lunes, 24 de agosto de 2009

¿UNA MUJER EN EL TRONO DE PEDRO?


A la altura del año 857 la ciudad de Roma ovaciona al Papa Juan VIII mientras este desfila en procesión desde la Basílica de San Pedro hasta su residencia, el palacio Laterano. De pronto el Papa tropieza y cae. Todos acuden a socorrerle pero ante la sorpresa general el Santo Padre debe ser atendido de urgencia por una labor de parto. Ahí se descubre que el prelado es en verdad una mujer que en ese mismo momento estaba dando a luz trayendo al mundo a su hijo.

Como muchos de los hechos y escándalos controversiales que atraviesan las grandes instituciones, la existencia real de un Papa de la Iglesia Romana que en verdad era una mujer, es negado en la actualidad por el Vaticano, que durante siglos, ha buscado bajar el perfil de esta aseveración histórica encontrando justificaciones para desmentirla.
Existiendo variada argumentación en favor y en contrario, este desconocimiento postrero de la Iglesia, que lógicamente no quiere pasar un nuevo ridículo, la priva no obstante de la gran oportunidad de posar como proclive al feminismo, ya que una de las mayores críticas modernas que se hace al Vaticano es su inveterado machismo, que no logra soslayar –pese a que el tema se ha discutido hasta la saciedad en casi todos los Concilios - por cuanto los elementos más conservadores de la iglesia se oponen tenazmente a que las mujeres oficien el sacerdocio. Y no solo eso, sino que este reproche apunta además a que éstas no tienen participación real en la Iglesia y que se utiliza a las monjas solo para aspectos secundarios y para nada relevantes de la actividad proselitista y de apoyo eclesiástico.
Esta obcecación misógena de la Curia romana no debe extrañar a nadie pues solo basta buscar en el Nuevo Testamento el párrafo contenido en 1ª. Cor.14:33-40, que dice: “…pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o solo a vosotros ha llegado?. Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore…”
Y por si esto no fuese suficientemente claro, aquí va otra “perlita”: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.”(1ª. Timoteo 2:11-12)
Para cortar definitivamente el tema, el fallecido Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotales, sobre la ordenación sacerdotal reservada solo a los hombres, escribió: “…con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos,(cf,Lc, 22,32) declaro que la iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictámen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la iglesia.”
Por tanto, que sorpresa puede existir respecto de la negativa de la iglesia a reconocer que una mujer ocupó un día el trono de Pedro, sin importar que este hecho ocurrió mil años atrás. Reconocerlo, significaría una trasgresión a este criterio fundamental del credo, que no solo deben evitar a toda costa, sino que de probarse pone en riesgo la fundamentación básica del legado de Cristo.
Por otra parte, esta reluctancia a la participación activa de la mujer en la Iglesia Católica, ha generado desde hace mucho tiempo, un sentimiento de rechazo cada vez más pronunciado del mundo femenino. Tanto el sacerdocio regular como los llamados “Príncipes de la Iglesia” han caído en un descrédito mundial, que hace que la opinión pública nos los vea precisamente dotados de una gran santidad.
Y no tan solo por los numerosísimos escándalos sexuales de sus miembros y los cientos de miles de casos de pederastia y pedofilia de sus integrantes en todo tipo de jerarquía, de que la prensa internacional da cuenta a diario, sino también por otros antiguos y oscuros crímenes, depravaciones, herejías y despropósitos que se han ido develando, al desclasificarse los archivos de los Monarcas de la Iglesia, los llamados representantes de Cristo en la tierra, cuyas vidas dispensiosas, soterradas en el secreto de la biblioteca vaticana, permanecieron inviolados primero, durante los quinientos años que duró la Inquisición, donde nadie podía investigar ni menos deunciar a ningún miembro del clero so pena de arriesgar la vida en la hoguera, como después, en los siguientes siglos hasta llegar a nuestros días, donde la verguenza de estos hechos fue ocultada celosamente por los jerarcas del catolicismo para que los fieles y la opinión pública no se horrorizara de las horrendas felonías de la mayor parte de los Papas de la Iglesia Católica y Romana.

