lunes, 4 de diciembre de 2006

Maradona, el gran pelotudo.


Pelotudo = Que tiene pocas luces o que obra como tal.
Lerdo, parsimonioso, irresponsable.

Diccionario de la lengua española
Vigésima segunda edición.

Nunca me he explicado como la estupidez humana coloca en la cúspide de la fama a sujetos que bien mirado no son sino infelices con suerte, que por omisión de la justicia o las leyes, por azar venturoso, prevaricación culpable o influencia de los tontos útiles, conquistan el corazón de las masas y se convierten en íconos de la sociedad.

Ahí esta el caso de los toreros que hacen nata en algunos países donde prevalecen los amantes de la más enajenada morbosidad y un muy curioso sentido de la piedad cristiana que llaman a esta cruel carnicería el arte de la tauromaquía. Lo malo es que las emprenden con los toros, que como todos sabemos son solo animales, indefensos por añadidura, no enemigos, no gladiadores ni dignos contendores.

No hay torero, por muy cochambroso que sea su origen, que no sea hoy millonario, famoso y envidiado. La mayoría verdaderos zares y gurúes de la opinión pública y desde luego considerados lo más granado de la sociedad por el solo y poco envidiable oficio de azaetear bueyes sin capar para matarlos a mansalva y con ventaja, para finalmente cortarles las orejas, sanguinario oficio que solo es comparable al que hacían los verdugos de la inquisición, que a lo menos lucían encapuchados para esconder su vergüenza.

A veces pienso que llegará el tiempo en que cambiarán los papeles y que en vez de esa espada filosa y larga que usan para mantener alejados al animal, le entreguen ametralladoras al público para que volteen a los toreros que se atrevan a lucir sus trajes de luces, quienes en franca carrera solo tendrán que procurar salir con vida del ruedo.

Eso sería heroico. Yo pagaría por verlo y no me importaría que la sociedad los considerase hijos selectos, a los sobrevivientes por supuesto.

Pero así como ellos, están también aquellos otros, bastante numerosos por cierto, yo diría demasiado, a quienes la vida les proporcionó el delicado arte de darle de patadas a una pelota .

Estos, no son solo héroes y patricios de los campos de fútbol, son ejemplos de juventudes. Los niños aprenden a quebrarle los tobillos a sus adversarios, a darle codazos traicioneros al contrincante, a proferir deleznables insultos, a considerar al oponente un enemigo al que hay que eliminar como sea.


También nuestros hijos tienen allí ocasión de aprender de sus héroes favoritos toda la gama humana de improperios y ofensas producto de la ira, del despecho, de la venganza y de las más bajas pasiones que se hacen presente en estos sujetos producto de su acabada mala educación. Conductas que no solo son detestables sino que degradan la naturaleza misma del deporte y dejan en mal pié los valores de caballerosidad, hidalguía, camaradería, noble competitividad, habilidad y destreza que son algunos de los fundamentos que justifican la actividad deportiva.

Estas situaciones en comento, tan obvias para cualquier mortal que vea aunque sea un partido en su vida, de estos deportes donde los tipos lo que menos hacen es atender al balón o marcar puntos para su equipo, al parecer no son opiniones compartidas por los organismos oficiales . Frecuentemente leo que justamente quienes lograron sobrevivir de estos embates aniquilando ferozmente a sus contrarios han sido nombrados embajadores de buena voluntad, por organismos internacionales, gobiernos y autoridades deportivas, que uno, en su inocencia creía que eran serias.

Con el tiempo todos aprendemos que este tipo de decisiones y otras más, comunes ya en estos organismos, que algún día comentaré, no son sino poses acomodaticias, motivadas por mezquinos intereses políticos o de conveniencias.


