domingo, 3 de octubre de 2010

DESCUBRIENDO A CRISTÓBAL COLÓN. Parte 2.-


“La historia de los grandes acontecimientos del mundo apenas es más que la historia de sus crímenes”. Francois-Marie Arouet. Voltaire.

La historia oficial señala que Colón pisó tierra el 12 de octubre de 1492 en la isla Guanahaní que bautizó como San Salvador, posiblemente porque su estado de ánimo era como el de un resucitado, ya que horas antes del grito salvador de Rodrigo de Triana, (que en verdad tampoco se llamaba así sino Juan Rodríguez Bermejo), su tripulación amotinada lo quería linchar para regresarse a España. Por eso quizás besó la tierra, como describió en su Diario: "entre lágrimas de alegría por la inconmensurable gracia de haber llegado a ella..."

Lo curioso es que el Almirante cartógrafo, aún tembloroso y deseoso de gratificar con oro y joyas a sus hombres, además de preguntarles a los indígenas cuándo podría saludar a su Rey el Gran Khan de China, solo se limitó a describir, es decir, poner por escrito lo que había observado luego de recorrer la isla, pero nunca la señaló o dibujó en un mapa, ni fijó sus coordenadas:

“Es una isla baja sin montañas, cubierta de palmeras y con la peculiaridad de no tener agua dulce, lo que me impide abastecer las naves, por lo que me veo obligado a abandonarla prontamente”.

No obstante, tal isla, ubicada en el archipiélago de Las Bahamas y rebautizada por los ingleses como Watling, posee muchas colinas, algunas bastante elevadas y por lo tanto no es un terreno plano y muy por el contrario, una de sus características es que posee abundante agua dulce.

¿Equivocado otra vez el Almirante, de pocas luces, o tan desconfiado que no quiso dar las señales correctas? ¿O tal vez impaciente por encontrar los tesoros y recompensas prometidas a la tripulación y recobrar así la autoridad, tan lastimada en el motín?

El 13 de octubre, día siguiente del desembarco, escribía en su Diario: “…yo estaba atento y trataba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen en la nariz, y por señas pude entender que yendo al sur estaba un rey que tenia grandes y muchísimos vasos de oro…”
“… Determiné esperar hasta mañana… para ir al sudoeste a buscar oro y piedras preciosas…”
“…Aquí nace el oro que traen colgado a la nariz…”
“…no perder mas tiempo e ir a ver si encontraba la isla de Cipango…”
Con estas anotaciones queda claro que el Almirante no estaba pensando en especias, seda, algodón o comercio con las Indias sino exclusivamente como enriquecerse; que esa isla a la que arribó, no teniendo oro, no servía a sus propósitos, y que creía firmemente que estaba cerca de Cipango, Japón, muy cerca de China, que era su objetivo final.

Como bien se sabe, la tripulación de Colón no era heroica; en su mayoría estaba compuesta por ex convictos, criminales huyendo de su pasado, y judíos conminados por el Edicto de Expulsión de esa etnia de los territorios de Castilla, cuyo último y fatal plazo expiraba el 2 de octubre, un día antes que las Carabelas salieron desde Punta de Palos. Si no abandonaban España ese día, la sentencia era morir quemados en la hoguera de la Inquisición.

Entre las pocas excepciones estaban los hermanos Pinzón, prestigiados y avezados marinos españoles que tuvieron un importante rol en este primer viaje de Colón. Martín Alonso, era el mayor de los hermanos y en esa época el armador de mayor importancia y riqueza de la cuenca de los ríos Tinto y Odiel. Fue quién desestimó los barcos que los reyes habían puesto a disposición de Colón y buscó contar con otros, mas adecuados para la expedición. Fue uno de los financistas de esta aventura y puso de su hacienda personal medio millón de maravedíes, la tercera parte de los gastos en metálico de la empresa. El fue quien interesó a otros armadores, hombres ricos, dispuestos a entrar en el negocio que representaba la empresa expedicionaria, planteada por Colón donde fácilmente en un año se triplicaría el capital, sin contar con los cargos y honores que un Virrey podía gestionar, además de jugosos negocios a sus eventuales socios.
Colón se mostró en esta etapa agradecido de Alonso Pinzón, que con sus influencias solucionó todos los inconvenientes que en ese momento parecían insuperables. También en su Diario y durante la primera fase de la navegación coloca frases muy conceptuosas sobre su pericia, juicio marinero y dotes de mando, lo mismo cuando los motines, donde fue Pinzón quien se enfrentó a los rebeldes y luego corrigió el rumbo de Colón, que se había confundido. Fue su nave la que a partir de entonces hizo de capitana y de donde el vigía Rodrigo de Triana confirmó la presencia de la costa.

En los los juicios posteriores a la muerte de Colón conocidos como Pleitos Colombinos, el testigo onubense Alonso Gallego recordaba haber oído decir a Colón:

“Señor Martín Alonso Pinçón, vamos a este viage que, si salimos con él y Dios nos descubre tierras, yo os prometo por la Corona Real de partir con vos como un hermano”.

Pero tras el descubrimiento, el ya Almirante Colón se muestra excesivamente celoso de su gloria y privilegios, su amistad se deteriora y luego acusa de traición al armador. Este muere a pocos días del regreso y no logra defenderse ni entregar su versión. Colón ni siquiera concurre a su sepelio ni entrega el pésame a su familia. Menos le pagó lo adeudado.

En particular lo mayormente ambicionado por los reyes, Colón y los financistas de la expedición era el oro, que escaseaba en España donde no había ni minas ni reservas de ese mineral, porque para estos avezados hombres de negocios, ni las especias, ni las frutas exóticas o las sedas, eran capaces de entregarles ganancias para recuperar su inversión a corto plazo y duplicar su capital. La prueba está en que cuando resultó que no había tales tesoros y joyas como esperaban, desviaron sus intereses al tráfico de esclavos.

No hay que olvidar, que en esa época los barcos eran una inversión muy potente y sobre todo si estaban adecuados para distancias largas. En dinero de hoy, se ha estimado que una Carabela como las del descubrimiento no costaba menos del equivalente a diez millones de dólares. Así fue como se integraron Juan de la Cosa, propietario de la Santa María, que antes del viaje se llamaba María Galante, Cristóbal Quintero, propietario de La Pinta y Juan Niño, dueño de La Niña, que antes se llamaba El Niño, que en cautela de sus intereses, al igual que Pinzón y sus hermanos conformaron la tripulación del llamado Primer Viaje de Colón.

De tal forma que en la Nao principal La Santa María, iba Colón de Capitán General guiando al resto; Juan de la Cosa, el propietario de la nave como Contramaestre; y como Piloto Paracelso Niño; en la Carabela La Pinta su Capitán era Alonso Pinzón; como Maestre su hermano Francisco Martín; y de Piloto Cristóbal García Sarmiento y, en la Carabela La Niña, como su Capitán Vicente Yáñez Pinzón, Juan Niño el propietario y Maestre, y Sancho Ruíz de Gama como Piloto.

