domingo, 19 de agosto de 2007

El secuestro del cadáver de Evita Perón, el secreto mejor guardado de la historia.

“Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi Patria. Quisiera que de ella se diga, aunque no fuese más que en una pequeña nota, al pie del capítulo maravilloso que la historia ciertamente dedicará a Perón, algo que fuese más o menos esto: "Hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al Presidente las esperanzas del pueblo, que luego Perón convertía en realidades". Y me sentiría debidamente, sobradamente compensada si la nota terminase de esta manera: "De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita".

Eva Perón la mujer de los mil nombres, ocupa en la historia de Argentina y del mundo un lugar privilegiado. El papel que el destino juega en la vida de las personas nunca ha quedado mejor reflejado como en la historia de su vida. Y en su caso hasta cuando muerta, tanto así, que es incontable la cantidad de obras de teatro, películas, libros, artículos, conferencias y sucesos que tienen que ver con su legado y su recuerdo.

Hija ilegítima, novel actriz, quizás habría llegado a ser conocida solo en la bohemia de Buenos Aires. Sin embargo enamora al coronel Domingo Perón, se convierte en su esposa y de allí en la campeona de las reivindicaciones sociales de la mujer argentina, de su pueblo y líder mundial de los derechos conculcados de los desposeídos.

La veneración de la que era objeto entre las clases populares enfadaba a la Iglesia Católica, al popularizarse gran cantidad de estampas que la representaban de modo similar al que se representa a la virgen María. Su indudable influencia sobre el gobierno de Perón y su liderazgo popular la hace odiada de la oligarquía y el mando militar.

Con la desaparición de Evita, el secuestro de su cadáver embalsamado, la historia ha asistido a otro de sus capítulos más negros, nebulosos y rodeados de claves enigmáticas que tienen que ver con la más pura irracionalidad y los peores instintos que anidan en la personalidad humana y que suelen asomar su hedor en los momentos de convulsión social de los pueblos, siempre de la mano de quienes ostentan el poder que otorga la fuerza de las armas, en disputa con aquellos otros de sotana y escapulario, en su permanente ambición de ser directrices del orden establecido y la voluntad de los pueblos.

El odio irracional del antiperonismo a Eva Perón se trasladó a su cadáver y su memoria.
Los militares que asaltaron el poder el 16 de septiembre de 1955, la hicieron rápido blanco de su revanchismo.
Tras el asalto al Estado, durante el breve gobierno del general Lonardi fue designado intereventor de la CGI (Confederación General del Trabajo) el coronel Manuel Raimundes. Este se hizo cargo del edificio de Azopardo 802, donde en el segundo piso se encontraba el cadáver de María Eva Duarte de Perón. Los militares recién llegados al poder dudaron por su aspecto marmóreo que fuese el cuerpo de Evita, pese a la certificación del doctor Pedro Ara, autor del embalsamamiento del cuerpo. Sospecharon que podría haber sido sustituído.

Se nombró una Comisión de médicos legistas encabezada por el médico radical Nerio Rojas, conocido por su “gorilismo”. La “Comisión Técnica” que pudo limitarse a sacar radiografías para verificar la existencia de los órganos y su condición humana, optó con ensañamiento por mutilar el cuerpo, amputándole el dedo meñique. El que nunca más fue repuesto. Fue verificado el tejido humano y probada radiográficamente que se trataba del cuerpo de Evita.

Destituido Lonardi por el Dictador Pedro Eugenio Aramburu el 13 de Noviembre de 1955, fue designado Jefe del Servicio de Informaciones del Ejército, el coronel Carlos Eugenio Moore Koenig, haciéndose cargo de la custodia de los restos mortales de Eva Perón. El 22 de diciembre del mismo año, aquel dispuso el retiro secretamente del cadáver en un camión conducido por el capitán de Ejército Rodolfo Fráscoli. Primeramente fue llevado al regimiento I de Infantería de Marina. Al día siguiente se trasladó el féretro a una casa de Belgrano, luego a una casa de un oficial militar en Saavedra y finalmente al edificio del SIE (Servicio de Información del Ejército), donde es oculto en el cuarto piso entre unos cajones.

El coronel Moore Koenig desarrolla una patológica y perversa relación con los restos, donde se siente “dueño” del cadáver y concluye “enamorándose” de la imagen y cuerpo presente de aquella mujer que tanto odiara en vida. Termina ocultando a sus superiores el lugar donde se encuentra el féretro y finalmente es separado del cargo y trasladado detenido a Comodoro Rivadavia.

Su remplazante, el coronel Mario
Cabanillas descubre el cadáver y comunica el hallazgo en forma oficial. Aparentemente, fue trasladado en forma temporaria al edificio del SIDE (Servicio de Información del Estado). Allí se perdió el rastro del destino final de los restos de Evita.
El lugar donde se ocultó el cuerpo secuestrado, fue el secreto mejor guardado durante más de quince años. Las especulaciones fueron de todo tipo: desde que había sido destruido mediante su incineración o arrojándolo al Río de la Plata, hasta que habría sido enterrado en un convento de Roma, en Varsovia, en la isla Martín García o en campo de Mayo. Un pacto de silencio entre la cúpula militar impidió saber cual había sido su destino.

El general Perón desde el exilio y el movimiento Peronista, reclamaron permanentemente su devolución. Ya desde Panamá en 1955, mediante telegrama Perón exigió le fuera entregado a Elsa Chamorro, presidenta de la primera “Comisión Pro Recuperación de los Restos de Eva Perón”. Desde entonces no cesó en sus reclamos.