Solo se conocen los hechos históricos y reales de facil comprobación, de los cuales solo la gente común tenía nociones generales, como las llamadas "guerras santas" contra los impíos, Las Cruzadas y la instauración de la tenebrosa Inquisición Vaticana, que causaron un fanatismo religioso que produjo la muerte y alevoso asesinato de millones de seres humanos en el planeta. Y también, como la crueldad y los crímenes de la familia Borgia, donde Alfonso de Borja, Papa conocido como Calixto III, su sobrino que le sucedió en el papado Rodrígo Borgia, conocido como Alejandro VI y los hijos de este último César y Lucrecia Borgia fueron acusados de violaciones, incestos y eliminación de personas con fines políticos y de conveniencia personal, pero hay mucho mas y ya lo contaremos.

Entre los delitos cometidos por este Papa, destaca el asesinato de varios Cardenales, contrarios a sus ideas, a quienes hizo envenenar mediante "cantarela", veneno utilizado en el Renacimiento y por las relaciones incestuosas con su hija Lucrecia.

César Borgia, si bien no fue Papa como su padre, fue duque, príncipe, conde, condottiero, gonfaloniere, Obispo de Pamplona a los 16 años de edad, Arzobispo de Valencia a los 19 y Capitán General del Ejército del Vaticano y Cardenal de la Iglesia Católica a los 20 años de edad, siendo investido además como Duque en Francia a la edad de 23 años, obviamente no por méritos propios sino impuesto por su padre El Papa. Otro miembro de este poderoso clan familiar fue el Santo San Francisco de Borja, quien fue implantado en la realeza y que era por supuesto el nieto del Papa Alejandro VI. También pesa en la memoria colectiva de la humanidad para este juzgamiento, el tan cacareado voto de castidad a que se juramentan los sacerdotes y cómo ha sido vulnerado e incumplido durante siglos por los propios Papas y dignatarios de la Iglesia Católica Apostólica y Romana y por supuesto por el clero subalterno, para darse cuenta de la poca seriedad de muchos de sus postulados.
Como se sabe Pedro, el primer Papa de la Iglesia y la mayoría de los llamados Apóstoles eran hombres casados. En el siglo I, II y III, a pesar de las prohibiciones, los sacerdotes fueron casados o vivían en una especie de concubinato aceptado.
“En el Concilio de Elvira del año 306 en España, mediante el Decreto 43 se dispone: “todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de dar misa perderá su trabajo”.
Solo en el año 325 en el Concilio de Nicea se decreta tímidamente “que una vez ordenados lo sacerdotes no pueden casarse”.
En el Sínodo de Laodicea del año 384, se regló que “las mujeres no pueden ser ordenadas sacerdotes”. Esto sugiere que antes de esta fecha se realizaba la ordenación de mujeres.
El Papa Siricio, en el 385 abandona a su esposa para convertirse en Papa. Siricio fue el primero en usar el título de Papa.
En el siglo V, año 401, San Agustín escribía lo que se considera como uno de los mayores anatemas contra el sexo femenino. “Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”.
En el siglo VI del año 567 el Concilio de Tours II establece “que todo clérigo que sea hallado en la cama con su esposa será excomulgado por un año y reducido al estado laico”
En el año 580, el Papa Pelagio II, queriendo moderar estas cláusulas especificó que la política de su mandato “no sería meterse con sacerdotes casados en tanto éstos, no traspasaran los bienes y propiedades de la iglesia a sus esposas o hijos”.
En el siglo VIII, San Bonifacio informa escandalizado al Papa que en Alemania “casi ningún Obispo o sacerdote es célibe”.
En el año 836, el Concilio de Aix-la-Chapelle admite abiertamente que "en los conventos y monasterios se han realizado abortos e infanticidio para cubrir las actividades de clérigos que no practican el celibato”.
En el siglo XI el Papa Bonifacio IX se dispensa a si mismo del celibato y renuncia al papado para poder casarse.
