lunes, 28 de septiembre de 2009

Esoterismo, ciencia y pseudociencia.

A todas luces nuestra sociedad vive un momento paradojal. Mientras una parte de la humanidad, quizá la más escasa, piensa que la ciencia y su tecnología es un valor fundamental que hay que potenciar para que las nuevas generaciones alcancen mayor progreso, bienestar y salud mental y también felicidad, asistimos a un auge desmesurado de creencias del ámbito paranormal, disciplinas que para funcionar, se apropian del prestigio de la ciencia clásica sin cumplir ninguno de sus requisitos.
La paradoja es comprobar con tristeza que a pesar de la educación obligatoria que rige en todos los países, que explican desde diferentes ángulos la historia y el desarrollo de las civilizaciones en forma bastante completa y contrastable, así como nuestro medio ambiente, sus leyes y nuestro lugar en el universo, no se ha conseguido extirpar de nuestra sociedad esa ansia de maravillas inalcanzable, que van desde el príncipe azul con el que sueñan las adolescentes, hasta la fe en los conjuros mágicos de una fea y arrugada hechicera.
Todas estas ideas descabelladas que corresponden a lo que algunos llaman “el mundo de los sentidos” o de "las percepciones extrasensoriales", que serían poderes ocultos o poco desarrollados en la raza humana, pero que si son del dominio de esta legión de charlatanes, confluyen en un solo sentido: Y es, que por una razón misteriosísima, pero de la cual dan cuenta oráculos orientales y viajeros del espacio, avalados por príncipes demoníacos que manipulan el destino humano, algo hay, algo malo y nauseabundo que afecta directamente a todos aquellos crédulos que buscan asistencia esotérica, cuyo “tratamiento personalizado y urgente” para liberarlo de esa carga maligna, cuesta indudablemente algún dinerillo.
Hoy no es difícil encontrar a cientos de gurús, misioneros de la Nueva Era, embajadores del misterio, espiritistas, astrólogos, telépatas, clarividentes y una serie de ejemplares de esta fauna esotérica, deambulando por los estudios televisivos, programas radiales, en consultorios elegantes, en institutos creados al margen de la educación regular, pontificando sobre las Buenas Nuevas de la Ufolofía y el mito Ovni, la parapsicología, el sicoanálisis, el curanderismo o las terapias magnéticas.
Las librerías están atiborradas de folletos y libros de estos temas seudocientíficos o falsa ciencia, manifestaciones todas, de una presunta capacidad extrasensorial o mágica que existe dentro del hombre, que precisa de ciertas técnicas para aflorar, o bien, transmitida por "maestros" de un pretendido universo tridimensional, que a veces y dependiendo del lunático que lo postula puede ser incluso del centro de la tierra, de galaxias lejanas o desde el mismísimo cielo, noticias que de ser verídicas serían no solo extraordinariamente positivas para los humanos sino que tendrían el potencial de cambiar el mundo tal como lo conocemos, pero que lamentablemente jamás nadie ha podido probar, demostrar públicamente ni presentar un solo caso verdadero.
También es frecuente encontrar artículos sobre “Creacionismo científico”, engañosa teoría que por supuesto no tiene nada de científica, que pretende que las especies han sido creadas de la nada y no han surgido por evolución, apoyados en una interpretación literal de algunos párrafos de la Biblia judeo cristiana y en una manipulación muy poco seria de los hechos, que por ejemplo adjudica a la tierra una antigüedad de solo 4.000 a 6.000 años, ignorando prácticamente toda la extensa información existente y coincidente, de una multiplicidad de disciplinas como la geología, paleontología y otras, que demuestran que tanto las especies como los elementos han ido sufriendo alteraciones y fenomenologías que permiten calcular su antigüedad aproximada, que se sitúa generalmente en varios millones de años

Hace poco la consultora Gallup realizó al respecto un estudio sobre una muestra de 1.236 adultos de Estados Unidos sobre estas creencias y algunos de sus resultados son los siguientes:
• Uno de cada cuatro cree en los fantasmas.
• Uno de cada cuatro cree haberse comunicado con otras personas mediante algún tipo de experiencia extrasensorial.
• Uno de cada seis cree haberse comunicado con alguien fallecido.
• Más de la mitad cree en el demonio y uno de cada diez asegura haber hablado con él.
• Uno de cada siete cree haber visto un OVNI.
• Tres de cada cuatro leen con regularidad el horóscopo y uno de ellos actúa en concordancia con sus predicciones.