Y por si fuera poco, estos patanes, en su vida privada, se nutren económicamente con la venta de los pormenores exclusivos de los escándalos que hacen las delicias de la prensa amarilla, tornasol, roja y rosada ventilados por aquellos periodistas que en su incapacidad de cumplir con ética su oficio de comunicadores inventaron el periodismo del corazón, o crónicas de sociedad, términos acuñados para fisgonear, escarbar en el fango en que se mueven estos entes de la farándula y otros inadaptados sociales, que sacan primera plana en los más prestigiosos diarios y revistas del gran mundo, por mérito y esfuerzo de esa murga de fotógrafos y pseudo periodistas mercenarios conocidos como papparazis, por la nada envidiable actividad de ser drogadictos, infieles, gay, que es decir maricones y otras lindezas como prevaricadores, asaltantes, estafadores, homicidas y en el mejor de los casos suicidas, que, considerando el rumbo que toma el mundo, es por el momento lo más deseable que pudiera ocurrir en la vida privada de esta curiosa tipología de sujetos.

A veces me pregunto que pasa con los maestros, con los intelectuales, con los científicos, con los inventores, con los filósofos de alto vuelo, con los aventureros de lugares ignotos, todos los cuales han debido sacrificarse durante gran parte de su vida para ocupar un sitial de reconocimiento, justo homenaje a su esfuerzo. Quién los aplaude, dónde los premian, cuáles son sus fortunas, qué sociedad los reconoce y ennoblece con los brazos en alto y el grito desgarrado por la emoción como ocurre en los estadios, cuando la plebe fanática, grita, llora, aviva a sus héroes con el rostro crispado, los ojos sanguinolientos y fuera de las órbitas, sumergidos y abrigados en medio de la oscura masa incógnita de esas barras bravas de dudosa mixtura donde convive el lúmpen con el oficinista, ambos dispuestos a matar si fuera el caso, antes de dejar pasar una humillación del equipo de sus amores.

Porque ésto es lo que ocurre con estos héroes de barro del tercer milenio, audaces cuya mayor habilidad en la vida ha sido chutear una pelota , rasguear una guitarra o lucirse en cueros. Ahí están además los bravucones de barrio que se convierten en campeones boxeriles, trovadores drogadictos que empiezan cantando en los bares de mala muerte y terminan dando recitales, bailarines de conga, sujetos de apariencia repelente, con aritos y aretes, palos atravesados en las orejas, tatuajes obscenos en el ombligo, plumajes y cortes de pelo barrocos y prehistóricos, disfrazados de piratas, de indios, de extraterrestres, que cantan ritmos y letras ininteligibles, que si no fuera por las bellas mujeres que contratan para que se meneen y muestren sus presas, nadie miraría sus video clips, maricas estrambóticos que leen la suerte e interpretan a las estrellas, prostitutas internacionales, delincuentes, travestis, traficantes y enajenados.

Ya lo decíamos, ha de ser por aquello de la estupidez humana, porque no existe lógica alguna que justifique este trastoque de los valores. Sabido es que según los estudiosos la raza humana solo tiene cerca de un diez por ciento de personas realmente inteligentes, el resto vamos de mediocres para abajo. Y archisabido es también, que siendo los estupidones por tanto mayoría en este planeta tierra, sus gustos constituyen querámoslo o no lo más aceptado, lo imitado, lo deseable y lo soñado.

En una discusión cualquiera, un hombre sabio es muy difícil que dé la razón a un imbécil. Un imbécil rara vez logra entender a un hombre sabio. En una votación democrática entre once tontos y un sabio, el presidente será sin duda uno de los tontos.

Esa es la tragedia de nuestro tiempo. La tontera y sus manifestaciones han superado la media de lo que siempre se entendió por buen sentido, correcto criterio y buen gusto. Vivimos lamentablemente lo que podríamos denominar un mundo al revés.

Por eso el deporte de las multitudes es el fútbol y lo son también otros eventos malamente clasificados como deportes por estas mayorías, como el principal de ellos el footy australiano, mezcla de rugby americano y cacería de jabalíes, el box, las corridas de toro, el rugby, la caza y la pesca deportiva como la llaman y otras imbecilidades o crueles infantilismos que algunas personas disfrutan o precisan para descargar su rabia, neurosis, fanatismo, histerismo, odios y mezquindades acumuladas en su mediocre pasar.

Desde luego estamos hablando de esos fanáticos exarcebados y de los que hacen comercio de esta actividad y se lucran provocando este tipo de espectáculo de gladiadores y no de aquellos que practican deportes o gustan de mirarlos como simple hobby y pasatiempo.