En el fondo, esta era una flota privada de gran magnitud para esos tiempos, cuyo costo fácilmente en el presente significaría sobre 50 millones de dólares, teniendo en cuenta salarios, comidas, agua y medicinas para ese viaje intercontinental.

Se ha estimado que además del valor ya dicho de las naves, hubo una inversión de capital equivalente a otros 25 millones de dólares en efectivo, aportados por financistas que entendieron este viaje como un magnífico negocio. Fundamental para el proyecto de Colón fue la ayuda que le proporcionó Luis de Santángel, funcionario de confianza del rey Fernando, quién se ofreció para financiarlo en 1.140.000 maravedíes de su fortuna personal, que era el 60 % de los costos totales.

“Y porque los reyes no tenían dineros para despachar a Colon, les prestó Luis Santángel, su escribano de Ración, seis cuentos de maravedíes, que son en cuenta más gruesa diez y seis mil ducados”.

El resto, hasta completar dos millones de maravedíes, iba a ser aportado por comerciantes genoveses, Francesco Pinillo entre ellos, el propio Colón, que consiguió un empréstito por 500 000 maravedíes, más lo aportado por Alonso Pinzón.

Los reyes de Castilla por tanto, nada aportaron en lo que a moneda dura se refiere, siendo la historia de las joyas de la reina, que habrían sido vendidas o empeñadas para el financiamiento como se enseña en las escuelas, una más de las leyendas inventadas para lavar la imagen de Isabel y relacionar lo de “católica” con lo de "caritativa", y desviar así la mirada de la verdadera y feroz Isabel, responsable directa junto con su esposo Fernando, en calidad de autores intelectuales sino materiales, de todos los ingentes crímenes, asesinatos y salvajadas cometidas por la Santa Inquisición en esa gente inocente, que sufrió tan cruel y sanguinaria persecución y exterminio a lo largo y ancho de sus reinos. La misma Isabel cuya orden fue "Conviértanlos o mátenlos", refiriéndose a los indígenas del Nuevo Mundo que no quisieron convertirse al cristianismo.

Y luego, del exterminio de las razas originarias de América, e inclusive, en la colonización la discriminación, el racismo, la esclavitud, la pureza de sangre y los zoológicos humanos que se hizo con los indígenas en Europa.

Este primer viaje de Colón duró exactamente 36 días, tiempo extraordinariamente corto para una expedición de tal naturaleza, un auténtico “paseo” comparado con el casi un año que invirtió Vasco de Gama en llegar a la India, teniendo en cuenta que por siglos el hombre navegó en todas direcciones y jamás se topó, salvo excepciones que mencionaremos, con el continente sudamericano. Esto ha dado pábulo a quienes sostienen que este conocía de mucho antes el derrotero que llevaba a estas tierras.

El mismo fray Bartolomé de las Casas, contemporáneo de Colón, escribió al respecto que: “Ya él tenía certidumbre que había de descubrir tierras y gentes en ellas, como si en ellas personalmente hubiera estado…” “tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y de hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con su propia llave lo tuviera”.

Otro hecho singular que infiere en esta misma sospecha, lo constituye el incidente del Mar de los Sargazos, temible sector del Atlántico que desde muy antiguo inspiraba terror a los capitanes piratas, bucaneros y demás naves que lo encontraban en su camino.
Llamado el “Mar del Miedo, “El Cementerio de los Barcos Perdidos” y conocido también como la "Latitud de los Caballos”, en alusión a que cuando un barco atrapado allí agotaba sus alimentos tratando de encontrar una salida, la tripulación debía comerse esas bestias u otras que llevase a bordo para sobrevivir.

Ya en el año 500 a. de C. el almirante cartaginés Himilco, se refiere a una experiencia tenida en el "Mar Tenebroso", como se llamaba al Atántico en ese entonces, aunque como veremos exagera, pero sirve para darse cuenta de la percepción del mundo antiguo sobre el mar de los Sargazos:

"No se advierte brisa que mueva el barco, tan muerto está el perezoso viento de este mar quieto...; hay tantas algas entre las olas, que parecen contener al navío, como si fuesen arbustos...; el mar no tiene gran profundidad, la superficie de la tierra está cubierta por muy poca agua...; los monstruos marinos se mueven continuamente, en todas direcciones, y hay bestias feroces que nadan entre los barcos que se arrastran lentos y perezosos..."

Otra leyenda relativa al Mar de los Sargazos partió de la creencia errónea de los marinos sobre que la abundancia de algas era señal de bajíos, lo que les llevó a evitar atravesarlo para no encallar. Asimismo este lugar ha sido insistentemente señalado por los buscadores del continente perdido de La Atlántida como una de sus probables ubicaciones, en la creencia que la masa de algas señala roqueríos o montañas submarinas a flor de mar, lo que ha sido potenciado, por encontrarse este Mar de los Sargazos aledaño al famoso Triángulo de las Bermudas. Pero la realidad es que su profundidad media es de 450 metros.

Hoy sabemos que el fenómeno se debe a una masa ovalada de agua, cubierta enteramente por algas flotantes, entrelazadas entre sí, que ocupa una gigantesca superficie, siempre creciente y equivalente a dos tercios de la extensión de los EE.UU., que gira en torno a las islas Bermudas.
Las plantas acuáticas, se mantienen a flote porque recogen desde las capas inferiores del agua, fosfatos y nitratos, mantenidos en suspensión y a temperatura adecuada por corrientes encontradas del lugar y porque están conformadas por unas pequeñas vejigas llenas de gas, que por parecerse a una variedad de uvas conocidas en Portugal como Salgazo, fueron bautizadas así por los navegantes de ese país que llegaron al sector.


Sin apenas corrientes, con largos períodos de calma total y sobre todo con un casi infinito tapiz de algas flotantes, parecen ser capaces de retener cualquier nave que circule entre ellas. Verse atrapado en sus aguas era sinónimo de muerte y desesperación. El paisaje tenebroso y el penetrante olor de este desierto de plantas acuáticas que parece no tener fin, contribuía también al áurea de lugar maldito. Lo más pavoroso, para quienes tenían la desgracia de encontrarse rodeados por este mar de algas, era saber que nadie había atravesado este mar ni sobrevivido intentándolo.

El 16 de septiembre de 1492, las naves guiadas por Colón entraron decididamente a este Mar, entregándoles éste a las tripulaciones de las dos Carabelas y la Nao de la expedición, la seguridad de que sabía lo que estaba haciendo. El 17 de septiembre experimentaron el efecto de la declinación magnética (la dirección magnética es menor que la del norte verdadero si la declinación es hacia el este, y mayor si mira hacia el oeste.), que ya venía enunciándose de días antes. Colón les pidió no tener temor y confiar en él. Cada cierto trecho, ordenaba una sonda para medir la profundidad del agua, ya que la presencia de abundantes hierbas que les parecieron de río, así como algunos crustáceos y gusanos y también un cangrejo vivo, les hizo creer que se encontraban cerca de tierra, ilusión que se repitió en los días siguientes.