En el año 1095 el Papa Urbano II como una forma de poner coto a tanto exceso, hace vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos son abandonados.
En el siglo XIV, el Obispo Pelagio se queja de que las mujeres son aún ordenadas y administran confesiones. En 1951, el Papa Pío XII ordena a un pastor luterano casado como sacerdote católico en Alemania. Bajo el mandato de Pablo VI hay dispensas al celibato y otras reformas. En la década de 1970, Ludmilla Javorova y otras mujeres checas son ordenadas para atender las necesidades de las mujeres prisioneras de los comunistas. En 1980 se realiza la ordenación de pastores anglicanos y episcopales casados como sacerdotes católicos en los Estados Unidos; en 1994 esto también sucede en Canadá e Inglaterra y una última joyita acerca del tema. En 1966 el Papa Juan Pablo II, declara en julio de 1993: “El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo…”
A estos antecedentes se suma que muchos Papas de la iglesia durante su mandato fueron casados y tuvieron hijos, Cómo San Félix III, 483-492, que tuvo dos hijos. San Hormidas, 514-523, un hijo. San Silverio 536-537, un hijo. Adriano II, 867-872, una hija. Clemente IV 1265-1268, una hija. Félix V, 1439-1449, un hijo.
Pero como si estos ejemplos fueran pocos, en la historia de estos sucesores de Pedro, hay muchísimos que luego ascendieron al grado Papal del Catolicismo, siendo hijos de Papas, Obispos o sacerdotes, en una especie de “tradición familiar”, conseguida por supuesto con una cadena de intrigas palaciegas, negociados, tráfico de influencias, eliminación de los contrarios, chantajes y pactos secretos para conseguir este objetivo.
El Papa San Damasco, 366-384 fue hijo de San Lorenzo, sacerdote.
El Papa San Inocencio I, 401-417 fue hijo de Anastasio I, Papa.
El Papa Bonifacio, 418-422 fue hijo de un sacerdote
El Papa San Félix, 483-492, hijo de sacerdote.
El Papa Anastasio II, 496-498, hijo de sacerdote.
El Papa San Agapito I, 535-536 fue hijo de Giordano, Papa.
El Papa San Silverio, 536-537 fue hijo de San Hormidas, Papa.
El Papa Marino, 882-884, fue hijo de un sacerdote.
El Papa Bonifacio VI, 896-996 fue hijo de Adrián, Obispo.
El Papa Juan XI, 931-935, fue hijo del Papa Sergio III.
El Papa Juan XV, 989-996 fue hijo de León, sacerdote.
Además, muchos de estos representantes de Cristo en la tierra tuvieron hijos ilegítimos después del año 1.139. Es el caso de Inocencio VIII, 1484-1492, que tuvo varios hijos; Alejandro VI, 1492-1503, también con varios hijos; Julio, 1503-1513, 3 hijas; Pablo III, 1534-1549, tres hijos y una hija; Pío IV, 1559-1565, con tres hijos y finalmente, hasta donde se sabe, Gregorio XIII, 1572-1585, que tuvo un hijo ilegítimo.
De tal manera, que resulta más probable pensar que sí es verdad que alguna vez una mujer engañó a la curia y fue nombrada por sus méritos propios como Jefe de la Iglesia, que aceptar que ello es solo una leyenda. La historia nos dice que este no es el primer hecho que el Vaticano oculta y que sus errores históricos han demostrado hasta el cansancio que su mentada infabilidad en asuntos religiosos y morales es solo un mal chiste, para evitar los juicios y críticas de la sociedad y zanjar a su favor sus aberraciones más rechazadas.




En referencia a la figura de la Papisa transcribo a continuación lo que expresa la página http://www.foroekklesia.com/showthread.php?t=39523, de EKKLESIA VIVA, Foro Cristiano Evangélico, que con el título de La Historia Escondida de la Iglesia Católica Romana dice lo siguiente a este respecto, haciendo la salvedad que por tratarse de una web de otra postura religiosa, que discrepa con el catolicismo clásico y tiene interés en desacreditarlo, ha investigado acuciosamente el tema para usarlo a favor de su dogma, entregándonos de paso, detalles bastante documentados que no encontramos en otras publicaciones.


LA HISTORIA ESCONDIDA DE LA IGLESIA CATOLICA ROMANA.
“Distintos cronistas católicos romanos, entre ellos obispos, cardenales, sacerdotes, pero especialmente monjes, nos hablan de esta mujer que llevó el nombre de Papa Juan VIII. El reinado de la Papisa fue de dos años, cinco meses, y cuatro días, desde el año 855 al 858. Esto la sitúa después del Papa León IV (847-55) y antes que Benedicto III, cuyo reinado normalmente lo datan de 855 a 858, pero evidentemente con el fin de no
dar lugar a la Papisa.
El monje benedictino Marianus Scotus (1028-86), pasó los últimos 17 años de su vida en la Abadía de Mainz. La misma ciudad alemana donde Juana había nacido 250 años antes. Este cronista, en algunos de sus manuscritos de su "Historiographi" donde describe eventos hasta el año 1083, tiene una anotación en el año 854 que dice: «El Papa León murió en las Calendas de agosto. Fue reemplazado por Juana, una mujer, que reinó por dos años, cinco meses, y cuatro días» (Marianus Scotus, Hist. sui temp. ciar.; RGSS I, p.639; citado en The Femóle Pope, Rosemarie and Darroll Pardoe, 1988, p.14).
Posteriormente, en el siglo XII, tenemos dos cronistas que hacen referencia a la Papisa Juana. Cronológicamente primero está Sigebert de Gemblours, un monje benedictino nacido en 1030 y muerto en 1112 o 1113. Su historia, la "Chronographia", termina en el año 1112, y contiene la siguiente corta narración bajo el año 854: «Se rumora que este Juan es una mujer, y conocida así solamente por su familiaris (compañero) que terminó enbarazándola. Dio a luz mientras era Papa, debido a lo cual ciertas gentes no la cuentan entre los Papas...».
El segundo cronista es Gotfrid de Viterbo, secretario de la Corte Imperial. En su obra el Pantheon, de 1185, incluye una nota después del Papa León IV, donde especifica que Juana, el Papa femenino, no es contado.
La historia de Juana consiste, por otro lado, en que ella nació en Ingelheim, cerca de Mainz, Alemania. Y, debido a que en ese entonces a las mujeres se les negaba la educación, Juana viajó disfrazada con un hábito de monje benedictino -juntamente con otro monje de la misma Orden- desde Fulda (Alemania) hasta Atenas.
Allí rápidamente adquirió tal conocimiento que después, cuando fue a Roma, deleitaba a filósofos, cardenales y teólogos con su enseñanza (The Chair of Peter, F. Gontard, 1965, p. 190). Una vez elegida Papa, y estando ya embarazada por su amante el monje benedictino que la ayudó a salir de su país, se descubrió su verdadero sexo cuando en el transcurso de una procesión del Coliseo a la iglesia de San Clemente, dio a luz a un niño en plena calle.

La papisa Juana dando a luz durante la procesión (De Mulieribus Claris, Giovanni Boccaccio, 1539).

Las referencias más amplias y precisas respecto a la Papisa Juana datan del siglo XIII, y fueron registradas por Martín Polonus. Martín, un sacerdote que pertenecía a la Orden de los frailes Dominicos, era originario de Troppau en Polonia, y se le conoció frecuentemente como Martín von Troppau. Después, cuando fue a Roma, obtuvo el nombramiento de capellán papal y penitenciario. Sus deberes en la burocracia de la Iglesia le dejaban bastante tiempo libre para el estudio, así que se dedicó a un pasatiempo muy popular en la Edad Media, la compilación de una crónica histórica. Para esto se valió de los Archivos Vaticanos, a los cuales tenía fácil acceso dada su posición en la curia papal. Su obra, "Chronicon Pontiflcum et Imperatum", en donde registra el caso de la Papa Juana, fue un best-seller de su tiempo y se difundió por todo Europa, alrededor del año 1265. La obra se consideró de carácter casi oficial, pues reflejaba la autoridad y opiniones de la misma Iglesia.
En la crónica de Martín la primera fuente citada respecto a la Papisa, en orden cronológico, es Anastasio el Bibliotecario, un hombre estudioso del siglo IX a quien se le atribuye la autoría del Líber Pontiflcalis, una colección de biografías papales que empieza desde el Papa Nicolás 1 (858-67). Anastasio participó intensamente en la intriga política que rodeó al papado en ese entonces, y por ello fue capaz de basar su narración sólidamente con su propia experiencia y observación. En el Líber Pontificalis de Anastasio, el manuscrito donde se hace mención de la Papisa está codificado en los Archivos del Vaticano como MS 3762 (ver Elude sur le Líber Pontificalis, Louis Duchesne, 1886, p.95); una copia del manuscrito en cuestión aparece en Un pape Nominé Jeanne, H. Perrodo-Le Mayne, 1972).
Por otro lado, para evitar la elección de otra mujer Papa en la «legítima línea de sucesión apostólica» de los Papas romanos, se desarrolló una extraña tradición en el Vaticano que perduró hasta el tiempo del Papa León X (1513-21). La cual consistía en que los Papas, antes de ser coronados, se sentaban en una silla de mármol rojo para ser examinados a fin de probar su sexo. La silla estaba agujerada pues había sido en realidad un excusado de los antiguos baños públicos romanos. Y, de la misma manera como solían restaurar todo aquello que tenía que ver con el gran pasado pagano de Roma, la silla también fue restaurada e introducida en la ceremonia papal.

A esta silla la denominaron entonces como la Sella stercoraria. Y, durante la ceremonia de inspección, un diácono metía la mano por debajo de la silla para palpar los genitales y cerciorarse del sexo del futuro Papa, y después gritaba ¡Habet!, la gente entonces contestaba ¡Deo gratias! (Gontard, op.cit., p.190; The Bad Popes, E. R. Chamberlain, 1969, p.91). Respecto a la existencia de esta silla existe también el testimonio del inglés William Brewyn, que en 1470 compiló un fascinante libro guía de las iglesias en Roma. Cuando describe la capilla de San Salvador en la Basílica de San Juan Laterano, dice: «...en esta capilla existen dos o más sillas de mármol rojo, con aberturas en ellas, sobre las cuales según he escuchado, se prueba si el Papa es hombre (A XV th Century Guide-Book to the Principal Churches of Rome, William Brewyn, 1900, p.33).
La misma explicación da Bartolomeo Platina, que fue Prefecto de la Biblioteca Vaticana bajo el Papa Sixto IV (1471-84). En su obra Vida de los Papas (1479) dice: «Algunos han escrito que debido a esto... cuando los papas van a ser entronados en la silla de Pedro, son primeramente examinados por el diácono más joven que esté presente « (La Légende de la Papesse Jeanne, Eugene Müntz, 1900, p.330).

Otros testimonios bastante interesantes respecto a la existencia de la Papisa Juana, y que tuvieron lugar también durante la Edad Media, consisten en lo siguiente:
Resulta que el Palacio Laterano, lugar donde residen los papas, fue donado por Constantino a la Iglesia en el siglo IV. Anteriormente había sido un palacio imperial, pero después se convirtió en la principal residencia del Papa en Roma. La basílica que Constantino construyó a un lado, donde estaban las barracas de su caballería, se convirtió después en la catedral episcopal del Papa como obispo de Roma. El Palacio Laterano, no obstante, se encuentra en el lado opuesto de Roma en relación a los focos de actividad Papal que son el Vaticano y la Basílica de San Pedro. Desde entonces, y a través de toda la Edad Media, siempre había procesiones papales yendo de un extremo al otro. La ruta entre ambos extremos incluía el paso por el Coliseo y la Basílica de San Clemente, la cual se construyó sobre un Miíhraeum (lugar de sacrificios a Mithra) del siglo III.

