lunes, 8 de noviembre de 2010

Descubriendo a Cristóbal Colón. Parte 4.-

En el corredor izquierdo de la monumental Basílica de San Pedro en Roma, destinada a los sepulcros de los papas, se encuentra la tumba de Inocencio VIII, Giovanni Battista Cybo, que falleció el 25 de Julio de 1492. Extrañamente una placa de mármol negro adosada a su sepultura tiene grabado el siguiente epitafio: “NOVI ORBIS SUO AEVO INVENTI” (“SUYA ES LA GLORIA DEL DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO MUNDO”) . Y bajo la imagen del pontífice se lee “Obit an. D.ni MCDXCIII”. Muerto en 1493.
¿Cómo es esto posible..? ¿Qué tiene que ver este Papa con el llamado Descubrimiento del Nuevo Mundo si murió ocho días antes que Colón embarcara de Puerto de Palos? ¿Y si es así, cómo pudo saber anticipadamente que un Nuevo Mundo se descubriría un mes y medio después de fallecer? ¿Y cómo se explica que habiendo muerto en 1492, se señale en su tumba que falleció en 1493, un año después?

¿Por qué las carabelas de Colón tenían cosidas a sus velas la Cruz templaria, la enseña de la Orden de Los caballeros Templarios?

¿Por qué en 1523, cuando Fernando, su hijo natural viajó a Italia a buscar datos sobre Colón en los archivos oficiales, el Emperador Carlos V le prohibió que continuara sus investigaciones?

¿Cómo es que nadie en España escribió oficialmente de y sobre Cristóbal Colón cuando aún estaba vivo ni después de fallecido? ¿ Ni historiadores, ni la Monarquía, ni novelistas o divulgadores de grandes acontecimientos?

Debieron pasar doscientos ochenta y siete años, casi tres siglos, para que un Monarca español, Carlos III, se preocupara en 1779 de buscar a alguien que recopilara y ordenara los documentos existentes, para que el gran público conociese la vida y la Obra del Descubridor de América. De este tiempo nació la “versión oficial”, tijereteada, acomodada, distorsionada, filtrada a partir del esbozo del cronista valenciano Juan Bautista Muñoz

El misterio de todo lo relacionado con Colón no solo alcanza a su real personalidad, a su origen, a su familia, a su verdadero nombre y rostro, a la manera cómo firmaba, a su nacionalidad, su forma de vida, ni cómo llegó a las islas caribeñas que visitó con anticipación al descubrimiento oficial de las mismas, sino que también se extiende a las personas que se relacionaron con él. Enigma que incluso como veremos, ha persistido hasta después de su muerte, ya que actualmente aún no se sabe donde está enterrado su cuerpo, a pesar que hay varias naciones que aseguran que yace en sus territorios./strong>

La responsabilidad de estas incógnitas afecta a Fernando e Isabel, los Reyes Católicos y a La Corona de Castilla. Al reino de Portugal, a la Iglesia y al Papado; a sus confesores y amigos los sacerdotes franciscanos del Monasterio Santa María de la Rábida. A quienes financiaron sus viajes y sus primeros cronistas, funcionarios de la Corte Real, que construyeron esa endiosada y prolija versión oficial que se enseña en las escuelas; aquella de un Colón católico, íntegro y visionario, que apostaba por una tierra esférica y no plana como opinaba la mayoría, cuestión nunca planteada en verdad por Colón.

¡O bien, cómo al lúcido marino que con sólidos argumentos científicos destruyó la opinión de los asesores del reino!, que tampoco ocurrió, pues el voto de tales asesores de la Corona fue negativo, discrepando diametralmente de los cálculos sobre la dimensión de la tierra y las distancias calculadas por el Almirante.

También como un idealista que pudo financiar su primera expedición con las joyas personales donadas generosamente por la reina Isabel, historia sin asidero documental.
Y finalmente como un hombre piadoso, desinteresado, honrado y culto, que conquistó para España un Nuevo Mundo, argumentos todos falsos y ya suficientemente descalificados a la luz de la historia y de los documentos encontrados posteriormente, que han revelado que todo esto fue una gran patraña.