La abundancia de hierba flotando en el océano aumentaba o disminuía cada día. De pronto, cesó el viento y las naves quedaron varadas en esa inmensa mancha verde, para luego de unas horas hinchar otra vez las velas, lo que se repitió en diferentes días y horas. El 25 de septiembre, ante la creciente alarma de la tripulación que se mostraba alterada e intranquila por estos extraños fenómenos que les confirmaban sus peores presagios y temores, el mismo Martín Alonso Pinzón, pidió "albricias", solicitó una recompensa que estaba prometida, en la seguridad de que había divisado tierra en el horizonte, lo que resultó ser una falsa alarma pues tan sólo se trataba de nubes bajas.
Los hombres de abordo, se contaban entre ellos las leyendas que daban cuenta de los peligros sobrenaturales ocurridos en ese mar de algas y otros lugares donde la navegación resultaba impenetrable, como las densas nieblas que no permitían la localización de las estrellas y que paralizaban los instrumentos de navegación.

O las zonas tórridas donde los hombres se tornaban negros; lugares malditos donde había ríos de fuego que descendían de las montañas estando el mar tan caliente que quemaba las naves y otros fantásticos relatos donde pululaban ánimas y muertos que salían de las olas, monstruos fabulosos que atacaban las naves y fenómenos extraños que detenían la marcha de los buques, relatos todos que atemorizaban a los marinos, que los aceptaban como reales, pues hasta en la Biblia, en Job 41, Salmos 104:26, se decía: “que monstruos marinos gigantescos guardan los bordes de los mares.”

Cada cierto trecho, gaviotas revoloteaban en el cielo, indicio corriente para estimar que la tierra estaba cercana, pero Colón les decía que había que continuar, que no se fijasen en estas señales engañosas. El día 30, vieron pasar como nunca enormes cantidades de esta hierba que les parecía de origen terrestre. El 2 de Octubre esta hierba transitaba en dirección opuesta a la de los días anteriores; todos estaban desesperados y los capitanes hacían grandes esfuerzos por mantener la calma de sus dirigidos. El día 5 renacieron las esperanzas porque todo indicaba que habían dejado atrás las ominosas manchas verdes, pero estas volvieron a espesarse el día 8, ensombreciendo el carácter de los marineros, pero desapareciendo completamente al día siguiente.

No obstante la alegría que ello produjo, un gran desgaste moral y físico se había generado en esta marinería indisciplinada e inexperta, que había sido en su mayoría enrolada contra su voluntad. Un mal menor dados sus graves problemas judiciales que a varios podrían llevarles a la horca.

Sumado a ello, estos 36 días de navegación les parecieron interminables. Junto a la zozobra de temer lo peor para sus cuerpos y sus almas, la comida había empezado a escasear, el escorbuto ya había hecho presa de varios hombres y era cuestión de tiempo que se extendiera a todos los demás.
La desconfianza en Colón, en su carácter apático y poco comunicativo, sombrío a veces, les hacía dudar que la empresa terminara bien. Ya los días 6 y 7 de octubre había habido un conato de motín en la Santa María, la nave comandada por Colón, que fue sofocado gracias a la recia personalidad y al respeto que se tenía a Martín Alonso Pinzón, que aconsejó a Colón ahorcar de inmediato a los cabecillas del motín y a que si este no cesaba, él mismo los atacaría con la tripulación de su barco.

No obstante, la desesperación de la gente se generalizó al resto de las naves y a sus oficiales entre el 9 y 10 de octubre, siendo ahora conducida esta insurrección por los capitanes de las naves, que conminaron al Almirante a emprender el regreso y dar por fracasada la expedición. En su defecto, su suerte sería determinada a la decisión general.

¿Por qué los hermanos Pinzón, los verdaderos líderes de esta expedición se sumaron a la rebelión contra Colón? Pues, porque se dieron cuenta al estudiar las anotaciones de la bitácora, que el Almirante les estaba mintiendo en las distancias que recorrían en cada jornada. El día 10 de septiembre por ejemplo navegaron 60 leguas y él declaró solo 48, el 16 recorrieron 38, pero les anunció 36 y así sucesivamente. En la misma anotó que lo hacía: “…porque si el viaje fuese largo no se espantase y desmayase la gente”, lo que vuelve a repetir el día 25. Y refiriéndose al amotinamiento solo escribe… que la gente:…”quejábase del largo viaje”. Nada escribe sobre el motín.
Colón, argumentó desesperadamente, pidiendo mayor plazo y ofreciendo recompensas especiales y la promesa que una vez en tierra los haría ricos a todos, ante lo cual se votó solo esperar tres días más.

El 12 de octubre, cuando los ánimos estaban otra vez soliviantados, el grumete Rodrigo de Triana dio el famoso grito de TIERRA A LA VISTA.

Este episodio salvó a Colón, pero los historiadores nunca se han explicado su seguridad para escoger atravesar el desconocido Mar de los Sargazos y cómo supo la ruta a seguir. ¿Por qué las hierbas ni las gaviotas lo engañaron? ¿Por qué no se desesperó nunca y aseguró que muy luego llegarían a la tierra prometida? ¡Y cómo es que sabía que el viento retornaría y las algas no lo engatusaron como a los demás marinos, tan veteranos y experimentados como el mismo!

Para la época del “descubrimiento”, finales del siglo XV y comienzos de un nuevo período histórico conocido como Edad Moderna y que otros prefieren nombrar como Antiguo Régimen, (1492-1789) Europa, se recuperaba de las grandes mortandades producidas por las guerras y la peste negra o bubónica, -pandemia que causó la muerte a una tercera parte de la población europea- sin abandonar el esquema social de la Edad Media dividido en estamentos privilegiados como la Nobleza y el Alto Clero, y aquellos que no gozaban de privilegio social alguno, como los artesanos, burgueses y campesinado, estos últimos más del 80% de la población, que no lograban desprenderse del régimen feudal, y que seguían indisolublemente atados a la nobleza.

Toda Europa estaba plagada de desocupados, mendigos y delincuentes donde descollaba una creciente burguesía inhumana que explotaba por igual a hombres y bestias. La deuda externa obligaba a crear más y más impuestos, que nunca alcanzaban satisfacer las demandas de la corte y el clero, lo que producía una carga impositiva inaguantable.
Como en ninguna época cundía el vasallaje, el servilismo y una noción resignada de parte de la población, que dada su religiosidad se guiaba por los preceptos bíblicos.
La Biblia eran mandamientos escritos por hombres de Dios y los curas predicaban que había que servir a los señores, que los nobles eran respetables porque eran parte del sistema monárquico y que los Monarcas eran gratos a Dios, porque con su venia habían accedido al trono.