Sin embargo, el punto es que estas dos antiguas construcciones están conectadas por la Via S. Giovanni en Laterano; y, en la Edad Media, esta ruta directa era evitada por los Papas por causa de que allí había dado a luz y había muerto la Papa Juana cuando se dirigía a la Basílica de San Pedro (Pardoe, op.cit., p.43).
En 1486 John Burchard, obispo de Estrasburgo y Maestro papal de Ceremonias bajo el Papa Inocencio VIII (1503-13), Alejando VI (1492-1503), Pío III (1503) y Julio U (1503-13), organizó una procesión para Inocencio VI que rompió con la tradición de evitar la ruta directa. En su Líber Notarum registra la dura crítica a la que se hizo acreedor como resultado de su decisión: «En su ida así como en su regreso, él (el Papa) vino por
la ruta del Coliseo, y por aquella calle recta donde la estatua del Papa mujer (imago papissae) está localizada, en recuerdo, se dice, por haber dado allí a luz a un niño el Papa Juan VIII. Por esta razón muchos dicen que
a los papas no se les permite pasar a caballo por allí. Por lo tanto el señor arzobispo de Florencia, el obispo de Massano, y Hugo de Bencii el subdiácono apostólico, me enviaron una reprimenda»
(Líber Notarum, John Burchard; RISS, XXXII pt. 1, vol. I, p.176).
La estatua de la Papisa (imago papissae) que aquí menciona Burchard en el año 1486, también fue vista por Martín Lutero cuando visitó Roma a finales de 1510. Lutero hizo un comentario acerca de la estatua expresando su sorpresa que los papas permitiesen que un objeto tan embarazoso permaneciera en un lugar público. La estatua que Lutero vio era la de una mujer con vestiduras papales, sosteniendo un niño y un cetro (La Légende de la Papesse Jeanne, Eugene Müntz, 1900, p.333). Teodorico de Niem afirma que «la estatua fue erigida por el Papa Benedicto III, con el fin de inspirar horror al escándalo que sucedió en ese lugar» (Pope Joan -A Histórica! Study, Emmanuel D. Rhoides, 1886, p.82). El dato es confiable porque cuando Teodorico escribió al respecto en el año 1414, la estatua tenía apenas poco más de 50 años, lo cual no deja mucho margen de error.
Por otro lado, en relación al fin o desaparición de la estatua de la Papisa, existe el testimonio de Elias Hasenmuller quien el la última década del siglo XVI fue informado por una autoridad confiable que la estatua había sido arrojada al río Tíber por Pío V (1566-72). Según lo registra el mismo Hasenmuller en su obra Historia lesuitici Ordinis (1593, p.315). Esto explica también por qué el famoso cardenal jesuíta Roberto Belarmino (1542-1621), quien intervino como miembro del Santo Oficio en el juicio contra Galileo, cuando
hace referencia a la estatua en su obra "De Summo Pontífice en 1577", siempre se refiere a ella en tiempo pasado, con la clara implicación que la estatua en ese entonces ya no existía.

Un testimonio más, concerniente a la existencia de la Papisa Juana, lo encontramos en el juicio que se le hizo al valiente y gran reformador de Bohemia John Huss. En el mes de noviembre de 1414 se convocó un Concilio general en Constanza (Alemania), con el fin de decidir una disputa entre tres idiotas que querían ser papas al mismo tiempo. John Huss fue llamado a comparecer ante este Concilio porque se le acusaba de herejía. Huss argumentó en su
defensa, entre otras cosas, que la única cabeza de la Iglesia podía ser Cristo mismo y no el Papa. Razón por la cual también, dijo Huss, la Iglesia había podido seguir funcionando durante todo este tiempo sin una cabeza terrestre a pesar de los Papas corruptos. Y fue precisamente aquí, cuando a manera de ejemplo de tal corrupción papal, Huss citó entonces la existencia de la Papisa Juana. Y, como bien dice el historiador del siglo XVIII
James L’Enfant: «Si esto no hubiese sido en ese entonces un hecho innegable, los miembros del Concilio seguramente habrían tratado de corregir a Huss con disgusto, o se hubieran reído de él, como ciertamente lo hicieron por cosas de menor importancia» (The History of the Council of Constance, James L’Enfant,
1730,1, p.340.)"