No esta lejano el tiempo en que los nuevos héroes y ejemplos de juventudes, los aristócratas de nuevo cuño los encontremos entre los cortadores de zapallos tiernos, los barrenderos de calles marginales, los limpiachimeneas o quizás los vendedores de helados, que tienen tanto o más méritos que estas estrellas que brillan actualmente en el firmamento de la fama y que hoy por hoy son ilustres desconocidos. Lo que no cambiará será el circo romano. Los barrios marginales, el submundo de la delincuencia y la prostitución, el subproducto de la miseria humana nos seguirán proveyendo de toreros, futbolistas, boxeadores y otros energúmenos parecidos. Ya lo veréis.

Algún esteta o filósofo podría quizás agregar que vivimos una época de valores trastocados, donde lo absurdo, lo vulgar, lo trivial, lo anómalo, lo insólito y descabellado se impone a la lógica saludable, pero es indudable que este es nuestro mundo, el que seguimos habitando y pensamos heredar a nuestros hijos. Lo espantable es imaginarse el mañana, cuando también nuestros queridos retoños, nietos o bisnietos, sean también maricones, peloteros, estrellas de rock, toreros, boxeadores, periodistas del corazón, tarotistas afeminados o cantantes raperos, que hoy por hoy, constituyen la cream de la cream de nuestra malhadada sociedad.



Así se explica que Maradona, ese pelusón de canchas de barrio, surgiera con su cachadaza para pegarle al balón como un genio del fútbol, emperador de las canchas y rey de las pelotas. Querido y admirado por multitudes, incluso adorado como dios por algunos ejemplares de la especie que se hacen llamar miembros de la Iglesia Maradoniana, de cuya lucidez y preparación escolar ni siquiera vale la pena hacer comentarios, sin importar que el pibe de oro fue siempre un sujeto pendenciero, matonesco, mal educado y arrogante, que tuvo asuntos pendientes con la justicia como lesiones, malversación, evasión fiscal, juicios de paternidad, pensiones alimenticias, agresión, etc., que ha sido condenado por uso de drogas, que jugó importantes partidos bajo la influencia de las drogas, a propia confesión.

Esto último de su lamentable trayectoria como deportista resulta inexplicable. Algo de locos si pensamos que hoy en cualquier evento deportivo, aunque sea una carrera de caballos existe control y que todo este proceso se examina con lupa y al menor indicio de drogas se acaba la carrera del deportista, se lo deja en suspenso hasta que se investiga el asunto exhaustivamente y no solo se acaba su carrera, sino que todo su entorno se ve afectado y debe responder ante los tribunales ordinarios de justicia.

¿ Cómo pasó Maradona estas barreras?. Bueno la verdad es que finalmente no las pasó, debió irse en medio del escándalo y anduvo años mostrando su miseria moral. Ebrio, drogado, incoherente, evidentemente con su mente obnubilada y mentalmente disminuido, conducido por matones a sueldo y rodeado de aduladores y aprovechados que solo querían tocar generosas propinas, lo vimos dando conferencias de prensa, en desafortundas entrevistas realizadas por prestigiosos rostros de la televisión argentina y viajando a merced a la fortuna que amasó con estas excentricidades, a clínicas siquiátricas y a diversos países buscando su rehabilitación.

De haber operado correctamente el sistema ético y de control de uso de estupefacientes, Maradona tendría que haber dejado fútbol a temprana edad. Posiblemente muchos astros como él tampoco fueron controlados a tiempo. Nadie nos dice entonces si su genialidad no era solo producto del efecto de las drogas.

En todo caso la culpa no es de él. Como decía una simpática viejecita que conocí, la culpa no es del chancho sino del que le da el afrecho. En su caso y en todos aquellos parecidos, la responsabilidad final recae en la sociedad que no sabe amoldarse a situaciones límites, que no acepta que sus ídolos caigan al pantano, que prefiere en su tan histórico cinismo mirar hacia otro lado. Y ahí están otra vez y así será siempre, esa mayoría de recalcitrantes tontos útiles, esa chusma inconciente que encuentra valor en el anonimato que predomina en las tribunas y galerías de los campos de fútbol, que lo levantan, lo endiosan, lo adoran, lo perdonan y lo hacen rey, sin importarle que tenga pies de barro y que solo sea un dios de papel.

No hay comentarios: