domingo, 16 de enero de 2011

De Pan y de Circo...

“Ante las atrocidades hay que tomar partido, la posición neutral ayuda siempre al opresor, nunca a la víctima. El silencio estimula al verdugo, nunca al que sufre.”
-Elie Wiesel, Sobreviviente del Holocausto, Premio Nobel de la Paz, 1986.


La frase, antigua y manoseada, reza originalmente «Panem et circenses», (literalmente, «pan y juegos del circo») locución latina que hace referencia principalmente a las malas prácticas políticas de gobiernos populistas y también de facto, que recurren a la fácil pero efectiva receta de proveer a las masas, al pueblo, al populacho generalmente desinformado y empobrecido, de alimentos y granjerías gratuitas y entretenimiento de baja calidad, para mantenerlos tranquilos y leales como aliados para sus ladinos proyectos.

Tal expresión peyorativa deviene del siglo I y pertenece al poeta romano Décimo Junio Juvenal y se encuentra en su famosa “Sátira X”, donde describe la costumbre de los emperadores de regalar trigo y entradas para los juegos circenses, para mantener al pueblo distraído de la política y equivale en la actualidad a los reclamos de “pan y fútbol”, “pan y toros”, “pan y religión” o “pan y realities”, que los intelectuales de todos los tiempos han representado a las autoridades, en la búsqueda de fórmulas serias, constructivas e inteligentes para forjar los valores de la sociedad, en vez de la degradante escalada de mal gusto y de encomio a los antivalores y superficialidades que algunas doctrinas, medios de comunicación y gobiernos predican, promueven y financian.

Julio César, al que se le atribuye la frase dicha a Marco Junio Bruto, su antiguo amante, “Tú también Bruto, hijo mío”, en la conspiración de marzo de 44 a. de C. que le costó la vida, mandaba distribuir trigo gratuitamente a unos 200.000 ciudadanos. Tres siglos más tarde todavía Aureliano (270-275), seguía con la costumbre y repartía panes diariamente a cerca de trescientas mil personas. Esta asistencia, como bien saben estos sátrapas, era y sigue siendo muy valorada entre los desposeídos, que no entienden ni les interesa la verdadera intención del donante. Para ellos ese pan, a veces el único alimento para sus hijos, es vital y lo agradecen sin hacer preguntas. Y ese agradecimiento significa corresponder con el voto, porque el hambre no tiene sentido de clase y el hambriento no tiene tiempo de analizar si tras esa acción hay intenciones retorcidas.

Los reyes, los emperadores, los demagogos y los dictadores precisan el favor popular y la única forma de alcanzarlo es regalando a título personal, pero a costa del erario del Estado estas granjerías. ¡Y qué mejor que algo que acalle el hambre producida por sus mismas administraciones; y para las murmuraciones negativas de la gente, un poco de contentamiento, de diversión gratuita!
En la Roma antigua, más de la mitad de la población no trabajaba ni percibía dineros por la práctica de un oficio esporádico. Vivían en feudos de sus señores o eran parcialmente mantenidos por ellos. Aquellos que trabajaban quedaban libres después del mediodía por lo que había mucho tiempo para el ocio, lo que preocupaba a la clase gobernante porque eso implicaba que la gente pensase en su situación y reclamase políticas públicas, condenase la vida privada de los servidores imperiales, escuchase a los enemigos del estado o desprestigiase a sus gobernantes.

Ello explica el celo de todos los emperadores romanos y de los tribunos y aspirantes al senado de potenciar las dádivas al bajo pueblo, usando si era necesario su dinero particular, para entregarles espectáculos y comida como una forma de ganar prestigio y conseguir votos. Lo hacían con gran generosidad y sobre todo con espectacularidad.

Los Romanos eran los dueños del mundo, sus conquistas eran interminables y los Generales y Patricios victoriosos recibían como paga por su servicio al Estado la administración de países, comarcas y feudos. No olvidemos que Roma, en su apogeo llegó a abarcar desde Gran Bretaña al desierto del Sahara y desde la Península Ibérica al Eufrates, provocando un importante florecimiento cultural en cada lugar en el que gobernó, gracias a su gran flexibilidad para aceptar y hasta adoptar las formas de vida de los pueblos conquistados.
Las actividades agrícolas y la mayoría de los oficios estaban a cargo de sus esclavos y siervos, por lo que el dinero abundaba y el tiempo sobraba
Lo que se intentaba permanentemente demostrar por los Tribunos más sobresalientes, era su inclaudicable devoción a su Emperador y a los dioses de Roma, pero sobre todo se buscaba honores y prestigio, para ser merecedores de un cupo en el Foro, en el Senado Romano.Toda esta parafernalia tenía ocurrencia y se manifestaba en los Circos, enormes construcciones del Estado, destinadas a los espectáculos. En Roma había 165 días de fiesta al año y muchas de estas celebraciones duraban semanas y hasta meses. La inauguración del Coliseo, en verdad el anfiteatro Flavio, por el Emperador Tito, el mayor de los cientos de anfiteatros esparcidos por el imperio, que tenía capacidad para 45.000 espectadores, duró cien días consecutivos y el primer día se exhibieron en su majestuoso ruedo 5.000 fieras importadas especialmente de África. Durante esas memorables fiestas fueron sacrificados 9.000 animales que entraron en lucha con cientos de hombres, esclavos, criminales y enemigos del Imperio, espectáculo que emocionaba a los romanos que aplaudían a rabiar a sus favoritos, hombres o bestias, por su valor, destreza en la lucha y forma de morir.El Circo romano llegó a ser era una de las instalaciones lúdicas más importantes de las ciudades romanas, en las que participaban desde el Emperador hasta el último de los ciudadanos. Junto con el Teatro y el Anfiteatro formaba la trilogía del ocio y la cultura romana por antonomasia.

Trajano, en el año 107, celebró el triunfo sobre Dacia, la actual Rumania, con unas fiestas que duraron 4 meses, en las que intervinieron 11.000 fieras salvajes importadas de diferentes selvas del mundo, que lucharon contra 10.000 hombres. Ríos de sangre mancharon las arenas del gigantesco ruedo, antecesor de las hoy tan populares Plazas de Toros. Se sabe, que todos los animales perecieron, pero no hay registro de las bajas humanas, lo que da una idea de la escasa importancia que las personas tenían para esa sociedad corrompida.
Gran parte de los criminales y de los presos de guerra eran destinados a estas luchas sanguinarias. Existían empresas especiales que proporcionaban partidas de gladiadores y Escuelas de lucha que los adiestraban en estas artes, así como también corporaciones que controlaban las apuestas. Esto último, era una fuerte actividad comercial, muy del gusto del pueblo romano, que producía pingües ganancias.

Con el tiempo, la actividad de gladiador dejó de ser exclusivamente para condenados, prisioneros de guerra o esclavos que buscaban su libertad y pasó a ser un derecho de cualquier ciudadano romano. La diferencia estribaba en que algunos eran obligados a hacerlo para servir de diversión a la plebe y otros tenían la opción de hacerlo libremente. Muchos nobles y soldados fueron famosos en el ruedo e incluso varios Emperadores, abiertamente o de incógnito participaron en estas luchas. Calígula, a veces disfrazado de soldado, gustaba de rematar de su propia mano a los heridos y moribundos, acto que le producía gran placer. Cómodo, se atribuyó más de 700 victorias luchando con los más renombrados gladiadores de la época, apostando cada vez, fuertes sumas de dinero a su favor. Obviamente, siempre salía victorioso.

En contra de la creencia popular, también existían mujeres gladiadoras. En el museo Británico, se encuentra un relieve proveniente de Halicarnaso, donde figuran dos gladiadoras famosas conocidas como Achilia y Amazona.

El historiador Tácito, menciona en sus escritos como el Emperador Nerón gustaba de los espectáculos donde quienes luchaban eran mujeres y en sus “Anales”, refiriéndose a los Juegos organizados por éste, donde participaban mujeres nos dice: “sin embargo, muchas mujeres distinguidas y senadores, aparecían en el anfiteatro deshonrándose a sí mismos.”
Por su parte, Petronio, a quien Nerón obligó a suicidarse habla en su "Satiricón”, acerca de una mujer que luchaba en el circo subida en un carro, al igual que los hombres. Y Dion Casio el senador y escritor , nos informa que durante los Juegos celebrados para divertir al rey de Armenia, Nerón ideó una exhibición de Gladiadores con la participación de etíopes, donde figuraban hombres, mujeres y niños. También, que Domiciano, el hermano menor de Tito, a quien sucedió, incluyó en los Juegos que le tocó organizar a mujeres gladiadoras: “El, celebró cacerías de animales salvajes, combates de gladiadores por la noche a la luz de las antorchas y no solo combates entre hombres, si no también combates entre mujeres..” , e incluso, “algunas veces hacía que se enfrentasen enanos y mujeres…”


La base de la alimentación entregada por las grandes escuelas de entrenamiento de gladiadores consistía en una dieta vegetariana alta en proteínas, o bien solo carne. Así conseguían engordar y dar peso y volumen a los cuerpos a los luchadores para otorgarles gran masa muscular como escudo protector contra las heridas profundas y las fracturas que podían sufrir en combate. Otra base esencial de su entrenamiento estaba dada en los ejercicios, masajes y baños diarios. La noche antes del combate los gladiadores eran homenajeados por las más altas autoridades del Imperio en verdaderas orgías donde estos podían cumplir sus más ansiados deseos y placeres.