Es evidente que todos los nombrados fueron cómplices por diversas razones con el ocultamiento de estos datos, enmascarando a Colón; dándole una fisonomía y una personalidad nueva que no era la suya, encubriéndolo, como si estas mentiras piadosas, esta ficción, no tuviera relevancia frente al otro elemento en juego, algo tan trascendente y vital para el destino de Castilla y el interés de la monarquía, que no solo era necesario preservar sino salvar a costa de cualquier otra situación menor, como si se tratase de un asunto vital, de vida o muerte, el descubrimiento.

Para tratar de percibir la verdad y esclarecer meridianamente tantas incógnitas e interrogantes, además de los antecedentes expuestos, hay que ir más lejos en la búsqueda de las claves y códigos que nos acercarán a la respuesta correcta. Esto significa conocer de más cerca los sucesos y acontecimientos que marcaron esos tiempos revueltos, las intrigas palaciegas, el control político que ejercía la iglesia, su impresionante espionaje de todo lo que ocurría en el mundo, lo que permitía al Papa mover las piezas de su ajedrez diplomático para evitar conflictos entre sus siervos y corderos dispersos en todos los reinos cristianos que comandaba.

Veremos entonces que todo encaja como una operación aritmética. Si el Papa era el dueño del mundo, los reinos y países debían pagar renta por la tierra que ocupaban, impuestos; y también dar granjerías a la Iglesia en su calidad de administradora universal, el famoso diezmo.

Si se descubrían nuevas tierras, lo más seguro era que sus naturales no conociesen al verdadero Dios, por lo tanto había que adoctrinarles y esa era una obligación cuyos costos corrían por cuenta de los descubridores. Estos bárbaros infieles, -algunos de ellos solo humanoides-, ante el riesgo que se sumasen a los infieles de otras latitudes, debían elegir entre adorar a Jesús o morir en la hoguera, como todos los herejes. El beneficio de ello para el Papado, era que tendría nuevos reinos, más poder, más súbditos que pagaban impuestos y más prosélitos de su religión. Ganancia redonda.
Es preciso por tanto conocer la Ley Suprema que dirigía el juego, la Regla de Oro que fijaba la ruta de los reinos y el comportamiento de la sociedad alineada en la dirección señalada por la Iglesia Católica medieval: sus Decretos Imperiales, conocidos como Bulas. Para el caso en comento las llamadas Bulas Alejandrinas.

Recordemos que el Catolicismo, después de la caída del Imperio Romano, sobre todo desde el año 313, se declaraba heredero directo de los emperadores, basando sus aspiraciones en un supuesto documento del Emperador Constantino en el que este cedía el poder civil del mundo conocido al Papa de Roma, junto a Italia y todos los reinos occidentales. La realidad es que el documento de la donación de Constantino es una falsificación del siglo VIII realizado mañosamente por la Iglesia, el cual, si bien durante la Edad Media fue puesto en duda, no es hasta el Renacimiento que se descubre la total falsedad de la Donación de Constantino.

Españoles y portugueses, luchaban antes y después de siglo XV tenazmente por la hegemonía Atlántica, por una expansión que anexara nuevos territorios a sus reinos, que permitiera nuevos ingresos que tonificaran su economía.
Los españoles, merced a Títulos entregados por el Papa a Luis de la Cerda, ocuparon las Islas Canarias y otras islas menores que a pesar de ser conocidas desde la antigüedad nunca habían sido claramente identificadas ni descubiertas oficialmente, lo que dio a España una leve ventaja sobre otras Armadas que competían por el control de la Mar Océana.

No obstante, la destreza marítima de los portugueses, su audacia como exploradores les hizo llegar a nuevas islas y tierras, apresurándose a asegurarse su exclusividad, acudiendo al Papa para que al igual que lo hizo antes Clemente VI con Luis de la Cerda, certificase su titularidad en su calidad de dueño del mundo.
Así fue como con fecha 8 de enero de 1455 Portugal obtuvo la Bula Romanux Pontifex y el 13 de marzo de 1456 la Inter Caetera, con las cuales ratificaron su primacía sobre la conquista del cabo Bojador al noroeste de África, hacia la india y el Lejano Oriente.