Según Mario Bunge, pensador argentino radicado en Canadá, “existen varias razones por las cuales es importante estudiar las seudociencias. De hecho, su popularidad entre las masas y los niveles de venta en los libros de temas seudocientíficos son altos. De hecho, las secciones de ciencia en muchas librerías son reemplazadas por libros de pseudociencia.
Esta popularidad ha propiciado que la seudociencia se haya convertido en un negocio multimillonario que explota la credulidad del público y que goza de las simpatías de los medios de comunicación".
Algunos críticos de las seudociencias la consideran como pasatiempos inofensivos. Otros, como Richard Dawkins, Carl Sagan y el mismo Mario Bunge, afirman que son dañinas, causen o no daños inmediatos a sus seguidores.
Para estos científicos, la seudociencia es peligrosa de muchas maneras. Estimula la mentalidad de “algo a cambio de nada” o la creencia de que algo puede llegar a ser cierto si creemos y sentimos intensamente que es cierto, por un acto de fe; que hay respuestas fáciles a problemas serios y que el pensamiento positivo puede sustituir al trabajo duro, lo que genera falsas esperanzas y expectativas irreales.

El daño personal que puede producir la aceptación de tesis seudocientíficas se puede ver claramente con las curaciones por fe y la cirugía psíquica. La gente consulta a estos charlatanes de feria y a menudo salen convencidos erróneamente de que han sido curados. Esto los puede llevar a no buscar ayuda médica verdadera y cuando se percatan que no han sido curados posiblemente su condición es médicamente irreversible.

Hay muchos ejemplos más del peligro de tomar como verdad las seudociencias. La creencia en las brujas con poderes psíquicos diabólicos llevó a la cacería de brujas desde mediados del siglo 14 hasta el principio del siglo 18 en Europa. La supuesta supremacía racial aria sirvió de soporte intelectual al horror nazi. Ambas tesis fueron y son incompatibles con un pensamiento científico.
Por otra parte, como sabemos, las Ciencias Naturales reúnen una gran variedad de disciplinas que tienen por objeto el estudio de la naturaleza. La Biología trata de los seres vivos que pueblan nuestro planeta y más específicamente de su origen, evolución y propiedades, la Astronomía se ocupa del estudio de la tierra, sistema solar y el Universo; la Zoología es la rama dedicada al estudio de los animales y la Botánica, la que se ocupa de los vegetales; la Física atiende el estudio de las propiedades del espacio, el tiempo, la materia y la energía; la Ecología estudia la interacción de los organismos entre sí y su relación con su medio ambiente; la Geología sobre la forma interior del globo terrestre, la materia que lo compone, su textura, su mecanismo de formación, cambios y alteraciones de su estructura; la Paleontología trata de los fósiles y la vida en el pasado; la Exobiología, la posibilidad de que exista vida extraterrestre; la Química del estudio, composición, estructura y propiedades de la materia y sus cambios, etcétera, etcétera…
Y como muy bien lo establecen Xabier Pereda Suberbiola y Nathalie Bardet en su magnífico artículo El Arca de Noé de los Seres extraordinarios y que con gran placer reproducimos,"al margen de estas disciplinas, existe lo que podríamos denominar manifestaciones excéntricas de las ciencias naturales. Por citar sólo los casos más significativos, la búsqueda de animales ocultos o misteriosos se conoce como Criptozoología, la descripción de los animales del mundo futuro se denomina Futurozoología y el tratado de los seres extraordinarios surgidos de la mente de los hombres de ciencia responde al nombre de Parabiología (o fantazoología). Los criptozoólogos siguen la pista del Yeti, el monstruo del lago Ness, el Mokele-Mbembe y otras quimeras. Los futurozoólogos viajan en el tiempo al encuentro de animales como los cañizancos, gigantílopes, capicornios y pelargónidos. Y los parabiólogos y fantazoólogos especulan sobre la anatomía de los rinogrados, la formación de la nummulosfera y el origen de las microcriaturas orientales. Todos estos seres forman parte de lo que se ha dado en llamar el imaginario científico. En algunos casos, este imaginario se nutre o inspira de los seres fabulosos que componen el bestiario mitológico: dragones, unicornios, hombres-lobo y otra fauna de leyenda.


