangre ha llegado a estar muy extendido en la historia humana y se ha mantenido a través de los tiempos. Así lo ponía claramente de manifiesto el decreto de un soberano Inca del antiguo Perú..: "Yo, el inca, ordeno que nadie puede contraer matrimonio con su hermana, madre, prima, tía, nieta, pariente o madrina de sus hijos. En caso contrario le serán arrancados los ojos como castigo. Unicamente al inca le está permitido tomar como esposa a su hermana".

En Africa han existido múltiples variantes del incesto. Los Bantúes tomaban por esposas a sus propias hermanas entre las clases superiores, pero estas relaciones eran inimaginables para el pueblo llano y se veían obligados, si querían hacerlo, a desafiar a los espíritus más poderosos. Entonces había que justificarlos utilizándolos como hechizos. Así la religión y la magia se convirtieron también en aliados de las relaciones incestuosas. Algunas tribus del lago Niasa están convencidas de que aquel que se atreve a acostarse con su madre o su hermana, se hace invulnerable. Una comunidad al norte de Zimbawe utiliza el incesto entre hermanos y hermanas como remedio contra las picaduras de serpiente, siempre que se realice al mediodía y en la plaza del poblado...

El poderoso Zeus (después Júpiter para los romanos) era el padre de los dioses griegos y el dispensador de la justicia divina. Soberano de los cielos, llevaba un rayo para representar su poder asociado con el clima y los fenómenos de la naturaleza. Tenía poder de vida y muerte sobre dioses, semidioses y humanos y sobran los episodios donde se comporta caprichosamente, celoso, vengativo, cruel sádico y homicida, tal cual si hubiera sido hecho a imagen y semejanza del hombre.

Desde los tiempos más remotos, este elemento de la sangre preservada por el incesto, se convierte en un fluido misterioso que posee cualidades diferentes a la del resto de los hombres. Aún se dice que los monarcas tienen "sangre azul", aunque se haya perdido el significado de este simbolismo del color, que originariamente obedecía a la idea de que los reyes procedían del cielo, al correr por sus venas el mismo tipo de sangre de los dioses.
Desde épocas pretéritas, quizás desde el principio de los tiempos muchos emperadores, reyes, sacerdotes e incluso pueblos enteros, se han considerado descendientes de seres inmortales, portadores de su sangre regia, sino escogidos entre todos los pueblos para reinar sobre ellos al final de los tiempos.

El Faraón egipcio era un Dios encarnado, el propio Horus que continuaba su mandato en un nuevo cuerpo. Como mandaba la tradición a las deidades, usaba sujeta al cinto una cola de animal y sobre su frente la imagen de la serpiente Reus, que devoraba a sus enemigos. No sólo era el sucesor de los Neteru (los dioses reyes que gobernaron Egipto en una mítica Edad de Oro Original), sino que se afirmaba que su sangre era diferente; era oro puro, incontaminado, el metal del Sol, como la que corría por las venas de los inmortales.

Tal cual como pasaba en Egipto, los dioses celestes mesopotámicos gobernaban a través de sus reyes dioses. Los monarcas Partos eran hermanos del sol y la luna. Los soberanos indúes igualmente eran considerados encarnaciones divinas. En las leyes de Manú se expresaba: "ni siquiera un rey niño debe ser menospreciado por la idea de no ser más que un mortal; porque él es una gran deidad en forma humana". Los emperadores Incas eran "Hijos del Sol" por lo que no podían equivocarse. Los reyes Aztecas eran tenidos por dioses. Así ocurrió con Moctezuma, el último de sus emperadores.

También Africa fue hasta hace muy poco prolífica en reyes dioses. Como a tales adoraron sus súbditos a los monarcas de Benin y de Mombasa. Hasta no hace mucho tiempo, el emperador del Japón, era considerado una encarnación de la diosa del Sol, Amaterasu. Uno de sus títulos era el de "deidad manifestada", y una vez al año los inmortales le visitaban en su corte durante un mes. Este era el mes "sin dioses", durante el cual nadie acudía a los templos, porque éstos estaban de visita en el hogar imperial. El culto de la persona del emperador fue derogado por los aliados tras la Segunda Guerra Mundial; pero, aunque oficialmente éste ya no es tenido por un Dios como hasta entonces, muchos de sus súbditos le siguen considerando como tal.