Pese a que por Decreto ley 4161, vigente hasta 1964, se prohibió en toda la República Argentina mencionar el nombre de Eva Perón, el peronismo convirtió desde 1955 el reclamo de la aparición de sus restos mortales en bandera de lucha de la resistencia. Fue exigencia permanente de los pronunciamientos sindicales y del movimiento obrero.

La Juventud peronista, alentó en sus distintos nucleamientos el recuerdo y el homenaje a Eva Perón, convirtiendo en una prioridad la aparición de sus restos. En 1963, un comando juvenil bajo la dirección de Osvaldo Agosto, se apropió del histórico sable del general San Martín, el padre de la Patria, exigiendo a cambio la devolución de su cuerpo.

Debió pasar casi una década más, hasta que en 1971, el gobierno de facto del general Lanusse, frente a la imposibilidad de pacificar el país y frenar el incontrolable avance del peronismo, se vió obligado a negociar con el ilustre exiliado en Madrid, las condiciones para el restablecimiento de las instituciones democráticas en la Argentina.

La devolución del cadáver de Eva Perón, fue una exigencia ineludible. Quienes durante quince años negaron conocer el destino del mismo, finalmente procedieron a reintegrarlo, trasladándolo a Madrid desde un cementerio en Milán, Italia, donde había estado enterrado con nombre supuesto.

En efecto, en 1957 una misión militar absolutamente secreta dirigida por el mayor de inteligencia Hamilton Díaz, por orden del Gobierno, fue la encargada de desenterrar el féretro y llevar el cuerpo a Europa, donde Perón, acompañados por un sacerdote, con instrucciones de la iglesia, para intermediar ante los religiosos italianos custodios del entierro.

Así fue sepultada, bajo el nombre falso de “María Maggi de Magistis”, una italiana viuda, emigrada a la Argentina cinco años antes, en el espacio 86, jardin H 1, del Cementerio de Milán.

Allí sus restos habían permanecido en una tumba sin cuidado ni atención, hasta el 2 de septiembre de 1971.

El “dato” había sido guardado en un sobre sellado entregado por Pedro Aramburu a un escribano público con la indicación de hacerlo llegar después de su muerte a quien fuera Presidente de la República. Así fue como Alejandro Agustín Lanusse entró en posesión de esta ubicación y se resolvió hacer lugar a esta fundamental exigencia del general Perón.

El Embajador argentino en España, brigadier Rojas Silveyra y el coronel Cabanillas fueron los encargados de entregar el ilustre cuerpo a Juan Perón, en su casa de Puerta de Hierro, en Madrid.

Al contemplar el cuerpo y sus mutilaciones, el general Perón exclamó: ¡Qué atorrantes…! Y se puso a llorar, dándole la espalda a los nombrados. Si bien luego guardó pudoroso silencio sobre el estado en que le fueron devueltos los restos, finalmente trascendió la brutal demencia del gorilismo, mucho mayor que la imaginada.

Blanca y Emilia Duarte, quienes habían viajado a Madrid para ver el cuerpo de su hermana, en el año 1985, en respuesta a un artículo periodístico, publicaron un comunicado en que decían:

“Nuestra intención no es revisar heridas antiguas que nos siguen haciendo sufrir. Pero no podemos ni debemos permitir que la historia sea desnaturalizada. Por eso damos testimonio aquí de los malos tratos infligidos a los despojos mortales de nuestra querida hermana Evita:
- varias cuchilladas en la sien y cuatro en la frente
- un gran tajo en la mejilla y otro en el brazo, al nivel del húmero
- la nariz completamente hundida, con fractura del tabique nasal
- el cuello prácticamente seccionado
- un dedo de la mano, cortado
- las rótulas, fracturadas
- el pecho, acuchillado en cuatro lugares
- la planta de los pies está cubierta por una capa de alquitrán
- la tapa de zinc del ataúd tiene las marcas de tres perforaciones, sin duda intencionadas
(En efecto, el ataúd estaba completamente mojado por dentro, la almohada estaba rota y el aserrín de relleno, pegado a los cabellos).
- el cuerpo había sido recubierto de cal viva y mostraba en algunas partes las quemaduras provocadas por la cal
- los cabellos eran como lana mojada
- el sudario, enmohecido y corroído.

En 1974, el general Perón dispuso que los restos de Evita regresaran a la Argentina para ser enterrados en una bóveda familiar en el cementerio de La Recoleta en la ciudad de Buenos Aires. Su póstumo deseo se cumplió el 17 de Noviembre de 1974.
Perón regresó al país, pero sin el cadáver de Evita. Persistentes,
los Montoneros secuestraron entonces el cadáver de
Aramburu y dijeron que lo devolverían cuando fueran repatriados los restos de "la compañera Evita. Pero sería Isabelita, nombre con que se conocía a María Estela Martínez de Perón, la que asumió como Presidente de la República a su muerte acaecida el 12 de junio de 1974, la que dispuso repatriar sus restos y traerlos al país, lo que ocurre el 17 de noviembre de 1974.
Antes de proceder a su sepultación y bajo estricto secreto, en un gesto de reparación histórica, dispuso que el taxidermista Domingo Isaac Tellechea, restaurara completamente su malogrado cadáver, el que nuevamente ostentó su hermosa y serena lozanía.

Concluyó así el largo y vejatorio periplo con que sus secuestradores creyeron vanamente poder borrar de la memoria de los argentinos los sentimientos de amor y de veneración hacia ella. El cadáver viajero por fin pudo descansar en paz en su tierra natal. ¡Solo cabe preguntarnos, si la historia acabará aquí!