La criptozoología del griego kryptos, oculto, desconocido, misterioso, nació como disciplina con pretensiones científicas en 1955 con la publicación del best-seller "Sur la piste des bêtes ignorées", obra del zoólogo belga Bernard Heuvelmans. Heuvelmans puso a punto una metodología con el fin de rastrear e identificar los animales desconocidos o ignorados por la ciencia. Los criptozoólogos defienden que detrás de cada enigma zoológico se esconde una especie por descubrir o que se supone extiguida.
Para legitimar sus propósitos, Heuvelmans creó en 1982 la Sociedad Internacional de Criptozoología (ISC), con sede en Tucson, Arizona. La ISC ha adoptado al okapi como símbolo y edita periódicamente el boletín Cryptozoology. La lista de animales ocultos o misteriosos crece con el tiempo y se cifra actualmente en más de 150 criptoespecies. Entre los mismas, se dan cita félidos desconocidos, marsupiales supuestamente desaparecidos, gigantescos pulpos y serpientes de mar, monstruos acuáticos, dinosaurios, pterosaurios y otros reptiles prehistóricos, mamuts supervivientes y grandes homínidos salvajes [Mackal, 1983; Barloy, 1985; Heuvelmans, 1995].
A imagen y semejanza del profesor Challenger, personaje de ficción creado por Arthur Conan Doyle, los criptozoólogos más recalcitrantes organizan expediciones a lugares recónditos del planeta con la esperanza de encontrar mundos perdidos poblados de animales misteriosos. El biólogo Roy Mackal, empleado de la Universidad de Chicago, ha viajado varias veces hasta Africa central con la intención de atrapar al Mokele-Mbembe, un supuesto dinosaurio que se oculta en los pantanos del norte del Congo. La cirujano franco-rusa Marie-Jeanne Kauffman obtuvo una subvención del prestigioso Collège de France para financiar una expedición a las montañas del Cáucaso en busca del Almass (o Almasty), un primo hermano del Yeti. Y qué decir del número de rastreos efectuados en el lago Ness de Escocia en busca de su famoso inquilino acuático. Todos estas tentativas se han saldado con rotundos fracasos.
Los criptozoólogos emplean una jerga pseudocientífica en sus libros y artículos y son grandes consumidores de nuevas tecnologías. Uno de sus pasatiempos favoritos es dar nombres científicos a los animales que persiguen. Por ejemplo, Heuvelmans propuso que el monstruo del lago Ness era un pinnípedo desconocido, concretamente un otario gigante de cuello largo, y lo bautizó Megalotaria longicollis [Heuvelmans, 1965]. Diez años más tarde, Peter Scott y Robert Rines, de la Academia de Ciencias Aplicadas de Boston, Massachussetts, publicaron unas fotografías de Nessie en la prestigiosa revista inglesa Nature. Dijeron que se trataba de un plesiosaurio con aletas en forma de rombo y lo denominaron Nessiteras rhombopteryx [Scott y Rines, 1975]. Posteriormente, se supo que las fotos habían sido retocadas [Merino, 1987]. Otro caso es el del popular hombre de Minnesota, un ser simiesco que se exhibió en las ferias norteamericanas preservado en un bloque de hielo. En 1969, Bernard Heuvelmans y el zoólogo escocés Ivan Sanderson confirmaron su autenticidad y le dieron por nombre Homo pongoides. La criatura desapareció sir dejar rastro pero la Smithsonian Institution de Washington comunicó más tarde que se trataba de un muñeco de látex [Napier, 1973; Broch, 1991]. El Yeti o abominable hombre de las nieves también ha recibido varios nombres, siendo uno de ellos Dinanthropoides nivalis [Heuvelmans, 1958].

La creación de nombres binomiales basados en conceptos hipotéticos es rechazada por la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica (ICZN). Esta comisión vela por los intereses de la nomenclatura zoológica y paleozoológica, a través de un código o conjunto de reglas y recomendaciones que preconiza la estabilidad e universalidad de los nombres científicos de animales [International Code of Zoological Nomenclature, 1985]. Los científicos deben apoyarse en pruebas concretas un espécimen tipo conservado en un museo o institución, descrito e ilustrado convenientemente en una revista científica reconocida para erigir una nueva especie. Esto equivale a decir que las especies descritas por los criptozoólogos no son formalmente válidas ya que no cumplen los requisitos necesarios.