La tradición del incesto estuvo presente en las monarquías del antiguo Egipto, donde Cleopatra se casó primero con uno y después con otro de sus hermanos. Incesto existió también en los antiguos monarcas Hawaianos y como perdura en la sociedad tibetana, donde varios hermanos pueden compartir la misma esposa. El Patriarca Abraham, según la Biblia, se unió a su media hermana Sara. Herodías, nieta del rey judío Herodes el Grande, estuvo casada con su tío Herodes Filipo,resultando de esta unión la célebre Salomé. Según algunas fuentes, la vírgen María era sobrina política de José, que había estado casado con una hermana de su madre. Agripina, madre de Nerón, se acostó con su hermano Calígula, su tío Claudio y su hijo Nerón. Julia y Drusila, hermanas de Agripina eran también amantes de Calígula. Cuando Drusila murió, el trastornado Calígula la hizo adorar como diosa con el nombre de Pantea.
Los padres de Aldolf Hitler, Alois y Klara eran tío y sobrina. Años más tarde Hitler repitió la historia de sus padres con su sobrina Geli Raubal, la hija de su hermanastra Angela. Fueron amantes hasta que Geli se suicidó en 1931, a los 23 años, tras lo cual Hitler la reemplazó por Eva Braun, entonces de 19 años.

Todo el mundo ha escuchado en este siglo del Papa Rodrigo Borgia, quien tomó el nombre de Alejandro VI; de su simonía al comprar el cargo y luego vender cardenalatos al mejor postor, de sus varias amantes, cuando fue Cardenal y mientras permanecía en la sede papal, de su docena de bastardos tenidos con estas amantes y prostitutas; de como los ayudó usando su influencia para situarlos en cargos expectantes y casarlos con la realeza europea; de como vivió públicamente en incesto con sus dos hermanas y luego con su propia hija Lucrecia, a quien casó varias veces para concretar pactos políticos de conveniencia para la política vaticana y extender su poder dentro de las monarquías europeas; de su famosa orgía sexual habida en el Vaticano el 31 de octubre de 1501, que se dice no ha tenido parangón en los anales históricos de la humanidad, superando incluso las más sonadas bacanales de la Antigua Roma, todo lo cual los interesados pueden verificar en La Enciclopedia Católica (Diarium, Vol.3, pag.167).

O bien, para nombrar al más pintoresco de los varios Papas que se sucedieron en un extenso período de la Historia Vaticana denominado "el reinado de los Papas fornicarios" donde Juan XXII (1410-1415, fue acusado en un Concilio de la Iglesia Católica por 37 Obispos y sacerdotes de fornicación, adulterio, incesto, sodomía, hurto y homicidio, probándose que había seducido y violado a 300 monjas, manteniendo en Bolonia, ciudad italiana cerca de los Apeninos, un harén donde no menos de doscientas muchachas habían sido víctimas de su lujuria. Condenado por 54 cargos, fue depuesto y huyó, sin que la curia lo haya puesto a disposición de la justicia.
El registro oficial de su paso por el Papado mantenido en las oficinas vaticanas reza: “Su señoría, Papa Juan, cometió perversidad con la esposa de su hermano, incesto con santas monjas, tuvo relaciones sexuales con vírgenes, adulterio con casadas y toda clase de crímenes sexuales... entregado completamente a dormir y a otros deseos carnales, totalmente adverso a La vida y enseñanzas de Cristo... Fue llamado públicamente el Diablo encarnado. Para aumentar su fortuna, el Papa Juan puso impuestos a todo, incluyendo la prostitución, el juego y La usura. Se le ha llamado con frecuencia “el más depravado criminal que se haya sentado en el trono papal”.

Curiosamente, estos dioses paganos, tal cual ocurrió luego con el dios del Antiguo Testamento, prohibían expresamente a los humanos el comportamiento tan habitual en ellos mismos de ser posesos de las más bajas pasiones, que manifestaban haciendo uso de sus poderes incontrarrestables. Estaba bien que los dioses mataran, pero no los humanos. El incesto era un procedimiento de los dioses, no del hombre.

No matarás decía uno de los mandamientos del Dios del Antiguo Testamento, pero la Biblia está plagada de aberrantes asesinatos de inocentes provocadas por su ira irracional: "Y aconteció que a la medianoche Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales. Y se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios; y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto". Éxodo 12:29-30.