El espectáculo comenzaba con una marcha a través de la arena. Todos aquellos que combatirían ese día se formaban ante la tribuna Imperial para gritar a viva voz la fórmula tradicional de «Ave, César Imperator, morituri te salutant» (Salve, César emperador; los que van a morir te saludan).


Los emperadores dieron gran solemnidad a las carreras. Ellos hicieron que los Juegos comenzaran con una procesión que dirigía el magistrado que los presidía, pero que a partir de Calígula dirigió el Emperador. En esta procesión figuraban los magistrados, la flor y nata de la juventud y sociedad romana, los Aurigas, los Gladiadores, cerrando la comitiva los sacerdotes y las corporaciones religiosas, las cuales portaban las imágenes de los dioses romanos, con sus símbolos y atributos. Los gladiadores combatían a pie, a caballo y en carros y se les hacia luchar en parejas o en grupos. Generalmente habían de enfrentarse hombres que tuvieran armas diferentes. Entre los gladiadores se distinguían los samnitas, que se presentaban casi desnudos, y llevaban un gran escudo cuadrado y un sable corvo; los mirmillones, armados como los legionarios; los hoplitas, cubiertos de hierro como los caballeros de la Edad Media; los tracios, cubierta la cabeza con casco de anchas alas; y los reciarios, armados solamente con una red de pescar y un tridente.

Luego se iniciaban combates cuerpo a cuerpo, o grupos contra grupos. Las luchas de Gladiadores tenían un morbo atractivo por la sangre humana que se derramaba. Si uno de los contendientes caía gravemente herido, su vida quedaba al arbitrio del público asistente. Si cerrando el puño levantaba el dedo pulgar hacia arriba, era señal de clemencia. Volverlo en dirección a la yugular significaba la muerte del desgraciado. Esta decisión debía ser ratificada por el Emperador, que generalmente decidía no contrariar al público.

Un aspecto desconocido para el grueso público se refiere a las prácticas mágicas, los encantamientos, las maldiciones y los envenenamientos con que frecuentemente los aurigas debían lidiar.
Como en toda sociedad a través de la historia, sin excepción, la maldad humana unida a la ignorancia y la superstición influyeron poderosamente en estas competencias de fuerza, habilidad y barbarie, donde el precio a pagar era para una gran mayoría, -en particular los profesionales del ruedo-, ser muertos en batalla por otros gladiadores o terminar entre las fauces de un tigre.


El culto por el derramamiento de sangre, el sadomasoquismo presente en la lidia del circo romano, las gruesas apuestas envueltas en cada función, dieron cabida a un submundo de envidias, odios y pasiones que finalizaron en la búsqueda de venganzas y asesinatos como desquite por la muerte o derrota de sus seres queridos. Paralelamente, todos los esfuerzos de la familia, seguidores y amigos para evitar que fuesen derrotados, desembocaron en el oscuro universo de la hechicería. Por tanto, era frecuente que los aurigas mismos o los más allegados a su círculo, tuvieran fama de brujos o de envenenadores, la que se acentuaba si tenían reiterados éxitos, tanto así, que la creencia popular creía que la sangre de los gladiadores tenía poderes mágicos y que curaba enfermedades como la epilepsia.
Esto traía de inmediato su contrapartida, es decir, que sus rivales, los grupos de apostadores o el público fanatizado, contratara las artes de otros expertos hechiceros para dar vuelta el resultado de las próximas justas, sin importar que fuera con trampas, con engaños, acción de sicarios, asesinato o la ayuda de los seres demoníacos.

Tales prácticas y maldiciones, estaban orientadas contra los equipos tradicionales de aurigas, en sus distintos colores de blanco, verde, rojo y azul, como hacia los caballos, aurigas o gladiadores y el efecto buscado era delicadamente expresado como “debilitar, incitar y retardar a los caballos ( “in curriculis equos debilitare, incitare, tardare”). Si esto no resultaba, se buscaba los medios, sin escatimar en gastos, para filtrar venenos en el alimento de las bestias o en la comida de los participantes.
Este tipo de maldición era conocida como devotio y consistía en fórmulas mágicas conformadas por palabras esotéricas, griegas o latinas, que llamaban a las fuerzas subterráneas a desarrollar “el mal”, las que a veces eran acompañadas de dibujos y caracteres enigmáticos, que se grababan en una pequeña lámina de plomo, material favorable a Saturno, divinidad de la que se creía odiaba a los hombres, lo que hacía esta fórmula mas eficaz. Luego, esta lámina, debidamente enrollada se colocaba bajo una tumba, para que el muerto la vigilara, realizándose en el lugar ciertos pases mágicos y rituales para asegurarse de su cooperación.

Se conservan muchas de estas maldiciones en forma de tablillas encontradas en diferentes tumbas. Una de ellas, hallada en la tumba de un infante en Túnez, es una lámina de plomo de 11 por 9 centímetros grabada por ambos lados que dice: "te conjuro, demonio, quienquiera que seas, y te pido que desde esta hora, desde este día, desde este momento, tortures y mates a los caballos de los Verdes y de los Blancos, y hagas chocar y mates a los aurigas Claro, Félix, Prímulo y Romano, y no dejes ni el espíritu para ellos; te conjuro a través de éste que te desligó para siempre, el dios del mar y del cielo."

De la otra cara se ve un demonio parado sobre un barco pequeño, que tiene una cresta de gallo sobre su frente. En su diestra tiene un vaso y en la mano izquierda una lámpara. En su pecho ostenta una inscripción “Baitmo /rbit/to” y a su espalda se leen varias palabras mágicas: Cuigeu / censeu / cinbeu / perfleu / diarunco / deasta / bescu / berebescu / arurara / baxagra. Los espertos opinan que se trata de la maldición de un auriga, que recurre a un demonio para eliminar a los aurigas de la competencia. Importa decir que estas artes de hechicería estaban vedadas y que la pena para los infractores era la muerte.

Con razón, el gran historiador alemán Mommsen, autor de una Historia de Roma, ha podido escribir que estas luchas de gladiadores eran "la manifestación y al mismo tiempo, el fomento de la más crasa desmoralización del mundo antiguo…, un espectáculo de caníbales…, la sombra más negra que pesa sobre Roma".

Los aurigas se veían colmados de privilegios y honores si vencían. Si el auriga era un esclavo, con frecuencia recibía la ansiada libertad. En general, los aurigas salían de su condición humilde y recaudaban grandes fortunas gracias a las primas que recibían de los magistrados o del propio emperador y del elevado salario que exigían a los dueños de las cuadras (domini factionum) bajo la amenaza si no se aceptaban sus condiciones, de fichar por otra factio, tal como hacen hoy los futbolistas, jinetes y otros “deportistas”. Por tanto la leyenda que estos triunfadores solo recibían una palma o una corona de laureles no siempre resultó así, siendo quizás tal la tradición de los primeros tiempos.
Los aurigas más famosos de los que se tiene registro, en especial, aquellos que obtuvieron la victoria en más de mil ocasiones fueron Escorpo, que venció 1.042 veces, Pompeyo Epafrodito 1.467, Muscloso 3.559 y el famoso Diocles unas 3.000 veces con bigae y 1.462 con quadrigae o carros de más tiro. De este último se sabe que ganó más de 35 millones de sestercios. Estos héroes eran ensalzados por los poetas, su retrato aparecía en joyas y jarrones y las damas patricias los querían en sus fiestas y salones.

Curiosamente, en septiembre de 2009 la revista Forbes atribuyó el título de la celebridad deportiva más adinerada a Tiger Woods. El golfista estadounidense fue proclamado el primer atleta cuya fortuna había logrado superar la meta de los 1.000 millones de dólares.

Sin embargo, un año después, el profesor Peter Struck, de la Universidad de Pennsylvania (EE. UU.), presentó resultados de una investigación que privaron de ese título honorífico a Woods.

Struck probó que el deportista más rico de todos los tiempos fue Gaius Appuleius Diocles, el conductor de carros más famoso de la Roma Antigua. Durante su carrera logró ganar 35.863.120 sestercios, lo que equivaldría hoy en día a unos 15.000 millones de dólares.

El término gladiador viene del latín gladius (espada), de ahí Gladiator o portador de la espada. A pesar que muchos de estos competidores alcanzaron gran fama y fueron considerados como héroes, algo equivalente a la denominación de “estrellas” del fútbol por ejemplo, primaba un sentimiento de odio y de desprecio hacia ellos entre el pueblo, debido a la pésima reputación, la vida disoluta y los escándalos y abusos que cometían dada su condición de privilegio y las grandes fortunas que acumulaban, conociéndoseles innumerables aventuras amorosas, fenómeno bastante usual también en nuestros tiempos..