Como bien dice Echeverría en El Búho de Minerva: “la cosmovisión medieval se caracteriza por su carácter geocéntrico, por hacer de la afirmación de la fe en Dios el elemento central en el ordenamiento del mundo. Las cosas ocupan el lugar que su relación y referencia con Dios les confiere y, de esta forma, adquieren sentido y valor”.

En la Edad Media y en este inicio de la Edad Moderna, el trabajo se ajustó a las pautas de maldición bíblica y al principio Paulino, de que, quien no trabajaba no debía comer.
El orden de importancia de tal sociedad, era que los primeros eran los que rezaban. Los segundos los que luchaban, y los últimos, los que trabajaban manualmente.

Los oratores eran los que realizaban el trabajo de Dios que acompañaba al trabajo. Se creía y se fomentaba que lo fundamental era el servicio de Dios; que quien tenía por profesión la oración tenía la primera prioridad. No hay que olvidar, que además el alto clero poseía privilegios extraordinarios, por ser de origen noble, lo que se traducía en prebendas, tierras y cargos que los colocaba en la cima de la pirámide social.

Los bellatores eran los caballeros de la Edad Media; tenían un patrón de valores, un castillo, siervos, comarca, armas sofisticadas y se les exigía bravura, honor, gloria lealtad y cortesía, para con su país y su rey.

Por último estaban los laborales, los que hacían el trabajo pesado, las tareas comerciales de la ciudad, como la herrería, minería, artesanado, la agricultura y el trabajo de los puertos.
Desde el púlpito los curas predicaban que había que bendecir el trabajo que daban los poderosos. Qué el hombre de la familia era quien debía velar por el sustento de los suyos y que ningún trabajo era despreciable. Lo ordenaba Dios en el Génesis 3:17:19:

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol del que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás ¨.

También el trabajo es una carga que el hombre debe hacer con gozo, que formaba parte del plan de Dios: Génesis 2:15 : ¨ Tomó, pues, Jehová Dios al hombre y lo puso en el Huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase ¨. Génesis 2:3; “Y bendijo Dios al día séptimo y lo santificó porque era el reposo de toda la obra que había hecho en la creación".

Las grandes obras públicas de regadío, de puentes y caminos y otras construcciones, eran hechas en importante medida por la llamada “carne de horca”, los presidiarios y criminales sin vuelta, que eran frecuentemente exonerados de sus penas para servir en expediciones, galeras y trabajos pesados y peligrosos. Estos sujetos derivaban fácilmente a la actividad criminosa de los contrabandistas, piratas, bucaneros y corsarios, quehacer protegido por los reyes y la Iglesia cuando se trataba que operase en su propio beneficio, en particular, para atacar y destruir barcos enemigos, a cambio del botín, el propio barco, si servía y especialmente mujeres, especies, oro y joyas.

El siglo XV, ve a la Iglesia Católica llegar a la cima de su gloria terrenal y también al tope de su corrupción, con la plena vigencia de la Inquisición y la caza de brujas, merced a los servicios interesados de sus miles de espías secretos, sujetos serviles que con el soplonaje buscaban eximirse de sus fechorías, junto a esos frailes y curas supersticiosos, despiadados y mentalizados con el fanatismo enfermizo de librar la batalla final contra el demonio, destruyendo en la santa y piadosa hoguera a los enemigos del único Dios verdadero.

Las cruzadas, las persecuciones religiosas contra Cátaros o Albigenses, la destrucción de los judíos que habían condenado a muerte a Jesucristo y la guerra santa contra los satánicos seguidores del credo hereje del Islam, -pecadores a quienes además de la vida había que arrebatar sus bienes y riquezas-, fueron los principales afanes de la monarquía antes que apareciera Colón, tareas guerreras y discriminatorias, alentadas por la poderosa Iglesia Católica, que consumieron todo signo de progreso, de libertades humanas y libre ejercicio de la capacidad creadora del hombre de esa Era Tenebrosa.

En ese clima enajenante, España a la sazón con seis millones de habitantes, en su mayor parte campesinos y artesanos arruinados, utilizó las técnicas suficientemente probadas por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, de eliminación de sus enemigos religiosos y la siembra de un terror intimidatorio, para librarse definitivamente de la presencia musulmana y judaizante en su sociedad, recreando una Inquisición “a la española”, monitoreada esta vez por los propios reyes católicos y su ejecutor, el favorito y confesor personal de Isabel, el múltiple asesino ávido de sangre, monje Torquemada, de triste recuerdo, no por eso menos temible y sanguinaria como la ejercida por casi cinco siglos por la cúpula Vaticana, dirigida personalmente con celo y pasión por sus Papas, personajes que en su mayoría duraban en ese Poder Temporal en reemplazo de Dios en la Tierra, lo que demoraba su sucesor en asesinarle, complotar con algunos Obispos y Cardenales contra su mandato o conseguir su extradición con ayuda de sicarios y de algún monarca ambicioso.

Pero al mismo tiempo, esta mística unitaria de unificación territorial, religiosa y política desarrolladas por Fernando e Isabel, junto a la creciente capacidad marítima de sus puertos estratégicos que concentraban un intenso comercio internacional, fueron fortaleciendo el florecimiento del afán científico y avance industrial de España, hasta convertirla en una potencia emergente, que no lograba despegar como buscaba, para conseguir mayor prosperidad, porque sus tentativas de llegar a las Indias por el Oriente hasta el momento habían fracasado.

Pero por sobre todo, España estaba obligada a no quedar fuera de la Ruta de las Especias, porque sus competidores marítimos portugueses, habían descubierto una nueva ruta comercial siguiendo la costa de África hacia el sur, que abrió ricos mercados y el acceso al ambicionado contacto con Las Indias y el mundo asiático, creando un gran imperio comercial cerrado a la competencia española.

Cristóbal Colón, un oscuro marino de antecedentes poco claros que decía ser genovés, había insistido en varias oportunidades ante Juan II de Avis, el famoso rey de Portugal apodado El Príncipe Perfecto, sobre un proyecto expedicionario que aseguraba abriría una nueva ruta a las Indias, no por oriente sino por occidente, que evidentemente de ser cierto, acortaba considerablemente el actual derrotero que circundaba África, pero tal proyecto había sido desestimado en 1484 por recomendación de la comisión especial que asesoró a Juan II, quienes lo consideraron inviable.

Dos años después en 1486, se trasladó a España e inició gestiones para que su proyecto fuese conocido por los Reyes Católicos, pero tal cual le ocurrió en Portugal, una Junta de Sabios, que examinó su presentación, emitió un juicio negativo. Mucho riesgo e inversión para un proyecto carente de fundamentos reales.

En 1492, seis años después de esta negativa y ocho años desde que había hecho lobby en Portugal y España y se dice que también en la corte francesa e inglesa, la reina Isabel le hizo llamar a palacio.

¿Qué pudo haber ocurrido para este cambio de actitud de los reyes, de escuchar a Colón después de tanto tiempo? ¿Y no solo escucharle, sino aceptar todos los términos exigidos, que se dejaron por escrito en las llamadas Capitulaciones de Santa Fe que se firmaron el 17 de abril de 1492 ?

Es preciso tener en cuenta que lo otorgado por los reyes españoles a Colón fueron Concesiones y Poderes extraordinarios que nunca antes ni después fueron igualados por otros expedicionarios, descubridores o peticionarios.
En este documento, al mismo tiempo que se deja muy claro que los reyes de Castilla son los señores de lo que se descubra, cabe destacar en primer lugar el título que se da a Colón, de Almirante Mayor de la Mar Océana, de todas las islas y tierras que se descubran.

Se le concede también el privilegio de que este título sea hereditario. Recibe también el título de Virrey y Gobernador General de todas las tierras e islas que se descubran en esa zona. En un primer momento estos cargos no son hereditarios, pero Colón consigue que se lo concedan y en 1479 obtiene una autorización para constituir un mayorazgo o feudo de progenitura para sus bienes, vasallos, herencias y oficios perpetuos. Se le otorga el derecho de Terna, la presentación de una lista de tres candidatos para todos los cargos que nombrara, de los que los reyes elegirían el que les pareciera más adecuado.

Colón consigue, por lo tanto, reunir en su persona dos de los títulos más importantes que existían en Castilla en ese momento, el de Virrey y el de Almirante. Esto implica, por parte de los Reyes Católicos una enajenación de poderes propiamente señoriales, algo que no solían hacer, ya que siempre habían intentado preservar la autoridad monárquica.

Respecto a las cuestiones económicas, el Almirante se llevaría el diezmo (10%) de todos los productos de las nuevas tierras, quedando el resto para los reyes. Se le pide asimismo a Colón que pague la octava parte de los gastos de la expedición, recibiendo él a cambio la misma proporción de los futuros beneficios comerciales. Finalmente se le encarga que en caso de disputas o pleitos a causa de las mercancías, se encargue él personalmente o su teniente de solucionarlos.
Es importante destacar que en documento anexo de fecha 17 de abril, se incluyeron pasaportes y cartas credenciales para los príncipes de Oriente; una carta presentación para los príncipes cristianos que pudiera encontrarse, otra para el Gran Khan que reinaba en China, ya que las tierras a visitar estaban bajo su imperio y una merced del título de “don”, una distinción muy especial que solo tenían los reyes y algunos selectos hombres del reino.

Con relación a este asunto, el profesor Juan Manzano en su obra "Cristóbal Colón, Siete años decisivos de su vida" 1485-1492 relata: “El don era un título honorífico y de dignidad que antepuesto solamente al nombre, no al apellido, se otorgaba en aquella época a contadas personas, aun de las más alta nobleza. Lo usaban los reyes y los miembros de su familia, también los nobles de elevado rango y sus descendientes. Era muy codiciado en aquel tiempo, y solía concederse en casos excepcionales, para premiar eminentes servicios a la Corona”.

Había también otras provisiones menores, como una orden a los vecinos de Palos de la Frontera, para que pusieran a disposición de Colón las dos Carabelas, que estaban obligados a pagar, por no haber servido a los reyes como debían y un seguro, para que pudieran enrolarse en la expedición quienes tuvieran delitos pendientes.

Según la versión oficial, este cambio de actitud de Isabel y Fernando, fue porque la guerra de Granada había terminado y Castilla no tenía más tierras que conquistar en la Península. Los turcos otomanos cerraban las rutas comerciales en el Mediterráneo oriental y los portugueses impedían la navegación por el sur de África. Por tanto, los españoles tenían sólo una opción: navegar hacia el oeste como proponía Colón.

Pero esa versión, siendo plausible carece de lógica, ya que si fue decisión de la corona explorar hacia el oeste para buscar nuevas tierras o rutas marítimas hacia Indias, no necesitaba a Colón para ello. Recordemos que poseía una flota de barcos considerados bastante veloces y modernos y muchos capitanes avezados. ¡Y aventureros, mercenarios y piratas que conocían todas las latitudes en busca de fortuna, sobraban!
Además ya vimos que Colón presentó una mala idea, técnicamente indefendible, que para realizarse no solo precisaba del cien por ciento de los recursos que debían ser solventados por el reino, sino prebendas honoríficas y porcentajes altísimos, que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón desestimaron desde el primer momento. Muchos costos para una promesa vaga.

Para intentar contestar esta pregunta de un cambio de actitud tan radical de los soberanos de Castilla nos enfocaremos al análisis de dos situaciones:

La primera de ellas la encontramos en el prólogo de la citada declaración de Capitulaciones de Santa Fe, que dice textualmente:
“Las cosas suplicadas e que vuestras Altezas dan e otorgan a don Cristobal Colón en alguna satisfacción de lo que ha descubierto en las mares oceánicas y del viaje que ahora con la ayuda de Dios ha de hacer por ella en servicio de vuestras majestades son las que siguen..."

Una primera lectura, deja ver cómo Colón ha suplicado se le conceda una serie de derechos o mercedes. Los Reyes proclaman haber aceptado por una doble razón: satisfacerle por lo que había descubierto y, mediante esas mercedes, hacer posible el viaje que, con la ayuda de Dios, se esperaba de nuevo hiciera.

Es decir, Colón ya antes había estado en unas tierras lejanas y desconocidas por los europeos, lo que no dijo en sus primeras presentaciones, pero que apenas fue revelado a la reina y ya veremos de que manera, ésta comprendió que ésta era una gran oportunidad para Castilla, tanto para tener un camino distinto al de los portugueses para llegar a las Indias y Asia, como porque si no utilizaban a Colón, éste vendería la idea, como intentaba, a otros reinos, Portugal, Francia o Inglaterra.
Además Colón, al serle exigido presentó pruebas; un mapa, donde se señalizaba la presencia de estas tierras, la forma en que había obtenido la información que le llevó a conocer tal descubrimiento y un estudio donde constaban los tiempos aproximados para llegar a esta posesión, este último con el que los sabios de la Corte no estaban de acuerdo porque lo encontraban equivocado, en la forma de hacer los cálculos y en la distancia estimada, pero que Colón defendía fervientemente.

Colón se basaba en que la tierra tenía una circunferencia de 29.000 km, según la "medición" del sabio griego Posidonio (Colón estaba equivocado pues este astrónomo postuló que la medida de la circunferencia terrestre sería de alrededor de 240.000 estadios (aproximadamente 44.000 km). y la medida del grado terrestre de Ailly, sin considerar que éste hablaba de millas árabes y no italianas que son más cortas de modo que cifraba esa circunferencia en menos de las tres cuartas partes de la real, que por otro lado era la aceptada científicamente desde tiempos de Eratóstenes, cuya teoría, ahora lo sabemos también contenía yerros

Como resultado de lo anterior, según Colón, entre las Canarias y Cipango (Japón) debía haber unas 2.400 millas marinas, cuando, en realidad, hay 10.700.

Pierre d'Ailly (1351-1420) fue un geógrafo y teólogo francés que escribió un tratado cosmográfico en 1410, “La imagen del Mundo”. La teoría de la Imago Mundi planteaba que existían cuatro continentes, dos en el norte y dos en el sur, o bien, vistos desde otra perspectiva, dos en el este y dos en el oeste. Esto daba como resultado, uno al norte que era Europa, y otro al sur que era África, ambos en el lado este del globo.
Del lado oeste, se encontraba solo otro continente al norte que era Asia; por lo tanto la otra extensión de tierra debía encontrarse al sur. Es por esto que Colón consideraba que había navegado en aguas australes, es decir, al sur del ecuador, pues tenía idea de haber llegado al sur de Asia).

Y el segundo elemento, tiene que ver con lo que el mismo Colón relataba a sus amistades y que también dijo ante la Comisión que asesoraba a los Reyes Católicos, recogidos en la frase “ Me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable a que era hacedero navegar de aquí a las Indias, y me abrió la voluntad para la ejecución de ello. Y con este fuego vine a Vuestras Altezas”.

A este respecto, de antiguo se comentaba y era tema de los cronistas de la época, que a Colón, en los tiempos en que viajaba incesantemente como marinero al servicio de naves comerciales y algunos decían que como pirata, entre las islas Madeira, Azores y Canarias, “algo” le sucedió; un acontecimiento extraordinario y trascendental que él siempre manifestaba como “milagro evidentísimo”.

Los defensores de la idea de un pre descubrimiento de América, que ahora se sabe es totalmente efectivo, pues hay noticias valederas que confirman la presencia en estas tierras de muchos expedicionarios de varios sectores del planeta, sostienen que ese “algo” repentino y milagroso fue que de alguna manera tuvo una información precisa de unas tierras al otro lado del océano, con detalles de sus paisajes, habitantes y distancias, tejiéndose al respecto la teoría “de un piloto anónimo, al que una tormenta arrojó sobre sus playas, el que cuando pudo regresar, después de muchas penurias, se encontró con Colón a quien reveló la historia antes de morir. O bien Colón llegó a esa latitud y fue él mismo el náufrago.

Colón, a partir de ahí, convencido que había sido escogido por la providencia para la misión de descubrir tales tierra y lograr de paso su fortuna, había comenzado a elaborar su proyecto, estudiando todos sus ángulos teóricos, las teorías de diferentes sabios y las afirmaciones de la Biblia, articulándolo de tal forma, que convenciera a los mejores expertos de los reinos europeos, donde pensaba encontrar apoyo y recursos.

En 1985, en varios reportajes, el conocido historiador Español Nectario María, publicaba que el verdadero descubridor del Nuevo Mundo fue ALONSO SÁNCHEZ DE HUELVA. Allí nos dice que este fue un náufrago a quien una tempestad lanzó a las costas de la hoy América .

Recientemente otro historiador, Mariano Fernández Urresti, acaba de publicar una biografía sobre el Almirante Colón, un tanto peculiar titulada: "Colón, el Almirante sin nombre", donde pone en duda que fuera Colón el descubridor del Nuevo Mundo.

Este marinero Alonso Sánchez de Huelva, según las crónicas natural del pueblo de Huelva, ha sido un personaje oculto durante siglos por la historiografía colombina, pero no porque su historia les sea desconocida, ya que casi al unísono de las menciones que los estudiosos y expertos recogieron de la vida de Colón, ya estaba en el tapete la legitimidad del descubrimiento.

El fraile dominico Bartolomé de las Casas (1484-1566) fue uno de los autores más significativos que dio carta de naturaleza al personaje, rebajando en parte, aunque sin pretenderlo, el mérito de Cristóbal Colón :

“Díjose que una carabela o navío que había salido de un puerto de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal se decía) y que iba cargada de mercaderías para Flandes o Inglaterra, o para los tratos que por aquellos tiempos se tenían, la cual, corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino diz que a parar a estas islas y que aquesta fue la primera que las descubrió. Que esto acaeciese así, algunos argumentos para mostrarlo hay (…)”.

En realidad, Las Casas no fue el primero que nos habló de él. La paternidad del piloto misterioso habría que atribuírsela a otro historiador sobresaliente, Gómez Suárez de Figueroa, llamado el Inca Garcilaso de la Vega, quien se la habría oído contar a su padre, servidor de los Reyes Católicos. En el capítulo III de sus Comentarios reales (1609), el inca presentaba una minuciosa reconstrucción de los hechos:
“Cerca Del año de mil cuatrocientos y ochenta e cuatro, uno más o menos, un piloto natural de la villa de Huelva, en el condado de Niebla, llamado Alonso Sánchez de Huelva tenía un navío pequeño (…) atravesando de las Canarias e la Isla de la Madera, le dio un temporal tan recio y tempestuoso (…) Fueron a parar a casa del famoso Cristóbal Colón, genovés, porque supieron que era gran piloto y cosmógrafo, y que hacía cartas de marear. (…) por mucho que Cristóbal Colón les regaló, no pudieron volver a sí, y murieron todos en su casa, dejándole en herancia los trabajos que les causaron la muerte; los cuales aceptó el gran Colón con tanto ánimo e esfuerzo, que habiendo sufrido otros tan grandes, y aun mayores, pues duraron más tiempo, salió con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a España”
En las cartas pastorales escrita por el obispo de Calahorra y la Calzada, D. Pedro de Lepe y Dorantes, natural de Huelva, allá por el año 1721, se hace constar en su página 21 lo siguiente:
“Se trata del famoso piloto Alonso Sánchez de Huelva, que descubrió las Indias, y las señaló al famoso Christóval Colón. Ha sido reñidísima esta cuestión, sobre quién fué el primero, que las descubrió. Pudiera hablar con extensión sobre este punto, y referir la variedad de pareceres; pero me ceñiré, y estableceré, que fué el referido piloto".

Francisco López de Gomara, (1511-1566) historiador y eclesiástico español, en su libro: "Historia General de las Indias", página 39, también nos habla de un piloto que decía haber estado en el Nuevo Mundo, pero que encontrándose en apuros de dinero, logro que Colón lo acogiese en su casa, de donde no salió con vida. Colón se apoderó de todas las observaciones, planos, mapas e investigaciones dejadas por el piloto en cuestión.

Fernández de Oviedo, también nos habla en su libro "El Secreto de Colón", de un Protonauta o piloto desconocido a quien Colón asesinó y robó.

Joaquín Trincado, en su libro: "Primer Rayo de Luz", página 23 nos dice lo siguiente:
"El mismo descubrimiento de este nuevo mundo, acusa que no hay misterio en la naturaleza. En cambio, hay misterio en el descubridor, que no fue Colón; y si no fuera por su avaricia y crimen, América estaría descubierta algunos años antes. El viaje primero de las Carabelas no es el que rompe el misterio. Y lo demuestrala ruta que el marino trazó en aquel su primer viaje con el pendón de Castilla.."

Existen a la par de las versiones mencionadas, decenas de escritos y testimonios de muchísimos otros investigadores que a lo largo de cuatro siglos han aportado su opinión certera, que por razones de espacio no es posible colocar aquí, salvo un pequeño resúmen.

Preguntado Fray Dr. Gaspar da Madre de Deus sobre sus conocimientos respecto al verdadero descubridor de América, expresa: “Me ordenan que diga en qué año se descubrió las Américas y el Brasil, y cómo estoy obligado, diré lo que sé. Una tempestad horrorosa obligó a Alonso Sánchez a correr por mares antes nunca navegados, hasta un punto…”.

Onofre Antonio de la Barreda dice: “una vez descubiertas las nuevas tierras, marcó las señas, reguló las singladuras por el rumbo que había navegado con temporal, tomó la altura con astrolabio, fijó la estrella de nuestro Polo por cotejarla con la del Sol. Era persona de talento…”.

Rodrigo Caro es contundente al afirmar que: “Fue natural de Huelva el primer hombre que descubrió las Indias de Poniente, llamado Alonso Sánchez de Huelva, el cual, llevando con un barco grandes mercancías a las Canarias, llegado cerca de aquella isla, fue arrebatado con un viento tan deshecho que en 17 días lo puso en las Indias…”.

Francesco Gonzaga: “Ocurrió en casa de Cristóbal Colón –oriundo de Génova, y peritísimo en el arte de la navegación- murió cierto extraordinario navegante que dejó en manos e aquél algunos escritos. Su lectura despertó en Colón, que sabía mucha astronomía, la ambición de explorar mundos desconocidos…”.

em>Pedro de Mariz: “…Colón tuvo tanta suerte que en su casa se hospedaron los marineros que en la nave todavía venían todavía vivos; los cuales, viendo que su huésped era sabedor de las cosas marítimas y práctico en cuestiones de navegación y comprendiendo que estaban a un paso de la muerte (para gratificarle la buena acogida que les hiciera u obligados a ello como algunos sospechan, le revelaron el lugar de dónde venían y todas las tierras que habían descubierto y de qué modo y por donde se podría navegar hasta ellas; y la enorme riqueza de que aquellas tierras eran abundantísimas; e incluso otros informes que necesarios les parecieron para el intento de redescubrirlas”.

Igualmente el Dr. D. Bernardo Alderete, natural de Málaga, y canónigo de Córdoba, en su obra “Varias Antigüedades de España” impresa en Amberes en 1614, hablando de los descubridores de las Indias, dice así: “Siendo cierto, que el primero, que dió noticia a Crhistóbal Colón del nuevo mundo, fue Alonso Sánchez de Huelva, marinero natural de Huelva…”

Sobre el mismo origen de Colón hay muchas dudas. Para el historiador e investigador Aarón Goodrich, autor del libro “A History of the character and achievements of the so-called Christopher Columbus”, publicado en el año de 1874 afirma: “Cristóbal Colón ni fue hijo de Domenico, ni genovés, ni siquiera Cristóbal Colón, si no un tal Giovanni o Zorzi, compañero de Colón “el Joven” (cuyo nombre tampoco era este, si no Nicolo Griego), que tomó éste sobrenombre de Colón o Colomo, y se distinguió como pirata y negrero; que con el nombre usurpado de Colón se casó con la portuguesa Felipa Muniz de Perestrello, y, domiciliado en la isla de Madera, se apoderó de los mapas y documentos del náufrago Alonso Sánchez de Huelva, marino a quien una tempestad furiosa había arrojado a las costas de América…”.

Estos contundentes indicios y testimonios, separados por años entre sí y de varios historiadores serios, que investigaron diferentes fuentes de información, componen y se ajustan a la siguiente versión de la usurpación y de cómo Colón se habría apoderado de mapas y datos, alrededor de los cuales tejió su proyecto de nuevas tierras.

ALONSO SANCHEZ DE HUELVA, español, capitán de una embarcación pesquera en cuya tripulación se contaba a Cristóbal Colón fueron empujados por la fuerza de un vendaval, desde las costas de Galicia donde desarrollaban su actividad, hasta una costa desconocida, una isla poblada por nativos, que los reciben amistosamente.

Allí reparan su embarcación, dibujan planos del lugar, fijan su localización y deciden intentar el regreso a Galicia después de trazar una carta marina que piensan los hará desandar el camino recorrido. Pero seis de los marinos no quieren arriesgarse y prefieren quedarse en la isla que luego sería denominada La Española por el mismo Colón. Solo éste y Sánchez se animan a la aventura.

Apenas pudieron, se hicieron otra vez a la mar y con la guía de la posición de las estrellas, la carta marina que llevaban y la pericia de Sánchez de Huelva, consiguen su objetivo. Más Colón, percatándose de la importancia del documento, que se ajusta a sus codiciosos planes de hacerse prontamente rico y famoso, asesina a su patrón y se apropia del mapa y las notas trazadas en él, que luego le servirá para orientarse en una nueva travesía. Sabe que las tierras encontradas y de las que puede decir que es el descubridor, le traerán honores e inagotables riquezas.

Consumado su crimen, desvía la pequeña embarcación hacia Lisboa donde se finge italiano, diciendo ser genovés y espera pacientemente ser recibido por Juan II el Rey de Portugal, a quien espera convencer para que le proporcione lo que precisa para una expedición, entrevista que finalmente ocurre en 1484.

El Rey rechazó este proyecto, ateniéndose al informe contrario presentado por una junta de peritos, que determinan que es muy vago y costoso, que además ellos ya tienen incursiones positivas bordeando África, amén que en esos mares desconocidos, según afirmaban algunos dogmas religiosos apoyados por antiguas leyendas de marinos, había gigantescas piedras imantadas en el fondo del mar que hundían los barcos en sus profundidades, y que traspasada la línea del Ecuador, aguas hirvientes que hacían hervir la mar, hacían imposiblee navegar. Y más aún, que este viaje aparte de ser una locura, las recompensas exigidas por Colón eran desorbitadas.

Decepcionado, decide probar en la Corte española, pero allí lo tramitan por seis años y le dicen finalmente que no aceptan su proyecto, lo que lo sume en una profunda depresión..
Su única actividad de trabajo es hacer cartas marinas, vender libros en las calles y otros trabajos ocasionales. Pobre y obligado por el hambre, recurre al favor y la caridad de los conventos religiosos. En particular logra buena acogida en el de Santa María de la Rábida, donde los monjes franciscanos se convierten en sus confesores y protectores. En un arrebato y mientras se confesaba, relata su crimen a los frailes Juan Pérez y Antonio de Marchen, quienes se hacen con las cartas de navegación.