De esta manera Portugal acaparaba por derecho de conquista y por ratificación papal, rutas exclusivas bajo su control para llegar a la especiería, por lo que el campo de acción español quedaba limitado hasta su posesión de Canarias, quedando fuera del intercambio comercial más importante del momento con la Indias y sus codiciados productos, siendo su única esperanza tratar de navegar el Atlántico hacia el poniente, adentrarse en el Mar Tenebroso, lo que en ese entonces se consideraba una locura.

Pero antes de acotar otros antecedentes, hay que tener claro que el papel del Papa no era solo el del buen padre que media entre sus hijos para evitar rencillas; o del buen vecino que llama a la cordura y a la paz a dos amigos en discordia. El Vicario de Cristo era más que eso.

Como representante de Dios en la Tierra, era por sucesión divina el dueño material del mundo entero. El Jefe Poderoso que disponía qué dinastía debía regir cada una de sus posesiones. Tenía poder para destituir Reyes o lanzar ejércitos en su contra y para unirlos en Guerra Santa contra los infieles, aquellos que se negaban a aceptar a Dios como Patrón del Cielo y reconocer a su hijo Jesucristo como el Dios viviente.
Por ende, todos aquellos remisos a aceptar la autoridad papal, no sólo eran grandes pecadores frente a las leyes de Dios, sino que enemigos declarados de la Iglesia Católica Apostólica y Romana a los que había que destruir necesariamente.
Esos eran los renegados, los idólatras, los bárbaros, los paganos, los infieles. A estos se sumaban los ateos, esos despreciables hijos del diablo que como engendros de la oscuridad complotaban en las sombras, alentando y potenciando a las brujas y hechiceros, que junto a las comadronas, permitían el nacimiento de criaturas diabólicas, espantos que asolaban los pueblos, cuyas maldiciones arrastradas por el viento, llegaban a los confines más remotos del reino sembrando la enfermedad y la muerte.

Todos estos eran los servidores de Satán, los hijos del mal, que en su nefanda ceguera, se negaban a reconocer la potestad del Papado y por lo tanto, y esto era lo más indignante, a pagar el diezmo, donar sus heredades, entregar tierras y dignidades al alto clero, pagar tributos al rey y a la iglesia, hacerse cargo del coste de las mismas y el sueldo de los frailes y monjas, así como mantener los conventos y abadías.

El devenir de esta Edad Media o Edad Oscura, generó el desarrollo cada vez más potente de la figura de Cristo y la veneración a María y algunos Santos, figuras que resultaron más creíbles y rentables a la iglesia, de quienes los fieles compraban medallitas, escapularios, cruces y libros de rezos. Las iglesias relumbraban con el destello de las velas de oración que los creyentes compraban en las sacristías donde también estaba la oferta de tumbas, y los frailes urgían desde el púlpito más sacrificios, mayores “mandas” y más cánticos. Dios estaba insatisfecho.
Las ánimas sufrientes clamaban piedad desde los azules, rojos y amarillos violentos de los vitraux de los ventanales. Desde las escenas dantescas de los cuadros colgados de las paredes de los templos, pedían más novenas, homilías y peregrinaciones. Por cada misa que se rezaba en el altar, se sacaba un ánima del purgatorio. Nadie estaba libre del juicio de Dios. El demonio cosechaba almas. Cada muerto era disputado por ellos. Dios trataba de salvarlos a todos, pero había que “ayudar”. Lo primero era yacer en “tierra sagrada”. El cura solo bendecía aquella que estuviera dentro del recinto de los cementerios católicos. Había ofertas para todos los gustos, el simple hoyo y una cruz, la tumba formal o la cripta estilizada. Había que bautizarse, hacer la primera comunión, confirmarse, ir a misa todos los domingos a dejar el diezmo para el señor, casarse y morirse dentro de las normas de Dios. Todo tenía su precio. Ese era el camino de la “salvación”.
La cultura del miedo penetraba el espíritu religioso y las feligresas llegaban a sus casas directamente al escondite de sus ahorros, para llevar salvación a estos hermanos que se quemaban por millones. Los más pudientes llamaban al Notario y canalizaban legados piadosos para la iglesia para adelantar misas y oraciones para estos difuntos, pero especificando que primero, los dineros de estos bienes, debía destinarse a misas y oraciones por su propia salvación y la de su familia.