En los ocho juegos que dio Augusto durante su reinado lucharon y murieron unos 100.000 hombres, y otros tantos en los extraordinarios de Trajano a que antes aludíamos. Los autores antiguos, especialmente el biógrafo Suetonio, dan muchos detalles de los combates de Gladiadores y de la intervención que en tales fiestas tomaron algunas veces los emperadores.

Por ejemplo Nerón hizo pelear un día en el anfiteatro a cuatrocientos senadores y doscientos caballeros. En ocasiones, se llegaron a poner en escena auténticas batallas navales. Así Augusto organizó con ocasión de la dedicación del Marte Vengador (Mars Ultor), una naumaquia, para lo cual hizo construir un lago, dentro del cual combatieron 30 naves de guerra con 6.000 soldados. Es preciso añadir que estos combates no eran figurados, sino que se hacían de veras, con objeto de fomentar los bajos sentimientos de los espectadores, como si se tratara de un "divertimento" macabro. Tan en serio eran estos combates, que el agua estaba infectada de cocodrilos e hipopótamos, para asegurarse que nadie escapase de la lucha y que los heridos que cayesen al agua brindaran más espectáculo al ser devorados, a los alucinados espectadores.

Tales festejos se celebraban en el teatro, en el circo y en el anfiteatro y solían empezar muy de mañana para finalizar a la puesta de sol. Cuando asistía el Emperador o las fiestas eran financiadas por él, se repartían sorpresas, golosinas y vino. En los Teatros se representaban comedias, tragedias, farsas y pantomimas. En el Circo había carreras de carros y de caballos.


En Roma estaba el circo Máximo, que tenía cupo para trescientos mil espectadores y estas celebraciones se consagraban generalmente a sus dioses.
Estos circos eran construcciones gigantescas, con una planta en forma de paralelogramo alargado, cerrado por un lado en semicírculo; una especie de cancha de fútbol más ancha, de casi un kilómetro de extensión, dividida al medio en casi todo su largo por un murete llamado espina. Los contendores de la prueba corrían con sus carros a ambos lados y las carreras consistían en dar siete vueltas a la pista. En un extremo estaba la gran puerta triunfal que daba paso a los competidores y las gradas de los espectadores ocupaban tres lados de la construcción.


No solo había carreras de cuadrigas, en verdad esos eventos estaban matizados con exhibiciones de destreza hípica mezcladas con acrobacias, carreras de atletas y las competiciones donde se lucían los famosos aurigas, conduciendo sus carros tirados por dos, tres, cuatro y hasta ocho o diez caballos en un mismo tiro, espectáculo que hacía rugir de entusiasmo al público que repletaba las aposentadurías y que gozaban cada vez que estos carros chocaban entre ellos, volcaban y se despanzurraban tanto animales como competidores, atropellados por los cascos de los caballos y las ruedas de los carros siguientes.

Mientras más sangriento y cruel resultaba el espectáculo, más aullaban y se contentaban las masas fanatizadas por estas presentaciones, durante las cuales libaban y cogían comida colocada allí por cuenta del anfitrión de turno. Había días en que la pista se convertía en lago, y entonces se daban batallas navales rememorando sucesos épicos de la antigüedad, las cuales registraban centenares de muertos; había otros tipos de programas denominados Bestiarios, donde el público sabía de de inmediato que versaría sobre luchas a muerte entre guerreros que mostrarían su valor, o prisioneros que defendían su vida contra fieras salvajes y hambrientas. También había días especiales en que se llevaban al anfiteatro los condenados a muerte cuya pena era ser devorados por tigres y otras fieras hambrientas. Este cruel espectáculo, cuyos protagonistas eran en general delincuentes rematados, complotadores, esclavos y prisioneros de guerra incontrolables, de diversas nacionalidades, era esperado con ansiedad, ya que tales sujetos no tenían armas para defenderse y por lo tanto perecían por horrendas heridas inflingidas por estas bestias y luego eran devorados en el lugar.

Los restos de los animales y hombres esparcidos en la arena, eran rápidamente sacados por esclavos que cumplían esta función de aseo. Había otros con paramentos alusivos al
Dios Mercurio, que estaban encargados de verificar la muerte de los participantes. Para ello tocaban con un fierro candente los cuerpos inanimados desparramados por el ruedo. Los heridos debían continuar luchando, pero aquellos cuya gravedad se lo impedía, eran rematados por estos guardias que le clavaban la espada corta desde el cuello hasta alcanzar el corazón. Los gladiadores que morían en la arena eran arrastrados al Espoliario por otros esclavos que estaban al servicio del anfiteatro, los cuales se valían de un garfio de hierro y los sacaban por la puerta llamada de la Muerte.

El Spoliarium era una dependencia donde se amontonaban los cadáveres que iban muriendo en el ruedo, para despojarlos de sus armas y vestiduras. De este acto nació el concepto de expoliar y la palabra expolio. Si los cadáveres no eran reclamados, eran arrastrados a los fosos de las bestias mediante estos ganchos para servirles de alimento.

Esta sanguinaria actividad era esperada con ansias por el público, que aplaudía y hacía jocosos comentarios cada vez que un herido era rematado o algún cadáver era arrastrado hacia los fosos.
El público romano era exigente y no se contentaba con cualquier fiera. Por eso, abundaban los leones, los tigres y los cocodrilos traídos de África que eran comedores de carne por excelencia. .

Unas cifras nos sitúan mejor en este contexto. En los juegos del Emperador Severo (222-235), que duraron siete días, fueron sacrificadas 700 fieras. No se contabilizaban las vidas humanas que caían destrozadas por estos animales. Nerón lanzó una vez una división de pretorianos contra 400 osos y 300 leones, entre los que se entabló una de las luchas más bárbaras que presenció el circo romano, donde fueron muy pocos los sobrevivientes. En Pompeya, se jactaban de la muerte de diez mil soldados en solo ocho inolvidables jornadas donde arrojaron al ruedo 20 elefantes, 600 leones y 400 leopardos, Los soldados solo tenían dardos para defenderse y acabar con las bestias.

Los emperadores a su vez, se esmeraban por que estas presentaciones fuesen cada vez más fastuosas, mejores y más comentadas que las de sus antecesores, no vacilando en programar las más exorbitantes ocurrencias de sus consejeros, similarmente como ocurre hoy con las competencias entre emisoras televisivas, donde los directores artísticos y sus “creativos” se disputan el dudoso mérito de obligarnos a ver sus deleznables creaciones sadomasoquistas llamadas RealitySshow y los famosos programas de farándula.

Estos realities tan de moda, el símil moderno del circo romano, así como ese fisgoneo periodístico en la vida privada de los famosos, donde se busca el enganche masivo de la teleaudiencia ya cautiva; esa que no precisa de ninguna campaña especial para ser atraídos; que constituyen un publico siempre dispuesto para sufrir con telenovelas lloronas; que sienten veneración por los programas rosa y los culebrones de adivinos, tarotistas, numerólogos. astrólogos y otras sandeces producto de la ignorancia más supina, obligan al televidente ordinario que solo busca sana entretención, a tener que saber en detalle la grosera intimidad de gentes que no conoce, que no le interesan y que generalmente encuentra idiotas, sin posibilidad de escape, salvo apagar el televisor.

Esta arbitraria imposición equivale a retroceder al pasado más oscuro del espectáculo del divertimento, convirtiendo el living de la casa en las gradas del circo romano.
Pero ahora, ya no en un colosal anfiteatro para ver una lidia a muerte entre esclavos y fieras, sino para enterarse de la ropa interior que usan las estrellas de cine, de sus infidelidades, de sus vicios secretos, o bien, condenados a ver durante meses las contingencias más retorcidas de ese encierro demencial del Reality de moda, filmado por entrenados sicópatas segundo a segundo, en el excusado, en la cama, fornicando, borrachos, traicionando a sus amigos, defecando, siendo los momentos cumbres aquellos más promiscuos, degenerados o indecentes de esos humanos en exhibición, que simula las jaulas de las bestias cautivas.

Allí, prostitutas o en vías de serlo, homosexuales en ciernes, enfermos mentales, ex delincuentes e hijitos vagos de padres ricos y famosos, así como los más variados especimenes de la rareza humana, nos transmiten sus bajezas y miserias morales, para el gozo y diversión de los fisgones, generalmente gente ociosa, insegura y tormentosa, que en su aburrimiento, sigue estos bodrios televisivos con pasión digna de mejor causa.

Lo más alarmante de este circo mediático, es que estos estrambóticos personajes, escogidos cuidadosamente por sus antecedentes psiquiátricos o conocidas alienaciones, se convierten en “celebridades”, “rostros televisivos” que pasan a engrosar el jet set criollo merced a las elevadas sumas de dinero, spots o propagandas donde son incluidos, constituyéndose en los futuros protagonistas usados por la fabulosa industria de la farándula, para cubrir sus comentarios de escándalos sexuales, de drogas y otros delitos que nutren la prensa y medios de información amarillistas, que son el lógico colofón para estos pobres seres, que pasan de una vida común y superflua a ser astros y figuras públicas, ricas por añadidura, presión que sus naturalezas por fuerza nunca logran racionalizar.