Otros de sus mandatos divinos fueron:
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Yahveh tu Dios te da; No cometerás adulterio; No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo;

"Entonces Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano. Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida". 38:8-10...

Por eso nuestros antepasados, a diferencia de los tiempos modernos nunca adoraron a este Dios Bíblico, solo lo alabaron, lo respetaron, le rendían pleitesía. Jamás le amaron, solo le temieron.
Nuestros abuelos y sus padres y los padres de ellos, aprendieron a vivir bajo la égida del temor a Dios. Cómo no hacerlo si de allí no venían las buenas nuevas, ni la felicidad o la ventura. Solo amenazas, calamidades y malos augurios si no se le obedecía ciegamente. Todo estaba prohibido, porque todo era maligno. Había una obsesión divina por la maldad, por el demonio que según el Dios era el patrón del mal. Y la gente, para agradar a Dios, odiaba a este demonio incitador, fabricante de pecados, capaz de conducir nuestra alma a los infiernos.

No obstante, si repasamos con un mirada gruesa lo que nos cuenta la Biblia Judeo cristiana, vemos que la realidad nos dice algo muy distinto. Es claro que las mayores tragedias sufridas por la humanidad, todos los grandes males y sufrimientos que ha vivido el hombre, provienen justamente de este Dios demencial que lo único que hace en todo el libro es eliminar su obra, destruir humanos y advertirnos del enemigo, del demonio.

La pregunta que salta a la mente es ¿Cómo si Dios creó al mundo y a todos los seres vivientes sobre los que tiene poder de vida y muerte, por qué no ha podido deshacerse del demonio? ¿O es que este es tan o más poderoso que él mismo?. Y Luego, ¿cuál es el mal que este ser le hace a la humanidad, salvo la leyenda del famoso pecado original por haber desobedecido Adán bajo su influencia, de no comer del árbol de la sabiduría? Y a todo ésto ¿por que se opuso Dios a que el hombre fuese sabio, distinguiera del bien del mal e incluso que fuera totalmente a su imagen y semejanza, es decir inmortal? ¿Egoísmo?

¿ Quién mandó el diluvio universal que aniquiló a casi toda la humanidad? (Gn 6, 7);
¿quién destruyó la ciudad de Sodoma, haciendo bajar fuego y azufre del cielo? (Gn 19, 24);
¿Quién convirtió en estatua de sal a la pobre mujer de Lot, sólo por haberse dado vuelta y mirar hacia atrás? (Gn 19, 26);
¿quién volvió estéril a Raquel, la segunda mujer de Jacob? (Gn 30, 1-2);
¿quién hizo nacer tartamudo a Moisés? (Éx 4, 1012);
¿quién mató a los niños de las familias egipcias? (Éx 12, 13);
¿quién provocó las derrotas militares de los israelitas (Jos 7, 215; Jc 2, 14-15);
¿quién hizo morir al hijo del rey David, porque su padre había pecado? (2Sam 12, 15);
¿quién causó la triste división política del reino de Israel, que tantas secuelas funestas acarreó entre los hebreos? (1 Rey 11, 9-1 l);
¿quién dejó ciego al ejército de los arameos, cuando atacaron a la ciudad de Dotán? (2Rey 6, 18-20).

Efectivamente fue Yahvé y no Satanás quien envió las serpientes venenosas que mordieron a los israelitas cuando estaban en el desierto (Núm 21, 6); quien produjo un terremoto para que murieran todos los que se habían sublevado contra Moisés (Núm 16, 3132); quien castigó con la lepra a la hermana de Moisés (Deut 24, 9); quien mandó la peste a Israel, en la que murieron 70 mil hombres (2Sam 24, 15); quien provocó una sequía de tres años en todo el país (1 Rey 17, l).
¿Dónde está la mano del tal demonio en estas citas?.
¿En cuál de estas pestes, infortunios, asesinatos y venganzas lo tenemos como ejecutor?

En el libro de Isaías Dios dice: "Yo, Yahvé, creo la luz y las tinieblas; yo mando el bienestar y las desgracias; yo lo hago todo" (44, 7).

¡A confesión de parte, relevo de pruebas.!.





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