El ornitólogo Jared Diamond reconoce que resulta fácil ridiculizar a los criptozoólogos [Diamond, 1985]. Los pretendidos cazadores de monstruos se interesan únicamente en la llamada caza mayor. La posibilidad de encontrar un dinosaurio rezagado en Africa, un mamut en Siberia o un gigantopiteco en Asia es practicamente nula, pero seduce más a los criptozoólogos que la búsqueda de nuevas especies de insectos en zonas tropicales o de aves en las islas del Pacífico. A los criptozoólogos, tampoco parece importarles que numerosas especies de plantas y animales desaparezcan todos los días a causa de la polución y la desforestación. Su objetivo parece limitarse a buscar la notoriedad persiguiendo presas espectaculares [Simpson, 1985]. De hecho, limitan generalmente su campo de investigación a los animales cuya talla supera los 30 centímetros de longitud [Raynal, 1997].

Esta caprichosa restricción les lleva a interesarse especialmente en los grandes vertebrados y en algunos grupos de invertebrados como los cefalópodos. Mal que les pese, han dejado escapar grandes mamíferos en el sudeste asiático, como es el caso del saola, un bóvido descubierto recientemente en Vietnam. A pesar de mencionarlo en todos sus informes, los criptozoólogos tampoco participaron en la caza del celacanto, el famoso pez considerado fósil del que se han recuperado varios ejemplares vivos en aguas de las islas Comores. Otro tanto cabe decir del okapi, un giráfido africano, y de otros muchos mamíferos y reptiles descubiertos en pleno siglo XX. El escaso bagaje de los criptozoólogos puede estar motivado por sus propias exigencias metodológicas. Michel Raynal, impulsor del Instituto Virtual de Criptozoología, en Francia, sostiene que el descubrimiento fortuito de nuevas especies es algo frecuente en zoología, pero no así en criptozoología. Raynal [1997] pretende que su disciplina tiene un carácter predictivo, en el sentido de que aspira a anticipar los descubrimientos zoológicos futuros. Por desgracia, las evidencias aportadas por los criptozoólogos son paupérrimas. La mayor parte de las pruebas es de tipo testimonial y las escasas pruebas circunstanciales no están apoyadas en especímenes completos ni en evidencias físicas irreprochables. En el mejor de los casos, se trata de fotos borrosas o restos anatómicos de dudosa procedencia [Napier, 1973; Binns, 1984; Diamond, 1985.


El folclorista Michel Meurger ve en los criptozoólogos a los herederos excéntricos de los naturalistas del Siglo de las Luces: su misión es el desencantamiento del mundo y la racionalización de las criaturas legendarias. Los criptozoólogos extraen del folclore popular las informaciones necesarias para poder naturalizar adecuadamente a los seres fabulosos. En este sentido, su empresa es más etnológica que zoológica y contribuye al enriquecimiento del imaginario científico. Para Meurger, las figuras de este imaginario responden a los deseos del hombre contemporáneo: los monstruos que persiguen los criptozoólogos, llámense Yeti, Nessie, Mokele-Mbembe, Almass o Bigfoot, no son sino productos culturales muy elaborados [Meurger, 1995].


Una zoología futurista
El zoólogo Desmond Morris cuenta que, siendo joven, comenzó a inventar seres imaginarios para satisfacer sus caprichos evolucionistas privados. Ideó monstruos y extraños organismos, plantas y bestias fabulosas de cualquier color, forma y tamaño y los llamó biomorfos. En una línea similar, el paleontólogo británico Dougal Dixon se propuso imaginar, basándose en los conocimientos actuales sobre la evolución, cómo sería la vida animal en la Tierra dentro de 50 millones de años. Así nació After man: a zoology of the future, un bestiario ilustrado de la vida futura en nuestro planeta [Dixon, 1981].

Dixon supuso que el clima y la vegetación de la Tierra serían similares al modelo actual, pero que la geografía habría cambiado de acuerdo con los procesos de la tectónica de placas. Africa, Eurasia, Australia y Norteamérica estarían en conexión, mientras Sudamérica estaría separada del resto formando una isla-continente. Los principales hábitats terrestres permanecerían sin alteraciones notables. Mamíferos y aves dominarían las comunidades de vertebrados. En el mundo futuro de Dixon, el hombre y otros animales que hoy nos son familiares -cetáceos, perisodáctilos, proboscídeos, monotremas- se han extinguido hace tiempo. Por el contrario, los roedores e insectívoros estarían ampliamente diversificados. Los principales pacedores ya no serían los ungulados o animales con pezuñas. Las regiones templadas albergarían rebaños de conejílopes, un tipo de conejos del tamaño de un ciervo. Los gigantílopes y capicornios, rumiantes descendientes de los antílopes, ocuparían las praderas tropicales y los bosques de coníferas. Los carnívoros actuales habrían dejado sus nichos a las ratas depredadoras y a ciertos primates e insectívoros. Los habitantes del océano Austral serían los pelargónidos o aves acuáticas. El más impresionante sería el vórtex, un descendiente del pingüino que alcanzaría el tamaño de una ballena. Las faunas insulares estarían representadas por formas endémicas. La isla de Lemuria, en el océano Indico, sería la ciudadela de los ungulados, y las islas de Batavia, en el Pacífico, albergarían un mundo variado de murciélagos [Dixon, 1981].