La apuesta televisiva ya no se juega por la cultura, el arte, las maravillas de la naturaleza ni los valores humanos. La constante es “facturar” dinero rápido con el escándalo, el rating, el fisgoneo, los engaños amorosos y las bajas pasiones en toda su degradante diapasón, tal cual como se hacía en la Roma antigua.

Si un tipo es idiota rematado, se le asigna un rol determinado: galán si es chico y feo. Si tiene voz de pito, pues cantante. Si es poco agraciado, inseguro, tartamudo o inculto, se le convence que puede ser un humorista de nota; si fea y poco agraciada ¿ por qué no vedette?. Si estos seres robóticos no generan “noticia”, se les inventa aventuras y deslices. El lema de estas actividades se basa en el antiguo y maquiavélico axioma de “mentir que algo queda” o la insulsa ambigüedad de achacar estas falsedades a fuentes misteriosas como son los “rumores de fuentes confiables…”.

Para eso sirven esa pléyade de sujetos, que a imitación de los Paparazzi de medios de prensa extranjeros, pero en un nivel nacional más deteriorado, corren tras los vehículos desaforados buscando un par de frases y una foto de la “estrella”, que nunca logran.

Paparazzo, en plural paparazzi, para que lo sepan estos aspirantes a cazanoticias, es una palabra de origen italiano, que se usa para denominar al que tiene una conducta de fisgón entrometido, sin escrúpulos, mientras ejerce su oficio de fotógrafo. El nombre es debido al personaje Paparazzo de la película de Federico Fellini La Dolce Vita, y solo después de esta cinta se denomina así a los cultores de la denominada prensa rosa, hoy farándula.

En su esfuerzo por ser también algún día “famosos”, estos pseudo Paparazzi, hacen largas e inútiles esperas en los aeropuertos, en los hoteles, a la salida de los canales televisivos, macilentos y exhaustos, pero dispuestos a demostrar a sus empleadores, que a pesar de no ser todos periodistas ni comunicadores, pueden cubrir esos discutibles acontecimientos a costa de jadeos, mucho sudor o muertos de frío en las madrugadas de insulsa vigilancia.
Después, a pesar del nulo resultado, el canal responsable anunciará pomposamente que “poseen importantes revelaciones de sus enviados especiales”…

Se juega con los sentimientos de estos desgraciados, con los pseudo paparazzi y con las pseudo “figuras”. A estos últimos se les lanza al ruedo y se orquestan contratos muy jugosos, que se pactan entre quienes más tarde los usarán para fabricar los escándalos donde serán primeras figuras. Ellos se creen estos roles y van de escenario en escenario donde representan sus papeles y llegan a creerse galanes, artistas o comediantes, gozando sus minutos de gloria. Todos sabemos que lo hacen pésimo, pero la gracia es reírse de lo ridículo, del contrasentido de escuchar chistes tan insípidos, canciones sin sentido, ver gente tan grotesca e ingenua... creyéndose divos…

Sus creativos, esos genios de la anticultura, saben que durarán poco. Que su destino natural es agotar su irreal personaje y ver fracasar todas sus ilusiones. En el momento que se derrumben, serán esos mismos programas los que se encargarán de hundirlos, sin piedad, de destrozarlos, rematarlos y conducirlos al foso de las bestias de donde nunca regresarán.

Estos monstruos salidos del laboratorio farandulero, construidos con celo y paciencia por estos iluminados del negocio televisivo, constituyen hoy el símil del ruedo pagano y ventilado del pasado, el caldo de cultivo de donde beben tantos jóvenes que ya no quieren instruirse, esforzarse ni ser gente de bien. Para qué, si tantos infames, tarados y torpes gentes, han demostrado hasta la saciedad que en esta sociedad displicente no se necesitan méritos académicos para vivir en la cresta de la ola social; que han logrado fama y se han enriquecido solo mostrando sus desequilibrios emocionales y desenfrenos en pantalla, esos mismos que hicieron que fueran expulsados de sus escuelas básicas, que enloquecieron a sus padres y causaron el rechazo de sus vecinos.

Hoy, muchos de ellos, en base al despliegue farandulesco son considerados ídolos, estrellas, una especie de prototipo de la sociedad de hoy, de la nueva inteligencia artificial del mundo loco y displicente que algunos quieren, figuras por supuesto absolutamente falsas y engañosas. A todos estos héroes de papel, es fácil encontrarlos tratando de hilvanar un par de malas ideas en cualquier centro nocturno de moda, donde venden una hora de permanencia en el lugar, por solo sacar a relucir algunos pelambrillos.


Y si esto fallase, pues todavía los “cerebros” de la pantallita idiota tienen para esta juventud desorientada más opciones; les dicen que pueden ser héroes y enriquecerse como futbolistas, como toreros, raperos, delincuentes arrepentidos o exhibicionistas eróticos de algún antro de moda narrando sus vidas. Y claro, como adivinos, chamanes, tarotistas, yerbateros… Lo que no calculan, es que toda esa venta de quimeras, no es oficio ni profesión, es solo especulación y moda decadente.., Circo.

Hay Circo en la televisión cuando se quiere vender una idea, un dogma, y también cuando se utiliza esta herramienta de comunicación masiva para darle verisimilitud a las supersticiones populares y las superchería en boga. Una cosa es presentar un esquema de los cultos religiosos existentes y otra cosa es aceptar que uno de estos credos transmita sus ceremonias, misas o actividades. Es obvio que si se acepta que un credo transmita sus enseñanzas, todos los demás pueden hacerlo. Se coopera con la educación pública cuando se reseñan los mitos urbanos o los grupos esotéricos, místicos y sectarios, pero nunca cuando se les cede tribuna para proselitismo.


Personalmente catalogo como degradada y mala televisión, cuando en ella hay espacios para esos vendedores de ilusiones, como sacerdotes, adivinos, predicadores, tarotistas o delincuentes. Ninguno de ellos puede enseñarnos nada valioso y sus prédicas salvíficas y experiencias de vida, solo persiguen el diezmo que cobrarán a sus nuevas víctimas, por esas efigies, amuletos y filtros de amor, que desde luego no han sido encantados merced a los efluvios y vibraciones de la alineación positiva de las conjunciones planetarias, ni tienen el poder que les asignan estos charlatanes.


miércoles, 5 de enero de 2011

Descubriendo a Cristóbal Colón. Parte Final.


LOS “GOLEM” DEL NUEVO MUNDO.

La gran discusión pública realizada en la Junta de 1550, conocida como El Debate sobre Los Justos Títulos que por iniciativa del rey Felipe se efectuó en Valladolid, enfrentó dos visiones diametralmente opuestas que la sociedad española tenía sobre los indígenas que poblaban el Nuevo Mundo.

A pesar que hoy los teóricos e historiadores católicos lo nieguen, (vaya novedad) el fondo del debate era justamente si los indígenas de América eran seres humanos con alma, o salvajes susceptibles de ser domesticados como animales.
Si no hubiese sido así, el tema no habría sido recogido con preocupación por la Corona, ni se habría citado a los más prestigiados jurisconsultos y teólogos de la época para buscar una salida honorable para justificar estas matanzas ante la opinión pública del resto de los países que observaban expectantes tal salvajismo.

La opinión de Juan Ginés de Sepúlveda, enfrentado a Fray Bartolomé de las Casas, sobre la justificación de esta guerra contra los indios fue siempre lapidaria y hasta brutal. Quedó registro de sus frases, hay constancia que su opinión era racista y discriminatoria en referencia a las razas aborígenes. Por tanto, por más que se haya dicho por boca de los antiguos historiadores españoles principalmente, tratando de justificar lo injustificable, que el real interés de Ginés de Sepúlveda era “defender a los indios", el argumento es rebuscado y sibilino. Y si encontró en el pasado defensores entre tales historiadores, fue en premio a granjerías para sus escritos u otros reconocimientos académicos, por un mal entendido patriotismo, sino derechamente por un cargo público, pero que hoy, a la luz de la historia moderna, resulta de muy mal gusto, incongruente y hasta perverso seguir difundiendo tamaña falsedad.

Los isleños y los aborígenes de tierras continentales que fueron ocupadas militarmente por los conquistadores, fueron hechos prisioneros, torturados, despojados de sus tierras, esclavizados y eliminados sin contemplaciones. Ello ocurrió en todos los territorios americanos, en la América del Norte, en América Central y en Sudamérica, por lo que se deduce que era una consigna, una estrategia y un objetivo. Y que conste que no estamos refiriéndonos al despojo, al robo, al saqueo de templos ni a la violación de las mujeres.

Esto no era un derecho legítimo ni ayer ni hoy para ninguna nación ni tiene poder jurídico o moral. La excusa de que estos territorios habían sido donados por el Papa y que ello justificaba derechos de vida o muerte para "esos infieles bárbaros", fue y sigue siendo una inconsecuencia imperdonable ante la historia: tanto porque ese o cualquier otro lugar del planeta no han sido, fueron, ni serán nunca de una religión, y porque resulta a todas luces irracional que ningún credo imponga su vigencia por la fuerza de las armas, que es la otra cuestión que se quiere disfrazar.

La cifra de muertos en este período de ocupación y conquista supera los cien millones de vidas humanas. Algunos pretenden hacer creer que murieron en virtud de enfermedades y plagas que misteriosamente solo les afectaron a ellos. Otros que tales cifras no son ciertas y los más, los tontos útiles, con ese conformismo que caracteriza hasta el presente a parte de la sociedad, solo mueve la cabeza en señal de pesadumbre, pero no opina. No quieren meterse en problemas ajenos, comprometerse, juzgar. Si no les afecta el bolsillo, no es problema de ellos. Esta actitud displicente y detestable, es la que permite que haya tanta injusticia, cinismo y vigencia de los antivalores en desmedro de las causas nobles y justas de la modernidad.

Tal escenario, en lo que duró la usurpación territorial y la pretendida conquista, solo puede interpretarse como un estado de locura colectiva de la humanidad, un episodio vergonzoso para la raza humana que en la actualidad nadie podría comprender o justificar. Mucho menos se debiera aceptar que se tergiverse y se esconda la verdad, tender un velo sobre tan luctuosos acontecimientos y luego colocar una versión dorada en los textos de enseñanza escolar.
Citamos parte del alegato de Ginés de Sepúlveda:

“La primera [razón de la justicia de esta guerra de conquista] es que siendo por naturaleza bárbaros, incultos e inhumanos, se niegan a admitir el imperio de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; imperio que les traería grandísimas utilidades, magnas comodidades, siendo además cosa justa por derecho natural que la materia obedezca a la forma".

¿Qué significa inhumano? Una de las acepciones del diccionario dice de este adjetivo que es: falto de humanidad, bárbaro, cruel. Pero también en lenguaje coloquial es no humano, es decir comparable a una bestia.
Y esta calidad de seres humanos era justamente la que fray Bartolomé de Las Casas defendía ardorosamente, pues el domínico reivindicaba para los naturales los mismos derechos que los españoles y rechazaba que estos fueran convertidos en esclavos, tratados como animales y que se tuviera sobre ellos, como ocurrió, derecho de vida o muerte.

También De Sepúlveda invoca que por derecho natural, la materia debe obedecer a la forma, refiriéndose a la sustancia primaria de que esta hecha una cosa. En el caso del hombre por ejemplo, tal material es nacido con cuerpo y alma, siendo la forma solo la apariencia externa de una cosa, en contraposición a la materia de que está compuesta. Vale decir, los indios no estaban completos. Y para refrendar la aseveración menciona que los hombres españoles son más perfectos.
Yendo más lejos, estas elucubraciones aristotélicas nos llevan a los orígenes remotos del llamado derecho natural, que tiene su asiento en el estoicismo, cuyo punto de vista era que: “la naturaleza humana forma parte del orden natural. La razón humana es una chispa del fuego creador, del logos, que ordena y unifica el cosmos. La ley natural es así, ley de la naturaleza y ley de la naturaleza humana, y esta ley es la razón. Y esa razón ha sido implantada por la divinidad (o los dioses). Como la razón puede pervertirse al servicio de intereses fuera de la propia razón, se decía que la ley natural es la ley de la recta o sana razón”.

De este modo, Cicerón, ( I a. C.) afirmará que para el hombre culto la ley es la inteligencia, cuya función natural es prescribir la conducta correcta y prohibir la mala conducta. “Es la mente y la razón del hombre inteligente, la norma por la que se miden la justicia y la injusticia”.

En otras palabras solo los hombres cultos e inteligentes son los que tienen capacidad para juzgar lo correcto de lo incorrecto. Y los indios no podían sino aceptar el criterio del conquistador, primero, porque en su calidad de bestias no tenían raciocinio, y segundo, porque carecían de cultura, falacias que el tiempo y la verdadera ilustración se han encargado de desterrar. No solo este historiador Ginés de Sepúlveda defendía tal opinión, sino que esta era compartida por Fernández de Oviedo. Ambos, tenían en ese entonces a los indios por “homúnculos”, seres aquejados de defectos tan graves e irremediables, que hacían imposible la convivencia con los castellanos o su conversión a la fe cristiana.

Estas diferencias de opinión no surgieron a partir de este evento de 1550, como estos historiadores españoles y católicos quieren hacer ver, venían desde que los conquistadores pisaron suelo de estas tierras nuevas con Cristóbal Colón y de hecho ya en 1519 el padre Las Casas acusó en Barcelona al historiador Fernández de Oviedo de “ser partícipe de las crueles tiranías que en castilla del Oro se han hecho”.
El historiador Lewis Hanke ha compilado los juicios que Fernández de Oviedo dedica a los indios en distintos capítulos de su Historia de las Indias y que ayudan a comprender la animadversión de Las Casas. Algunos son: [...]naturalmente vagos y viciosos, melancólicos, cobardes, y en general gentes embusteras y holgazanas [...] Idólatras, libidinosos y sodomitas [...] ¿Qué puede esperarse de gente cuyos cráneos son tan gruesos y duros que los españoles tienen que tener cuidado en la lucha de no golpearlos en la cabeza para que sus espadas no se emboten?

Pero había más opiniones parecidas de personajes oficialistas. El primer obispo de Santa Marta, de 1531, el dominico fray Tomás Ortiz, informaba en su relación de 1525 al emperador Carlos, que : “aquellos indios «comen carne humana y [son] sodométicos más que generación alguna... andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos”. (Egaña, Historia 15).

Esta denominación de homúnculos, que tanto ofendió al padre Las Casas, por injusto y pueril, proviene del latín homúnculos, hombrecillo, es también el diminutivo del doble de un ser humano. Por lo general los homúnculos están asociados al Golem.
Un Golem es, en el folclore medieval y la mitología judía, un ser animado fabricado a partir de materia inanimada. En hebreo moderno, la palabra «golem» significa «tonto» o incluso «estúpido». El nombre parece derivar de la palabra gelem, que significa «materia en bruto».
La palabra golem se usa en la Biblia (Salmos 139:16) y en la literatura talmúdica para referirse a una sustancia embriónica o incompleta. Similarmente, los golems, se utilizan primordialmente en metáforas, bien como seres descerebrados o como entidades enemigas al servicio de otros hombres. De forma parecida, es un insulto coloquial en Yidis, léxico judeo-alemán, sinónimo de patoso o retrasado.
Para una mejor comprensión del tema, recurrimos a la estupenda página de Kattia Chinchilla Sánchez, “De la cábala al Golem Mágico”, de donde hacemos un extracto y cuya dirección adjuntamos para quienes se interesen en conocerla: http://132.248.9.1:8991/hevila/RevistadefilologiaylinguisticadelaUniversidaddeCostaRica/2001/vol27/no2/1.pdf
“La Cábala práctica nos presenta un universo de reflexiones místicas, entre las cuales se destaca la preceptiva para la creación del Golem, un simulacro hecho por el hombre…
El principio mítico de la creación de una entidad artificial se remonta a las más añejas tradiciones judaicas, con base en el Libro del Génesis (1, 24): “Dijo todavía Dios: Produzca la tierra animales vivientes en cada género, animales domésticos, reptiles y bestias silvestres de la tierra, según sus especies. Y fue hecho así”.

Los cabalistas interpretaron aquí la confirmación indirecta de la posibilidad real de una animación de materia vil, no habiendo recibido el hálito inicial de vida. Por su parte, los traductores de la Biblia adjudican el apelativo de “Golem” al mismo Adán, antes de que le fuese insuflada el alma y, principalmente, antes de que hablara…

…Si Dios creó el cosmos mediante el Pensamiento y el Verbo, con sus auxiliares (las letras y los números), el hombre podría ser poseedor de los medios, realizar toda especie de prodigios y magnificencias, obviamente en una escala menor a la del gran Arquitecto, pero que modificarían la naturaleza interior.
En este sentido altivo, el ser humano, sabedor de las leyes y las escrituras, generaría creaciones artificiales con la combinación adecuada de los 72 signos alfabéticos del nombre de Dios, siguiendo las instrucciones del libro cabalístico del Yetsira.

Jacob Grimm, en su "Diario para solitarios", ofrece una excelente descripción del proceso creacional del Golem:


Los judíos polacos, después de pasar unos días orando en voz alta y ayunando, moldean la figura de un hombre, en barro u otra masa viscosa, y cuando pronuncian sobre ella el nombre cabalístico de Dios, éste habrá de cobrar vida. Hablar desde luego no puede, y entender, apenas lo que se le habla u ordena. Le llaman golem y lo utilizan como criado para ocuparse de cualquier trabajo doméstico. En su frente figura escrita la palabra “emeth” (verdad), se desarrolla día tras día y llega a hacerse más robusto y fuerte que los demás moradores de la casa, a pesar de haber sido tan diminuto al principio. Les empieza a infundir espanto y entonces le borran la primera letra del anagrama que lleva en la frente, de manera que sólo queda la voz “meth” (está muerto); al ocurrir esto se desploma el simulacro y se deshace en polvo. Sucedióle una vez a un judío esto: su golem llegó a hacerse tan alto y, por negligencia, aún así, lo dejó crecer más, hasta que llegó el momento en el cual ya no podía alcanzarle la frente. Pudo, a pesar de los esfuerzos, borrarle la primera letra, sin embargo, todo el peso de la masa cayó sobre este judío y lo aplastó (Grimm 1967: 76).

Para escribir esta narración detallada, Grimm se basó en un antiguo relato talmúdico
y en las enseñanzas de Eleazar de Worms, según las cuales lo esencial gravita en que los diversos adeptos –siempre más de uno de ellos-, unidos en el ritual del golem, tomasen tierra no trabajada de la montaña, la amasaran en agua corriente y moldearan con ella la figura. Acto seguido, sobre cada uno de los miembros del cuerpo del muñeco se pronunciaban aquellas consonantes que prescribe el Sefer Yetsira. Por último se escribía, sobre la frente de arcilla del futuro individuo, uno de los nombres secretos de Dios y la materia informe del golem se animaría de vida”.

…Con el transcurso del tiempo, la cualidad de la idea del homunculus ha experimentado un cambio muy notable.
De ahí que la creación de un ser artificial haya pasado de ser una pericia llevada a cabo por personas piadosas, quienes recurren siempre a la ayuda de Dios, a constituirse en un puro y simple acto de magia negra potenciado por Lucifer.

Otra de las características de estas nuevas recetas es la necesidad, cada vez mayor, de acudir a técnicas más o menos sofisticadas. Así, desde el siglo XV, el uso de alambiques se hace necesario para la elaboración del golem. Este abrazo entre la Cábala y la Alquimia tuvo en el genial Paracelso su mejor exponente y en su Arxidoxia mágica la plasmación de uno de los intentos más audaces de las ciencias ocultas: la faena del homunculus.

Más tarde, en el siglo XVII, absolutamente en contra de las antiguas representaciones
hebreas, tiene lugar la desviación de la imagen del golem hacia lo amenazador y lo maligno.
El hombre artificial se ve dotado de una energía excepcional, es capaz de promover grandes calamidades y posee la fuerza para destruir el universo. Esta concepción, con ligeras variantes, ha perdurado hasta nuestros días. Inclusive, podría pensarse que, siguiendo un curso paralelo al desarrollo creciente de la tecnología, el inconsciente identifica la potencia destructiva de la mecánica con la imagen del golem o, lo que es equivalente, del robot”.

El relato más famoso relativo a un golem involucra a Rabbi Judah Loew, el Maharal de Praga, un rabino de siglo XVI. Se le atribuye haber creado un golem para defender el gueto de Praga de Josefov de los ataques antisemitas, así como para atender el mantenimiento de la sinagoga. La historia del Golem aparecía en la letra en 1847 en una colección de relatos judíos, publicado por Wolf Pascheles de Praga. Aproximadamente sesenta años después, una descripción ficticia fue publicada por Yudl Rosenberg (1909). De acuerdo con la leyenda, el Golem podía estar hecho de la arcilla de la orilla del río Vltava (río Moldava) en Praga. Tras realizar los rituales prescritos, el Rabbi desarrolló el Golem y lo hizo venir a la vida recitando los conjuros especiales en hebreo.

Cuando el Golem de Rabbi Loew creció más, también se puso más violento y empezó a matar a las personas y difundir el miedo. Al Rabino Loew le prometieron que la violencia en contra de los judíos pararía si el Golem era destruido. El Rabbi estuvo de acuerdo. Para destruir el Golem, eliminó la primera letra de la palabra "Emet" de la frente del golem para formar la palabra hebrea que representaba la muerte. (De acuerdo con la leyenda, los restos del Golem de Praga están guardados en un ataúd en el ático del Altneuschul en Praga, y puede ser devuelto a la vida de nuevo si es necesario.)
La fórmula de Paracelso para lograr figuras humanoides, no nacidas por el método natural de engendramiento, esto es, fuera del cuerpo de la mujer y de la matriz natural era la siguiente:
“...dejar que el esperma del varón se pudra en una calabaza (alambique), sellada con la suma putrefacción del vientre de un equino durante cuarenta días, a todo el tiempo preciso hasta que empiece a vivir y a moverse y agitarse, lo cual puede verse fácilmente. Después de un tiempo será de algún modo semejante a un hombre, pero transparente y sin cuerpo. Si ya después de esto, cada día se le alimenta y se le nutre cauta y prudentemente con Arcano de la sangre humana, y durante cuarenta semanas se conserva en perpetuo y constante calor del vientre del equino, se hace después un infante verdadero y vivo, que tiene todos los miembros de un infante que ha nacido de una mujer, pero mucho menor. A éste nosotros le llamamos homúnculo, y tiene que ser educado después con mucho cuidado y diligencia como cualquier otro infante, hasta que se desarrolle y empiece a tener juicio y a entender. Este es uno de los mayores secretos que Dios reveló al hombre mortal y sometido al pecado...” (Paracelso, Arxidoxia mágica. En de María 1986: 304).

El anterior extracto, nos permite apreciar los nuevos puntos de vista sobre la generación del golem desarrollados en el siglo XVI, los cuales se diferencian sensiblemente de la antigua representación hebrea. Empieza a ser disímil la naturaleza de los materiales de “construcción”. Los primordiales e idóneos elementos tierra y agua, han sido sustituidos por el sofisticado resultado de esta sodomía en un ser deforme cuyo aspecto causa horror, espanto y turbación.

Paracelso, para ofrecer veracidad a su argumento sostiene que el mulo es el resultado de la “sodomía” entre asno y caballo, el basilisco procede de la unión entre gallo y sapo (asunto mencionado, mutatis mutandi, en Isaías 59, 5). Todos estos monstruos sodomíticos, derivación de acoplamientos tan dispares, tienen algo en común: la carencia de alma. Así las cosas, clara está la disparidad entre hombre y golem (ser artificial), el primero es una entidad provista de alma y el segundo, desprovista de ella…

Otras variantes para crear un Golem, implicaba usar mandrágora, cuyas raíces tienen vagamente forma de feto humano. Las creencias populares sostenían que esta planta crecía donde el semen eyaculado por los ahorcados durante las últimas convulsiones antes de la muerte (o putrefaccion en alquimia) caía al suelo. Tal raíz había de ser recogida antes del amanecer de una mañana de viernes por un perro negro, siendo entonces lavada y «alimentada» con leche y miel y en algunas recetas, sangre, con lo cual se terminaría de desarrollar un humano en miniatura que guardaría y protegería a su dueño.

En la Biblia, Raquel la estéril mujer de Jacob, pensando que esta planta la ayudaría a concebir, pidió a Lea la otra esposa de éste las Mandrágoras que el hijo de ésta recogió en el campo. A cambio de ellas cedió a Lea el derecho a pasar la noche con su esposo Jacob.
Aún un tercer método, citado por el Doctor David Christianus en la universidad durante el siglo XVIII; era tomar un huevo puesto por una gallina negra, practicar un pequeño agujero en la cáscara, reemplazar una porción de clara del tamaño de una alubia por esperma humano, sellar la abertura con pergamino virgen y enterrar el huevo en estiércol el primer día del ciclo lunar de marzo. Tras treinta días surgiría del huevo un humanoide en miniatura que ayudaría y protegería a su creador a cambio de una dieta regular de semillas de lavanda y lombrices.
Esto era lo que muchos españoles de ese medioevo oscurantista y supersticioso, representado por los historiadores Juan Ginés de Sepúlveda y Gonzalo Fernández de Oviedo, veían en estos hombres desnudos, a su juicio primitivos, bárbaros, inhumanos y necesariamente infieles, a quienes endilgaron todo tipo de vicios, pecados y actuaciones demoníacas, pero que tenían todo lo que ellos ambicionaban en la vida, tierras ricas y productivas, islas paradisíacas, nuevos productos alimentarios, mucho oro y otros valiosos y escasos minerales.

Además estaba la aventura del pillaje desatado, la posibilidad de dar rienda suelta a sus instintos opresores, satisfacción a sus ambiciosos monarcas y lo más preciado, conquistar para el ejército de Jesucristo, millones de nuevas almas, que si no morían a manos de los conquistadores, lo hacían por las pestes que estos mismos habían traído al Nuevo Mundo, dejando al resto de los sobrevivientes, para que llegaran con la misma rapidez a los brazos de Dios, al igual que sus hermanos de sangre, por intermedio de los santos oficios de los monjes inquisidores, que se encargaban de asesinarles con los más refinados métodos de tortura inventados por el hombre, con el santo afán de cautelar que sus almas se purificasen.

Cualquiera que lea la historia del Descubrimiento, podrá verificar que los reaccionarios y conservadores defensores de la donación del Nuevo Mundo a España por el Papa; lo son también de la matanza indiscriminada de aborígenes que poblaban estas tierras hasta hacerlos prácticamente desaparecer; justifican la esclavitud y el justo derecho del conquistador español a reducir por la fuerza de las armas a los naturales; defienden la leyenda maravillosa de un Cristóbal Colón visionario, inteligente y sabio; creen que Fray Bartolomé de Las Casas exageró y mintió acerca de la realidad que pasaba en las Indias Occidentales y piensan que fue un traidor a la patria española. Rechazan las investigaciones de todos los cronistas extranjeros y la opinión contraria que se tiene en casi todo el mundo del salvajismo y barbarie mostrado en la Empresa del descubrimiento y conquista de América y atribuyen toda la literartura existente que no coincide con la versión oficial de la Monarquía Española, a una tenebrosa Leyenda Negra, difundida por los enemigos de España.
Atacan y procuran en vano disminuir la gigantesca obra y patrimonio histórico, jurídico y humano del fraile Las Casas y se olvidan que fueron muchas las voces que en esos tiempos se alzaron en el mismo sentido; que su rol fue recoger el clamor popular y denunciarlo en los más altos niveles, allí donde los medrosos, los tontos útiles y los cobardes callaban.

Fray Martín de Calatayud, jerónimo, Obispo de Santa Marta y cuarto protector de los indios en Nueva Granada, estima que por entonces no hay posibilidad de evangelizar aquellos indios, «por ser de su natural de los más diabólicos de todas las Indias, y, sobre todo, por el mal tratamiento que les han hecho los pasados cristianos... tomándoles por esclavos y robándoles sus haciendas».
El nuevo Obispo, desde 1538, Juan Fernández de Angulo, en 1540 escribe con indignación al Rey respecto a los conquistadores: «En estas partes no hay cristianos, sino demonios; ni hay servidores de Dios ni del rey, sino traidores a su ley y a su rey». Los indios están tan escandalizados que «ninguna cosa les puede ser más odiosa ni aborrecible que el nombre de cristianos. A los cuales ellos, en toda esta tierra, llaman en su lengua yares, que quiere decir demonios; y sin duda ellos tienen razón... Y como los indios de guerra ven este tratamiento que se hace a los de paz, tienen por mejor morir de una vez que no muchas en poder de cristianos».

En España, las Cortes Generales se hacen eco de todas estas voces, y en 1542, reunidas en Valladolid, elevan al emperador esta petición: «Suplicamos a Vuestra Majestad mande remediar las crueldades que se hacen en las Indias contra los indios, porque de ello será Dios muy servido y las Indias se conservarán y no se despoblarán como se van despoblando» (Alcina 34).

En 1550 el dominico fray Domingo de Santo Tomás, obispo de Charcas, autor de un Vocabulario y de una Gramática de la lengua general de los indios del Reyno del Perú (1560), escribe al Rey una carta terrible «acerca de la desorden pasada desde que esta tierra en tan mal pie se descubrió, y de la barbarería y crueldades que en ella ha habido y españoles han usado, hasta muy poco ha que ha empezado a haber alguna sombra de orden...; desde que esta tierra se descubrió no se ha tenido a esta miserable gente más respeto ni aun tanto que a animales brutos» (Egaña, Historia 364).

En 1542 el letrado Alonso Pérez Martel de Santoyo, asesor del Cabildo de Lima, envía a España una Relación sobre los casos y negocios que Vuestra Majestad debe proveer y remediar para estos Reinos del Perú.
En sentido semejante va escrita la "Istoria sumaria y relación brevíssima y verdadera" (1550), de Bartolomé de la Peña. De esos años es también "La Destruyción del Perú", de Cristóbal de Molina o quizá de Bartolomé de Segovia.

En 1556, un conjunto de indios notables de México, entre ellos el hijo de Moctezuma II, escriben a Felipe II acerca de «los muchos agravios y molestias que recibimos de los españoles», solicitando que Las Casas sea nombrado su protector ante la Corona. En 1560 fray Francisco de Carvajal escribe "Los males e injusticias, crueldades, robos y disensiones que hay en el Nuevo Reino de Granada". También en defensa de los indios está la obra del Bachiller Luis Sánchez Memorial sobre "la despoblación y destrucción de las Indias", de 1566.

Fray Buenventura de Salinas y Córdoba, franciscano y limeño escribe: “Aquí dan voces las Provincias del Pirú, antiguamente pobladas de infinitas gentes de indios poderosos, tan ricas, opulentas, y llenas de tesoros (…) y aora tan pobres, y assoladas. Aquí lloran lagrimas de sangre, y se lamentan los valles de Xauxa, las Provincias de los Yauyos, y muy grandes poblaciones, porque se acaban sus indios en la opresión, trabajos, y agonías, que pasan, forcibles, y violentos, no tanto en las minas, quanto en la detención, que les hazen los mineros”…

LA GESTA AMERICANISTA
Para el hombre sudamericano moderno, del sur, del centro y del norteamericano, el personaje Colón no puede ser importante. No debiera serlo. No este muñeco de opereta sin facciones propias, sin esencia ni historia, que fue construido para halagar a los poderosos, para disimular una verdad dolorosa que era necesario soterrar, para redondear la idea incompleta de un descubrimiento al azar que resultó provechoso solo para los conquistadores. Para disimular la codicia vaticana y el afán de poder de los reyes católicos, que colocaron todas las tierras descubiertas bajo su propiedad personal, legándolas posteriormente en su testamento a España.

No importa que a esta altura de la historia, la fecha del desembarco en Guanahaní sirva para que algunos celebren el Día de la Raza, Día de la Hispanidad o el Columbus Day como en Estados Unidos, como si se tratara de un acontecimiento cumbre para nuestros pueblos; que se toquen cornetas, ánimo festivo y los petardos hagan inaudible las conversaciones y las ideas.
En el fondo, nadie discute que el descubrimiento ocurrió, que España colonizó las tierras americanas y que este es un hecho que no tiene marcha atrás… y que los españoles de hoy no tienen ninguna responsabilidad en esos acontecimientos luctuosos. Lo que se discute es que los hechos ocurrieran como nos los cuentan. Lo que indigna es ese afán de querernos vender “gato por liebre” con la historia de nuestro continente, de nuestras tradiciones; que persista la errada idea que fuimos salvados por el catolicismo y que la cultura europea nos rescató de un estado lamentable de imbecilidad catatónica.
El jolgorio falsete y genuflexo, solo significa confusión y negación histórica. Y allá aquellos ingenuos que se regocijan vistiendo trajes indianos, plumas de colores y flechas hechizas y remeden las danzas ancestrales; se pinten la cara con betún barato y alzan sus copas con la mejor champagne por ese engendro, esa creación intelectual, esa excusa poco ética de “un encuentro soberano de dos nobles razas que aman la paz”, o la tonta frase que “esto fue lo mejor que nos podía haber ocurrido”, como defienden los partidarios del "besamanos" ante la versión oficial junto a los sicarios que hablan de leyendas negras. El día Nacional de España o el Día de la Raza no es el Día Nacional de las Repúblicas Latinoamericanas.

Tampoco nadie desconoce que las consecuencias del descubrimiento tuvieron un impacto decisivo en aras del progreso en aspectos científicos, políticos y económicos, estacionados en el tiempo en esa edad gris, de negación oscurantista de los valores humanos, doblegados ante la imposición de una creencia totalitaria, fanática e intolerante.

Se pudo comprobar fehacientemente lo anticipado por científicos miles de años antes, respecto de los movimientos de la tierra y su relación con el sol y el resto de los planetas, hasta ese momento vetados por dogmas, misterios y supersticiones de la Iglesia Católica.

Las ciencias y otras formas del pensamiento humano ya no fueron reguladas por antojadizas Bulas sacerdotales, sino por teorías racionales y análisis de laboratorio de Centros de Investigación Científica y propuestas derivadas del intelecto humano y no del pálpito espiritual, quedando establecido que la Fe no puede reemplazar a la Ciencia ni menos a la razón.

Copérnico pudo demostrar, contrariamente a lo sostenido en la Biblia, que la tierra giraba alrededor del sol y no el sol alrededor de la tierra. No obstante siguió siendo considerado hereje y en 1616, ridículamente condenaron su teoría “por ser contraria a las escrituras bíblicas.”


Ningún sabio se libró de esta persecución ideológica falsa. El eminente cirujano Vesalio (1514-1564), fue acusado por los curas ignorantes de la Inquisición, de haber abierto el cuerpo de un hombre vivo por deducirse ello de un estudio publicado en 1543 donde este hacía una descripción precisa de la estructura del cuerpo humano y por ello condenado a muerte.

El médico español Miguel Servet (1509-1553), descubrió la circulación de la sangre entre el corazón y los pulmones, pero por haber publicado un libro llamado "De la Trinidad de los Errores”, donde negaba la divinidad de Jesús, fue hecho preso en Ginebra y quemado vivo en la hoguera en el año de 1553 por orden del protestante Juan Calvino, que no admitía al igual que Lutero la libertad de conciencia, ya que en ese tiempo catolicismo y protestantismo se hermanaban en la aberrante concepción de salvar las almas de los herejes, conduciéndolos a Dios por medio de las llamas purificadoras de la Santa Hoguera.

Y así como ellos, cientos y cientos de casos, en diferentes lugares del mundo. Como el francés Ambrosio Pare, por criticar la bárbara usanza médica de detener las hemorragias utilizando un hierro al rojo vivo para cauterizar tales heridas. Propuso un sistema para ligar las arterias, más racional y humana, lo que fue considerado herejía por la Santa Inquisición.