Después de esta información consignada en esta web, importa decir que Roma trató de ocultar este hecho por razones obvias. Sin embargo, antes de la época de la Reforma, la cual expuso a la luz pública muchos pecados ocultos de la Iglesia, esta historia de la Papisa fue parte de las crónicas y conocida por obispos e incluso los mismos papas (historia de los papas, Bowers, Vol.1,p.226). También que existe abundante evidencia, más de 500 textos en distintos siglos, que certifican no solo la existencia de su papado sino también que este hecho era públicamente reconocido por los más altos dignatarios de la Iglesia Católica.
El mismo Papa León II en carta al patriarca de Constantinopla, a mediados del siglo XI, menciona a “una mujer que ocupó el trono de los pontífices de Roma…” En la Enciclopedia Católica se lee: “ocupó el solio pontificio después de León IV (855) y antes de Benedicto III (858). De hecho, todos los libros de historia de antes de la Reforma mencionan a la papisa Juana o en texto, o en el margen (Ecumenismo y romanismo, p. 59, 60).
Autores como Petrarca o Boccaccio la mencionan en sus escritos y existen documentos del siglo XV que hablan de la estatua de “La mujer Papa con su hijo en brazos.”
También es oportuno aclarar, que la suplantación de miembros del clero por mujeres no era extraña en esos años. Existen registros de numerosos casos. Muchas santas y beatas, como Eufrasia, Hildegarda y Eugenia, ampliamente reconocidas por el Vaticano, vivieron de incógnito entre monjes vistiendo ropas masculinas hasta su muerte
Nadie ha osado desmentir que desde principios del siglo XV la presencia histórica de la papisa es aceptada por todos, puesto que varios dignatarios de la Iglesia dan fe de ello en sus escritos, lo que Roma no juzga necesario censurar, existiendo constancia que durante más de dos siglos hubo en la catedral de Siena, Italia, una estatua llamada “Papa Juan VIII, una mujer inglesa”, que estaba situado entre los bustos de otros Papas. Finalmente el Papa Clemente VIII lo rebautizó como Papa Zacarías.
La presencia de la Papisa Juana en los mazos del tarot, es otra evidencia del arraigo que tuvo en el pueblo su papado. El acervo popular la inmortalizó en forma de naipe y el tarot de Marsella nacido en la Edad Media, la representa en la carta número dos de los arcanos mayores. En el naipe representa la sabiduría femenina. En años más recientes, esta carta ha sido rebautizada como “La Sacerdotisa”.
En 1886, el escritor griego Emmanuel Royidios publicó el libro “La Papisa Juana", traducido solo en 1939 al inglés por el británico Lawrence Durrell y recientemente se ha publicado “El Papa Mujer”, por Pardoe, Rosemary, Pardoe, Darroll.
Algunos estudiosos de la historia oficial de la Iglesia piensan que en el afán de hacer desaparecer todo vestigio de su Papado, habrían usado la estratagema de llamarle Benedicto. Benedicto III es el Papa que se dice sucedió a León IV. Alargando el período del mandato de este último y achacándole a Benedicto la titularidad, la iglesia lograba disimular su sexo y confundir documentalmente a quienes investigaran los escritos oficiales. Curiosamente, el nombre del papa Benedicto III no se menciona en el más antiguo ejemplar conocido del “Liber Pontificales”, donde aparecen todos los Papas de la antigüedad. Los cronistas de la época lo describen poseedor de un físico atractivo, pero con una marcada aversión por aparecer en público, así como un muy bajo perfil. En la práctica nada se sabe realmente de él, solo se registra el hecho que fue víctima de un Antipapa y que murió súbitamente el 17 de abril de 858, siendo enterrado fuera de la Basílica de San Pedro, acorde a su última voluntad, ya que se habría juzgado a si mismo como: “indigno de estar junto a los santos…”
Sin embargo, no es necesario que el Estado Vaticano siga ocultando la existencia de la Papisa Juana, porque como se ha comprobado es imposible establecer una real “sucesión apostólica” de los Papas. Los registros están tan manipulados y son tan confusos que malamente se puede saber con certeza el historial de estos prelados y si efectivamente esas historias corresponden a la verdad. Según la lista oficial de pontífices de Roma, de un total de 264 papas, 38 o bien son antipapas o bien son Papas dudosos. Entre los dudosos, hasta existe uno elevado a los altares como Santo, San Hipólito.
No hay salud.

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