Poco a poco ese dios impersonal, vengativo, invisible y lejano, ese padre celestial sin rostro, fome y aburrido siempre sentado allá arriba en el arco del cielo, iba quedando en la trastienda de la fe. Los fieles pedían favores a la madre de Dios, la salvación de su alma al hijo de Dios y solo de tarde en tarde la curia se acordaba del Dios viejo, de ese supuesto creador de todas las cosas, esa deidad tan imperfecta como los humanos hechos a su semejanza, y tan injusto como la incontable variedad de males que afectan al hombre.
Y también fue un tiempo de definiciones de estos grandes y nuevos pecados que iban perfilándose, en especial en esta etapa de descubrimientos, relativos a los infieles, herejes y cismáticos.
Así, se llama infiel a quien no cree en la divinidad de Jesús o quién no ha sido bautizado en el rito cristiano. En este contexto caen todas las otras religiones existentes y sus seguidores así como los nativos de todo el orbe que no conocen el catolicismo, y en el caso particular del descubrimiento de América “los Indios”, como los bautizó Colón.

Hereje es aquella persona que no obstante creer en la divinidad de Jesús, posee además creencias de otras fuentes que contradicen los dogmas católicos, como es el caso de los cristianos supersticiosos, o que abrazan simultáneamente ciertas creencias de otros credos.

Y un cismático, es aquel individuo que no posee creencias contrarias a los dogmas católicos, pero que niega la autoridad de la Iglesia Católica, como son la mayoría de las corrientes separatistas del catolicismo, reformistas y particulares que creen en Dios, Jesucristo o la virgen María, pero no en el aparataje eclesiástico.

Hay que hacer presente, que para la Iglesia, piadosa como ella sola, ejemplo de justicia y equidad, todos eran igualmente pecadores, por lo que, por intermedio de su brazo vengador el Santo Oficio de la Inquisición, mandaba a la hoguera por igual, a infieles, herejes y cismáticos.

En abril de 1493 cuando Colón les comunicó a Fernando e Isabel, haber pisado tierras del Gran Khan en las Indias, estos, temerosos que Portugal las reclamase debido a los Títulos conseguidos con el Papa, cuyos límites encerraban las islas descubiertas, recurrieron secretamente y de inmediato al Papa español Alejandro VI.


Este Papa, junto a sus parientes, son conocidos en la historia como una de las familias más sanguinarias de todos los tiempos, disipados, complotadores y degenerados. Famosos por su afición a usar veneno en los cócteles que ofrecían a sus invitados.

Apenas asumió Rodrigo de Borgia y Borgia, bajo el nombre de Alejandro VI, de inmediato mostró el nepotismo que le caracterizaría en todo su nefasto reinado, involucrando a sus numerosos hijos, amantes y familiares en altos cargos vaticanos con rentables ministerios, arreglando matrimonios de interés de sus vástagos, casi todos naturales, en todas las cortes europeas; chantajeando a los reyes, para conseguir que éstos obtuviesen títulos, honores y tierras y asesinando a varios cardenales y príncipes de la iglesia que pudieran desestabilizar su mandato, con el indudable objetivo político de apoderarse de Europa

Algunos de sus hijos conocidos eran Girolama, Isabel y Pedro Luis (de madre desconocida). De su amante permanente de cuando era Cardenal, Vanozza Attanei, que luego llevó como regenta al Vaticano, nacieron Lucrecia, César y Godofredo. Fue amante de Rosa, una de las hijas de Vanozza, con la que tuvo cinco hijos. Con otra de sus amantes estables, Julia Farnesio, a la que también mantuvo viviendo en la Santa Sede cuando Papa, tuvo otros dos hijos. A todos ellos los utilizó en el desarrollo de sus planes políticos, especialmente a César, que era el ejecutor de sus campañas militares y a su hija Lucrecia, que también fue su amante, cuya hermosura y atractivo usó como señuelo para varias infamias y matrimonios de conveniencia de corto tiempo, para sellar alianzas políticas.
Rodrigo Borgia, tenía una antigua y estrecha relación con Isabel y Fernando desde 1472, cuando como legado papal se les había reconocido como herederos al trono castellano. Habiéndose casado ilegalmente en 1469 los primos hermanos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, los futuros Reyes Católicos, para conseguir la legalización de su matrimonio a finales del verano de 1472 se reunieron en Tarragona sede del arzobispo Urrea. Fue Rodrigo de Borja (futuro Papa Alejandro VI) quien solicitó al papa Sixto IV la Bula que permitiría el matrimonio de los reyes de Aragón y Castilla. De otra manera no habrían podido ser reyes, antes bien, arriesgaban la excomunión.