En el prólogo del libro, Morris opina que cada animal "nos enseña una lección importante sobre los procesos conocidos de la evolución: adaptación, especialización, convergencia y radiación". Morris añade: "Dixon ha equilibrado sus precisos sueños con una disciplina científica estricta, lo que hace que su libro sea tan acertado y sus animales tan convincentes". No obstante, todos los zoólogos no comparten su opinión. Más de uno ha puesto en entredicho el valor científico de los animales de Dixon, criticando algunas anomalías biológicas y la falta de credibilidad de varias reconstrucciones [Turner, 1981]. Pese a todo, el libro de Dixon es original y divertido, desbordante de imaginación y está magníficamente ilustrado.

La segunda obra futurozoológica de Dixon se publicó en 1988. Esta vez, trató de imaginar cómo sería el mundo actual si el asteroide que cayó sobre la Tierra hace 65 millones de años, y supuestamente aniquiló a los dinosaurios y muchos otros organismos, no hubiera existido. Según el esquema de Dixon [1988], los dinosaurios dominarían todavía los ecosistemas terrestres y los mamíferos estarían relegados a ocupar un papel secundario. Sólo los placentarios habrían sobrevivido, mientras los monotremas y marsupiales se habrían quedado en el camino. Las aves compartirían el medio aéreo con los reptiles voladores. The new dinosaurs: an alternative evolution es un atlas ilustrado de lo que podrían haber sido los dinosaurios si no se hubieran extinguido. Dixon se inspiró en la evolución de los ecosistemas durante los últimos 65 millones de años a la hora de reconstruir a sus criaturas. Muchos de los dinosaurios futuros son versiones reptilianas de los grandes mamíferos que conocemos hoy en día: elefantes, rinocerontes, bóvidos, cérvidos, etcétera. Algunos son el resultado de una evolución paralela condicionada por el hábitat. Así, ciertos hipsilofodóntidos, pequeños dinosaurios fitófagos corredores, se habrían adaptado a vivir en medios litorales como los actuales sirénidos o vacas de mar. Otros, como el balaclav, pacerían formando manadas en las montañas y se protegerían del frío gracias a una espesa piel lanuda. Los pequeños dinosaurios carnívoros también habrían desarrollado adaptaciones prodigiosas. Dos ejemplos son la forma saltarina de las cumbres y el dinosaurio carpintero.
Dixon [1988] no se atrevió a crear un dinosaurio antropomórfico, aunque esta idea ya había sido propuesta con anterioridad por otros autores. En 1982, el paleontólogo norteamericano Dale Russell concibió un dinosauroide, es decir una criatura inteligente que podría haber sido el más evolucionado de los dinosaurios si éstos hubieran sobrevivido. Russell tomó como punto de partida un pequeño dinosaurio carnívoro llamado troodon. Este animal poseía una visión estereoscópica, un pulgar oponible y, lo que es más interesante aún, el mayor cociente de encefalización conocido entre los dinosaurios. Basándose en extrapolaciones, Russell imaginó lo que podía haber sido la evolución del troodon y elaboró, con ayuda del taxidermista Ron Séguin, un modelo tridimensional en fibra de vidrio [Russell y Séguin, 1982]. A primera vista, el dinosauroide es un reptil bípedo con forma de humanoide. El cráneo es voluminoso, los ojos grandes y ovales, y el hocico chato. Carece de orejas y sus mandíbulas, desprovistas de dientes, presentan un revestimiento córneo. El dinosauroide conserva tres dedos en las manos y pies, pero el cuello es corto y la cola ha desaparecido. No tiene rótulas y los órganos sexuales son internos, como en los reptiles. Sin embargo, posee ombligo, ya que se supone que habría dejado de poner huevos para convertirse en vivíparo. En resumen, el dinosauroide de Russell es una criatura inteligente de sangre caliente, capaz de comunicarse utilizando algún tipo de lenguaje y desarrollar una vida social compleja. El trabajo de Russell y Séguin es citado a menudo en libros serios sobre dinosaurios, lo que demuestra que sus colegas han tenido en cuenta la propuesta, aunque sea a título de paleontología-ficción.

La última experiencia futurozoológica de Dixon es a la vez la más delirante y decepcionante de todas. Man after man es una extrapolación de la evolución del hombre dentro de cinco millones de años [Dixon, 1990]. Los problemas de superpoblación humana han provocado un éxodo hacia nuevos mundos. Mientras unos buscan refugio en las estrellas, otros, lisiados como consecuencia de las mutaciones genéticas, recurren a la biotecnología para adaptarse a una nueva vida en la Tierra. Los experimentos de ingeniería genética realizados sobre seres humanos les permiten a éstos ocupar nichos ecológicos vacantes. Cinco millones de años después, la evolución humana recuerda un festín antropófago. El libro de Dixon ilustra criaturas convertidas en peces, delfines, topos, perozosos y otros seres que parecen sacados de un bestiario medieval. Algunos periodistas han tachado el libro de poco serio y se ha llegado a decir que recuerda más a una idea de libro de ciencia-ficción de Brian Aldiss, el autor del prefacio, que a una obra de futurozoología [Gee, 1990]. Decepcionado quizá con la acogida dispensada a su última obra, Dougal Dixon ha vuelto a dedicarse a la divulgación científica y ha abandonado momentáneamente sus ideas de zoología futurista.

Una biología extravagante
A finales de la década de los 50, el fisiólogo alemán Gérolf Steiner publicó, con el pseudónimo de Harald Stümpke, un libro cuyo objetivo era ayudar a sus alumnos a comprender los mecanismos de la evolución biológica. Imaginó unos seres extraños, llamados rinogrados, que tenían la facultad de desplazarse sobre sus apéndices nasales e inventó todo un mundo nuevo inspirándose en la selección natural. El divertido y pedagógico libro de Steiner llevaba por título Bau und leben der rhinogradentia [Stümpke, 1958]. En su introducción, puede leerse: "Entre los mamíferos, el orden de los narigudos ocupa una plaza particular, que se explica ante todo por el hecho de que estos extraños animales han sido descubiertos en una época muy reciente. Que hayan permanecido ignorados por la ciencia durante tanto tiempo es debido a que su patria, el archipielago de las Ayayay traducción inglesa de Hi-iay, situado en los Mares del Sur, no se descubrió hasta el año 1941. La casualidad quiso que, durante la Guerra del Pacífico, unos europeos civilizados dieran con estas islas. Por otro lado, el descubrimiento de este grupo zoológico es de gran importancia, ya que manifiesta unos principios morfológicos, modos de comportamiento y tipos ecológicos sin parangón no sólo entre los mamíferos, sino entre los vertebrados".

Los rinogrados o narigudos se caracterizan, como su nombre indica, por un desarrollo particular de la nariz. Ésta puede ser simple o múltiple y desempeña diversas funciones. El nasario es el órgano de locomoción de los rinogrados, de tal modo que las otras extremidades han perdido esta función. Los miembros posteriores son generalmente reducidos, los anteriores se han transformado en órganos prensiles y la cola puede adoptar formas aberrantes. Los rinogrados son de pequeño tamaño, están recubiertos de pelo y ocupan una gran diversidad de nichos ecológicos. La mayoría es insectívora, pero también se conocen formas vegetarianas, sobre todo frugívoras, y una especie carnívora. Aunque algunos narigudos son sésiles, muchos de ellos han desarrollado la facultad de saltar, como los saltonáceos, y uno de ellos es incluso capaz de volar. La clasificación de los rinogrados está basada en la forma y función del nasario. Stümpke describió quince familias diferentes, que reúnen un total de 138 especies. Por desgracia, el archipielago de las Ayayay fue destruido durante una experiencia atómica secreta, y los rinogrados desaparecieron sin dejar descendencia.

El descubrimiento de los narigudos fue considerado como una de las más grandes demostraciones de la parabiología, también llamada fantazoología [Izzi, 1996] o zoología-ficción [Ros, 1997]. El eminente biólogo Pierre Grassé, profesor de la Sorbona de París, concluía con estas palabras el prefacio de la edición francesa de la obra de Steiner: "El libro de Harald Stümpke no sólo aporta hechos nuevos, insospechados, sino que invita al hombre de ciencia a reflexionar sobre las causas de la diversificación de los seres vivos sobre nuestro planeta, el motor de la evolución. La parabiología se muestra con todo su esplendor. En conclusión, amigo biólogo, acuérdate de que los hechos mejor descritos no son siempre los más ciertos".

La parabiología alcanza cotas extremas de excentricidad cuando la imaginación se desboca y los científicos confunden sus esperanzas con las observaciones. Una buena ilustración es la nummulosfera de Randolph Kirkpatrick, considerada por el conocido paleontólogo de Harvard Stephen J. Gould [1980] como "la más demente de las teorías descabelladas desarrolladas en el presente siglo por un naturalista profesional". Kirkpatrick es el nombre de un invertebrista inglés especializado en esponjas coralinas. Sus trabajos taxonómicos pasaron prácticamente desapercibidos por la comunidad científica hasta el día en que decidió publicar a cuenta de autor un libro absurdo [Kirkpatrick, 1913]. Kirkpatrick argumentaba que todas la rocas de la corteza terrestre, incluyendo las volcánicas, estaban hechas de fósiles y, más concretamente, de nummulites -foraminíferos en forma de lenteja-. El chiflado de Kirkpatrick llegó a pensar que los meteoritos también estaban hechos de nummulites y propuso que la forma en espiral de la concha de estos organismos unicelulares era la "expresión de la esencia de la vida, como la arquitectura de la propia vida" [Gould, 1980]. Sin duda, Kirkpatrick se engañó a sí mismo y llegó a convertir su pasión en una teoría extravagante. La nummulosfera es un ejemplo de cómo la imaginación disparatada puede jugarle malas pasadas a un científico honrado.

En nuestra época, algunos chiflados han adoptado la parabiología como una doctrina de tipo religioso. El mayor exponente es el japonés Chonosuke Okamura, director del llamado Laboratorio Fósil Okamura. Entre 1975 y 1977, Okamura obtuvo una gran cantidad de muestras de caliza paleozoica de la montaña Nagaiwa, cerca de la ciudad de Ofunado, en la prefectura japonesa de Iwate. Preparó una serie de láminas delgadas y las examinó con ayuda de un microscopio. Cuál no sería su sorpresa al descubrir que contenían microcriaturas fósiles de un tamaño comprendido entre 1 y 5 milímetros, entre las cuales reconoció especies actuales y extintas. Las calizas de Nagaiwa parecían encerrar los vestigios de un mundo microscópico remoto. Okamura [1980] identificó cerca de cien especies diferentes, incluyendo plantas, invertebrados, peces, anfibios, tortugas, serpientes, dinosaurios, pterosaurios, aves y mamíferos, incluyendo ¡microseres humanos! Por increíble que resulte, muchos de los vertebrados de la caliza Nagaiwa se conservan en carne y hueso. Otros componentes de la fauna son desconocidos para la ciencia: Okamura señaló la presencia de dragones y bautizó un grupo de reptiles serpentiformes con el nombre de yokozuquios. Yokozuchi era el término utilizado antiguamente por los campesinos de la región de Tokuyama para definir una especie de serpiente venenosa de forma rechoncha. En su informe, Okamura describe también aspectos inéditos sobre la oviparidad, crecimiento, canibalismo y diferentes técnicas de camuflaje de lo que él identifica como dragones.

Según Okamura, la formación de los fósiles de Nagaiwa tuvo lugar en la parte oriental del antiguo continente de Angara y se debió probablemente a un gran seísmo que sacudió la región durante el período Silúrico, hace unos 400 millones de años. Debido a las sacudidas, los microvertebrados terrestres cayeron al agua y atrajeron la atención de los dragones y otros organismos marinos. Todos estos seres se vieron sepultados por enormes coladas de barro. Posteriormente, la lava esterilizó los cadáveres y el aumento de la temperatura del agua hizo que los cuerpos se convirtieran en cera. Con el paso del tiempo, se transformaron en carbonato cálcico, su estado actual.

Las microcriaturas de Nagaiwa están en contradicción con los conocimientos actuales en biología, paleontología y geología, por lo que Okamura llegó a la conclusión de que Darwin se había equivocado y desarrolló una nueva teoría. Según él, todos los grupos de vertebrados que conocemos aparecieron a principios de la Era Primaria, hace unos 500 millones de años. Si la perdición de Kirkpatrick fue su pasión incontrolada por la síntesis, el grave error de Okamura ha sido dejarse influenciar por sus convicciones personales e intentar reorganizar la ciencia a su manera, simplificándola hasta la caricatura. Las muestras de Nagaiwa contienen en realidad una fauna paleozoica clásica, formada por foraminíferos, equinodermos, crinoideos, gasterópodos, briozoos, etcétera. Algunas de las microcriaturas no dejan de ser recristalizaciones de calcita que han adoptado formas caprichosas.

Por último, una materia que podría convertirse con el tiempo en una disciplina hermana de la futurozoología y fantazoología es la Exoparabiología, o biología excéntrica de los seres extraterrestres. Algunos hombres de ciencia la practican con fines pedagógicos o especulativos. Dos casos significativos son la descripción de las mantas y las medusas, seres vivos de la atmósfera de Júpiter imaginados por Arthur C. Clarke [1971] y popularizados como cazadores y flotantes, respectivamente, por Carl Sagan en su célebre obra de divulgación Cosmos [Sagan, 1980], y la idealización de un marciano según Isaac Asimov [1967], basada en los conocimientos de la época sobre la geología marciana. Los escritores de ciencia-ficción practican con talento la exoparabiología. La novela Solaris, del escritor polaco Stanislaw Lem [1961] y llevada al cine por Andrei Tarkovski en 1971, en la que se nos describe un ser-océano pensante, y la compilación Bestiario de ciencia-ficción [1986] son dos ejemplos representativos de lo que puede dar de sí esta disciplina.

Nota final
Los libros de Steiner [1958] y Dixon [1980] son obras de especulación zoológica. Aunque no son manuales de ciencia, ponen en juego los mecanismos de la evolución y pueden ser una excelente introducción para jóvenes de los procesos biológicos. El trabajo de Okamura [1980] es un puro disparate, obra de un chiflado. La parabiología y la futurozoología no son disciplinas científicas sensu stricto porque su tema de estudio es ficticio. Otro tanto puede decirse de la criptozoología, aunque los animales de los que trata nos sean más familiares. Si actúan con método y rigor, los criptozoólogos pueden ayudar a los biólogos a descubrir nuevas especies de animales y plantas, pero su trabajo tiene más que ver con la labor de un detective que con la de un científico. La principal contribución de las manifestaciones excéntricas de las ciencias naturales es el enriquecimiento del imaginario científico.


Una comunicación basada en este texto se presentó en la Conferencia Internacional sobre Evolucionismo y Racionalismo, celebrada en Zaragoza en septiembre de 1997. Xabier Pereda Suberbiola es doctor en Paleontología. Universidad del País Vasco; Facultad de Ciencias; Departamento de Estratigrafía y Paleontología y Nathalie Bardet es doctora en Paleontología. Laboratoire de Paléontologie de Vertébres; Université Pierre et Marie Curie, Paris.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo graciosos es que cada científico crítica las pseudociencias que no le agradan.
Por ejemplo Mario Bunge es un ardúo defensor de el metodo científico, y crítica con mucha razón a las pseudociencias. Hasta ahí vamos bien.
Pero curiosamente se considera socialista y prácticamente marxista.
Bunge es físico y filósofo de la ciencia respetado. Pero a su vez es pseudocientífico por creer en teorias socialistas que han sido refutadas por los mejores antropologos.
Otros ejemplos:
El director del sceptikal inquirer es ateo y no cree en las pseudociencias y tiene una legión de críticos. Pero cree en un ente mas allá de la comprensión, según el como un ente natural. Curiosamente esto se llama totemismo y tiene una fuerte raíz pseudocientífica mas perteneciente a la magía y la religión.
Mas ejemplos dualistas:
-Stepehen Hawking, físico y pseudo científico con su teoría de cuerdas.
-Linnus Pauling, con su teoría ortomolecular.
-James watson, con su pseudociencia de la supremacia del hombre blanco que es geneticamente superior.
-Dimitri Mendeliev, con su criptoquímica.
-Adam Smith, con su supuesta teoría capitalista.
-José luiz pazos, económista mexicano que en nombre de la ciencia apoya el capitalismo extranjero, y hasta la fecha ha demostrado su pseudociencia.
-Los ingenieros en software; con su lógica de programación y su pseudoingeniería.
-Los ingenieros bióédicos, con sus aparatejos biomagnetizadores.
-La química en alimentos, por haber demostrado científicamente que sus alimentos son mejore... pos no señor son pesimos y pobres en nutrimentos.

"lo mejor es no hacer caso ni a los magos, curanderos, pseudocientíficos, religiosos, comunicologos, ni a los que se dicen escépticos" Pura sarta de magujos y cientifistas chafaas y locos que bien caben en un saco para tirar al barranco..