martes, 10 de abril de 2007

Me carga el viejo pascuero... 1a. Parte

Así se le dice en varios lugares de sudamérica, especialmente en Chile. "El viejo pascuero". Quizás en remembranza de los arcaicos seres malignos que pululaban en los cuentos de nuestros abuelos, donde se destacaba "el viejo del saco", que era el encargado de llevarse a los niños desobedientes, que no se comían la cena o que se hacían pipí en los pantalones.

En otras latitudes se le conoce como Santa Klaus, Papá Noel, San Nicolás, Julemanden en Dinamarca, Father Christmas etc.; en verdad tiene varios alias y muchas caras, como veremos.

No me simpatiza, primero que nada porque su figura y su quehacer no corresponde a ninguna tradición latinoamericana. Es un mito exportado, de un personaje inexistente cuya actual esencia corresponde fundamentalmente al espíritu de marketing que animó a sus mixtificadores a imponerlo como una usanza anual y conseguir con ello pingües ganancias que constituyen hoy día las grandes fortunas del planeta.

Y me gusta menos, como padre de cinco hijos en dos matrimonios donde como otros millones de ciudadanos del mundo, he tenido que pasar buenos veinte años comprando regalos a plazo, que me costaron esfuerzo y que previamente debí esconder de la curiosidad infantil en los lugares más inimaginables y recónditos de la casa para no ser sorprendido in fraganti en esta falacia, para luego no sin afanes y distintas simulaciones distractivas, dejarlos subrepticiamente al pié del famoso arbolito de pascua, minutos antes de las doce de la noche de ese fatídico día 24 de Diciembre de cada año.

No digo nada de la satisfacción y el candoroso regocijo que los muchachos experimentaron cada vez que abrían sus paquetes venidos mágicamente directamente del Polo Sur. Tampoco de la ingenuidad que los llevaba a asomarse a escudriñar el firmamento para ver si divisaban el trineo encantado de Santa, tirado por sus extraordinarios renos voladores.

Y menos me arrepiento de los asados, las tomateras y bailoteos que organizamos con los amigos y familiares hasta quedarnos dormidos en los sillones, mientras nuestras criaturas ya habían despedazado la mitad de sus juguetes.

Pero lo que sí me encolerizó y me sigue encolerizando, es esa impotencia de no haber tenido el coraje para decirle a mis hijos y convencer a mis esposas que terminásemos de una vez con toda esa faramalla piadosa, esa cadena de mentirijillas que empezaba meses antes de Navidad con ciertas amenazas maternales: “Si no te comes todo el viejito pascual no vendrá a visitarte…” “Si te sacas malas notas seguro que no recibirás ningún regalo …” y todo ese amedrentamiento sicológico, ese chantaje solapado que por supuesto yo también sufrí cuando era niño, que no es sino una especie de equivocada escuela de cinismo y de hipocresía social en la que adentramos tempranamente a nuestros retoños.

También me empelotaban las cartitas que mis hijos escribían con su primorosas faltas ortográficas en cualquier papelito para que se las hiciera llegar a Santa a su domicilio, con saludos especiales para su esposa y sus enanos ayudantes, los elfos.

Papá échalas al buzón me decían primero. Cuando más grandes que era más rápido un telegrama y ahora, en la era del internet, que era mucho mejor que las mandase por e-mail... Pasada la navidad, venían aquellas otras notas donde le agradecían sentidamente al viejito Pascual o a Santa Claus el haberles concedido los regalos exactos que ellos soñaban. Todas las cartas decían al final: te quiero Santa, eres nuestro héroe.

“No te las vayan a pillar” me decía mi esposa cuando me iba al trabajo con los sobres en la mano”. Y a la llegada en la tarde, antes del beso de bienvenida, antes del hola como te fué, la pregunta susurrada: “¿las botaste, te deshiciste de ellas..?

Si le decía que no, que aún estaban en mi poder, era segura la amonestación verbal que provocaría ese rictus de enojo contenido tan familiar que presagiaba una noche tormentosa, donde todo tendría que hacerlo solo.

¿Qué le iba a decir ?.¡ Sí pús mijita, las dejé en la oficina!. Y el siguiente paso era irme al baño para tirar por el desague esa correspondencia que me quemaba en los bolsillos..

La otra fase de mi amargura ocurría a fin de mes, cuando terminaba de pagar los diferentes regalos y recordaba que por ellos no recibí ni un beso ni un gracias papá, porque todo el mérito era por supuesto del fabuloso viejito pascuero regalador de juguetes caros.

Siempre era lo mismo, solo me cabía refunfuñar para mis adentros. El enojo me duraba hasta las fiestas donde celebrábamos el advenimiento del Nuevo Año. Claro está que me volvía a indignar cada vez que recordaba que el viejo maricón no puso un centavo, no tuvo que
comprar guirnalda nueva, ornamentar el arbolito ni entrar por las ventanas o el entretecho para coronar con éxito el show que año a año hacíamos en su honor. Con mi plata...

Vuelvo a decirlo, ME CARGA EL VIEJO PASCUERO, tengo muchas razones para ello, y cada vez que miro su retrato lo encuentro más falso y retorcido, un perfecto taimado, a imagen y semejanza de sus creadores.

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