Por supuesto, estas franquicias no fueron gratis y habían significado una cuantiosa fortuna que fue a parar a los bolsillos de Rodrigo Borgia, su nombre castellanizado. En base a “este favor”, además, por exigencia del mismo Rodrigo, pero ahora como Papa Alejandro VI, los reyes católicos nombraron Duque de Gandía a su hijo Pedro Luis en 1485. Otorgaron el Arzobispado de Valencia para su otro hijo César en 1492; y el otorgamiento de “la mano” de María Enríquez, la prima del Rey, para su hijo menor Juan en 1493.


Por lo tanto, cuando los reyes acudieron a él para buscar astutamente algún ardid que impidiera a los portugueses ocupar estas tierras por corresponderles por tratados anteriores, Alejandro VI, a cambio de otro gran saco de dinero, otorgó apresuradamente las famosas cuatro Bulas Alejandrinas, que se iban complementando entre sí. Dichos documentos, por supuesto necesitaron adulterar sus fechas de expedición, poniendo el Papa a estas Bulas fechas con efecto retroactivo, para que fuese una antes del descubrimiento, la otra para hacerlas coincidir con la llegada de Colón, etc.

En estas bulas se concede el dominio sobre tierras descubiertas y por descubrir en las islas y tierra firme del Mar Océano, por ser tierras de infieles en las que el Papa, como vicario de Cristo en la Tierra, tiene potestad. La concesión se hace con sus señoríos, ciudades, castillos, lugares y villas y con todos sus derechos y jurisdicciones para que los Reyes Católicos tuviesen tal dominio "como señores con plena, libre y absoluta potestad, autoridad y jurisdicción.

La bula en cuestión decía:
"Nos hemos enterado en efecto que desde hace algún tiempo os habíais propuesto buscar y encontrar tierras e islas remotas y desconocidas y hasta ahora no descubiertas por otros, a fin de reducir a sus pobladores a la acción de nuestro Redentor y a la profesión de la fe Católica, pero, grandemente ocupados como estabais en la recuperación mismo del reino de Granada, no habíais podido llevar a cabo tan santo y laudable propósito; pero como quiera que sea recuperado dicho reino por voluntad divina y queriendo cumplir vuestro deseo, habéis enviado al amado hijo Cristóbal con navíos y con hombres convenientemente preparados, y no sin grandes trabajos, peligros y gastos, para que un mar hasta ahora no navegado buscasen diligentemente unas tierras remotas y desconocidas.

Estos navegando el mar océano con extrema diligencia y con auxilio divino hacia occidente, o hacia los indios, como se sabe, encontraron ciertas islas lejanísimas y también tierras firmes que hasta ahora no habían sido encontradas por otros, en las cuales vive una inmensa cantidad de gente se según se afirma van desnudos y no comen carne…. " haciendo uso de la plenitud de la potestad apostólica y con la autoridad de Dios omnipotente os donamos concedemos y asignamos perpetuamente, a vosotros y a vuestros herederos y sucesores en los reinos de Castilla y León, todas y cada una de las islas y tierras predichas y desconocidas que hasta el momento han sido encontradas por vuestros enviados, y las que se encontrasen en el futuro y que en la actualidad no se encuentran bajo el protectorado de ningún otro señor cristiano, junto a todos sus dominios, ciudades fortalezas, lugares y villas con todas sus jurisdicciones correspondientes y con todas sus pertenencias, y a vosotros y a vuestros herederos".

"Nadie pues se atreva en modo alguno a infringir o contrariar con animo esta deputación, mandato, inhibición, indulto, extensión, ampliación, voluntad y decreto. Si alguien pues se atreviese, que sepa que incurre en la ira de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.

Dado en Roma. San Pedro, en el año de la encarnación del señor, mil cuatrocientos noventa y tres, el día quinto de las nonas de mayo, primero de nuestro pontificado."

La Bula, por tanto, aunque no lo manifestaba expresamente, contenía intrínsecamente la gran amenaza de privar a los infractores de este Decreto Universal, del goce de su alma en el paraíso, es decir, decretaba la excomunión para todos aquellos que osasen viajar a las Indias por el Oeste sin autorización de los reyes de Castilla. La única contrapartida de la donación era la obligación correspondiente a los reyes, de evangelizar las tierras concedidas.

Seguidamente, el Papa que no deseaba que su negocio se malograse, decidió dividir al mundo en dos mitades, para lo cual, luego de algunos pequeños cálculos trazó una simple línea en un mapamundi, de polo a polo. ( ¡para eso el mundo le pertenecía y el hacía lo que quisiera con él..! ). Luego, graciosamente le asignó una mitad a Portugal cuidando que fuera donde estaban sus descubrimientos y la otra a España, con la precaución de dejar en tal sector las tierras del Nuevo Mundo recién descubiertas. Salomónicamente, dicha división consistía en separar los dominios españoles y portugueses con una línea imaginaria de Norte a Sur. España se quedaría con las tierras del lado Oeste mientras que Portugal obtendría las del lado Este.
Este último reino no quedó insatisfecho con este acuerdo; recordemos que Colón de vuelta de su primer viaje pasó a saludar primero al rey de Portugal, no se sabe si para buscar algún negocio mejor que el ofrecido por los Reyes Católicos, o solo para burlarse en venganza de la poca fe tenida en su ofrecimiento. Pero el caso es que Juan II consideró vulnerado el Tratado de Alcacovas-Toledo, firmado en 1479, e incluso amenazó con una guerra, por lo que debió pactarse un nuevo acuerdo, que se llamó Tratado de Tordesillas, de 7 de junio de 1494.

Portugal Consiguió con su alegato mover la línea a su favor 370 leguas al Oeste de las islas del Cabo Verde. Gracias a este nuevo acuerdo, Portugal se estableció en América en el vasto territorio que ahora conocemos como Brasil. Si alguien no comprendía por qué los brasileños son los únicos en Sudamérica que hablan portugués en vez de castellano, ahora pueden colegir el motivo y razón de ello.


Estas Donaciones Papales, trajeron desde el primer momento una polarización de las opiniones de muchos expertos y eruditos extranjeros, muchos de ellos eclesiásticos, que por ello fueron en su mayoría expulsados de sus órdenes, confinados en casas de retiro o desterrados de sus países. A su vez, Inglaterra, Francia y Holanda, no lo consideraron nunca válido, principalmente porque se quedaron fuera de este caprichoso reparto y desafiaron al Papa a que les mostrase "el documento en el que Dios firmaba esta declaración".

Domingo Muriel, jesuita paraguayo expulso del Río de La plata, publica en Venecia su "Rudimento Juris Naturae et Gentium", donde se pregunta : ¿ Con qué derecho puede el pontífice romano ejercer su autoridad y poder sobre aquellos que rechazan el evangelio que nunca han admitido y no son, por consiguiente, súbditos suyos?

Esta opinión en ese tiempo era muy arriesgada pues ponía en entredicho el poder papal y no solo amenguaba esta medida sino que llamaba a rechazarla.

Cornelio de Pauw, 1739-1799, un holandés escritor, filólogo, filósofo y diplomático en la Corte de Federico el Grande de Prusia, a pesar que no tenía buena idea de los “indios” americanos, en sus "Recherches Philosophiques", califica el tema de la Donación Alejandrina diciendo “que las Bulas son un monumento a la extravagancia humana y que estas solo son fruto del oportunismo papal”.

Según él, Alejandro VI, “con el propósito de ganarse el apoyo español para colocar a uno de sus bastardos como Emperador de Alemania, no ahorró bajeza para congraciarse con Fernando e Isabel, a los que se apresuró a regalarles América, sin sabe siquiera donde se encontraba…” “Si no estuviéramos habituados a los atentados y pretensiones de los papas –comenta- quedaríamos admirados de ver como un eclesiástico ultramontano podía dar de un plumazo los estados de trescientas naciones diferentes, a un pequeño príncipe europeo”.