Los monjes guardan el secreto de este crimen y los documentos que prueban que la versión de Colón es cierta. No lo denuncian a la autoridad ni cuentan la aventura porque consideran que es una herejía contraria a lo que la Biblia dice de la Tierra, pero una vez finalizada la Guerra de Granada y en conocimiento que Colón junto a su hermano Bartolomé barajan vender esta información a Francia o Inglaterra, movidos por un sentido patriótico y a la vez por el dominio para la iglesia que representaría el descubrimiento, fray Juan Pérez, que había sido confesor de la reina le escribió y luego el propio fraile Antonio de Marchen, se entrevista con Isabel la Católica, quien con semejantes documentos comprendió el total éxito de la expedición, por lo que inmediatamente mando a llamar a Colón a la Corte, sin consultar a su marido, a quien quiere sorprender con la buena nueva.

La reina, por boca del monje Marchen conoce que Colón es judío y asesino confeso, para lo cual, la negociación pasaba por otorgarle impunidad. Convencida que España puede ganar mucho, accede a las condiciones exigidas por Colón, pero a condición que el 90% de las riquezas que consiga, piedras preciosas, especias, oro, esclavos u otro bien que pueda comercializarse, pasará derechamente a poder de la Corona. Solo podrá Colón disponer del 10% restante para montar su expedición y recuperar su inversión una vez que el descubrimiento se oficialice.
Por mientras, cuenta con el apoyo y aval de la corona para pertrecharse de lo que necesite y conseguir los empréstitos y financistas a que haya lugar, a costa por supuesto de ese diez por ciento que le pertenece.

Por todo esto, esta Capitulación es diferente a todas las demás que le antecedieron o precedieron. Ahora la monarquía, para no tener que dar cuentas de estos pasos, tomó el riesgo solitariamente, con el afán materialista de conseguir capitales frescos para revitalizar la economía. Este era un negocio entre los reyes y Colón. Actuó conforme a ello, como Secretario que firmaba junto al rey su hombre de más confianza Luis de Santángel, el mismo que prestó los dineros, que en verdad no fueron de su bolsillo, sino de las arcas reales. Si la operación resultaba, a Santángel le sería devuelta esta misma cantidad en canjes y favores. Si fracasaba, tendría que reponer este dinero. Por los intereses de Colón firmó fray Juan Pérez.

Tampoco intervinieron otros Caballeros o Vasallos allegados a la Corte, siempre dispuestos a servir al rey y de paso conseguir una buena tajada. Los financistas los consiguió Colón y eran de nacionalidad portuguesa.
Extraordinariamente, tampoco los reyes aceptaron la asesoría económica de la Iglesia, que siempre fueron los financistas más importantes en todas las incursiones anteriores, eso si, bajo la prerrogativa que la expedición fuera una misión evangelizadora, llevando el credo cristiano y la palabra de Dios a los infieles. En las cláusulas de esta Capitulación, no hay una sola palabra que mencione el tema religioso y ya sabemos que en la expedición de Colón ni siquiera fue incluido un sacerdote en la tripulación.

Curiosamente, los investigadores que construyeron la historia oficial y aquellos que los apoyan, se refieren a estas versiones que ponen en duda que haya sido Colón el verdadero descubridor de América de manera despectiva, descalificando a sus autores y rompiendo lanzas en defensa de la heroica gesta descubridora, que ejemplifica al Almirante como un ser humano dotado de una excepcional inteligencia, bastos conocimientos, ejemplar conducta y una sabiduría excepcional que le permitió descubrir el Nuevo Mundo.

Pero en verdad, cualquiera puede apreciar, que esa imagen no corresponde a ese hombre de turbio pasado de quien nadie ha podido establecer quien era realmente, ni reconstruir su años mozos, conocer su nacionalidad, origen, lugar de nacimiento y hasta si Colón es su verdadero nombre. Tampoco le adornan las virtudes con que se le viste. Colón es un autodidacta, sin estudios ni conocimientos sólidos en ninguna rama de las ciencias, que solo aprendió la experticia marinera en el transcurso de largos años como pirata y esporádicamente en barcos mercantes.

Lo que se sabe de su vida, refleja a una persona de bajos instintos, codicioso, audaz, marrullero, egoísta y personalista, que estaba profundamente equivocado en su teoría que era llegar a Las Indias, como también en los cálculos y mediciones que siguió. Su única fortuna fue chocar contra las islas caribeñas de Las Bahamas, merced al cambio de rumbo sugerido por Alonso Pinzón. De otra manera no solo no habría llegado a esas islas, sino que habría sido asesinado por su furiosa tripulación y posiblemente también el resto de los pocos españoles que la constituían.

Tan equivocado y obnubilado estaba por su ceguera conceptual y su sed de riquezas, que ni siquiera fue capaz de darse cuenta que se encontraba en un continente desconocido y que, aunque casualmente, lo había descubierto.

Estas discrepancias solo tienen efecto en destacar la usurpación efectuada por Colón, al ocultar celosamente el origen de los mapas y el basamiento de su proyecto. Posiblemente ello obedece a que estos críticos no se percatan de lo ridículo que significa omitir hechos reales basados en testimonios de importantes personajes de la época.

¡Cómo puede ser posible que algunos párrafos del Obispo Bartolomé de las Casas por ejemplo, insertos en el mismo contexto de su Historia de Las Indias, sean recogidos como respaldo histórico de la versión oficialista y otros, rechazados despectivamente. Y como su caso, el de muchísimos respetables historiadores y escritores del pasado.

¿Acaso han olvidado estos "historiadores", que la historia se compone principalmente de las versiones y apuntes de quienes fueron sus testigos presenciales, de sus visiones, que aunque sean críticas corresponden al pensamiento de la época y no de la interpretación antojadiza y selectiva que los llamados expertos modernos realizan desde un diván de sus casas?

Fray Bartolomé es fiable como pocos, justamente porque toda la documentación original del Almirante se perdió, fue robada o quitada de circulación y la que existe, son copias del Archivo de Indias o recogida de los apuntes.... de Bartolomé de las Casas, que fue aparentemente el único que tomó la precaucion de copiarlas desde los originales para la confección de su obra, cuando todavía no habían sido sustraídas por aquellos que estaban precisamente interesados en mostrar "su versión oficial".

Como se aprecia, todos los testimonios concuerdan en que Alonso Sánchez de Huelva murió en la casa de Cristóbal Colón después de entregar los documentos que le permitirían posteriormente arribar al Nuevo Mundo. Y esta versión es la única que se ajusta para entender la parafernalia de equívocos, imprecisiones y mentiras sobre los hechos y la personalidad de Colón.

Cuando Sánchez muere es enterrado en una fosa común, su nombre olvidado y su hazaña ocultada. El francés Michelet afirma: “La Historia es una resurrección” y, quizás, para Alonso Sánchez de Huelva, ésta sentencia sea verdadera.

En la ciudad de Huelva, como mudo testigo de esta historia soterrada, se levanta una estatua del marino. Al pie de la estatua, bajo el escudo de la Ciudad, figura la inscripción siguiente: AL MARINO ALONSO SANCHEZ DE HUELVA PREDESCUBRIDOR DEL NUEVO MUNDO.




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