El Suizo Paracelso (1473-1541), también encontró grandes oposiciones de la iglesia, pero aun así renovó la medicina empleando productos químicos como el antimonio. Giordano Bruno, fraile, filosofo y pensador Italiano, (1548-1600) es quemado vivo en medio de una plaza de Roma el 17 de Febrero del año 1600, por orden del Papa Clemente VIII, por sus ideas y escritos disidentes del pensamiento oficial del papado. Galileo Galilei (1564-1642), fue torturado y encarcelado de por vida por demostrar que la tierra tenía movimiento, etc.etc.

El 12 de Octubre es una fecha dolorosa. Debiera serlo para todos. Y si no estuviera ese barullo financiado por los gobiernos mestizos que usan melosas palabras para disimular la verdad feroz que aún corroe muchas almas, todavía podría escucharse a través del continente, a toda hora, llantos y quejidos guturales emitidos por lenguas extinguidas, humanos estupefactos que nunca supieron por qué murieron sus familias, esclavizados sus hijos y violadas salvajemente sus mujeres.

Y si en un acto de magia, el tiempo regresara a esos días postreros de nuestros antepasados, aún podríamos percibir en el aire puro del continente virgen, el aroma perfumado e inconfundible del incienso encendido a los dioses ancestrales, cuando en sus recintos sagrados los aborígenes preguntaban a los espíritus de la naturaleza, cómo fue que ofendieron tan gravemente a sus dioses para merecer tanta desgracia, tanto desprecio, tanta injusticia.
Las mismas preguntas que nunca fueron contestadas. ¿Por qué, por qué, por qué…? Por que se destruían sus lares, sus huertos; azotaban a sus líderes y quemaban sus cuerpos en sacrificio a ese Dios tan impío. Por qué los hijos amados, recién paridos con dolor por esas madres de piel oscura servían de alimento a los perros; sus hijos mayores encadenados y vendidos como especies al otro lado del mar. Sus esposos mutilados y salvajemente aniquilados como escarmiento. Por qué sus hijas debían yacer con el soldado que las requiriera, a toda hora, a todo tiempo, en cualquier lugar.

Por qué sus dioses fueron vedados, sus templos destrozados y pisoteadas sus creencias. Quién era el demonio que autorizaba y se gozaba de sus dolores; los convirtió en esclavos; los sodomizó y trajo enfermedades que los diezmaban. Por qué debían excarbar la tierra, trabajar de sol a sol en las minas de oro, de plata de piedras brillantes. Porqué debían sumergir sus cuerpos por horas en las aguas de explotación perlífera, sin pago, sin comida, sin medicinas, hasta que sus cuerpos expiraban. Por qué sus muertos no podían descansar en la madre tierra ni recibir el homenaje de sus seres queridos. Qué dios era ese, que muerto en la cruz injustamente, clamaba venganza devastando esas razas que nunca antes supieron de él, que no le mataron y ni siquiera lanzaron la primera piedra.

Esas son las antiguas preguntas, pero no son todas. Las de ahora tendrían que ver con la debida reparación de tantas calamidades sufridas por las razas originarias. ¿Quien les devolverá su dignidad humillada, quién retornará su herencia, devolverá sus tierras, reconocerá el magnicidio?
"todo el oro, plata, piedras preciosas, perlas, joyas, gemas y todo otro metal y objeto precioso de debajo de la tierra, o del agua o de la superficie que los españoles tuvieron desde tiempo en que se descubrió aquel mundo hasta hoy, salvo lo que los indígenas concedieron a estos en donación o gratuitamente o por razones de permutación en algunos lugares voluntariamente, fue robado todo, injustamente usurpado y perversamente arrebatado; y, por consiguiente, los españoles cometieron hurto o robo que estuvo y está sujeto a restitución". (De las Casas. De Thesauris. 1563).

Las calles de nuestras ciudades están plagadas de nombres de los conquistadores, de esos hombres venidos allende los mares. Los museos guardan sus yelmos y espadas y las Bibliotecas conservan sus hazañas. No hay ciudad en el mundo donde no se admire un monumento a Cristóbal Colón, a Vespucio, a Vasco de Gama, a Magallanes. Es cierto que también se honra a los Libertadores, a Simón Bolívar, a San Martín, a O’ Higgins y a los próceres independentistas de nuestra América, que fueron los representantes del mestizaje, que después de siglos de opresión lograron liberar a los pueblos de sus cadenas.

Pero se echa en falta en nuestras plazas y avenidas, estatuas y monumentos en recuerdo de los verdaderos y primeros héroes americanos de las regiones indígenas norteamericanas y mexicanas, como Apaches, Hopi, Pies Negros, Toltecas, Mayas, Mojave, Siux, Seminales, Olmecas, Chichimecas, Aztecas y sus grandes jefes Jerónimo, Nube Roja, Toro Sentado Cochise, Pakal, Cuitláhuac, Cuauhtémoc, Moctezuma I, Nezahualcóyotl…

De las regiones del Caribe y Sudamérica y sus culturas Aymará, Awa, Caribe, Chibcha, Calchaquí, Conchudos, Cofán, Embera, Guaraní, Mapuche, Karajá del Brasil, Maquiritare, Mochica, Misak, Nasa Nukak, Inca, Toba, Wichi y otras docenas junto a sus líderes de avanzada, Atahualpa, Huáscar, Lempira, Lautaro, Caupolicán, por mencionar sus más señeros. Todos ellos, pueblos y líderes originarios.

No tantas menciones en homenaje a los invasores; nunca al ejército del alma, esos misioneros canallas, zoombies de la inquisición papal, exorcistas que trastocaron el espíritu amerindio con sus engaños, salvo contadas excepciones que hemos enaltecido y destacado, en su mayoría dignos sacerdotes y frailes de diversas órdenes religiosas, que abominaron de esta política de conquista a sangre y fuego, del expolio indiscriminado, elitista, soberbio y de extremo racismo mostrado siempre por el conquistador.Por los primeros indios Caribes de la hoy Venezuela a los valientes Jefes Manaurde, Guaicaipuro, Cayurime, Boaca, Nigale, Huyapaul, Acaprapocón y Conapoina, entre otros. No los honores a Gonzalo de Ocampo, Jácome Castellón, Diego Fernández de Serpa, Juan de Ampíes…

Recientemente, hemos leído que Venezuela, en un gesto soberano, reemplazó la celebración del Día de la Raza por el Día de la Resistencia Indígena y que el Consejo Nacional Indio del país, exigió que se desmontaran las estatuas en honor a Colón y en su reemplazo se colocaran las del Cacique Guaicaipuro, guerrero que se enfrentó a los españoles. En referencia a este hecho, el escritor, poeta y dramaturgo colombiano, fallecido en Agosto del 2010, Jairo Aníbal Niño visionariamente afirmó: “Cada país de esta América mestiza tiene, sin lugar a dudas, un héroe terrígeno similar a Guaicaipuro”.

Allí en lo que fueron las tierras de la Nueva España, Sonora, en norteamérica, ahora territorio mexicano, ¿dónde están las loas de los bravos indios Yaquis de la lengua cahita, que ante la presencia del español invasor trazaron con dignidad, con sus manos, una raya en el suelo que no debía traspasarse, pero que igual fue ignorada?
¡Más loas para su cacique Anabaletei y Conibemai, Juan Ignacio Jusacamea y tantos más. Para los Jefes Mayos Osameai y Botisuame. No Diego Martínez de Hurdaide o Francisco de Ibarra. En Costa Rica para el rey del Coyoche el cacique Garabito…!


No permitir el olvido del bravo Canoabo, Cacique de los Caribes, primer combatiente del Virrey europeo Cristóbal Colón en la rebautizada Española. El mismo que atacó una y otra vez a sus tropas. El mismo que el 13 de enero de 1493, cuando el Almirante se reabastecía de víveres antes de regresar a Castilla de su primer viaje, sufrió su ataque de flechas, que dio lugar al nombre Punta Flecha como se conoce hoy esa tierra. El que mató a Rodrigo de Escobedo, Pedro Gutiérrez y a la tropa que comandaban. El que atacó el primer bastión español en tierras americanas, el Fuerte de la Navidad, destruyéndolo y matando en combate con su ejército a todos los 39 españoles que Colón dejó allí y a sus indios ayudistas. El mismo que según Las Casas, capturado por Colón junto a otros cuatro caciques principales fue llevado prisionero a España, muriendo al naufragar el barco.

Se nos ha olvidado acaso, que ellos fueron las primeras víctimas y los pioneros del combate a muerte en defensa de sus tierras y familias. Los que sucumbieron ante la carga de esos hombres forrados en metales, montados en esos monstruos desconocidos llamados caballos y descuartizados por el ataque de sus perros come indios; los verdaderos héroes de esta gesta y también nuestros antepasados, cuya sangre sigue corriendo por nuestras venas.

¿Qué pueden celebrar los Golem de las Américas el 12 de Octubre?. Tal vez, el advenimiento al Nuevo Mundo, de los Golem de Europa.

¿Colón…? Colón fue solo la excusa para justificar la anexión territorial del Nuevo Mundo a sus conquistadores. Una cuña que permitió mantener entreabierta la puerta por donde saquear su despensa. Una veta para explotar el producto mineral, vegetal y humano, apto para ser comercializado en el mercado europeo, todo ello, bajo la venia complaciente y cómplice del papado y la siniestra Iglesia Católica, Apostólica y Romana.