También el abate Guillermo Tomás Raynal, escritor francés de la corriente enciclopedista, emplea artillería gruesa para calificar a las Bulas y refiriéndose a la navegación hispanoportuguesa afirma en su "Histoire Philosophique et Politique des Etablissements et du Comerse des Européens dans les deux Indes" que: "para prevenir un conflicto entre las ambiciones de ambos Estados, la Santa Sede delimitó en 1493 la zona de expansión de cada uno, haciendo uso de ese poder universal y ridículo que los pontífices de Roma se habían arrogado desde hacía siglos y que la ignorancia idólatra de dos pueblos igualmente supersticiosos prolongaba todavía para asociar el cielo a su avaricia”.

En carta a Simón Bolívar, el mismo abate Raynal expresa: "Tres siglos ha, dice V., que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón. Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas verdades…”

El historiador inglés William Robertson, Capellán Real de Jorge III, Rector de la Universidad de Edimburgo y Moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia, agrega que “Alejandro VI, originariamente vasallo de Fernando e Isabel y deseoso de obtener su favor en pro de sus ambiciones personales, realiza un acto de liberalidad que no le cuesta nada y que, por el contrario, le sirve para afianzar el poder papal y por ese acto los reyes católicos adquieren un Título nulo, pero que les parece de valor incontestable”.

También el peruano Lorenzo de Vidaurre aborda el tema de las Bulas en varios escritos escalonados a partir de 1810. Recurriendo a la historia de su país, relata cómo al enterarse Atahualpa de la Donación Alejandrina y sin más iluminación que la luz de la razón preguntó: “¿Pues, que estos reinos son del Pontífice?”
“Ni la predicación del evangelio ni el quebrantamiento del derecho natural - sostiene Vidaurre-, fueron causas legítimas para la Donación. Los Pontífices no podían dar reinos que no eran suyos y que por ningún título les pertenecían. Alejandro VI tuvo la misma potestad para trazar una línea divisoria, que un geógrafo para dividir la tierra o un astrónomo los cielos..”

Colón se mostró siempre como un gran empresario y como tal celebró su Capitulación. Incluso en su propio testamento se aprecia como, para el cuidado de su alma, dejó lo estrictamente necesario, en tanto que por otra parte, el legado más pobre fue para su hermano Diego, explicando que no le dejaba más “porque es de la iglesia.”
En su testamento fechado el 19 de mayo de 1506, sostuvo que “allende de poner el aviso y mi persona para el descubrimiento, Sus Altezas no gastaron ni quisieron gastar para ello, salvo un cuento de maravedíes, e a mi fue necesario de gastar el resto…” (un cuento corresponde a un millón de maravedíes).







1 comentario:

Anónimo dijo...

excelente coleccion de articulos sobr critobal colon.

Cuando los templarios fueron supuestamente disueltos por el Vaticanos, una parte de ellos se va a Suiza y otros escapan a Escocia, donde construyen la famosa capilla de Roslin y empieza a desarrollarse la masonería; no por casualidad, el rito escocés es una de sus más potentes variantes.

Seguidamente, los templarios se convierten en marinos, lo que les lleva a “descubrir” América, gracias a esos conocimientos esotéricos heredados del ocultismo egipcio y judío. Por eso, Cristóbal Colón descubre América con unas carabelas que enarbolan la bandera templaria. Colón era masón, o templario incluso talvez judio.


Esos marinos templarios se convertirían en piratas y corsarios al servicio de la monarquía británica y holandesa, fundadores del Capitalismo, que se harían ricos a base de robar el dinero que los españoles robaban a los americanos. Fue en aquella época cuando los templarios-masones adoptaron la bandera de los “huesos y la calavera” (en inglés “Skulls and Bones) , ya usada por los Iluminati de Baviera, y que pasaría a ser el emblema de la secta paramasónica de los “Skulls and Bones” de la Universidad de Yale, a la que pertenecería gran parte de la cleptocracia americana, incluida toda la familia Bush. Los piratas eligieron las islas del Caribe como “paraísos fiscales”, es decir, donde esconder el dinero, al igual que seguirían haciendo sus descendientes siglos después.